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DIA DE LOS MUERTOS por shiki1221

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Capítulo 2: Creencias erradas

Sin el apoyo de la mujer creadora de aquel infernal hilo, no les quedó de otra que aceptar su situación. Deberían adaptarse a usar aquella cosa hasta convencerla de retirarlo de sus dedos. De esa manera, Naruto se resignó a ir junto al azabache a su propio reino. Al moreno lo jaló hasta el reino de los recordados aun en contra la voluntad de éste. Intentó evitarlo poniendo resistencia, pero el hilo lo forzaba a seguir de cerca a aquel rubio escandaloso. Maldijo para sus adentros no haber poseído un poder mayor al de una de sus creadores.

―¿A dónde pretendes llevarme, Dobe? ―preguntó el azabache con un visible enojo marcado en su rostro.

―¡No me insultes, bastardo! ―ordenó Naruto igual de enojado mientras escupía molesto unos insectos que se le habían metido a la boca.

―En boca cerrada no entran moscas ―murmuró el de ojos oscuros mirando con burla a su compañero.

―Tendría la boca cerrada si no fuera por tus ¡Ah! ―gritó al sentir otra oleada de insectos abrirse paso por su garganta―. Esto es tu culpa ―acusó volteando a verlo por breves instantes.

El rubio comenzó a toser aparatosamente intentando quitarse los bichos de su garganta. Sasuke sólo estaba viéndolo con aburrimiento. Ese dios era todo un idiota en su opinión. Seguía confuso respecto a las intenciones de sus creadores al unirlos. Él jamás podría llevarse bien con semejante idiota. Un par de veces intentaron poner distancia entre ambos, pero siempre llegaban a un límite, bastante corto, hay que agregar. Siguieron con sus expresiones de fastidio y más al notar como el hilo se acortaba nuevamente acercándolos aún más el uno hacia el otro, dejándolos demasiado pegados. Pese a la dificultad para volar de esa manera, lograron llegar al reino de Naruto. Fueron recibidos por música, cantos y gritos de júbilo de parte de las almas que celebraban en su eterna fiesta.

—Este sitio es demasiado ruidoso —se quejó Sasuke.

—Pero al menos hay testigos por si se te da por ponerte pervertido ttebayo —afirmó el rubio abriéndose paso entre las almas que se acercaban a saludarlo.

—Yo no te toqué —negó Sasuke mientras caminaban.

—Sí, lo hiciste —contradijo el blondo.

El azabache pensó en negarlo y hasta lo siguió repitiendo. Mas, sus gritos y reclamos eran opacados debido a la algarabía a su alrededor. Luego de caminar entre tanto ruido y almas lograron ir al cuarto de Uzumaki, el cual al igual que el de Sasuke era sumamente espacioso. Sólo que había una clara diferencia entre ambos y era que éste era muy desordenado y lleno de colores como naranja y amarillo por todos lados. En la mente del de ojos negros sólo cruzaba el pésimo sentido del gusto de ese cabeza hueca al elegir semejantes combinaciones.

—Habrá sido accidental porque no sentí nada —razonó el azabache.

—¿Cómo que nada, Teme? —cuestionó mirándolo con reproche, al tomar aquella frase como un nuevo insulto.

—Pues si hubiera sentido algo seguro hubiera quitado mi mano —explicó el moreno sonriendo con prepotencia—. Si sentiste que toque es porque habré tenido mucha suerte al encontrar algo tan pequeño —se burló haciendo sonrojar al otro.

—¿Así? —preguntó tomando su mano prestada—. A ver si sientes esto —dijo haciendo que la blanca mano tocara su miembro por sobre la ropa.

Uchiha lo miró con los ojos abiertos al máximo al no prever semejante acción, no tardó en avergonzarse por tal atrevimiento e intentó quitar su mano. Aunque Naruto también moría de pena por dentro al darse cuenta de lo que había hecho, debió de haber pensado antes de actuar, pero ese era el problema: nunca lo hacía. Sin embargo, cuando la situación no podía ser más pudorosa, logró empeorar.

—Chicos veníamos a ver qué tal… iban —fue el comentario de Jiraiya, el cual se puso pálido al ver lo que hacía su alumno.

—Y tanto que te quejabas, Naruto-kun —comentó Orochimaru al lado del de cabellos blancos.

—¡No es lo que ustedes están pensando, pervertidos! —gritó el rubio intentando arreglar el malentendido.

Los dos dioses sonrieron de manera perversa. Hicieron apenas unos gestos con sus manos indicando lo poco que deseaban explicaciones. No les harían caso a ninguna de sus excusas. Se giraron teniendo los gritos de los menores a sus espaldas y se retiraron deprisa. En un inicio habían ido con intenciones de visitarlos, saber si necesitaban mediadores para no matarse mutuamente mientras dormían. Mas, ninguno llegó a imaginar lo que estaban haciendo esos dos.

—Oh descuiden —respondió uno de los dioses riendo por lo bajo mientras se iban perdiendo de su vista—. No estábamos pensando en nada extraño ―afirmó de manera irónica el dios de cabellera blanca.

—Tantos siglos sin una pareja los habrá hecho sentir "solitos" ―agregó Orochimaru al comentario de su compañero―. No los culpamos por necesitar “atención”. Seguramente eso hará que ustedes mejoren en sus trabajos ―explicó antes de soltar una risa exagerada. Haciéndolo parecer un demente.

—¡No requiero una pareja para cumplir con mi deber! —exclamó Sasuke indignado por esa afirmación.

—Yo tengo muchos amigos ttebayo —comentó el rubio mirando a los mayores con reproche.

—Están muertos —le recordó el moreno menor mirándolo con una ceja alzada—. No suena precisamente bien mantener una relación o lo que sea con ellos ―comentó.

—¿Y eso qué importa? —preguntó el de ojos azules mirándolo con clara molestia—. Son mucho más animados que tú, reina gótica —señaló a Sasuke con una mirada molesta.

—¿Cómo me dijiste? —preguntó usando sus poderes para hacer levitar un florero sobre la cabeza del otro para verter el contenido sobre el otro.

—¡Eres un bastardo! —gritó arrojándose sobre él. Naruto lo aplastó bajo su cuerpo mientras buscaba su revancha por el ataque.

—Es hora de irnos. No queremos interrumpir —aseguró Jiraiya. El mayor estaba junto a su amigo de cabellos negros atravesando el techo de la edificación al hacerse intangible. Sujetó los hombros de Orochimaru y lo impulsó a salir definitivamente de allí.

—Yo estoy dispuesto a mirar —respondió Orochimaru protestó intentando volver a entrar.

—No —negó el de cabellos blancos mientras lo alzaba en su hombro para llevárselo rápidamente de allí.

Los creadores se fueron de allí dejando a los más jóvenes nuevamente solos. El rubio intentaba golpear a Sasuke con una de las almohadas, mientras éste se cubría con sus manos. Estuvieron varios minutos en una lucha constante con un tira y afloja de ambas partes. Cuando se cansaron de eso, el moreno se cubrió el rostro con una almohada antes de gritar cientos de improperios contra el rubio. También estaba enojado con sus creadores. ¿Cómo se atrevían a espiarlos y dejarlos así? ¿Ellos no podían liberarlos del hilo? Al menos deberían hacer el intento. Cansados de insultarse y golpearse con almohadas ambos se quedaron recostados respirando de manera agitada.

—¡¿Qué demonios te sucede, Teme?! —preguntó extrañado de aquella explosiva actitud mostrada al arrojarle el agua.

—¡Por tu maldita culpa me creen un pervertido! —reclamó mirándolo de mala manera antes de desviar su atención. Al ver una mariposa negra entrar volando en su dirección sus ojos sólo se enfocaron en el pequeño intruso.

—¿Tengo polillas en mi reino? —cuestionó el de cabellos áureos en lo que veía al pequeño animal ir con Sasuke.

—Dobe —bufó rodando los ojos mientras la mariposa se posaba en su mano—. Hay trabajo —avisó mirándolo de reojo.

—¿Trabajo? ¿Qué trabajo? ―preguntó confundido sin entender a qué se refería.

—¿Tú no buscas las almas de los fallecidos? ―interrogó Sasuke ladeando un poco la cabeza.

—Llegan solas a mi reino ttebayo ―respondió ingenuamente.

—Debí imaginarlo de ti ―afirmó el de cabellera bruna mientras rodaba los ojos y su voz adquiría un tono despectivo―. Todo un fiestero.

—¿Eso qué quiere decir? ―preguntó ofendido de la forma de decirle eso.

—Nada, nada. Ahora muévete ―ordenó levantándose de la cama viendo el hilo brillando con fuerza―. Tengo cosas que hacer ―dijo moviendo su mano haciéndole notar que el hilo los obligaba a ir juntos.

Sin entenderlo muy bien, Naruto hizo caso a las indicaciones del otro. Vio a Sasuke transformarse en lechuza al llegar al plano de los mortales. Pese a desconocer el motivo del cambio de apariencia, también se transformó en un ave. Sólo que fue una diferente a la escogida por Sasuke. El rubio se había transformado en un pequeño gorrión de color marrón. Pequeño y tierno como él los describía. Se dejó guiar por el moreno hacia su destino y lo vio dirigirse directamente a una casa. Sasuke dio un pequeño chillido sobre un humilde hogar. Naruto se posó en un árbol y observó trabajar a su compañero. Varias personas del interior de la casa salieron y comenzaron a insultar a Sasuke. Otros más agresivos le arrojaron piedras y algunos objetos contundentes.

—Oye, ¿qué está sucediendo? ―preguntó Naruto. Siendo entendido sólo por Sasuke, pues en su forma de gorrión los humanos sólo oían sus cantos de ave―. No entiendo nada ttebayo.

—Sombras ―respondió sonando un grito más agudo para los mortales.

—¿Qué? ―preguntó el rubio curioso dando vueltas cerca de su ubicación. Intentaba desviar lo que le arrojaban a Sasuke, siendo disimulado para no descubrir sus identidades divinas.

—¿Has oído sobre la luz al final del túnel cuando vas a morir? ―interrogó el dios de los olvidados―. Es un relato muy popular entre los mortales.

—Sí, muchos de los fallecidos en mi reino lo cuentan ―respondió haciendo memoria. Sin embargo, no le aclaraba nada de lo que estaban haciendo.

—Cuando una persona fallece su alma se desprende de su cuerpo. Es absolutamente imposible seguir unidos ―explicó Sasuke deteniéndose detrás de unas ramas. Gracias a las cuales no le llegaba nada de lo que estaban lanzando.

—Eso es básico, Teme ―reclamó Naruto sintiéndose ofendido de ser tratado como un idiota―. Incluso yo lo sé ―agregó acomodándose en el mismo árbol que el otro.

—Siendo tan Dobe cómo eres creía que no.

—¿Entonces que hay de raro?

—Lo que muchos desconocen es sobre la transición ―suspiró Sasuke. Era un asunto difícil de explicar―. Yo vengo a cantar en mi forma de lechuza o envió a algunas para que mantengan a las sombras lejos.

—Aún no me dices qué son exactamente esas "sombras" ―dijo espiando entre las ramas hacia donde las personas seguían insultándole al moreno.

―Son almas en pena ―respondió antes de volver a gritar de forma escandalosa como lechuza―. Aquellos atrapados en el mundo de los vivos, pero que no pertenecen al mismo.

—Pero... Todas las almas llegan con nosotros y son enviadas a mi reino o el tuyo ―dijo suavemente mirándolo como si no pudiera creer aquello.

—No siempre llegan, Naruto —aclaró de manera firme encontrando ridículo su intento de negar la realidad—. Mientras tú juegas y cantas con las almas en la tierra de los recordados, muchos siguen sufriendo. Incluso después de muertos.

—¿Por qué no sabía de esto? ―interrogó preocupado. Siendo un dios benevolente siempre había velado por cuantas almas pudiera.

—Probablemente porque estás cuidando de quienes habitan en tu territorio ―respondió Sasuke sonando a excusa. La expresión de tristeza en el otro dios lo hizo retractarse de sus palabras anteriores―. Yo tengo más tiempo libre ―justificó buscando aliviar la culpa del otro.

—¿Qué sucede? ―preguntó el rubio al ver la mirada seria y fija que mantenía Sasuke en la casa que estaban merodeando.

—Llegué tarde —murmuró chasqueando la lengua.

Los ojos azules fueron sumergidos en la abismal tristeza de aquellos ónices llenos de impotencia. La decepción en Sasuke era palpable por él. Lo sintió sufrir. ¿Por qué? El moreno voló hacia la casa posándose cerca de la ventana. Un simple gesto de su cabeza le indicó asomarse también. Dentro de la casa un bebé de pocos meses de vida lloraba lleno de dolor. Los adultos intentaban darle consuelo, leche o algo para hacer cesar su malestar. Lo que ellos desconocían era la presencia de sombras. Entes obscuros con figura humanoide acercándose al Infante. Las negras manos de esos seres se introdujeron en el pequeño cuerpo y arrancaron su alma sin ningún miramiento.

—¡Dios mío! ―gritó la madre del niño al tenerlo entre sus brazos.

—El bebé no respira ―dijo el padre al tocar el cuello del infante.

La madre del niño rompió en llanto al darse cuenta del deceso de su hijo. Quiso negarlo. Gritó clamando el socorro de Dios. Maldijo al doctor quien les recetó las medicinas para el pequeño. Y volvió a negarse a la cruda realidad. Ella abrazaba con fuerza el cuerpo inmóvil sujetando con cuidado y desesperación al niño creyendo que podría retenerlo. Mas la mano de la muerte había llegado y no por quien debía. Naruto observó todo y tuvo el impulso de intervenir, pero fue detenido. El dios de cabellos negros alzó una mano pidiendo en silencio que se mantuviera fuera de eso.

—¡Hay que ayudar a ese bebé! ―gritó el rubio con indignación.

—Ellos lo condenaron al insultarme ―afirmó Sasuke de forma seria.

—¡¿Qué?! ¿Tan sensible eres como para condenar un alma indefensa sólo por tu ego? ―preguntó con su enojo aumentando. Sus manos se cerraron con fuerza y formaron puños listos para romperle la cara al otro por dejar morir a alguien inocente.

—Sabía que no lo entenderías —se quejó.

Sasuke comenzó a alejarse de prisa, pero el hilo de Tsunade lo forzó a quedarse cerca del rubio. Por la fuerza con la que había intentado huir terminó en el suelo. Masculló una maldición por el golpe que se llevó. El rubio lo miró curioso sin entender nada de lo sucedido. Notó al otro dios temblar un poco mientras se frotaba un poco sus propios brazos. No sabía cómo hablarle exactamente. Si no fuera porque estaban atados cada uno podría irse por su lado y refugiarse en sus propios reinos. Sin embargo, si no lo convencía no podrían ni siquiera volver a su reino a descansar. Con una mueca de desagrado caminó unos pasos hasta donde estaba el otro.

—Oye, ¿estás bien? —preguntó Naruto poniéndose de cuclillas frente al otro. Lo miró con indiferencia en sus ojos azules. No iba a preocuparse por alguien de ego tan frágil.

—Olvídalo, ¿quieres? ―respondió levantándose del suelo―. No estoy de humor para lidiar contigo.

―Tampoco quiero lidiar contigo ―concordó Naruto.

Cambiaron de forma y regresaron al reino de los recordados. El silencio entre ellos era tal que lograba ensordecerlos. Ni siquiera estando rodeado de la eterna fiesta de las almas recordadas eran capaces de oír algo. Cada cual estaba en sus pensamientos. No podrían llevarse bien. Y la queja mutua era la falta de empatía del contrario. ¿Qué clase de dios podía ignorar a almas? Sus riñas hubieran seguido más tiempo, pero Sasuke había olvidado reportar la pérdida del alma del bebé recién fallecido. Los dioses creadores siempre estaban al tanto de cada alma y sin el dios de cabellos brunos reportando el resultado de su trabajo, tenían que ir personalmente. Los dioses de la muerte iban a retomar su camino hasta que Orochimaru se apareció frente a ellos. El de ojos oscuros chasqueó la lengua. No esperaba que viniera tan pronto.

—Sasuke-kun, ¿qué sucedió en tu última misión? ―cuestionó el hombre de ojos amarillentos.

―Fue devorado por las sombras ―respondió secamente el menor.

―¡Lo dejó a su suerte sólo porque los mortales le gritaron! ―gritó Naruto viendo la oportunidad de hacer entrar en razón a su compañero. Si él no podía hacerlo, un dios mayor podría.

―Deberías explicarle la verdad ―sugirió el mayor mirando fijamente a su consentido―. Mientras el hilo de Tsunade los tenga unidos, tendrán que trabajar juntos.

―No lo entenderá ―protestó Sasuke cruzándose de brazos mientras le daba la espalda a Naruto.

—¿Cuál verdad? ―cuestionó el de ojos claros totalmente perdido en aquella conversación.

—Los cantos de la lechuza ahuyentan a las sombras ―respondió Orochimaru al no ver intenciones de Sasuke de hablar―. Cuando los mortales gritan entorpecen el cántico provocando que las almas de moribundos queden desprotegidas.

—Eso quiere decir... ―murmuró el rubio procesando la nueva información. Volteó la mirada clavándola en la espalda de su compañero.

—No es importante, Dobe ―afirmó de manera tajante el otro.

Sin embargo, el blondo sabía de su mentira. Sintió un tanto injustos los reclamos e insultos de los mortales hacia Sasuke. Él sólo intentaba proteger las almas de los fallecidos y en vez del agradecerle, lo atacaban. Sin embargo, no tenía una autoridad moral demasiado alta después de haberlo tratado como un villano. Él mismo reconocía haberlo juzgado sin miramientos. En un principio creyó que su falta de intervención fue por su orgullo herido, pero... Era algo más. Sabía tan poco del dios de los olvidados. ¿Cuántas de sus creencias no estarían erradas? En ese momento se decidió tomarse más tiempo para conocer al otro. De todas formas, no tenía opción. El hilo en sus dedos los forzaría a verse día a día quien sabía cuánto tiempo.

Desde aquel incidente, Naruto puso de su parte para conocer mejor al otro. Y con el paso del tiempo ambos dioses comenzaron a llevarse con mayor afinidad, ellos seguían manteniendo vivas sus peleas y sus bromas pesadas el uno contra el otro, pero no quitaba que el lazo entre ellos era evidente. Y al nombrar lo evidente, también hay que destacar la ausencia de cierto hilo adornando los dedos de ambos dioses. No sabían cuándo ni por qué, pero aquel hilo creado por Tsunade se había roto. En un principio, Naruto y Sasuke creyeron estar en serios problemas debido a que lo rompieron, quizás en alguna de sus peleas cuerpo a cuerpo. Sin embargo, la rubia no se mostró enfadada por tal hecho y lo dejó pasar como si nada hubiera sucedido. Se habían acostumbrado tanto a la presencia del otro que aun sin el hilo ambos querían permanecer cerca del otro.

Estando juntos Sasuke accedía a salir más veces de su reino. Exploraba un poco más el reino de los mortales y visitaba por cuenta propia al dios rubio. Sin temor a otro alocado castigo, los dioses de la muerte respiraban tranquilos de no recibir la furia de sus creadores. Por ello sin ningún miramiento el rubio apareció en el reino de Sasuke y lo guio al reino de los mortales. Pronto estarían celebrando el día en honor a ellos y no quería perderse nada de lo preparado por los mortales. Llegado el Día de los muertos ambos dioses descendían sin conflictos entre ellos a observar las celebraciones de los mortales. Les encantaba ver aquellos cambios que hacían los humanos con cada nuevo año, siempre tan diferentes, coloridos y originales; las tradiciones eran las mismas, pero las formas de celebrarlas no. Sin poderlo evitar su curiosidad los llevó a acercarse a cierto escándalo que estaba sucediendo en medio de la plaza.

—¡Aléjate de inmediato de ese mugroso, Hinata! —ordenó un hombre mayor de cabellos castaños jalando a una chica de ojos blancos.

—Usted no puede tratarla así —interrumpió un joven de cabellos castaños con un enorme perro blanco a su lado.

—Es mi hija, por lo tanto, tengo todo el derecho —respondió aquel hombre sin cambiar su expresión.

—Pero, padre… —intentó hablar la joven.

—¡Silencio! —ordenó con voz imponente causándole temor al notar la dureza de las facciones en el rostro de quien le dio la vida—. Tu deber es estar junto a tu prometido, no estarte escapando con esta gentuza.

El hombre de ojos color perla era muy despectivo al referirse a la gente del pueblo. La raíz de ese desprecio era que él, actual patriarca de la familia Hyuga, tenía inculcado que eran superiores al resto. A causa de ser poseedores de una gran fortuna y se les consideraba “nobles”, algo que ellos mismos se encargaban de hacer destacar, odiaban ser vistos como iguales del resto de las personas de la tierra que los vio nacer. Eran llamados por el resto de los habitantes del pueblo como “falsa nobleza”, ya que aun teniendo las mismas raíces que ellos, solían despreciarlos y ponerse a nivel de aquellos nobles provenientes de países europeos. Por tanto, en su hogar, era habitual que los padres eligieran maridos para sus hijas. A través de un buen matrimonio, se buscaba mantener o incrementar el patrimonio familiar. Por ejemplo, los ricos comerciantes se preocupaban por pactar matrimonios con hombres que, a través del ahorro y la buena administración, dieran continuidad a sus empresas mercantiles.

—¡Pero yo no deseo casarme con él! —se opuso Hinata soltándose del agarre—. Yo amo a Kiba-kun ―aseguró ella con lágrimas al borde de derramarse de sus ojos.

—Ni una palabra más —dijo Hiashi jalando los cabellos de su hija, sacándola del lugar a rastras.

La escena era un tanto deprimente, ya que Kiba apretaba sus puños sin poder defender a la joven que amaba. Deseaba socorrerla, pero, ¿qué podía hacer él? ¿Oponerse y conseguir que la lastimaran aún más? Observó con impotencia como la alejaban de él. Aquel jovial chico de cabellos castaños y querido por todos sus vecinos, se miraba en aquel momento con una enorme pena por la chica de la que se había enamorado. Ellos se conocían de pequeños y se habían enamorado con el paso de los años, mas la familia de Hinata lo despreciaba con fuerza por ser un simple campesino que se ganaba la vida con la crianza de animales de carga y de corral.

Odiaba la tradición de los “falsos nobles”. Por lo general, el jefe de familia arreglaba todo a su criterio y, una vez decidido, comunicaba la novedad a su mujer y a la novia pocos días antes de la boda. Las pobres hijas no se habían atrevido a hacer la menor observación, era preciso obedecer. Los padres decían que ellos sabían mejor lo que convenía a sus hijas y era “perder tiempo” hacer variar de opinión. Aunque se tratase de una hermosa niña siendo unida a quien no amaba. El prometido era aceptado mientras tuviera dinero. Aun cuando en ocasiones la diferencia de edad era abismal, al punto de tener la edad como para ser su padre, pero ser hombre de juicio era lo preciso. Los pocos casamientos que se hacían por inclinación se concretaban a disgusto de los padres y con la pérdida de la herencia que les correspondía por derecho. En cuanto a las hijas que no se atrevían a contrariarlos, pero tampoco aceptaban el marido propuesto, pues les inspiraba aversión más bien que amor, optaban por hacerse monjas. Mas dicha decisión por parte de la azabache hubiera significado no volver a ver a Kiba.

Naruto y Sasuke como de costumbre observaban todo desde su lugar privilegiado sin ser vistos por ningún mortal. Posados en el techo de una de las casas vieron el panorama completo de tal enfrentamiento.

—Ellos jamás podrán estar juntos —auguró Sasuke con pesimismo. Una expresión indiferente adorno su rostro al mirar a los mortales.

—Sí lo harán, el amor verdadero es el que prevalecerá —aseguró el rubio con una sonrisa. Él veía amor entre los chicos, sentía una bonita calidez en su pecho cada vez que presenciaba personas con un amor genuino.

—¿Cuándo vas a despertar? —preguntó retóricamente rodando los ojos. Él se negaba a pensar en que tal sentimiento existiera realmente—. El amor verdadero no existe, es sólo una ilusión que se termina cuando te golpea la realidad y ves que nada fue real.

—Lo será —continuó firme en su palabra.

—Entonces —comenzó a hablar el azabache con ira acumulándose en su interior. No tenía motivos de peso para sentirse tan irritado, empero el sentimiento estaba allí latente—, ¿aún deseas mantener la apuesta?

—Por supuesto, esos chicos lucharán por su amor como predije hace años.

—El destino para ellos ya ha sido trazado —aseguró el moreno con una sonrisa cruel—. Ella se casará con alguien de alto estatus y él con alguna pueblerina.

Uzumaki torció el gesto de su cara con molestia ante la actitud del azabache. ¿Por qué se comportaba así? En todos esos años conviviendo pudo notar que el otro era una persona bastante amable cuando se le conocía muy, muy a fondo. Era tan fácil estar a su lado cuando le brindaba aquella sensación de paz y plenitud, mas cuando se trataba del asunto del amor verdadero siempre se volvía cruel y sumamente despectivo. El amor parecía ser un asunto intratable con el de ojos negros y eso lo lastimaba más de lo que podía imaginarse. Sin embargo, no por ello dejaría que viera cuanto le afectaba su opinión. Sus miradas chocaron desafiantes como la primera vez que pronunciaron aquel acuerdo. No iban a ceder, ambos eran tercos y orgullosos, seguros de llevar la razón, pero equivocados a su manera.

Pasado el tiempo de aquel suceso en el día de los muertos, el país donde los amantes prohibidos vivían, se vio amenazado por una situación que no hubieran previsto: una guerra. En el campo de batalla los soldados comenzaron a perecer rápidamente dejando las defensas del país muy vulnerables frente al enemigo. En busca de compensar medianamente aquellas ausencias, se recurrió a reclutar civiles para servir en el frente, incluyendo a campesinos y hombres con la mayoría de edad recientemente cumplida. Nadie estaba exento de participar de la milicia. Debían servir para proteger a su patria de los extranjeros.

Kiba y Hinata habían crecido juntos y su amor igual. Tenían una costumbre que siempre llevaban a cabo desde hacía mucho: todas las tardes subían a lo alto de la montaña a llevarle flores al padre sol. Él parecía sonreír ante la ofrenda de los enamorados. La guerra fue más difícil que afrontar que la noticia de que el padre de la joven Hyuga la había prometido en matrimonio. Esa misma tarde estaban cumpliendo con su rutina de llevar flores, mientras disfrutaban de unos instantes de felicidad antes de que Inuzuka tuviera que partir al frente de batalla. Ambos se recostaron en el pastizal observando el cielo sobre sus cabezas, con pensamientos tristes sobre el futuro e ilusiones que sentían se hacían trizas.

—Hinata —llamó el joven de cabellos castaños con una expresión seria que no era habitual en él—, por favor cásate con tu prometido— pidió Inuzuka, con un tono casi como si estuviera pidiendo muerte.

—¡¿Qué?! —cuestionó de inmediato alarmada por esas palabras.

—Es por tu propio bien —aclaró el joven tomando suavemente sus manos y mirándola con ternura—, él puede ofrecerte todo para tener una vida perfecta y yo no.

—Pero yo te amo a ti —afirmó ella con algunas lágrimas de tristeza en sus ojos. No deseaba perderlo, él era el único dueño de su corazón.

—También te amo, pero puede que en la guerra yo… —explicó desviando la mirada con pesar ante un posible futuro trágico.

—No lo digas, —suplicó ella derramando las lágrimas que intentó retener—, por favor no lo digas —repitió entre sollozos tomando el rostro de su amado entre sus manos—. Quiero creer que cuando la guerra acabe tú regresarás a mi lado.

—Quiero volver —expresó con anhelo en su mirada mientras tomaba gentilmente el mentón de Hinata—, pero sabes que, aunque lo haga, tu padre me odia a muerte —recordó con tristeza.

—Yo te esperaré —aseguró sujetando la mano cálida de su novio contra su mejilla—. Y me mantendré libre de mi matrimonio para que al regresar podamos casarnos y tener la familia que deseamos —prometió con una mirada que mostraba la decisión de aferrarse y luchar por su amor.

—Supongo que no puedo contradecirte —suspiró Kiba al no poder disuadirla de lo contrario—. Sólo promete que si algo sucede te mantendrás a salvo con tu familia, sé que ellos no dejarían que nada te suceda.

La pareja se miró mutuamente por largos instantes en los que expresaban el sentimiento que compartían mediante la sola mirada. Sus palabras y promesa ese día se selló en aquella colina mediante un beso lleno de amor mientras la puesta de sol los alumbraba levemente. Y aunque ellos no lo supieran eran vistos por dos dioses cuya apuesta seguía en pie y más feroz que antes, ya que las ideologías respecto al amor estaban chocando entre los dioses de la muerte.

—¿Ves? —preguntó el rubio señalando a la pareja— Ellos se quieren.

—Aunque ahora suenen muy decididos —respondió Sasuke—, verás como un tiempo alejados hará que olviden cada palabra que hoy se juran.

—No seas pesimista, Teme —expresó Naruto rodando los ojos mientras veía con dulzura a los amantes.

Al rubio le parecía un bonito escenario, dos jóvenes amándose y jurando un porvenir que consideraban hermoso. Debía admitir para sí mismo que les provocaba un poco de envidia. Él no tenía nadie que estuviera sólo para él, las almas no contaban, pues éstas iban y venían de su reino al cumplir sus ciclos. Naruto pese a su siempre radiante sonrisa se sentía solo e incompleto y no sabía de qué manera dejar de tener tal envidia por los mortales que gozaban del derecho de amar. Ese sentimiento lo conocía de nombre, pero no lo había experimentado en todos sus siglos de existencia.

Uchiha tenía pensamientos diferentes acerca de lo que veía, para él sólo significaba que su apuesta corría peligro. Su orgullo no le permitía ver que Naruto podía tener razón al decir que el amor existía y que era verdadero. Para su propio ego era un fuerte golpe tener que rebajarse a aceptar tal cosa, por lo que tendría que intervenir para asegurarse de que nada saliera de forma inesperada. Haría una pequeña cosita que serviría de empujón para poner la balanza a su favor. Con lo que no contaba era con las consecuencias de intentar gobernar algo que iba más allá de él mismo.

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Los amantes se separaron el día fijado en que se anunció que serían llevados todos los hombres jóvenes hacia su destino como infantería. La joven de ojos perla intentó cumplir con lo prometido a su amado, mas las constantes peleas con su familia por su negativa ante el matrimonio arreglado consiguieron que ella fuera exiliada de la familia. Considerada una paria y siendo desheredada por haber jurado amor a un hombre que no cumplía con los estándares que se le exigía. A ella no le importó, de alguna manera saldría adelante.

De cierta manera, Hinata se sintió liberada cuando su familia la despreció, ya que por fin se sentía libre de hacer y decir cuanto quisiera. Era cierto que no tenía nada y tampoco contaba con habilidades, dado que siempre fue tratada como una princesa desde su nacimiento. Sin embargo, una mujer del pueblo de nombre Kurenai se apiadó de ella y le dio cobijo con la condición de que trabajara junto a ella remendando ropas. Hyuga no sabía llevar a cabo ningún tipo de labor doméstica, pero ponía empeño en aprender y aunque muchas veces falló y lo arruinó todo, no dejaba que eso la desanimara. Incluso iba aprendiendo de a poco más tareas del hogar para que cuando Kiba regresara pudiera tener una esposa que ayudara en todo. Ella sentía una profunda tristeza al mirar el horizonte y no ver a Inuzuka regresando. Con la esperanza de que volviera con bien, ella subía la colina a dejarle flores al dios Sol y rezaba por su amado.

Cada día fue a la colina y rezó por el bienestar de su amado. Dejaba ofrendas y no descansaba en su labor por orar cada día sin falta, asegurándose así misma que pronto llegarían buenas noticias, pero… se equivocó. De regreso de la colina luego de rezar como era cotidiano se encontró con un hombre alto que parecía perdido en el lugar, ya que miraba en varias direcciones de forma distraída.

—¿Usted conoce a la familia Inuzuka? —preguntó un hombre con uniforme de la milicia.

—Sí —respondió ella enseguida. Kiba no tenía padres o familia alguna, pero ella como su pareja era su única familia—. ¿Por qué la pregunta? ¿Hay noticias de Kiba?

—Le traigo la mala noticia de que Kiba Inuzuka ha fallecido en combate —informó el hombre con voz seria y fría.

—No es cierto… —susurró ella sin poder creer tal cosa— ¡No puede ser! —gritó mientras comenzaba a llorar desconsolada.

El hombre la miró sin expresión alguna y se alejó de ella. La joven de ojos claros se sintió desfallecer ante tal noticia, sus piernas temblorosas cedieron dejándola caer al suelo de rodillas mientras se abrazaba a sí misma intentando contener el insoportable dolor de su corazón. La persona que amaba ya no volvería jamás. Las dulces promesas de una vida juntos se hacían añicos en tan sólo unos instantes. Se llevó una mano a su boca y contuvo gritos de pena al leer y releer una y otra vez la carta con el sello oficial.

―Kiba ―sollozó amargamente estrujando la carta entre sus manos―. No puede ser ―repitió sintiendo la lengua de Akamaru sobre su rostro.

El can solía seguirla a donde fuera. El mejor amigo de Inuzuka siempre cuidaba de ella sin importar el lugar. Incluso mientras trabajaba él permanecía afuera esperándola. No causaba problemas a nadie, por lo cual nunca hubo queja alguna. Y era tan listo el animal que daba consuelo en un momento de tan difícil asimilación. A lo lejos, aun sin saberlo, el dios del Sol estaba observando con pena lo acontecido a la joven.

―Es una pena que la muerte los haya separado ―murmuró el Dios de cabellos dorados desde la distancia.

 

CONTINUARÁ…

 


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