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"Capricho Incente" por Mary Mendoza

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Prológo

El monstruo había vuelto. Su olor era el de la sangre; su sonido, el de terror.

No podía más que correr, y esta vez debía correr hacía el. El exuberante portento del bosque de alguna vez fue su refugió, que siempre había sido su santuario, entró en el remolino de una pesadilla.

La impotente majestad de los árboles ya no era un testimonio magnífico del vigor de la naturaleza, si no una prisión viviente capaz de atraparlo, capaz de ocultarlo.

La alfombra luminosa de musgo era una ciénaga efervescente que le aprisionaba las botas. Se abrió paso violentamente entre los helechos, convirtiendo sus húmedos abanicos en jirones viscosos. Resbaló en un tronco podrido,destruyendo la vida que empezaba a brotar sobre él.

Frente a él, a su lado y a sus espaldas danzaban sombras verdes que parecían susurrar su nombre.

"Tony, hijo... Dejame contarte un cuento"

Su aliento brotaba en jadeos semejantes a sollozos, arrancados por el dolor y la pena. La sangre que le tenía los dedos estaba helada, las gotas de lluvia golpeteaban monótonas sobre la bóveda de hojas servidas por el viento.

Había olvidado  si era el cazador o la presa. Lo encontraría, o el monstruo a él, y de alguna manera, todo terminaría.

No acabaría como un cobarde, y si aún queda un destelló en el mundo, encontraría de alguna manera su libertad.

Su amado necesitaba su ayuda. Necesitaba encontrarlo. Vivo.

Oprimió contra su palma la daga que sabía que era de él, y se aferró de ella como una esperanza. Empuñó la única arma que tenía y comprendió que mataría para vivir.

Y entre la luz de un intenso tono verde, matizada por sombras más oscuras, distinguiendo al monstruo tal y como lo recordaba en sus pesadillas, ensangrentado y mirándolo.

 

 

****************************************************************************

Nueva York.  1991 

Tony tenía cuatro años cuando apareció el monstruo. Entró pesadamente en sueños que no eran sueños. Una noche de verano, cuando la luna brillaba llena y resplandeciente como el corazón de un niño y el viento trasmitía un delicado perfume de todas y jazmines, el monstruo se introdujo a hurtadillas en la mansión para perseguir y asesinar.

Nada volvió a ser igual después de qué el apareció. La hermosa casa, con sus habitaciones magnificas y sus grandes pisos relucientes, estaría siempre impregnada de su fantasma. María, la madre de Tony le había asegurado que los monstruos no existían, que eran únicamente producto de su imaginación, y sus pesadillas, eran solo malos sueños.

Pero la noche que miro aquel ser, en que lo oyó y olio, su madre no pudo decirle que no existía, y no quedo nadie para sentarse en la cama y contarle lindos cuentos hasta que volviera a dormirse. Su madre contaba los mejores cuentos, unos cuentos maravillosamente simples y tiernos, con jirafas rosadas y vacas de dos cabezas.

Pero fue decayendo gracias a su padre, la enfermedad de Howard empezó a hacer cosas que no debían hacerse, María le había dicho a su hijo que papá tendría que marcharse de la casa hasta que volviera a estar sano otra vez. Por ese motivo solo podía venir de vez en cuando, y mamá o la tía Peggy o el tío Obadiah Stane debían quedarse en la habitación toda la noche.

Una vez le dieron permiso de ir a la nueva casa de su papá en la playa. Su tía Peggy y Obadiah lo llevaron, y se sintió complacido y emocionado por las olas que observaba a través de la ventana. Howard quiso llevarlo a la playa para hacer castillos de arena. Solo ellos dos, pero la tía dijo que no.

No estaba permitido, ambos tuvieron una discusión, después de todo eran amigos, pero el hombre tenía que entender que la seguridad de Tony era una prioridad y Peggy no iba a ceder ante las formas de intimidación, todo niño no debe oír aquel tipo de cosas, pero la curiosidad del pequeño castaño era tan fuerte que no evito posarse en la puerta mientras ambos adultos llenaban la habitación con esa voz seca y en siseos que se suponen, no deben ser susceptibles para ser escuchados.

Tony miraba hacia el suelo mientras abrazaba a un pequeño peluche, un ídolo que tenía con colores azul y rojo, conforme las voces aumentaban de tono, el castaño aumento la fuerza del abrazo y decidió no escuchar, no quería oír como su padre insultaba a su tía, ni como Obadiah Stane decía con voz grave: "Mucho cuidado Howard. Ten mucho cuidado".

En realidad todo empezó antes. Semanas antes de la casa de playa.

Todo ocurrió después de una noche en la que su padre entro en su dormitorio y lo despertó. Se paseaba de un lado a otro, hablando consigo mismo. Se escuchó un gemido, pero cuando él se levantó de su espaciosa cama con hermosos adornos finos de estrellas y rayos no tenía miedo. Porque era su papá. Incluso cuando la luna lo ilumino y la cara mostro maldad, el corazón de aquel niño se llenó de amor y emoción. Su padre le dio cuerda a la pequeña caja de música, que tenía a un hombre y una mujer, similares a sus padres, tocaba una linda canción "La estrella azul".

Tony se incorporó en la cama y sonrió aun adormilado.

-Hola papito. Cuéntame un cuento

-¿Un cuento ahora Tony?- Howard miro con seriedad a su hijo, pero soltó una risilla casi malévola.-Si, claro que te voy a contar un cuento.

El niño sabía que su padre se negaría siempre a sus pedidos, su trabajo lo tenía ocupado, pero sintió un cálido sentir en el pecho cuando escucho aquellas palabras salir de su boca. Howard volvió a mirar a su hijo, un pequeño manojo de cabello castaño enmarañado y grandes ojos castaño claro. Pero solo veía su propia rabia.

-Te contare un cuento, mi adorado Tony, sobre una zorra que aprende como mentir y engañar

- Y ¿la zorra hablaba?

-¿Hablaba?

-Sí, para decir mentiras

Él le mostro los dientes en una mueca sarcástica.

-¡No me entiendes! ¡No me entiendes, como ella tampoco entiende! ¡Una zorra! ¡Una ramera!

El pequeño sintió un nudo en el estómago al oírlo gritar.

-¿Qué es una ramera?

-¡Tu madre!- barrió con un brazo lo que había en la parte superior de la cómoda, arrojando al suelo la caja de música y varios tesoros. En la cama, Tony se hizo un ovillo y empezó a llorar. Howard a gritos pedía perdón.

-¡Ya deja de llorar Anthony!- repetía.- Eres un hombre por dios. Te comprare lo que quieras.

En ese momento, María entro a toda prisa, con el camisón blanco resplandeciente bajo la luna.

-¡Howard, por el amor a Dios! ¿Qué haces? Ya Tony. Ya hijito, no llores. Papa lo siente mucho.

Un profundo resentimiento lo abrumo al mirar las dos cabezas similares una junta a la otra.

-Ya le dije que lo siento

Pero cuando se adelantó con la intención de volver a disculparse, su esposa irguió la cabeza bruscamente, en la oscuridad los ojos le brillaron con una ferocidad rayana en el oído.

-¡Aléjate de Tony!

-No me digas que me aleje de mí propio hijo. Estoy harto de que me des órdenes, María.

-Estas ebrio. No te quiero cerca de él.

Para escapar, Tony bajo de la cama y se metió en su closet, donde se escondió entre su montaña de donas de peluche y felpa. Solo alcanzo a oír gritos terribles, más cosas que se rompían, un quejido de su madre. Fue entonces cuando su papá se marchó.

Los recuerdos de aquella noche se filtraban en sus sueños, cuando lo hacían y se despertaba, Tony bajaba de la cama e iba a la habitación de su madre, solo para confirmar que estaba ahí. Otras veces, en cambio, estaban en un hotel. Por su trabajo, su madre tenía que viajar, después de que su padre se enfermó, Tony siempre iba con ella.

La gente decía que su madre era una mujer inteligente, toda una estrella y eso lo hacía reír, sabía que las estrellas eran esas lucecitas que brillan en el cielo, y su madre estaba aquí con él.

Su madre dirigía una gran empresa, sin embargo le encantaba diseñar ropa. Su papá era un gran inventor y también era dueño de la empresa, Tony sabia la historia del cómo se habían conocido, en una pequeña velada de aniversario de la fundación de "Stark Industries". Se enamoraron, se casaron y tuvieron un niño. Cuando Tony extrañaba a su padre, miraba en el gran libro de tapas de piel todas las fotografías del casamiento, del que su madre había sido una princesa con un largo vestido blanco, y su padre, el príncipe de traje negro.

Al pequeño nunca le había interesado tener una fiesta como la de sus padres, es más una tarde de verano, le dijo muy seguro de si a su tía Peggy que jamás se casaría con una niña, "las niñas son molestas, yo soy más importante", solo la castaña negó, esperando el momento en que le recordara aquellas palabras el día de su boda.

La noche en que vino el monstruo, Tony oyó gritos entre sueños, lo hicieron gemir y agitarse. Un alarido lo despertó y sintió necesidad de ver a su madre. Bajo de la cama, posó los silenciosos piececitos en la mullida alfombra y echó andar por el pasillo. Pero el dormitorio, con la enorme cama azul y las lindas flores blancas, estaba desierto.

En ella flotaba el aroma de su madre, que le dio consuelo. Encima del tocador estaban los botes y frascos mágicos. Pero lo que le llamó la atención fue un pequeño circuito que estaba en la basura, el niño lo sacó y se entretuvo tratando de arreglarlo. Canturreo para si, y ya con una sonrisa de oreja a oreja. Dejó el ya nuevo circuito en la cama y salió a buscar a su madre.

Al acercarse a la escalera, vio encendidas las luces de la plata baja. La puerta del frente estaba abierta. Pensó que había visitas. Sin hacer el menor ruido, bajo y oyó a todo volumen la pieza musical favorita de su madre: El lago de los cisnes.

La sala arrancaba desde el vestíbulo, extendiéndose bajo los techos abovedados e infinidad de cristales dejaban ver los hermosos jardines, tenía una enorme chimenea de color azul oscuro y pisos de mármol de un blanco inmaculado. La adornaban floreros de cristal, con flores frescas.

Pero esa noche, los floreros estaban hechos añicos en el piso, sus elegantes flores, regadas y destrozadas en su totalidad, los muros de marfil brillante estaban salpicados de rojo, las pulidas mesas, derribadas.

Había un olor terrible. La música llegó a un crescendo, un climax de violines plañideos. Gimiendo por su madre, Tony entró a la sala.

Y entonces lo vio.

Detrás del gran sofá, su madre estaba tendida sobre un costado, con un brazo extendido. El suave cabello castaño estaba cubierto de sangre, la bata de noche blanca también estaba ensangrentada y desgarrada.

Tony no pudo gritar, no podía mover ningún músculo, los ojos parecían salirse de sus órbitas y el corazón le palpitaba dolorosamente contra las costillas. No había manera de que pudiera sacar el dolor de su voz.

El monstruo que estaba arrodillado frente a su madre, el monstruo con las manos llenas de sangre hasta las muñecas, con la ropa manchada de sangre, alzó la vista. Tenía los ojos desorbitados, una mirada pérdida.

- Anthony...- musitó su padre. -Tony. Oh cielos.

Y cuando se incorporó, tambaleante, él pequeño castaño miró el destelló plateado y rojo de las tijeras ensangrentadas que tenía en la mano.

Tampoco pudo gritar, pero echó a correr. El monstruo era real y venía por él, tenía que esconderse.

Tony oyó un gritó largo y quejumbroso, que lo llamaba como el aullido de un animal moribundo del bosque.

Corrió hacia su cuarto, cerro la puerta y se escondió en su armario, enterrado entre sus muñecos de felpa. A oscuras clavo su vista, mordiéndose el dedo pulgar en silencio y si apenas podía oír aquellos gritos frenéticos del monstruo que aullaba y lo buscaba, rompía cosas a su paso, muestras lanzaba gritos de dolor y furia.

Tony, un muñeco sobre los muñecos, se encogió para si y esperó a que su madre lo viniera a despertar de esta horrible pesadilla.

 


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