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La caja púrpura de Jess por LePuchi

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Notas del capitulo:

¡Buenas gente tras la pantalla!


¿Cómo han estado? ¿Los trata bien éste nuevo año? Espero que sí, si no, lo mejor que puedo decirles es que las tormentas eventualmente terminan; se los dice alguien que estuvo en medio de un huracán por mera equivocación así que pueden fiarse de mí palabra.


Pero bueno, vamos a lo que a ustedes les interesa más.


¿Saben qué día es hoy? 28 de febrero. ¿Y saben lo que eso significa? ¿Qué febrero termina? Sí, evidentemente, ¡pero también es el cumpleaños de Jessica! Bien, en teoría el cumpleaños de Jessica es el 29 de febrero, pero éste año no es bisiesto así que tomémonos la libertad de decir que es hoy (y mañana, porque eso es lo que la locutora querría).


Y como eso hay que celebrarlo, les traigo un nuevo capítulo.

 

Free like a fish

 

La siguiente semana fue caótica y exhaustiva. Mi pequeña escapada no había sido pasada por alto por nadie, muy al contrario de lo que yo esperaba. Malone y Mallory estaban sobre mí, atosigándome más que de costumbre y pendientes ante cualquier error que pudiera cometer y poder tener una excusa para gritarme, aunque desde luego nunca necesitaban excusas para hacerlo.

En lo que a mí respecta me importaba poco si decidían ponerse fúricos de un momento a otro, no era nada que no esperase, pero sí estaba cansada; agotada de no revelarme contra ellos o al menos de intentar luchar, aunque supiese que era una batalla perdida. Sin embargo estaba acostumbrada y no mentía cuando decía que gracias a la escapada con los vecinos las cosas eran un poco más llevaderas. No allí y no en ese instante, pero sabía que en algún punto de mi vida había existido un pequeño momento donde había sido feliz y por muy miserable que sonara estaba satisfecha.

Y si todo ello no bastaba, ahora Celia devolvía mis saludos cuando nos topábamos en la oficina. Podía no parecer mucho pero era un avance increíble si considerábamos que hasta hace nada ni las motas de polvo tenían en cuenta mi existencia.

Paralelo a la mejora en mi vida laboral, comencé a escribirme con Jessica y eso hizo aún más soportables los días. El primer mensaje lo recibí la tarde del mismo día que desperté en su casa y lo envió para preguntarme si había llegado bien a mi apartamento. Un gesto simple, sí, pero bastante más significativo porque hasta entonces nadie se había preocupado realmente por mí. Después de ello continuamos escribiéndonos. Y fue muy fácil pasarme el resto de día hablando con Jessica sobre banalidades, tonterías y alguna que otra pregunta sobre mí, como qué música era mi favorita o cuál era mi emparedado preferido. Antes de notarlo nos escribíamos todos los días a cada minuto que podíamos sobre cosas que cualquiera habría considerado insignificancias.

Pasadas casi dos semanas recibí un mensaje, esta vez de Pamela, diciendo que ya podía pasarme por su tienda a recoger la gabardina.

Aunque cualquier excusa para correr de nuevo a Saint Michael me valía preferí esperar e ir en un día que no causara inconvenientes ni para mí ni para nadie. Así que quince días después de la primera incursión me estaría embarcando de nuevo rumbo a Saint Michael.

Cuando le conté a Jessica mi intención de ir a recoger el pedido insistió en encontrarme en el mismo lugar en que nos habíamos despedido. Por lo que sólo debía tomar el mismo autobús de la vez anterior y cruzar el puente, eso era todo.

Sin complicaciones…

Oh, pero fui muy ilusa, porque sí hubo complicaciones.

Mallory había decidido que de pronto le importaba mi vida y lo que hacía con ella, por lo que alegando que sí viviría bajo su techo debía tener la decencia de llegar a dormir cada noche optó por castigarme. ¡Castigarme! ¡Como si tuviese ocho malditos años! Increíble, absurdo e inútil pues a pesar de que el castigo consistía en prohibirme salir esas paredes no iban a conseguir detenerme.

No esa vez, no si podía juntar el coraje suficiente.

Jamás me había escapado de casa antes, pero fue bastante emocionante hacerlo ese día. Estrictamente hablando no tenía nada de excitante ni riesgoso ni atrevido, sobre todo porque Mallory se había ido a saber a dónde confiando que al volver me encontraría allí, igual que siempre, pero de pronto me sentía como en una película de espías. Rebelde y dispuesta a romper las reglas; aun a sabiendas de los problemas que me traería, después de todo un poco más de miseria no haría la diferencia realmente.

Y quería esa gabardina.

 

**

 

—Taylor Fernsby —saludó sonriente.

Hasta ese momento preciso no había notado lo mucho que anhelaba volver a ver no sólo a Jessica sino a todo el otro extremo de la bahía. Era poco tiempo, pero me sentía dependiente de sus colores y esa sonrisa tonta ilusionándome con una realidad aún más tonta.

—¿Vamos?

Le devolví el gesto asintiendo.

Mientras conducía Jessica me contó los pormenores del día y yo le conté un poco de mis días grises por lo que esta vez el viaje hacia el barrio de Stingray fue más corto, pero no menos espectacular. Las calles seguían elegantes, pulcras y la locutora y yo seguíamos fuera de lugar.

Al llegar tuvimos que estacionar un par de tiendas atrás ya que frente al local de Pamela había un bello auto ocupando el espacio. Y también tuvimos que esperar un poco en los cómodos sillones de la diseñadora porque ella estaba charlando con algunos clientes.

—Lamento la espera —dijo refiriéndose a mí—. Voy por tu encargo. —Y tras decir aquello desapareció hasta su estudio. No tardó mucho en volver y cuando lo hizo traía oculto bajo una tela lo que parecía ser un maniquí—. Aquí está. —Y con un ademán muy dramático retiró el velo que cubría el diseño.

La gabardina montada en el maniquí era incluso más bonita de lo que habría esperado para un trabajo relativamente apresurado; la tela era sedosa al tacto y parecía mucho más abrigadora que mi vieja prenda, las costuras estaban hechas con mimo y el corte hecho con maestría.

—No quiero sonar soberbia, pero es un trabajo genial. Incluso para mis propios estándares. —Lo era, así que su soberbia estaba bien justificada—. Pruébatela —dijo y más que una sugerencia su tono era de orden.

Dudé, ¿debía hacerlo? Se miraba tan bonita allí intacta, pulcra, sin ninguna arruga. Mi cuerpo sólo la deformaría y todo el glamourque desprendía por sí misma se opacaría al contacto conmigo.

—No sé si debería, yo…

—¡Claro que deberías! —exclamó y sin perder la seriedad de su rostro desmontó la prenda del muñeco—. Necesito ver cómo te queda, así que no repliques y póntela —exigió plantándomela en pleno pecho.

Bajo la mirada seria de Pamela y la divertida que me regalaba Jessica, y no quedándome más opción, me puse la gabardina. Dándome cuenta que era incluso mejor de lo que esperaba. Se amoldaba a mi cuerpo igual de estupendo que lo hacía con el maniquí y, para sorpresa de nadie, la diseñadora Pembendry tenía razón aquel tono de rosa me quedaba bien.

—¡Se te ve genial! —exclamó la locutora. La forma en que me sonreía era tan sincera que no me quedó más remedio que creer sus palabras. La diseñadora no dijo nada, pero aquella leve sonrisa de satisfacción que se formó en su rostro era toda la aprobación que necesitaba.

—Gracias —murmuré con timidez mirándome en el enorme espejo que ocupaba una pared entera del lugar. Mientras estaba embelesada fue que recordé algo fundamental de todo aquel circo—: ¿Cuánto te debo por esto exactamente?

Pamela y Jessica intercambiaron una mirada significativa. La diseñadora le miró con reproche y la locutora rehuyó su mirada con un gesto que podía expresar algo parecido a una disculpa.

—Nunca me dijiste realmente el precio de esto —insistí, pero al decir aquello me miraron como si dijese palabras extraterrestres.

—No es nada, creía que lo sabías. Ella —señaló a Jessica—, ya saldó cuentas conmigo, no tienes de qué preocuparte.

Me volví a mirar a Jessica, bastante sorprendida. Aquello no era parte del trato, ella había cumplido sólo con llevarme a ese lugar, ¿cierto? Y aunque ella y Pamela fuesen amigas no me daba la impresión de que la más alta fuese del tipo que obsequian las cosas sólo porque sí y las cosas que creaba tampoco eran baratas, para nada.

—Dijiste que te debía una gabardina ¿no? —Sonrió encogiendo los hombros—. Considéralo una disculpa por haber sido inoportuna la noche que nos conocimos y también por arrastrarte a la fiesta de Roxx hace dos semanas y por ir al supermercado a las 3:00 a.m. y por llevarte a mi apartamento y por…

—Sí, sí, ya quedó claro el punto. Eres súper generosa, bla, bla, bla, corta el rollo. —La diseñadora le puso la mano sobre los labios para que no siguiera hablado—. Tengo algo para ti.

—¡Ropa nueva! —exclamó Jessica.

—¿Pediste algo también? —pregunté.

—Más o menos —respondió la dueña del local.

Pamela se acercó a una enorme cajonera blanca ornamentada y sacó un pequeño paquete envuelto con esmero tras abrir exactamente el tercer cajón.

—¿Y eso? —curioseó la locutora.

—La nueva línea.

Enarqué las cejas un tanto confundida.

—Pam me ocupa como modelo para promocionar sus creaciones más recientes, sobre todo prendas casuales, así que cuando vengo siempre tiene algo nuevo —explicó.

—Como ya sabrás, ésta tonta llama muchísimo la atención y no hay sitio en el que pase desapercibida. —Jessica sonrió alzando los hombros con orgullo—. No fue un cumplido, Jessica.

—Pam evita que vaya desnuda por la vida y a cambio yo promociono su marca, es un buen acuerdo ¿no te parece?

—Sería mejor si no arruinases las camisetas que te doy tan pronto. Eres una pésima valla publicitaria, Sortis. ¿Cómo es que logras destrozarlas tan rápido?

—¡Vivo a límite, nena! —gritó alzando las manos—. Pero eres una exagerada, Pam. —La aludida torció el gesto dispuesta a protestar, pero no le dieron oportunidad—. Sí eres. —Y mirándome a mi agregó—: Ella considera que una minúscula mancha de jalea de moras es arruinar —simuló comillas con sus dedos—las cosas. ¿Acaso no conoces las lavadoras, my friend?

—Si supieras cómo usar una no me quejaría, pero sólo ésta semana has estropeado tres camisetas al intentar lavarlas.

—¿Estropear, yo? —Se burló Jessica—. Está usted confundida, madame —pronunció con chiste y en un malísimo intento de francés—. Además, no es mi culpa que los aparatos sean tan complicados de usar.

—No es complicado, sólo tienes que presionar un par de botones —le reprochó.

—La tecnología no es lo mío. —Se excusó encogiendo los hombros—. Pero déjame ver, anda. La jalea y la lavadora necesitan nuevos amigos —se burló.

—¡No te daré nada si antes no aprendes a respetar un poco más mi ropa, maldita seas! —Y dicho eso le lanzó el envoltorio como si se tratara de una pelota. La lanzó con fuerza, mucha fuerza y el paquete fue a dar directo en la cabeza de la locutora. Más por la inercia que otra cosa Jessica acabó boca abajo en el suelo, retorciéndose exageradamente y aullando de fingido dolor.

—¿¡Tratas así a tu mejor cliente!? ¡Me provocaste una contusión! ¡Tengo mal el cerebro! —gritó indignada.

—Eso es de nacimiento —le respondió mordaz—, no puedes culparme.

—¡Mala! ¡Estoy muriendo! ¡Veo la luz!

—Es un foco pedazo de imbécil. —Entre risas Jessica se había arrastrado sobre una de las lámparas incrustadas en el suelo que iluminaban los maniquíes con las creaciones de Pamela.

—¡Oh! Un foco ¿eh? Con que sí. —Y, si me faltaba alguna cosa para comprobar su falta de sentido común, Jessica puso la mano de lleno sobre el reflector. Como era de esperar la maldita cosa debía estar más que caliente así que no pasaron muchos segundos hasta que gritó—: ¡Argh! ¡Auch! ¡Malo foco, malo!

Pamela blanqueó los ojos y suspiró diciendo:

—Déjala, se le pasara en un rato. —Hizo un aspaviento con la mano, restándole importancia, yo estaba preocupada por la locutora quien seguía retorciéndose en el suelo, pero parecía que aquello no era tan preocupante para Pamela—. Si no recuerdo mal acordamos un café la próxima vez que nos viéramos ¿te apetece ir a por uno?

—¡Me encantaría! —exclamó Jessica desde el piso.

—¡No te pregunté a ti! —Le dio una leve patada en el costado— ¡Y ni siquiera te gusta el café!

—Sí, me encantaría —respondí con timidez—. ¿Pero no debes trabajar?

—Es domingo, hoy no hay muchos clientes. Además ya he cumplido con los compromisos matutinos que tenía para hoy, los siguientes son en un par de horas así que puedo. Y si alguien viniera tendrá que esperar, por algo doy citas.

—Lo bueno se hace esperar —agregó Jessica, aún desde el suelo.

Luego de ordenar lo que la locutora había desacomodado en el poco tiempo que estuvimos dentro y tras cerrar la tienda nos encaminamos a una cafetería.

Una vez allí Pamela pidió un cortado, yo un expreso solo y Jessica una escandalosa malteada de colores. Ya con nuestras bebidas fuimos a sentarnos en un rincón del lugar que, pese a estar en Stingray, era muy agradable.

Ni muy elegante ni muy mundano.

Charlamos un rato… bueno, en realidad quienes hablaron fueron ellas, yo me mantuve en un contemplativo silencio durante toda su conversación hasta que la locutora terminó su bebida y decidió ir por alguna otra cosa. Pamela y yo no hablamos en todo el tiempo que Jessica se ausentó, no era un silencio para nada incómodo pero a pesar de que no era la primera vez que estábamos a solas el aura de la diseñadora no dejaba de ser intimidante. Así que, aunque quisiera conversar de algo, seguro que mis temas no le interesaban en absoluto.

—¿Qué me perdí? —Jessica, al volver luego de un rato, traía una bebida más extraña que la anterior. Pero al notar el ambiente silencioso enarcó las cejas—. No me digas que no han hablado nada. —Pamela movió la cabeza negando y la locutora pareció sorprenderse aún más—. ¡Vamos! Las dejé mucho tiempo solas ¿en serio no han hablado en todo este tiempo?

—No todos somos sociables y escandalosos como tú.

—Oh no es cosa de ser sociable, esto es culpa tuya. —Jessica la señaló.

—¿Mía?

—Es un poco intimidante al principio —murmuró para mí—, pero no te preocupes, Taylor, Pam siempre es así. Siempre tiene esa cara de malhumor. Hasta cuando nos conocimos tenía esa cara ¿verdad? —Pamela asintió ocultando una sonrisilla tras su taza—. Pero en realidad es muy buena. Mira hasta me deja comer sus pastelillos ¿ves? ¡No se molesta!

El rictus irritado de Pamela debió ser una advertencia más que suficiente, pero Jessica estaba más concentrada en seguir comiendo y diciendo lo buena que Pam era con la boca llena de migas.

La diseñadora, en un movimiento sorprendentemente sutil, le dio a Jessica un golpetazo en la espalda lo suficientemente fuerte para que dejase de comer e hiciera el mismo teatro que en la tienda.

—Me faltó uno. —La locutora estiró la mano hasta el plato de pastelillos dispuesta a terminar lo que había iniciado.

Pero no lo consiguió.

—Ignora a la idiota —dijo Pam. ¡Le había vuelto a golpear, esta vez con el puño! ¡Y encima la llamó idiota! Jessica se había quedado corta. ¡Pamela Pembendry era completamente intimidante!—. No tienes por qué sentirte incomoda, beber café en compañía tuya es muy relajante, a comparación de cuando vengo sólo con esa loca. Sé que puede ser demasiado para uno así que si te incomoda sólo dímelo y lo solucionaremos.

—¿¡Cómo puedes decir que soy demasiado!? ¡Creí que éramos mejores amigas!

Siguieron peleando, más precisamente quien continuó fue Jessica porque la diseñadora simplemente le ignoró con maestría. Entonces me pregunté ¿cómo era posible que ese par tan dispar fuesen amigas?

—¿Cómo se conocieron? —pregunté.

Ambas intercambiaron una divertida mirada cómplice antes de echarse a reír, de Jessica no me extrañaba, pero incluso Pam reía.

—¿Quieres la versión corta o larga de la historia? —respondió Pamela.

—Deja de hacerte la interesante, Pembendry.

Pam sonrió de nuevo y tras tomar un trago de su bebida me miró con intensidad.

—Nos conocimos el día de mi boda —declaró, aún con la sonrisa en los labios—. Nada menos.

—Espera… —le interrumpí—. ¿Estás casada? —Sabía que Andrew y ella eran pareja, no hacía falta ser muy avispado para notarlo. Pero no me daban la impresión de ser un matrimonio, no tenían pinta de casados, además tampoco tenía una argolla en el dedo.

Estaba segura, lo había comprobado justo en ese instante.

Seguro no podía ser nadie más que el desmemoriado castaño, pero aun así tuve que preguntarlo:

—¿Con quién?

—Drew —dijo Jessica—. Desde hace algunos años.

—Se suponía que ese sería el día más feliz de mi vida y que todo sería perfecto de principio a fin —contó ilusionada—. Quise seguir las costumbres así que desde un día antes de la fiesta me fui a casa de mis padres y me negué a ver a Andrew, el vestido lo hice yo, el banquete había quedado listo y todo estaba planeado al dedillo.

—Hay un pero ¿cierto?

—¡Claro que lo hay! Nada salió como habíamos planeado. —Le dio una furiosa mordida al único pastelillo que había conseguido rescatar—. Lo primero en joderse fue el clima, una lluvia torrencial me detuvo más de la cuenta en casa de mis padres, luego el auto en que íbamos se detuvo y tuvimos que empujar el estúpido cacharro hasta una estación de servicio en plena lluvia lo que por supuesto provocó que el vestido que había tardado meses en hacer se arruinase con toda el agua y la porquería. —Negó con la cabeza al recordarlo—. Por si fuera poco, el barro me irritó la piel y me provocó un sarpullido espantoso.

—¡Parecía un dálmata! —se carcajeó la locutora—. ¡Pero rojo!

—Sí, lo parecía. —Rio también, aunque más modestamente—. Nuestros teléfonos tampoco tenían cobertura y nadie pasaba por allí. Cuando la noche llegó creí que era el final de aquel día espantoso, pero en medio de la tormenta, y lo digo del modo más literal posible, apareció ella.

—¡Con el escarabajo!

—Imposible no verlo. Nos recogió luego de varias horas allí varados y al borde del llanto como estaba no quise ver a Drew cuando finalmente llegamos a la iglesia, que por cierto estaba cerrada igual que el lugar que habíamos alquilado para la fiesta.

—Yo lo hice, hablé con él.

—Sí. —Pamela asintió—. Mientras mis padres intentaban calmarme lo suficiente Jessica llegó y me preguntó si aún quería casarme ese día o prefería posponerlo. Le dije que no quería tener que esperar, que hubiese querido fuese ese día pero que era imposible. —Suspiró—. Me respondió: «¡Nada es imposible en el nombre del amor!», con esa voz irritante que tiene ella.

—¡Oye! —reclamó Jessica.

—Sí, justo esa. —Se burló, tras ello continuó con el relato—: Y como si no hubiese tenido suficiente con todo lo que pasaba ésta tipa secuestró a mi novio.

—¡Hey! Yo no lo secuestré, él fue conmigo por su propia voluntad.

—¡Eso fue peor! —la señaló con el índice acusatoriamente—. Ninguno me dijo nada y yo sólo pude ver como la tarada se iba del lugar junto con Drew.

—¿Se fueron?

—Casi dos horas después los pocos invitados que quedaban, mis padres y yo recibimos instrucciones nuevas. Ya no teníamos nada que perder así que fuimos a la dirección que nos enviaron. Al llegar ambos estaban allí al pie de una escalinata sonriéndome. Los dos estaban empapados y Drew, además, tenía la camisa desacomodada, el saco lleno de barro y la cara plagada de pequeños círculos rojos que se había dibujado igual que la demente aquí presente. —Miré con asombro a Jessica y ella sólo se encogió de hombros—. No tenía idea de cómo lo había logrado, pero nos consiguió un juez, un pequeño restaurante y un banquete aún mejor del que había yo planeado.

—¡Y pastel!

—Claro, eso también. —Ambas intercambiaron una sonrisa—. ¿Sabes qué fue lo que me dijo cuándo la vi? Me dijo: «Lamento que el lugar no sea tan elegante, pero no me dejaste mucho margen. Aunque al menos ahora ambos se verán perfectos en las fotografías y videos». Luego, claro, yo me tiré a llorar en sus brazos completamente incrédula y agradecida.

—Vaya, es toda una historia.

Pamela asintió con orgullo y tras tirar delicadamente de la cadena alrededor de su cuello reveló un collar en cuyo extremo había tres colgantes de metal: una hamburguesa, un auto de modelo clásico y entre ambos había un brillante anillo dorado que los unía.

—Se supone que debería ir en mi dedo, pero como sabes Andrew no es muy bueno recordando donde dejas las cosas y como temía perderlo decidimos hacernos un colgante.

—La hamburguesa es él, obviamente. Pam es el autito y la argolla… bueno, es la argolla —explicó Jessica—. Yo les di la idea y ayudé a hacerlo.

La charla se extendió bastante, me contaron otras anécdotas divertidas y bebimos bastante café. Realmente eran contrarias, Jessica y Pamela, pero de algún modo se habían acoplado muy bien a una amistad surgida de lo que cualquiera podría considerar una catástrofe.

—Lo siento, pero tengo que irme —anunció la diseñadora tras unos cuarenta minutos de charlas.

—No —la locutora se quejó—, ¿por qué?

—Porque a diferencia de algunos yo soy responsable y debo trabajar.

—¡Hey! ¿Lo estás diciendo por Taylor? ¡Es su día de descanso! ¡Qué grosera eres, Pam! —renegó Jessica. Pamela y yo simplemente nos miramos antes de sonreír con rechazo por las estupideces de la locutora.

—Te llamaré cuando la otra gabardina esté lista —me dijo y luego puso su mano sobra la cabeza de Jessica para desordenarle el pelo—. Pórtate bien, Sortis.

Cogió su bolso y se levantó.

—Si hace alguna tontería no dudes en llamarme. La golpearé por ambas —Jessica hizo un puchero provocando nuestras risas—. Nos vemos, Taylor.

Cuando Pamela volvió a la tienda la locutora y yo deambulamos un poco por las calles de Stingray. Jamás dejaría de sorprenderme la opulencia de esos caminos, era como estar en otro mundo completamente diferente al resto de Saint Michael y L’Scolo.

—¿Y bien? —me preguntó Jessica una vez llegamos de nuevo a su escarabajo.

—Y bien, ¿qué?

—¿Dónde iremos a lucir tu flamante gabardina nueva?

—Llevas soportándome toda la mañana. ¿Todavía tienes ganas de más? —Asintió—. ¿No te has hartado de mí?

—No.

—¿Por qué insistes en querer salir conmigo?

—Me gusta estar contigo, Taylor. ¿Te molesta? —Parpadeó varias veces, mirándome confundida—. Discúlpame si es así, no quiero incomodarte.

—Está bien. —Me froté la ceja—. Sólo no entiendo por qué alguien querría pasar tanto tiempo conmigo o siquiera estar cerca de mí.

—¿Y por qué no? Eres muy agradable Taylor, un tanto extraña a veces, es verdad, pero yo creo que eso es lo que te hace encantadora.

De acuerdo, nunca fui buena para recibir halagos. No muchas personas solían halagarme, de hecho. Pero cuando Jessica soltó aquello no pude evitar sonrojarme como una imbécil, a pesar de que tampoco había dicho la gran cosa.

—Vamos. —Volvió a sonreírme—. Sube.

Y así subimos a su auto otra vez para enfilarnos en las carreteras de la bahía.

—¿Dónde vamos exactamente? —pregunté. Esta vez no parecía que fuésemos al centro donde estaba Galactic Dart, ni tampoco al puente o a otro barrio estrafalario.

—No sé —se encogió de hombros, con una sonrisilla traviesa en los labios—, improviso sobre la marcha.

Jessica condujo por la carretera sobre el litoral, era poco más de medio día y el sol hacía destellar el mar como si éste estuviese compuesto por un millón de pequeños cristales. La vereda contigua estaba llena de gente paseando en patines, en bicicleta o a pie. Aún seguíamos en plena primavera, pero allí ya se podía respirar el aire veraniego en la brisa que mecía las altas palmeras que adornaban la calle.

Cruzamos frente a la feria del muelle y me sorprendió bastante que no nos detuviésemos allí. Pero en cuanto estacionamos, algunos kilómetros más adelante, entendí por qué. Al bajar del escarabajo la gran fachada del acuario de Saint Michael nos dio la bienvenida. Era un edificio achaparrado y colosal que de algún modo parecía surgir directo de la arena, eso era impresionante por sí mismo, pero si le sumábamos el logo del tiburón ballena y la ristra de pececillos de metal que formaban un banco arremolinado en las paredes el conjunto era todavía más increíble.

—¿Qué hacemos aquí?

—Vamos a ver los peces y los pingüinos —dijo risueña tomando mi mano y arrastrándome con ella a través del aparcamiento—. ¿Habías venido antes?

—No, es enorme. —Quizá no lo pareciera porque visto desde fuera el edificio no destacaba, de no ser por los peces metálicos y las letras azules nadie creería que aquel muro desproporcionado era un acuario. Pero era lo suficientemente grande para resguardar entre sus paredes a un par de tiburones ballena, pues toda la magia estaba debajo de esa estructura—. ¿Habías venido tú?

—Sí, me gusta venir aquí de vez en cuando.

Para iniciar el recorrido había que descender varios metros. La exposición estaba compuesta de tal manera que era como si te sumergieras en las profundidades del mar y fueses ascendiendo un poco con cada sala que recorrías. Al apearnos del ascensor la sala que nos recibió estaba casi completamente en penumbras.

Era un poco sobrecogedor.

Siempre he creído que no hace falta voltear a las estrellas para sentir lo pequeños que somos. El universo es basto, fascinante y misterioso, claro, pero no hacía falta mirar más allá del cielo cuando podíamos sumergirnos y notar que el océano era igualmente basto, fascinante y quizá más misterioso que el mismísimo espacio.

«A saber las cosas que habrán allá abajo», solía pensar en las raras ocasiones en que me había atrevido a nadar más allá de la playa y lo suficientemente lejos de la orilla como para que mis pies a penas tocasen el fondo.

No imaginaba el fondo del mar, pero suponía que debía ser tremendamente oscuro. Bastante más que en ese recinto donde nos encontrábamos. Los dos eran lóbregos, sí, pero la diferencia es que allí, aunque tenuemente iluminado, podía apreciarse la réplica de un esqueleto de ballena que pendía del techo. En el lecho marino no podías ver nada. Y era mejor poder ver lo que te rodeaba porque allí abajo todo era enorme, a su lado todos nosotros éramos simples enanos.

Y bajo el formidable cetáceo, rodeada de tinieblas y pensando en la oscuridad, me sentí justo así: pequeña.

Pero parecía que sólo era yo.

Cuando los primeros tanques aparecieron frente a nosotras a doblar la esquina de la sala oscura poco faltó para que Jessica se echase a correr por todo el lugar, casi pegando la cara al cristal mientras admiraba tanto como podía.

Su emoción era tan genuina que acabé contagiándome.

Las medusas fueron las que más llamaron su atención en esa primera exposición. Y con razón. Era increíble verlas brillar mientras parecían suspendidas en el agua, casi totalmente inmóviles. El entorno oscuro ayudaba bastante a crear la atmosfera perfecta. Sin embargo, a medida que avanzábamos la luz comenzaba a volver de a poco y así mismo los animales se hacían más variados y coloridos. Mis favoritos resultaron ser unos pequeños peces de color púrpura y amarillo resplandeciente. «Pez abuela real (Gramma loreto)», rezaba el pequeño letrero junto al cristal de la pecera.

Para cuando llegamos al túnel desde donde se podía admirar los tiburones y las mantarrayas nadando sobre tu cabeza no supe cuánto habíamos caminado.

—Vamos, vamos —dijo emocionada tirando de mi mano—. ¡Quiero ver a los pingüinos!

—¿Pingüinos? —Estábamos en medio del túnel de cristal, admirando a los peces en todo su esplendor. Casi parecía que volaban sobre nosotras y ella quería ir a ver unos tontos pingüinos—. ¿Por qué?

—Son divertidos y caminan raro. —Entre carcajadas Jessica empezó a imitar el andar de aquellas aves nadadoras.

Por hacer el imbécil casi tropezó con un grupo de niños de primaria que estaban de excursión, sin embargo, al poco rato ella y los niños estaban caminando como pingüinos a todo lo largo del túnel entre carcajadas.

La antepenúltima parte del recorrido, antes de las piscinas superiores donde estaban los pingüinos, las tortugas y otros animales de aguas poco profundas o que no eran peces, estaba marcado por la enorme pecera principal, donde la mayor atracción del acuario se paseaba de un lado a otro: el tiburón ballena. Ya sabía que era grande, pero verlo en la realidad y tan cerca era mucho más intenso. ¡Era como del tamaño de un autobús!

Frente al formidable cristal unas cuantas filas de gradas permitían observar a los animales como si de una pantalla de cine se tratase y decididas a exprimir al máximo nuestra experiencia nos sentamos allí por un momento.

—Es muy pacifico, ¿no crees?

Asentí.

—Debe ser genial ser tan libre como ellos —murmuró señalando el panel.

—¿Los peces?

—Claro, sólo piénsalo. —Se tocó la frente con el índice—. Nadar de un lado a otro, casi sin preocupaciones.

—¿Casi?

—Supongo que los peces tendrán sus preocupaciones ¿o no?

Rio, un poco más bajo que de costumbre.

—El cielo es limitado y aunque más allá de él haya mucho para ver, lo que sea que hay allí arriba creo que ya lo conocemos suficiente —murmuró repentinamente—. Pero el océano es más vasto y misterioso que el cielo.

Automáticamente despegué la mirada del tanque para mirarla a ella cuando dijo aquello. Por muy poco no eran las mismas palabras que yo llevaba años pensando, pero se asemejaban y mucho. No pude evitar mirarla fijamente con algo de emoción, cuando yo había dicho en voz alta esos mismos pensamientos a otras personas me habían tachado de demente. En comparación con el espacio ¿qué tenía de bueno el tonto océano?

—¿Qué? —preguntó al notar que la observaba.

—Nada.

—¿Seguimos? —Se levantó—. Podemos ir a nadar con los delfines, después de ver a los pingüinos. O podemos participar en la trivia para ganarnos un premio, aunque probablemente nos hagan muchas preguntas cuya respuesta yo no recordaré y tendrás que responder por mí.

—No lo sé. —Me reí con incomodidad ante la idea de hacer el ridículo frente a un gran número de gente—. Soy una persona tímida y…

—Tú no eres tímida, Taylor. —Jessica sonrió desconcertada y luego de unos segundos una suave carcajada le sacudió los hombros—. Si lo fueras no estarías aquí conmigo, ni hubieses ido a buscarme a la estación, ni tampoco habrías ido a La Piraña.

Algo de razón tenía, pero en mi defensa yo no solía actuar tan impulsivamente. Culpaba a la ciudad, claro, quizás el aire tenía algo raro.

—No, tímida no eres. Yo diría más bien insegura. —Lo dijo con mucha convicción, demasiada.

No estaba del todo cómoda con el hecho de que hablara como si me conociera desde hace mucho y supiese exactamente la clase de persona que yo era. ¡Ni siquiera yo misma sabía qué clase de persona era!

—¿Y qué sabes tú de mí? —me quejé—. No me conoces, no sabes nada, piensas que lo sabes, pero no es así. ¿Crees que soy como tú dices? ¿Y si secretamente soy una mala persona? ¿Lo habías pensado? Tal vez soy una ladrona.

—¿Lo eres? —preguntó sonriente—. Aunque lo fueras no cambiaría nada, Taylor. Seguirías agradándome y aún creería que eres tan extraña y encantadora como de costumbre, chica del puente.

No había muchas personas cerca de nosotras y para mí aquello ya no era una simple charla casual. Junto a la molestia que ese motecito me provocaba la verdadera razón por la que me había decidido a encontrar a Jessica después de la noche en el puente de la bahía hacía varios meses atrás me había venido repentinamente.

Necesitaba respuestas… aunque luego no supiese que hacer con ellas.

—¿Por qué me salvaste? —susurré.

De pronto todo se quedó en silencio, las risas asombradas de los niños y los comentarios maravillados se hicieron meros ecos de fondo. Pasaron varios minutos de aquello en los que Jessica simplemente no me decía nada. Tardó muchísimo en responder y me recriminé haber convertido el lindo paseo en un horrible interrogatorio.

—No te salve —dijo al fin—, no hice nada. Yo sólo fui a abrazar al alguien que me pareció lo necesitaba, nada más. Me das más crédito del que merezco.

—La mayoría habría pasado de largo.

—No lo creo.

—Créelo, pocos se hubiesen detenido. —No tenía dudas al respecto—. Sobre todo las personas que conozco. Habrían pasado de mí porque, aunque estoy allí, en realidad no hago falta. —Mi ánimo, mutable igual que siempre, ya no era ni divertido ni feliz—. No tengo amigos porque hay gente más importante y divertida que yo, así que nadie notaría que me fui. Y a decir verdad ¿por qué lo harían? Si soy una inútil buena para nada que ni siquiera pudo acabar su vida de forma correcta.

—No eres nada de eso.

—Lo soy, soy patética. Todos lo dicen.

—¿¡Todos!? Ni hablar, pregúntale a Nochtli o a Migue o a Roxx o a Pam o Drew, todos te dirían lo mismo que yo: que eres una persona valiosa e increíble.

—Ellos no cuentan.

—¿Por qué?

—Porque no.

—Pues entonces pregunta a quien quieras, anda. Pregúntale a cualquiera en éste lugar. —Y se levantó hacia una chica que parecía garabatear en una libreta—. Disculpe señorita, quisiera hacerle una pregunta si no le importa, verá–

—Cállate —la detuve antes que dijera algo más y la volví a arrastrar hasta donde estábamos sentadas—, ven aquí. Deja de molestar a los demás visitantes.

—Entonces acepta que no eres nada de lo que dices, Taylor.

Me recriminó y yo me enfurruñe aún más.

—Aunque no lo fuese, y no digo que no lo sea, ¿qué habrías hecho si resultaba ser algo peor que una ladrona o una incompetente? ¿Qué tal una asesina, eh? ¿Qué entonces?

—Pero no lo eres. —Negó—. Tú no has hecho nada malo. Quitar una vida es condenable porque sólo uno es dueño de su propia vida y decide qué hacer con ella.

—¡Yo decidí terminar con la mía y tú me lo impediste! —le reproché. Aunque discutía con ella era gracioso porque me esforzaba por no gritarle, si lo hacía corría el riesgo de que nos echaran y no quería irme aún.

—Me disculpo por interrumpir tu momento de paz esa noche, Taylor.

Bien, eso sí me tomó por sorpresa, no recordaba haberle dicho en voz alta que aquel había sido un momento increíblemente sereno.

—¿Cómo…?

—¿Cómo sé que era tu momento pacífico? Me lo dijiste hace unas semanas en el bar, aunque bueno, quizá sería más adecuado decir que me reclamaste por ello más que decírmelo.

No lo recordaba y sospechaba que había muchas otras cosas que dije e hice esa noche que no figuraban entre mis recuerdos. No estaba segura de querer recordarlas.

—Me disculpo por ello —repitió—, pero no voy a disculparme ni a arrepentirme por haber intentado ayudar. —Me miró directo a los ojos, sin titubear un solo segundo—. Eso jamás. Mereces vivir, eres una buena persona.

—No sabes nada de mí —insistí.

—Sé qué quieres vivir.

—¿Qué?

—Sé qué quieres vivir.

—¿Crees que quiero seguir viviendo en éste basurero?

—No lo creo, lo sé. Lo sé porque no has vuelto a intentarlo —afirmó. Era medio cierto, aunque ella no tenía manera de saberlo—. He pasado cada noche desde que te conocí yendo al Community, esperando que aparecieras. Estuve muy aliviada cuando no volviste a aparecer tras la primera noche, ni la siguiente ni la siguiente. No apareciste y aunque pudiste intentarlo de otra forma apuesto mi meñique a que no lo has intentado.

Parecía una locura que hubiese pasado cada noche desde hacía meses en el puente de la bahía, pero le creía. Su mirada decía que no mentía.

—Morir es fácil —dijo, bajando la voz y con un rostro repentinamente sombrío—. Y no hablo de tomar la decisión de hacerlo, eso no debe ser nada simple. Pero cuando morimos nadie sabe qué pasa, nadie lo ha podido comprobar y si en verdad no pasa nada y dejamos de existir entonces es lo más sencillo del mundo. Todo se acaba, no más dolor, no más angustia, no más enfermedad, no más desamor, no más nada que no sea el pacífico vacío.

—No hay nada peor que la muerte.

—Si no hubiese nada peor que la muerte no habría personas que la desean. —Su rostro todavía lucía triste, jamás creí que aquella cara que siempre tenía una sonrisa pudiese verse así de afligida—. La muerte es lo único definitivo en la vida, quizás las circunstancias que la rodean no son bonitas pero la muerte en si es bastante gentil. Está lejos de ser lo peor. Existen cosas más horribles.

—¿Cómo qué?

—Pues... nunca he escuchado a nadie desear perder una pierna o que sus hijos mueran, que su negocio fracase o que haya una guerra. —Parpadeé desconcertada, de algún modo extraño y retorcido lo que decía tenía sentido.

Pero me negaba a aceptarlo.

—¿Vives en una burbuja donde todo es color de rosa?

—¿Vives tú en una donde todo es negro? —replicó—. Vivir es doloroso, Taylor. ¿Crees que no lo sé? —Se encogió de hombros—. Lo sé, sólo no veo por qué deberíamos ver todo como una desgracia. Ya todo es lo suficientemente desagradable por sí solo.

—¿Y entonces qué queda?

—No lo sé. —Movió la cabeza un par de segundos y se quedó pensativa varios más—. Supongo que vivir lo que nos queda y…

—Por favor no digas que ser felices —le interrumpí.

—¿Ser felices? ¡Claro que no! —Irónicamente la sonrisa volvió a aflorarle en el rostro—. Esas son mentiras, puras y burdas mentiras. No estamos aquí para ser felices, no puedes pedirle que sea feliz a alguien que vive en la calle o tiene una enfermedad incurable. La felicidad es subjetiva y no es el pináculo de nuestra existencia.

—Todos dicen que debemos ser felices.

—Ya, claro. Y todo lo que dice la mayoría es verdad ¿no? —Su sonrisa se ensanchó—. Somos terriblemente complicados, no podemos limitarnos a sólo la felicidad, eso no está bien. ¿Has visto a alguien que siempre está feliz? Da miedo. —Puso un leve gesto asustado—. La vida tiene muchas cosas que no son felices, cosas que nos ponen tristes o que nos enojan; y eso está bien. Está bien sentir todo eso, obligarte a ser feliz siempre o forzarte a poner buena cara siempre sólo consigue hacerte más miserable. Irónicamente.

—Tú siempre pareces feliz.

—Soy positiva, Taylor. Es diferente —explicó—. Hay cosas que me ponen triste y un millón de otras me molestan, pero enfocarse sólo en ellas no sirve de nada.

—Si no es por la felicidad, ¿para qué estamos aquí?

—Estamos aquí para aprender, supongo. Lo que pasa en el medio de eso ya es cosa de cada uno.

—¿Aprender qué? ¿El sentido de la vida?

—Dudo que sea algo colectivo, cada uno debe aprender cosas diferentes.

Tenía la impresión, para ese momento, que Jessica estaba mostrándome una parte de ella que normalmente prefería no mostrar. Y no sabía si sentirme agradecida, honrada o asustada por ello.

—Además —continuó—, qué tal si…. si encontraran el sentido de la vida, ¿entonces qué? Hay cosas que es mejor no saber.

—¿En qué crees tú entonces?

—¿Yo? —Se apuntó a si misma—. Depende del día, a veces prefiero pensar que la respuesta a la cuestión de la vida el universo y todo lo demás es 42, tal como dijo Pensamiento Profundo. Otras simplemente creo que el mundo es un disco plano que cargan cuatro elefantes que, a su vez, se paran sobre el caparazón de una gigantesca tortuga estelar.

—Sabes que eso no tiene sentido ¿verdad?

—La vida tampoco, Taylor. —Se rio—. Si me preguntas a mí la vida es como un adorable gatito salvaje; a veces es suave y cálida y confortable, pero la mayor parte del tiempo el gatito muestra los colmillos y te muerde hasta hacerte sangrar.

—Vaya metáfora de mierda.

—Es lo que hay. —Volvió a encoger los hombros—. ¿Vamos con los pingüinos ahora?

—Cállate, todo esto me dejó agotada —suspiré hundiendo el cuerpo en el asiento de plástico—. ¿Cómo es que siempre tienes tanta energía?

—Quiero ver esos pingüinos —respondió con simpleza—. Vamos, ven conmigo, si no quieres ver aves con smoking nadaremos con tiburones o saltaremos en paracaídas. Después de todo si decidiste morir entonces ya no tienes nada que perder.

—¿Y tengo todo por ganar? —le pregunté con aspereza—. Por favor, no salgas con esas tonterías ya estoy lo suficientemente abrumada.

—¿Ves? Eso es a lo que me he estado refiriendo todo el rato. —Se llevó las manos a la cara con desesperación—. Te preocupas demasiado por todo.

—¿Qué esperas que haga? ¿Renegar de la realidad como tú?

—No, no, yo no hago eso, es una tontería. Sólo intenta no pensar en todo un segundo y vamos a ver esos pingüinos.

Me tendió la mano, volviendo a ser esa loca sonriente de siempre.

—Elijo saltar en paracaídas, suena más emocionante.

—¿En serio?

—Supongo que ya que estoy de nuevo sobre este tren puedo intentarlo. Además, no tengo más remedio ¿o vas a dejar de molestarme con esto de la vida e improvisar cosas locas?

—Jamás.

—Entonces ya está. —Tomé su mano—. Sólo una cosa más, quiero preguntarte algo.

—Lo que quieras.

—¿Me salvaste para sentirte bien contigo misma?

—No te salvé.

—Lo hiciste. —Por mucho que no quisiera tomar el crédito por ello es lo que había hecho. Ni más ni menos—. Pero si no me rescataste para sentirte bien contigo ¿entonces por qué tomarte la molestia?

—No necesitaba una razón, Taylor. Es lo que haría cualquiera con un poco de decencia, pero ya que estás tan empecinada pongámoslo así: existe un mañana. —Levantó el índice—. No sé quién o qué te hizo creer lo contrario, pero todos tenemos derecho a él. Tú tienes derecho a él.

—Que exista un mañana no significa que quiera verlo —me quejé. 

Pero ahora sí quería verlo... y todo era culpa suya.

Aun así no estaba del todo segura.

—¿Qué clase de mañana tendré si no puedo hacer nada diferente?

—¿Que desayunaste hoy?

—Café y un panecillo.

—¿Y ayer?

—¿Cereal? Creo.

—¿Y ayer viniste al acuario?

—Sabes que no.

—¿Vendrás mañana?

—No.

—¿Por qué dices que haces las mismas cosas siempre? Nunca haces las cosas igual Taylor, ¡ni siquiera eres la misma que hace una hora!

—Eso no cuenta, es insignificante.

—Nada es insignificante y ya haces cosas diferentes. Sólo no lo has notado.

—Tú ayudas bastante a que haga cosas que normalmente ni siquiera pensaría. Así que no soy yo, eres tú. Todo esto es culpa tuya. No puedo cambiar tan radicalmente sola, no de un día a otro. ¡Y menos sin motivación!

—Ya veo cuál es el problema. —Me miró con cierto reproche—. No tienes que esperar a estar motivada para hacer las cosas, tienes que empezar a hacerlas para encontrar un motivo. La voluntad es la motivación dirigida con inteligencia.

—¿Quién dijo eso?

—Yo, ahora mismo. —Levantó los hombros con genuino orgullo de sí misma—. En realidad… creo que lo leí en internet, en un meme o algo así.

—¿No puedes ser seria un segundo en tu vida?

—¿¡Más que hace rato!? —exclamó y la mirada que me dio fue como si le hubiese pedido patear un cachorrito o algo peor—. Nah, la seriedad me da urticaria. —Se estremeció—. El punto es, Taylor, que no deberías esperar un cambio de golpe. Poco a poco.

—¿Poco a poco? —me reí con sarcasmo—. Por si no lo has notado tiendo a ver todo de un modo súper catastrófico y hago tormentas en vasos de agua. ¡No puedo hacer nada bien!

—Ahí vas de nuevo —refunfuñó—. ¿Cómo esperas que los demás no te juzguen tan duramente si tú eres la primera en ser cruel contigo? —preguntó—. Sería bueno que dejaras de culparte por todo lo que no puedes lograr y comenzaras a reconocerte por lo que si puedes hacer. Ahora deja de ser pesimista y vamos a por esos pingüinos de una buena vez. Además, creo que olvidas algo importante.

—¿Qué?

—Tú no fuiste la única en saltar esa noche, ¿ya lo olvidaste? —Enarcó las cejas.

Desvié la mirada a mis pies, de ninguna manera lo había olvidado. Me había llamado heroína, pero yo no era una heroína. Si ella había querido saltar se debía a mi causa. Así que no merecía su agradecimiento. Ya me sentía culpable esa noche y que lo recordara ahora me deprimía, sobre todo porque ya no era una desagradable desconocida. Seguía siendo desagradable y ridícula, sí, pero no desconocida y la posibilidad de que el mundo se hubiese privado de alguien como ella sólo por mis sandeces acrecentaba mi culpabilidad.

—También me salvaste esa noche, Taylor. —Me sonrió—. No lo dudes.

Finalmente fuimos a ver los malditos pingüinos, claro que sí. Ninguna volvió a tocar el tema del puente y Jessica no me cuestionó las mil preguntas que le había hecho, así como yo tampoco le cuestioné el por qué su mirada parecía tan parca o cómo era posible que dijese y tuviese ideas tan profundas que no calzaban con el resto de su personalidad. Aquella conversación se quedó bajo la arena de la playa y de algún modo hicimos un pacto silencioso para no llevarla a la superficie.

Cuando salimos el sol ya comenzaba a descender.

—¡Rayos! Mira la hora —se quejó estrujando el peluche que había ganado en la trivia al final del recorrido, por supuesto no necesitó que yo dijese nada, ella sabía todas las respuestas. Y desde luego que el animal que había escogido era un pequeño pingüino de felpa—. ¿Quieres que te lleve a casa?

—Tomaré el autobús.

Tal como la última vez Jessica me regresó hasta la parada del Community. Pero esta vez el viaje fue más silencioso que el anterior o que cualquier otro, las cosas que me había dicho habían calado hondo en mí pese a que no podía creerlas todas. Sin embargo, la posibilidad de que ella tuviese razón cada vez me parecía más factible.

—¡Oye, Tay! Esto es para ti. —Me arrojó a la pequeña ave a través de la ventanilla. Conseguí atraparla de milagro—. Ya te lo dije cuando nos conocimos, pero si te sientes mal o empiezas a crear tormentas en vasos sólo háblame ¿de acuerdo? Dejaremos todo y saldremos a ser libres como los peces.

Absolutamente, sí. Jessica era la persona más rara que había conocido. De hecho, estaba un poco celosa de ella y de la vida que llevaba, pues a raíz de esa conversación comprendí que había más en la locutora de lo que se podía intuir y si su vida era emociónate, era sólo porque ella así lo había decidido. Había decidido hacer de cada día una aventura memorable, esa era la naturaleza de Jessica. Ese impulso innato de aceptar la vida como viniera; además de una increíble disposición para ayudar a los demás; igual que lo había hecho conmigo y con Pamela el día que se conocieron.

Y yo aspiraba a ello a pesar de que mi propia naturaleza consistiese en ser una lúgubre fatalista sin esperanzas en el mundo.

No sabía si la locutora se daba cuenta del ridículo milagro que significaba que ambas estuviésemos todavía con vida. Tampoco sabía si era consciente de que por sobre todos los habitantes que residían en la bahía ella era la única de quien no quería estar lejos.

 

Notas finales:

El siguiente capítulo está en proceso, ténganme paciencia.


Por cierto, recuerden que si lo prefieren también pueden encontrar éstas historias y a mí en Wattpad, sólo tiene que buscarme como @LePuchi


-Ilai out-


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