Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La Bella Durmiente por CrawlingFiction

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

La Bella Durmiente

Capítulo 1: Aurora

 

En un reino, alejado de la indolencia del Este y su tiranía, un gran baile se celebraba.

El heredero legítimo había nacido. Un niño de remolinos castaños y ojos grandes y sonrientes. Fue la dicha de todo el reino, aún sumido en la incertidumbre por la locura de su vecino.

Durante la guerra tantos fueron los que escaparon. Prendieron fuego a sus chozas y con los niños de un brazo y la Providencia del otro, se refugiaron al Oeste, donde las flores tienen perfume exquisito y el porvenir una tonalidad más amable.

El rey Loco estaba gobernando en su soledad, con esclavos en vez de súbditos e indiferentes en vez de oponentes. Necesitaba combatir y halló la oportunidad de ello en ese mismo baile. Aquel al que no fue invitado.

El baile de bienvenida al Príncipe HongBin.

Los candelabros de dulces colores y el festín de muchos sabores no auguraron tal infortunio. Entre pajes, reyes extranjeros y aldeanos, porque el Rey Lee era agradecido al sorgo y la lealtad, sucedió.

—No eres sólo el futuro para nuestra Casa, sino para todo el Reino y nuestro pueblo, por ello, mi querido niño, la Providencia jamás te abandonará —había dicho el Rey curvando su bigote y barba espesa en una amplia sonrisa de amor.

La Providencia en forma de tres apuestos caballeros, hizo acto de presencia.

—¡Soy N, su Alteza! —presentó el líder de la tríada. Sus ropajes de bailarín de Oriente y amplia sonrisa centellaban como los cuarzos rosas que adornaban su abanico— Y nosotros tres fuimos designados por las Estrellas para protegerle —prometió al bebé que sonreía a hoyuelos florecidos.

—Soy Ken, soldado del extinto Ejercito Imperial del Este, y ahora, me pongo a los servicios de mi Rey y usted, Joven príncipe —se posó en su rodilla aquel joven de copete rubio y lentes de sabio con armadura de plata pulida.

—¡Y yo soy Hyuk! ¡También soy tu padrino! —saludó el más joven con una enorme sonrisa y picando la mejilla gordita del bebé. N y Ken resoplaron por haberles arruinado tan concienzuda presentación— ¡Y mi don e-!

—¡Aprendiz! —reprendió N golpeándole con el abanico cerrado en la cabeza— Deja que los mayores seamos los primeros en ofrecer nuestros dones al príncipe.

El bebé HongBin aplaudió y estiró las manitas a Hyuk.

—El príncipe quiere que yo sea el primero —jactó, sacándole la lengua.

De la manga de su túnica se sacó una varita blanca y de un floreo, el cielo alto del Gran Salón y las lámparas de araña cristal se hicieron una aurora verde agua. Todos exclamaron de fascinación, observando esa estela de luz pura arropar al pequeño.

—Te daré el don de la rebeldía, porque un buen gobernante no sólo tiene que obedecer las reglas —sonrió, moviendo la muñeca en círculos, volviéndose las luces figuras de caballos salvajes corriendo por el aire— ¡También hay que romperlas y crear nuevas! —rio, insertando aquella magia traviesa y turquesa en su pecho.

—Ese es un don terrible para un príncipe… —criticó N.

—Es mi turno —intervino Ken, desenvainando la espada de su cinto. La empuñadura estaba recubierta de espinelas y zafiros— Te ofrezco el don de la sensibilidad y el intelecto, porque la nueva Tierra bajo tus pies necesita de menos hombres como yo y más como él que serás, mi príncipe —sonrió, apuntando la espada a los hombros del niño como designio de guerrero. Un destello celeste se sumó a ese espectáculo de luces, calando hondo en su corazón.

Los reyes sonreían de júbilo y HongBin miraba a esos tres tipos extraños con curiosidad.

—Te toca —retrocedió Ken, guardando el arma.

El último hechicero alzó su abanico y con la delicadeza del danzar de sus brazos briznas de pétalos de cerezo se hacían remolino.

Pero, una brisa friolenta apagó las velas, y uñas fantasmales arañaron las paredes del castillo. Perfume a Muerte y esmeralda en la aparición. El rey Loco apareció súbito por la magia cruenta que poseía, y sosteniendo su cetro de hueso señaló al pequeño bebé en brazos de la Reina.

Soldados, magos y guardias le rodearon con sus armas en mano. El rey Loco carcajeó y de un chasqueo de dedos volvió a esos endebles rivales en piedra.

—¡Maldito el que ose a enfrentarse a mí! —burló. Se aproximó hacia los Reyes y alzó su cetro en alto— ¡Niño de infortunio, maldito desde el vientre! —gritó, ignorando al Rey y su espada en defensa de su mujer e hijo— ¡Si te eriges como caballero soportarás el más doloroso de los finales! ¡Denme la cabeza del Rey en bandeja! —ordenó. Se acercó más y posó su cetro calavera sobre la frente de HongBin— No reclames el trono y serás libre de la maldición… —sonrió al bebé que comenzó a sollozar— ¡Vuélvete hombre digno de combate y sufrirás algo peor que la muerte!

Un verde tétrico y brillante iluminó la frente de HongBin, y de otro destello esmeralda, WonSik, el Rey enloquecido de poder, desapareció.

—¡Atrápenlo, no debe estar lejos! —clamó el Rey. Nuevos soldados recorrieron el castillo, buscando algún rastro del Rey Loco.

—¡¿Qué haremos!? —lloró la Reina con su pequeño apretado al pecho.

Los tres hechiceros se miraron entre sí. Hyuk y Ken blandieron sus armas y poderes, pero esa estela verdosa como espectro no se libraba de la conciencia del pequeño. El cielo raso del Gran Salón parpadeaba. Caballos relinchantes y destellos cerúleos no eran suficientes.

—¡Nada funciona!

—¡Debe haber una manera!

Si te eriges como caballero soportarás el más doloroso de los finales.

Vuélvete hombre digno de combate y sufrirás algo peor que la muerte.

N extendió su abanico y sus cuarzos y gemas rosas se reflejaron en sus ojos.

—¡Burlemos el encantamiento! —N extendió su abanico a ojos cerrados y comenzó el viento de cerezos a rezumar— ¡Oh, Madre! ¡Todas las estrellas vueltas P-Providencia! ¡Permítanme resguardar al príncipe! —aquella magia maliciosa se tiñó de rosa claro entre quejidos de esfuerzo— ¡Que olvide que alguna vez fue príncipe, que alguna vez fue hombre! ¡Como doncella será inocente de cualquier crimen! —ordenó en medio del huracán de pétalos que envolvió al pequeño. Las lámparas de araña estallaron en cristales por el poder revertido del Rey Loco. Las luces rebotaron por todas partes, tiñéndose de azul, rosa y verde apenas.

Negro, la aurora ennegreció.

—No será suficiente… —N se desplomó agotado al suelo. Mechones de su cabello blanquearon por haber sacrificado parte de su esencia vital en semejante promesa y don.

—¡Llévense el niño al Sur! —ordenó el Rey desesperado— ¡Protéjanlo hasta hallar una cura a la maldición!

La Reina, enloquecida por esas palabras que resonaban una y otra vez dentro su cabeza se cortó los vestidos a navajazos y de los harapos hizo un manto.

—¡Salven a mi hijo! —rogó, entregándole el bultito hecho bebé a los brazos de Hyuk. Ese sería el último recuerdo de mamá.

El niño en brazos de sus tres guardianes bajo esa noche estrellada escapó al Sur, y cualquier rey, sabio o aldeano que mencionara que alguna vez existió se le cortaba la cabeza.

Los arqueros y ni el Ejercito Real lograron derribar el espejismo por la fuerza. Las matronas o curanderas descifrar el encantamiento, ni los sabios del Sur encontrar respuesta en los textos.

HongBin no existió, y si fue así, no era hombre para coger la espada y enfrentarse al Rey Loco.

HongBin no existía, una niña de cabellos teñidos del rojo fuego de una bruja para eludir los casamenteros, tomó su lugar. Sus tres guardianes, sus tíos HakYeon, JaeHwan y el pequeño SangHyuk le enseñaron a coser, bordar y cantar.  Una doncella anónima encerrada en una cabaña al fondo del bosque.

La doncella creció sin saber sobre su pasado, ni prever todavía su presente, en aquel encierro al fondo del bosque. Sin embargo, el encierro no evitó al Rey Loco derrocar el Oeste y buscar él mismo la cabeza de Lee con su espada.

Esa noche lluviosa, cuando el caballo de JaeHwan arribó con malas noticias, los tres hombres lloraron sin la pequeña comprenderlo.

Los Reyes estaban muertos, pero la niña seguía viva.

HongBin seguía vivo.

En su refugio en el bosque, se hizo doncella de largos cabellos de sirena para eludir a los pretendientes que pudieran descubrir su verdad. No podría amar, porque el hombre que la amara se lastimaría con su realidad. La doncella Binnie sufría, por más que quiso bordar y coser prefería montar caballo y jugar con el arco. Dentro de ella se mantenía ese espíritu indómito de papá, por sobre la belleza floral de mamá.

Al verse al espejo lloraba.

Esto no soy yo.

Mi cuerpo no es como el de las doncellas de los poemas.

Soy un error.

Nadie me podrá amar así.

Recortaba sus vestidos y muy en el fondo de su corazón, soñaba con ser caballero, sin saber que alguna vez fue príncipe.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).