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Polución nocturna por Lalamy

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2- De palabras y vómito.

 Me quedé con Ariel todo el día, aunque por un momento me dio la impresión de que ya no quería estar ahí dado que  me dio la locura y me puse a limpiar. Ariel me insistió que era un esfuerzo inútil, que a la noche todos ensuciarían, pero esa es la excusa de los cochinos, y en eso era calcado a Alonzo.

-         La flojera es genética, parece – dije mientras limpiaba hasta la más mínima superficie, en especial las marcas que dejaban los vasos cuando se ponía a tomar.

Él ni chistó, quizás mantenía silencio para que me olvidara de su existencia y así no  lo obligara a ayudarme, lo que hubiese estado bueno, porque el desorden que él y su hermano dejaban no era normal,  de verdad, iba más allá de una cosilla tirada por ahí y polvito esparcido por allá, no señor, era un cerro de vajilla sucia para cocinar un simple arroz con huevo, y era ropa regada por todas partes como si la habitación no fuese suficiente espacio para limitar el chiquero.  Si en algo podía estar de acuerdo con Fabiola es que su inutilidad al hacer cualquier labor doméstica era como para cuestionarse el estar muy cerca de ellos, y admito que puedo parecer una vieja fanática de la limpieza, pero si llegas a tu casa después de cinco días fuera y encuentras una cosa de extraña procedencia  en el mueble de la cocina con gusanos, moscas y todo un ecosistema habitando en ella, de verdad terminarás convirtiéndote en el puto inquisidor de todo lo que está fuera de su lugar.  Así que cada vez que Ariel rehuía del perfecto mundo del orden, menos atractivo me parecía, y por lo tanto había menos probabilidades de erección. Realidad uno, sueño húmedo CERO.

 

Llegada la tarde apareció Nina,  siempre era la primera en aparecer porque como aún iba a la facultad, los días de semana se libraba temprano. Lo primero que hizo al sentarse en el sillón fue algo muy de Nina:  beber una cerveza y maldecir.

-         ¡¿Cómo  que va a venir el insufrible de tu ex?! ¡Agh! ¡Debí quedarme en la casa! – esa última frase era su frase predilecta.

-         Al menos tienes una casa a donde escapar – también me tumbé en el sillón. Ariel se mantuvo en el suelo recostado en la mesa de centro.

-         ¡Ya sé! ¡Vámonos a mi casa! ¡Los tres! – dijo ella demasiado entusiasmada como para ser una broma –. No se lo diremos a nadie.

-         ¿Que no iban a celebrar ahí el Baby Shower de tu prima? – le dijo Ariel.

-         ¡No! -  ella volvió a desmotivarse –. ¡Malditos bebés! “Ay, sí, soy un tonto bebé con una puta fiesta y todavía no nazco.” – se burló ella evidentemente fastidiada –. Si a tu ex se le ocurre hacer el mínimo uso de sarcasmo para mostrarle a todo el mundo que es una víctima te juro que le gritaré.

-         Esconde las cervezas – me susurró Ariel desde su lugar, en el suelo, por ende, Nina lo escuchó.

-         ¡Respeta a tus mayores! – ella le dio un manotazo en la cabeza.  

Había que tener cuidado, Nina era de las borrachas violentas y lo que decía, lo cumplía, y con creces.

 Cuando llegaron los demás no pude evitar sentirme ligeramente ahogado, no sabía si era una cosa mental o qué, pero de repente necesité tomar mucho aire, por lo que saludé a todos desde el balcón. El grupo en sí no era muy grande, generalmente éramos Nina, Alonzo, Ariel, El cobra, Jordi y su novia Shelly, y yo. Ah, y mi ex que se llama Ignacio, y la novia de Alonzo, Fabiola, pero Fabiola es como si no estuviera ahí, la verdad, porque hablaba más con Shelly.  Cuando El Cobra fue a saludarme en el balcón noté desde lejos esa sonrisita burlesca típica de alguien que le gusta que el mundo arda.

-         Oye… ¿está bien que haya venido Ignacio? Alonzo dijo que no había problema con eso.

-         Entonces si Alonzo dijo eso supongo que no lo hay – respondí con evidente sarcasmo. Nadie me preguntó si estaba bien o no invitarlo, a veces a la gente se le olvidaba que ese también era mi departamento.

-         Ya, pero que no se te vaya a ocurrir ponerte a pelear, si Ignacio tiene todas las ganas de que las cosas estén bien entre ustedes.

Yo no dije nada, sólo sonreí mientras me levantaba de hombros. No quería agrandar el chisme, así que al primer indicio de hostilidad juré que me iba a ir a la pieza.

Ojalá me hubiese escrito esa promesa en la mano.

 

-         ¡Hola, Ariel! ¡Que estás grande! – El Cobra corrió a revolverle el cabello, pero Ariel se puso de pie evidenciando que era más alto que él, y agarró esa mano en vuelo para estrecharla.

-         Cada vez se parece más a ti –  le dijo Ignacio a Alonzo.

-         ¡Si viniste a insultarme mejor sal de acá! – respondió Ariel tan enojado que  Ignacio se vio descolocado, pero la cosa se medio suavizó cuando Ariel agregó con una sonrisa -. Es broma. 

Todos rieron, algunas risas eran forzadas, otras culposas como la de Nina y la mía.

-         Es que se demoraron tanto que empezamos a tomar antes, así que ya andamos chistositos – excusó Nina.

Después de ese extraño encuentro en donde hacía tiempo que no veíamos a Cobra e Ignacio,  todo parecía  fluir bien. Contrario a mis temores nadie parecía interesado en hablar sobre mi situación laboral o amorosa, de hecho nos pusimos a contar anécdotas que para muchos eran repetidas, pero para personas como Shelly y Fabiola eran cosas totalmente nuevas, así que nos peleábamos por contarles cómo eran las cosas sólo para humillar a sus novios.

-         ¡Ay, que son malos! – Fabiola no paraba de reír por la historia en la que Alonzo se resbaló con mierda de perro y se manchó el culo con el resto que quedó en el suelo.

-         Siempre hacen lo mismo, yo también pasé por eso –Ignacio le comentó. En ese momento algo me bajó por el interior de mi cuerpo, algo incómodo. Esa frase vaticinaba una ola gigante que no sabía si  era capaz evadirla.

-         ¿Cómo así? – Fabiola,  como novia nueva, no estaba enterada de nada. 

-         ¿No sabías? Ernesto y yo fuimos pareja.

En ese instante parte del grupo estaba sumido en otra conversación, por lo que Nina, Alonzo, Ariel y yo fuimos lo que escuchamos eso. Fabiola me miró con sorpresa, probablemente ni siquiera sabía que yo era bisexual porque nunca toqué el tema, no porque lo esconda, sino porque no se había dado solamente. No le andas gritando a medio mundo que te gusta el helado de chocolate con almendras ¿o sí? Bueno,  sí, en estos tiempos la gente lo hace. Mal ejemplo.

-         No tenía idea, ¿y eso fue hace mucho?

-         No, creo que  hace unos meses que terminamos, ¿cierto? – él me miró.

Yo asentí mirando después para otro lado, preferí ver a Nina quien lo estaba fulminando con los ojos. Con cada trago que ella tomaba se encendía más. Parecía combustible para su odio.  

-         Jamás lo habría imaginado. Pero por lo que veo quedaron como amigos…

“FABIOLA, NO” grité en mi cabeza. Le estaba dando tanta cuerda al otro diciendo eso, que me vi en la obligación de interrumpir.

-         Qué aburrido se volvió esto – dije al aire.

 La verdad, pude haber salido al paso de una mejor manera, pero admito que a esas alturas ya había tomado lo suficiente como para no tener ni la más jodida idea de cómo. ¿Recuerdan lo de la promesa en la mano? Ese era el momento perfecto para haberla leído.

-         Siempre hace lo mismo… – dijo Ignacio con voz baja, pero no lo suficiente como para que no lo oyésemos, obvio, porque nadie dice cosas para que nadie lo escuche.

-         Ignacio, no empieces con tu tontera – Nina, a diferencia de él, lo dijo tan fuerte que llamó la atención de los que no estaban enterados de nuestra conversación –. ¿A quién le importa si estuviste con Ernesto? También estuvo conmigo, y no lo ando mencionando cada media hora.

-         Bueno, es que también quién mencionaría una relación de niños chicos…  –se burló éste.

Creo que se me olvidó dejarles en claro una cosa: desde el día cero ellos se han llevado terriblemente mal, y según Ignacio es porque Nina siempre estuvo enamorada de mí.

-         Sí, esa es mi razón – respondió ella inmediatamente – ¿y cuál es la tuya? ¿Por qué te gusta andar meando a Ernesto como si todavía fuera tuyo?

Escuché como Ariel intentó ahogar la risa. Como estaba cerca de mí  -  aún sentado en el suelo – fue difícil ignorarle.

-         Ya, basta – Alonzo se pronunció –. Nina, si vas a ponerte así te voy a pedir que te vayas.

-         ¿Y por qué se va a ir? – dije yo. Tenía tantos pensamientos en la cabeza que recién me di cuenta que no estaba diciendo nada para defender mi honra.

-         Porque cuando se pone así no se puede hablar. Ella lo sabe. Ya hemos hablado de esto.

-         Ya ¿Y? también vivo aquí. Pago arriendo ¿o no? Si no quiero que se vaya, no se va.

-         Tampoco preguntaste si Ignacio podía venir –  le dijo Ariel lo más calmado de la vida.

-         Tú no te metas, Ariel – Alonzo comenzó a ofuscarse. Era fácil enojarlo, y lo peor de todo es que era tan orgulloso que costaba DÍAS sacarle el resentimiento.

En ese momento Nina con cierta dificultad se puso de pie. Tampoco estaba qué bruto qué borracha, pero sí ya no tenía sus cinco sentidos tan funcionales, yo estaba igual, habíamos mezclado muchas cosas.

-         Ya, no peleen por mí, si ya me voy, igual  es tarde. Voy a tomar un taxi.

-         Estás loca, no te vas a ir sola – Jordi se puso de pie también. Shelly le siguió.

-         Nina, no te estoy echando – Alonzo no se movió de su asiento –. Sólo te digo lo que ya hemos hablado antes.

-         Sí, si ya entendí. Pero yo me quiero ir – tomó la mochila que había dejado a un costado del sillón –. No puedo prometer en este momento que no le voy a decir a Ignacio que es un sufrido, un trancado, un latoso… ups – sonrió. Ignacio también sonreía, era como una extraña competencia de quién disfrutaba más siendo cínico o algo así, no lo sé, yo me sentía fatal.

Acompañé a Nina, Jordi y Shelly hasta el primer piso. Jordi andaba en auto, así que me alivió ver que iban a dejar a la pequeña agitadora hasta su casa. De cierto modo la odiaba por haber empezado esa situación tan incómoda, pero por otro la quería por haberle dicho exactamente lo que yo estaba pensando en ese momento. Las verdades incómodas eran su especialidad y era por eso que cada vez la contemplaban menos para las reuniones.

-         Perdón por detonar la bomba – ella me puso cara de perro regañado.

-         Pero ¿qué pasó? – preguntó Jordi – ¿de nuevo se puso a dar la lata contigo? – me miró.

-         No específicamente, pero ya  estaba tocando el tema de la relación – respondí.

-         Ese tipo tiene un problema… antes me daba cosa, porque él sufrió mucho cuando terminaron, iba a llorar a mi casa  alguna veces… yo me quedaba con él dándole ánimo, le daba consejos, pero no sé, creo que le gusta sufrir, ya ni entiendo. Tiré la toalla.

-         No debieron haberlo invitado – Shelly habló.

¿Y qué más podía decirles?  Todos se estaban dando cuenta de algo que yo sabía desde hace rato. Sí, fui malo, ¿entonces por qué simplemente no se alejaba de mí? No me cabía en la cabeza que aún pudiese verme a la cara y hablar sobre lo que tuvimos.

Cuando despedí a los chicos me topé con Ignacio saliendo del ascensor, algo que estaba rogando porque no ocurriera, pero como mi suerte es perra, pasó. Se despidió de mi de una manera muy seca, incluso escuché algo de desprecio en su voz, pero lo dejé pasar porque no tenía ganas de pelear con él. Sin embargo, no sé qué es lo que hago mal con mi actitud que no importa cuántos paños fríos intente poner con mi pasividad, siempre, siempre, siempre las cosas se ponían feas.

-         Yo sabía que no tenía que venir – le escuché decir cuando yo estaba a punto de subirme al ascensor. De hecho, tenía ganas de hacerme el sordo y pasar de largo, pero soy demasiado estúpido, así que me quedé.

-         No sé qué esperas que te diga.

-         Me da lata andar preguntando si vas a estar tú o si va a estar la loca esa para saber sí puedo ir a un lugar o no.

-         Bueno, es obvio que si vienes a la casa de Alonzo voy a estar ahí.

-         Ese no es el punto, Ernesto – su voz se quebró –. No tenía la intención de pelear con nadie, no le dije a Fabiola nada del otro mundo, así que no sé por qué los dos saltaron como perros con rabia, ¿tan mal les caigo?

-         No sé, Ignacio… - me froté los ojos. De un momento a otro me dio un mareo muy fuerte –. Me pones incómodo, es eso.

-          ¿Por qué?

-         ¡No sé! No tengo ganas de hablar de eso, estoy cansado.

-         ¡Pero dime! ¡¿por qué te pongo incómodo?!

-         ¡Que no lo sé, hombre!

 Sí lo sabía, sabía muy bien por qué me incomodaba. Porque había momentos en que me daba la impresión de que deseaba volver conmigo. Llámenme el hijo de puta más vanidoso del mundo, pero era verdad. Sabía que en el fondo había alguien que quería creer que aún teníamos algo, pero no le podía decir lo que pensaba. No quería. No tenía intención de abrir ninguna herida, prefería hacerme el tonto e ignorarlo, ignorarlo hasta el hartazgo. Y sé que es súper cobarde mi posición, pero mi estómago no soportaría extender una discusión de horas sobre algo que yo ya creía muerto.  Él había terminado conmigo, y estuvo muy bien en hacerlo, ¿por qué tenía que cagarla ahora?

Y ya no sé qué más me dijo, sé que no fue mucho porque creo que se dio cuenta que apenas podía mantenerme en pie. Intentó ayudarme a entrar al ascensor, pero me puse esquivo, no quería ni que me tocara.

-         Puedo subir solo, gracias – una vez que el ascensor volvió a abrir sus puertas me metí.

-         ¿Podemos hablar mañana?

-         ¿Hablar de qué?

“¡Me quiero ir, la puta madre!”

-         Tratemos de arreglar las cosas. Por favor.

-         No sé, Ignacio. Después vemos eso, quiero vomitar.

Y antes de cualquier reacción por parte de Ignacio cerré la puerta del ascensor para que no se le ocurriese cuidarme. Sé muy bien que con este vago relato no se puede entender muy bien porque Ignacio es una persona que me produce desagrado, pero les prometo que con el tiempo que llevo conociéndolo tiene la habilidad especial de hacerte sentir comprometido con él.

 “Pero si he sido tan bueno, ¿por qué eres así conmigo?” frase uno.

 “No sé qué hice para que me trates así” frase dos.

 “No sé por qué sigo dándote oportunidades – que YO NO PEDÍ-.” frase tres.

Es el retrato vivo del amor insufrible. Le encanta el concepto amar es dolor y esas mierdas. No importa cuánta indiferencia intente aplicar, él es tan bondadoso, y su amor es taaaan generoso…

En fin. Al volver al departamento Fabiola estaba ordenando las cosas, mientras Cobra y Alonzo aún se encontraban sentados en el sillón. Supuse que hablaban de mí, porque de la nada un silencio repentino se hizo presente cuando entré.

-         Fabiola,  déjalo así. Mañana yo limpio.

-         No me importa hacerlo.

No le quise insistir así que agarré una botella con un poco de whisky que quedaba.

-         ¿Ya no has tomado lo suficiente? – escuché al resentimiento de Alonzo hablar por él.

-         Quizás – respondí mirándole fijamente. No pensaba  beber, pero sólo para llevarle la contraria me iba a ir con la botella a la pieza. Soy un crío.

-         Oye, Ernesto…

-         Si me vas a hablar de Ignacio para ahí mismo – interrumpí a Cobra. Sermones de Cobra no iba a permitir esa noche –. Ya se dieron cuenta que yo no lo quiero ni ver, así que agradecería que al menos me preguntaran si quiero que venga o no.

-         No, si con tu actitud pendeja no va querer ni asomarse – dijo Alonzo.

-         Me encanta cuando mi mejor amigo hace un mínimo esfuerzo por entenderme. Buenas noches.

Y como soy esa clase de persona que le encanta quedar con la última palabra, me metí en la pieza dejando a Alonzo con la boca abierta apunto de responderme. Ya no quería más, los odiaba a todos. Cuando miré hacia mi cama noté que Ariel estaba ahí bebiendo una cerveza y leyendo algo, no me fijé qué era.

-         ¿Qué pasó? – pregunté.

-         Me aburrí de lo que estaban hablando, ¿puedo dormir aquí? Parece que Cobra ocupará el sillón.

-         ¿Y no te apetece hacer un trío con Fabiola y tu hermano? – como estaba ebrio soné como un viejo verde asqueroso.

-         Sí, claro – respondió con su inexpresividad característica-. ¿De verdad vas a seguir tomando?

Me senté en el borde de la cama y le dije que no. De hecho, hasta dejé caer la botella en la alfombra.

-         ¿No te molesta dormir conmigo? –le pregunté dándome cuenta que era extraño que preguntara eso.

-         Creo que no recuerdas que ya me has dejado antes. Aunque ahora te veo más sobrio que las otras veces.

No,  no lo recordaba, lo que era peligroso porque si andaba dejando así como así que la gente durmiera conmigo, entonces eso explicaría muchos malentendidos, pero luego lo pensé mejor, quizás sólo había dejado a Ariel hacerlo.

¡Vaya, ahora el sueño húmedo cobraba más sentido!

Notas finales:

No pensé que actualizaría esto tan rápido, pero ya ven, cuando uno no quiere la cosa, la cosa se da (?)

Siento que pude haber alargado un poco más el capítulo, pero prefiero ser mala y dejar el resto para el otro. Espero que hayan disfrutado esto, porque a mi me hizo gracia escribirlo.

Agradezco sus visitas <3


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