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Colmillos por Aryam

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Notas del fanfic:

Declaimer: Los personajes no me pertenecen, sino a la serie Naruto del autor Masashi Kishimoto.

COLMILLO.

 

La lluvia caí con fuerza en gruesas gotas en todo el camino, que una vez llegó a casa, entre saltos agiles para no caer en alguna posa o ser visto, al resguardarse agita su pelaje oscuro y brillante, disfrutando de hacer tal cosa a la vez que el cuerpo animal adquiría forma humana, colocándose la yukata azul oscuro que guarda. Verificando que el bolso que portaba se encontrara ileso de daño, cuidando el contenido.

 

Caminó silencioso en dirección a la puerta y al no oír o ver luz adentro, creyó que los habitantes dormían, ingresando en silencio si no fuese por una voz tras la espalda.

 

– Llegas tarde.

 

Mueve las orejas puntiagudas y oscuras como la misma noche al escuchar una voz infantil haciéndose presente, reconociendo a ese niño de cabellera negra tan alborotada como la suya donde sobresalían unas orejas blancas y de mirada aburrida, apreciándose unos ratones muertos en sus manos que sostenía por la cola, usando desprolija la yukata verde olivo sucia de barro y agua.

Menguó una sonrisa al acercarse, dándole un leve coscorrón en la cabeza, oyendo su queja.

 

– Soy tu padre, más respeto, enano. –Le replica, apuntando a los ratones que trae en mano. – ¿Lo has cazado tu solo?

 

– Sí, tenemos hambre. – dice con la cabeza gacha, creyendo que sería regañado, obteniendo una caricia a diferencia de antes y mirar al mayor con sorpresa.

 

– Bien hecho. –Afila la mirada, buscando en aquella oscuridad a alguien más– ¿Y tu hermano? –, se afirma en su eje al sentir que alguien salta por las piernas para responder a su pregunta, viendo una cabeza de cabellos oscuros y orejas del mismo color, reconociendo al pequeño lobo de risa risueña que contagia de ánimos a ambos. – Hey~ ¿cómo eso de dejarle la caza a tu hermano? –Le recrimina, escuchando un tierno gruñido para después pasar los tres a resguardarse de la lluvia.

 

En aquella cabaña perdida en el interior del bosque, hecha de bambú y papel de arroz, sostenida con ayuda de algunas piedras o el barro, que guarda más calidez que cualquier lugar que conocía, sin importar el largo viaje que se daba cada vez para llegar y disfrutar de la acogida de los dueños de esta. Donde su mayor deseo era vivir con esos dos cachorros y la madre de estos.

 

– Rin, no juegues con el fuego, yo lo cocinaré.

 

Le dice al cachorro que se había quedado en casa y trataba de encender las pocas brasas que tenían del hollín, lo más seguro queriendo ayudar con la cena por el hambre que se traían, siendo que no se quedaba atrás y estar en igualdad de condiciones.

Le entregó una toalla a Sakumo, el pequeño lobezno que poco se preocupaba de su higiene o de pescar un resfrío, yaciendo desnudo en espera que lo secara y era su forma de pedir atención cuando estaba ahí. Lo que no le molestaba, pero era difícil estar al tanto de uno sin perder de vista al otro y cuidarlos como quería, lo que fuese necesario para recuperar el tiempo perdido, por más consentidor que se viera.

 

– Tengo hambre, papá. Demoraste mucho. – Le hace berrinche Rin, que mantiene distancia con él para admirar, como es costumbre, la maravilla cuando logra prender con unas cuantas brasas con el fuego emergiendo progresivamente y colocar la pequeña parrilla encima para cocinar.

 

– Lo sé. –Gruñe, reconociendo que él más que nadie deseo llegar temprano y al menos dar con quien más quería ver. – Hubo una crecida en el río y fue una odisea cruzarlo, pero acá estoy. – comenta gentil, buscando el bolso que traía y lanzárselo a Rin, en tanto iba donde Sakumo a secarle el cabello. – Saca una fruta, hay para ti y tu hermano.

 

– Papá, no quiero fruta. –Hace un mohín de fastidio Rin, el cual era observado por él y Sakumo. Este último que en momentos intentaba morderle la mano para jugar, vengándose entonces al frotar bruscamente sus orejas. – ¿No tienes dulces de leche?

 

–  No, ya es hora que aprendan a comer otras cosas. – Le dice, terminando con Sakumo y buscarle una muda nueva, con memoria clara donde estaban las cosas en esa cabaña y hurgar en el único mueble visible ahí, lanzándosela. – Sus colmillos se llenarán de caries si no se cuidan.

 

– Lo sabemos. –dicen a coro los menores, retomando un juego amistoso  por una manzana una vez Sakumo está vestido.

 

– Vaya niños.

 

Suspira y sonríe con felicidad, moviendo la propia cola oscura sin percatarse mientras cocina o eso intenta, porque no es su fuerte esa área, por más que ha querido aprender cuando se está lejos. Empezó quitando la piel a las ratas y enterrarle unos fierros en sus cuerpos, ubicando junto a la parrilla para que se asaran, lo que es una alegría en los menores, que detienen lo que hacen para esperar frente a estas y mover sus colas con clara ansiedad de alimentarse pronto.

 

“Colas de lobos”

 

Aprecia en silencio, hundiéndose en sus frustraciones y el motivo que deba verlos cada tres meses o dependiendo de las fechas, porque por más quisiera llevárselos a su reino, eso no podía ser. Siendo esos cachorros su mayor secreto más cuidado en lo posible. Después de todo era una pantera, un felino que tenía prohibido cruzarse con alguien de diferente especie y tenía que poner por encima de él el honor de su clan, su pareja establecida aunque no la  amase.

 

– Una gotera.

 

– Acá hay otra.

 

Sobresaltado al oírlos, eleva la mirada y ríe al ver el intento que hacen esos dos porque ninguna gota caiga al piso al poner unas pequeñas ollas o tratar atraparlas con la boca.

 

– ¡Mira, con la boca! –exclama Sakumo como puede con la boca abierta, donde Rin intenta imitarle, pero tiene más instinto de gato y repele la gota que le cae en la nariz.

 

– No me gusta el agua. – Rin se acerca al mayor para esconderse de la gotera, soltando una risa grave por lo divertido por las ocurrencias de los niños.

 

Coloca la olla en la parrilla, llena de verduras en agua y carne que preparó, suponiendo que una sopa sería el adecuado para menguar el frío que haría después, aunque sus hijos fuesen más tolerante al invierno que él.

Su memoria trajo de la nada un momento que suele rememorar en sueños. Uno que mira embelesado, después de una gran nevada, el pelaje de los menores cambiar a uno blanco como el de su madre y mimetizarse con el paisaje blanco, mientras él solo podía quedarse sobre una piedra apartado de ellos porque no soportaba la nieve. Apenas tenían tres años y era gracioso verlos moverse entre saltitos alrededor de su madre, la que aprovechaba de molestarlos al hundir sus cabezas en la nieve con las patas.

 

Sin poder evitarlo, extrañó a quién era y su mente viajó años atrás, a la primera vez que lo vio.

 

Kakashi…

 

Un cachorro entrando a la adolescencia se presentó ante él en una gran nevada y creía que era un fantasma que iba a buscar su alma por la imagen tan blanca que tuvo a sus ojos, luego de perderse en aquella gran montaña de su manada por enfadarse con su tío en pleno viaje, siendo salvado de morir sepultado en la nieve.

Este había procurado cuidarle en una cueva hasta que la nevada pasara y traerle agua junto a unos peces de quién sabe dónde los sacó, conociendo al omega más irritante y desconfiado de su vida.

 

 

El sol se colaba por donde estaba y estiró el cuerpo ante esa sensación adormilada que quiso quitarse de encima por el frío para lograr despertar, tomando asiento entre bostezos antes de caer en cuenta dónde estaba y qué hacía ahí, aceptando que la pesadilla fue real. Revisó el lugar, olfateando primero como acostumbraba a hacer, tapando su nariz al saber que estaba en una madriguera de alguien más por el olor y preocuparse de ser comido, ideando como primera opción salir de ahí, siendo detenido por un chico como de su misma edad a la entrada de la cueva. Su cabello era gris y sus ojos oscuros, de piel nívea que cubría con una yukata junto a una bufanda extraña hecha de pelaje animal castaño, no dejaba ver su boca o parte de su nariz. Al enfocarse en sus orejas o su cola, supo de inmediato que no era un felino.

 

– Este, hola… ¿me has traído a tu cueva?

 

– Sí, aunque no es mi cueva. –le responde, sintiéndose aliviado de poder interactuar en el mismo idioma. – Deben haberla abandonado, sino habría algún animal invernando en ella.

 

Se extraña que ese chico no entre y dudando si acercarse o no, se mueve a petición de sus extremidades dormidas, sintiéndose observado. – ¿Cómo te llamas? –Sonríe al ver que parpadea.

 

– Kakashi.

 

– ¿Solo Kakashi? ¿No tienes un apellido de familia? – Se acerca, divertido al verlo dudar si apartarse o no de él.

 

– No, no tengo. ¿Tú? – Pone entre ellos una cantimplora de agua hecha de bambú, aceptando esta y ver que daba un paso atrás al instante, como repelado por la cercanía.

 

– Me llamo Uchiha Obito. Gracias por ayudarme. –Bebe sediento, tragando como si no hubiera un mañana y al devolverle la cantimplora, alzando una ceja al encontrarlo a lo lejos detrás de una roca.

 

– ¡No es nada! –Le grita desde ahí.

 

– ¿Por qué te escondes? ¡No pienso hacerte nada malo, hey! – Iba a salir a sacarlo tras la roca, teniendo que tocar la fría nieve para regresar adentro de un salto y gruñir, odiando esta de inmediato o al idiota que le miraba divertido. – ¡No te rías, los felinos odiamos la nieve!

 

– Es gracioso. – Decide acercarse el lobezno en saltos, cayendo la mirada de Obito en sus pies descalzos para asombrarse de la forma que maneja el frío. – Moja y está helada, pero no me afecta como a ti.

 

– Es porque eres… ¿qué eres? –Mueve una de las orejas, percatándose recién que no sabe ni qué animal es.

 

–Soy un lobo, de los pocos que quedan. –La mirada de Kakashi se vuelve melancólica y no sabe qué decir al respecto, prefiriendo el silencio o…

 

– Nunca había visto un lobo, solo: roedores, reptiles, aves, e… rumiantes. – Empieza a enumerar de acuerdo a lo que recuerda, tan rápido para distraerlo, sacando un brillo en los ojos a Kakashi por su intento. – Y mi familia, que son felinos.  – Toma asiento, moviendo la cola al sentirse a pesar de todo a gusto con la charla.

 

– Deberías conocer a los que son salvajes, como los zorros. Ellos no maúllan subidos a una roca por ayuda.

 

Al comprender sus palabras se arisca, afilando la mirada avergonzado. – ¡Estaba perdido! Digo, sigo… –Mira el lugar y luego a él, bufando frustrado al imaginar el regaño que le darían. – Joder, ¿sabes dónde estoy?

 

– Hm… ¿un lugar seguro? –Encoge de hombros, restando importancia al asunto. – No me gusta vivir cerca de pueblos o los reinos, así que imagina la distancia que hay de ellos a acá.

 

Sus palabras solo le hicieron temerse lo peor, especialmente por lo que diría su familia cuando lo encontraran o él lo hiciera. Tenían su carácter y ya se imaginaba la especie de regaño.

 

Como no estaba herido, Kakashi le consultó de dónde venía si quería dirigirlo, explicando entonces que su camada acampaba cerca de un cruce desde que recordaba al viajar a Sunakagure y este le hizo un mapa después de comer pescado, con un trayecto claro en mente que podía tomar sin problemas si se transformaba.

 

– No andes de perdedor, perdiéndote por ahí.

 

Había dicho -lo tenía presente al tocarle el orgullo-, después de desaparecer sin que lograra despedirse una vez estuvo cerca de la tienda de campaña donde se encontraban algunos de sus familiares y lo recibieron con abrazos junto a regaños por rebelde. No obstante, él no lamentaba haberse perdido porque había llegado a conocer a Kakashi y si en algún momento creyó que sería la última vez que lo vería, estaba completamente equivocado.

Los dos buscaron por un largo tiempo un modo de encontrarse, habiendo como lugar de encuentro una pequeña casa de té y takoyakis para viajeros por la noche, casi a las afueras de las puertas de su reino. Escabulléndose de los guardias, cualquiera que pudiera reconocerlo y pasar toda una noche hablando con Kakashi sobre lo que fuese, entre risas y comida.

 

 

“Esos eran buenos momentos”.

 

Suspira, volviendo al presente y ver a sus cachorros sin modales al comer, masticando la carne de rata a tirones mientras él bebía de la sopa que se preparó. Debía regañarles por jugar con la comida, pero lo haría en otra ocasión. Eran demasiado adorables y pequeños, que aún dependían de sus padres para subsistir, por más que notara que la madre de esto ya les estaba enseñando a cazar por las ratas que trajo Sakumo.

 

 

Un relámpago pasó cerca, alumbrando la estancia y asustando a los cachorros con su ruido, teniendo a estos bajo sus brazos en un parpadeo que les sacó una carcajada.

 

– Hey, no hay que asustarse, no pasará nada. – Ubica el plato a un lado, atrayendo estos hacia sí y hacerles cosquillas, escuchando sus risas al instante junto sus movimientos por intentar zafarse de él. Deteniéndose al momento que otro relámpago resuena, llevándose Obito también un susto al alumbrarse una presencia tras la puerta, la cual se abre y los cachorros gritan exaltados, hundiendo sus cabezas en su pecho.

 

– ¿Tanto miedo doy que llegue? Qué crueles son.

 

La voz conocida los saca del estupor del miedo, asomando las cabezas los menores antes de saltarle al recién llegado eufóricos y alegres, ignorantes de la mirada de la pantera.

 

– ¡Mama, odio los truenos!

 

Rin abraza con energía y Sakumo asiente con la cabeza, imitándolo. Sacando una sonrisa al albino que se quita el sombrero de paja que traía puesto y removiéndose para librarse de algunas gotas del cuerpo, provocando las risas y quejas de los pequeños al instante al sentirse empapados.

 

Al subir la mirada se topa con los de la pantera que bien conocía, sonriendo con los ojos al llevar una bufanda algo degastada cubriendo la parte inferior del rostro.

 

– Hola. Pensé que vendrías después de la lluvia, Obito. – Tose, empujando a los menores con él y tomar asiento cerca del calor de la lumbre, frente a este, más no cerca. Una cercanía que añoró el otro y se contuvo de replicar, sonriendo resignado.

 

– También yo y acá estoy. – Se cruza de brazos, hundiendo los dedos ocultos de la visión del lobo, tratando de verse natural y sacar un tema, recordando que al llegar encontró a los niños solos. – ¿Dónde estabas? No puedes andar por ahí y dejarlos solos, Kakashi.

 

 El albino entrecierra los ojos y mira ambos menores, diciéndose a sí mismo que no era el momento adecuado para discutir. – Dónde estaba es lo de menos y si faltase un día, ellos saben qué deben hacer en mi ausencia. –concluye, oyendo un leve gruñido del moreno que no pasa desapercibido por los menores.

 

– Es cierto, nos podemos cuidar solos. –añade Sakumo, cual mirada le recordaba a Kakashi de niño a Obito. Miró a Rin, este apoyaba a su hermano al hacer un asentimiento de cabeza.

 

Se muerde la lengua, que por más que no le gustase tal respuesta, no había forma de poder opinar. No estaba con ellos, era alguien ajeno y su corona, su honor como alfa, no valía nada ahí. Lo que dolía y le quedaba nada más que conformarse, porque de ser otro omega el que estuviera frente a él, ni siquiera estaría ahí o cerca de sus cachorros que habían aprendido a crecer rápido, independiente de él.

 

– Bueno, ¿tú has cocinado? – Le saca del estupor, Kakashi, que miraba con curiosidad lo que había cocinado y olfateaba. – ¿sabes cocinar? –Ríe y no puede evitar sonrojándose, porque la última vez que el omega lo vio hacerlo falló terriblemente.

 

– No es la gran ciencia, ¿sabes? –Presumido sonríe, queriendo dispersar los pensamientos negativos y enfocarse en el momento de forma amena. – Come, te abrigará el cuerpo. – Le tiende un plato de sopa, alegrándose que lo reciba.

 

– Oh, lo dice quién quemó dos patos y exagero con la sal. Gracias. –Los cachorros rieron al recordar, provocando que gruñera al traer ese vergonzoso momento. Hacía meses atrás los acompañó a los tres a cazar o enseñarles a Rin y Sakumo, perdiendo parte de la comida por meterse con la cocina de Kakashi, el que salvó el día.

 

– Es lo de menos. –Unas infantiles risas no se hicieron esperar, suponiendo que lo que diga en su defensa no aminorará las cosas, omitiendo cualquier comentario mientras Kakashi come.

 

Al cabo de media hora, los cachorros fueron a dormir y como su intención era quedarse a solas con el omega, espero escuchando la lluvia caer a que se desocupara de ellos, tomando asiento cerca de él con un paquete en mano en el exterior de la cabaña, que tenía una extensión ancha del techo.

 

– ¿Cómo… has estado? –Intenta entrar en una charla al sentirse tenso por el silencio que hay en ambos, sobre todo si hay sentimientos de por medio y no es debido expresarlas, conteniendo el deseo de su alfa por acercarse.

 

– Bien, a pesar del clima. – Voltea a mirarle, soltando un soplido bajo la bufanda, Kakashi. – ¿Tú…? Parece que muy bien. Te ves más relleno. – Enfoca los ojos acusadoramente al vientre del alfa.

 

Frunce el ceño por aquel último comentario. – Tsk, tú en los huesos a pesar de decir que estás bien.

 

Aparta la mirada el omega, mirando su propia mano antes de esconderla. – Estoy bien, he tenido inviernos peores. La mayoría de la comida se los dejo a Rin y Sakumo, porque están en desarrollo.

 

– Aun así…

    

– No es necesario que te preocupes por mí. Enfócate en ellos, los niños, ¿sí? – interrumpe antes que pueda hablar. Reparando Kakashi en lo que tenía en mano Obito, un paquete que le es lanzado con un poco de mal humor y tantearlo con los dedos al atraparlo, curioso. – ¿Esto?

 

– Es para que cambies esa vieja bufanda que traes.

 

– Obito.

 

– Deja de darme órdenes, tengo mi paciencia, Kakashi. – expresa, palmeando con la mano el piso y mirarle iracundo. Odiaba que le evadiera, buscara el modo de apartarle, si sabía también a lo que venía ahí. – Acéptalo, como un regalo o como quieras.

 

Una sonrisa débil se esconde del lobo, negando con la cabeza ante sus palabras y con la mirada fija en el paquete, procediendo con calma a abrirlo para vislumbrar una tela suave de color verde musgo con un estampado de gorriones en un azul oscuro.

 

– Gracias. – Saca la bufanda por completo del papel que le envuelve, la que cambia al cabo la vieja que trae por esa nueva y darle inconscientemente por unos segundos a Obito de contemplar su rostro por completo al descubierto.

 

 Sonriendo del mismo modo que el omega lo hacía junto a ese lunar que le llamaba, Obito trataba de controlar sus ansias por írsele encima y besarle, quedando un tiempo en silencio junto a la lluvia de que Kakashi vistiese aquella prenda.

 

 

La brisa era helada y detestaba con su ser comprender que el invierno se acercaba a las montañas, mirando con atención ese día a Kakashi con los pies hundidos a las orillas del río para pescar alguna pez, mientras él estaba recostado sobre un tronco deseando pasar más momentos así con él.

 

De algún modo se había acostumbrado a su presencia y siendo que de niño era divertido jugar, cazar o charlar con Kakashi como amigos, no pudo evitar con el tiempo mirarle con otros ojos, sin caer en cuenta cuándo su alfa empezó a sentirse atraído en un todo de las formas como pensar en algún momento en marcarlo, reclamarlo como suyo.

 

“Pero es un lobo y yo una pantera, no hay modo.” Se decía, desahogando su frustración con bromas a Kakashi o discutiendo hasta de las cosas más banales hasta llegar a los golpes en ocasiones, buscando la forma de aceptar que su relación sería siempre de amigos.

 

– ¿Por qué no cazas una liebre en vez de un pez? Seguro sería más fácil. – Comenta aburrido de verle parado en silencio y quieto, recibiendo un “shh” por parte de Kakashi. – Digo, a estas fechas dudo que encuentres peces.

 

– Lo haría, pero la mayoría de los animales terrestres comienzan la hibernación y la humedad no ayuda al olfato. – Le responde, notando que baja los hombros y se revuelve los cabellos, caminando hacia él.

 

– ¿Ya te rendiste? Me desilusionas. Malo lobo, malo. –Finge bromista estar desconforme como las viejas estiradas del reino, sacando una risa al lobo para terminar acompañarlo.

 

– Idiota. –Suspira el otro, saltando para tomar asiento a su lado y molestarle con la cola en la cara. – Espero encontrar algo qué cazar, no quiero terminar comiendo ratas antes de ir a los altos.

 

Obito, quitando la cola blanca y afelpada de su rostro, solo gruñe. Tal tema no le gustaba hablar, especialmente porque sabía el motivo de esos viajes largos a los altos, sintiéndose en parte aliviado de que Kakashi nunca llegara con una sorpresa de ahí arriba.

 

– No sé a qué vas allá. –Bufa, colocándose boca arriba. – Ya no hay lobos, eres el último y si los hay, no piensan volver. –Le mira de reojo, más este parece neutral en sus palabras y al final asentir con la cabeza, viéndose perezoso al encogerse.

 

– Quizás tengas razón. En la tribu de los zorros me ven como el único. –dice, percibiendo esa melancolía en el omega de Kakashi. – Kushina-san siempre me motiva a seguir intentando, pero quizás deba marchar y buscarlos, ¿no crees?

 

Abre amplio los ojos, frunciendo el ceño al cabo. – ¿Irte? ¿A qué? Solo irás a perder el tiempo.

 

– Uh, no sé. –Se rasca la cabeza, escuchando una risa queda mirando el cielo. – Aun así, no puedo quedarme aquí, las hiervas que comen otros omegas no me afectan y prefiero ahorrarme evitando, eh… –Obito alza una ceja al percatarse que se detiene, riendo ahora él al saber que se ha avergonzado por no poder decir “celo”, palabra tabú para Kakashi que le causa gracia.

 

– Lo sé, no te pongas como un tomate. –Le pica, obteniendo un gruñido.

 

– Debí nacer alfa, es odioso ser omega y preocuparte por esas cosas.

 

Obito piensa sus palabras y suelta un “tal vez”, pues Kakashi no era muy de actitudes de omega al ser criado más por el lado alfa de la tribu de zorros o familiarizarse con él, que era un alfa también. Lo único más parecido a omega en su amigo era el aspecto llamativo de lobo, un atractivo que muchas noches lo ha tenido en vela y le ha dado buenos orgasmos en su imaginación, sin llegar a sentirse interesado en algún omega felino. Qué va. Hasta Kakashi a veces tenía más elegancia natural que un felino.

“Tal vez” Kakashi tenía razón, porque de ser un alfa, lo más probable no se hubiera fijado mucho en él y sería su amigo, no con quién tenía fantasías poco sanas. O quizás andaría en las mismas. Venga a saber, con lo raro que son sus gustos –admite-.

 

Maldice. El punto es que lo quiere para sí y detesta la idea que se vaya a los altos a controlar sus celos, mientras él se la pasa como pantera enjaulada todo el invierno, rezando hasta por los dioses que no cree para que no llegue presentándole a un lobo –o quien sea- y en cinta.

 

– Kakashi. – Le llama, levantándose de la rama para quedar sentado también y verle de cerca el rostro. – No vayas a los altos, quédate acá.

 

– ¿Qué estás diciendo?

 

– Se mi omega. –Confiesa decidido y sonrojado, provocando una parecida reacción en el rostro del lobezno al tomarle desprevenido.

 

– ¿Qué tú… qué?

 

Acerca la diestra al rostro de Kakashi, bajando aquella bufanda que siempre porta y acariciar sus labios, negándose a pensar en sus acciones cuando tiene claro lo que desea, por quien ya tiene parte de su vida en sus manos.

 

– Se mi omega, Kakashi. – Suplica con los ojos, cortando las distancias de sus rostros y robarle el primer beso de ambos. Uno lento y suave, queriendo grabar su tacto en la mente.

 

 

¿Qué podía decir o hacer? La garganta se le atoraba de palabras que no debía decir y acciones que no tiene prohibidas demostrar, gruñendo frustrado en su interior con un sabor agridulce en la boca ante lo lejos que se siente con él.

 

– ¿Cómo me veo?

 

Sale de sus pensamientos, elevando la cabeza para apreciar a Kakashi acomodarse la bufanda, sonriendo de lado antes de dejar escapar un bufido y sentirse en una tortura de añorar tantas cosas, porque quiere decirle que vistiendo una bufanda roñosa o nueva, siempre se verá increíble a sus ojos, hermoso. Que la edad no le pasa por encima y detesta que se vea bien, porque no hay día que no pase por su mente que otro alfa que tenga más libertad que él lo corteje, lo conozca, sepa que gusta de pescar peces a otro animal por su carne y es casi ermitaño, ya que le cuesta llevarse con otros por culpa de su padre o él. Que descubran que es un asombroso omega por cuidar de sus cachorros sin ser necesario tener un alfa a su lado y procura siempre ayudar a los habitantes de las montañas, sin importar su relación. Es más, que lo amen tanto como él lo hace e ignoré lo que significa una cola cortada, porque no fue su culpa, sino de él y sus sueños estúpidos, de dejar un reino por una vida a su lado e ignorando la crueldad de su propia familia para preservar la estirpe. Porque no fue su culpa, sino de él, que lo trataran así y le dieran deshonra, solo porque le prometió quedarse a su lado, tener una loca familia, viajar juntos a otros lados. Amarse.

 

– ¿Obito?

 

Como si sus piernas tuvieran vida propia, se puso de pie y sin decirle nada, empezó a correr bajo la lluvia, subiendo por las ramas de los árboles, rugiendo hasta llegar al lugar más alto bajo la copa de un árbol y lejos de aquella casa. Quedando con la cara empapada, ocultándose las lágrimas de sus ojos al volver a la forma humana y oír a lo lejos la voz de Kakashi perderse en el sonido de la lluvia, llamándole.

 

¿Qué había conseguido?

Su abuelo había sido muy claro, que de irse con el lobo que había decidido emparejarse, llevaría a sus hombres a las montañas y que mataría a todo salvaje en ellas hasta dar con ellos, sin importar destruir la paz que desde antes que naciera se fijó: entre la tribu de los zorros y el reino de las panteras. El linaje y la paz debían prevalecer, tenía que gobernar sin importar qué, sin lo que él llegaba a sentir, lo que su lado alfa exigía… a quién amaba.

 

– Madura, Obito. Esto es la vida real y tienes que sentar cabeza. –Recuerda las palabras de quién más odio en toda su vida. – Agradece que lo haya dejado irse y que seguro a nadie llegue interesarle. – Aquel que no solo le hizo miserable a él. Abrazando la cola blanca manchada de sangre con un gran coraje y dolor en el alma, como único consuelo.

 

– Yo no quería, yo lo siento… yo les amo, Kakashi. – habla ido en sus recuerdos, apoyado al tronco y cayendo sentado en la rama donde está en pie, mientras alguien está entre las raíces del árbol y la tierra húmeda, comprendiendo más que nadie el dolor que sentía, escuchando sus palabras en completo silencio.

 

Su estadía fue corta a otras veces, mirando de mala gana una montaña donde detrás se encuentra su reino junto al buen día que hacía para no darle motivos de volver. Debía llegar sí o sí, ahogando el sentimiento. Si algún día le hubieran dicho que apreciaría más pasar con la familia que hizo con Kakashi a su deseo de ser rey, seguro habría golpeado a quien lo dijo, más ahí estaba a un paso de comenzar el retorno y uno atrás, donde los cachorros junto al omega le iban a mirar marchar.

 

– Bueno, es hora de partir… –A voz grave sobresalta a los menores, que no miraban a gusto que se fuera y Kakashi se mantenía a una distancia prudente, esperando de algún modo hiciera lo mismo.

 

– ¡Trae dulces de leche! – Exclama Rin, robándole una sonrisa.

 

– Veré… –Alborota su cabello, observando a Sakumo dudar en decirle algo o no, posando la mano también en su cabeza en gesto de cariño. – ¿También quieres dulces? –Niega con la cabeza rápido el menor, acercándose y abrazarle por la cintura con energía, hundiendo su cabeza ahí. – Sakumo…

 

– Regresa pronto, papá. –Musita, temblando ante la sensación con la cual se familiariza, soltando un ronroneo sin poder evitarlo. Los malditos adorables le iban a hacer llorar.

 

– Estás llorando, perdedor. – La voz de Kakashi lo saca de su momento sentimental, gruñendo por la forma tan fría que era veces para esos instantes, que ya sabía solo era una pantalla. El omega era más sensible que él, simplemente no gustaba demostrarlo.

 

– Oh, cállate. – Se aparta un momento de Sakumo e iba directo a él, abrazándolo sorpresivamente, hundiendo la nariz en su cuello junto a la bufanda y aspirar su aroma a la vez que siente su cuerpo tenso, queriendo memorizar cada sensación antes de marchar. – Cuídate.

 

– Sí. –Asiente el albino, ocultando los ojos de él, sin levantar la cabeza. Supone que es lo único que puede obtener del omega.

 

Era su culpa después de todo. Tenía que solo apreciar la ausente cola del lobo para saberlo, recordando que de niños gustaba de atrapar esa esponjosa y larga cola con la propia en modo de juego.

 

“¡Nos vemos!”

 

Grita a la distancia, tomando la forma de pantera para viajar más rápido, usando el mismo camino que antes y desahogarse con troncos caídos por la gran lluvia que duró días o los árboles, los arañazos que daba, queriendo que el tiempo corriera pronto para verlos.

 

A lo lejos escuchó unos aullidos que le sobresaltaron, pasmándolo, provocando que sonriera al entender el mensaje.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

– ¡No, quédate!

 

Grita con sobresalto, que olvidando dónde estaba, se fue de espalda con silla junto a varios libros y papeles al suelo, soltando un quejido de dolor al golpearse en la caída y recordar que se había quedado dormido mientras leía.

 

“Viejas historias del ayer” Se llamaba el último libro en el cual estaba inmerso, todo por ser parte de un proyecto en el que trabajaba.

 

Gruñendo, se fue moviendo hasta lograr estar en una postura sentado en el suelo, quitándose unos libros y el papel pegado en la mejilla, escuchando una risa muy conocida a la cercanía. Dio una mirada en dirección en la puerta y le tiró un papel hecho bola en venganza por burlarse de su persona como una reacción natural muy acostumbrada.

 

– Vaya manera de despertar, ¿todo bien?

 

Aquel con un movimiento de cabeza logró esquivar dicho papel, regalándole una sonrisa y caminando hacia él vistiendo un pijama de buzo holgado plomo, sin poder evitar escanearle de arriba/abajo para lograr sentirse aliviado al apreciar el vientre abultado y reconocer que había tenido una pesadilla muy vivida, demasiado para atacarle internamente el sentimiento de impotencia o desolación en el centro de su pecho.

 

– Estoy bien. Creo que me tomaré el día, sino vomitaré mi doctorado y tendremos que vivir de mis dangos.

 

El albino al comprender el mensaje, negó con la cabeza y extendiendo la mano, ayudarle a levantarse.

 

– Definitivamente tómate el día, tus dangos saben horribles y moriremos de hambre.

 

El de cabellos oscuros se carcajeo desganado, aceptando su mano para colocarse de pie y no apoyarse completamente en él por el estado de su pareja, que sin demora corta la cercanía para apoyar la mano libre en su vientre y darle un beso en la mejilla, quedando pegado al otro.

 

– No digas eso, no quiero que mi hijo tenga una mala impresión de su padre, Kakashi.

 

El nombrado rueda los ojos al oír eso en tono meloso e infantil, cavilando como en otras veces, en confirmar sus sospechas que Obito nunca cambiaría y seguiría hasta el fin de sus días aquel niño enérgico que le reprochaba sus palabras, cuando él solo era sincero… en ciertos comentarios.

– ¿Cómo está el niño bonito de papá? ¿Amaneciste bien?

 

Resignado, Kakashi solo lo deja hacer y preferir omitir palabra alguna, escuchando el ronroneo de su pareja mientras le frota el vientre. Mirando por encima de este como la cola ajena y oscura se ondula animada en lo más alto que puede llegar.

 

– Sé que he engordado, pero no soy una bola de cristal y el bebé un ser mágico para que salga como genio de lámpara mágica. – dice ya demasiado avergonzado de la situación, la vergüenza ajena que le daba su pareja o su estado, para tener a Obito tan meloso en el manoseo en su hinchado vientre. Usualmente no lo era tanto, pero estaba empecinado el serlo el día de hoy para no soltarle por lo visto.

 

– Pero podríamos hacer el intento, uno nunca sabe. – Entre risas y una sonrisa resplandeciente, comenta divertido, teniendo bien claro que ya estaba hostigando a Kakashi con sus cariños, que justo hoy se hacían muy fuertes por la pesadilla que había tenido. – Quizás hasta nos cumplas tres deseos.

 

– Payaso. – Bufa por lo bajo, cayendo las orejas blancas y tratando de apartar las manos de Obito.

 

– Solo un poco más. Consuélame, tuve un sueño horrible. – Sigue meloso, hundiendo la nariz en su cuello y frotarse, sabiendo el efecto que producía en su pareja, especialmente embarazado. Sonriendo malicioso al ver su rostro enrojecer como el sentir su cuerpo tensarse. 

 

– Que bien, no los pille en sus cosas.

 

Una tercera voz infantil se hace presente en el cuarto, volteando los dos sonrojados para ver quién los atrapó muy juntos, sonriendo nervioso Obito al dar con su primogénito de cinco años y con cara de pocos amigos, abriendo la boca para apuntarse esta con el dedo. – Tengo hambre.

 

Igual que en sus sueños, pero quejón como nadie, el menor que a pesar de su edad su mirada era fría, quizás más que la de Kakashi en su infancia; Obito tenía claro que la culpa no eran de los genes de su “lobito”, sino de su propia familia, que fácil pasaría por un felino si no fuese que al transformarse era su “lobito junior”. Su cola negra afelpada y sus orejas se lo demostraban.

 

– Qué gustos raros son los tuyos, idiota. No me digas nada, es tu familia y tú elegiste de pareja un lobo, un canino. – Su “madre” se lo recalcó una vez le dijo que sentía que su hijo no lo quería, muy en estado en ebriedad y está, siempre dulce -notase el sarcasmo- se lo recalcó, al final comprendiendo que eso no tenía nada que ver. Si Madara era así de amorosa, claramente su hijo salió a él. 

 

– Haré el desayuno. –Oír gruñir a Kakashi le sacó una risa al alfa, que bien lo conocía para saber que se sentía frustrado por las hormonas del embarazo. – Ya luego tú y yo hablaremos. – le dirige esas palabras a él, alborotando los cabellos de Sakumo y empujarle a la cocina, dejándole con una idea de que no podía jugar siempre con su estado, con coqueteos que no iban a parar a las ligas mayores porque estaba ocupado con el trabajo o caí muerto antes de pasar a segunda base.

 

Suspiró, sintiendo entonces los ojos arder y al ir arrastrando los pies al baño, mirar su rostro. Por donde se viese estaba horrible, con ojeras entre las ojeras, más pálido de lo usual y claramente agotado. Miró la tina y la idea de un baño relajante no era mala, todo lo contrario, abriendo la llave para llenarla, perdiéndose en el agua con atención.

 

– Imaginar que mis antepasados vivían de ese modo.

 

Pensó en voz alta, agradeciendo infinitamente que actualmente la libertad de elegir a quien amar no estaba dispuesto a seguir un linaje, ni rama principal en algún clan. Maltratando omegas, sometido injustamente por mirarse por debajo de la jerarquía. A veces no faltaban los idiotas que seguían viejas creencias y doctrinas, pero en su caso propio, él pudo elegir por quién su corazón había destinado, donde conquistó y no sometió a su pareja, logrando el día de hoy una familia.

 

Sumergido en el agua templada de la bañera, lentamente todas sus tensiones se fueron apaciguando y cambiar el estrés corporal por uno de consuelo, después de trabajar tantas horas frente al escritorio o yendo de un lado a otro, cobrándole una factura increíble al empaparse de historias que le hicieron tener aquella pesadilla. Él sencillamente se volvería loco sin estar con el mandón de Kakashi a su lado, discutiendo o recibiendo su atención, mucho menos el no tener a Sakumo y su bebé no nato, el cual ya tenía nombre.

 

“Rin” Sonríe, rememorando a su hijo en sueño y el que seguro le pondría el mundo de cabeza como Sakumo cuando nació.

 

 

 

 

 

Fin.

 

                                                                               

Notas finales:

¡Hello!

Hace tiempo me ha entrado el bichito de esta temática en particular y lamentablemente no puedo dejar de escribir de ellos. No sé, veo OBKK por todos lados @_@ y no se me ocurre casi nada SasuNaruSasu, digo... los adoro, pero no me pueden tanto como ellos akshdjhasj.

Así que si saben qué escribo, no se quejen ¿¿??

Espero les haya gustado y me tengan paciencia con "Mini-Historias", porque ando escribiendo otra donde va enfocado el omegaverse (;; pero sin colitas y orejas, ay). 

Sus comentarios son muy valiosos para mí y si me da algún consejo alguna escritora, yo feliz. 

¡Nos leemos, se cuidan y se lavan los dientes después de cada comida!


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