Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La caja púrpura de Jess por LePuchi

[Reviews - 22]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

 

Un arte de mierda

 

La noche fue corta, sin sueños, sin pesadillas. Sólo una extraña oscuridad surgida de quién sabe qué sitios con quién sabe qué intenciones.

Al comenzar a salir de la inconciencia me parecía que apenas había cerrado los ojos cuando ya tenía que abrirlos de nuevo. Despertar nunca me había gustado, siempre era extraño, desconcertante y particularmente duro. Esa mañana más todavía ya que era un mal día, uno de esos nefastos días donde me preguntaba por qué aún estaba viva. Por qué Dios, si es que existía, no se apiadaba de mi miserable existencia y me permitía tener algo de paz.

Era una de esas mañanas en que la lóbrega ave que atenazaba mis entrañas extendía las alas para envolverme en mis propias inseguridades, impidiendo que pudiese ver algo a través de sus escabrosas plumas que teñían todo de miseria. Uno de los tantos días en que me sentía una marioneta, me odiaba a mí misma y mi cerebro traidor se reprochaba el no haber saltado por el precipicio. Una de esas mañanas en las que no quería salir de la habitación, uno de esos despertares donde las fuerzas para arrastrarme fuera me fallaban y prefería quedarme tumbada con la esperanza de que quizá me ahogase bajo las mantas.

Pero las inseguridades de siempre no eran el único problema porque el resplandor que se había llevado las sombras tampoco hacía fácil el fuerte dolor que me punzaba en la cabeza. Y por mucho que intenté volver a las agradables tinieblas de la inconsciencia no tuve más remedio que girar la cara cuando sentí el sol entrar, hundiéndome en la almohada que apestaba al hediondo suavizante de telas con aroma a rosas que realmente no amaba y menos cuando me recordaba a aquel infernal apartamento. Sin embargo, tras unas cuantas inspiraciones noté que el aroma de mi inmundicia era distinto, no olía como de costumbre, era una fragancia más agradable; diferente y ni por asomo parecida a lo que estaba acostumbrada. Algo más aireado, más limpio y semejante a los caramelos flotaba cerca de mí. Una cosa tan agradable sólo podía ser producto de un sueño y si lo era no quería despertarme jamás…

Apreté los párpados, decidida a aferrarme a la somnolencia cuanto pudiera. Pero simplemente no había manera y tuve que despertarme a malas ganas porque la luz me estaba dando en plena cara.

Mi habitación tenía ventanas sí, pero ¿desde cuándo era tan luminosa?

Me restregué los ojos confundida y mi confusión sólo aumentó cuando noté que en lugar de llevar puesto el pantaloncillo y la camiseta roñosa que usaba como pijama tenía puesta la ropa del día anterior.

Cuando me deshice de las mantas, por fin, descubrí qué era lo que olía parecido a los caramelos: una manada de ositos de goma acampando sobre mí.

Tragué saliva. El desagradable regusto de las mañanas se hizo presente pero acompañándole estaba el dejo del alcohol y la vainilla sobre los labios. Miré al alrededor, no tenía idea donde me encontraba, sólo sabía que definitivamente no era mi habitación. Ni siquiera mi apartamento.

En una situación más normal en la que no tuviese la mente todavía más torpe por la resaca me habría preocupado por amanecer en la cama de una casa ajena. Pero así estaban las cosas y aunque consideré gritar por el pánico de no recordar apenas nada de la otra noche me calmé cuando, tras llevar un buen rato despierta, no percibí ningún ruido más allá de las gaviotas y el lejano pero constante oleaje, así que al menos seguía en la bahía y no parecía estar secuestrada o algo por el estilo. Me encontraba sola en ese lugar y si no estaba sola quien quiera que fuese el dueño de aquello probablemente estaba durmiendo... durmiendo en otro sitio, eso también lo sabía porque a pesar de que la cama estuviese revuelta no había, ni parecía haber habido antes, nadie a mi lado.

Intenté levantarme, pero sólo quedó en intento porque el mareo me impidió seguir, así que volví a recostarme y entre el mareo y el dolor de cabeza poco a poco los recuerdos del bar y la improvisada fiesta con Jessica y sus amigos acudieron a mi mente adormilada.

Estuve cavilando y tratando de recuperar todos mis recuerdos hasta que el sonido de un cerrojo abriéndose me puso alerta. Fue hasta entonces que de verdad puse atención a los detalles del lugar que me rodeaba: parecía una habitación sí, el suelo alrededor contaba con una alfombra mullida, tenía algunos muebles y un sofá, pero aparte de una puerta corrediza tras la que se intuía un armario la habitación no tenía puerta de ninguna clase, tampoco parecía tener realmente cuatro paredes y por si fuera poco unos pasos más allá una barandilla oscura era todo lo que delimitaba el espacio.

A la izquierda del barandal una escalera descendía hasta el nivel inferior y alguien estaba subiendo por ella.

Mi primer impulso fue cubrirme hasta la nariz. Si aquello en verdad era un monstruo las mantas deberían poder protegerme.

¿Verdad?

Eso esperaba…

Pero después, pensándolo mejor, ¿qué más daba si el monstruo acababa devorándome? Quizá hasta me haría un favor. «Haz lo que debas», pensé y aparté las mantas dispuesta a dejar que lo que tuviera que ocurrir ocurriese.

Sin embargo, no, no pasó mucho para que pudiera comprobar que no era ningún monstruo. Sólo era Jessica quien subía por las escaleras y cuando llegó hasta arriba me dio la impresión de que allí donde estábamos el techo estaba bastante más bajo de lo normal.

—Oh —exclamó deteniéndose al encontrarme despierta. Luego sonrió—. Taylor mimosas Fernsby, buenos días —saludó.

Así que allí estaba, la mítica locutora que me había salvado de morir. También llevaba la ropa del día anterior, pero se veía un poco más aliñada que la mía. Como siempre traía un ridículo gorro sobre la cabeza, un mapache. Miré atentamente su figura desgarbada y me asaltó un sentimiento muy curioso pues hasta hace unos días me había atormentado con la idea de encontrarla y ahora estábamos en un mismo espacio; era insólito como cambiaba la vida de un segundo a otro, sobre todo, porque la mía no había cambiado mucho en los últimos veinte años y aunque toda la situación era extraña también me parecía de alguna manera muy común.

—Creí que todavía estarías durmiendo. ¿Cómo te sientes? —preguntó.

—Por favor, sólo mátame —le supliqué con dramatismo—. ¿Cómo es qué tú no estás muriendo?

Se encogió de hombros.

—Supongo que acostumbramos diferentes escalas de diversión —puso énfasis en la última palabra.

—Oh por Dios. ¿Qué tan mal estuve? —Me cubrí la cara con el antebrazo, más que por la vergüenza era porque la luz hacía estragos en mi cabeza—. Acaso… ¿acaso vomité sobre alguien?

—Qué asco. —Se rio, arrugando la nariz—. Para nada —movió la cabeza—, pero pasará un buen tiempo antes de que alguien pueda superar el espectáculo que le diste a La Piraña anoche. —Se acercó hasta sentarse en el borde del colchón—. Estuviste increíble.

—Lo lamento, estaba demasiado ebria.

—No, no —negó de inmediato—. Por favor no te disculpes. Reímos, bailamos, comimos pastel de naranja, bebimos leche de vainilla, lloramos. Yo creo que estuvo muy bien.

—¿Qué fue lo que pasó?

—No, no —dijo con rostro de espanto—. La versión borracha de ti me hizo prometer no decírtelo. «Es demasiado estirada, no lo entendería», eso fue lo que dijiste.

¿Qué tantas estupideces tendrían que haber sucedido como para que no quisiera contármelas ni a mí misma? ¿Habría bailado sobre la barra? ¿Me habría tambaleado mientras caminaba? Recordaba el karaoke… ¿habría cantado? ¿Acaso habría participado en alguna competencia absurda? ¿Habría vaciado el suministro de vino espumoso del bar? La resaca me decía que todo era probable, sobre todo lo último.

—Oye, Taylor —me llamó.

—¿Qué?

—¿Taylor? —insistió.

—¿Qué? —refunfuñé.

—¿Taylor? —Tiró un poco de mi brazo y no dejó de hacerlo hasta que me digné a mirarla. Sólo entonces continuó hablando—: Todo está bien, me alegra que hayas querido venir. No me habría gustado que pasaras la noche sola.

Jessica era una tormenta, había arrastrado mi vida hasta territorios insospechados. Pero allí sentada a mi lado y sonriéndome como si fuese todo lo que necesitaba para sentirme segura lucía sorprendentemente pacífica. Ni siquiera me importaba ya bombardearla a preguntas de por qué me había salvado, tampoco recordaba si había llegado a hacerlo antes de que los recuerdos se hicieran borrosos en mi mente, pero ya no me importaba demasiado.

De pronto algunos flashazos de la noche anterior punzaron en mi cabeza y estuve segura de que en medio de tantos tragos había dicho muchísimas cosas de las que ahora que la luz lo inundaba todo me avergonzaría inmensamente.

—Gracias, Jessica.

—No es nada. —Sonrió ajustándose el gorro—. ¿Crees que puedas levantarte?

—¿Tengo qué? —me quejé—. Tú cama es muy cómoda.

—Bueno, supongo que podemos comer el pan tostado aquí.

—¿Hiciste pan tostado?

—Ajá —admitió con gesto infantil—. También café.

—Oh gracias a Dios, café. —Ignorando el mareo, las incipientes náuseas y el malestar general me levanté tan rápido como la resaca me lo permitía. Jessica enarcó las cejas como esperando una explicación para el cambio de actitud—: Lo necesito.

—¿Entonces vienes? —Se levantó y me tendió la mano.

—Todo por el café.

Sin preocuparme por calzarme me levanté de la cama, despacio y ayudada por Jessica. Cuando se aseguró de que no iba a desplomarme se apartó para que me acercase a la barandilla por mi cuenta.

El lugar que observé entonces no se parecía a ningún otro que hubiese visto antes. Para empezar la habitación en que estaba, o mejor dicho creía estar, no era una habitación; tenía todo lo que esperarías en una pero no se encontraba entre cuatro paredes sino en un sitio elevado por sobre el resto de la casa. Los muros estaban desnudos y se podía ver el ladrillo con el que estaban construidos, pero más allá de las paredes que delimitaban el espacio total el apartamento no tenía más divisiones, el techo era bastante alto, pero ya que el sitio donde estaba la cama estaba elevado daba la impresión de ser más bajo allí.

Descendimos hasta la estancia principal. Las escaleras no eran muchas y eran lo suficientemente anchas así que pude bajar por mí cuenta, sin caerme.

Si donde estaba la cama la luz del sol era intensa allí abajo entraba indiscriminada por los grandes ventanales que ocupaban casi el total de una de las paredes. Al lado de ellos había una pequeña sala bicolor dispuesta en forma de escuadra. La estancia estaba muy ordenada y salvo por un plato lleno de migajas en la mesita de centro, una taza con una reseca bolsita de té en el mismo sitio que el plato y una grabadora en el piso con unas cuantas cintas marcadas con rotulador desperdigadas a su alrededor, no había nada fuera de su sitio. Incluso, en una de las cornisas del ventanal, había una maceta con un cactus de saludable color verde–azulado y junto a él una regadera de jardinería amarilla que sin duda servía para regarlo.

Me quedé admirando todo como una boba hasta que noté que Jessica ya no estaba a mi lado sino bajo el soporte donde se encontraba la cama. Un pitido acabó por atraer toda mi atención hasta ese lugar. Ese pequeño e iluminado espacio, si bien no era muy grande, parecía estar equipado con todo lo que una cocina debía tener; el sonido venía de allí, específicamente de una cafetera rebosante de café recién preparado.

—¿Tienes hambre? —preguntó la locutora revolviendo cosas dentro de una nevera estilo retro de color rojo.

Sí que tenía, pero en ese momento mis prioridades eran otras.

—¿Dónde estamos?

—En mi casa.

—¿Tu casa?

—Bueno, técnicamente hablando no es una casa ni es enteramente mía, pero es el lugar donde vivo normalmente así que podríamos decir que sí, es mi casa —explicó mirándome, apoyando el codo en la puerta de la nevera para mantenerla abierta.

—Parece más un enorme ático.

—Entonces es mí enorme ático —respondió y volvió a darme la espalda para seguir revolviendo cosas en la nevera—. ¡Aquí estás! —exclamó sacando un enorme tarro de jalea—. Ahora que lo pienso, el pan tostado no va a ser suficiente. ¿Tienes hambre?

—Ya lo habías preguntado.

—Ah, ¿sí? —Asentí—. Bueno, no importa, creo que estoy medio dormida todavía, de cualquier modo, la pregunta es la misma. —Iba a reformularla, pero en ese momento bostezó, no sabía exactamente cuánto habíamos dormido, pero no debió ser demasiado si entre mis turbios recuerdos de la anoche aparecía la imagen del amanecer—. ¿Tienes hambre?

Asentí otra vez.

—Hay verduras y pollo a la parrilla ¿eso está bien para ti? Puedo preparar algo diferente si no te apetece o podemos salir a comer fuera también si es que lo prefieres.

—¿Cocinas?

—Claro, hace bastante que no tengo un compañero de piso así que o lo hago yo o me muero de hambre. —Bostezó de nuevo y tras señalar una de las sillas alrededor del desayunador dijo—. ¿Quieres sentarte?

Lo hice y Jessica dejó el tarro de jalea antes de tomar una taza y servir café en ella. Luego arrastró el asiento frente al mío y se dejó caer perezosa en él.

Me mordí el labio admirando desde lejos la taza humeante y deseándola con vehemencia.

—¿Me das una? —señalé la taza.

—Es toda tuya. —Acercó la blancuzca taza hasta mí.

Le di un sorbo.

—Podría acabarme toda la cafetera —le sonreí con malicia—, pero te guardaré un poco.

—Qué gentil de tu parte —me devolvió la sonrisa—. Pero no hay problema, yo no bebo café. —Encogió los hombros mientras volvía a levantarse para sacar un par de rebanadas humeantes directo de una tostadora del mismo tono que la nevera—. Puedes bebértelo todo si quieres, por eso fue que compramos esa cosa ayer ¿ya lo olvidaste?

—Compramos, ¿qué cosa?

—La cafetera —explicó—, la compramos ayer en el supermercado mientras volvíamos aquí después de celebrar en La Piraña. Como me levanté más temprano que tú, puse agua en ella y la encendí para que estuviese listo cuando despertaras. Me alegra que funcione bien, es la primera vez que uso una de ese tipo y no sabía si lo había hecho bien.

—¿De verdad compramos esto anoche?

—Sí, mira, por ahí está la caja. —Señaló a un costado del desayunador y efectivamente ahí estaba la caja con la imagen del aparato impresa, un gran instructivo extendido al costado y unos cuantos trozos de plástico para embalar sobre él—. Dijiste que necesitarías mucho café por la mañana, pero yo no tenía cafetera así que por eso fuimos al supermercado. A eso y a comprar leche de vainilla que luego nos tomamos subidas en el capó del escarabajo. También compramos la tostadora.

—¿Necesitabas una?

—Realmente no. —respondió colocando las tostadas en un pequeño plato.

—¿Por qué la compraste entonces?

—El vendedor era bueno. —Se encogió de hombros

Mientras yo bebía café y ella untaba con dedicación la jalea de piña sobre el pan y con su apartamento tan pulcro de fondo, Jessica ya no me resultaba tan extravagante. Y comprendí entonces que mi impresión original de que era una entrometida extravagante y la posterior a esa en la que creía que era una extraña mezcla de infantilismo e hiperactividad eran erradas ambas. Jessica tenía muchos matices, más incluso de los que había podido ver. Era como una de esas esculturas llenas de colores y formas que alguien había conseguido colocar en el jardín del museo de historia natural en L’Scolo y que yo me había topado por casualidad unos cuantos meses atrás. Mi cerebro o quizás mi raciocinio no era tan amplio como para entenderlas a ninguna de las dos, pero algo dentro mío se fascinaba y apreciaba en ellas mucho más de lo que mis ojos podían ver.

«Taylor» articularon los labios de la chica–escultura frente a mí. «Taylor», repitió.

—Taylor —volví a la realidad—, ¿todavía te duele la cabeza? ¿Estás bien?

—Ah… sí, lo estoy.

—¿Y bien?

—Y bien, ¿qué?

—¿Qué te apetece para desayunar?

—Oh, no, con esto será suficiente. —Envolví la taza con mis manos, sintiendo la agradable tibieza.

—¿Estás loca? —Se llevó las manos a la cabeza—. No puedes sólo beber café, debes desayunar, es la comida más importante del día —explicó—. Sin contar que mi madre me mataría si se entera que dejé ir sin desayunar a alguien que invité al departamento.

—Hablando de eso, ¿por qué me trajiste aquí?

—Estabas bastante animada ayer así que no quise interrumpirte hasta que la fiesta terminó y eso fue bastante tarde. ¿O temprano? Argh, líos horarios, supongo que depende de cada uno. —La miré escéptica, no porque no creyese que todo se había alargado sino porque imaginarme a mí misma animada durante una fiesta era extraño—. La cosa es que cuándo pregunté si querías que te llevara a tu casa, pues– —Frenó sus palabras, frunció el ceño y un sombrío atisbo de lo que parecía ser duda le nubló la mirada. Cuando habló de nuevo su voz también tenía un matiz titubeante—. Pusiste una mueca rara y dijiste que no querías volver allí en un millón de años.

Iba a preguntarle si estaba bien, pero no me dejó ni abrir la boca ya que volvió a hablar inmediatamente:

—Así que te ofrecí venir. —Y la sombra en sus ojos se esfumó tan pronto como apareció, sin dejar rastro alguno de su paso volviendo a la normalidad cuando haciendo un intento por imitar mi voz dijo—: «Necesitaré un camión de café, ¿tienes cafetera?», fue lo que me respondiste.

—Lamento todas las molestias.

—Oh no, para nada, fui yo quien te invitó no causas ninguna molestia, al contrario, me alegra que te sientas cómoda. ¿Te sientes cómoda?

Le dije que sí.

—Bien.

Continuamos tomando nuestro frugal desayuno hasta que Jessica se detuvo a medio camino de una mordida a su segundo pan tostado.

—Espera un minuto. —Alejó la tostada y tras considerarlo unos minutos exclamó—: ¡¡Es martes!! ¿¡No tenías que trabajar hoy!?

—Sí, entro a las seis treinta, así que voy increíblemente retrasada por —miré el reloj con desinterés— tres horas.

—¡Pero eso es terrible! ¡Déjame ponerme los calcetines y te llevaré ahora mismo! —Se levantó botando la silla y sujetando el trozo de pan con los dientes corrió hasta la sala, a medio camino se detuvo y miró sus pies—. ¡Ah, ya traigo calcetines! Bien, los zapatos están sobrevalorados así que ya podemos irnos. —Regresó hasta mi—. ¡Sígueme mujer y tráete el café!

Al verla con ese aspecto desordenado y acelerado no pude más que reír, reí tanto que me dolió la barriga y las mejillas. Había escuchado historias acerca de que la barriga y las mejillas podían doler por eso, pero nunca lo había experimentado en carne propia.

—Está bien, está bien —le dije, intentando controlar la risa—. No importa, no tienes que llevarme a ninguna parte.

—Pero tu trabajo, ¿no tendrás problemas?

—Creo que sí. —Asentí todavía risueña—. Pero en los cuatro años que llevo ahí no he faltado un solo día y no hago gran cosa así que podrán sobrevivir sin mí.

—¿Qué les dirás?

—La verdad.

—¿Y sería…?

—Qué me quedé dormida. —Encogí los hombros.

—¡Vaya verdad!

—Culpo a tu cama.

—¡Retráctate! —me espetó—. Mi cama no tiene la culpa de ser como un suave trozo de nube suavecita.

—Sí es culpable, pero no importa. Perderme un día de trabajo no es el fin del mundo.

Jessica no pareció estar del todo contenta con mi respuesta, pero tampoco protestó mucho y yo estaba feliz de estar allí.

—¿Por qué estabas tan nerviosa por lo de mi empleo?

—Bueno —se rascó la nuca—, el trabajo es importante. Uno no pude simplemente vaguear por ahí cuando tiene uno, somos adultos ¿no? Además, no hay mejor forma de agradecer que se tiene un trabajo que procurándolo.

La observé pasmada por sus palabras.

—¿Qué? ¿Tengo mermelada en la cara?

—No esperaba que dijeras eso.

—¿Por qué no?

«Por qué eres una extravagante ciudadana de Saint Michael», pensé. Luego me di cuenta que en realidad no la conocía de nada y todo lo que me figuraba de ella se basaba en prejuicios creados por rumores raros que contaban mi madre y las personas de L'Scolo, así que lo único que pude decir fue:

—No sé.

Cuando la jarra del café iba ya por la mitad la locutora decidió calentar el verdadero desayuno. Desde luego no me dejó ayudarla y como yo tampoco tenía una buena habilidad culinaria útil para algo más que calcinar todo lo que tocaba decidí alejarme, así que mientras ella hacía todo yo deambulé por su casa, curioseando todo lo que me encontraba.  No era el típico apartamento y el hormigón y los ladrillos al natural de las paredes podían hacer lucir aquello demasiado industrial, sin embargo, la casa de Jessica tenía cierto toque de calidez. Tal vez se debía a que si bien todo parecía muy pulcro había ciertas cosas que le daban la personalidad alocada de la locutora; como la foto de ella y Drew que encontré junto al librero. Ambos tenían la cara plagada de círculos rojos pintados con, quizá, un marcador.

Y también estaban las citas esparcidas por el suelo de la sala.

—¿Funciona? —Levanté el viejo reproductor de cintas.

—Funciona sí —respondió desde la cocina, removiendo una sartén. Sea lo que fuera que estuviese preparando olía exquisito—. No es muy moderno, pero teniendo en cuenta que lo viejo ha vuelto a ponerse de moda ahora es perfectamente funcional.

—¿Y qué hay en ellas? —Señalé las cintas desperdigadas por el suelo—. ¿Las razones por las que ibas a saltar del puente cuando nos conocimos?

Por quizá milésima vez en la mañana Jessica rompió a reír en estridentes carcajadas.

—Cielos amiga, ¿dónde crees que estamos? Esto no es 13 Reasons Why, sabes.

—Ya lo creo que no —murmuré con desgana.

—Y menos mal. —La locutora apagó el fuego y se acercó hasta mí, levantando en el proceso una de las cintas, con semblante dubitativo. Se sentó en el sillón y tras unos segundos preguntó—: Por cierto, ¿por qué ibas tú a saltar de ese puente?

—¿Debería tener razones?

—Nadie intenta suicidarse de la nada, ¿quién despierta un día pensando: «Hey bonito día el de hoy, perfecto para un suicidio»? Nadie —concluyó tajante—. Nadie que yo haya escuchado al menos. Estas cosas llevan su proceso, Taylor. Y debe haber algo que te orillara a esos extremos, incluso si la razón es la falta de razones.

—Aun si tuviera alguna ¿por qué iba a decírtela?

—Somos amigas ¿no?

—No.

—¿Conocidas?

—Sólo te he visto dos veces en la vida.

—Tres —corrigió—. En el Community, en la estación y ahora.

—Da igual, tampoco somos conocidas.

—¿Habitantes de la misma ciudad?

—No. —Hice una mueca de rechazo casi inconscientemente—. No soy de Saint Michael, vivo en L’Scolo.

—Eso explica muchas cosas —murmuró con una sonrisilla.

—¿Qué significa eso?

—Oh, nada en absoluto. —Sacudió las manos y la cabeza negando—. Si no somos amigas, ni conocidas, ni vivimos del mismo lado de la bahía ¿por qué fuiste a buscarme a la estación?

—¿Y quién dijo que fui a buscarte?

—¿Acabas de decirme que no vivimos en la misma ciudad y pretendes que crea que sólo fue casualidad? —Levantó una ceja escéptica—. Tus excusas apestan Taylor.

—Curiosidad.

Me apuntó con su índice, sonriendo igual que siempre, aunque de manera más contenida esta vez.

—Esa —dijo—, esa es una buena razón. —Movió la cabeza, satisfecha con la respuesta—. Así que chica del puente que no vive en Mike, ¿qué es lo que te causa curiosidad?

—Tú.

—¿Yo?

—Tú saltaste solamente porque sí.

—Oh, no. No, no, no, no, no. Yo salté porque iba a hacerte compañía en el más allá, para que no fueses un fantasma miserable ¿lo olvidaste?

—¡Qué ridiculez!

—Ridículo o no esa es mi razón.

—¡Pues yo no tengo!

—¡Vamos, Hannah Baker tenía trece! ¡Tú por lo menos debes tener una!

—Mi vida es un asco, una porquería, una completa mierda.

Jessica se quedó mirándome fijamente, con gesto de confusión. Luego entornó los ojos y aunque parecía querer decir algo no lo hizo, se quedó callada mirándome, largos minutos. No sabía el motivo, pero su mirada me incomodaba a tal grado que acabé por exasperarme más de la cuenta y le grité:

—¿¡Qué tanto miras!?

—La vida de todo mundo es una mierda. La del tendero, la del muchacho de la floristería, la de la repartidora de pizza, la de Barlow el magnate, incluso la mía —explicó como si fuese algo completamente obvio y bien sabido por todos—. La naturaleza nos entrega un pequeño trozo de porquería que llamamos vida, depende de nosotros que hacer con él: puedes dejarlo como está o puedes crear una buena obra de arte.

—No puedes hacer arte con mierda.

—En estos días puedes hacer arte con cualquier cosa ¿no te habías enterado? —Me sonrió irónica—. De cualquier modo, sí no somos ni conocidas ni amigas ni nada de nada ¿qué haces durmiendo en mi piso, bebiendo mi café y desayunado el pollo agridulce que prepare ayer, eh?

—No he comido nada.

—Oh, pero lo harás. Lo harás.

Y tenía razón porque antes de darme cuenta Jessica se había vuelto a la cocina, dejándome en mitad de su sala con más dudas que respuestas y pensando que con ese lindo apartamento, con ese trabajo y esos compañeros ella no podía saber cómo era realmente ser infeliz.

—¿Vienes?

Era exasperante que tuviese una respuesta para todo, sin embargo no me resistí demasiado antes de seguirla.

—No hay manera. —Me froté la ceja.

El pollo agridulce que la más afortunada de las dos se encargó de repartir en un par de porciones no sólo olía bien, sino que se veía estupendo.

Y el sabor lo estaba aún más.

Nuestra charla había quedado relegada y ambas desayunamos sumidas en nuestras cavilaciones personales. Al menos hasta que un ruido nos sobresaltó e hizo que nos mirásemos durante unos cuantos segundos más confundidas que de costumbre sólo para descubrir que el sonido era el timbre del móvil de Jessica.

La locutora se levantó y todavía con un poco de confusión en el rostro recorrió la distancia con dos grandes zancadas para contestar la llamada.

—¿Jefa? —preguntó—. Buen día, ¿todo en orden? Claro, espera —le dijo al volver a la cocina, poniendo el aparato sobre la mesa y pulsando en la pantalla el icono del altavoz.

—¿Jess? —preguntó Nochtli.

—Sí, sí. Aquí estoy, te puse en altavoz. Taylor sigue conmigo y estamos desayunando.

—Oh, buen día señorita Fernsby.

—Buenos días.

—¿Qué tal la pasaste anoche?

—Tengo varias lagunas —admití.

—Eso sólo significa que estuvo bien —aseguró Nochtli al otro lado de la línea.

—Sí, supongo que me divertí mucho.

—Como sea. ¿Qué haces llamando tan temprano, jefa?

—¿Es temprano? —preguntó.

—Depende de lo que consideres temprano —murmuré con ironía.

—Lo siento, pierdo la noción del tiempo cuando bebo. —Se rio—. Llamé también al resto y parece que todos tenemos resaca. Y aunque me gustaría dejarlos en paz necesito que estén aquí para la junta. Sabes que odio interrumpirte, pero también sabes que esto te incluye más a ti que a todos.

—Diablos, casi lo olvido. —Se golpeó la frente—. Ahí estaré, Noch. Gracias por recordármelo.

—Fantástico. Gracias. Nos vemos a las once. —Y agregó—: Chao Taylor.

Después de terminar la llamada Jessica y yo nos quedamos en silencio, sólo mirando al aparato. No estoy segura cuánto pasó hasta que ella rompió la quietud.

—Lo lamento —dijo—, pero tengo que ir.

—No te preocupes, comprendo.

—¿Dejas que te lleve a casa?

Lo consideré.

—No creo que sea buena idea. Haría que te desviases mucho y te esperan en la estación.

—Bueno, ¿terminamos el desayuno al menos?

—Por favor.

Después del desayuno y de una rápida ducha la locutora estuvo lista para partir. Así que salimos de su edificio a la siempre soldada y alegre ciudad de Saint Michael con el objetivo de montarnos en el escarabajo. Y aunque siguió insistiendo durante todo el trayecto para llevarme hasta el otro extremo de la bahía me mantuve lo más firme que podía por lo que al final acabamos dirigiéndonos hasta el extremo del puente, exactamente en el sitio en qué el autobús que había tomado en L'Scolo me había dejado la tarde pasada.

Cuando estacionó el auto una calle antes de nuestro destino pensé que se iría en cuanto me bajara, no lo hizo. Y no sólo no lo hizo sino que, en cambio, camino conmigo hasta la parada del autobús.

—Ya tienes mi número, puedes escribir o llamarme cuando quieras.

—¿Incluso a las tres de la mañana?

—¿Acaso hay mejor hora para llamar a alguien? —me respondió risueña—. ¿Segura que no prefieres que te lleve?

—Estaré bien, además son casi las once y te esperan en la estación.

—Pero–

—Pero nada, ¿no fuiste tú quien me dio el sermón acerca de cuidar el trabajo? —Realmente no quería separarme de ella pero si llegaba en el extraño auto de Jessica seguro a Mallory le daría un ataque y aunque eso no era mala idea, tampoco quería exponer a la locutora a las locuras de esa mujer pues yo sabía cuan intensa podía llegar a ser, podía decir o hacer cualquier cosa contra ella; eso no me gustaba para nada así que prefería despedirme ahora—. Estaré bien.

—Bueno.

Por suerte, antes de que tuviese otro arranque de impulsividad, el autobús llegó para que lo abordara. Eso hice. Y así, mientras el vehículo en que iba avanzaba en sentido opuesto a la figura de Jessica mi aventura en San Michael terminaba.

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).