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La caja púrpura de Jess por LePuchi

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Notas del capitulo:

Buenas gente tras la pantalla.


¡Como me he demorado en actualizar, maldita sea! No tengo excusas que valgan y como no valen no diré nada más así que para los que siguen esta pequeña historia espero que lo disfruten.


Vayan de una vez a leer.

 

Ventajas del siglo XXI

 

Toparme con aquel programa de radio y escuchar de nuevo la voz de quien creía era la misma persona a la que le debía una segunda oportunidad para disfrutar de mi miserable existencia había sido una coincidencia increíble, algo parecido a vivir en el momento justo para ver un cometa que cruza una vez cada mil años o ganar la lotería con el número al que apostaste tu último billete e igual que esas cosas era una situación que te tomaban desprevenido porque al final del día todo ello eran sólo eso: coincidencias y sabes que difícilmente podrás volver a repetirlas mientras vivas. Lo sabía bien, pero de todos modos quise salir corriendo en su búsqueda, aunque sabía que indudablemente no podría encontrarla. Saint Michael no era una ciudad pequeña, bien podías recorrerla durante varios días y aun así no alcanzar a ver ni la mitad de lo que tenía por ofrecer. Correr como posesa por ahí y esperar encontrarla era muy fantasioso, era esa clase de cosas que sólo funcionaban en el entretejido de falsedades que las novelas se encargaban de hacerte creer.

Además debía volver al trabajo, por mucho que lo detestara no podía abandonarlo, si lo hacía corría el riesgo de que me despidieran y perder el empleo no era un lujo que pudiera darme. No existía un escenario en el que lo abandonase todo para huir a un lugar sureño donde poder reencontrarme a mí misma, por surreal que me pareciera a veces ésta era la vida real y como tal tenía cuentas muy reales que pagar o acarrearía nada gratos y muy reales problemas a mi muy real puerta. Todavía no tenía intenciones de revelarme contra el sistema así que salí de la cafetería, vaso en mano ya que luego de la primera taza había pedio un nuevo café para llevar, dispuesta a terminar mi turno en la oficina tan dócilmente como pudiera. Sin embargo, por mucho que traté, no pude volver a concentrarme, ni las hirientes palabras de Malone, ni los acosos de Maximilian, ni la apatía de mis compañeros pudieron distraer mis pensamientos de aquella voz en la radio, por si eso fuera poco los números ya de por si irrelevantes se transformaron en un embrollo de jeroglíficos incomprensibles por lo cual mi jornada terminó conmigo siendo aún más incompetente que de costumbre.

Al salir de la torre mi concentración no había mejorado, muy por el contrario, hasta la cosa más básica me costaba y de hecho fue un milagro que llegara hasta el distrito residencial sin acabar muerta o provocando un accidente. En aquel estado medio catatónico era un peligro andante por lo que no me extrañó cuando Mallory, tan amorosa conmigo como de costumbre, me mandara largarme de la cocina después de que al intentar preparar la cena rompiese un par de platos en el proceso.

Ni siquiera tenía ganas de contrariarla por lo que me fui sin más, después de limpiar el estropicio claro, luego me las arreglé para arrastrarme a mí misma hasta el segundo cuarto a la derecha después de la minúscula sala, ese era el único espacio dentro de todo aquel piso que podía considerar enteramente mío. Apenas entré me desplomé sobre la cama, con media cara hundida en la almohada pensé cuánto me sorprendía todavía que la mujer al otro lado del apartamento me permitiese quedarme la habitación con las mejores vistas. Obviando el metal de la escalera de emergencias, la panorámica del centro de L’Scolo, compuesta de construcciones achaparradas y levemente más coloridas, se dibujaba tras la ventana. Más abajo unos cuantos edificios medianos se hacían presentes cubriendo el horizonte, pero ni así conseguían ocultar del todo la bahía o la ciudad al otro lado y allí al fondo enmarcándolo todo el rojo perfil del Community se iluminaba con el reflejo del sol.

—¿Qué diablos estás pensando Taylor? —murmuré con un suspiro.

¿Cuáles eran las probabilidades de que la propietaria de la voz en la radio y la mujer que me había salvado en el puente fueran la misma persona?

Me froté la ceja, calculando.

«Cero», concluí. No hacía falta pensarlo mucho.

Y aun si no era un completo cero las posibilidades seguían siendo muy pocas.

—Olvídalo de una vez. —Pensar en todo lo sucedido esa noche, en la mujer extraña de Saint Michael, en el autito amarillo y en cómo me había sentido estando allí arriba sobre el puente de la bahía era terrible. Esas cosas tan simples bastaban para darme esperanza y tener esperanzas era lo último que necesitaba.

Esa vida gris y miserable era todo lo que había conocido hasta ese día. Sabía que existían otras formas de vivir pero me parecían lejanas, ajenas a mí, cosas de fábula que sólo le pasaban a otras personas. Mallory Madden se había encargado de hacerme entender que yo no podía aspirar a mucho más, jamás, la mediocridad implícita en el cincuenta por ciento de mí ADN que pertenecía a los Fernsby opacaba la perfecta genética Madden y me impedía aspirar a ser algo. Yo lo había aceptado sin rechistar, por eso que aquella mujer me hubiese salvado me hizo creer, por un instante muy breve, que existían posibilidades más allá, más grave que eso me hizo desear salir de toda aquella porquería y no quería eso, si me dejaba llevar por ello sólo acabaría peor de como llegué a ese puente y teniendo en cuenta que ya había intentado matarme sólo me quedaban como últimos escalafones o desesperación total o locura.

—Ésta es tu vida Taylor, resígnate.

Volví a mirar por la ventana, la puesta del sol estaba por terminarse, la noche se desparramaba entre los callejones y a pesar de que aún no estaba oscuro las farolas de la calle contigua estaban encendiéndose ya. Unas vistas bonitas que sin embargo no se comparaban con la increíble postal del alba que pude contemplar desde lo alto del Community…

—Imbécil. —Parpadeé desconcertada y corrí hacía el armario.

¡La postal! ¿Cómo había podido olvidarla? Pasé una a una las perchas metidas allí con torpe rapidez, busqué en el fondo y pasé las manos por la tela varias veces, pero lo que necesitaba no estaba ahí dentro.

—¡Madre! —grité a medio camino de la sala—. ¿Has visto mi gabardina?

—¿Cuál? —respondió cambiando el canal del televisor.

—La única que tengo, la clara.

—No sé Taylor, siempre estás diciéndome que no toque tus cosas.

—Y siempre me ignoras cuando lo digo.

—Las dejas botadas por toda la casa. ¿Tú te crees que eso es normal? Puede que seas una desorganizada Taylor pero esto no es un basurero.

—¿Mi habitación es toda la casa?

—No seas insolente Taylor.

—Bien, ¿podemos no discutir? —pedí—. Sólo quiero saber si has visto la gabardina o no, estaba un poco rota de la espalda.

—¿Para qué la quieres si está rota?

—Tiene algo importante.

—Creo haberte dicho que llevaras la ropa a la lavandería ¿lo hiciste?

—Tenía que ir al trabajo.

—¿Y eso qué, crees que yo no tengo ocupaciones? —Se llevó una mano al pecho con ademan indignado—. Jamás llegarás a nada si en lugar de comportarte como un adulto actúas como una niña malcriada.

—Soy un adulto.

—Por favor Taylor —rio con cinismo—. ¿Quieres que te trate como un adulto cuando ni siquiera puedes hacerte cargo de cosas tan básicas?

—Soy un adulto que trabaja madre.

—Ya que tú no te dignaste a hacerlo tuve que llevarla yo, estarás contenta. —Me lanzó una desagradable mirada—. Por llevarla no pude ir a tiempo con Christian y tu hermana. No te cansas de dejarnos en ridículo ¿verdad?

Estuve a punto de gritarle algo, de protestar y recriminarle quizá un par de cosas, pero pude frenar las palabras a tiempo mordiéndome un poco, demasiado, la lengua.

—Puedes ir a ver si tu vestido está en la lavandería. —Lo pronunció como si me estuviese dando permiso de hacer las cosas. Como si fuese una niña inepta que no puede hacer nada sin que se lo digan.

¿Lo peor?

Tenía razón.

—Gabardina —corregí quedamente, asombrada y temerosa de mi propia incapacidad para enfrentar a mi madre.

—Sí, sí, eso dije. —A saber por qué pero me quedé de pie allí sin moverme bastante tiempo—. ¿No vas a ir? —Me miró con desagrado y sé que muy en lo profundo quería, quizá, gritarme que me fuese de una vez.

—Vuelvo en un rato. —Di la vuelta para salir y no hubo las típicas palabras que dicen las madres y que envuelven un cierto cariño y preocupación. «Ve con cuidado» o «No vuelvas tarde» o «Abrígate» nunca había escuchado esas palabras al salir de casa.

Esta vez no fue diferente.

Cerca del distrito comercial, a unas cuatro calles del bloque departamental en que vivía se encontraba una pequeña lavandería. No era un establecimiento grande si lo comparábamos con los que había más allá, ya bien entrados en el distrito de comercios, pero era un sitio práctico y el aroma del suavizante de telas que empleaban era fantástico, por lo que era allí donde llevábamos la ropa desde hacía algunos años.

Una pareja de ancianos y una madre que trataba inútilmente de mantener quieto a su pequeño estaban dentro cuando llegué. También estaba el dueño.

Nunca pude entender por qué, pero el sonido de la ropa tallándose y secándose le resultaba relajante a un inusual número de personas, de hecho, algunas incluso se quedaban allí horas metiendo prenda tras prenda en las máquinas y observando su ropa lavarse por lo que el local contaba con algunas sillas estratégicamente dispuestas entre las dos filas de secadoras y lavadoras, alineadas en los extremos de la tienda, para que los parroquianos pudiesen sentarse mientras esperaban. A diferencia de ellos yo no solía tener ni el tiempo ni el interés para observar esa clase de cosas por lo que siempre la dejaba encargada con el dependiente. El mismo que ahora estaba doblando con gran esmero un par de camisetas sobre el mostrador de cristal en el que se alineaban pulcramente diversos productos de limpieza, desde blanqueador hasta suavizantes, pastillas de jabón, cosas que no sabía lo que eran y los infaltables detergentes. Se le veía muy concentrado en su tarea, doblaba cada prenda con delicadeza subnormal y con demasiada simetría para una persona corriente. Me acerqué hasta donde estaba y aunque me escuchó llegar no se volvió a mirarme, en cambio continuó su labor. Viéndole de cerca era un sujeto bastante exótico, de piel bronceada y ojos claros, que si veías por la calle nunca llegarías a imaginar que era dueño de una lavandería. Sus manos, nudosas y curtidas, se desplazaban sobre la tela con maestría y en el entrecejo fruncido se le formaba una profunda arruga que daba la impresión de no desaparecer jamás. ¿No es demasiado joven para eso?

—Buenas noches —le saludé con un tono apenas más ruidoso que un susurro. Mi voz ahogada por el traqueteo de los aparatos funcionando.

—Buenas noches —respondió, aún sin mirarme—. Déjame ver, lavado en frío, suavizante de telas con aroma a rosas, secado a baja temperatura, doblado y sin planchado adicional.

—¿Qué?

—Son las especificaciones —dijo, levantando por fin la vista— que usé en parte de la ropa que tu madre trajo más temprano. Pero todavía no están listas, les falta el secado y doblado, creí que vendrían hasta mañana por ellas.

—No vengo por la ropa, pero gracias… supongo​.

—¿Qué puedo hacer por ti entonces?

—Necesito saber si entre lo que trajeron no estaba una gabardina.

—Lavado en seco, desmanchado, secado a temperatura acorde a cada fibra y planchado al vapor —recitó—. Claro, terminé hace rato con ella, está en la trastienda.

—¿Podría…?

—Sí, te la traeré —interrumpió—. Aguarda aquí un momento.

Terminó el último doblez a una camisa blanca y la dejó con cuidado sobre una pila de camisetas perfectamente colocadas una sobre otra, le echó una mirada al conjunto y cuando pareció satisfecho se desapareció tras una pequeña puerta abierta a su espalda. Desde fuera se escuchó el movimiento que algunas cajas dentro hicieron al ser cambiadas de lugar, ruidos de procedencia desconocida y algunas cuantas cosas que cayeron al suelo, sin embargo, no tardó mucho en volver.

—Aquí tienes. —Colocó el bulto de ropa sobre el mostrador—. Me parece que lo que buscas debe estar allí, está hecha trizas, pero quedó perfectamente limpia.

—Gracias. —El hombre asintió antes de dar la vuelta para continuar con su labor.

Fui separando las prendas con algo de prisa y por tanto sin mucho cuidado de evitar que se arrugasen, ante el maltrato el encargado hizo un gruñido de protesta, pero no tenía tiempo de ser cuidadosa. La mayoría de la ropa era de mi madre, pero sí que había un par de cosas en esa pila que me pertenecían. Unos minutos clasificando abrigos y vestidos bastaron para encontrar la gabardina, lucía igual de desgastada sólo que con el color un poco más luminoso gracias a la limpieza.

Ahora que la veía con atención la rasgadura era mayor de lo que creía recordar. No me había detenido a mirarla luego de esa noche por lo que no había reparado en que el hueco de la espalda no era el único daño, las costuras de las mangas se habían estirado casi al punto de reventar, el cuello se había desprendido y le faltaban un par de botones. Que aquellos jirones maltrechos de tela vieja hubiesen resistido mi peso, que no era poca cosa, el tiempo suficiente para que me remolcaran al puente no podía ser otra cosa que un milagro.

—¿Todo en orden? —preguntó el hombre con preocupación genuina en la voz.

—Sí, no…

No supe responder, me había quedado fría mirando los hilos y la tela entre mis dedos. Si hasta entonces no había sido consciente de lo cerca que había estado de morir, sosteniendo los trozos de gabardina me di repentina cuenta de ello. No pensaba nada concreto, estaba en blanco, pero me sentía asustada. Creo que fue la primera vez que genuinamente consideré una estupidez haber saltado del Community.

—Sí, estoy bien. Sí.

Después de la momentánea epifanía removí el delgado plástico que protegía la gabardina de la suciedad para poder hurgar en los bolsillos. Metí la mano en uno de ellos, también estaba descosido por lo que el trozo de papel había viajado hasta uno de los costados y se había ocultado allí durante el lavado.

—Es un papel. —La voz del encargado volvió a salir de su monotonía, ésta vez sonaba sorprendido—. No lo noté, que descuidado.

—Está bien —respondí con voz temblorosa.

Como se había quedado adentro mientras se lavaba tres de las esquinas de la postal estaban dobladas y la cuarta estaba desaparecida. La imagen del puente todavía era visible, el único cambio eran algunas líneas blancas por donde se había quebrado que la distorsionaban un poco, la leyenda que rezaba Come back seguía intacta. El reverso, que era como el de cualquier otra postal corriente, estaba surcado por algunos rasmillones y en el lugar donde se escribe la dirección a la que se debía enviar habían garabateado unos números con tinta que debido quizás al planchado a vapor se habían desdibujado provocando que un par de ellos quedasen ilegibles.

—¿Un número? —murmuró—. Puedes usar el teléfono si quieres. —Salió de detrás del mostrador cargando entre los brazos un cesto repleto de ropa blanca—. Está por allá. —Ya que sus manos estaban ocupadas hizo un gesto extraño con la barbilla con el que supuse trataba de indicarme la ubicación del aparato.

Aunque tuviera la postal y un número seguía siendo complicado llamar, no sólo porque todo el proceso en la lavandería había hecho suficientes estragos en el papel, deformándolo y corriendo la tinta, sino porque no estaba segura de qué decir. Eso y que tampoco era capaz de definir si uno de los garabatos era un cuatro o un dos.

—Eh, disculpa. —No sin algo de temor me acerqué al dependiente que había vaciado el cesto en una de las lavadoras para comprobar si él podía despejarme las dudas. No quería molestarlo cuando parecía tan concentrado, pero no quedaba otra—. ¿Esto te parece un dos o un cuatro?

Se incorporó tendiendo la mano para que le diera el papel y que pudiera examinarlo más de cerca. Se lo di, lo acercó hasta su cara y entornó los ojos un poco extrañado. De nuevo la arruga que tenía entre las cejas se le acentuó.

—Creo que es un nueve.

Dos, cuatro y ahora nueve. Perfecto.

—No te desanimes, si el resto se pueden entender uno o un par no deberían ser gran problema. Pruébalos todos y usa el teléfono tanto como quieras —dijo—. Dudo que aparte de los que están aparezcan más clientes por hoy y aun si vienen nadie usa realmente ese cacharro.

—No estoy segura de ninguno, aun así gracias por la ayuda. —Froté mi ceja tomando el papel de vuelta. Miré de nuevo todos los números deslavados. «Oh bueno», suspiré, «qué más da. No tengo nada por perder»—. ¿Tienes cambio?

—Acompáñame a la caja.

—Gracias.

—Das mucho las gracias ¿no?

¿Lo hacía? No lo había notado, pero supuse que sí lo hacía.

Luego de recibir las monedas ambos seguimos a lo nuestro, él con sus cestos de ropa y yo plantada frente al arcaico aparato. Era verdad que no parecía que lo usaran a menudo, estaba deslustrado y lleno de polvo.

—Probemos nueve —murmuré y marqué el número.

Un tono…

Dos…

—¡Pizza Time, cualquier hora es hora de pizza! El especial de hoy es pizza de pimiento verde, pepperoni y champiñones con orilla rellena de queso suave —exclamó una estridente voz al otro lado de la línea—. ¿Cuál es su pedido?

—Ah, creo que me he equivocado —murmuré.

—¡Ordenar pizza nunca es una equivocación! —volvió a exclamar la escandalosa voz, parecía un tanto ofendida—. Si tienes dudas puedes probar nuestra pizza especial para indecisos: aceitunas negras, salchicha italiana, anchoas y cebolla.

—¿Quién rayos pide eso? —El mohín de asco que se formó en mi cara pareció hacerle gracia al dependiente, quien había vuelto tras el mostrador, pues una curiosa mueca le alteró las facciones.

—Es nuestra pizza más popular.

—Si pidiese pizza no sería esa.

—¿Y una clásica de jamón, queso y piña?

—No.

—¡Vamos, anímate! ¿Qué me dices de una aún más clásica de pepperoni con queso?

—No tengo hambre.

—¿Hambre? ¿Quién dijo algo de hambre? —Esta vez la voz sonó sorprendida—. Además ¿qué podría pintar el hambre en esto?

—Pues… —titubeé— Cuando se está hambriento necesitas comida ¿no? La pizza es comida y a decir verdad yo no tengo hambre.

—Eso del hambre son sólo locas ilusiones burguesas —dijo.

—A menos que las necesidades biológicas básicas sean locas ilusiones burguesas sigo creyendo que el hambre es determinante en todo esto. —Me sorprendía poder seguir hablando con aquella persona. Es decir ¿en verdad estaba discutiendo esa clase de cosas? ¿Por teléfono? ¿Con un desconocido del que sólo podía oír la voz y que posiblemente me estaba tomando el pelo?

—No necesitas tener hambre para comer pizza o cualquier otra cosa, pero especialmente no para la pizza. ¿Sabes por qué?

—Estoy muy segura que sí tiene relación.

—¡Qué va, qué va! Puros inventos. —Si no fuese porque sonaban muy distinto habría jurado que la voz de la radio y la de ahora pertenecían a la misma persona.

Decían las mismas estúpidas sandeces.

—¿Sabes por qué? —insistió.

—No.

—Porque la pizza no va al estómago, va directo al corazón. —«Uy sí», pensé, «directo a taparte las arterías»—. Refuerza el espíritu y alimenta el alma así que con eso en mente ¿de qué sabor quieres la pizza?

—No, no quiero ninguna pizza, gracias —respondí—. Voy a colgar ahora.

Intenté todas las combinaciones que se me ocurrieron, por supuesto con resultados parecidos al primer intento. En la mayoría de los casos nadie levantó la bocina y en los casos que sí o eran restaurantes o tiendas variadas que intentaban venderme alguno de sus productos a toda costa.

—¿No hubo suerte?

—Creo que los únicos lugares que aún usan el teléfono fijo son donde se vende comida.

—Tiene sentido —asintió—. Pero no durará mucho, no con todas esas aplicaciones y la vida acelerada de ahora.

El que la llamada no funcionara tenía sus puntos buenos; el principal era que me había evitado pensar qué iba a decir si alguien me cuestionaba qué o a quién buscaba exactamente. ¿Cómo explicar que buscaba a una mujer extravagante, que conducía un escarabajo amarillo y me había salvado de morir hacía unas semanas a la que, por cierto, creía haber escuchado en una estación de radio más temprano?

Si yo recibiese una llamada así hubiese creído que era broma.

—¿Qué es lo que estás buscando? —El encargado se recargó en el mostrador mirándome interesado, jamás habían pensado que fuese un tipo curioso por lo que le miré de vuelta con el ceño fruncido. Él debió pensar que era una mirada de molestia así que se apresuró a decir—: Si no te importa que lo pregunte, claro.

No importaba, sólo no estaba segura de qué responder. ¿Qué buscaba exactamente? ¿A la mujer del puente? ¿La ambigua voz de un aparato? ¿La emisora de radio como tal? ¿O quizá todo era un simple pretexto para hacer el tonto?

«Una cosa a la vez», decidí. «Vamos de más a menos».

—Una estación de radio —dije. Encontrar una emisora era más sencillo que hallar a una persona y sonaba menos extraño ¿cierto?

—Curiosa búsqueda. ¿Sabes algo de ese lugar? Nombre, dirección…

—Sólo sé el nombre, pero creo que alguien que conozco podría trabajar allí.

—Debe ser especialmente difícil de hallar si has tenido que recurrir a medios tan… arcaicos.

—¿A qué te refieres?

—Me sorprende que no lo encuentres con lo sencillo que resulta encontrar cosas hoy día. —Se encogió de hombros—. Un clic y tienes todas las respuestas en la mano, todo tiene una página o un perfil en internet. No hay privacidad, pero todo es más sencillo, ventajas del siglo veintiuno, supongo.

O mi inconsciente deliberadamente evitaba las respuestas obvias o me estaba volviendo todavía más idiota de lo que ya era. ¿Cómo rayos no había caído en eso? Es decir, incluso tenía conmigo el miserable teléfono. ¡Lo tuve todo el día en el maldito bolsillo! Y ni por eso se me ocurrió buscar la jodida emisora en internet. Saqué el móvil, deslicé el dedo a toda prisa por la pantalla pulsando la breve secuencia para desbloquearlo, obviamente no tenía conexión, pero esa era otra de las ventajas de la era tecnológica moderna: la conexión a internet se había vuelto tan vital que muchos establecimientos la ofrecían gratuitamente por defecto. No era el caso de la lavandería, pero sí de la librería de enfrente así que, aunque no tenía datos en el móvil, podía aprovecharme de su wifi para continuar mis indagaciones.

En mi defensa no usaba demasiado ni uno ni otro, no tenía a quien llamar ni nada que me interesase lo suficiente como para desperdiciar tiempo buscándolo… hasta ahora claro. Porque me había decidido a encontrar la emisora, sólo eso, el qué haría cuando diera con ella lo pensaría después, primero había que hallarla. Y ya que si regresaba a casa sin la ropa Mallory seguro que me echaba la bronca tenía tiempo muerto mientras esperaba, el secado tardaría un poco más en estar listo así que mientras estaba allí no perdía nada con intentar una búsqueda rápida.

—¿Te importa si espero el resto de la ropa aquí? —Señalé las bancas.

—Siéntete libre.

Las sillas no eran especialmente agradables a la vista, pero cumplían su función y eran tan cómodas como se podía imaginar. Cuando me hube acomodado decidí escribir Emisoras de radio de Saint Michael en el buscador, ¿qué tantas opciones podría haber? Abrí el primer resultado, una página en la que se enlistaban todas las frecuencias, y mis suposiciones iniciales eran equivocadas pues al parecer la ciudad vecina tenía muchas más estaciones de radio de las que esperaba. Poco más de treinta.

No me detuve a mirar todas pero algunas sí que llamaron mi atención lo suficiente como para acceder a la función de radio que el móvil tenía y escucharlas unos minutos: la primera en sintonizar fue el Sol de la Bahía; un programa donde no hacían más que hablar de cosas diversas, SMNews; una estación dedicada a las noticias por supuesto, Código Cien; alguna especie de radio cultural, W Jazz; una estación casi continua de música jazz, Mil Radio; otra de esas estaciones donde más que nada hablaban, Alfa World; estación al parecer dedicada a trasmitir música de todo el mundo, Radio 7; una agradable emisora de música clásica y finalmente la última en acaparar mi atención fue Galactic Dart.

Ahora, unas palabras de nuestros auspiciantes. —Un comercial de la pizzería a la que había llamado antes comenzó a sonar en mis audífonos. Al parecer era un negocio de Saint Michael, tenía sentido si pensaba lo raro que había sido hablar con ellos—. Gracias por continuar con nosotros. —La voz del locutor era un poco distorsionada. A pesar de estar separadas por apenas unos cuantos kilómetros de mar las estaciones de radio de una ciudad o de otra no se sintonizaban demasiado bien si estabas en el lado vecino.

Me quedé escuchando a medias el programa hasta que las secadoras terminaron el trabajo y el moreno de ojos claros me entregó el resto de mi ropa.

—¿Te sientes bien? —preguntó cuándo me disponía a pagarle.

—Sí.

—¿Hubo suerte con tu búsqueda?

—La encontré —dije—. Pero no se escucha demasiado bien.

Levantó las cejas. Cómo preguntando la razón detrás de aquello.

—Uhm… —Dudé si debía contarle más, era algo un tanto vergonzoso admitir que estaba jugando a los detectives—. Es una estación de Saint Michael.

—Oh, ya veo, por eso no es escucha bien ¿verdad?

No hubo escándalo, ni muecas, ni miradas reprobatorias. Así que en lugar de responder pregunté:

—¿Eres de L’Scolo? —Aunque lo preguntase realmente no hacía falta que dijera nada. Sabía la respuesta incluso antes que abriera la boca. A todos los que crecíamos en este lado de la bahía nos enseñaban a rechazar a los vecinos desde que éramos muy pequeños, lo teníamos tan interiorizado que al volvernos adultos seguíamos repudiándolos inconscientemente. No sabía desde cuándo existía esa costumbre pero el veto no oficial sobre todo lo de Saint Michael era bien conocido.

—No, soy de Opal City. —Sospechas confirmadas.

—Ah, eso explica muchas cosas.

—¿Cosas?

—Tienes un aspecto demasiado trigueño para ser de la bahía y no montaste alboroto cuando te dije que era algo de Saint Michael.

—¿Tampoco tú eres de aquí?

—Lo soy, más o menos, llegué aquí hace mucho.

—Sorprendente.

—¿Sorprendente?

—Bueno, sí, me sorprende. —Asintió—. No es común que a un oriundo de L'Scolo le guste algo de Saint Michael por ya sabes... la política de "si finjo que no somos vecinos igual y se hace realidad" —Hizo comillas con los dedos—. Si me lo preguntas a mí me parece algo ridículo rechazar las cosas que vienen del otro lado, es sólo una ciudad.

No estaba segura de si era o no ridículo, no conocía muchas personas en Saint Michael, pero tampoco demasiadas en L'Scolo como para comparar. Si utilizaba como referencia a mi madre, nacida en L’Scolo y la comparaba con la mujer del puente, que aunque no tenía realmente idea de si ella habría nacido allí suponía que al menos residía en Saint Michael, la respuesta se daba sola.

—¿No hay forma de que tú estación se escuche mejor?

Asentí, había una: conforme te acercaras a la bahía la calidad mejoraba.

—Gracias —le dije. No lo decía sólo por la ropa, también porque quizá de no ser por él no habría caído en cuenta para buscar la estación en internet o probablemente habría tardado más en ver las respuestas obvias.

Salí de la lavandería con mejor ánimo del que entré así que a falta de algo mejor para hacer decidí dar un paseo antes de volver al infierno que tenía por apartamento. La ropa no era muy voluminosa así que no tendría problemas con ella.

Salvo negocios variados y personas atareadas incluso a esas horas de la noche realmente no había mucho para ver en L’Scolo. Era una ciudad dispuesta a sacrificar cualquier cosa que considerara superflua en pos de la eficiencia y estaba también excesivamente esquematizada por lo que caminar por sus anchas avenidas no era una experiencia que se pudiera catalogar como relajante o inspiradora, de hecho, pocas cosas podías encontrar que te sorprendieran. Si uno tomaba un mapa era obvia la obsesiva organización de los siete distritos que conformaban la ciudad, ni un solo edificio, ni una sola casa o negocio escapaba de la rígida clasificación: al norte estaba la mayor de todas las zonas, el distrito académico que albergaba el mal llamado campus universitario pues el termino se quedaba corto para un sitio que era una ciudad en sí mismo, la zona de hospitales y el edificio Desjardin el conglomerado tecno–científico más grande del país y posiblemente del mundo también se asentaban allí; salvo por el edificio de contaduría en la facultad de economía del campus y el hospital jamás había ido más allá en ese distrito, a no ser que tuvieses un pase de visita o estudiases en alguna de las facultades de ciencias o trabajaras allí no podías adentrarte más. Si descendías encontrabas el distrito residencial, el único de los siete distritos que competía en tamaño con el primero y en el que, aunque no todos, la mayoría de la población residíamos, así que su tamaño tenía sentido. Después estaba el distrito corporativo, conectado directamente con el financiero y entre ellos se encontraba el comercial. El marino era el tercer distrito más grande, al sur de todo, los grandes puertos y almacenes marítimos se asentaban allí. Y por último el más pequeño de todos era el distrito central, que si bien podía ser pequeño tenía un gran barullo pues entre sus límites albergaba la mayor parte de los sitios de ocio: cines, restaurantes, bares, un par de muesos y la única playa de todo L’Scolo en la que había arena en lugar de rocas. También estaba el muelle, un gran andador en la linde del agua y la arena por el que se podía pasear. Hasta allí me llevó mi caminata. No podía ir más allá sin forzosamente cruzar el Community así que me senté en una de las bancas que había allí.

Saqué los auriculares del bolsillo, como siempre estaban enredados por lo que me llevó un par de minutos separarlos, conectarlos y acceder a la aplicación de radio que el móvil tenía por defecto. Me pregunté por qué los teléfonos aún conservaban esa función, yo no era una fiel radioescucha y no sabía de nadie que lo fuera, ¿qué clase de personas preferían escuchar la radio hoy en día? Suponía que no muchas, sin embargo, no podía negar que el viejo medio de comunicación tenía su encanto.

Esto es Basura Refinada…—resonó en los audífonos, una vez sintonicé el 104.9 y tal como esperaba el audio era casi perfecto estando allí.

Hola a todos y gracias por seguir con nosotros en esta humilde emisora. —Una voz grave comenzó a hablar justo después de la extraña cortinilla musical de inicio—. Yo soy Astrid Kasar y como todas las semanas me acompaña mi colorida colocutora… ¿está bien dicho eso? ¿Colocutora? Bueno, es igual, ella es Galatea Bacarra.—El sonido pregrabado de aplausos hizo estruendo en mis oídos—. ¿Cómo estás Gal?

Bien, bien, emocionada por el programa de hoy. —La mujer a la que se habían referido como Gal tenía un acento extraño y su voz era algo menos grave.

Y también como todas las semanas nos acompaña en los controles Trigo, saluda Trigo.

¡Hola! —saludó, su voz llegaba un poco apagada por lo que imaginé que estaría alejado de los micrófonos.

Y ¿cuál es el tema de hoy?

Basura de colores —anunció la mujer de acento raro—. Todo lo relacionado al color, vamos a platicar un poco qué significa cada uno, dónde se utilizan y hasta qué colores dan hambre.

Obvio también tendremos canciones coloridas; ya sea que tengan el nombre de un color en el título, que hablen de colores o que tengan que ver de algún modo con colores.

También hay algunas metidas con calzador la verdad —agregó Gal.

Sí, de hecho. ¡Pero! Antes que nos deslicemos por el arcoíris cual si fuera tobogán hay que hacer los comunicados de rutina.

Anunciaron sus redes sociales y las de la emisora, dijeron algunas cosas de las que realmente no me enteré demasiado pues era la primera vez que les oía y mandaron un par de saludos.

Y como siempre es mi deber recordarles que nosotros somos Basura Refinada y si nos sintonizan es su culpa.

Sí, es cierto, para aquellos distraídos o confundidos que no saben en lo que se están metiendo nuestro programa no es el mejor ejemplo para que descubran de qué va ésta estación. —Eso no sonaba particularmente bien, pero siendo algo producido en Saint Michael no me extrañaba mucho que advirtieran esa clase de cosas—. Ya los veteranos del programa saben a lo que se atienen, pero a los neófitos lo que sí les podemos garantizar que se van a divertir con este programa y con las tonterías que decimos.

Ahora sí, dicho todo eso empecemos, ¿qué oiremos primero?

Empezaremos con el bloque violeta por supuesto.

¿Vas a ponerte listilla, verdad Bacarra? —cuestionó Astrid con un toque de risa en la voz.

Claro, es mi momento de presumir —respondió su compañera.

Habla de una vez antes que nos quedemos dormidos —se burló una voz en la lejanía. Trigo, claramente.

¡Hey! Mis momentos de musifemérides son lo mejor del programa.

¿Qué carajos es esa palabra?

Una combinación de música y efeméride.

Y ese es el porqué de la advertencia del inicio. —Rio Astrid—. Ilumínanos pues.

¡Musifeméride! —gritó—, la primera vez que ésta canción se tocó en público fue el 3 de agosto de 1983 en una vieja estación de autobuses convertida en discoteca: el First Avenue, enfrente de 1500 personas que no sabía que estaban delante de lo que se iba convertir en el trabajo más exitoso del buen Prince. Canción que, de hecho, ni siquiera nació como un álbum de estudio, sino como la banda sonora que acompañaría su debut en el cine—El sonido de un fingido ronquido interrumpió sus palabras—. Estos impacientes —se quejó—. Historias más historias menos esto es Purple Rain, Lluvia Púrpura, en la voz de Prince y lo escuchan por Basura Refinada de...

Galactic Dart Radio —completó Astrid—. ¡Súbele Trigo!

La música que comenzó a sonar era lenta, alguna especie de balada con marcado estilo retro y aunque la voz de quien cantaba y los acordes de la guitarra se tornasen desgarrados en algunas partes de la melodía armonizaba bien con la noche despejada y con el ronroneo del agua arañando las maderas que soportaban el muelle. Regalándome un ambiente muy pacifico como había pocos en L’Scolo… en donde lo único que no estaba en paz eran mis pensamientos. No dejaba de rumiar ¿por qué aquella exótica mujer me había salvado? Pero no tenía una respuesta. ¿Casualidad? ¿Destino? ¿Mala suerte? No sabía, pero estaba convencida que de haber sido cualquier otra persona casi seguro me habría ignorado, habría vuelto la mirada creyendo que aquella loca suicida no era su problema y habría seguido su camino. Entonces ¿por qué ella se había tomado la molestia de sujetarme? Quizá pensó que estaría agradecida, que correría a buscarle y le diría: Me salvaste, estoy en deuda, pídeme cualquier cosa. ¿Era eso, buscaba una recompensa? No lo parecía.

«Me dio una postal con un teléfono anotado en ella», me recordé.

La saqué del bolsillo, tenía el teléfono sí, pero no estaba firmada. ¿Significaba eso que realmente no buscaba gratificación por sus actos? No ponía ningún nombre tampoco. Me lo había dicho, dos veces según recordaba, pero ¿cuál era exactamente? Me sonaba algo con jota ¿Jade? ¿Jenny? ¿Jessie? Era inútil intentar arrancarle una respuesta a mi torpe cerebro. Más importante aún por qué me habían salvado y qué esperaban con ello eran interrogantes que no podía responder por mí misma... tal vez no hubiese ninguna razón, pero si tenía una respuesta entonces la quería, la necesitaba para poder volver de una vez al miserable y gris panorama de hasta entonces porque si no la conseguía el estado catatónico en que estaba sumida podía no terminarse nunca.

Y en todo el mundo sólo había una persona que podía darme las respuestas que buscaba: la mujer del puente.

 

Notas finales:

Espero que la espera, valga la redundancia, lo haya valido.

Gracias a los que a pesar de la inconstancia de las actualizaciones siguen la historia y aún más a quienes dejan review.

Esta vez no voy a prometer que subiré el siguiente capítulo rápido porque entre más lo digo menos lo cumplo así que nos leemos despues gente.

-Iilai out.


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