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Harusaki Sentimental por KurageHime_

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Ruki siempre había sido enfermizo. Parecía que su cuerpo tenía el deber moral de compensar toda la fuerza de ese carácter tozudo. El sistema inmune débil, las múltiples alergias, la piel demasiado frágil para llenarse de raspones y moretones a la mínima provocación. A nadie le sorprendió la tarde de Octubre que llegó a casa estornudando. Los cambios caprichosos del otoño, y en general, de cada una de las estaciones, eran el detonante perfecto para tenerlo cuatro días en cama, resfriado.    


“Te dije que te llevaras un suéter” fue el comentario, obligado de toda madre, que le dio la suya. Takanori intentó disculparse poniendo su mejor cara de inocencia. La mujer sonrió, y le dejó ir a su habitación para que se pusiera la pijama y se metiera a la cama mientras le preparaba un té que le ayudara con el malestar.

Los días transcurrieron, el cubrebocas no se alejó de su rostro excepto para comer. Pronto fue obvio que era necesario ir al médico, quien envió algunos medicamentos e hizo algún comentario sobre que la cepa del virus de la gripe de ese año era particularmente difícil. Los Matsumoto volvieron a casa. Por la noche, Takanori ardía en fiebre.

Esa fue la primera vez que tosió flores.

Las observó caer sobre su regazo, desconcertado y casi en cámara lenta. Pétalos diminutos de black baccara, casi como si fueran los de un botón deshojado del rosal. Con paso tambaleante por la fiebre, se levantó al baño y abrió muy grande la boca, intentando ver el fondo de su garganta, pero ahí no había más nada. Rio de sí mismo, sintiéndose un poco idiota por esperar ver algo creciéndole ahí dentro. Regresó a la cama, haciéndose un ovillo  mientras los escalofríos hacían temblar su pequeño cuerpo. Sus manos se sentían heladas pese a que tenía una barricada de mantas encima. Intentó conciliar el sueño, uno muy ligero y extraño, un sueño propio de la fiebre, donde su piel era transparente y podía ver cómo en sus venas crecía un rosal. Las flores eran suaves y le hacían cosquillas ahí donde rozaban; pero las espinas dolían y pinchaban todo lo que tenían alrededor: músculos, órganos y venas indiscriminadamente. La sangre brotó por todas partes, se estaba ahogando con ella. 

Despertó sintiendo que se asfixiaba, estaba seguro de que iba a morir. Se arrastró al extremo de la cama y vomitó. Lo que pensó que serían restos desagradables de lo que habitaba en su estómago no eran sino un mar de pétalos que cayeron al piso y se desperdigaron por él. Takanori gritó de miedo, aún con la garganta rasposa y dolorida. Creía que aún estaba soñando y se abrazó a sí mismo en un pobre intento de protegerse. Su padre tuvo casi que romper la puerta de su habitación para entrar, manía suya de dejarla con seguro. Su madre intentó consolar y limpiar sus lágrimas de temor y desconcierto. Sin embargo, ninguno le creyó cuando dijo que esos pétalos habían salido de él. Su padre se sentó en una esquina de la cama, frente a él, y con el ceño fruncido y el tono de demanda que sólo puede colocar una figura de autoridad, le exigió que le explicara la procedencia de los pétalos. Que na había motivo para mentir, ni siquiera para reñirle; pero no hubo manera de convencerles de su inocencia.

A partir de entonces los síntomas se fueron agravando. Durante el desayuno, Takanori cubría sus labios con las manos sólo para sentir entre los dedos la textura suave de unos pétalos mucho más grandes y maduros, como si la flor comenzara a crecer, sana y fuerte. Sus padres le exigían que parara la broma, pero tuvieron que dejar de hacerlo cuando llamaron de la escuela para informarles que su hijo menor acababa de doblarse sobre sí mismo para vomitar una rosa entera. 


De todo el asunto de las flores, aquello había sido lo más doloroso hasta entonces. Las espinas le rasgaron la garganta  y de la boca de Ruki escurría un hilillo de sangre que limpió con la manga de su suéter. Era imposible que su hijo fuera tan lejos por una simple broma, resolvió su madre, sobre todo al punto de hacerse daño; por lo que volvieron a visitar al doctor.

No hubo necesidad de estudios ni radiografías (en realidad, sí lo hubo, pero más adelante, cuando se volvió necesario saber qué tan avanzada estaba la enfermedad). El médico supo de qué se trataba en cuanto el muchachito escupió un manojo de pétalos sobre su escritorio. Se limitó a mirarlo con cierta lástima, y a sus padres, a anunciarles con esa fría diplomacia médica que la vida de su hijo estaba en peligro.

Enfermedad de Hanahaki, había dicho, una condición rara sobre la que se había investigado poco dado lo inusual de la misma. Una planta se estaba desarrollando dentro de los pulmones del paciente, echando raíces, creciendo su tallo. De ahí venía aquello de vomitar y toser flores y pétalos.  Difícil de tratar, prácticamente mortal al ser provocada por un amor no correspondido. Las alternativas de tratamiento eran escasas y lo más recomendable era mantener a Takanori en el hospital. 

El muchacho aceptó, más que en un intento de preservar su vida bajo vigilancia médica, porque no quería ir a la escuela como el chico que vomitaba plantas. De cualquier manera, el tratamiento era riesgoso. Los primeros acercamientos a la cura consistían en pastillas fitosanitarias y pesticidas para intentar frenar el crecimiento de la planta; acompañada por pastillas de carbón activado para  reducir al mínimo las toxinas, a fin de cuentas dañinas para el cuerpo humano. Con ello, las expectoraciones disminuyeron un poco; pero sumieron a Takanori en un dilema mucho más personal y profundo: ¿de quién estaba enamorado?

 

¿Pregunta estúpida, tal vez? Pero honesta, él no había sentido nada distinto en las semanas previas al inicio de su enfermedad. Ni siquiera se había planteado la posibilidad de que estaba incómodo con su soltería. Pensó en cada uno de sus compañeros y compañeras de clase, en las personas que conocía, vaya, hasta en el tarado de Akira, su vecino; pero nada se removió dentro de él. Genial, no conforme con morirse, iba a morirse por estúpido. Si supiera de quien se trataba simplemente se acercaría a él, o ella, y le diría “Oye, te amo y me estoy muriendo, hazte responsable”.  El sueño le venció seguido de una tocesilla que, como no, le hizo arrojar unos cuantos pétalos sobre la almohada. 

 

Los días transcurrieron, Ruki recibió el alta y se atrincheró en la comodidad de su cuarto. Era obvio que perdería el año escolar, pero en ese momento a nadie le importaba mucho, sobre todo cuando Ruki podía perder cosas más importantes que un año de escuela. El rumor de su enfermedad, de todos modos, se había esparcido por el instituto, y al segundo día de reposo en casa, recibió la visita de Kai.

 

—Hey, ¿cómo vas? Te traje flores. 

 

—Hijo de puta. 

 

Mientras le hacía una seña grosera con el dedo medio desde la cama, el visitante se encargaba de acomodar el vistoso ramo de violetas sobre la mesita de noche. Ambos reían por la broma, aunque fuera de mal gusto. 

Charlaron de videojuegos, de lo que habían hecho en la ausencia mutua, de los cotilleos de la escuela, Yutaka le dijo que era un jodido afortunado por salvarse de una marea de exámenes endemoniadamente complicados, y Ruki sintió que recuperaba un poco de la vitalidad que había perdido.

—Pues bueno —dijo el más alto alrededor de las seis de la tarde—. Tengo una cita, así que debería irme. 

Y aunque Takanori intentó responder con un comentario burlesco, súbitamente le faltó el aire. Kai pareció no percibir nada, pues se despidió agitando la mano con normalidad; pero en cuando estuvo a solas, Ruki se encogió en la cama víctima del dolor más intenso que había experimentado nunca: era como si algo creciera y se retorciera dentro de su tórax, el sufrimiento era tan intenso que prácticamente era consciente de cada músculo, cada trozo de piel, y hasta cada órgano. Aquello que crecía por dentro se hacía espacio y rompía tejido, se enredaba, como hierba mala, entre sus huesos, y se afianzaba con el anuncio de que seguía ahí, que los medicamentos no lograrían que se marchara. Por primera vez, vomitó más sangre que pétalos.  Entonces tuvo dos certezas:

Ya sabía de quién estaba enamorado.

Y aunque al principio, de una forma inquietante, su enfermedad podría haber sido considerado algo bello, ahora ya no podía respirar. 




 

 

—Y... ¿ Cómo fue tu cita? 

La cara enfurruñada de su amigo le dio la respuesta: había salido mal, y seguramente, por alguna torpeza de Kai. Takanori soltó una carcajada que terminó en una incómoda lluvia de pétalos rojos que salpicaron al increpado. 

Ruki se disculpó, hastiado. En el transcurso de enero y febrero no había hecho más que empeorar. Las pastillas ya no funcionaban más; el rosal parecía haber desarrollado resistencia al plaguicida. 

—No importa —intentó consolarle el mayor—. Al menos no es tan asqueroso como que te salpiquen de saliva al hablar.  

—Las rosas son rojas, las violetas azules, no tengo forma guarra de terminar este poema pero no importa: las dos saben a mierda. 

Yutaka rio, no sabía si su amigo se ofendería por hacerlo, pero si estaba haciendo un chiste sobre su propia enfermedad, supuso que estaba bien.

—¿Has escupido violetas?

—No; pero con las jodidas rosas tengo suficiente.  Sólo escupo rosas. 

Kai se acostó de forma horizontal en la cama. A los pies de Takanori sobraba mucho espacio dada su escasa estatura. Miró al techo, pensantivo. 

—¿Qué es lo que va a pasar?

—Me voy a morir —dijo con sencillez el más bajo. No era una broma, tampoco una confesión dramática—. O pueden operarme para sacarme la planta de los pulmones. 

—¿Y por qué no te operan y ya?

Lo que recibió fue un almohadazo en la cara, Takanori parecía repentinamente molesto. 

—Investiga. 


  



Y eso fue lo que hizo Yutaka. En la última semana de febrero  y la primera de marzo se convirtió en un ratón de biblioteca e incluso llamó por teléfono a su padre, que era médico. No se llevaba bien con él y ni siquiera vivían juntos. Pero casos desesperados requieren medidas desesperadas, y entonces descubrió por qué Ruki parecía tan molesto ante la perspectiva de la cirugía. 

Se quedó helado, con las manos tiesas sobre el libro de anatomía que había tomado de la biblioteca. Su realidad se negó rotundamente a aceptar que Takanori no volvería a sentir nada. Y entonces fue consciente de por qué sus citas siempre salían mal, porque le pesaba tanto en el corazón la enfermedad de su mejor amigo; más alla de la tragedia que encerraba en sí misma. Y sobre todo, por que Takanori se mostraba tan reacio a admitir quién era la persona de la que estaba enamorada. 

 

¿Hola? ¿Hola? ¿Dónde estás?
¿Hay algo que todavía pueda hacer? 

 

Era de él, tenía que ser de él. Y Yutaka no se había dado cuenta, hasta ahora que estaba a punto de perderlo, de que le correspondía. 

Tomó un abrigo y le gritó a su madre (luego lo regañaría por eso, lo sabía) que tenía que salir, que volvería más tarde. Corrió sin detenerse hasta la casa de los Matsumoto. Llamó desesperado a la puerta, seguro de que le iban a reñir por ser tan impertinente. Sin embargo, sintió que la sangre se le iba a la planta de los pies cuando quien lo recibió fue la abuela de Takanori. Él sabía que la anciana adoraba a su nieto y viceversa; pero que no tenía buena relación con la madre del más bajito. Que estuviera ahí sólo podía significar cosas malas, pensó la angustiada mente de Kai. Más aún, la única luz encendida en esa casa era la del salón. 

 

Obtuvo una mirada dolida, tristísima, desde esos ojos cansados, y una negativa con la cabeza.  El muchacho se preparó para recibir la peor noticia, pese a que no sabía cómo podría prepararse alguien para algo así, simplemente, sus manos formaron puños inútiles, por el mero hecho de intentar sentir algo de entereza. 

 

—Devolvieron a Taka-chan al hospital —informó la anciana, limpiándose los ojos con un pañuelo desechable—. Van a intentar… van a hacerle la cirugía, porque el hanahaki está en fase terminal. 

 

El pánico, increíblemente, demostró que era capaz de ir en aumento. Yutaka había leído sobre las cirugías para eliminar el Hanahaki. Eran riesgosas, dado que la raíz de la planta se asentaba en órganos importantes; además de que el índice  de éxito no solía ser muy alentador. Se había demostrado, por otra parte, que al eliminar la flor y recuperarse el enfermo, olvidaba también los sentimientos de quién antaño había estado enamorado. Más aún, el paciente se volvía incapaz de volver a sentir nada en toda su vida. 

 

No supo cómo fue capaz de hilar las palabras correctas para preguntarle a la abuela de Takanori en cuál hospital se encontraba, tampoco fue tan listo como para tomar el autobús en lugar de correr todo el trayecto. En el camino,  su moral luchaba con su egoísmo: si no llegaba a tiempo y la cirugía, si era exitosa, salvaría la vida de Takanori; pero Kai no quería que Ruki dejase de amarlo. ¡No quería! Y si llegaba a tiempo, si tenía la mínima posibilidad de verlo antes de entrar a quirófano y decirle lo que sentía, entonces tal vez Matsumoto tuviera otra oportunidad, una alternativa para no morir y no ser un depresivo clínico de por vida.

Al llegar a la recepción del hospital y preguntar por el muchacho, le recordaron que al ser menor de edad no podía ingresar solo. Rogó literalmente por más información y fue así como se enteró de que el paciente estaba por ser trasladado de cuarto a quirófano. No lo pensó dos veces: observó atentamente la señalización del hospital antes de echar a correr en la dirección en la que, suponía, esperaba, encontraría a los camilleros trasladando a Takanori. Escuchó un grito detrás de él y pasos apresurados, quizá el guardia de seguridad; pero él tenía la ventaja de los entrenamientos de fútbol y de ser mucho más ligero. 

 

Y mientras veía los cabellos rubios de Takanori, que le llevaban en la camilla al área de cirugía (Y Yutaka corría, torpemente tras ellos, esquivando y empujando enfermeras que le intentaban cerrar el paso) escuchó, de pronto, un grito aterrado, general, acompañado de un lamento que parecía ser demasiado débil para ser emitido con más fuerza. Fue la antesala de un tenso silencio que sólo fue roto por una tos muy débil. Nadie dijo más nada. Los camilleros dejaron de moverse, las enfermeras ya no parecían interesadas en bloquearle el paso a Kai y este. con paso trémulo, se acercó a la camilla de Ruki.


El rosal que le crecía en los pulmones acababa de dar un brote que le atravesó limpiamente el pecho.  Takanori tosía una mezcla de sangre y pétalos manchados de rojo y saliva. La rosa que florecía orgullosa sobre ese pecho que respiraba trabajosamente brillaba tanto por su color oscuro natural, tanto por la sangre que la teñía. El señor Matsumoto estaba tan pálido como su hijo, su madre lloraba gruesos goterones en silencio, era obvio que ya nada se podía hacer: Ruki se estaba muriendo. 

 

Sin preguntar si podía hacerlo, Kai le sostuvo la mano, estancado en la impotencia humana de no poder hacer algo por él, de ser un simple espectador. Ruki se la apretó con escasa fuerza, pero el mas alto pudo comprender, en ese lánguido gesto, que lo estaba sosteniendo con todas las fuerzas que le restaban. Era lo que quedaba de las que habían sido tantas meses atrás, las mismas con las que le había roto la nariz de un puñetazo a alguien que ya no era importante en una pelea que ahora parecía a diez vidas de distancia.  Con un esfuerzo enorme, el chico del cabello rubio se volvió hacia Yutaka y exhaló con dificultad. 

 

 

—Tú me hiciste florecer. 

 

Sentía algo extraño en la garganta, algo ajeno al nudo que le recordaba que no volvería a escuchar la risa boba de Ruki, sus opiniones no solicitadas sobre cosas irrelevantes, y los típicos puñetazos que le daba en los hombros pretextando que era su manera de saludarlo. Carraspeó, sin importarle si era disimulado o no, pero la molestia sólo de hizo más palpable. Sintió enojo contra su propio cuerpo, que parecía no bastarle con su luto. Un brazo, no vio de quien, le rodeó los hombros invitándolo a retirarse, pero él se negaba a soltar la mano de Ruki, que cada vez estaba más helada. Al final venció su falta de voluntad y la dejó caer. Ver cómo esa blanca extremidad cedía a la gravedad, como una hoja llevada por el viento, le terminó por romper el corazón y notó, por primera vez, las lágrimas que inundaban su cara.

La persona que lo acompañó le dejó en la sala de espera, y pudo darse cuenta de que era uno de los enfermeros. Le ofreció un pañuelo desechable y le preguntó si había alguien a quien pudiese llamar para que le recogiera. Con desgano, le tendió su celular. Que se encargara él, porque Yutaka, si respiraba en ese instante, era porque la parte más primitiva de su cerebro estaba programada para hacerlo en automático.

Escuchó al extraño hablar con su madre. Decirle que estaban en un hospital y después tranquilizarla y asegurarle que su hijo estaba muy sano, pero necesitaba acompañamiento. Mientras el muchacho pelirrojo parloteaba palabras que no entendía, Kai sintió la necesidad de toser esa cosa dura y molesta atravesada en su garganta. Se cubrió la boca con el pañuelo y se forzó a echarla de su cuerpo.

 

Fue hasta que lo consiguió, que descubrió que había tosido una flor de nomeolvides totalmente marchita. 

 

 

Frente a mis ojos, la primavera que nos separó 

 Si hubiera levantado la mirada, vería las flores de primavera caer.

 

Notas finales:

¡Hola hola! Gracias por entrar aquí ;D Esperé hasta las notas finales o sino iba a ser muy spoilero todo, según yo.

No era esta la historia con la que planeaba participar, pero... vaya, lo que tenía en mente simplemente no me iba a dar el tiempo de desarrollarlo debidamente. Sin embargo, en algún momento de insomnio en los días previos se me ocurrió esto y ¡Sí!


Antes que nada, debo aclarar que la idea del Hanahaki no es mía. Amigos, no tengo ni fruta idea de dónde salió así que no sé a quién debo dar crédito; pero en el fandom del kpop y en el de Boku no hero estas cosas florecen (jajaja) como margaritas, así que quise intentarlo a mi manera. No sé si habré respetado las reglas de esta temática o si ya puestos, esta tiene reglas, yo sólo agarro las ideas como si fueran plastilina y las amaso hasta que quedan hechas bolitas deformes de  colores feos. 


Las frases en cursiva pertenecen a Harusaki Sentimental, canción de Plastic Tree, y no sé, yo creo que deben escucharla para seguir viviendo o algo. 

 

¡Ah, por cierto! En el lenguaje de las flores:

 

Nomeolvides: No me olvides. Verdadero amor, amistad, fidelidad. Recuerdo.
Black Baccara: Mi amor perdurará para siempre. Luto.



¡Muchas gracias si llegaron hasta aquí!


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