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Apuestas y demostraciones por InuKidGakupo

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Sokka lo miró a los ojos y dejó ver claramente la extrañeza ante aquella propuesta, parpadeando repetidas veces mientras intentaba digerir y entender lo que Zuko acababa de decirle tan seriamente.


—Dijiste que era una emergencia — soltó, mitad reclamo mitad mera incredulidad, levantando las cejas en una expresión que a Zuko le hubiera dado risa sino fuera por el nerviosismo que crecía fuertemente en su interior, sintiendo incluso sus labios vibrar sobre su cara, parecía como si estuviera a punto de llorar, pues la vergüenza era tanta que no le cabía ya dentro, sintió el arrepentimiento sobre sí y quiso desaparecer, seguía sin creer lo que le estaba pidiendo.


—Bueno...  una emergencia... por querer jugar — Sokka frunció el ceño y se cruzó de brazos, sin poder creer aquello y claramente molesto por tan boba explicación y falta de fundamentos.


—Traje mi espada y todo, Zuko. Dijiste que estabas en peligro y sólo yo podía ayudarte, y luego dices que sólo quieres jugar Pai Sho. Amigo, pensé que yo era el tonto del grupo, ¿qué pasa contigo? — Zuko volvió a sonrojarse ante el reclamo y apartó la mirada al suelo, jugando con la punta de sus dedos en indecisión, mostrando también la culpa filtrada en su expresión apenada, pero no por eso iba a echarse para atrás, no podría hacerlo a esas alturas.


—Bueno, yo... — tomó aire, sintiendo la adrenalina desbordarse. — ¡Me obligaste a hacer todas esas cosas antes, así que...! — frenó su impulso al soltar aquello, fijándose en Sokka una vez más y colocando un rostro firme, no quería vacilar, mucho menos que el guerrero del sur notara sus negras intenciones. —Si te decía la verdad no ibas a venir. Es mi turno de obligarte a jugar a lo que yo quiera, ¡Me lo debes! — señaló, con una expresión estoica muy apegada a la de siempre, lanzando su típica mirada amenazante y apática a Sokka, metiéndose en su bien sabido papel de Señor del Fuego; monótono y formal.


— Si estabas aburrido y necesitabas un poco de mí gran ingenio y agradable personalidad en tu tonto y aburrido palacio, solo tenías que pedirlo, Zuko, me hiciste preocupar — el maestro fuego asintió suavemente, concediéndole la razón, pero no borró la decisión de sus facciones, sonriendo malicioso a Sokka sin darse cuenta él mismo.


—Sí, claro, sólo necesitaba a alguien a quién patearle el trasero — el moreno se encogió de hombros y finalmente relajó su expresión, guardando su bumerang en su espalda y dejando ir un suspiro hondo, parecía bastante estresado al llegar ahí luego de la ayuda que le había pedido Zuko se había sentido en peligro, pero al notar que todo estaba bien podía volver a ser el mismo.


—Tranquilo, que me extrañabas Profesor Calor, además, no hay nadie como yo para los juegos, soy el capitán diversión. Andando, no creas que esta vez será fácil ganarme, he estado practicando — le guiñó un ojo, emocionado y confiado como siempre, usando aquellos apodos bobos que había aprendido de Toph. En otro momento habría replicado ante aquello pero no podía hacer más que sonreír mientras veía a Sokka caminando por sí mismo a su habitación, cayendo sin problemas en su perverso y elaborado plan. 


Sokka se dio el descaro de abrir la mismísima puerta del Señor del Fuego y entrar, sentándose en el centro del cuarto donde ya estaba un tablero de aquel juego organizado y listo para ser usado.


Zuko entró apenas un poco después, cerrando con seguro aquella puerta que los separó del exterior, dejándolos en un ambiente bastante relajado -por ahora-, personal e íntimo que hizo sudar las manos de Zuko al instante, agitando también su noble y joven corazón.


El maestro fuego se sentó al frente de Sokka al otro extremo de aquella mesa ratona con el tablero del juego sobre la superficie, quedándose quieto por lo que parecieron minutos enteros, con la cabeza abajo y las mejillas calientes, sin saber si era capaz de llevar a cabo su plan y dar el paso que seguía en aquel tétrico y pervertido juego.


— ¿No planeas tirar? ¿O es que me vas a dejar ir primero? — Zuko finalmente miró a su compañero ante aquellas palabras, encontrándolo sereno aunque extrañado, mirándolo con ese aire cargado de diversión y despreocupación, tan disperso y liviano que Zuko volvió a sentirse impaciente y dudoso, apretando los labios mientras pensaba claramente lo que tenía para decir.


—Yo... eh, Sokka, esta vez las cosas se jugarán diferentes — el moreno levantó una ceja en incógnita y Zuko tragó duramente, dándose el valor. — La vez pasada dijiste que para hacer este juego más interesante, podríamos hacer una apuesta — Sokka se cruzó de brazos, pensativo, como intentando recordar aquella última vez, frunciendo duramente cuando pareció dar en el blanco.


— Yo... dije muchas cosas, ¿sabes? Así que... yo... no sé de qué hablas — Zuko notó la incomodidad en Sokka y también un extraño nerviosismo similar al de él, endureciendo su expresión al notar que comenzaba a evadir su mirada.


— No te hagas el tonto, Sokka, sé un hombre y acepta lo que dijiste — esta vez la duda pareció haber desaparecido y su voz sonó igual de firme e irritada como siempre, haciendo a Sokka hundirse en su lugar.


— Oye, yo sólo... lo dije por decir — murmuró lo último, rascándose la nuca en incomodidad ante los recriminatorios ojos dorados que lo amenazaban con aquella profunda mirada. Suspiró tras un momento, cerrando los ojos un segundo mientras finalmente se daba el valor, aceptando dentro de su cabeza la idea que había salido de sus propios labios hacia un par de días, sabiendo también que Zuko no pararía hasta hacerlo caer, después de todo, para Sokka era claro que todo ese lío no se trataba más que de una venganza luego del horror por el que lo había hecho pasar la última vez. —Bien, Zuko, de acuerdo, hagámoslo — soltó, decidido y con el entusiasmo recuperado.


Zuko asintió ante aquello, bastante complacido con que lo aceptara fácilmente y con qué sonara tan ligero, la preocupación que lo había estado ahogando todos esos días pensando en si las cosas funcionarían o no finalmente se apaciguaba en su pecho. Sonrió amplió y asintió una vez, formando un rostro desafiante y competitivo que Sokka imitó al instante, agradecidos ambos silenciosamente con que su amistad se sintiera igual de fresca que siempre, sin importar lo que hacía unos días había sucedido.


—Entonces será así, Sokka, el que pierda, tendrá que quitarse una prenda de ropa — puntualizó, frunciendo en decisión.


—Espero que traigas ropa interior limpia, Señor del Fuego, porque acabaré contigo — levantó un puño en el aire, orgulloso ante lo que creía era una victoria asegurada.


[...]


—.... y con esto — movió una pieza y no pudo evitar sonreír, dándole una mirada por el rabillo del ojo a Sokka antes de finalizar su movimiento. —Te gano..., de nuevo — el moreno bajó los hombros y agachó el rostro con congoja, suspirando hondamente mientras la última pizca de diversión se desvanecía de su expresión.


—Bueno, ahí va mi dignidad — murmuró, poniéndose de pie pesadamente y desabrochando la cinta de su pantalón, manteniendo los ojos cerrados y los labios fruncidos en derrota, no quería presenciar él mismo su humillación.


Zuko no pudo evitar relamerse los labios cuando Sokka lentamente -por la vergüenza que el acto provocaba en él- se quitaba los pantalones y se dejaba ver de cuerpo completo en su casi desnudez. Sintió su corazón agitarse fuerte cuando sobre las mejillas del guerrero de la tribu agua se dibujó un sonrojo, haciéndolo lucir vulnerable y accesible al punto que el Señor del Fuego se impacientó, tragando duramente y siendo agitado y azotado él mismo por la sangre hirviente en su cabeza.


— Ganaste, Zuko, ya no tengo nada más por perder -y no voy a quitarme la ropa interior-, así que... se acabó el juego, ¿feliz? — soltó, notablemente irritado con su constante pérdida en ese juego y por haber acabado semi-desnudo ante un Zuko que no se había quitado ni un calcetín.


—Tampoco quiero verte sin tu ropa interior, gracias — levantó una mano en el aire, con tanta diplomacia que parecía estar rechazando aquello por pura formalidad. —Sin embargo, mi amigo Sokka — el mencionado soltó aire duramente y supo que muy probablemente las cosas se pondrían peor para él con aquella extraña premisa. —La vez anterior jugamos ocho partidos — sonrió y Sokka frunció ante ello, con temor y duda en la mirada al tratar de imaginar con qué cosa saldría ahora aquel joven monarca. —Y para llegar a ese número faltan tres juegos más — levantó su mano con tres dedos erguidos para remarcar su punto, mirando desde su lugar en el suelo a Sokka, quién seguía de pie al otro lado de la mesa portando solo su blanca ropa interior.


—No voy a quitarme esto, Zuko — se aferró a sus calzoncillos con decisión, pero recibió una negativa acompañada de una risa maliciosa y divertida. Hacía rato que Zuko sentía que se estaba perdiendo a sí mismo, contemplar el pecho de Sokka, sus brazos, sus labios, su cuerpo en general, trabajado y cálido a unos pasos de él lo estaban tentado demasiado, lo hacían sentir poderoso, ansioso, como si con aquella figura lo provocara; y él sin resistencia estaba cayendo.


—Vamos a jugar esos partidos... pero tendrás que pagarme de otro modo — de nuevo los labios del moreno se fruncieron, Zuko los miró temblar y sintió esa adrenalina recorrerlo, ese deseo de poseerlos.  —Si pierdes, harás lo que yo diga, lo que sea que yo quiera que hagas, lo obedecerás — Sokka gruñó por lo bajo y sus ojos cayeron al suelo, pensativo, pero también derrotado.


—No sé porque siento que esto acabará mal para mi trasero — respondió, entre bromista y serio acompañado de una risa floja y casi forzada, dedicando un momento una mirada de súplica a Zuko, una demasiado fugaz pero con mucho significado.


Zuko entendió que tenía miedo a lo que fuera a decirle, a lo que fuera a pedirle, y entendió también que muy probablemente Sokka esperaba algo muy diferente, algo radical y extremista, doloroso o peligroso, contrario por supuesto a lo que el Señor del Fuego tenía en mente. Hizo caso omiso al ruego silencioso de sus ojos y volvió a sonreír, logrando poner a Sokka nervioso e irritado, imaginando que lo obligaría a pasar por terribles castigos en venganza a lo de la otra vez, no le había bastado con humillarlo con su desnudez y su derrota, seguro que lo haría caer en lo más profundo de la vergüenza para restregar su superioridad ante su inminente pérdida.


—Bien... terminemos con esto de una vez — se sentó y cruzó sus piernas de nuevo, sintiéndose altamente incómodo con su casi nula vestimenta y con los ojos de Zuko que constantemente iban a su persona.


Ni uno de los dos fue muy consciente de la tensión sexual que se generó en el aire, que los recorría cada que los dorados orbes del Señor del Fuego caían sobre el pecho desnudo de Sokka o acariciaban en su lejanía sus brazos o sus piernas, saboreándolos, apreciándolos, deseándolos tan fuertemente que el guerrero de la tribu agua quiso abrazarse a sí mismo un momento para buscar cubrirse, para buscar ponerse a salvo de aquella lujuria que no comprendía pero que sí sentía sobre de sí, el deseo del otro reflejado en sus ojos claros que lo hacían dudar y temblar como una hoja al viento, sin querer moverse de su lugar.


— Ya — dijo de pronto Zuko, en un susurro que pareció el vacilar del viento en sus mejillas.


— ¿Ya qué? — su voz sonó rasposa y carraspeó tratando de aligerar esa sensación de asfixia, pero esta solo se incrementó al mirar a Zuko sonreír ladinamente, mirándose hasta cierto punto, seductor.


—Ya gané el juego, ¿acaso no estás presentando atención? ¿Algo te está distrayendo? — se burló con malicia y agradeció internamente no ser el único distraído, pues teniendo a Sokka así y bajo la idea de lo que seguía tuvo incluso miedo de perder, se sentía demasiado desconcentrado, para su suerte Sokka lo estaba aún más y había logrado vencer sin problemas y con increíble facilidad. Sokka negó suavemente y Zuko levantó su ceja en cuestión, soltando una ligera risa al encontrar más sonrojo en aquellas mejillas.


—Bueno, entonces vamos a lo que sigue — habló el moreno, tratando de cortar la tensión y también de olvidar el tema sobre la causa de su distracción. — ¿Qué quieres que haga? ¿Caminar en lava? ¿Comer fuego? ¿Enfrentarme a un dragón? ¿Tener un Agni Kai con tu hermana la loca?


—Sokka, Sokka, cálmate — interrumpió su desenfrenado tren de ideas, levantando su mano para indicar silencio. —No es nada de eso... es algo... más fácil... — no pudo evitar tartamudear, mordiendo su labio inferior suavemente.


—Qué bueno, Azula me da mucho miedo — Sokka suspiró y por un segundo intentó relajarse, quizá el castigo no sería tan malo como él imaginaba.


—Sí, a mí también — murmuró Zuko sin mucho interés en el tema de su hermana, tragando fuertemente mientras sentía la adrenalina recorrer todo su cuerpo.


—Bien, ¿Qué es entonces? — su voz sonó casi tan animada como siempre y eso dio valor al maestro fuego, quién tomó aire fuertemente y tras meditarlo un segundo, se decidió.


—Quiero... quiero que me beses — musitó tan dulce y suavemente que su voz pareció perderse en el entorno, como una fantasía, como si hubiera sido su imaginación.


Sokka parpadeó repetidas veces y miró a Zuko con extrañeza, como si hubiera hablado en otro idioma o a sus oídos se hubiera perdido su voz. El joven monarca bajó el rostro un momento, totalmente avergonzado, sintiendo el sofocante calor abochornarlo al punto que sintió que ardía de forma literal.


— ¿Qué? — preguntó el guerrero del sur, frunciendo por inercia y tratando de encontrar algo en los ojos de Zuko que le dijera que aquello se trataba de una broma. — ¿Por qué? Dijiste que fue algo horrible — siguió al no recibir respuesta y al percibir con claridad que aquello iba más que en serio.


—Sólo hazlo — respondió el otro con dureza, en una orden, como si su amigo fuese un subordinado más cuestionando su inquebrantable mandato.


Zuko apretó los puños a discreción, sintiendo los nervios ante una posible evasiva, ante la imaginativa de que Sokka pudiera extrañase y salir corriendo, que fuese a negarse o a mirarlo mal. Ni uno de los dos había bebido una gota en esta ocasión y se notaba demasiado en la tensión de sus cuerpos y el nerviosismo de sus actos.


Sokka tardó unos segundos en caer en cuenta de lo que le estaba pidiendo. No entendía muy claramente, pero era posible que Zuko quisiera pagarle con la misma moneda, algo que le parecía un tanto extraño, pero si para Zuko estaba bien, entonces lo haría, después de todo era un hombre de palabra, y por supuesto, se lo debía.


No dijo nada, solamente se puso de pie y anduvo a Zuko, quién se giró suavemente desde su lugar hasta estar de frente, dando un asentamiento de cabeza para que Sokka tomara asiento frente a él. Se miraron a los ojos un momento y ambos aspiraron con dificultad, el aire estaba pesado y caliente, al mismo tiempo todo parecía un cristal frío y extraño que estaba a punto de romperse.


Zuko cerró los ojos, adelantándose, apretando sus palmas fuertemente ante los nervios y la emoción por saberlo cooperando en aquella locura.


Sokka lo miró cerrar los ojos y se tomó unos segundos para apreciarlo, para entenderlo y tratar de entender al mismo tiempo el escozor en su interior, el calor en sus mejillas y el ardor que crecía debajo de su ropa interior. Se relamió los labios con lentitud y al tiempo miró a Zuko pasar su propia lengua por su labio superior, impaciente, creando con aquel acto una electricidad en él, una ansiedad al rememorar la sensación de tener aquellos labios unidos a los de él.


Tomó a Zuko de los hombros, como la vez anterior, pasando sus ojos azules por aquel sonrosado rostro que pintaba frente a él, cargado de una especie de ternura, de tranquilidad y vulnerabilidad, un rostro tan poco común en él, tan particular, tan increíble y encantador que solo se lo mostraba a él, que solo se encontraba cuando estaban solos en esa situación. Y verlo así, como nadie más lo veía, lo hizo sentirse agradecido por perder. Lo hizo estar fuera de sí mismo.


Un fugaz pensamiento cruzó su mente antes de cerrar la distancia y pegar su impaciente par de labios a los de él: Zuko era realmente lindo.


Los dedos del maestro fuego se apretaron tanto en sus propias palmas que las uñas lograron lastimarlo, pero las sensaciones fueron tantas que necesitó aferrarse a algo para no desfallecer, para no salir volando, como sentía que lo haría.


El beso, a pesar de estar libre del efecto de algún alcohol, era más fuerte y vivaz, era insinuante y maduro, tentativo y cargado de determinación, de furia, de deseo, y llevaba también entre sus alas la honestidad.


Era un beso lleno de todo, de confusión, de pasión, de curiosidad, afecto y también muchas cosas que seguían sin entender del todo. Sokka lo absorbía y manejaba y él perdía el aliento cada que su lengua se aventuraba en la boca ajena y recibía estocadas pasionales sabor cereza.


El guerrero de la tribu agua no se contuvo ni un poco, probó los labios de aquel monarca tanto como le hiciera falta, tanto como quería, mordiendo su labio inferior sin consideración, probando con su lengua sus labios y luego incluso sus dientes, sonriendo para sus adentros cuando lograba sacar suspiros entre cortados de los labios de Zuko que morían ahogados entre el calor de sus bocas.


La sensación se acrecentó cuando Zuko pareció derretirse entre el acto y terminó por ceder a la voluntad del guerrero de la tribu agua, sintiéndose como algodón al fuego, dejándose hacer y siguiendo con la cordura que le quedaba lo que el moreno indicaba entre la insistencia de sus fueros par de labios contra de sí, chupando, mordiendo... gimiendo.


Aquello por supuesto trajo a Sokka a la realidad, oír aquellos gruñidos guturales y casi animalescos de su amigo contra de sí lo hizo recapacitar en un acto que por sí mismo ya no tenía sentido. Trató de separarse de Zuko, con un tanto de tacto y lentitud, pero al quitar apenas sus labios de los del maestro fuego este replicó y reaccionó por su cuenta, sosteniéndolo del cuello y pegándolo de regreso a su cara por mero reflejo.


Sus bocas volvieron a coincidir y Sokka sintió una extraña urgencia en Zuko, lo sintió exigiéndole, con sus labios y sus manos en su cabeza, atrayéndolo para profundizar el beso que ya no tenía nada de inocente o casto.


Correspondió, sin embargo, no entendió bien porque, pero lo hizo con el mismo nivel de necesidad, subiendo sus manos para tocar las mejillas de Zuko y aprisionar su rostro entre sus grandes y cálidas manos que hicieron al Señor del Fuego tiritar, como si toda su vida hubiera estado frío hasta ese momento, hasta sentir aquella caricia sobre su piel.


Ni uno de los se detuvo o abrió los ojos por lo que parecieron eternidades, por lo que significaron eones ardiendo en el fuego, no hasta que los gemidos cambiaron de lugar y esta vez, algo mucho más grave y también salvaje salió de la garganta de Sokka, como una advertencia, como un animal, como el final del camino hasta donde podía contenerse.


Pareció una alarma sonada al mismo tiempo para ambos, separándose al instante y quedándose suspendidos en aquella tensión aplastante e imaginativa una vez más. Se contemplaron en el silencio del momento con un dejo de incomodidad, de cuestionamientos, de dudas silenciosas y prejuicios propios y ajenos. Ambos mantenían el sonrojo latente en el rostro y la saliva del otro aún entre sus labios.


Zuko fue el primero en apartar la mirada, nervioso, pero no con ello menos satisfecho. Sokka llevó sus ojos al suelo y se encontró en contradicción, en vacilación, no comprendía siquiera porque estaba haciendo lo que estaba haciendo.


— Bien, juguemos el siguiente partido — soltó el monarca como si fuera nada, acomodando las piezas para volver a empezar. Sokka asintió y regresó a su sitio, reprochándose internamente por qué no estaba saliendo de ahí, corriendo, vistiéndose, negándose.


Era curioso por naturaleza, entendió con extrañeza, sabiendo que una vez empezando aquello tenía que saber cómo terminaría, luego de lo anterior, una parte de él que no quería admitir ansiaba participar en lo que fuera que seguía. Empezaron la partida y ni uno de los dos parecía ya saber que estaban jugando, movían piezas casi aleatoriamente y en más de una ocasión movieron piezas que ni siquiera les correspondían, el tablero estorbaba en medio, las fichas ya no tenían ni caso ni valor, el juego en sí había parecido dejar de tener sentido o alguna especie de verdadera relevancia.


—Gané — anunció Zuko, sin dar siquiera un vistazo al tablero


— Bien — concedió Sokka, sin revisar, sin ser capaz de saber realmente si estaba mintiendo, sabía quizá en el fondo que lo estaba haciendo, el partido no había tenido siquiera un principio o un final, pero ni uno de los dos parecía ya querer esperar.


—La segunda cosa que quiero que hagas... — Zuko tomó un momento para observar el rostro de Sokka, encontrando el mismo deseo que él, la misma ansiedad, el mismo misterio detrás de aquellas pozas azules. — Date la vuelta, cierra los ojos y no digas nada — indicó autoritario y estoico, haciendo a Sokka tragar duramente ante su voz.


Antes de que fuera capaz de girar, miró a Zuko comenzar a quitarse la capa y los atuendos reales, zafando también su camisa y dejando al desnudo su pálido y trabajado pecho.


— ¿Qué haces? ¿Por qué te desnudas también? — preguntó, curioso, asustado, temeroso, intrigado y también un poco ansioso.


— Te dije que te dieras la vuelta — su voz sonó a exigencia y el aire y tono adulto propio de un rey hizo a Sokka sentir el deseo de obedecerlo. Giró en su lugar y se quedó sentado dándole la espalda a Zuko, con los ojos cerrados y los labios apretados. Su corazón latió al límite ante la duda y el preámbulo del momento, preguntándose porque lo estaba obedeciendo, si hacía tan solo unos minutos Zuko se veía tan dócil y frágil entre sus manos, ahora había podido mutar a un firme y duro hombre que le exigía y lo hacía desear seguir cual mandato se le ocurriera.


No dudó ni un poco cuando lo sintió venir, cuando escuchó sus pies de tacón golpear el suelo y posarse a sus espaldas, dudando o quizá tentando el terreno. Lo siguiente que sintió fue a Zuko posándose de rodillas tras de él, pegando su pecho desnudo y cálido a su espalda, sintiendo con aquella parte de su cuerpo la firmeza de sus trabajados músculos.


Suspiró hondamente y aguantó la respiración cuando los labios del Señor del Fuego se posaron con dulzura sobre su cuello y erizaron toda su piel de pies a cabeza cuando su caricia se volvió un beso, cuando comenzó a lamerlo, cuando sus labios chuparon ansiosos su piel.


—No... — murmuró Sokka y al instante la caricia paró, Zuko se quedó firme en su lugar, con un dejo de decepción en el rostro al oír esas palabras, al pensar que el final de aquello había llegado y que la protesta que no quería oír estaba finalmente ahí.


El guerrero del sur no se movió un ápice, sin embargo, ni siquiera abrió los ojos o movió su cuerpo fuera de aquel hombre. Zuko incluso sintió una silenciosa o imaginativa protesta por haber detenido su tacto.


—No dejes marcas... o Suki podría mirarlas — agregó, nervioso, con la voz nuevamente aprisionada en su garganta que parecía querer gritar.


Zuko asintió a ello incluso si el otro no podía presenciar aquel acto, sonriendo con malicia en contrariedad al notar sobre el lado derecho del cuello de Sokka tres chupetones producto de sus labios. Acarició aquella piel y depositó un suave beso sobre aquellos rojos puntos que seguramente en unas horas se volverían amoratados.


Continuó entonces, con más fervor ante la nula protesta, pegando sus labios esta vez a la espalda del otro, besando su nuca, su cuello, marcando de besos la columna y los hombros, acariciado con la punta de sus dientes ansiosos por querer morder aquella suave piel, de clavar sus incisivos y dejar su rastro, conteniéndose apenas, luchando por no hacer suyo a aquel hombre, a dejar su marca en él.


Sus brazos rodearon desde atrás a Sokka y con sus palmas abiertas comenzó a tatuar un sendero entre las curvaturas remarcadas del guerrero del sur. Se sonrió al sentirlo tensarse bajo su tacto, al sentir sus músculos apretarse por donde pasaban sus manos, al sentirlo temblar, debajo de él. Tocaba como si fuera el más fino instrumento su piel, rozando la punta de sus dedos, apretando con firmeza y hasta rudeza los pectorales sobresalientes del otro hasta hacerlo suspirar entrecortado, volviendo después a la suavidad que le hacía a Sokka pensar que se trataba de otro hombre, que aquellas manos cálidas no podían pertenecer a una sola persona, que aquello que se sentía como navajas contra su piel se contradecía con la suavidad en las yemas de los dedos rozando con la ligereza de una pluma sus brazos.


Sokka arqueó la espalda cuando Zuko se detuvo a respirar efusivo en su oreja, a lamer su lóbulo, a mordisquear el contorno suave y dedicar lamidas sugestivas en aquella hendidura. Lo escuchó gemir ante su tacto y sintió que él mismo perdía el aliento, que cada succión sobre aquel hombre era una propia marca y herida sobre su propia piel.


Sokka se movió entre sus brazos y Zuko, falto de fe en sí mismo, pensó que este escaparía de nuevo. Sus ojos se abrieron de par en par cuando lo que sucedió lo contradijo. Sokka giró su cabeza a un lado, lo suficiente para encontrar el rostro de Zuko y besarlo en los labios con emoción. Correspondió sin vacilaciones y pegó aún más su pecho a la espalda del otro, como si quisiera hundirse ahí mismo. Sus manos no pararon un momento y llevó a sus dedos a recorrer cada centímetro delante de él, estirando sus manos hasta donde sus brazos le daban poder, llevando sus manos a las piernas de Sokka, de las cuales se jactó, aprisionando aquellos muslos en sus palmas y remarcando la figura de sus dedos en arrebatadoras caricias contra la piel.


Sin desearlo y sin calcularlo, sin embargo, sus manos subieron por aquel sendero y terminó posando sus palmas en la entrepierna de Sokka, quién se tensó duramente ante aquel contacto.


Esa fue la alarma en esa segunda parte, haciéndolos recapacitar y separar al instante, como si no hubieran estado ardiendo como lo hacían, como si no hubieran estado a punto de llegar a más.


Zuko carraspeó y se puso de pie, retrocediendo, sintiendo sobre sus palmas el ardor de aquella dureza que había encontrado en la entrepierna. Sokka se tomó unos momentos para retomar el aliento, apretando las piernas con la intención de apagar aquel fuego, de cesar su adrenalina y los deseos de pedirle a las manos de Zuko volver ahí.


Finalmente se incorporó y se dio la vuelta, mirando a Zuko y encontrando en este la tensión. Sus respiraciones agitadas chocaban en el aire y unos momentos sintieron que ese algo más cedería y se perderían, pero no fue así. El monarca apartó la mirada y con dificultad se sentó en su debido lugar detrás del tablero, siendo consiente hasta el momento que él también estaba excitado y su hombría solicitaba atención en su remarcada erección.


Sokka hizo lo propio al otro lado y se tomaron un segundo de silencios y evasivas para poder continuar a lo que fuera que seguía. Zuko acomodó las piezas de vuelta en la tabla para volver a empezar, siendo esta vez él el observado, sin lograr acomodar del todo el juego, su mente no soportó el par de ojos azules escudriñando su ser y sus manos se frenaron en el aire, ya no había más por hacer.


Sus miradas se toparon y ambos tragaron ruidosamente, sintiendo miles de preguntas en la punta de la lengua que morían a la brevedad de que se formaban dentro de sus cabezas. La electricidad los azotó y se sintieron impropios, sentían que debían decir algo pero nada salió de sus bocas más que suspiros entrecortados y súplicas sin sonido o letras.


— Gané — murmuró Zuko, con los ojos pegados a Sokka y sin haber movido una sola pieza.


— Bien, ¿qué es lo último que quieres? — cuestionó con firmeza, llegando al extremo de casi no parpadear.


Zuko cayó en silencio y se tomó un momento reflexivo, haciendo con ese silencio a Sokka temblar en el fuero interno de su imaginativa, de la perversión o de lo imperfecto. El joven monarca finalmente, tras un asentamiento para sí mismo y un fuerte suspiró, lo entendió. Se puso de pie y anduvo unos cuantos pasos a Sokka, quién se giró a un lado para que ambos quedarán sentados frente a frente.


—Quiero que me digas lo que te gusta de mí — de nuevo el moreno cayó en la incredulidad, no se esperaba esa pregunta y una especie de decepción nació en su interior, él esperaba que aquel cristal entre ellos terminara por quebrarse y que sólo ellos y los Dioses dieran fe de lo que hubiera podido suceder ahí.


Encontró, sin embargo, algo que lo hizo temblar en aquellos orbes dorados que lo miraban fijamente, algo que le dijo que eran quizá más peligrosas las palabras de lo que era el roce incesante de sus cuerpos. Ellos podrían haber cerrado los ojos y fingir no ver, fingir ignorancia y terminar cediendo a aquella fuerza que los llamaba a romper aquel invisible muro. Pero las palabras eran aclaraciones, era abrirse, era ser sincero, era tomar una idea y arrancarla del corazón para formar con esta una emoción y tratar de expresarla. Las palabras eran las que daban explicación. Hablar era lo que haría a aquella extraña fantasía una realidad. Era lo que haría que todo eso fuera verdad.


— Ah, no sé... yo... mmm... tu... ¿sonrisa? — tuvo miedo de responder con sinceridad, tomando la evasiva más próxima a aquello y apartando la mirada para no ver el reclamo en aquellos ojos claros.


— Sokka — su voz sonó al regaño de una madre, o a la súplica de un amante, ni uno lo supo pero escuchar su nombre en aquella voz lo tocó fuertemente, lo hizo rendirse ante la verdad que ya cernía fuertemente en su interior. Apretó los ojos y tras soltar un gruñido entre dientes volvió sus orbes azules a Zuko, mirándolo con bravura intensidad.


—Me gusta que seas así, como eres. Yo... estaba tan celoso de que a pesar de todas las cosas que habías hecho, que habías pasado, fueras tan bueno en... en todo. Por eso quería retarte a todo esto, por eso quería derrumbar esa imagen y demostrar que no eras tan perfecto, que no podías ser tan bueno en todo y además ser un rey, sumado a eso eras terriblemente apuesto y me sentí tan... intimidado — arrugó el entrecejo y apartó la mirada, bajando el rostro con un dejo de vergüenza ante aquella explicación. —Pero ahora entiendo que lo merecías, ¿no? Quiero decir, pasaste por toda esa mierda y ahora... mereces ser feliz, mereces ser así de bueno, así de fuerte, así como eres. Y entiendo también que...  a estas alturas en realidad, lo que siempre sentí fue admiración por ti, más que envidia, quería ser tu amigo, tal vez incluso quería ser un poco más como . Eres un verdadero héroe, Zuko — el mencionado le miró enternecido, conmovido y también un tanto tocado, aquella sinceridad lo hizo sentir un tanto avergonzado.


—No necesitas ser más como yo, Sokka — respondió, haciendo que el otro levantara la mirada. —Y tampoco soy perfecto — murmuró, llevando su mano sin desearlo a aquella inamovible cicatriz sobre su ojo izquierdo. — Eres increíblemente inteligente y astuto. Seguir tus planes fue lo que nos llevó a la victoria en la guerra... nadie lo habría podido hacer sin ti... eres un héroe tanto o más que yo, amigo — Sokka se sonrojó y bajo la mirada, igualmente conmovido con aquel dulce discurso. — Y además, tenías razón, Sokka, tú ganas... — sonrió con un poco de tristeza reflejada en el acto y Sokka lo miró curioso, esperando a lo que tenía para decir. —La gente te quiere por tu sobresaliente personalidad, por lo divertido y agradable que eres... y sí, eres insuperable besando... tienes la victoria, Sokka, me rindo — el moreno se sonrojó al extremo ante aquello, quedándose con los ojos como platos pegados a Zuko, quién le sonrió con sinceridad y un poco de algo más.


— Yo... — comenzó, pero no sabía que más decir. Todo eso había acabado, se habían dicho y habían hecho lo que tenían que hacer, no había cabida para algo más, no sin salirse de su amistoso contexto. —Zuko, ¿Esto dejó de ser un juego hace mucho, verdad? — su pregunta fue casi retórica y hacerla le dolió, era la confirmación a la desviada tangente que los había arrastrado ahí en primer lugar.


—Así es Sokka, esto ya no es un juego — ambos asintieron a la idea y se quedaron mirando al suelo, entristecidos, avergonzados, pero también con una premisa que pintaba delante de sus pies, una fantasía silenciosa que caía en la invisibilidad a sus miradas, por ahora.


— ¿Qué debería hacer ahora? — le preguntó, hundido en el pánico y en la alarma de su mente ante aquella tercera petición, ante lo que había desembocado aquella breve charla cargada de sinceridad.


— Haz lo que creas correcto — respondió, ahorrándose una súplica para que no se fuera, ahogando una petición que ya no le concernía. Si quería irse, sí ya no quería charlar más o volver, lo entendería, él jamás lo detendría.


— Yo... ¿debería irme ya? — preguntó de nuevo ante su indecisión, ante su miedo, ante la pelea interna de querer quedarse y abrazarlo y la razón que le dictaba que aquello era el final de ese confuso enredo.


— Esa es decisión tuya, Sokka — repitió su idea, sin querer mirarlo para no dejar filtrar en sus pupilas la tristeza ante aquel inevitable momento.


Sokka asintió y tras un momento más, se levantó. Recogió sus cosas y se colocó la ropa a la brevedad, sintiendo aún esa sensación que le pedía no marcharse, que le decía que quedarse a charlar más con Zuko era mejor. Pero la cordura estaba sobre su cabeza y sabía que prolongar aquello lo haría más difícil, ¿qué esperaba de todos modos? ¿Qué se supone en primer lugar que había sido todo eso? Necesitaba pensar, y necesitaba hacerlo lejos de Zuko.


Se fue a la puerta y le quitó el seguro, abriéndola suavemente, sin querer realmente irse, no así, no sin entender. Le dedicó una última mirada por sobre el hombro antes de marcharse, mirando el rostro de Zuko girando a un lado para no verlo partir. Él necesitó también cerrar los ojos para poder cruzar la puerta y no volver ahí, para ni dudar y por fin partir.


Sin una palabra más, sin nada que agregar, cerró detrás de sí, dejando a Zuko en la soledad de su ahora vacía y silenciosa habitación.


[...]


Caminó por el patio y se detuvo un momento frente al pequeño estanque de patos-tortuga, mirando a los pequeños e indefensos animales nadar con libertad sobre el agua, ajenos e indiferentes a él.


Se sentó sobre el pasto y suspiró largamente, dejando sus brillantes ojos vagar por los alrededores, un tanto aburridos y cansados, las cosas estaban tranquilas últimamente en la Nación del fuego y su máxima preocupación era el constante papeleo. Necesitaba urgentemente descansar.


Suspiró de nueva cuenta y sus ojos dieron al firmamento, apreciando con vacía atención las nubes blancas coloreadas por el carmín de la tranquila tarde, sintiendo una vez más sobre de sí aquella vacía y dolorosa sensación aplastando su pecho en preocupación, o quizá era solo arrepentimiento. Por muchas cosas, o por nada en realidad.


Sacudió su cabeza y trató de enfocarse de nuevo en su entorno, a su alrededor, intentando por todos los medios dejar de una vez por todas de pensar en todo eso, en él.


—Luces muy estresado — una voz tronó a su lado, su voz,  sacándolo de sus cavilaciones y haciéndolo girar con presura, dudando un momento de su cordura y preguntándose si no había sido una vez más su imaginación.


— ¿Sokka? ¿Qué haces aquí? — preguntó extrañado y emocionado, mirando con incredulidad al otro chico que había aparecido a unos metros de él, como un fantasma, como una alucinación. Trató de ocultar su sonrisa inquieta pero esta se escapó de entre sus labios, sonriéndole ampliamente a su inesperado invitado. El moreno se encogió de hombros y anduvo un par de pasos más al monarca, con vacilación, quedándose de pie a una pequeña distancia de su lugar, mirándolo a los ojos con esa sensación cálida y agradable que el guerrero del sur siempre ofrecía para todos.


—No sé, de pronto... me he sentido aburrido, me han entrado ganas de jugar — sonrió y se recargó en el árbol a sus espaldas, ese del que Zuko disfrutaba del cobijo de su sombra. Ambos sonrieron y soltaron una risa divertida, un tanto agradecidos de que la peliaguda situación de hacía un par de semanas ahora incluso los hiciera sonreír. Duró apenas un segundo aquello, un parpadeo tan insignificante como el tintineo de una estrella en lo alto.


Sus rostros serios volvieron sobre de sí y la tensión se apoderó de sus cuerpos, los hizo sentir como si no hubiera pasado un segundo desde aquella última vez que estuvieron juntos. Sokka suspiró por lo bajo y miró sin querer hacerlo a Zuko, aún sin estar seguro del porqué había vuelto, de lo que estaba buscando ahí luego de tanto tiempo.


— Sokka... — comenzó el monarca pero el otro negó físicamente, dedicando una sonrisa ladina bañada de un no-sé-qué, una madurez diferente o una certeza sobre algo que de momento Zuko desconoció por completo.


—Hay que jugar un partido de Pai Sho, Zuko — soltó él, con tranquilidad, mirándolo por el rabillo del ojo en tentativa. El Señor del Fuego se sonrió una vez más y viró a los patos-tortuga graznando sobre aquel pequeño lago.


—Bien, pero... ¿qué me darás si gano? — no pudo evitar reír por lo absurdo de aquello, por lo repetitivo, por la insinuación, por el nada que de nuevo se cernía.


—Eso depende de lo que quieras perder — Sokka se sentó a su lado y ambos clavaron sus ojos al frente, a la nada, a la idea de si aquella proposición iba en serio o no. No lo supieron y no quisieron pensar en eso, se quedaron de piernas cruzadas disfrutando de la brisa fresca del atardecer en aquel lugar hasta que la noche pareció llegar rápidamente y rodearlos de su suave y azulada oscuridad.


—Entonces que así sea — Sokka asintió ante eso y giró su rostro a Zuko, quien a su vez imitó el gesto y lo encaró.


Ya no habría juegos ni máscaras, ambos lo supieron, sí ellos llegaban a estar solos una vez más, probablemente nada volvería a ser igual. Ambos lo deseaban en su fuero interno así no quisieran admitirlo, y quizá aún tenían muchas cosas por las cuales pasar, muchas preguntas que responder y muchos sentimientos que entender.


Pero estaban ahí, de nuevo, bajo la premisa de más apuestas y demostraciones, sobre una historia que había comenzado como un burdo chiste, como una alocada y boba competición.


Y ni uno de los dos había podido huir de eso, en realidad, habían quedado atrapados en un juego donde no existía un ganador o una genuina victoria.


Habían aprendido mucho de sí mismos en esos días de lejanía, y quizá, sólo quizá, tras ir a la habitación de Zuko aquel mismo día, las cosas cambiarían. La situación se aclararía.


Mientras tanto, con sus miradas suspendidas en el aire, acomodadas sobre el cobijo de la tensión, lograron sonreírse, lograron entender que se hacían falta, que una necesidad más fuerte que ellos mismos los aquejaba. Una mano escurridiza se coló para tomar la del otro hombre en una invisible caricia, en un casto y temeroso acto, como quién pacta en complicidad un pecaminoso trato. Cómo quién se aferra con fervor a la vida. Como un loco se atreve a tocar el amor. 


—Esta vez, te juro que voy a vencerte...

Notas finales:

XD lo iba a terminar aquí de nuevo, quedaba perfecto, era ideal para cerrar el tema central y todo, pero no dejaba de pensar en qué pasaría. Así que, uno más, lo pensé detenidamente y un capítulo más hará falta para concluir todo esto embrollo de forma ordenada.


En fin, gracias sí alguien leyó! Saludos!


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