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Gema gitana. por darkness la reyna siniestra

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Notas del capitulo:

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Hice una imagen referente a este cap, por si gustan verlo ;)

Capítulo XI. “Quédate”


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Los relojes mostraban la hora, las ocho con 20 minutos de la mañana, Kardia había salido sin desayunar a eso de las siete en punto hacia el hospital donde su turno empezaba a las nueve. Dégel por su parte terminaba de vestirse para salir dentro de poco, tenía pensado ir a la empresa de la que su padre era CEO para ayudarlo con algunas cosas de logística pero eso sería más tarde ya que quería ir a comprar ropa y algunas cosas para Camus, no sabía si el joven querría quedarse en la casa como su invitado, pero él estaba decidido a convencerlo. No comprendía por qué pero no deseaba que el peli-turquesa se marchara de su lado.


Milo por su parte ya bañado y vestido bajaba las escaleras al primer piso, le costó un poco conciliar el sueño, después de que su padre lo dejara sólo se preparó para descansar pero el sueño lo envolvió a eso de las tres de la madrugada, aún así la costumbre de un año en España levantándose temprano no lo abandonaría tan fácilmente.


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Los rayos de luz entrando por una de las ventanas iluminaban toda la habitación de color salmón y blanco, logrando que la luminiscencia molestara aún a través de sus párpados cerrados. Lentamente el cuerpo sobre la cama comenzaba a moverse buscando estirarse. Camus se dio la vuelta para quedar sobre su espalda, llevó su mano derecha a su cara y luego se refregó un ojo para despabilar el sueño.


Con lentitud los ojos zafiro se fueron asomando entre los párpados para acostumbrarse a la luz del día, parpadeó un par de veces enfocando todo a su alrededor, mirando completamente extrañado y asustado los detalles de esa desconocida habitación. Se acomodó hasta sentarse con la espalda pegada al respaldar de la cama, y pudo sentir su ropa más ligera, quitó las sábanas que lo cubrían para ver que su ropa de baile no estaba y en su lugar había una pijama sencilla pero cómoda de algodón en color gris. Aquello lo asustó puesto que a su mente vino la idea de que alguien tuvo que haberlo desnudado para ponerle esa ropa y se sonrojó.


—¿Dónde estoy, cómo he llegado aquí…?


El miedo comenzaba a inundarlo, temía que lo hayan secuestrado o que incluso Surt lo hubiese encontrado y lo haya llevado a algún hostal. Ante esta idea su cuerpo temblaba y las lágrimas comenzaban a formarse en sus ojos.


Su mirada temerosa se posó de golpe sobre la puerta que se estaba abriendo. Sin saber que hacer y presa del pánico, juntó sus piernas hasta su pecho abrazándolas y viendo expectante a quien entraba. Cerró los ojos con fuerza sin atreverse a ver a ese vil pelirrojo que tantos problemas le había traído, pero todo en él se paralizó con la voz que escuchó.


Dégel había salido de la habitación que compartía con su esposo para ir a ver si Camus ya habría despertado. No quiso tocar por temor a despertarlo por si seguía dormido, así que simplemente abrió con lentitud y lo que vio al entrar le encogió el corazón. Ahí pegado al respaldar de la cama estaba el joven abrazando sus piernas con lo que parecía miedo, tenía los ojos cerrados aún así las pestañas se notaban brillantes productos de las lágrimas que amenazaban con escaparse de sus orbes.


El peli-verde de inmediato pensó que cuando Camus despertó no sabía donde se encontraba ni quien lo había llevado, por lo mismo pronunció su nombre en tono bajo para no asustarlo más de lo que ya estaba.


—¿Camus…? —ante su llamado notó como el menor dejaba de temblar y lentamente abría los ojos.


Camus reconocía esa voz, era algo que no podía borrar de su memoria, por eso abrió sus ojos para mirar a aquella persona que de alguna manera desconocida lo tranquilizaba.


—Camus, soy Dégel mi niño…


Dégel se acercaba con suavidad, Camus cada segundo que pasaba se tranquilizaba y cambiaba de posición hasta quedar sentado de una manera más relajada en la cama.


—S-señor Dégel… —el nombrado asintió con una sonrisa.


—Así es pequeño, ¿me recuerdas? Te vi bailando ayer en la plaza, y fui a felicitarte.


—Cómo podría olvidarlo, usted fue muy amable conmigo —dijo con cierta pena.


Dégel se acercó del todo para sentarse a su lado en la cama con una sonrisa tranquila. A la luz del día el menor era aún más precioso todavía.


—¿Qué tal dormiste? —le acarició el cabello con maternal ternura.


—Yo... Supongo que bien… ¿Dónde estoy? ¿Usted sabe cómo he llegado aquí?


—Estás en mi casa, mi esposo y yo te trajimos ayer —le miró preocupado—. Camus te encontramos desmayado en la calle a horas muy altas de la noche, solo y lejos de tu familia.


Al escuchar las palabras del mayor la claridad se hizo en los recuerdos del gitano. Recordaba a Surt queriendo someterlo, a sus padres defendiéndolo y a su madre ayudándolo a escapar de un destino triste, recordaba que estaba muerto de cansancio y luego una oscura pesadez de la que no supo más nada hasta ahora. La tristeza se apoderó de su cuerpo una vez más y las ganas de llorar se le atoraban en la garganta formándole un nudo doloroso.


Bajó la cabeza ocultando su mirada opaca de Dégel, éste sentía el pesar del joven y le dolía como si fuese suyo.


—Camie, ¿qué te ocurrió, por qué estabas solo y tan lejos de tu hogar?


Camus se mordió el labio inferior y cerró los ojos con fuerza. Tenía miedo de decir lo que le había ocurrido porque también debería contar lo de su beso blanco y eso podría provocar que Dégel pensara que era un cualquiera y lo despreciaría. No, no iba a decir nada, ya lo había decidido, inventaría algo pero no iba a decir su bochornosa verdad. El peli-verde estaba siendo muy bueno con él y lo último que quería era que lo despreciara por su delito.


Lo que Camus no entendía era que él no tenía la culpa de absolutamente nada, y que la pérdida de su primer beso no lo convertía en un cualquiera. Y mucho menos que Dégel lo despreciaría si lo supiera y todo por el miedo que tradiciones y creencias tontas habían creado en su desarrollo como individuo.


—Y-yo… Escapé de mi casa, quería hacer otras cosas y no podía así que me fui para que mis padres estuviesen mejor y no tuvieran que lidiar conmigo… —cuanto dolor le causaba decir todas esas cosas, pero a su criterio era lo mejor.


Dégel escuchaba lo que Camus decía pero por alguna razón no le creía nada, pero él no era nadie para contradecir al chico. Por ahora si eso era lo que el joven quería decirle, no iba a presionarlo pero aceptaba que no le creía ni media palabra. Estaba seguro que a Camus le había pasado algo más pero comprendía que era la tercera vez que hablaban y no existía confianza del menor hacia él todavía, así que lo único que podía hacer era esperar y ayudarlo en lo más posible.


—Está bien pequeño, no llores imagino que estás triste, lo correcto sería que tuvieras el apoyo de tus padres para seguir tus metas, aunque escapar de casa no es una muy buena solución, algo pudo pasarte estando solo a esa hora.


Los elegantes dedos del heredero limpiaron las suaves mejillas de los rastros de llanto.


—Lo sé pero es lo único que pude hacer… Gracias por ayudarme señor Dégel, no deseo ser una molestia para usted y su familia. Si no es mucho pedir quisiera mi ropa de nuevo para poder seguir mi camino, no tengo con que pagarles lo que hicieron por mí, pero en un futuro espero retribuírselo —sonrió con tristeza mirando al mayor a los ojos finalmente.


Una punzada se sintió en el pecho del peli-verde al escuchar las intenciones del joven, en verdad Dégel no quería dejarlo ir, algo le decía que si lo hacía nunca iba a volver a verlo. No, no quería eso, un cariño comenzaba a emerger en su ser por Camus, y no estaba dispuesto a perder a esa gema gitana, lo quería a su lado, protegerlo, mimarlo. Amarlo como si de su hijo se tratara y lo iba a hacer.


—Camus, quizás te parecerá raro por el hecho de que no llevamos mucho de conocernos pero quiero ayudarte. Por favor quédate en esta casa, te prometo que te cuidaré y querré como a un hijo.


A pesar de una desconocida conexión que Camus sentía con Dégel no le parecía correcto quedarse ahí precisamente por el poco tiempo que tenían de tratarse. No es que desconfiara del hermoso peli-verde pero no quería ser una carga para nadie y menos para ese hombre que tan bueno y comprensivo estaba siendo con él sin saber de su vida.


—Se lo agradezco mucho señor Dégel pero en verdad no quiero causarle molestias, yo estaré bien —quiso seguir diciéndole pero Dégel le tomó ambas manos con las propias y con un rostro completamente triste le habló.


—Camus, por favor no te vayas, no tengas miedo ni desconfíes de mí, te juró que nunca te haría daño, sólo quiero cuidarte, que estés bien mi niño…


—P-pero…


—Por favor pequeño, tú no sabes lo feliz que yo sería si tú te quedas…


Camus miraba la tristeza y la desesperación de Dégel y en verdad que no entendía pero le causaba dolor pensar que el mayor estaba en ese estado por culpa suya. A él nunca le hubo interesado la riqueza o posición, él solamente deseaba una vida tranquila con sus padres y hermanos pero todo eso se había venido abajo, ya no tenía nada puesto que al escapar de un compromiso lo desterraban automáticamente del pueblo gitano. Su amada familia estaba lejos de él y no iba a permitir que se quedaran sin nada por seguirlo. Pero ahora Dégel le pedía que se quedara a su lado, le prometía cuidarlo y quererlo como a su propio hijo, ¿qué podía hacer? Estaba confundido, atemorizado y solo…


Finalmente y tras algunos segundos de silencio, asintió con muchas dudas en su mente y corazón.


—E-está bien señor Dégel, pero por favor cuando necesite que me vaya, hágamelo saber y yo lo haré.


—Nunca te pediría eso pequeño, desde ahora serás como mi hijo.


Dégel lo envolvió en un cálido abrazo y Camus con brazos temblorosos respondió el gesto con tímida lentitud. Se sentía tan bien aquel contacto como si ese fuera su lugar. Ambos encajaban con armonía, como dos partes de un mismo todo y así querían estar hasta que el tiempo se terminara en el infinito.

Notas finales:

Muchas gracias por leer, nos encontramos de nuevo por acá el próximo martes. sigan bell@s ;)


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