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Pesadillas convertidas en sueños por Ruedi

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Notas del capitulo:

Disclaimer: ninguno de los personajes aquí presentes me pertenecen, sino a sus respectivos autores (Akiyoshi Hongo, TOEI, Bandai, etc., etc.)

Pesadillas convertidas en sueños

Era un bronceado especial, de una piel que había estado por quién sabe qué lugares y que se había adaptado a tomar la luz del sol desde cualquier lugar; contrastaban con una sonrisa clara, brillante, enérgica, pero también misteriosa. Y sus ojos celestes eran el toque final de un ser que parecía salido de una novela de ciencia ficción o aventuras.

A Jen siempre le habían gustado los videojuegos, y casi todo lo que tuviera algo de tecnología. Probablemente por herencia paterna. Pero su mundo cambió al conocer a los digimon: miraba las aventuras de unos niños en aquél mundo por la tele, jugaba en la computadora y sobretodo admiraba a los reyes del juego de cartas. Él no era malo, todo lo contrario, Takato solía decirle que era muy buen estratega. Claro que comparado con Ruki quedaba muy atrás, a ella nada se le escapaba.

Pero Ryo… Ay, era un caso.

Le daba… curiosidad. Sí, curiosidad. Era cuatro años mayor que todos, era más experimentado y era más llamativo para los ojos de un japonés con características chinas, que cualquier otra persona que hubiera conocido.

Luego de separarse con sus camaradas digitales, se unió mucho más a Akiyama, ya que ambos compartían aquélla pasión que los unía: el mundo digital al cual fueron.

Luego de graduarse del primario, Ryo le propuso a Jenrya encontrarse una vez por semana a investigar, a bucear y encontrar más datos de aquél mundo. ¿Quién sabe a dónde llegarían con sus investigaciones?

Lee era más curioso que Ryo; éste era algo más precavido. Discutían en ocasiones, no de manera acalorada, sino intercambiando opiniones. A veces, Jiang-yu se unía a esas charlas, avivando sus pasiones juveniles, recordando viejas investigaciones.

Pero a medida que crecía, Jenrya pasó de tener una admiración casi infantil, aunque jamás delatada, hacia Ryo a otra cosa que no sabía cómo expresar.

Akiyama le tenía muchísima estima a aquél muchacho de cabello azul y mirada profunda. Tanta, que se animó a revelarle algo una noche, cuando se habían quedado hasta muy tarde y era un sábado pasando las tres de la madrugada. Jenrya no tuvo más opción que quedarse a dormir en lo de Ryo, considerando la hora. Disfrutaron de una cena que Jenrya no hubiera esperado.

—Cuando quedas varado en el digimundo por tanto tiempo, aprendes a hacer comida hasta con datos —comentó a modo de chiste. Pero Jen halagó aquél sencillo arroz con vegetales que se puso a hacer.

—Ryo —preguntó el de ojos grises cuando levantaba los platos—. ¿Cuánto tiempo, realmente, estuviste allí?

Era verano. Hacía un calor infernal. Ryo se secó el sudor de la frente con la remera que llevaba puesta. Jenrya sintió una punzada extraña que le atravesaba el cuerpo.

—¿De verdad te interesa saber? —Lo miró con una sonrisa alejada. Sus ojos celestes brillaban con tristeza. Se hizo un breve silencio—. Te voy a ser sincero… No lo sé.

El otro chico cerró la canilla y lo miró confundido.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir… que a veces no sé ni quién soy.

Y se lo confesó con una sonrisa, muy propio de él. Jenrya estaba preocupado.

Continuaron la charla en la habitación de él. Ryo se tumbó en la cama y Jenrya se acomodó en la cama que había armado para reposar más tarde.

Y comenzó… Ryo recordaba muy poco de su vida antes de conocerlos. Recordaba cosas sueltas: una computadora portátil cuando era niño, un digimon con forma de araña causando estragos, Monodramon, una tormenta de arena, alguien de pelo azul, una enorme criatura con cabezas de serpiente y luego… La nada misma.

Para esa altura, Jenrya se había sentado al lado del castaño, quien le daba la espalda. No recordaba haberlo visto tan vulnerable. Algo sintió su pecho al sentirse conocedor de toda esa información.

—Jen… —siguió hablando Ryo, aún tumbado—. No se lo he dicho a nadie tampoco, pero… ¡Si supieras las pesadillas!

Jenrya quería hacer algo y no sabía qué. Escuchaba atentamente sus palabras, intentaba empatizar con su dolor, quería darle palabras de aliento pero estaba rígido. No sabía qué decir ni cómo actuar. Ryo se sentó y se acomodó a su lado. Revolvió sus cabellos castaños con ahínco, despeinándolos más. Su mirada celeste estaba perdida. Pronto, su cabeza comenzaba a arder y sus manos la estrujaron. Jen intentó calmarlo, pero no parecía no oírlo.

Ryo veía un desierto, arena que volaba y muchas cabezas atormentándolo. El quiebre en su mente, lo hizo llorar y su cuerpo se desplomó encima de Jen, atajándolo a tiempo.

El tamer legendario se había desmayado.

Involuntariamente, Lee lo acomodó en la cama y se quedó sentado a su lado. Intentó vigilarlo, pero el sueño lo venció. Ryo abrió los ojos una hora más tarde. Aún era de madrugada, aún estaba oscuro, pero podía ver con claridad el cabello azul de Jen. Agradeció en silencio la compañía. Sin despertarlo, fue por un vaso de agua. Su corazón latía a mil revoluciones y se sentía más, mucho más que agradecido.

¿Y desde hacía cuánto?

Cuando regresó a su habitación, Jenrya estaba de pie.

—No me asustes así —pidió, algo agitado.

—Lo siento —se disculpó con una sonrisa cálida, como siempre solía hacer… Y lo abrazó fuerte.

Era innegable los sentimiento de uno por el otro. Sin que ninguno de los dos pudiera percatarse ni arrepentirse de nada, no hubo más que caricias de amor que revelaron cuánto se apreciaban, cuánto se necesitaban y cuánta estima había el uno por el otro.

Jenrya aceptó lo que inconscientemente su corazón expresaba; Ryo… Encontró una cura a sus pesadillas sin sentido.

¿Para qué intentar recordar un pasado inexplicable si puedes soñar con un mañana lleno de luz? Así, sus tormentas de arena se esfumaron, y no hubo más serpientes que lo aterrorizaran. Sólo palabras y caricias de un profundo sentimiento de amor…

 


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