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La caja púrpura de Jess por LePuchi

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Notas del capitulo:

Buenas gente tras la pantalla.


He vuelto y estoy orgullosa porque ¡ésta vez no me costó tanto tiempo! Aun así sigue sorprendiéndome el como cada vez son más y más largos los capítulos... pero no creo que a nadie le cause problemas que sean capítulos largos ¿o sí?


En fin, disfruten la lectura y nos leemos.

 


Celebra un lunes


 


Luego de nuestro pequeño acuerdo de intercambiar ropa por café Pamela me llevó a través de un pasillo que conectaba la sección delantera en la que básicamente eran exhibidos los diseños con la parte trasera de la tienda, que fungía como estudio y taller.


—Disculpa el desorden —dijo con una sonrisa picaresca. Porque claro, allí no había ningún desorden. Tenía una mesa con varios bocetos y rollos de tela sobre ella, pero ni un solo alfiler estaba fuera de su sitio—. Bien, ahora que estamos aquí dime que es lo que en verdad quieres que haga.


—Lo de la gabardina era en serio.


—Claro, Jessica me lo dijo. Pero necesito algo un poco más conciso. —Sólo quería una gabardina, ¿qué tantas especificaciones podría necesitar? Casi como si pudiese leer mis pensamientos o seguramente gracias a la mirada estúpida y confundida que le estaba dando dijo—: Hay muchos tipos de gabardinas; de línea clásica, más cortas, más largas, entalladas, con vuelo. Y también vendría bien saber si lo que quieres en verdad es un abrigo para los meses más fríos o una prenda de entretiempo.


Me le quedé mirando. Jamás había considerado ni la mitad de los detalles que había dicho. Yo sólo buscaba una gabardina común y corriente, un trozo de tela cosido con quizá unos cuantos botones. Pero ella claramente tenía otras cosas en mente, es decir ¿líneas clásicas? ¿Prenda de entretiempos? ¿Qué diablos era todo aquello? Un acertijo incomprensible, seguro.


—Es más complicado de lo que esperaba.


La diseñadora sonrió como si no estuviese acostumbrada a la indecisión.


—Sí, supongo que lo es —rio—. Pero ya nos las arreglaremos.


Como todavía no tenía una idea muy clara de lo que quería, Pamela decidió optimizar el tiempo y tras bosquejar la silueta de un abrigo en un trozo de papel comenzó a medirme mientras anotaba varios números en el mismo. Poco le faltó para hacerlo de pies a cabeza y sospecho que no lo hizo porque realmente no lo necesitaba, pero intención no creo que le faltara. Aunque tomar medidas no debía ser tan complicado, suponía, trabajaba con un profesionalismo apabullante; tanto que estaba segura de que sus movimientos, equilibrados y exactos, avergonzarían a cualquier renombrado cirujano.


—¿Y bien, ya pensaste qué tipo de gabardina quieres?


—Tú tienes buen gusto y te dedicas a esto, ¿por qué no lo dejo a tu criterio?


—No, no, de ninguna manera. Esto es algo personal. —Su tono era de claro regaño—. Comprar ropa siempre lo es. Ya sabes, es una de esas cosas que no deberías dejar que nadie haga por ti a menos que te conozca lo suficiente como para respetar tu estilo.


—No suelo poner tanto empeño en ello.


Me miró como si hubiese dicho la peor blasfemia en la tierra.


—Puedo intentarlo. —Me resigné—. Aun así apreciaría tu consejo, como verás no soy muy buena en esto.


Aceptó, supongo que por compasión hacia mí. Así que luego de describirle con lujo de detalles cómo era mi vieja gabardina comenzó a acribillarme con un millón de preguntas sobre si quería una igual o si me apetecía cambiar algo; como el número de los botones, si quería bolsillos y otras mil cosas sobre la prenda que se había propuesto hacerme.


—Excelente creo que ya casi lo tenemos, sólo un detalle más. —Se dirigió a la gran mesa donde estaban los rollos de tela y tomó la enorme carpeta que había allí—. ¿Qué color te gustaría? —preguntó abriéndola frente a mí—. Creo que éste te quedaría bien, ¿qué dices? —Señaló un pequeño cuadro de tela rosa palo.


—Soy más de colores oscuros, ya sabes, negro, marrón oscuro, marino. —El color era, quizá, lo único en lo que estaba segura—. No creo que un color tan claro sea para mí.


—Déjame verte. —Levantó mi rostro tomando mi barbilla entre su pulgar y el índice—. Sí, definitivamente te quedaría bien.


Seguimos discutiendo un poco más acerca de colores, pero la campañilla de la puerta principal nos interrumpió. Creyendo que se trataría de algún cliente me aparté esperando que Pamela fuese a atenderle, pero no despegó la vista de la carpeta de colores.


—Aún no hemos terminado —dijo y por alguna razón sonaba como una amenaza.


—¡Oigan, damas! —Y efectivamente, no era un cliente. Era Jessica, que luego del llamarnos asomó la cabeza por la esquina del pasillo—. Ah, con que aquí es donde se escondieron.


—¿Dónde está Drew?


—¡Oye! ¿Qué no te alegra verme a mí? —La diseñadora se encogió de hombros.


—Estoy aquí —respondió tras Jessica una voz masculina. Era profunda, grave y se me antojaba familiar.


Un momento después el propietario de la voz apareció; era un sujeto barbudo de mirada parduzca. El tipo era alto, mucho, más que Pamela y ella no era bajita; era varios centímetros más alta que yo y yo media un metro con sesenta y ocho. Ella debía medir unos seis centímetros más y él fácilmente superaba el metro con ochenta. Pero a pesar de la estatura y de que bajo la camiseta de los Tritones de Saint Michael que vestía se intuía una corpulenta musculatura, algo en él desprendía un aura completamente contraria. Tenía una expresión entre azorada y serena, por contrario que fuera. Quizá era porque en el rabillo del ojo sus parpados caían un poco y lo hacían lucir eternamente consternado.


A su lado Pamela, con sus rasgos finos y delicados, era mucho más amenazante.


—No seas malita con Jess —dijo dándole un par de palmaditas en la cabeza a la diseñadora, quien protestó ante el gesto con un manotazo provocando las risas del castaño y de Jessica—. ¡Oh, una chica! —exclamó sorprendido al reparar en mi presencia—. Dijiste que ibas a cerrar, ¿por qué hay una chica en la tienda?


—¿Nosotras somos plantas acaso?


—Lamento interrumpir —se disculpó.


—No es un cliente —explicó la dueña del local—. Bueno, sí, lo es, pero no tal cual, la trajo Jessica. Son conocidas. —Claro que el tono irónico con el que pronunció conocidas y el guiño que me dirigió no pasaron desapercibidos para nadie.


—Pues no sabía que seriamos cuatro —continuó el barbudo, ignorando a la diseñadora—. Menos mal que siempre compro un par extra. ¿Te quedas a comer no? —Levantó las manos mostrando dos bolsas de papel con el dibujo de un cocodrilo estampado.


El logo de un restaurante al parecer.


Todo lo que sucedió después pasó muy rápido. Jessica y el recién llegado se encargaron de montar a toda prisa una mesa, por órdenes de la diseñadora, frente al sofá que había en su estudio y también los mandó a traer dos taburetes a la parte delantera para completar los asientos faltantes.


Así que antes de notarlo la mesa estaba puesta.


—Veamos —murmuró el castaño abriendo las bolsas—, compre bastante así que siéntete libre de elegir la que más te guste.


—La de portobello es mía —Pamela le dio un suave empujón, que casi parecía ser por equivocación, mientras pasaba a su lado para acomodarse en el sofá.


—Bueno, la que quieras menos la de portobello. —Le sonrió a Pamela y ella le devolvió la sonrisa. Con ese gesto el rostro del barbudo dejaba de ser tan incongruente para adquirir más armonía y el de la diseñadora se suavizaba considerablemente—. Aquí tiene su majestad. —Se arrodilló ofreciéndole la caja como si fuese lo más sagrado del mundo.


Y después de ello comenzó a sacar una por una las hamburguesas restantes mientras las iba nombrando y enumerando sus ingredientes como si de un anuncio de televisión se tratase.


—Primero tenemos la Alligator, carne de ternera cien por cien, pepinillos crujientes, cebolla crujiente, y aderezo picante de mango. —Las dichosas hamburguesas no estaban envueltas en papel delgado como usualmente, sino que estaban empacadas en pequeñas cajas hechas de papel kraft—. Coco, muy clásica pero exquisita; carne picada finamente, kétchup y aderezos, lechuga, tomate, cebolla púrpura, queso manchego y trozos de piña caramelizada. —Todas parecían salidas directamente de un anuncio, tan perfectas y apetitosas que casi lucían falsas—. La vieja y confiable Gavial con pollo a la parrilla, una selección de verduras finas, queso de cabra y aderezo de mostaza con aguacate. —De no ser por el aroma delicioso que desprendían me habría creído que eran de plástico o algo similar—. Y por último, pero no menos importante, mi favorita: la Leviatán. Tres panes, dos carnes, un montón de tocino, cascadas de cheddar derretido, cebolla caramelizada y salsa de habanero.


Luego de enumerarlas todas estaba sumamente sonriente.


—Discúlpalo —dijo Jessica—, es un loquito de las hamburguesas.


—¡Perdona! —gritó indignado—. ¡Del mejor platillo del mundo, querrás decir!


—Sí, sí, lo que sea —murmuró Pamela poniéndole aderezo a la suya.


—Y bien, ¿cuál te gusta? —preguntó él ignorándolas.


—Pues, yo no–


—Nada de peros, a una hamburguesa de Kroc's no se le dice no —A esta gente no le gustaban los peros, empezaba a notarlo—. Jamás —añadió.


Todas parecían muy buena opción.


—¡Ni yo me decidiría por una si las pintaste como la panacea! —le reclamó Pamela—. Eres endemoniadamente convincente, Andrew.


—¡Podrías hasta venderle leche a las vacas! —agregó Jessica.


—Te dije que haber estudiado publicidad daría frutos alguna vez.


Ese día ya había probado sufrientes cosas diferentes así que decidí que lo más tradicional era lo mejor y elegí la Coco.


—¿No sienten como que falta algo? —cuestionó Pamela.


—Claro que algo falta, cariño mío —Asintió—. ¿Adivinan qué? Una hamburguesa no está completa sin…


—¿Patatas?


—¡Ding, ding, ding! Premio para la señorita Sortis.


—Comer hamburguesa sin patatas fritas es como ver cocodrilos y no querer abrazarlos. —Y ante nuestra mirada desconcertada por la comparación el castaño lo explicó—: Absurdo.


—¿Sabes que te podrían arrancar un brazo verdad?


—Un riesgo que estoy dispuesto a correr.


Sí. La hamburguesa estaba deliciosa, era la cosa más deliciosa que había comido.


—Así que, ¿eres amiga de Jess?


—Conocida —respondí intercambiando una mirada de complicidad con Pamela. Realmente me agradaba esa mujer. Todo un logro considerado que ella también parecía sentir cierto grado de simpatía por mí.


—¿Cómo te llamas? Yo soy Andrew, pero me puedes decir Drew.


—¿Andrew? ¿Cómo Andrew Wax? —asintió.


Y allí fue cuando entendí porque su voz me era tan familiar, Andrew también era uno de los locutores de Galactic Dart.


—Eres el locutor de Barra Libre.


—¡Oh Dios, Pam! ¡Soy famoso! —chilló—. Un placer bella dama, eh–


—Taylor.


—Mucho gusto.


Seguimos comiendo y entre las ocurrencias de Andrew y de Jessica la merienda se hizo más amena todavía. Incluso Pamela había dejado su ceño fruncido y yo había olvidado que en realidad no pertenecía a nada de eso.


Cuando terminé mi última patata creí que reventaría.


—A eso llamo yo una buena comida.


Y mientras Pamela y Drew levantaban la mesa, no me habían permitido ayudar alegando que era su invitada, recordé una cuestión que al parecer debía ser importante y que Jessica parecía haber olvidado.


—Oye —llamé a Jessica—, no quiero ser entrometida, pero… ¿No tenías que recordarle algo a él? —Apunté a Drew—. Nochtli dijo que te recordara no olvidar recordarle algo a él.


—¡Santa vaca! —gritó llevándose las manos a la cabeza—. ¡El pastel!


—¿Cuál pastel? ¡Soy inocente! —Andrew gritó del mismo modo.


—¿Cuál va a ser, tonto? El de la fiesta de Roxx.


—¡Ah! No te preocupes, no lo olvidé. Está en la nevera de casa. Mira —rebuscó en los bolsillos de sus pantalones—, incluso tengo el recibo que Molly me dio cuando lo fui a recoger hoy más temprano.


Jessica le lanzó una mirada de incredulidad a Pamela.


—Increíble, ¿cómo lo hiciste?


—De hecho fue muy sencillo.


—¿Le vendiste tu alma a Satán?


—Más sencillo.


—¿Te lo recordó Pam?


—No, no me mires a mí —se excusó—. Cuando iba a decírselo abrió la nevera y me lo mostró, estoy tan sorprendida como tú.


—Disculpen pero ¿por qué es tan sorprendente?


—Veras Taylor, mi querida. —Puso su mano en mi hombro y con gesto dramático dijo—: Soy un completo despistado, me cuesta incluso recordar cosas sencillas como comprar leche o las fechas de los cumpleaños. Y constantemente estoy perdiendo cosas: las llaves del auto, mi abrigo, los libros de la biblioteca.


—Si no tuviese la cabeza pegada a los hombros también la perderías.


—Y, Pam, no exagera —dijo Jessica.


—La cosa es que hace un par de días compré esto —continuó con la explicación sacando del bolsillo un pequeño cuaderno.


—¿Una libreta?


—Oh, no es sólo una libreta, es una Moleskine. Llevo un par de días anotando todo lo importante aquí, no me he despegado de ella desde entonces y no he vuelto a olvidar ni uno sólo de mis pendientes. ¡Ni siquiera donde dejé estacionado el auto! —exclamó emocionado—. A partir de este momento ya no seré más Andrew Desmemoriado Wax, es un nuevo comienzo para mí señoritas. Desde ahora y por los albores venideros seré Andrew Buena memoria Wax y es todo gracia a esta belleza —besó una de las tapas de la libreta—, yo la llamo… ¡Memoria!


—Por lo menos no olvidaste la fiesta de esta noche, con eso me conformo —Pamela le acarició la mejilla con delicadeza—. Hablando de la fiesta, ¿qué hora es? No quiero llegar tarde.


—Casi las siete —respondió Jessica.


—¿¡Qué!? —el grito lleno de incredulidad mal disimulada que solté me sorprendió hasta a mí. ¿¡En qué maldito momento se había hecho tan tarde!?


—¿El tiempo vuela verdad?


—Creo que debería irme ya, es bastante tarde.


—Nosotros también deberíamos irnos ya si no queremos llegar tarde —Pamela parecía ser la voz de la razón dentro del caos que eran Jessica y Andrew.


Como todos estuvimos de acuerdo dejamos atrás el estudio de la diseñadora y volvimos a la exuberante e inmaculada calle de Stingray Bay.


Me despedí de la pareja prometiendo que volvería a verlos muy pronto, a penas mi gabardina nueva estuviese lista. Jessica ofreció llevarme a casa. Me negué, claramente no podía llegar en un vehículo tan vistoso como el suyo, sería aún más problemático con Mallory espiando por la ventana. Así que acordamos que me llevaría solo hasta la parada del autobús, sin embargo, a pesar de haber aceptado no parecía satisfecha.


—Acabo de tener una idea loca —murmuró.


—¿Tú? —ironizó Pamela—, ¿cuándo no?


—Compártela —le animó Drew.


—Taylor. —Me miró—. ¿Por qué no vienes a la fiesta con nosotros?


—¡Sería genial! —Asintió Drew levantando los pulgares.


—Por primera vez en tu vida estamos de acuerdo. —La diseñadora se ganó un amistoso empujón de parte de Jessica—. No me parece mala idea, ¿por qué no vienes un rato con nosotros?


—No lo sé, yo…


Iba a protestar, juro que sí, pero mis excusas no me sonaban convincentes ni a mí. Ya me había metido demasiado en un mundo al que yo no terminaba de pertenecer, pero al menos por unas horas me había podido olvidar de toda mi vida inmunda y cotidiana. Estaba satisfecha con eso. Milagrosamente todos allí eran amables y nadie me había despreciado o se había cuestionado qué diablos hacía irrumpiendo en sus vidas como si nada, si hubiese tenido un poco más de confianza hubiera dicho que incluso les agradaba y por esa misma razón no quería arruinar nada quedándome más de la cuenta. Entre menos tiempo pasaran conmigo mejor. Cada segundo era potencialmente más probable que se dieran cuenta que en realidad yo no era nadie y que la Taylor frente a ellos era un invento; después de todo yo no podía ser tan interesante como creían. Tarde o temprano acabaría desmoronándome otra vez.


Estaba sumida en mis cavilaciones así que no noté cuando Pamela y Andrew se alejaron de nosotras para poder cerrar el local.


—Acompáñanos un rato —pidió Jess—, sólo un par de horas.


—Debo madrugar mañana, no creo que sea buena idea.


—Bailaremos, beberemos, charlaremos y comeremos pastel. —Sonrió—. Podrás descansar, tomarte algo y mañana por la mañana sigues con tu vida. ¿Te parece bien?


—No, Jessica, yo no lo creo. —Había sido un buen día y más me valía dejarlo antes de que empezara a perder el encanto—. Pero gracias por la invitación.


 


**


 


¿Cómo diablos había terminado en ese sitio? No tenía idea. Es decir, sabía el cómo, habíamos llegado en su amarillento escarabajo por supuesto, pero el por qué había aceptado ir a ese bar con Jessica cuando ya me había resignado a no hacerlo me era un misterio. No tenía nada que hacer allí, apenas si conocía a la locutora de unas horas atrás, ya ni que decir sobre el resto. De algunos dentro del pequeño grupo me sonaban sus nombres puesto que eran locutores de GDR, pero más allá de eso no sabía nada de ninguno.


«Estas actuando como una loca impulsiva, Fernsby», me reprendí.


—Bueno a ellos ya los conoces. —En efecto, a aparte de los desconocidos estaban Miguel, Nochtli, Pamela y Andrew—. Pero deja que te presente al resto, ellos son: Chris —Un hombre de mediana edad, nariz aguileña y cabello rizado salpicado por un par de canas me estrecho la mano. Cuando se puso de costado pude notar una enorme cicatriz en su cabeza medio oculta por los rizos—. Caín—Él era quizá el más intimidante del grupo, un delgado y anormalmente alto hombre con unas cejas tan prominentes que incluso lograban hundir sus ojos en las sombras. La palidez tampoco ayudaba—. Fer, Guss, Gala.


Los tres me saludaron con una sonrisa efusiva. Eran un trío peculiar. Gala tenía el cabello rapado, varios piercings repartidos y más tatuajes que piel. Además de unos espectaculares ojos a los que no pude definirles un color. Guss tenía un cierto aire infantil, las gafas gruesas y el cabello revuelto sólo aumentaban esa impresión. Lucía una gran barba pelirroja y cejas pobladas que lejos de darle seriedad lo hacían­ parecer un gran oso de peluche. Fer, por otro lado, no resaltaba mucho, al menos no al lado de todos ellos. Tenía el cabello corto, la nariz un poco ancha y una barba incipiente; pero lo más notorio era su sonrisa bastante encantadora.


—Astrid, Ethel, Nestor. —El último grupo en ser nombrado resaltaba del resto porque se veían mucho más jóvenes. Era mala calculando edades pero ninguno de ellos debía tener más de veinticinco—. Y la cumpleañera Roxanne. Tropa, ella es Taylor.


Cuando estuvimos acomodados en nuestra respectiva mesa y todos se dispersaron en pequeñas conversaciones intrascendentes lo único que yo pude hacer fue suspirar hundiéndome en el banquillo que ocupaba, deseando volver a mi solitaria vida.


Me agradaba Jessica, me agradaban Pam y Drew, también Miguel y Nochtli. Pero tantas personas… era sin dudas demasiado para mí.


—¿Qué quieres tomar? —preguntó Roxanne, gentilmente cediéndome la carta de bebidas. Acepté el pequeño tríptico y cuando lo abrí de inmediato me sentí como el ser más idiota que hubiese caminado jamás por la tierra. No sabía nada de tragos, solo bebía café y ocasionalmente jugos, además del esporádico vino de caja que aparecía en la nevera y que ni siquiera elegía porque me gustase, sino porque sabía que beberlo fastidiaba a mi madre que no lo consideraba lo suficientemente elegante para su paladar y aun así, secretamente, acababa por casi bebérselo entero a las tantas de la madrugada cuando creía que nadie podía verla y culpándome a mí y a mi supuesto problema de alcoholismo por ello a la mañana siguiente.


—¿Qué beberás tú? —le pregunté.


—Ruso blanco con leche de almendras.


—Suena exótico.


—No está mal.


—En realidad no soy muy buena con esto.


—¿Qué sabores te gustan? Quizá podamos elegir algo con base en ello.


Lo pensé detenidamente. El único sabor que acudía a mi mente era el del café, tenía gustos simples después de todo. Había varios cócteles que llevaban licor de café, según me explicó Roxanne, pero no estaba muy segura de sí la combinación entre alcohol y café fuese a gustarme mucho.


—También puedes pedir algo sin alcohol.


—No, no. —Ya estaba allí, además unas gotas de valor liquido tampoco me harían tanto daño. ¿Cierto?—. Éste se ve bien. —Señalé la fotografía de uno, estaba servido en una copa alta con un pequeño triángulo de naranja como decoración. No parecía tan peligroso como el resto y me inspiraba más confianza porque no semejaba más que a un simple zumo de la misma fruta que lo decoraba.


—Oh, ese es bueno. Se llama Mimosa. Es refrescante y no muy intenso.


Ordené una Mimosa y me sentí algo ridícula al pronunciarlo. Maldito nombre.


No tardaron mucho en traer nuestra orden y era la primera vez que veía tantos tipos diferentes de bebidas. Estaba la tradicional cerveza que había pedido Drew, pero el resto eran mucho más extravagantes: algunos eran burbujeantes como el de Pamela o el mío, otros parecían leche y la mayoría tenían unos colores bastante fantásticos, además de estar adornados con diversos ingredientes y servidos en vasos y copas cuyas formas jamás habría intuido pudieran existir.


—Aquí tiene. —Jessica fue la última en recibir su trago pues el camarero había repartido los vasos en el sentido de las agujas del reloj. Su vaso contenía un líquido trasparente y un intenso olor a yerbabuena.


—¿Qué es eso? —señalé su vaso.


—Un Mojito —respondió mezclando suavemente el contenido con ayuda de la pajita—. ¿Quieres probarlo?


Asentí.


Sabía a yerbabuena sí, pero también estaba tremendamente dulce y tenía un regusto a alcohol más duro de lo que esperaba.


Jessica rio ante mis gestos.


—¿Demasiado? —asentí—. ¿Qué es el tuyo?


—Una Mimosa —lo pronuncié con incomodidad, seguía sonándome ridículo, pero nadie rio ni hizo ningún comentario así que supuse que sólo era mi inseguridad jugándome malas pasadas igual que siempre.


—Oh, la chica tiene clase. —Chris silbó sorprendido y ante mi mirada interrogante agregó—: Es un buen trago de vino espumoso.


¿Vino espumoso? ¿¡Eso era costoso, no!? ¡Maldición! ¿Por qué nadie me lo había advertido? Allí quedaría mi paga de ese mes.


—Yo invito, no te preocupes —me guiñó.


Su gesto no me gustó mucho, me recordó peligrosamente a las actitudes de Barebone y Malone así que cuando respondí mi voz sonó más dura de lo que pretendía.


—¿Crees que no puedo pagar mi propio trago? —Me arrepentí de inmediato al notar las miradas medio incomodas e incrédulas de todos sobre mí.


—Valcar —le regañó Nochtli—. Compórtate, por Dios.


—Lo lamento, lo lamento. —Levantó las manos en señal de rendición—. Buda sabe que no soy persona antes de las diez de la noche y falta para eso. Soy una criatura nocturna después de todo, no funciono bien con todas estas luces.


—Eres DJ, Chris. ¿Cómo es que no estás acostumbrado a las luces?


Se encogió de hombros y tomó el pequeño vaso que le habían llevado para dejarlo caer en otro más grande que también le pertenecía. Antes de que ambos cristales se chocaran levantó el conjunto y se lo bebió de un largo trago sin apenas pausa.


—Mucho mejor. —Asintió, alzó la mano y el camarero llegó corriendo para escuchar su nuevo pedido—. Lo lamento, Taylor, ¿verdad? —Asentí—. Suelo ser un idiota, algunas veces, no me lo tengas en cuenta.


—Le cuesta entender a las demás personas y es malo leyendo el ambiente —explicó Gala dándole un codazo en las costillas al DJ.


—Disculpa, no quería empezar con mal pie. Hazme saber dónde están los límites la próxima de acuerdo


Asentí otra vez.


El sujeto era aún más voluble que yo y eso era mucho decir.


—No es mala gente, sólo pésimo con las personas nuevas —murmuró Jess y seguidamente levantó su vaso—. Bueno, ¡brindemos!


Todo el mundo elevó sus vasos y copas.


También lo hice.


—¡Por Roxx! —animó Jess.


—¡Por Roxx! —coreamos todos.


Después del brindis el ambiente en el bar comenzó a ponerse un poco más denso. Había más personas, más alcohol y la música sonaba más fuerte que antes. Era un poco abrumador, así que mientras todos charlaban saltando de un tema a otro yo me dediqué a esconder mis nulas habilidades sociales tras el cristal de mi copa.


Pésima idea.


La peor.


Porque del mismo modo en que carecía de aptitudes sociales tampoco era muy buena bebedora así que antes de darme cuenta me había terminado la primer Mimosa. Y antes de hacer algo al respecto una segunda. Y a unos cuantos tragos de la tercera el ambiente ya no me parecía tan pesado.


Cuando quise darme cuenta la mesa se había vaciado y a parte de mí, sólo quedaban otras tres personas sentadas allí.


—Eh… —titubeé—. Fernando, ¿verdad?


—¡Wow que formal! —Sonrió de aquella forma encantadora—. Con Fer basta.


Sorprendentemente le sonreí de vuelta antes de recordar por qué le había llamado.


—¿Dónde están todos?


—La mayoría bailando. —Apuntó la pista—. Pero si preguntas por Jess se fue a la barra por otro Mojito—. Esta noche parece que los meseros no se dan abasto.


—¿Tú no bailas?


—En realidad no soy muy bueno.


—¿Y tú? —le pregunté a Guss.


—Dos pies izquierdos —se rio mirándose los pies.


—¿Qué hay de ti? —pregunté finalmente a Caín, que estaba sentado encorvado y retraído sobre su vaso.


—No, no comparto el gusto por el ritual de la danza.


¿Ritual de la danza? Ese sí que era un sujeto particular, con una particular forma de hablar.


Quizá fuese el alcohol, pero de pronto tenía unas ganas irrefrenables de hablar. No de algo en particular, sólo hablar de lo que fuera con quien fuera. Me daba igual si mi interlocutor quería hablar del clima, de finanzas o de la caída del muro de Berlín.


Necesitaba hablar.


Estaba a punto de interrogar a Fernando sobre su opinión acerca de si el color naranja se llamaba así por la fruta o si en cambio el color daba nombre a la fruta cuando Jessica volvió a la mesa.


Tuve el impulso de chillar algún efusivo saludo hacia ella, pero me mordí la lengua a tiempo. Todavía no había suficientes Mimosas en mi organismo como para eso.


—Caballeros, espero que no estén incordiando a la dama.


—Oh, para nada —respondí—. Sólo discutíamos acerca de qué tan malos somos bailando.


Me sonrió enarcando las cejas. Y aunque todos los invitados seguro eran muy interesantes y divertidos Jessica tenía un magnetismo especial, a su lado todos se veían un poco opacados por la fuerza con la que ella refulgía.


—¿Bailas tú? —le pregunté, un poco embobada.


—A veces. —Se encogió de hombros—. Pero no soy muy buena.


—¡No seas modesta Sortis! —Drew le palmeó la espalda. Al parecer la ronda de baile se había terminado y toda la tropa estaba volviendo a la mesa.


Parecían agitados, pero animados y un poco menos sobrios también. Casi por opinión unánime se pidió otra ronda de tragos.


—Hey, Jess —llamé su atención.


Si hubiese estado un poco más consciente habría notado que aquella fue la primera vez que no la llame por su nombre completo. Pero no lo estaba, tres Mimosas y ya había perdido los límites de cordialidad.


—¿Por qué abren en lunes?


Pero no alcanzó a responder pues una voz a nuestras espaldas se le adelantó:


—Todos odian el lunes señorita. —Era el camarero cargando nuestro pedido—. Es ajetreado, agobiante y si eso no fuese suficiente no hay ningún sitio divertido abierto donde desfogarse después de un día tan nefasto. Pero La Piraña entiende y por eso brinda un espacio de desahogo donde poder venir a beberse una copa o bailar o cantar en el karaoke.


—¿Qué hay de la resaca del otro día?


—Ah, también pensamos en eso. —Se tocó la frente con el dedo índice—. Dejamos de servir tragos a la media noche.


—La cenicienta alcohólica.


—Más o menos.


Rio y tras dejar nuestros vasos volvió a retirarse. Me parecía una estrategia extraña, pero era Saint Michael después de todo y había mucha gente así que supuse que no era un movimiento para nada errado.


Las conversaciones volvieron a dividirse después de eso y como mi ansia por hablar no había sino aumentado intenté ahogarla con el anaranjado liquido de mi copa. No funciono. Cuatro Mimosas y ya había comenzado a charlar con todos y cada uno de los integrantes de nuestra mesa. ¡Incluso con Chris! Y limamos asperezas. Tenía razón, todos eran gente muy interesante.


—Gracias —le dije a Roxanne, la última tener su ronda de charla con Taylor.


—¿Por qué?


—Por ayudarme a escoger mi bebida —levanté un poco mi copa.


—No hay de que, ¿te parece buena elección?


—La mejor —sonreí—. Hablando de eso, creo que más que agradecerte te debo una disculpa.


—¿Por qué?


—Por venir a tu celebración de cumpleaños sin invitación.


—Ni lo menciones. —Hizo un aspaviento—. Además, apuesto a que Jessica te medio obligó a venir ¿o no?


—Algo así.


Charlé otro buen rato con todos antes de que Gala alzara un micrófono, que a saber de dónde había sacado, y nos sonrió con una sonrisilla malévola.


—¡Hey gente! El karaoke va a empezar. —Nos ofreció el micrófono—: ¿Quién dijo yo?


Jessica levantó la mano de inmediato.


—¿No te da vergüenza? —le miré con admiración.


—Jess no conoce esa palabra —intervino Pam—. Literalmente es una sinvergüenza.


—¡Si tengo vergüenza!


—No Jessica, no la tienes —replicó.


—Si la tengo.


—Haces puras locuras Jess —concordó Drew asintiendo gravemente—, no tienes temor de Dios.


—Nunca he hecho nada que se considere loco. —Se tocó el pecho con un indignado ademán teatral—. Menciona una sola vez que haya hecho algo loco. ¡Anda, te reto!


Pamela ni siquiera tuvo que pensarlo más de un segundo.


—Oh ¿cuál quieres que cuente? —le espetó mordaz—. Empecemos por todas las cosas sin sentido que dices al aire en el programa. El día que intentaste vivir de cabeza, te paraste de manos y decidiste ir de un lado a otro sobre tus palmas en lugar de tus pies como la gente decente. Aquella vez que te sentaste a comer yogurt natural en la plaza principal.


—¿Qué tiene de raro? —preguntó Nestor enarcando sus cejas.


También me lo preguntaba, el yogurt era un buen alimento ¿no? Estaba lleno de proteínas y era un buen desayuno si lo combinadas con cereales, también era portátil por lo que era perfecto como refrigerio si no se contaba con mucho tiempo para comer algo más elaborado. Y venía en sabores, sabores muy diversos, así que podía adaptarse a cualquier gusto. Fresa, manzana, piña, coco, durazno y algunos más exóticos para paladares más sofisticados… Y ¿por qué diablos divagaba sobre el yogurt?


—¿Quieres decir a parte del hecho de que le guste el yogurt natural? —bromeó Astrid.


—Ésta loca sacó el yogurt del envase original y lo puso en un bote de mayonesa.


—Las miradas de la gente fueron épicas. —Jessica sonrió orgullosa y provocó las risas de todos, incluida la mía.


—Ah, pero claro —continuó Pamela—, tampoco podemos olvidar cuando bailaste Mr. Blue Sky como si fueras Baby Groot en Guardianes de la Galaxia Vol. 2 encima de la barra de este mismo lugar ¿recuerdas?


—¡Ja, yo recuerdo esa! —Guss aplaudió satisfecho—. Incluso se tejió un gorro con su cara y todo.


—Habría pagado por ver eso —reí.


—Aún puedes —dijo Astrid—. Grabamos todo.


—¡Mala amiga! —protestó Jessica—. ¿Por qué tenías que grabarlo?


—¡Porque tú nos lo pediste! —le recordó Ethel.


—Oh sí, es verdad.


La siguiente hora fue una locura. En algún punto Pam y Drew se fueron y regresaron con un lindo pastel para Roxanne y como llegaron justo a la hora en que Miguel y Nochtli subieron al escenario para cantar a dueto no tardaron en incitarlos a cantar Feliz cumpleaños. Todo mundo coreó junto a ellos. Quienes subieron después no cantaban particularmente bien, pero le ponían sentimiento y más de una vez me sorprendí coreando las canciones que cantaban. De hecho, estuve a punto de subir al escenario yo también. Por fortuna no pasó, el tiempo de karaoke se había terminado y la última ronda de baile comenzó.


Nuevamente volvimos a quedarnos Jessica, Fer, Guss, Caín y yo en la mesa.


—¡Bien! —Golpeé la mesa sobresaltando a todos—. Tengo una propuesta. —Los miré haciendo una pausa dramática, disfrutando de sus cejas enarcadas—. Vayamos a bailar.


Jessica me miró perpleja antes de que sus facciones explotaran en una sonrisa más ancha que nunca.


—No, no, no —se negó Caín.


—Nos vamos a caer —dijo Guss—. O provocaremos un accidente.


Fernando sólo se mordió los labios.


—Vamos —Me puse de pie—. Ya somos malos, ¿qué puede pasar? —Y extendí la mano esperando que alguno la tomara.


Quien lo hizo primero fue Jessica.


Luego Fernando.


Segundos más tarde se unió Guss.


Caín no parecía convencido, pero al final cedió tras nuestro improvisado e insistente coro de ¡vamos, vamos, vamos!


Ya caminaba medio a trompicones, pero no me importaba. Era como si hubiese concentrado el ánimo de todas las fiestas a las que no había asistido y quisiera dejarlo salir en una sola noche. Cuando llegamos a la pista Nochtli nos miró con la boca abierta.


—¿Qué hacen ustedes aquí?


—¡Venimos a mover el esqueleto! —respondió Fernando agitando la cadera.


—De ti no me extraña —miró a Jessica—, pero ustedes son otro cuento. —Y volviéndose a Jess otra vez preguntó—: ¿Cómo los convenciste?


—Yo no —me apuntó—, ella.


—Vaya, vaya, señorita Fernsby. —Entrecerró los ojos—. Quién lo diría, primero resuelve el problema de la cabina, luego sobrevive al encuentro primario con Chris y ahora hace bailar a mis locutores más reacios. Parece que hace milagros.


—Son las Mimosas —confesé.


Todos rieron, pero yo sabía que era verdad.


Una nueva melodía comenzó a sonar y era bastante animada. De pronto me invadió toda la inseguridad que se había ido momentáneamente de paseo.


—Me estoy arrepintiendo.


—No te preocupes —Jess gritó para hacerse oír sobre el ruido—. ¡Sólo salta!


Y comenzó a saltar con mis manos entre las suyas.


La música era ruidosa, podía sentir el boom en mis oídos y Jessica tenía razón todo el mundo saltaba de un lado a otro sin apenas ritmo alguno. Por allá estaban Drew y Pam meciéndose abrazados al son alocado; más allá Chris, la cumpleañera Roxanne y los más jóvenes saltaban entre la multitud. El trio de reacios también parecía divertirse, Guss daba vueltas sobre sí mismo y Fernando agitaba los brazos en el aire mientras Caín, por otro lado, se movía a un ritmo mucho más lento que el de la música, desentonaba una barbaridad y es probable que un robot hubiese tenido movimientos más fluidos, pero el sombrío sujeto se veía más alegre que un rato antes.


Si hubiese tenido menos Mimosas en la sangre me habría extrañado que semejante escandalo se armase la noche de un lunes cualquiera y nadie dijese nada, pero no. Eso no importaba, por ahora sólo importaba enloquecer junto con el ambiente.


Entonces, cuál relámpago, una idea cruzó mí cerebro.


—¡¡Jess!!


—¿¡Sí!?


—¿¡En verdad —las palabras se me agolpaban en los labios y aunque podía pensarlas con claridad pronunciarlas era titánico—, en verdad somos amigas!?


—Sólo si tú quieres —respondió sonriente.


—Sí, eso me gustaría. —Le sonreí también—. Me gustaría en verdad.


A saber cuánto tiempo estuvimos saltando sin ritmo de un lado a otro de la pista. Debió ser muchísimo porque en un momento el calor fue tanto que me obligó a deshacerme de la chaqueta del uniforme y a arrojarlo con descuido al respaldo de la silla mientras me bebía un gran trago con regusto a naranja.


—¡Hey! Te ves animada —dijo Jessica llegando junto a mí.


Nah. Aquí, ven, te contaré un secreto. —Tiré de la manga de su camiseta para que quedara cerca—. Normalmente soy una persona muy seria —susurré en su oído—. Pero esto es muy divertido y hacía mucho que no me divertía, así que gracias por invitarme.


—Gracias por venir —Su mirada estaba un poco brillosa. Sospeché que también había bebido muchos Mojitos—. La verdad no creí que dirías que sí.


—Yo tampoco lo creí, pero cuando estás tú me resulta natural —respondí jugueteando con la copa entre mis manos—. Aunque en realidad no tengo ni la menor idea de lo que estoy haciendo.


—¿Te diviertes?


—Sí.


—Entonces no hace falta.


Y sonrió. En aquel momento sí que no hacía falta más.


No sé cuántas Mimosas después ya estaba metida de lleno en la embriaguez. Tal vez lo único sobrio que me quedaba en el cuerpo era el talón del pie y a duras penas. Jess y yo nos habíamos sentado a descansar un momento, pero mis piernas cosquilleaban por seguir bailando hasta que no pudieran moverse más.


—¡Oh, me encanta esa canción!


—¿Conoces esa canción?


—¡Pffff! Claro que no. —Me reí como hiena loca—. ¡Pero eso no quiere decir que no me encante!


—Taylor —dijo solemne—, estas más loca de lo que creí.


—No más que tú. —Me mordí la lengua de modo que sólo quedó fuera la punta para completar el mohín infantil que le puse a Jessica antes de arrastrarla de nuevo a la pista sin que por supuesto opusiera ninguna resistencia.


Y bien, los recuerdos lúcidos terminaban allí. El resto de la noche estaba mezclado, la mayoría solo eran retazos inconexos de recuerdos que, aunque podía evocar, no parecían realmente míos sino de otra persona. Una Taylor diferente, una que bailó cada canción que reventaba los altavoces; una que, en algún momento, se subió sobre la barra e intentó bailar como en las películas, pero fue un fracaso; la misma a la que parecían haber arrojado al desierto sin una sola gota de agua para que sufriera una monumental deshidratación y la mezcla de vino espumoso con naranja fuese lo único que podía aliviarla.


Decir que fue una emocionante y desastrosamente épica noche no alcanzaba a describirlo todo.


Lo siguiente que recordaba con claridad era a Jessica ayudándome a bajar de la barra con mucha dificultad pues aún entre sus brazos seguía brincoteando.


—Hey, hey, con calma, fiestera.


Sólo me reí y me dejé caer de un salto en sus brazos. Tenía más fuera de la que creía porque me sostuvo sin demasiado esfuerzo. Luego recordé que me había subido al puente y reí más.


—Oye…


—¿Sí?


—¿Te vas a quedar conmigo para siempre?


Por primera vez en lo que llevaba de conocerla, un tiempo que para nada era extenso, Jessica parecía cohibida. Quizá fuera por estar en medio de la borrachera, pero en ese instante me pareció adorable. Estiré los dedos hasta su rostro, suave y terso, ella sólo miraba mis movimientos con los ojos levemente entrecerrados y de pronto un violento sonrojo se apoderó de sus mejillas al instante en que mis dedos le rozaron la piel.


—Adorable —murmuré.


Ella rio, como de costumbre, pero tomó mis manos y se apartó un poco de mí.


—Creo que deberías descansar un poco.


—Pero me estoy divirtiendo un montón.


—Todo el mundo se está yendo ya —dijo haciendo un gesto para que mirara alrededor. Era verdad, quedaban pocas personas ahí— Y es casi la una de la mañana, el bar va a cerrar.


—Oh…


—Hey, no te desanimes, volveremos a salir juntas. —Y por primera vez me permití desearlo sin pararme a pensarlo, cuestionarme o reprocharme—. ¿Quieres que te lleve a casa?


Y así, con esa simple frase mi burbuja de feliz embriaguez se reventó de golpe. Así como habían dejado de vender alcohol a la media noche, así también mi tiempo se había terminado. Ya no era la radiante princesa de la gabardina nueva, el Volkswagen y el bar; había vuelto a ser la pueblerina triste del uniforme descolorido, el autobús y la oficina.


—No —murmuré con una voz que bordeaba el temor y que por primera vez me parecía que delataba cuán azorada me sentía—. No quiero volver allí, en un millón de años.


La mirada de Jessica se ensombreció y antes que ninguna pudiera decir nada me arrastró a sus brazos apretándome con fuerza.


—Bueno, no puedo dejar que duermas en la calle. —Sonrió apartándose de mí de nuevo—. Así que ¿te parece si vienes a mi apartamento?


—Necesitaré un camión de café mañana, ¿tienes cafetera?


 

Notas finales:

Esa Taylor es bastante más animada de lo que cree xD

Ojalá les haya gustado. Pueden dejarme sus opiniones, comentarios y/o tomatazos en forma de un bellísimo review que responderé con mucho gusto.

No quiero prometer nada, pero ya que el capítulo es bastante largo dejé fuera una parte que sucede casi inmediatamente después del bar. Aún no está completamente escrita, pero es bastante graciosa (según yo) así que es probable que la termine y la suba en unos días. (No se tomen tan literal eso de unos días ya saben cómo soy)

 

P.D. ¡Feliz día de la hamburguesa!

-Ilai out-

 


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