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Ido pero no olvidado por Sebastian Montes

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CAPÍTULO 3

 

1

Evans buscó en el baño, el armario e incluso debajo de la cama y detrás de los muebles, Ángel no estaba dentro de la habitación. Durante un instante la indignación lo invadió, incluso si el chico vagaba por los pasillos no comprendía como era posible que un paciente podía marcharse de esa manera de su habitación sin que ningún miembro del personal se percatará. Se obligó a tranquilizarse, después de todo aquello no era un psiquiátrico, ni siquiera un centro de rehabilitación, las personas iban por su propio pie y pagaban exorbitantes cantidades de dinero por la mejor atención médica. Nadie en su sano juicio se “escaparía” de un hospital de este tipo, el personal no estaba acostumbrado a lidiar con tales percances.

Llamó por teléfono a su primo Lucas, le explicó la situación lo mejor que pudo, no quería comportarse como una madre histérica y menos por un chico que acababa de conocer hace poco más de setenta y dos horas. Sin embargo, era muy importante que lo encontrará, no tenía caso que le hubiera salvado la vida, para que días después la perdiera en un algún rincón inmundo. Y sino lo encontraba, eso es exactamente lo que pasaría; quizás debió explicarle la situación desde el principio, sino continuaban con el tratamiento moriría.

Vio inteligencia en los ojos de Ángel, por mucho que temiera lastimarlo tendría que decirle la verdad.

 

2

—El chico no es estúpido, al menos concédele eso— comentó Lucas revisando los videos de las cámaras de seguridad que vigilaban los pasillos del hospital las veinticuatro horas del día, junto al personal de seguridad y Evans—. Vestirse de enfermera fue un buen truco, sino le prestas mucha atención casi parece una becaria.

Evans asintió con aprehensión mordiéndose el labio inferior mientras quitaba con un ademán desagradable al guardia que controlaba el sistema de cámaras para sentarse en su lugar y estudiar con mayor detalle las cintas. Lucas le observó con incredulidad, había pensado que nunca volvería a ver al antiguo Evans, aquel que su primo había relegado a un rincón antes de convertirse en un mártir desahuciado: un poco agresivo, sutilmente grosero, terriblemente decisivo. Era como una versión del tío menos favorito de Lucas sólo que sin los músculos hiper desarrollados y la potente voz, Evans insistía en que despreciaba a su Padre, sin embargo, había heredado y adoptado muchas características de su progenitor, casi nunca las ponía en práctica, pero cuando lo hacía lo convertían en un hábil negociante y un jefe terrible, casi rayando en el delirio y la obsesión. El día en que anunció a la Junta directiva que pensaba cederle su puesto a Lucas y retirarse por un tiempo, todos los miembros suspiraron aliviados, no había sido precisamente un tirano, pero tampoco el mocoso manipulable que todos esperaban.

Sabía que el joven tranquilo que evitaba el conflicto y amaba a su perra era el verdadero, pero Lucas no podía evitar que también le  gustará la faceta iracunda de Evans.

—Salió de la habitación, entró al cuarto donde algunas enfermeras duermen entre turnos, se peinó, vistió y salió del Hospital por el elevador y nadie lo notó. Ninguno notó que, aunque su cuerpo es delgado no tiene las curvas propias de una mujer y es demasiado joven como para trabajar en el hospital siquiera como becaria—. Evans inspiró fuerte para tranquilizarse—. ¿Siquiera se dan cuenta de lo que significa esto? Cualquier paciente puede entrar y salir del hospital como en su casa, tenemos protocolos. ¿Comprenden? Si alguien se entera de esto…— poco a poco el tono de voz de Evans iba aumentado de tono.

—Ya es suficiente Evans— interrumpió Lucas de repente—. Concuerdo en que nuestro personal cometió un error— al recibir la mirada cargada de recriminación de su primo se corrigió—. De acuerdo, varios errores para ser exactos, pero yo soy el administrador y me encargaré de resolverlo más tarde—. Dirigió una mirada a los hombres en la sala de monitores—. Señores, les molestaría dejarnos solos por un momento.

Una vez se quedaron solos Evans se encogió de hombros, parecía avergonzado.

—Si fueras un avestruz en este momento estarías escondiendo la cabeza bajo tierra— comentó Lucas tomando una silla y sentándose frente a su primo—. Esos hombres se llevarán una sorpresa cuando escuchen que el lindo conejito se convirtió en un lobo feroz.

— ¿Lindo conejito?

—Así es como te llama el personal a tus espaldas— le confesó Lucas dándole un par de palmadas—. Creen que es adorable. Supongo que no tuvieron mucho tiempo tratando contigo cuando eras director.

—Estaba muy ocupado descargando mi ira sobre los otros miembros, la mayor parte se la llevaba mi asistente, pero la pobre señora había trabajado para mi Padre, no podía gritarle sin sentirme como una basura.

—Buen chico.

—Y me preparaba chocolate caliente por las mañanas.

—Una gran señora— completó Lucas—. Hiciste bien en jubilarla antes, sus nietos te la agradecerán. Ahora primo, no se me da bien eso de irme con rodeos, pero… ¿Qué obsesión tienes con el muchacho que trajiste al hospital? ¿Es tu amante, novio, le pagaste para tener sexo, le debes algo?

Evans se levantó y respondió enérgicamente.

— ¡Ya te dije que lo encontré en la playa! ¡No lo conocía antes de eso! ¡Es tan extraño para ustedes como para mí!

Lucas le creyó, es decir podía tener dificultades leyendo las emociones y sentimientos de otros, pero con Evans siempre le había resultado fácil, al menos cuando su primo se lo permitía. En sus mejores días era como un libro abierto lleno de luz.

— ¿Entonces porque te preocupa tanto? No me tragó eso de que te recuerde a un perro…

— ¡Me recuerda a mí! — confesó Evans a gritos—. ¡Feliz! ¡Me recuerda a mí! ¡Cuando era un niño! ¡Y mi Padre me llevó al extranjero para que…!

Evans se detuvo de pronto y se cubrió el rostro con las manos como si estuviera a punto de confesar un terrible secreto.

Esos primeros años de la infancia de su primo eran un misterio para Lucas, lo que había sucedido y todavía peor, lo que no. La familia entera, incluso sus padres se negaban a hablar y cuando Evans asistía a las cuatro reuniones familiares que organizaban al año se mantenía enfurruñado en un rincón junto a su perra Cindy, bebiendo copa tras copa de cualquier bebida alcohólica que le pusieran en frente. Era el heredero legitimo de la mayor parte de la fortuna familiar, pero apenas tenía contacto con sus familiares. Siempre era el último en llegar y el primero en irse, tan borracho que tenía que sostenerse en las paredes para no caerse.

Recordó que había hojeado parte de los resultados de los exámenes del chico y una terrible idea le cruzó por la mente.

— ¿Tú Padre te violó? ¿Abusó sexualmente de ti?

Evans se retiró lentamente el rostro de las manos y negó con las cabezas.

—No, pero esa no es la única manera de destruir a una persona— respondió saliendo de la habitación a toda prisa.

A Lucas no se le ocurrió nada que decir capaz de retenerlo.

 

3

Quería regresar al hospital, al menos dentro estaba cálido y bien alimentado, no era seguro, pero tampoco recordaba la última vez que se había sentido realmente seguro. Ángel se arrinconó en el callejón, junto al bote de basura, temblando de frío, pensando en lo mucho que se enfadarían cuando descubrieran que había ensuciado el bonito y blanco uniforme de enfermera que robó. Fue tan sencillo. La puerta estaba abierta y el pasillo desierto, entró a una habitación al azar y se encontró con todos esos uniformes, se vistió y haciéndose tan pequeño como le fue humanamente posible se deslizó entre los pasillos.

Nunca había estado en un hospital, pero a veces los dejaban ver la televisión y en las películas, series y noticieros los pasillos de hospitales siempre parecían callejones estrechos pintados de blanco donde el personal corría de un lado a otro con mucha prisa. En cambio, los pasillos de aquel edificio no eran blancos, estaban pintados de un bonito color caoba con acabados en madera y elegantes lámparas de diseños estrafalarios que distribuían la luz artificial con gracia. Los arbustos y flores de colores regado a lo largo de los amplios pasillos disimulaban el olor a desinfectante y medicamentos.

Hacía mucho tiempo, no podía recordar cuando, pero debía de ser muy pequeño porque apenas lograba evocar su rostro, una prostituta llamada Brenda le había enseñado como comportarse como una mujer, la manera de inclinar la cabeza, la forma de mover las caderas, el sentido en que mover las piernas. El objetivo no era hacerlo con gracia, ni siquiera de manera sexi, sino con naturalidad; había hombres que se sentían mejor pensando que estaban jodiendo a una mujer, aunque en realidad se tratará de un hombre o incluso un niño.

Recordó sus consejos y se deslizó con naturalidad por los pasillos. Como si tuviera un lugar importante al que ir o un asunto interesantísimo que atender.

Ningún médico o enfermera se detuvo a mirarlo, lo dejaron marchar. Tomó el elevador y salió por la puerta principal. El guardia de la entrada le dirigió una sonrisa, pero él no le mostró su rostro, apenas dio unos pasos fuera del Hospital echó a correr sin rumbo.

Ahora se preguntaba si había sido una buena idea.

No sabía nada del mundo. Siempre había dependido de otros para sobrevivir. Cuando al fin consiguió escapar tuvo que venderse a si mismo para tener algo que llevarse a la boca. No sabía leer ni escribir, ni hacer nada con que ganarse la vida.

Su anterior Dueño tenía razón, era un desperdicio de espacio que no servía para nada.

¿Entonces por qué había escapado?

—Él mintió— susurró para sí mismo.

De eso se trataba. Podía soportar las palizas, las humillaciones, incluso las violaciones; pero estaba cansado de las mentiras. Todo mundo le había mentido, su Madre, su Padre, aquel Dueño que prometió nunca venderlo. No quería seguir viviendo engañado.

El chico… Evans, no tenía porque mentirle, él habría entendido. Las medicinas, el calor, el refugio no eran gratis, tenían un costo y había que pagarlo, pero el muchacho había dicho que no lo lastimaría y una parte de él, pequeña, demasiado pequeña para admitirla, no sólo había deseado creerlo, sino que realmente lo había hecho. No sabía porque, quizás fue la medicación o la desesperación, pero sobre todo se trató del perro que acompañaba al chico y del cariño que ambos se profesaban. Había conocido a hombres y mujeres de todo tipo a lo largo de su vida, pero jamás supo de alguien que le hablará con tanto afecto a una mascota. Después de todo lo que había pasado, todavía era un tonto que creía en los cuentos de hadas. Evans no debió enviar a ese Doctor para enseñarle su lección, él lo habría atendido si se lo ordenaban. Por alguna extraña razón se sentía traicionado.

Se recargó contra la pared y dejó que la lluvia lo empapará, se merecía todo lo que le pasaba, era un estúpido.

 

4

Era la niña más bonita que alguna vez hubiera visto, la larga cabellera rojiza le caía hasta debajo de la espalda y tenía los ojos de diferente color, uno azul y otro verde, sus labios pequeños y respingados eran iguales al botón de una rosa y el rostro redondo e infantil miraba a su alrededor con asombro.

Fue la primera vez que Evans se enamoró, tenía diez años, nunca supo la verdadera edad de la chiquilla; pero durante días espió la puerta de la habitación donde su Padre la tenía encerrada en espera de una oportunidad para volver a verla, conocer su nombre, admirar esos hermosos ojos.

Y tras días escabullándose de tutores y noches pasadas en vela no estaba más cerca que el primer día en que vio como su Padre la encerraba en aquella habitación.

Buscó con entusiasmo una respuesta que no hallaría en los libros de la biblioteca y finalmente decidió preguntarle al jardinero. Conocía al viejo desde que tenía memoria y de todos los empleados de su Padre era el único que le inspiraba la confianza suficiente como para sincerarse.

El hombre lo escuchó con esa expresión plena y satisfecha de a quién nada puede importarle ni sorprenderle, no le preguntó si su Padre estaba enterado de su curiosidad o porque un jovencito de diez años que tenía todo cuanto deseaba en la vida quería aprender a abrir cerraduras.

Le explicó como torcer un gancho para usarlo como “llave”, a escuchar el chasquido de las cerraduras al torcerse y girar el gancho; e incluso le ayudó a practicar con las viejas puertas de la destartalada casa donde vivía.

Esa misma noche Evans se deslizó en silencio de su cama y forzó la cerradura de la habitación de la niñita…

Pensaba preguntarla tantas cosas. ¿Su nombre, de dónde venía, qué se sentía tener los ojos de colores diferentes, estaba enferma, porque estaba todo el día en esa habitación, no se aburría…?

Pero nada lo preparó para lo que se encontraría al abrir la puerta.

Su Padre yacía desnudo sobre el cuerpo desnudo de la niñita profiriendo terribles gruñidos que estremecían al pequeño cuerpo debajo de él que de tanto en tanto lanzaba un grito de dolor.

No gritó, ni siquiera se movió, Evans permaneció lo que le pareció una eternidad intentando comprender con su infantil mente lo que sucedía en la cama.

Tras un rato que se le hizo larguísimo, el miedo, la incomodidad e incomprensión de lo que veía se convirtieron en palabras.

—La estás lastimando— expresó en un murmullo—. Déjala, la lastimas.

Su Padre se detuvo, miró atrás y clavó su penetrante mirada en él.

Evans observó el bonito rostro de la niña, esperaba encontrar esos ojos verdes y azules anegados en lágrimas, pero en el rostro de la chiquilla no había más que desconcierto y curiosidad por el niño moreno vestido en pijama que los observaba.

El Padre de Evans se levantó, no le gritó, ni siquiera le dijo cuan inútil, inservible, mierda y estúpido era como siempre que lo veía; lo tomó del cuello con ambas manos y con una rabia fría, calculadora comenzó a asfixiarlo.

Cuando Evans despertó en su habitación rodeado de un par de sirvientas que le cuidaban, apenas podía hablar, tenía un par de moretones en el cuello, nadie dijo nada, pero todos sabían la causa de su desvanecimiento.

Evans no volvió a ver a la niña de cabellera roja ni tampoco pregunto por ella, tampoco nadie considero oportuno darle explicaciones, con el paso de los años iría descubriendo las respuestas a sus preguntas.

Desafortunadamente no sería el último niño y niña que desfilaría en esa casa durante los próximos años.

 

5

El teléfono fijo resonó en la sala, Evans lo sujetó y deseó no haber cedido ante esa copa de whisky, sentía como si le taladrarán la cabeza, extrañaba los días en que podía tomar alcohol hasta vomitar. ¡Que genialidad!

—Tu celular no suena— le reclamó su primo Lucas apenas contesto.

—Supongo que se apagó, he tenido unos días malos.

— ¿Puedo ir a verte?

Evans ni siquiera pensó en su respuesta.

—No.

El timbre sonó.

—Déjame adivinar, ¿ya estás afuera?

—Quizás.

Evans colgó y fue a abrirle a Lucas.

No quería que lo viera con ese aspecto, parecía un estudiante universitario después de que el supuesto amor de su vida lo abandonara.

—Luces horrible— le comentó Lucas apenas lo vio, Cindy le movió la cola y su amigo se adentró en la casa sin pedirle permiso.

Observo la botella de alcohol en la mesa y negó con la cabeza con pesar.

—Creí que no podías tomar alcohol.

—No “debía”— reafirmó con sarcasmo esa última palabra— alcohol.

Evans se dejó caer sobre el primer sofá qué encontró y se talló el rostro con fastidio.

— ¡Me parezco tanto a mi Padre cuando bebo! — se quejó con hastío—. ¿Por qué viniste?

Lucas le miró con curiosidad antes de preguntar.

— ¿Por qué te interesa tanto ese chico?

— ¿Cuál chico?

—Por el que dejaste de pasear a Cindy y te emborrachas.

Evans pensó en inventarse una historia, fingir indiferencia o tomarlo a broma, pero sabía que no engañaría a Lucas, su primo era terriblemente analítico, sobre todo con las relaciones personales.

—No te interesa.

—Pero Evans…

—Te diré esto, Lucas, tenía mis razones para interesarme en ese muchacho. No te las puedo decir.

Lucas asintió conforme.

Hacía más de una semana que Ángel había desaparecido del hospital, Evans lo había buscado junto a otras personas que contrató los primeros días, negándose a dar parte a la policía e impidiendo que cualquier otro lo hiciera; finalmente había decidido que no tenía sentido buscar a alguien que no quería ser encontrado y renunció a la búsqueda.

—Bueno— agregó Lucas sin cambiar el tono de su voz—. Hoy me llamó Silvia y me dijo que había encontrado a un muchacho parecido a Ángel en un callejón mientras iba de compras…

Evans se puso de pie de repente.

—¿Dónde era? ¡Vamos para allá ahora mismo! — exclamó tomando las llaves de su coche.

—Mi chica me dio la dirección y fui a recogerlos, ambos esperan en al auto afuera. Si quieres…

Evans no esperó a que terminara de hablar, abrió la puerta y salió a la playa.

 

6

La señora le observaba con curiosidad, sonreía todo el tiempo y tarareaba las canciones que ponían en la radio, no le hablaba, pero tampoco le quitaba los ojos de encima.

Ángel se encogía en un rincón del automóvil.

¡Estaba en tantos, tantos problemas!

Lo habían atrapado.

Nunca debió escapar.

Nada bueno le pasaba a los que escapaban.

Y él había ido a parar con otros Dueños que le habían dado otra oportunidad de vivir. ¡Era un estúpido!

A veces, si eran chicos y chicas muy guapos los dejaban vivir y se conformaban con filmar un par de películas repugnantes con animales a modo de castigo, pero si se trataba de viejos desgastados como él, se limitaban a matarlo enfrente de todos los demás o hacerlo trabajar hasta que muriera de hambre.

—Eres como un gatito asustado— comentó la señora de cabello castaño acariciando su cabello.

Cerró los ojos y recordó su entrenamiento.

Permanecer quieto.

No hacer ningún sonido.

Permitir que hicieran lo que quisieran con él.

Ser un buen chico…

Observó a un par de figuras aproximarse al automóvil, se cubrió la cabeza con los brazos, su respiración se aceleró y se desvaneció en la nada…

 

Notas finales:

Gracias por leer.


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