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La chica de la cafetería por Homotoru

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 Martha contaba los billetes de la caja registradora, uno por uno, anotando qué se vendió y lo que no. Recién comenzaba el mes, era extraño que escasa gente concurriese, pero sin más tomó algunos billetes y se los guardó en el bolsillo.
Mientras tanto Alizze entró dos sillas y la mesita de la vereda, puesto que alguna que otra pareja le gustaba merendar "al aire libre", pero esto sucedía muy de vez en cuando.
La noche estaba preciosa y el clima completamente agradable, tal como a Alizze le gustaba. En esa noche no tenía planes, a decir verdad nunca los tenía: Su vida se había convertido en trabajar en la cafetería casi todos los días, sirviendo y limpiando, pero no se quejaba.
A veces pensaba en que ella podría ser algo más, por lo menos terminar la escuela y estudiar alguna carrera universitaria, o simplemente tener más pasatiempos. Sin embargo sólo seguía el día a día, a veces preocupada y otras veces aparecía completamente risueña.

Bajó la persiana del café y se colocó unos guantes para trabar la puerta, pero su tía Martha apareció con las manos en los bolsillos:
– Mañana tendremos que ir con Uncle Robert al colegio de tu prima.
Alizze de inmediato supo a qué se refería pero fingió que no entendía: su adorable prima nuevamente en problemas.
– Ella otra vez... Me tienen harta sus compañeros, no sé qué hacer. Quizás deberíamos cambiarla de escuela.

Cuando Alizze terminó de arreglar la puerta, ya estaba todo listo para |cerrar la cafetería pero al oír lo último, respondió en voz baja:
– ¿Otra vez cambiarla? ¿No será mucho para ella?
Martha cabeceó negando, pero no sabía qué hacer y sólo quedó mirando fijo una baldosa. Probablemente estaba perdida en sus pensamientos hasta que en pocos segundos parpadeó y sacó sus manos de los bolsillos con una pequeña suma de dinero:
– Tu paga, en fin, mañana estarás sola un par de horas.
Alizze agradeció tímidamente y tomó su mochila mientras que Martha le avisaba que ya estaba todo, ahora sólo faltaba cerrar con llave.
Ambas en la vereda, Martha cerró con candados en la puerta exterior y le dio la copia de llaves a Alizze para luego despedirse con un corto beso en la mejilla. Martha hacia el este y Alizze hasta el oeste.

Usualmente solía caminar, pero ésta vez ya no estaba con las ganas de hacerlo y se sentía tensa. No le quedó otra más que quedarse en la parada de autobús con luz tenue, la calle no ayudaba mucho para la visión además de que estaba completamente sola.
Sacó sus auriculares rojos de la mochila y conectó al teléfono móvil, donde dio en reproducir a música de los '80, una de sus bandas favoritas era The Cure. Pero pasó tanto tiempo allí que le pareció sospechoso ¿Ya no circulaba el autobús por aquella calle?
Continuó escuchando música, pero seguía tensa y empeoró cuando vio un auto negro doblar en la esquina. Miró hacia otro lado, evitando verlo pero éste paró frente a ella y el conductor bajó la ventanilla:
– ¿Estás perdida? ¿Necesitas un aventón?
El corazón de Alizze latía a mil, tenía miedo que estaba paranoica con que la atraquen, o la secuestren y asesinen, pero ante la pregunta respondió tartamudeando que no y sonrió nerviosa. Casi que no miraba al hombre del auto, pero por una pequeña curiosidad miró de reojo y le pareció conocido hasta que recordó su rostro: Era el tipo que se había llevado a los otros hombres a un bar, del mismo nombre que la cafetería. Aunque esta vez quiso guardar en su memoria cómo era: cabellos y ojos negros rodeados de unas cejas gruesas, tenía un rostro bastante masculino y una voz ronca pero agradable. Sus rasgos eran raros porque a pesar de tener una apariencia común, parecía tener algo de misterio por su seria forma de mirar.
Estaba solo, o al menos eso veía ella, pero era sospechoso verlo sin sus compañeros.
– Ah, eres la chica de la cafetería. – comentó él, aún con el motor encendido. Se quedó callado al igual que ella, no tenían nada más que decirse, puesto que ella no quería un aventón de un desconocido.
Para milagro de Alizze el bendito autobús se acercaba desde un par de manzanas y eso significaba que pronto estaría descansando en su hogar, sonrió para ella misma y suspiró del alivio.
– Ten cuidado. – dijo él, pero antes de que ella pudiese responder algo, el hombre se marchó otra vez.
El autobús ya se encontraba en la esquina y paró en donde estaba Alizze, ella subió toda alborotada pero agradecida. Sólo pensaba en descansar y luego volver a ir al café.


Al otro día se enlistó a las 6 am y salió desde su casa a pie hasta el negocio, donde se cruzó con los típicos hombres y mujeres apurados por ir a trabajar. Pero ella no estaba apurada, después de todo quién tendría tantas ganas de caminar rápido al trabajo ¡Ella tenía las llaves! Nadie controlaba su horario, bueno, no por ese día.
Llegó y como siempre subió las persianas, sacó las dos sillas junto a la mesita de la vereda, prendió la máquina de hacer café y los postres estaban en la vidriera.
Pero a pesar de todo, sólo vino alguna que otra anciana a comprar un rol de canela junto con un cupcake de chocolate. Lo mismo de siempre, pero nada nuevo.
"Otra mañana tranquila, si sigue así me pagarán menos." Pensó enojada. Dependiendo de las ventas ella obtenía su pequeño sueldo, así que una mañana tranquila sólo era un desperdicio de dinero y tiempo en postres elaborados de forma casera, que pocos compran.
Se hicieron las 8 am y sólo habían ingresado alguna que otra anciana, luego una madre con un niño. Nadie más. La gente transitaba ignorando el pequeño local y Alizze no hacía más que mirar videos por su teléfono. No podía obligar a la gente a meterse y darles café, pero las ganas le sobraban.
Pero cuando ya iba por el 5to video, oyó la puerta abrirse y lo primero que pensó antes de saludar fue "Genial, un cliente" pero nuevamente se volvió a cruzar con el hombre de anoche.
– Buenos días. – Dijo ella – ¿Qué necesitaba?
El hombre miró el cartel con los precios y no le respondió hasta que terminó de leerlo, pero se lo veía confundido: –Desayunar, pero no tengo idea qué pedirme.
Alizze deseaba que él se pidiera todos los postres y obtener ganancias, así que tuvo una idea.
– Si no tiene idea, yo menos. Pero puedo hacerte un cappucchino si desea, acompañado de una porción de pastel de vainilla. Aunque ayer fuiste muy amable, pensaba en darte de regalo un cupcake, son deliciosos.
El hombre hizo una media sonrisa al verla en su modo comercial: –Bien, me parece bien. Esperaré ansioso. – el hombre se retiró del mostrador pero Alizze lo detuvo:
– ¿Su nombre? Para anotarlo, claro.
Él miró a los costados y al no ver a nadie más arqueó una ceja, claramente era el único cliente, pero se lo deletreó de igual forma:
– T-A-L-E-S-S, con doble S. Taless.
Alizze conociendo el nombre del nuevo cliente, lo anotó. No iba a perder un segundo más y se emprendió a prepararle su desayuno.

Poniendo lo mejor de ella, sirvió en una bandeja lo más prolijo posible y se acercó hacia la mesa donde Taless estaba sentado, quien leía un libro y Alizze notó que él llevaba unos lentes negros. Taless levantó la vista y dejó el pequeño libro de bolsillo a un costado de la mesa, donde la joven le sirvió una gran taza de café junto a los postres mencionados en el pedido.
– Buen provecho. –murmuró ella y antes de retirarse él volvió a llamarla.
– Discúlpeme señorita. – Dijo con una voz serena pero firme, estaba bromeando claramente con todo el formalismo innecesario– ¿Cómo se llama?
– Alizze.
Taless tomó un sobrecito de edulcorante y lo colocó en el cappucchino: – Es extraño, adoro el café que hago y por eso no soy de ir a cafeterías. Pero anoche tenía ganas de quedarme aquí en vez de irme a un bar, este lugar tiene un ambiente agradable a decir verdad, Alizze. No tengo idea del porqué no supe de él antes ¿Están hace mucho?
Ella se abrazó a la bandeja vacía: – Pues... Sí, lleva un par de años. Pero yo trabajo hace unos pocos meses. Así que no sabría con qué exactitud abrieron... Tengo la sensación que mucha gente no conoce este café, tenemos una universidad cerca y no he visto a ningún estudiante pasar por aquí.
Taless sopló en la taza y luego dio unos sorbos al café, mientras oía a la joven mesera: – Pues sí, este lugar parece escondido y es raro no ver gente en la mañana. Así que intentaré venir cada mañana, si no te molesta.
Alizze se sorprendió, pero logró su cometido: conseguir un nuevo cliente.
– Disculpa por si anoche te asusté, no era mi intención. Ver a una jovencita sola en la calle de noche me preocupa en demasía. Suceden tantas cosas que por eso te pregunté si necesitabas de ayuda, aunque me di cuenta cuando volvía a casa que acercarme a ti en el auto seguramente te habría asustado.
Ella sólo se rió un poco de la situación al recordarlo y se tomó del brazo, pero era cierto, Alizze se había asustado muchísimo:
– No se haga problema, en serio, es que aún no estoy acostumbrada a viajar sola de noche.
Taless la observó y se quedó callado un par de segundos, así que Alizze se retiró. No tenían nada más para decirse.

Alizze volvió al mostrador y anotó la venta, para luego volver a seguir mirando videos de gatitos en Youtube. No supo cuántos tuvo que ver, pero cuando menos se dio cuenta, el hombre adulto se estaba levantando de su mesa. Ella observando de reojo, dejó su teléfono móvil para ver como él se acercaba hasta su ubicación y pidió la cuenta. Al terminar de pagarla esta vez fue hacia la salida pero cuando abrió la puerta, se detuvo y volteó a ver a Alizze:
– Hasta luego, que tengas un buen día. – dijo él y sin más nada que agregar, se marchó. Ya era la 3ra vez que se iba sin esperar la despedida de Alizze, pero qué más da. Ella salió del mostrador con la bandeja y levantó la taza utilizada, limpió las migas y notó que debajo de la servilleta había dejado unos 8 euros de propina. Sonrió para sus adentros y lo guardó en su bolsillo.

Durante todo el día vino un poco más de gente que lo usual, pero fue tranquilo hasta que llegaron sus tíos a mediados de la tarde. Su turno finalizó y regresó caminando a casa, pero entre las calles de la capital se tentó al ver un precioso vestido color cielo en una vidriera.
Lo deseaba, pero no tenía idea cuándo podría usarlo. Ella recordó que en unos meses se casaría una prima del cual ve cada mil años, pero que allí solo debía concurrir de blanco. Más allá de eso, no se le ocurría en qué ocasión lucirlo. Sería un desperdicio comprarlo y guardarlo en el armario... Así que ignoró su deseo y siguió caminando.

Los días pasaban lentos como siempre, pero Alizze siempre recibía al mismo cliente llamado Taless. Solía pedirse un café y beberlo allí, otras veces sólo venía por un pequeño postre, o simplemente pedía un almuerzo mientras leía libros.
Ya se había vuelto una costumbre verlo y ella lo atendía con buen humor, siempre dejaba algo de propina. A veces hablaban por momentos cortos pero cuando menos se daba cuenta, pasaban más tiempo entretenidos por la charla. Y siempre variaba: el clima, la economía, música, comidas, familia. No se podían aburrir, hasta incluso ella se sentaba con él.
Poco a poco, sabía sobre este cliente misterioso que ya no lo era tanto. Él le dijo que tenía 23 años y que estudiaba en la universidad muy cercano al café. Taless le relató que estudió un año para geólogo, pero que no le terminó convenciendo y cambió su plan de estudio para convertirse en profesor de Historia. Algo que no planeó nunca, pero que irónicamente le terminó gustando. A veces nombraba su trabajo de medio tiempo, que consistía en enseñar a nadar a grupos de adultos mayores en un pequeño club de natación.
Otras veces él mismo le preguntaba sobre ella y se ponía automáticamente nerviosa ¿Qué podía contarle? Según ella misma, su vida era aburrida y trataba de sonar interesante aunque ni ella se lo creía, pero él parecía escuchar cada palabra como si estuviese en un salón de clase.
Taless era un buen compañero en las mañanas, incluso las veces en las que él no venía ella se aburría y no le quedaba más que mirar cosas por internet.

No eran amigos, ni siquiera se volvían cercanos y se mantuvo así hasta que un día de mayo el mayor apareció con un colega. Ese mediodía no pidieron nada, solamente querían hablar.
Taless bajó la mirada al verla, pero la saludó y ella respondió, mientras también le deseaba las buenas tardes al amigo de él. Por ese momento notó que era más bajo que Taless y moreno, su cabello era castaño y resaltaban en él varias perforaciones en los oídos.
– Alizze, él es Caesar. Es un amigo mío. – murmuró Taless y ésta vez no desviaba su mirada, sino que se mantenía fija en ella: – Él es DJ, como verás, va a estar en una fiesta y me ha pedido que lleve gente agradable en su debut. Si te parece, podrías venir... Es éste sábado.

Ella se sorprendió y Caesar no paraba de sonreír, parecía entusiasmado con que su colega invitase gente para oír sus mezclas.
"¿Ir a una fiesta? Esto no pasaba desde... Espera, nunca pasó. Debería ir. Mejor no. No los conozco tanto".
– Pues... Suena genial ¡Iré! – respondió entusiasmada.
"Yo y mi bocota" pensó para sus adentros y se sonrojó levemente, ella sí deseaba ir. Después de todo, nunca fue a una fiesta.
– Taless te dará la invitación, sin eso no pasas. Te veo el sábado entonces. – afirmó Caesar y miró a su amigo, quien lo observó con el rabillo del ojo mientras que sacaba de sus bolsillos una tarjeta bastante llamativa y se la alcanzó a Alizze, quien la tomó rápidamente.
La invitación era de color flúor ¿Quién usaría un color así? Allí llevaba grabado el lugar de la fiesta, la hora y el DJ que la invitaba. Pues... El lugar donde sería no era más ni nada menos que en una discoteca muy conocida renombraba como "La cueva".
– ¿Entonces sólo presento esto y ya? – preguntó algo confundida. Jamás había ido a ese lugar, ni siquiera se atrevía a pasar por la zona.
– Exacto, además tienes acceso a bebidas toda la noche por ser invitada del DJ.
Ella sonrió tímidamente, jamás había entrado a un antro y mucho menos se había puesto a beber alcohol.
– ¿Sabes llegar? – Consultó Taless – Si quieres podemos encontrarnos en un punto medio. Así no te pierdes allí dentro.
Parecía como si él sabría que Alizze jamás había pasado por aquel lugar, así que ella aceptó y sin nada más que agregar los dos jóvenes se retiraron.
– Ahora sé cuándo podré usar ese vestido pastel. – se dijo alegre para ella misma. Quizás no había sido una mala idea aceptar ir, podría conocer gente, hacer amigos y bailar toda la noche.











 


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