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Infierno por jotaceh

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Capítulo 31: Misericordia 

 

 

El cuerpo humano es muy frágil, mucho más de lo que todos creen. Pensaba en esto mientras entraba al pasadizo de mi cuarto y me golpeaba la fetidez de aquel lugar. El cuerpo de Pamela se estaba descomponiendo, sus fluidos internos habían abandonado la carne a través de sus orificios y luego, su piel comenzó a pudrirse. Las moscas depositaron sus huevos en su piel y sus larvas comenzaban a devorarse sus músculos.

 

Diego seguía amarrado a sus cadenas y no podía escapar de aquella pesadilla, de aquel monstruo que en algún momento fue su esposa y hermana.

 

-¿Hasta cuándo me vas a torturar? ¿No crees que ya es demasiado? –

 

-Tú nunca te detuviste, ¿por qué debería tener piedad contigo? Eso no es algo que me hayas enseñado –

 

Tan solo al entrar, mi padre me dirigió la palabra, completamente desesperado y abatido, su alma estaba en estrés, jamás había imaginado que podría terminar de esa manera.

 

-Lucas... te entiendo, fui un monstruo contigo y sé lo que es ser víctima de uno. Tu abuelo hizo lo mismo conmigo, días tras día hasta que me convertí en un hombre... pero le perdoné, dejé todo eso atrás. Tú deberías hacer lo mismo –

 

-¿Para qué? ¿Para después desquitarme con mis hijos? No, esta herencia se termina aquí... Contigo – 

 

No podía creer que el hombre tuviera la osadía de solicitarme perdón, negando todas las atrocidades que me hizo, refugiándose en su propia historia, en la similitud de nuestras vivencias.

 

El abuelo Roberto fue conocido por su dureza, era un caballero con carácter, que defendía sus intereses hasta la muerte. Los rumores de las sirvientas más ancianas dicen que era un animal, que golpeaba hasta la inconsciencia a sus hijos y esposa, que gozaba con el dolor de otros y que incluso, satisfacía sus deseos en las entrañas jóvenes de Diego y Rubén. Supongo que de él heredó toda su maldad.

 

-Seguirán investigando y se darán cuenta que tú estás detrás de todo... Créeme que la desaparición de Pamela llamará mucho más la atención que la mía –

 

Pretendía preocuparme, tan solo que no era necesario que lo mencionara, porque así estaba siendo. Los nuevos investigadores estuvieron más de dos semanas en la mansión, interrogando a todos quienes vivían o trabajaban en ella, e inspeccionando cada rincón. No podían comprender cómo la mujer desapareció de la nada, sin dejar ningún rastro. La única conclusión a la que llegaron, es que nuestra casa albergaba todas las pistas. Sin querer, había llevado toda la atención al lugar menos indicado.

 

-No me vas a distraer –sentencié sin caer en su trampa , sacando la daga que llevaba en mi bolso.

 

Como lo había prometido, lo torturé desde que lo había encerrado en el cuarto secreto. Su mano derecha ya no poseía dedos, sus orejas parecían trapos desgastados, mientras que sus pies ya no mostraban un talón. Había disfrutado cada grito que aquel monstruo produjo y es que estaba pagando por todo el daño que me había hecho.

 

-¿Qué debería hacer ahora? –jugueteé.

 

-Estás cometiendo un grave error con quedarte aquí... Debes irte y dejar de llamar la atención. Esta venganza te llevará a la ruina –

 

-Creo que tienes ambos pezones todavía... Eso no me gusta. Vamos a quitarte uno –

 

Hice caso omiso, tomé el arma y de a poco comencé a cortar esa piel rosada que se erguía en su pecho. Aunque intenté mantenerme firme, sus palabras me afectaron y es que había estado en peligro desde que Pamela me descubrió. 

 

No sé si sea como lo imagino, pero los nuevos detectives me habían entrevistado más de lo normal y su revisión de mi cuarto fue sumamente exhaustiva. Tal vez se habían percatado de algo que les guiaba a mí y estaban a punto de descubrirme.

 

Terminé de torturar a Diego cuando una lágrima de dolor recorrió su rostro. Ya no le quería seguir viendo, había logrado lo que se propuso y es que me angustié. Preferí marcharme y dejarle con el dolor, tenía asuntos mucho más importantes que tratar.

 

 

 

 

 

 

 

Sabía que no podía huir, que eso llamaría mucho la atención y sería una afirmación de mi culpabilidad. Tenía que mantenerme ahí, aunque sea un tiempo prudente antes de marcharme. Sin embargo, todos los días me despertaba con la necesidad de abrazar a Felipe, de reencontrarme con él y en ese momento que me había deshecho de su madre, no tenía más impedimentos para realizar nuestro amor.

 

-Tengo miedo, no quiero seguir en esta casa y ser el siguiente en ser asesinado – Me reuní con Rubén para pedirle un favor. 

 

Mi tío siempre fue el eslabón más débil de los Grimaldi. No mucha gente le conocía, no había logrado grandes triunfos. Todo lo que se propuso fracasó, tanto sus negocios como su familia fueron una mierda y tras las muertes de todos quienes le eclipsaban, se convirtió en el líder de un clan poderoso. Tenía sobre sus hombros una responsabilidad que siempre anheló, tan solo que no poseía las fuerzas para cumplirlas. Aunque lo negara, se veía abatido, sobrepasado ante tanto. 

 

-Te entiendo, Lucas, pero no podemos irnos hasta que la policía nos lo diga... -

 

-Felipe está solo en Lo Aromo, su mamá ha desaparecido y ni siquiera le han mandado a buscar –

 

-Él no lo sabe... He ordenado que no le permitan ver la televisión ni leer los periódicos, no quiero alarmarle hasta saber la verdad –

 

Así me enteré que mi amado estaba en completo desconocimiento de lo acontecido. 

 

Yo era el culpable, yo asesiné a Pamela y le causé a Felipe la peor de las pérdidas. Sabía que no merecía ser perdonado por hacerle sufrir, pero no me detendría en ese momento, estaba muy cerca de conseguir lo que siempre había querido. Intenté hacer oídos sordos a mi conciencia y seguir con mis planes.

 

-Entonces yo quiero ir hasta allá, no voy a dejar que cuando se entere, esté solo –

 

-¿Lo amas? – su tono fue natural, incluso pude notar cierto cariño.

 

-Es el amor de mi vida –

 

Fue la primera vez que era tan abierto en relación a mis sentimientos. Siempre esperé que me regañaran, que pusieran en duda mis preferencias, sin embargo, Rubén había sido diferente, algo en su mirada me hacía comprender que me apoyaba.

 

-Está bien, intentaré convencer a los detectives a cargo de la investigación para que puedas refugiarte con la familia de tu mamá en Lo Aromo... pero tengo un favor que pedirte... Quiero que te vayas con Camilo y lo cuides, es lo único que me queda y no quiero que nada malo le suceda –

 

No pude responder de inmediato y es que por mi cabeza pasó el hecho que mi primo también estaba enamorado de Felipe. No era momento de estrilar, me habían dado una opción ante mi desespero y solo debía aceptar. 

 

-Yo cuidaré a Camilo, se lo prometo –

 

En ese instante imaginé que al estar a mi lado nada malo podría sucederle, porque era yo el asesino. Jamás imaginé que, por esa misma razón, el que estuviera tan cerca de mí, sería tan peligroso. 

 

 

 

 

 

 

 

 

Salí dichoso de su habitación. Estaba tan cerca de conseguir lo que siempre soñé que no guardé precauciones y le conté directamente a Esteban. Mi plan ya se había cumplido y no era necesario seguir contando con su ayuda, todo había llegado a su final. Nos reunimos en mi cuarto, invitado a mi casa como si fuera un amigo. No tenía permitido salir de la mansión.

 

-Me iré a Lo Aromo... Ahí comenzaré una nueva vida, la familia de mi mamá me acogerá y se harán cargo de mí. ¿Te lo imaginas? Dejaré todo este infierno atrás, iniciaré de nuevo –

 

-Al lado de Felipe –sentenció enfadado el moreno.

 

-Sí.... Bueno, siempre has sabido que es a él a quien amo –

 

-Pero imaginaba que después de tanto ayudarte, sentirías, aunque sea un poco de afecto por mí, pero ya veo que no te afecta en nada el dejarme... Tú iniciarás una nueva vida, ¿y yo? ¿Te pusiste a pensar un momento en mí? –

 

Estaba realmente afectado, nunca imaginé que su apego era tan grande. Qué imbécil fui, era capaz de muchos sacrificios para cooperar y en mi cabeza, seguía siendo solo un amigo, un camarada del cual podría deshacerme fácilmente.

 

-Nunca te prometí nada –

 

-Jamás te dije que te cobraría, pero de todos modos aceptaste mi ayuda –

 

Pude ver cierta tristeza en sus ojos, el mismo pesar de un amante al despedirse de su amado. Le estaba diciendo adiós sin si quiera entregarle una esperanza.

 

-Esto ha llegado muy lejos, es momento de parar aquí antes que nos consuma por completo –

 

-Te irás con Felipe, serás feliz al lado de ese maldito y a mí me dejarás en la miseria. ¿Crees que es justo? ¿Que es la mejor manera de terminar todo esto? –

 

-Ya encontrarás quién realmente te ame –intenté sonar conciliador. 

 

-Solo me importas tú, nunca me interesará nadie más –

 

Esteban se había descontrolado, me tomó por los brazos y me apretó contra la pared. Me miraba fijamente como un león antes de atacar a su presa. Jamás antes le había visto de esa manera, estaba enajenado, poseído por completo por la ira. 

 

-Suéltame, me estás haciendo daño – susurré.

 

-¿Y todo el daño que tú me has hecho? Siempre pensé que me darías una oportunidad después de haberte ayudado tanto, pero no... tú nunca pensaste en eso, solo has tenido a Felipe en tu cabeza. ¡Me engañaste! –Me golpeó contra la pared como si fuera un muñeco.

 

-Me estás dando miedo... Detente –

 

-¿Miedo? Eso tuviste que pensarlo antes de compartir con alguien como yo –

 

Llevó sus manos a mi cuello y comenzó a estrangularme. Tenía tanto poder en sus dedos que cortó todo paso de aire a mis pulmones. Me desesperé mientras le veía concentrado, extasiado por la posibilidad de acabar con mi vida. Decidido a hacerlo.

 

-Si quieres acabar con todo, entonces hagámoslo, pero tú te vienes conmigo al infierno. No voy a dejar que te vayas con Felipe – se justificaba.

 

Quise golpearle, zafarme de su agarre, pero era demasiado fuerte como para lograrlo. Me retorcí en el dolor, estaba desesperado por no poder respirar. Si seguía así, muy pronto moriría. No podía creer que fallecería justo al estar tan cerca de conseguir mis sueños.

 

Y como si se tratara de un milagro, apareció una persona en mi cuarto, alguien que jamás imaginé y que me salvó de la muerte. Tomó una lámpara de cobre que estaba sobre mi mesita de noche y con ella, le golpeó en la cabeza a Esteban. Cayó al suelo inconsciente, mientras la alfombra se llenaba lentamente con su sangre.

 

-¡Lucas! ¿Estás bien? –

 

Camilo fue mi héroe, fue él quien me salvó aun después de todo lo que había sucedido entre nosotros.

 

-¿Qué hice? Lucas... Dime por favor que está vivo...-

 

Unos segundos después, mi primo se dio cuenta de lo que había hecho. Me encontraba recuperando el aliento en el suelo, con la mirada un tanto nublada. De todos modos, me acerqué a tientas hacia mi antiguo amigo para poder sentir su respiración.

 

-No respira... Camilo.... Mataste a Esteban –

 

-No... No es verdad, lo hice para protegerte, porque él quería matarte... Fue para defenderte... No quise matarlo –el muchacho tiritaba, no podía controlar su propio cuerpo y es que estaba conmocionado. Tenía un alma tan débil que aquella escena le fulminaba.

 

-Llama a tu papá... Tenemos que buscar una solución.... ¡Ve! ¡Corre! - intenté que abriera los ojos, necesitaba que actuara lo más pronto posible.

 

No me cuestionó, solo hizo lo que le ordenaba y salió corriendo a buscar a Rubén. Para nuestra suerte, en ese momento del día, los detectives estaban solo haciendo guardia afuera de la casa, por lo que no pudieron escuchar nada de lo ocurrido.

 

Con los sentidos recobrados, me levanté del suelo, tomé una manta de mi cama y me la enrollé en una mano. Así, tomé la lámpara manchada de sangre y le propiné dos golpes certeros a la cabeza a Esteban. Necesitaba que muriera, no podía permitir que arruinara mis planes.

 

La verdad es que mi primo no tiene la fuerza suficiente como para haber acabado con la vida de mi secuaz, pero sí era lo suficientemente estúpido como para creer en mis palabras e imaginar que había sido él el culpable de su deceso. 

 

Lo pensé todo rápidamente y es que no tenía más tiempo. Me ocuparía del peligro que significaba Esteban, echándole la culpa a Camilo y con ello, ganándome su lealtad. Ahora estaríamos tanto nosotros dos como mi tío envueltos en un secreto y obligados a apoyarnos. Tenía dos nuevos aliados, ya no necesitaba más a Santamaría.

 

Diría que me arrepiento, pero no es así. Él fue una excelente arma, sin su ayuda no hubiera conseguido nada, tan solo que no era lo suficientemente importante como para tocar mi corazón. Una vez que se convirtió en un obstáculo, no podía tenerle misericordia. 

 

 


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