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Ángel infernal por Verdadero98

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ÁNGEL INFERNAL

CAPÍTULO 3

Recibió a aquel mensajero con una mueca de desprecio, las últimas semanas su humor había cambiado para mal, haciendo que su personalidad que ya era cruel, fuese realmente aterradora para los demás. -¿Y bien?-. Usó un tono frío. -¿Qué esperas?-. Estaba sentada en su trono, con las piernas cruzadas, golpeando sus dedos contra el descansabrazo.

-Á… Ángel Su… Supremo, el… el que acaba de e… echar era… el último candidato, no… no hay más-. La intensa mirada de su superior le hacía temblar y tartamudear, temía terminar como el mensajero anterior.

En lugar de gritar, se paró de su trono. -Me estás diciendo-. Él sintió empequeñecerse ante ella. -¿Qué en todo el Cielo no hay alguien capaz de ser mi Mano derecha?-. Creyó que lo estrangularía ahí mismo.

-Es… es que…-. No podía decirle la verdad sin morir por eso. Había más de un ángel con potencial para el puesto, pero cada uno de ellos se presentó en ese salón y ella terminó echándolos a todos, nadie llenaba sus expectativas, porque seguía comparándolos con esa traidora de ojos esmeralda.

-¿Es que, qué?-. Sonrió tan calmada que le causó un escalofrió, luego el gesto cambió por uno mucho menos alentador. -Dímelo-. Podía sentirse el odio en su voz.

En el fondo, ella sabía lo que él no quería decir, sabía que nadie le parecía suficiente, debido a que en su mente nadie podía asemejársele a Natsuki.

No pudieron contestarle.

-¡LÁRGATE!-.

Retornó a su trono. Cuando el mensajero se marchó, entró otro ángel, uno que no temblaba ante ella, iba vestido con una armadura tan ligera que no parecía una armadura como tal, y tras él, sus alas desplegadas resaltaban por estar manchadas de dorado. Hizo una reverencia. -Ángel Supremo-. Era el líder de los guerreros de la segunda división.

Una dura mirada de ella casi le heló la sangre.

-Hemos perdido a tres de nuestros mejores guerreros-. La noticia no le sentó bien. Ángeles de bajo rango los tenían por montones, los de élite eran pocos, estaban contados, y ella recientemente acaba de matar a unos de los que sobresalía incluso entre la élite, así que los demás no tenían permitido morirse.

Se masajeó la sien. Las cosas se estaban cayendo a pedazos y no sabía porque. -¿Qué les sucedió?-. No, sí que lo sabía, sin embargo, se negaba a aceptarlo.

La ausencia de un solo ángel no podía romper el equilibrio.

Era imposible.

Él era consciente de que su respuesta no le gustaría. -Flechas demoniacas, con la punta envenenada, directas al pecho-. Y aun faltaba decirle lo peor. -Nuestros sanadores no pudieron hacer nada-. Bajó la mirada al ser incapaz de soportar la de ella.

-¿Qué no pudieron, dices?-. Su aura se intensificó, el peso de su energía amenazó con aplastarlo.

-No-. Usó toda su fuerza de voluntad para no temblar.

-Flechas envenenadas-. Su tono, sarcástico y sombrío, fue un golpe verbal insuperable. -Desnuda tu pecho-. Llevarle la contraría habría sido una locura, guardó sus alas, y se desprendió de la armadura y la camisa. Su espalda y abdomen tenían múltiples cicatrices, pero ella puso su mano en una específica, en el pectoral izquierdo. -Tú sobreviviste a una lanza que te atravesó el corazón-.

-Porque…-. Titubeó por la misma razón que el mensajero. Se las arreglaba para no temblar, pero en realidad tenía mucho miedo de lo que podría pasarle.

-¿Porque, qué?-. Le encajó las uñas, justo sobre la cicatriz, él no dijo nada, un error. -¡Te cortaré la lengua si no contestas!-. Sabía que era cierto, si había mutilado de aquella monstruosa manera a la ángel más cercana a ella, ¿Qué le esperaba a los demás?

-Porque cuando sucedió, Ku…-. Ese par de ojos le apuñalaron, odiaba escuchar ese nombre. -La traidora estaba a mi lado-. Apretó los puños. -No tenemos a nadie que iguale, no, que ni siquiera se le acerqué a ella-. Sentía que en cualquier momento la espada del Ángel Supremo le atravesaría el corazón. -Tras su muerte, hemos quedado vulnerables-.

Retiró su mano y se dio la vuelta. -Presiona a los sanadores-. Procuró que su voz fuese gélida pese a que ardía en cólera.

-Ángel…

-¡Te he dado una orden!-. Golpeó el suelo, este se agrietó. - Si no ganamos la Guerra, tampoco vamos a perderla. La ausencia de una traidora no nos volverá vulnerables-.

-Como ordené, Ángel Supremo-. Hizo una reverencia, recogió su ropa y se marchó.

"Te… te odio" Al recordar esas últimas palabras. "No sabes… cuanto… te odio". Tensó la mandíbula hasta que le sangraron las encías.

No se arrepentía de lo que había hecho.

Si Natsuki no pudo ser suya, no lo sería de nadie.

Prefería que estuviera muerta.


Natsuki era un ser muy longevo, y a lo largo de su existencia conoció muchas de las ciudades de los humanos, sin embargo, en la que había caído no era una de esas. Cuando por fin pudo salir del departamento, no sabía a donde ir, pero confiaba en que podría dejar eso en manos de Shizuru.

Observó como la castaña le echaba cerrojo a la puerta, eso le pareció… absurdo, sus ojos eran un libro abierto para Shizuru, esta le sonrió. -Sé que es inservible contra ellos-. "Ellos" Era la palabra para denominar a sus especies, cuando había posibilidades de que los humanos las escucharan. -Pero los humanos tienen la manía de tomar lo que no les pertenece-.

-¿En serio te preocupa que un humano intenté robarte?-. Comenzaron a caminar, una al lado de la otra, sus manos se rozaban.

-Ara, claro que no-. Los humanos no necesitaban saber la verdad para sentir el peligro que emitía su aura demoniaca, ninguno con un mínimo de cerebro intentaría meterse a su morada. -Sin embargo, aquí suelen hacer eso-. Se refería a los mortales. -Y hay que mantener las apariencias-. Le guiñó.

La primera vez que Natsuki salió de ahí, lo hizo sumida en su frenesí, y sin pensárselo dos veces antes de arrojarse por el balcón del departamento, por eso, cuando se pararon frente al ascensor, y las puertas se abrieron con su música ambiental, fue muy contrastante.

-Rayos-. No le gustaba la idea de encerrarse en una caja de metal, sentía que eso le haría un blanco fácil, además… para alguien que había surcado los cielos toda su vida, meterse a un espacio tan pequeño como ese era…

-Natsuki, ¿Acaso tú… tienes claustrofobia?-.

Hizo una mueca, ella, quien había peleado en el frente, encarando a los demonios más terroríficos, danzando con la muerte para conservar la vida de sus compañeros, ¿Sufría de ansiedad en espacios pequeños?

-Sí-. Admitió sin ganas.

Shizuru entrelazó sus manos. -Podemos ir por las escaleras-.

-No es necesario-. Sin soltar su mano, le indicó que entraran al elevador.


Durante todo el trayecto, mantuvieron sus manos unidas, querían acostumbrarse a la diferencia entre sus temperaturas. -Shizuru-. Pero Natsuki se percató de que estaban recibiendo miradas de repudio por ese simple acto. -¿Por qué nos miran así?-. Y no lo entendía.

Natsuki sabía mucho de los humanos, y a la vez, desconocía muchas cosas.

-Porque según ellos, dos del mismo sexo no pueden estar juntos-.

Frunció el ceño. -¿Por qué?-. Era ilógico.

-Son una especie más intolerante que las nuestras-. Sus labios trazaron una sonrisa irónica. -Y dicen que es un pecado-.

-Que van a saber ellos de pecados…-. Masculló de mal humor. -Además, fuese o no uno-. Que no lo era. -El que ambas seamos mujeres, es lo de menos en nuestra situación-. Ese no era uno de los muchos tabús que iban a romper juntas.

En su camino, pasaron frente a una iglesia, Natsuki se detuvo para contemplar las estatuas que estaban en la entrada, eran la representación de dos ángeles.

Dado que las puertas estaban abiertas, pudo ver a unas cuantas personas dentro, hincadas y orando.

Sintió lastima por ellos.

Ya no había nadie que escuchara sus plegarias porque…

-No saben que Él ha muerto, ¿no es así?-. Siguió viéndolos, algunos lloraban, y en el fondo, sentía el instinto de ir a brindarles alivio, pero el sentimiento compasivo se desvaneció tras recordar que estaba ahí porque su corazón había sido demasiado bondadoso.

La ausencia de sus alas le clavo los pies a la tierra, no movería un solo dedo por ellos, los humanos tendrían que arreglárselas por su cuenta, así como Shizuru y ella.

-No-. Shizuru acarició el dorso de su mano con el pulgar. En teoría, ella no debería haber sido capaz de acercarse tanto ahí, no obstante, la cruda realidad que los altos cargos de la iglesia ocultaban, era que la religión humana no implicaba problema ni peligro alguno para los demonios, era un engaño que usaban para reconfortarse a sí mismos. -Aun creen que hay alguien cuidándolos-. Aunque alguna vez sí había sido verdad.

-¿Nadie se los dijo?-. Se lo preguntaba, porque la castaña había vivido medio milenio en la tierra, y pese a que quizá había sido exiliada antes de que eso sucediera, todos los seres inmortales lo habían sentido.

-La noticia le llegó a unos pocos-. Suspiró. -Pero cuando lo dijeron, el mundo los tomó por locos-.

Natsuki sonrió amargamente. -No los culpo. Ni si quiera nosotros pudimos creerlo en su momento-. Se dio la vuelta, no podía seguir viendo esa iglesia, le provocaba una mezcla de repudio, rencor y tristeza.

Algunos ángeles y demonios eran demasiado jóvenes para saberlo, pero ella lo había vivido.

La peor parte de la Guerra había iniciado tras la muerte del que los humanos llamaban Dios, y sin él, no había nadie capaz de detenerla.

Y todo empeoró por le hecho de que no solo Él falleció, Lucifer también había caído.

No había equilibrio.

Cielo e Infierno estaban condenados por igual.

Sin embargo...

-Ya no es nuestro problema, Natsuki-. A ambas las habían exiliado.

-Lo sé-. Pero sentía que volvería a serlo, tarde o temprano, deseó que fuera tarde.


Así tuviesen un siglo o un milenio, el cuerpo tanto de ángeles como de demonios dejaba de envejecer cuando aparentaban entre 20 y 25 años, Shizuru luciría eternamente como una chica de 23, y esto hacía que tuviera que cambiar de ciudad constantemente, ya que por más despistados que fuesen los humanos, en algún momento terminarían sospechando de una mujer que no tenía un solo cambio nunca.

Aun no le tocaba mudarse, le quedaban dos o tres años antes de que despertará la curiosidad de sus vecinos, pero ella y Natsuki concordaban en que sería mejor irse de ahí pronto.

Y se irían sí, pero antes tenían que conseguir algo de ropa para Natsuki, por eso habían ido hasta el centro comercial más cercano.

Al entrar, a la oji verde le pareció que la tecnología humana había mejorado bastante. -¿Hace cuanto que no bajabas?-. Shizuru le guío a una tienda que consideró podría gustarle. -Sin que fuese para pelear-. Muchas de las batallas se libraban en la Tierra.

-40, 50 años quizá-. Pasaron junto a una señora, que estaba sentada en una banca, las miró con evidente desprecio.

Ambas lo notaron, y lo habrían pasado por alto, sin embargo. -Pecadoras…-. Aunque no murmuró, el buen oído de las dos lo captó. -Me asquean-.

Se detuvieron, la mirada carmín recayó en ella. -Repita eso, señora-. Natsuki observó en silencio, mientras se acercaban a la banca.

-Dije que me asquean, sucias pecadoras-. El arrepentimiento llegó apenas dijo aquello, había algo en esa mujer castaña que estaba provocándole una horrible sensación en el pecho, no lo entendía…. Ella estaba sonriéndole con un gesto tan apacible que parecía irreal, pero sus ojos, sus ojos rojos como la sangre emitían algo que le hacía sentir un profundo y arrollador temor. -No…-. Sintió ganas de llorar.

-Antes de llamar pecadores a los demás-. Era del tipo sanador, sin embargo, era tan demonio como cualquier hija del Infierno, esto le dotaba con la capacidad de ver los pecados que los humanos llevaban a cuestas, con tan solo un pequeño contacto visual, y en esa señora había encontrado una larga lista. -Considera lo que has hecho-. Dio dos pasos. -O podrías morderte la lengua-.

Apenas se alejaron un par de metros, cuando escucharon que la mujer sollozaba, expirando un aroma a miedo que golpeó duramente al ángel, resistió el impulso de darse la vuelta.

Shizuru le dio un apretón a su mano. -Eres libre de regresar, si lo deseas-. Era consciente de la naturaleza de su contraparte. -No espero que lo que yo haga, te condicione a ti-.

Natsuki vio de reojo a la mujer una última vez, recordó que en antaño, ella había evitado que los demonios hicieran precisamente lo que Shizuru acaba de hacer.

-No regresaré-. Le devolvió el apretón a la mano de la castaña.

No estaba bien, era consciente de eso, mas se dijo a sí misma que esa señora se lo había buscado, al abrir la boca sin tener que hacerlo, con las personas menos indicadas.

-¿Te ha molestado lo que hice?-.

-Debería-. Hizo una mueca. -Pero no-.

-¿Estás siendo sincera?-.

-Sí-.

Sus instintos demoniacos y angelicales iban a tener que encontrar la manera de ser compatibles, las dos lo sabían, pero no se trataba de eso, la verdad era, que de manera contradictoria, al mismo tiempo que sintió el impulso de ayudarle, Natsuki encontró cierto placer en aquella acción, quizá y solo quizá, la sangre demoniaca en sus venas estaba teniendo más de un efecto colateral.

Entraron a una de las tiendas. -Escoge lo que quieras-. La ventaja de haber vivido tanto tiempo en la Tierra, era que el dinero no era un problema.

La oji verde caminó por el lugar, viendo toda la ropa disponible, inconscientemente, estaba buscando prendas blancas, encontró una camisa, pero al tomarle, le contempló con desagrado. Shizuru, que le había dado su espacio, llegó a su lado. -Creo que no pareces feliz con ese color-. Natsuki negó con la cabeza, tomó la prenda de su mano y la colgó por ella.

-Es lo único que he vestido toda mi vida-. Siempre le dijeron que era un ángel, y que como tal, debía vestir únicamente de blanco.

-Lo sé-. Para ella se había aplicado algo similar, con otro color. -Pero aquí ya no es necesario, si no quieres vestir así, no tienes que hacerlo-.

Ya se sentía extraña con la ropa en tonos grises que le había prestado Shizuru, sufría un debate interno muy grande, la costumbre de toda una vida, contra el reciente repudio que sentía contra la misma.

¿Cómo iba a vestir otra cosa? Tenía que encontrar una buena motivación para hacerlo.

Se le ocurrió de inmediato.

No había una mejor opción, ni una motivación más grande que esa.

El color que haría que esa detestable mujer que le castigó, se retorciera de rabia e ira, el color que siempre había tenido prohibido por encima de todos.

Shizuru vio la determinación en su mirada. -Te esperaré por allá-. Con una sonrisa, se dirigió a la zona de asientos, los hombres que esperaban a sus esposas/novias se desconcertaron al verle ahí.

Con su elección en mente, Natsuki fue tomando algunas playeras y camisas, así como pantalones, no iba a llevar mucho, solo necesitaba un poco antes de la mudanza, por lo cual pronto estuvo lista para irse, pero en el fondo de la tienda, en una parte que había pasado por alto, le halló, como si estuviera esperándole, era una chaqueta de cuero que inesperadamente le gustó bastante.

Unos minutos después se acercó a Shizuru. -Ara, interesante color-. La mayoría de la ropa era en tonos de negro.

El color de los demonios.

La castaña pagó por todo y le dijo que si gustaba, podía ir a cambiarse a los vestidores.

Cuando se puso esas prendas y se vio al espejo, experimentó una extraña sensación, pero sonrió.

Al verle, Shizuru también mostró una sonrisa. -El estilo te sienta bien-. Cogió su mano.

Y de esa manera, Natsuki salió de la tienda siendo el primer ángel que vestía de negro.


Fueron al área de comida, mientras esperaban su orden, Shizuru le dijo que iría al sanitario, Natsuki asintió y se quedó en la mesa.

Veía con atención su entorno. -En verdad ha pasado un largo tiempo-. Esos 50 años sin bajar a la Tierra solo por bajar, habían sido un tremendo saltó tecnológico para sus habitantes, desgraciadamente a la par de ese progreso los humanos parecían estar involucionando. Frunció el ceño al ver que la mayoría de las personas tenían un pequeño aparato en la mano, se veían tan absortos en él que probablemente podrían haberse manifestado ante ellos, y no lo habrían notado.

Tal vez era por eso que desde cierta fecha en adelante, era mucho más fácil luchar en su territorio.

Siguió mirándolos, no era sola la adicción a esos aparatos, también se percató de que extrañamente, eran más agresivos entre ellos, en esa época de relativa paz humana, que cuando estaban en sus guerras. Aun recordaba la Primera y Segunda Guerra Mundial, a espaldas del Ángel Supremo, había estado ayudando a los civiles heridos, hasta que le fue imposible continuar haciéndolo.

Miró hacia otro sitio, ahí encontró a un niño que le veía, se talló sus ojos y ladeó la cabeza en un gesto universal que expresaba confusión. -Mami, mami-. Jaló la manga de su madre, la mujer atendió su llamado. -Mira-. Señaló en su dirección, Natsuki fingió no darse cuenta.

-Hijo, es de mala educación señalar-. Con cariño, la señora bajó la mano de su hijo.

Él siguió jalándole la manga. -Pero mami…-. No entendía como a su mamá no le sorprendía aquello.

-Pero nada, cariño-. Le instó a seguir su camino, pero durante varios metros, el niño continuó volteando en dirección a Natsuki, hasta que se perdieron entre la multitud.

-Con que aun hay seres inocentes-.

Algunos niños, cuya inocencia estaba intacta y eran completamente puros, tenían la habilidad de ver a los ángeles, y para su desgracia, también a los demonios, aunque estuvieran en su forma humana.

Había pasado mucho tiempo desde que se cruzó con uno de ellos, en otra época, quizá habría sonreído por eso.

En ese momento, no estaba muy segura de como le habían visto.

La comida llegó a su mesa, no la probó, quería esperar a Shizuru, solo que esta estaba tardando mucho, pensó que tal vez había demasiada fila, planeaba ir a comprobarlo.

Pero entonces sintió una mirada muy diferente.

Con disimuló, echó un vistazo a sus costados.

No había nada ni nadie fuera de lo "ordinario".

-Lamento la tardanza-. Shizuru retomó su asiento. -Había mucha fila y… ¿Ocurrió algo?-. Había sentido el cambio en la actitud del ángel.

Natsuki no quiso molestarla con algo que muy posiblemente era un producto de su mente paranoica, al sentir que cualquiera podría intentar ir por sus cabezas. -Un niño me vio…-. Le contó sobre eso, sabiendo que un "Nada" no convencería a la castaña.


En el camino de regreso, cuando pasaron de nuevo frente a la iglesia, fue Shizuru quien observó detenidamente las estatuas de la entrada, había un detalle que llamaba su atención más de lo debido.

La oji verde tenía una pista de por donde iba la cosa, un algo que esas estatuas tenían, pero que ni ella ni los suyos conservaban. -Puedes preguntarlo-. Lo haría en uno u otro momento, de todos modos.

-¿Qué le sucedió a sus aureolas?-. Recordaba que antes de ser exiliada, todos los ángeles que había visto llevaban brillantes aureolas, pero no las vio en el par que las atacó, ni en Natsuki.

Natsuki vio las estatuas, desde la antigüedad los humanos pintaban las aureolas como un simple aro luminoso, sin embargo, no era una representación exacta, en realidad, si eran aros, o al menos lo habían sido, pero eran de fuego plateado. -Se apagaron-. Recordaba el impacto que eso había tenido en su especie, sin embargo, fue opacado, debido a que pasó cuando… -Se apagaron para siempre cuando Él nos dejó-.

-Lo siento-. Fue lo único que se le ocurrió, no podía imaginárselo, ninguna parte de su cuerpo desapareció con la muerte de Dios y Lucifer.

No le sentó bien saber que la oji verde había sido mutilada más de una vez.

Había perdido su aureola y después sus alas.

¿Cómo se sentía con eso? ¿Sería capaz de brindarle algún tipo de consuelo?

-No te rompas la cabeza con eso, Shizuru-. Se encogió de hombros. -Creo que si Él hubiera visto en que nos hemos convertido, las habría apagado él mismo-.

Por un segundo, Shizuru creyó que la peor parte de esa Guerra se la estaban llevando los ángeles.

-Tú no eres mala, Natsuki-.

-Quizá, pero sabes-. Miró al cielo. -Puedes ser bueno, y aun así, hacer cosas malas, Shizuru-.


La castaña estaba tomando una ducha, mientras tanto, Natsuki tomaba un poco de aire fresco en el balcón del departamento, tenía los brazos recargados en el barandal y contemplaba el cielo nocturno con añoranza, habría dado lo que sea por poder surcar ese manto estrellado, suspiró, extrañaba tanto volar, lo necesitaba.

-Te odio-. Quería que esas palabras le llegaran.

No se percató de que alguien más le veía.

Porque ese alguien había ocultado perfectamente su presencia.

Hasta que salió de la nada. -¿¡A quien odias, ángel!?-. Levantándole en el aire.

Shizuru iba camino al balcón. -¡Natsuki!-. Y vio como esa cosa se llevaba a su ángel.

Corrió, saltó por el barandal y desplegó sus alas.

-¡Shizuru!-. Natsuki no podía forcejear para librarse, no, no debía, ya que si lo hacía y la soltaban, bueno… no estaba segura de resistir una caída de 30 pisos.

La castaña maldijo por no tener todo su poder, pese a que ya podía volar, todavía no podía igualar su velocidad normal. El misterioso ser le sacó una ventaja considerable en cuestión de segundos, la marca en su pecho ardió, primero fue solo la sensación de escozor y calor, luego, su ropa se incendió, aunque el fuego parecía no propagarse.

-¡Maldición!-. Se obligó a ir más rápido. Descubrió que entre menos distancia les separaba, la llama ardía con mayor intensidad. -¡NATSUKI!-. Más rápida, tenía que ganarle.

-¡Si intentas matarme, hazlo ya!-. Natsuki estaba enojada, pero su rostro mantenía una expresión neutral, y su cabeza pensaba en frío. -¡Anda demonio, inténtalo!-. Solo que por más que lo pensaba, no comprendía porque estaban llevándole a otro lugar, cuando lo lógico habría sido intentar asesinarla en el balcón, sin darle oportunidad a hacer algo.

Ella quien sí podía ver hacía atrás, avistó un destello en la oscuridad de la noche, recordó la llama que había ardido en su pecho, y deseó que esa pequeña luz fuese Shizuru, deseó que ella no fuese a darle la espalda como el resto del mundo.

Las garras del demonio se encajaron en su hombro izquierdo, cuando este vio su sangre, por instinto de supervivencia, la soltó.

Una vez más, Natsuki sintió el horror de precipitarse a la tierra sin poder frenar su caída.

Pero Shizuru estaba ahí para ella. -¡Te tengo!-. Cayó sobre su pecho, y de inmediato, le rodearon en un firme abrazo, la cálida piel de la demonio se sentía aún más caliente por el fuego que hasta hace unos segundos había estado en su pecho.

-¡NO ESCAPARÁS ÁNGEL!-. Más que un grito, eso fue un rugido.

La castaña emprendió una carrera de retirada, ambas sabían que no podrían evitar esa pelea, mucho menos después de lo que había quedado en evidencia, pero necesitaban un poco de tiempo.

Natsuki sintió como curaban su hombro, Shizuru aun no podía pelear, pero se aseguraría de que ella sí pudiera, si por el momento no servía como ofensiva, sería el mejor apoyo.

Tenían que ser un equipo.

Ser verdaderas almas gemelas.

-¡Por allá!-.

Descendieron en la azotea de un edificio abandonado.

Shizuru cambió a su forma demoniaca y Natsuki manifestó su espada de energía.

Su problema también aterrizó en la azotea.

Tenía las mismas orejas que Shizuru, sin embargo, a diferencia de ella, poseía garras mucho más alargadas y colmillos igual de afilados pero podridos, su cola era negra y también tenía escamas del mismo color en los antebrazos, como iba sin camisa, podían verse los tatuajes que le cubrían casi todo el pecho.

La ausencia de sus cuernos dijo a gritos que también era un exiliado.

Miró con desprecio al ángel. -¿Qué carajos eres?-. No le gustó ver que la herida que hizo ya no sangraba. Enfocó la mirada en Shizuru, entrecerró los ojos con un odio que no distaba mucho del que le mostró a Natsuki. -Y tú… -. Vio que era un demonio y eso le enfureció más. -¿¡Qué haces con esa cosa!?-.

-Eso a ti no te importa-. Contestó la oji verde.

Teniendo a ese demonio frente a frente, Natsuki comprobó que su repudio por los demonios seguía ahí, que vivía y latía con la misma fuerza, quizá más.

Shizuru era su única excepción.

Los demás demonios seguían siendo sus enemigos naturales.

Y ella la de ellos.

Él arrugó la nariz, -Apestas a ángel-. Dio un paso. -Pero no sangras como uno-.

"Un carroñero" Pensaron ambas, con un fuerte desagrado, los de tu tipo eran repugnantes hasta para los demonios, no obstante, los malditos tenían algo que la mayoría no, un olfato excepcional.

Por lo general, a la distancia, ángeles y demonios podían sentir la presencia de otros, pero si estos no querían ser encontrados, eran incapaces de distinguirles con exactitud en medio de una multitud, y saber a cual de las dos especies pertenecían era algo todavía más complicado hasta que estaban lo suficientemente cerca el uno del otro.

Los seres más longevos eran capaces de ocultar mucho mejor su presencia, y estando en su forma humana, se volvía casi imposible distinguirles.

Pero los demonios carroñeros sí que podían encontrarlos, eran un verdadero dolor de cabeza.

Natsuki procuró mantenerse entre ambos demonios, para poder cubrir con su cuerpo a Shizuru, de ser necesario, ya que este observaba con una extraña mirada el pecho de la castaña. -Eras tú en el centro comercial, ¿no?-. Y mantenía su espada entre ella y él.

-Así que me notaste-. Sonrió mostrando sus dientes podridos, la sonrisa se convirtió en un gesto retorcido. -Olí un ángel, y a un demonio, pero que estuviesen juntos… No… tú no eres un ángel, ¿qué eres?-. Miró a los ojos a Shizuru y dejo salir una horrible carcajada. -¿Qué clase de juguete tienes aquí, demonio?-. La mirada carmín ensombreció. -¿Harás algo cuando la asesine?-.

-Como si alguien como tú pudiese matarme-. La oji verde lo había visto claro como el agua, ni el mejor de los guerreros tenía la piel intacta, y ese torso desnudo estaba repleto de tatuajes pero carecía de cicatrices.

No lo había atacado en el aire por obvias razones.

Pero si él insistía en ponerse en bandeja de plata al quedarse ahí…

-Shizuru… ¿Te molesta si asesino a uno de los tuyos?-.

-Ara, para nada-.

La sangre dorada corrió por la azotea.


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