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El fantasma de la Ópera 2da parte por yaoiana

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Notas del capitulo:

Gracias por los comentarios, pensé que este fic había sido olvidado pero veo que no, muchas gracias a las personas que esperaron por él, deseo llenar sus expectativas.

Para este capítulo, está la canción Campo Astral, la recomiendo escuchar mientras leen. 

 

Capítulo Anterior

Se dispuso a salir y cuando lo logró, tuvo que taparse los ojos con el antebrazo. El sol irradiaba con mucho candor, algo que lo contrarió mucho, puesto que cuando ingreso al pozo, no había mucho sol. Al ver el panorama, se asombró y sus manos comenzaron a sudar. No había nada, ninguna edificación, todo era césped, vegetación, naturaleza.

– No puede ser– menciona Inuyasha muy preocupado.

Capítulo Nuevo

En un avión, a pocos kilómetros de llegar a Japón, Sesshoumaru se encontraba desesperado. Una furia inmensa comenzaba a apoderarse de su ser, al unísono, lo embargaba un sentimiento de congoja e impotencia.  No podía evitar pensar en muchas cosas. ¿Y si Inuyasha regresó con su amigo?, o si…. ¿tal vez ya no quisiera estar con él por todo lo que le dijo?. Estaba muy atormentado al creer que perdería a su pareja. Necesitaba hablar con el menor, tocarlo, olerlo, desearlo, probar sus labios, sentir su esencia y hundirse en él… precisaba todo su cuerpo, todo su bálsamo, gota a gota para calmar su demonio interior.

Esperaba llegar pronto y resolver aquel malentendido, para continuar su  maravillosa vida. A pesar de haber vivido tantos años, no podía comparar ninguna época, pero en ésta, estaba disfrutando de la vida humana que siempre creyó aborrecer, la veía con otros ojos y todo era gracias a Inuyasha.

El sueño lo abatió por unos instantes, el tiempo pasó hasta que finalmente arribó al aeropuerto. Tomó sus maletas y llamó un taxi, para que lo llevará al antiguo templo Higurashi. Deseaba no tener que toparse con su suegra, era una mujer bastante latosa, le parecía una mezcla entre Kagome y Kikio,  aunque por supuesto, era solo un pensamiento. Le aborrecía esa mujer, y lo aludía al hecho de que le  recordaba los antiguos amores de su hermano. Sabía que su Inuyasha era un ser totalmente diferente, pero al pensar que su alma estaba destinada  a compartir un lazo con aquellas mujeres, le causaba un cierto fastidio y desazón.

 El día estaba opaco, con mucha nubosidad. Las gotas caían en la ventana del auto. No recordaba cuantas lluvias había aprovechado para estar con su amado… dándose calor, tocando sus pieles, saboreando sus labios y haciendo el amor. Esta tarde en particular,  le recordaba cuando visitaron uno de esos países nórdicos. Sus giras iniciaban el ámbito internacional. En esa noche, el frío era inclemente, incluso para él, que era un demonio, aquellas temperaturas le causaban un pequeño ardor en la piel. Tuvieron que abrigarse  y esperar en uno de los hoteles, mientras comenzaba la función. Aún faltaban algunas horas, pero aprovecharían para recorrer la ciudad, o eso pensaba proponerle a Inuyasha, pero lo divisaba tiritando.

 

–Sesshou… tengo mucho frio, quedémonos aquí, ¡por favor!

 

Él asintió, prendió la chimenea, pues aquel hotel era bastante rustico, una infraestructura que aún tenía los cimientos de la antigua cultura nórdica. Le parecía majestuoso el hecho de poder detallar distintas estructuras, muy diferentes a las de Japón en su época. En su tiempo de demonio, no pudo recorrer otros dominios por estar atento a las tierras del Oeste, tuvo que perderse de muchas cosas en tierras lejanas.  Era una fortuna poder apreciarlo ahora,  junto con  la persona que amaba. Abrazó al menor y lo cargo hasta la cama.

Estuvieron dentro de las sabanas; la cama siempre los llamaba para terminar en sus proezas de amor y así lo hicieron.  Iniciaron con  caricias en los  rostros, a besarse, a sentir sus respiraciones… observándose. Las manos de ambos se pasaron como finas sedas sobre sus cuerpos. Después de aquellas caricias, de tan intentos roses, la ropa parecía quemar. Les estorbaba, les  asfixiaba; sus poros pedían a gritos, la piel del otro. Se retiraron con premura la indumentaria, prenda por prenda y aprovecharon que su piel estaba desnuda, para juntarlas.

Sesshoumaru se posicionó sobre el menor oji ámbar. Se sentía arder, someter a Inuyasha de cualquier forma, le prendía. Estar sediento de él, de sus gestos, de sus ruegos, de su cuerpo ultrajado con amor, le hacía sentir una emoción vigorosa. Lentamente besa su boca, baja a su pecho, a su cintura, a sus piernas. Las leves exclamaciones del joven yokai le daban a entender que siguiera. Por su parte, se sentía ansioso, no sabía porque, pero cuando estaba en ciertos lugares con Inuyasha, sentía que una magia extraña lo poseía, no podía explicarlo; lo aludía al poder interno que poseía su pareja, ese heredado de la sacerdotisa.

Sin darle más largo a su pasión, abrió las piernas del otro y se situó entre ellas. Se inclinó para besarlo y sin consentimiento, fue ingresando lentamente en ese caliente interior. Aquel cuerpo tan estrecho, tan cerrado, se abría paso a paso. Aquella disposición para recibirlo le provocaba querer soldarse a fuego lento en esa piel marfil… marcarlo, morderlo, cicatrizarlo, su demonio interno hablaba con potencia desde lo más profundo, no obstante, intentó tranquilizarse. Respiró hondo y con cautela, continuó introduciéndose, sabía que el menor sufría,  puesto que le apretaba el cabello y  sus hombros, intentado refugiar su dolor.

 

– ¿Estas bien, Inu?– pregunto un poco preocupado.

 

–Si continúa, todo está bien–susurra Inuyasha mientras sonríe levemente.

 

El daiyokai asiente y continúa su proeza, hasta que finalmente logra anclarse en ese cuerpo. Se detiene un momento por ambos; esperando que el menor se acostumbre y por su parte, intentando controlar sus ansías que convierten en una agonía. Necesita derramar todo ese calor, toda esa sed que tiene su cuerpo. Poco a poco, sale y entra de aquel cuerpo que lo acobija, que lo ama, que es su refugio. Escucha varias notas, sinfonías, armonías y melodías, salir de los labios de su amante. Inuyasha es toda música, le provoca componer, es la máxima creación.

El comprenderlo no le frustra, sabe que jamás podrá competir con tal creación maravillosa. Inuyasha se ha convertido en la inspiración para crear opera. Sin parar y con fervor continua introduciéndose, se concentra en el ser debajo de su yugo y se excita más.  El menor yace ruborizado, ha mojado una parte de la sábana con su saliva y sudor, su boca parece solo funcionar en ese momento, para dar alaridos y gemidos. No quieren detenerse, desean ser uno y llegar al clima, al nirvana. Sus miradas se cruzan, ambos ámbar queriendo fusionarse; el mayor lo sabe, están a punto de culminar.  Agarra al joven de la cintura y como si un ser se posesionara de su cintura, arremete fuertemente dentro de Inuyasha.

 

–     Ya casi… ya…casi – menciona el cantante.

 

Finalmente lo logran, ambos cuerpos descargan esa energía que los atormentaba en el coito. Se observan y cada uno piensa que no pueden dejar de estar juntos… siempre ellos.

El sonido de una bocina lo espabila. El taxista le comenta que el tráfico ha estado complejo por la lluvia. Gruñe al ser molestado, podría ser más rápido con su velocidad demoniaca, pero no quiere ser descubierto.  Desde que está con su amado, ha intentado incorporarse un poco más con los humanos, si bien aún cree que son una peste, algunos no lo son tanto.

Luego de unas dos o tres horas en el vehículo, llega a la dirección. Paga con buen excedente y baja sus maletas del taxi. Allí se encuentra, parado frente  aquellas escalas que lo llevan a un destino incierto.

 

***

 

Estaba desorientado, sus sentidos se habían agudizado por lo cual, le inundaban muchos olores y sonidos.  Se sentía demasiado abrumado, tanto, que no sintió la presencia de un ser que saltaba con entusiasmo a su hombro.

 

-       ¡Inuyasha!

Se impactó al ver a un niño zorro en su hombro, lo tomó de la ropa y empezó a inspeccionarlo.  Era una mezcla bastante curiosa, ¿sería un disfraz?, no recordaba que fuera Halloween… además, no conocía a ese pequeño, pero al parecer, este si lo conocía.

 

–     ¿Te conozco, pequeño?

 

–     Sí que eres un tonto, soy yo, Shippo– espeta molesto–

 

–     ¿ Shippo? – se dice así, buscando en sus recuerdos ese nombre, pero no logra recordar– no, no te conozco.

 

–     ¿ Ehh?... espera…

 

El pequeño zorro comienza a olfatear por algunos segundos. Inuyasha tan solo guarda su postura, notando como la nariz del menor se mueve de arriba abajo con mucha prontitud.

 

–     No hueles a él… tú eres un yokai… pero, eres idéntico a Inuyasha – confundido-

 

–     Si me llamo Inuyasha

 

–     ¿Pero… cómo?

 

El peli plata por fin ataba cabos, había viajado en el tiempo, a la época del Sengoku.  El pozo lo había transportado y por eso este ser, lo conocía… bueno, no a él, sino a su tatarabuelo.

Acomodó al pequeño ser en el suelo, se rascó la sien en un gesto de frustración. ¿Cómo saldría de esa época? ¿Cómo volvería a ver a Sesshoumaru?... Pensó y lo único que se le ocurrió fue tirarse nuevamente por el pozo.

Sin dudarlo,  y ante los ojos del zorro, lo hizo. No sintió la sensación de flotar, ni tampoco vio las luces.

 

–     Aún estás aquí Inuyasha – mencionó Shippo– ¿no quieres saludar a los demás?

 

Frustrado, salió del pozo y dejó que este lo dirigiera.  Estaba alicaído por toda esta situación.  Tal vez, entre los amigos de su tatarabuelo, existiera alguien que lo ayudara a transportarse a su mundo. 

Con esa idea, prosiguió su camino hasta una aldea aledaña.  Recordaba algunos libros de historia, pero en ninguno, lograban plasmar la verdadera belleza de los paisajes, estructuras y divisiones de parcelas que tenía en esa época Japón.  Realmente su país había dado un cambio vertiginoso del campo, a la era tecnológica.

 

–     ¡ Sango! ¡ Miroku!, tienen que ver esto – grita el pequeño demonio–

 

–     “ ¿Miroku?”– piensa Inuyasha– “ ¿ Mi abuelo está aquí?”

 

 Ve salir de una cabaña a una mujer de cabello largo castaño y a un hombre con coleta y ropa de monje. 

Sabe que no es su pariente, pero se parece mucho a su abuelo en sus tiempos mozos, tanto, que deja salir una leve expresión de sus labios.

 

–     Abuelo…

 

–     ¿ Abuelo? – pregunta la mujer mirando al monje– explícame porque Inuyasha te llama “abuelo”

 

–     No lo sé querida, tal vez, viene afectado de su cabeza– dice en tono afable, ya que su esposa está celosa– puede ser que la señorita Kagome le haya golpeado fuertemente su cabeza.

 

–     Esperen… – menciona interrumpiendo a la pareja– no soy el Inuyasha que conocen–

 

–     Es verdad… este huele más a perro apestoso – menciona Shippo–

 

–     Explícate– exige la mujer.

 

–     Es una larga historia… – suspira resignado el ojiambar–

 

–     Entonces pondré a preparar el té, adelante, pasen – menciona Miroku para que todos ingresen en la cabaña y puedan conversar–

 

Cuando ingresa, ve a dos niñas de aproximadamente 10 años, totalmente idénticas y luego, su mirada se posa en un pequeño de 5 años.  Los infantes lo miran con insistencia, escudriñando en su apariencia.

 

–     Son nuestros hijos – comenta la exterminadora– conocieron a Inuyasha cuando eran muy bebés.

 

–     Comprendo– mencionó Inuyasha para tomar asiento donde le indicaban–. La conversación no inició hasta que el monje apareció con las bebidas, todos lo miraban expectante.

 

–     Bien, es complicado iniciar, porque no sé por dónde hacerlo– menciona un poco contrariado.

 

–     Desde ya te creemos, el perro era muy tonto, y tú pareces listo– indica Shippo.

 

Todos rieron ante el comentario del zorro, recordaban a Inuyasha como un ser impetuoso, rebelde, sin mesura, impulsivo, iracundo, pero que daba todo por proteger a los que quería. 

 

–     Bueno, yo no me parezco mucho a mi tatarabuelo, al parecer, heredé los poderes de mi tatarabuela Kagome y no los de Inuyasha, porque los selló con la Perla de Shikon.

 

–     Comprendo… por eso no volvimos a verlos – mencionó Miroku– pero, ¿ cómo llegaste si la perla está destruida?

 

–     Esa duda pensaba aclararla aquí

 

–     Mmm… es complejo, Kagome siempre viajaba porque tenía fragmentos de la perla – comenta Sango– pero dinos, Inuyasha, cuéntanos con detalle todo.

 

–     Bien, mis tatarabuelos regresaron a mi época porque Naraku se fugó hasta ella.

 

–     Ese ser despreciable, nunca deja de atormentarnos – menciona el monje mientras aprieta la mano donde yacía su maldición– lo siento, continúa.

 

–     Ellos lo derrotaron, pidieron el deseo de sellar los poderes de yokai a la perla, y desde ese momento vivieron como simples humanos.  Ya su descendencia termina en mis parientes actuales, de los cuales, solo yo heredé el poder de ver y sentir espíritus.

 

–     Debes tener poder de sacerdote, tanto la señorita Kagome como Kykio, tenían grandes poderes– menciona Miroku.

 

–     Creo que si, en mi época no hay nadie que se dedique a estas cosas, entonces no sé cuál será realmente mi potencial. Pasaron varias eventualidades que me permitieron descubrir quién soy –ocultando el hecho de que fue Sesshoumaru– y también permitir que fabricara una segunda perla.

 

–     ¡¿ Una segunda perla?! – grita exaltado Shippo–

 

–     Si, Naraku o su esencia, intentaron engañarme, hubo una lucha y la perla se formó, quedé muy herido y por eso, la perla me concedió el deseo de convertirme en un youkai completo, sino, moriría.

 

–     Debiste estar muy asustado – menciona Sango mientras le pone una mano en su hombro como muestra de apoyo– conocemos perfectamente a Naraku, es un ser sin misericordia y que se aprovecha del dolor de las personas.  Nosotros lo combatimos juntos, pero tú fuiste muy valiente al confrontarlo solo.

 

–     Gracias– dijo agradecido por este gesto. Aquella mujer parecía ser muy maternal y le había calado en el ser con esas palabras. Su madre jamás había sido así, por lo que toparse con féminas así, le brindaba cierta tranquilidad.

 

Vieron a una silueta entrar, una mujer de unos aproximadamente 20 años, con cabello castaño, ojos chocolate, cintura definida y esbelta y su aura… podía sentir un aura llena de bondad y altruismo venir de aquella mujer.  Era realmente muy hermosa.

 

–     Disculpen interrumpir, aquí envía la señora Kaede– entregando el recipiente a la exterminadora.

 

–     Muchas gracias Rin, necesitaba este brebaje para Yamato.

 

–     Rin… – susurró Inuyasha sorprendido de que esa mujer frente a él, fuera la sombra de su relación–

 

 

 

 

Notas finales:

Desearía me comentaran, hace tiempo que no escribo y no sé si estoy transmitiendo emoción en la escritura.  Espero hacerlo.  Gracias por leer. 


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