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Soy un perro callejero por srta_aam

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Notas del capitulo:

Buenas, espero que disfrutéis esta historia, feliz lectura. 

Capítulo 1: El diablo sabe mi nombre. 


 


 


¿Amor? Todos los seres humanos soñamos con encontrarlo. Por supuesto, siempre habrá quien lo niegue. Si es así es porque en algún momento de sus vidas algo salió mal. Hay personas que lo desean de madrugada, en silencio, con los puños apretados y un nudo en la garganta, pensando en ese alguien que desapareció de sus vidas hace años.                                                                     Al fin y al cabo es algo natural: un reflejo primitivo y pasional contra la soledad.                                                                                                   Abrí los ojos. El agua vagaba por mi cuerpo, besándome la piel como un amante. Y hablando de amantes, mi madre siempre ha dicho que la mejor forma de enamorar a un hombre es mediante el sexo: «Si sabes follártelo todo está hecho, Alay. Mantén su polla contenta y se olvidará de sus principios». Por puesto, esto son solo palabras de una prostituta. O no. Depende de quién lo interprete. Suspiré. La calidad del agua reconfortaba un poco mi alma, pero no lo terminaba de conseguir. Al menos relajaba mis músculos. 


Unos finos brazos rodearon mi cintura. No me hacía falta darme la vuelta para saber de quién se trataba. 


—¿Pensativo, mi amor?—indagó, haciéndome cosquillas con sus nuevas uñas orientales. 


—Un poco. 


Giré sobre mi talones para encontrarme con ella. Los largos y oscuros mechones se adherían en sus tiernas facciones, humedecidos por el agua, cayendo hasta sus pechos. La sola imagen me encendía. 


—¿No volverás a las peleas, verdad?               


Alcé su mentón, observándola de cerca. Sus largas pestañas se batieron nerviosamente con un interrogante impreso en los ojos. 


—Es mi deber.                          


Sus pupilas se estrecharon; sabía que no le gustaría mi respuesta. 


—Kayley…—continué, a pesar de saber que, una vez más, no lo entendería—: Necesito el dinero.   Lo sabes.


Negó fervientemente, mordiéndose el labio. 


—Vete a la mierda—escupió airadamente. 


Dicho esto salió de la ducha.


Genial. Más complicaciones… Una irónica sonrisa tiró de mis labios.  Lo más gracioso es que ni si quiera está enfadada por algo real. Por el amor de dios. ¿Peleas? ¿Qué estoy?, ¿en tercero de la ESO? Soy sicario. Llevo siéndolo más de seis años. Con apenas quince, un hombre trajeado,  regordete y con bigote a lo chapo me encontró peleándome con dos niños de mi clase que terminaron con un ojo morado y la nariz rota por decirle puta a mi madre en una reunión, entonces, el hombre, me dijo: «Cachorro, ¿te interesa algo de dinero?». A partir de ese día empezó a entrenarme en una nave industrial de su propiedad, junto a otros hombres, bueno, él me los presento como «otros perros de pelea» o «asesinos a sueldo», dependiendo si ese día le habían tocado los huevos o no. Conforme pasaron los meses me enteré que aquel hombre regordete y con bigote de chupapollas era Julián Bernini: un importante ex-capo de la mafia siciliana, especializado en asesinatos a sueldo. Mi actual jefe. 


Reconocí el tono de llamada de mi móvil. Dejé mis cavilaciones a un lado y salí de la ducha, anudando la toalla a mi cintura. 


—¿Sí?


—Cachorro.  


Enseguida reconocí la cancerosa voz al otro lado de la línea. 


—Dígame, jefe. 


—Te doy media hora para que arrastres tu puto culo hasta aquí, tienes trabajo—sentenció, cortando la llamada. 


Puto cerdo italiano. 


  


Cumplí fielmente lo que demandó. En media hora subía las escaleras del piso franco. Ni tiempo le dio a mi mano a tocar el timbre cuando la puerta se abrió, mostrándome a uno de sus gorilas. Este se hizo a un lado permitiéndome pasar. 


Bene, bene…— alagó, examinándome. Levantándose trabajosamente del sofá para rellenarse la copa. Percibí la forma en que sus manos temblaban mientras sostenía la botella, no obstante fingí no darme cuenta—¿Una copa?—ofreció. 


Negué. 


—Son las once y media—apremié, cruzado de brazos. La paciencia no es mi fuerte. 


—Sedrik Mael, ¿conoces ese nombre?


Asentí suavemente. Ya entendía su nerviosismo. Había que ser ciego, sordo, tonto, incluso de otro mundo para no reconocer ese nombre. No se sabe mucho de él, ni si quiera de su físico. Solo que hace más de dos décadas fue proclamado «Rey», por los mayores jefes mafiosos del mundo. Todo lo relacionado con ese hombre era un tema “delicado”, por decirlo de alguna manera. Ni fotos, ni edad…nada. Lo demás eran puras especulaciones. 


Estudié a Julián; ya ni se preocupaba por ocultar el temblor que sacudía su grasiento cuerpo. Esto no me gusta nada. 


—Esmeralda se ha ido con él—declaró con la voz gastada. Mis ojos se agrandaron—. Mi pequeña, mi niña… Se ha ido con él—Levantó la mirada del vaso de güisqui, clavando sus ojos en mí; eran un revoltijo de miedo y rabia. Pobre diablo—. Cachorro, nosotros somos hombres duros, ¿verdad?—hizo una pausa, terminando de vaciar el contenido del vaso en su estómago. No respondí, sabía que eso iba dirigido a sí mismo, para auto convencerse de ello. Jamás lo culparía por sentir miedo, cualquiera en su sano juicio teme a Sedrik Mael.


—¿Cómo lo encuentro, señor?—lo interrumpí sin poder contenerme más. Pasara lo que fuera a pasar esta noche quería terminarlo ya. Por primera vez en años temía verdaderamente por mi vida. 


Julián sacó un pequeño sobre del bolsillo izquierdo del pantalón.


—Tómalo, ahí está todo—indicó, tendiéndome el pequeño sobre negro. Lo acepté, y me disponía abrirlo cuando él me detuvo sutilmente—. Es su fiesta de cumpleaños. Que ella no te vea, lo pasaría mal. 


—Haré lo que pueda, señor. 


  


La pequeñas gotas de lluvia se estrellaban insistentemente contra el techo de mi coche. Menudo chaparrón. Subí la calefacción del coche unos cuantos grados al ver los cristales empañarse. El cielo parecía furioso. Densas nubes negras lo encapotaban, cubriendo las estrellas y la luna. Recuerdo no haber visto ni una sola nube en el cielo al salir de mi piso. Un travieso pensamiento elevó las comisuras de mis labios: el tiempo cambió al salir del piso franco; augurando algo atroz. Negué. Vaya imaginación la mía… Podría echarme a escribir historias de terror para niños malos. “El cielo está de luto por mi muerte”. Sí, claro. Mejor por la muerte de ese desgraciado…                                                        Admito que el tiempo no me acompañaba mucho. Demonios. No soy ningún principiante. He matado a más de un centenar de personas, es mi trabajo. Vivo por, y para, esto. Soy el hijo bastardo de algún hombre rico y me crié en la pobreza, mi madre prostituta murió hace tres años. No tengo nada que perder. ¿Kayley? A ella le gusta decir que estamos en una relación; no es así. Follamos casi tanto como nos peleamos. Nunca me han dicho que tengo qué hacer y no va a empezar ella. Es cierto que después de tanto tiempo le tengo cariño, fue la primera en hacerme un regalo de cumpleaños, y en comer conmigo en Navidad. Mi madre nunca se molestó en eso. En fin… Tampoco hay que hablar mal de los muertos, la mujer hacía lo que podía. No esperaba tenerme, sin embargo, me crió como buenamente pudo; al menos me obligaba a ir a la escuela.                     Una imponente mansión se alzaba, majestuosa, frente a mis ojos. Alcé una ceja; increíble. Un relámpago centelleó en lo más alto del cielo, iluminándolo todo. Cargué la M9 y salí del coche.                                                       ¿Dónde están los guardias de seguridad? La imponente verja se abrió. Vi de soslayo las cámaras en lo alto. Crucé el amplio jardín, rodeando la fuente; una estatua en mármol de un querubín agonizando: qué bonito. Las gigantescas puertas dobles se abrieron mostrándome un largo pasillo con una cristalera en el techo. Los truenos crujían afuera, era comparable a sonidos de miles de huesos rompiéndose. Unas suaves notas musicales inundaron mis oídos conforme avanzaba. Frené. Sentí el aire atascarse en la base de mi garganta. 


No.


No.


No. 


Hice de tripas corazón para no darme la vuelta e irme.                                     


Era un baile de máscaras. Con todas las palabras. Si no estuviera en mis cinco sentidos juraría haber viajado quinientos años en el tiempo, al siglo de oro. Mis ojos se movieron hábilmente por el salón. En el centro había una clase de escenario, un grupo de cinco personas tocando un vals, también esas estúpidas máscaras, cortando por mitad se extendía una pasarela dónde había hombres disfrazados de arlequines—odio los arlequines— dando espectáculo, colgados del techo una pareja de trapecistas. Esto es un puto circo macabro. Al rededor había medio centenar de parejas bailando al compás de la música. Pasé saliva. Un no sé qué en el interior de mi pecho me decía que dejara de buscar, que me fuera lo más rápido posible. Por el rabillo del ojo miré hacía la esquina a mi derecha. Las notas musicales crecieron casi al ritmo de mi corazón. Nada en mi vida me fuese preparado para esto. Una bella mujer se cernía encima de un hombre, con su largo vestido arrastrando por el suelo, sus largos mechones rubios bajaban tapando sus pechos al descubierto. El hombre parecía estar en su salsa, coño, estaban follando. Entonces la preciosidad rubia alzó la cabeza hacía atrás en un grito imposible de percibir. Sus ojos originalmente marrones cogieron un brillo anormalmente dorado, de su boca crecieron dos largos y filosos colmillos y los hundió profundamente en el cuello del hombre. Apreté los puños conteniendo el temblor en mis manos. Las notas de música comenzaban a marearme. A pesar de sentir frío una única gota de sudor bajó por mi sien… Mis ojos, como si no fueran míos, barrieron todo el espacio hasta el gigantesco espejo victoriano que adornaba toda la pared izquierda…                             Solo estaba el gigantesco salón, la pasarela, los instrumentos, las copas de vino, la comida…nada más. Las personas no se reflejaban en el espejo.


 —Hazte a un lado—ordenó una aterciopelada y masculina voz.


Una chispa eléctrica, cosquilleó al costado de mi cuello. Ladeé la cabeza. Era alto, más que yo, su piel era canela, similar a la mía, lucía un impecable traje negro sin pajarita o corbata, los primeros botones estaban desabrochados haciendo visible su garganta y una pesada cadena de oro.  Tenía el pelo castaño, oscuro, y perfectamente recortado, los labios gruesos y la nariz recta. Otro estremecimiento viajo por mi cuerpo. Sus ojos—los cuales me veían aburridos—eran granate; estaba a menos de un par de pasos de mí, sosteniendo su brazo estaba Esmeralda. ¿Él es Sedrik? No aparentaba más de veintiséis años, por el amor de Dios… Sostuve sus ojos, sin miedo. En un instante estos se cernían posesivamente en mi nariz. Mi piel se erizó bajo el traje.  Llevé mis dedos rápidamente a mi labio superior al notar escurrir un cálido líquido desde mi nariz.  Contemplé horrorizado mis dedos; sangre. Mi pulso retumbaba en mis tímpanos. Ninguna nota en el aire, ni un respiro. Silencio. El más mortal de los silencios. Cautamente, giré 90º. Todas esas sobrenaturales miradas doradas estaban puestas en mí.                                         Inexplicablemente mis ojos volvieron a los suyos. Un resplandor rojo intenso cruzó su iris.


Joder. 


Volviendo en mí, desvié mi atención de Sedrik centrándola en la puerta al otro lado del pasillo. Ni dos pasos di. Una mano se cerró inamoviblemente sobre mi muñeca; era él. 


—¿A dónde vas, joven?—quiso averiguar con un interés mal fingido. No podía soltarme, ¿cómo tenía tanta fuerza? Si hiciese un mal movimiento estoy seguro que mi muñeca se partiría. 


—Tengo prisa, señor Mael. 


Un temblor diferente a los otros puso en tensión cada fibra de mi cuerpo. Sus dos gruesos labios formaron una sonrisa.


—Si la fiesta acaba de comenzar—rió, permitiendo que sus colmillos crecieran. 


—Querido—llamó Esmeralda, en un tono vomitivamente meloso—, es uno de los hombres de mi padre. 


Zorra.


Sedrik arqueó una de sus perfectas cejas.


—¿Eso es cierto? 


Saqué la pistola de mi cintura y apreté el gatillo; directo al corazón. Esperaba que cayera al suelo, ¡le acababa de pegar un puto tiro en el corazón, tendría que caer al suelo! Él examinó casi con aburrimiento la herida en su pecho; achicó los ojos peligrosamente en mi dirección. 


—Respuesta incorrecta, humano. 


Eché a correr escaleras arriba al borde de un ataque de nervios. No estaba muerto. El hijo de puta seguía vivo. ¿Qué clase de perversa broma me está jugando la vida? Mire a un lado y a otro. ¿Derecha o izquierda? Izquierda. Recorría el pasillo en busca de alguna posible salida cuando escuché el sonido de unos tranquilos pasos unos pocos metros atrás. Entré en la habitación del final, cerrando la puerta con pestillo. 


Cerré los ojos apoyándome contra la puerta e intente calmar mi agitada respiración. Ni en mis peores pesadillas ocurría esto; joder. ¿Dónde coño me he metido? Peiné mi cabello hacía atrás. ¿Julián sabría sobre esto? No, imposible. Ni se lo imagina. ¿Qué clase de monstruo no se muere con una bala en el corazón? Por mis muertos, que si salgo vivo de aquí, me voy a beber todo el güisqui de ese puto italiano.


El tintineo de cristal con cristal, me puso el bello de punta. Tragué saliva, pesadamente. 


Qué demonios… Allí, frente al minibar, sirviéndose una copa, estaba Sedrik Mael; con la camisa llena de sangre. Mi cuerpo reacciono sin mi consentimiento, sería el instinto de supervivencia. Recién desbloqueaba el pestillo cuando el vaso se estrellaba a menos de un centímetro de mi mano, rompiéndose en pedazos. ¿Esté sería mi fin?, ¿aquí acabaría todo? Después de tantos años obligándome a sobrevivir, ¿todo acabaría por este hijo de puta? Unos dientes se arrastraron inocentemente por la parte trasera de mi cuello, dándome un tierno mordisco.   


—Te tengo, Alay—susurró maliciosamente contra mi oreja, tan bajo que si no fuera por la maldad implícita sugería ser el más íntimo de los secretos.  


Juro por Dios que me va a dar un ataque al corazón.

Notas finales:

Muchas gracias, por leer. Si os ha gustado y deseáis que la siga publicando me gustaría que me lo dijerais, y que me comentaráis qué os parece. 

¡Saludos!


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