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Corazón Viviente por alex solano

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Si no odiaba a Slughorn en el pasado, definitivamente lo odia a ahora.

Perra.

Resulto que el señor se las tiro de colaborador con el viejo come caramelos, todo romántico y feliz por hacer algo de san Valentín. Casi literal sus ojos se salieron al oler la Amortentia desde que entro, prediciendo el desastre.

-como hoy es san Valentín, me pareció buena idea fabricar su Amortentia, ya han practicado con el profesor Snape, no hay excusa para no entregar al final de clase-

¡Que lo llevara Merlín!

Maldito sea.

De verdad, se pondría como artillero de la segunda guerra mundial para quemar toda paloma que le atraviese, una voló mal y casi lo ahoga cuando bostezaba, y considera atractiva la idea de comprar del contrabando de los Hufflepuff uno lentes oscuros, esos pequeños brillos de los estudiantes a su alrededor le iba a dejar ciego.

No es todos les brille el pecho, podría ser un 15 por cierto del estudiantado que tiene el síntoma, algunos un diminuto brillo, otros lo equivalente a una vela.

Pero le ha tocado a la una maldita fogata gigante.

Las camisas son de ayuda, pero aquel resplandor se le estaba saliendo en clase de herbolaria, abrazando a Blaise por la espalda en plan necesito amor, tratando de tapar el brillo. Blaise se quejó por la siguiente hora y el calor que tenía en la maldita espalda, Sprout asumió que era algún efecto del estúpido encantamiento y lo dejo ser.

¡al fin! Alguien que lo entendía.

Jodido sea Dumbledore, estaba seguro que le dijo que sería buena idea preparar esa poción del demonio.

Chocolate, pastel de moral, olor a madera, pergaminos y tinta estaba ahogándolo, y la fuente de sus suspiros estaba a dos puestos atrás.

¡la vida conspira contra el!

El delantal puesto ya no se utiliza desde hace años en esta clase, pero no estaba prohibido. Como excusa ante la mirada extrañada de Horace le dijo que quería tener cuidado, cuando nadie se la tragaba, y los ojos verdes le quemaron la nuca desde ese momento.

-¿se nota mucho?- le pregunto discretamente a Blaise.

Otro cuento que tenía que solucionar.

No le agrado su amigo en lo más mínimo enterarse de esa forma de su amor verdadero, aunque no le ha dicho quién es, fue un golpe a su amistad, estando algo resentido por no confiar en él.

Y estaba igual desde la clase de herbolaria, haciéndole la ley del hielo, sin mirarle, ignorando su santa presencia bendita, que muchos la consideran un regalo del cielo.

Bueno, esto era parte su culpa, desde pequeños prometieron cuidarse uno al otro, pensando el italiano que reunía las firmas para fastidiar a Potter cuando la verdad era diferente.

Cerro su boca al sentir unos pétalos en su garganta, obligándose a reunir saliva para tragarlo.

Viendo que no había de otra para abofetear al frio Blaise, tenía que recurrí a la verdad más grande y pesada.

Nadie le había dicho esto, así que Blaise se considere un privilegiado de tal información confidencial que le iba a revelar, porque era un arma que le está entregando, una que tiene el poder de doblegarlo como liberarlo.

Pero era Blaise, aquel niño coqueto que conoció a sus 5 años, y desde entonces se han vuelto como uña (Blaise) y un buen esmalte para la manicura (obviamente se refiere a el mismo).

Así que, la mejor manera que pudo hacerlo es por un pequeño papel.

Increíble que una cosa tan pequeña pueda hacer explotar las cosas.

Con escritura ágil en el pergamino, escribió 5 palabras, que estaba seguro que le harían explotar ahí mismo, para releer estúpidamente lo escrito, y gritarle porque coño no estaba enterado de esto.

Con el índice deslizo lentamente el pedazo de papel envuelto a su lado de la mesa, dejándolo al lado de su libro de pociones, tan pequeño, insignificante, y mortal.

El moreno decidió romper su voto de hielo, viendo de reojo a su amigo que revolvía lentamente como si nada su poción, si no pasara nada importante, mirando con ceja alzada el pedazo de papel que dejo encima. Draco no era de estupideces como esta, era tan pomposo que le enviaría una lechuza estando el a solo 2 metros de distancia, solo para ver cómo era picoteado sin piedad ante su risa burlona.

Temiendo que estuviera embrujado, si fuera a saltar a su yugular, lo abrió despacio, mirando el trazo delicado y fino de su caligrafía, leyendo por encima la estupidez que seguramente debió escribir para perder su tiempo.

Fue divertido leerlo las primeras 3 veces.

Pero dejo de serlo cuando miro el resplandor que el salía por su delantal, tan imperceptible pero levemente notable.

¡me lleva el diablo!

Leyó otras tres veces, pensando si era un vil broma, aquellas que después de unos minutos se comenzaría a reír en su cara. Pero sus ojos grises siguieron añadiendo los ingredientes concentrado, y el solamente podía ver el leve temblor nervioso de su mano.

Se meterá en castidad si esto era cierto.

El ajenjo se le estaba regando descuidadamente a un lado, con esa leve epilepsia de puro temor a su reacción, manteniendo su máscara social lo más que podía.

Lo maldito mil veces.

El rubio era un maldito imbécil, y sobre todo un cabezota, creyendo que puede todo contra el mundo él solo, sufriendo en silencio, sonriéndole como si nada, hasta que llega un punto que le sale todo de control y llega con el rabo entre las patas.

Si, estaba molesto con el rubio, pero no podía odiarlo.

Porque escribir "esta mierda huele a Potter" era índice de un montón de problemas que solo no podías soportar.

 

 

Al término de la clase, como había esperado de su mejor amigo, le empujo aun aula vacía, casi haciendo caer al suelo, conjurando mil y un hechizos de privacidad.

-ahora si mierda melancólica, me vas a explicar, ¿Qué demonios está pasando? - tan directo como siempre.

Con esa mirada fiera, cruzándose de brazos, en rictus de seriedad, le hizo saber una cosa.

Se acabaron las mentiras.

Porque le debía la verdad aquel que le confió sus secretos, su espalda, y confiaría su vida.

Le debía muchos secretos, cuando le conto miedo también compartió los suyos, de la guerra, de su aparente escondite en Barcelona, de su amor por un Weasley, de sus vergüenzas confidenciales que no le revelaría a ningún otro que no fuera él.

Incluso antes de irse a clases le mostro la pequeña chispa que tenía en el pecho.

¿eran posibles los juramentos inquebrantables entre niños? No lo sabía.

Aquel verano, antes de iniciar su educación en Hogwarts, parados en medio de la nada, en los bastos terrenos de su familia, con un diente caído en el frente, moretones en todo su cuerpo, una escoba rota, y el sol que se metía, dos niños con meñiques unidos, empapadas de una gota de sangre por sus heridas ridículas, se juraron lealtad, confidencialidad y apoyo, incluso si quedaran en casa diferentes, por sobre todas las cosas, convertirse en un sapo si faltaban, riéndose por tal conjuro que hicieron que dudaban que fuera uno de verdad, pero valido ante sus ojos.

Había faltado a su juramento inquebrantable, y cuanto deseaba el castigo por su falla.

-ya sabes, tengo un maldito fénix en el pecho, estoy enamorado del niño que vivió, mi madre está amenazada de muerte, tengo la marca oscura, ya sabes, lo usual- encogió de hombros.

-perdón, ¿podría decirlo correctamente mientras te abofeteo con mi verga? -

-ugh, seria incesto, asco-

-¡por Merlín!, ¡siempre fuiste así de niños! ¡creyéndote con todos los aires! ¡capaz de solucionar todo sin una maldita mano!, ¡¿pero qué crees?! ¡no eres una divinidad! ¡el pedestal que tienes tan alto no existe! ¡solo eres también un humano como yo! -

El solo se resignó a escuchar, con mirada en el suelo, aceptando las palabras del moreno sin replicar.

-lo siento-murmuro.

-¡lo siento mis nalgas!, ¡tienes la marca oscura! ¡eres un maldito hipócrita!, ¡sabes que mi familia pudo haberlos sacado de ahí! ¡lejos de tu padre! ¡lejos de este estúpido país! ¡sabía que el año pasado algo tenías! ¡te pregunte cuando bajamos en el tren si estabas bien! ¡me contestaste que ningún problema tenías! ¡yéndote con Narcissa a tu maldita casa del demonio! -

Aun recordaba cuando su muñeca todavía estaba virgen de maldad, con la ansiedad comiéndole vivo en el tren, fingiendo disfrutar de sus ranas de chocolate, pretendiendo que no sentía las miradas de Pansy y Blaise.

El honor, o como llamaban muchos le había llegado, no le dijeron exactamente qué, pero bastaba con leer entre líneas para saber que será marcado como res al matadero.

Se sentía ahogarse en el vagón, casi sin hambre de chocolates, pensando en mil formas de librarse de ello, y ninguna llevada a la acción.

Cuando se detuvo el tren a la estación nueve cuartos, el frio que le recorrido le había avisado que estaba a una sola desaparición y rejas negras de su infierno. Como paloma picoteando maíz mientras una jaula estaba próxima a caerle encima.

Apenas bajo, pudo ver más alejado al león de ojos verdes en compañía de sus amigos, recibidos por el clan Weasley, abrazándose con cariño y amor en el aire, sin preocupación alguna por el momento, solo dedicarse a apoyarse unos a otros.

La estación le daba vueltas, sintiéndose mareado, con ganas de dormir como Aurora y nunca despertar.

Podría esperar que el tren arrancara y ponerse en las vías, aunque sería algo doloroso.

Entonces ahí la vio, aquella que le dio la vida.

Su madre en vez de vestirse pomposa y elegante, esta vestida con trajes oscuros y discretos. Sus cabellos que antes lo peinaba en elegantes trenzas o recogido con broches esmeralda, estaba algo descuidado, desalineado y suelto. Las ojeras bajo sus ojos no le mentían, no estaba durmiendo como se debía, o si quiera se permitía cerrar los ojos por un momento.

Esa mirada, aquella que le pedía disculpas por todo lo que paso, y por todo lo que pasara, le dejo en claro una cosa...

Prepararse para lo que será el inicio de una nueva odisea de Edipo, pero versión en vivo, sin descanso alguno.

La señora Zabini llego de sorpresa detrás de ella, y si algo heredo Blaise de ella, es esa mirada interrogante si todo estaba bien.

Nada estaba bien, pero debían callar.

Su madre se debatía entre seguir con el papel, o romperse a llorar en el hombro de su amiga, no ayudo en mucho cuando llego la señora Parkinson con Greengrass, interrogándole de su aspecto.

Terminada toda conversación incomoda, antes de irse con su madre, Blaise le giro, preguntándole directo que le pasaba, y que no dudara en pedirles ayuda.

Ambos tenían miedo, no eran capaces de hablar, y la idea de agarrar de la mano a su madre, desmayarla aquí mismo, cargarle nupcial y correr con los Zabini a Italia le pareció tan tentadora, tan cerca, tan bien, que por un solo segundo sus cuerdas vocales iban a articular aquella palabra que cambiara todo.

Ayuda.

Pero quedo mudo, una cuerda le impedía hablar, estrangulándolo, tratando de decir aquella palabra con poder que lo cambiara todo.

Pero miedo sintió, recorriéndole las venas, paralizando su columna vertebral, congelando dolorosamente sus huesos, secándole la boca y sufriendo de una deshidratación en la garganta, su mente le hizo una jugada.

La señora Zabini tan animada y coqueta hablaba con los Parkinson, Pansy se quejaba con rabieta que no le compraran más vestidos feos, Theo a los lejos se preparaba para irse solo, Astoria con Daphne cotilleaban en una banca cercana, y Blaise, mirándolo con preocupación, igual cuando cayó de cabeza de su primera escoba, le hizo decir, aunque no quería, una frase que sello su destino.

Estoy bien.

Despidiéndose de él con un apretón de espaldas, y caminar con su madre hacia el punto de aparición.

Antes que ella los transportara a los terrenos Malfoy, le dijo una cosa.

Ellos estarán bien.

Porque ambos no tolerarían la idea de verlos muertos por su culpa.

El señor tenebroso no perdona traiciones, y los cazara con su tía, igual que aquella familia, destruyendo aquel que se interponga en su camino.

Su madre extrañara el té con sus amigas.

El extrañara las tardes de quidditch con sus amigos.

Ambos extrañaran el cielo.

Porque ambos se convirtieron en sinsajos con plumas quemadas desde el momento que pisaron la mansión.

-no lo pensé...- susurro.

-¡¿asi?! ¡¿me podría decir por qué?!- grito.

Todas las acusaciones se le fueron clavando en su corazón, con los ojos aguados grises mirando al italiano, aceptando que se había equivocado, pero no arrepentido de haber intentado protegerlo.

-porque...porque no quería que estuvieran en medio de todo esto- la voz se le quebró al final.

Toda la rabia que tuvo se le fue evaporando al mirarlo a los ojos, igual cuando una vez se raspo la rodilla persiguiendo un pavo real de niños, haciéndose el hombrecito cuando a la media hora rompió a llorar.

Le abrazo, apretándole lo más que podía como boa constrictor, no dejándolo ir, sobándole la espalda consolante.

Si había algo que Draco odiaba, era confesar sus crímenes así, viéndolo vulnerable.

Mientras olía el aromatizante de la camisa blanca de su hombro, acariciando su espalda y viendo los demás pupitres, escucho a todo volumen los labios de Draco murmurándole las verdades y libros ocultos que no había leído, confesándole los malestares, pesares, arrepentimientos y esperanzas perdidas en su oído.

Lo difícil de una promesa era cumplirla, pero al final si lo hizo, nunca es tarde.

No para ellos...

Le confeso lo enfermo que se sentía.

Le dijo sobre el armario.

Le conto su miedo a la muerte.

Le recito al pie de la letra sus sentimientos por Harry Potter.

Cuanto le encantaría escapar de todo.

Cuanto desea que sus sentimientos sean correspondidos.

Y cuanto deseaba morir en paz.

Fingió que no estaba llorando.

Y Blaise fingió que no lo había visto así.

 


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