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Gema gitana. por darkness la reyna siniestra

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Notas del capitulo:

Muchas gracias por leer.

Capítulo XIV. “Deseo”


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La hora del desayuno transcurrió en un ambiente pesado, Dégel notó que Camus no tocó demasiado su comida y eso lo tenía preocupado.


—Bueno si esto ha sido todo por ahora, me retiro —dijo Milo sin mucha importancia levantándose de su lugar para seguidamente salir del comedor dejando a los galos solos.


Los otros dos no dijeron nada pero el mayor asintió para no ser descortés con su hijo viéndolo retirarse. Cuando Dégel sintió que el griego se hubo alejado lo suficiente, se dirigió a Camus.


—Camie, no has tocado casi nada tu comida. Si Milo te dijo o hizo algo por favor dímelo para resolverlo. Tú tienes tanto derecho como él de estar aquí, te dije que iba a protegerte y quiero hacerlo pero necesito que tú me lo permitas pequeño…


Los ojos de Camus reflejaban angustia y tristeza, él no quería ser una carga para Dégel tampoco ocasionarle peleas con su hijo. Pensaba que lo mejor que podría hacer era irse de ahí.


—N-no señor Dégel de verdad el joven Milo no me dijo ni hizo nada malo… Yo, yo creo que lo mejor es que siga mi camino. Le juro que estoy muy agradecido con usted por todo lo que ha hecho por mí pero lo último que deseo es causarle problemas a usted o a su familia. Yo sé que no encajo en su mundo y ahora ni en el mío pero a veces pasan cosas que están fuera de nuestro control y nos hacen tomar caminos desesperados…


Tenía un nudo en la garganta, intentaba hablar sin que su voz se cortara pero le estaba resultado muy difícil, tenía demasiado miedo de lo que le esperaba solo en un mundo desconocido, pero consideraba que era mejor a estar ahí sintiendo de lleno el odio de alguien a quien ni conocía.


Dégel por otra parte comenzaba a sentir la desesperación ante las palabras del joven. Una voz interior le gritaba con fuerza que no le permitiera marcharse e iba a obedecer. No podía permitir que Camus se fuera, no lo iba a dejar.


—No Camus, te lo pido no te vayas yo no podría vivir con la culpa si algo malo te pasa en la calle. ¿Mi niño no te has visto en un espejo? Cualquier ser sin alma puede atraparte y lastimarte y yo tendría la culpa por dejarte ir. No Camus no te vayas por favor…


El heredero sucumbió a la explosión de emociones revueltas que sentía en ese momento y envolvió a Camus en un fuerte abrazo. Dégel se quebró y lloró porque una enorme angustia se apoderó de su ser entero, un miedo de perder como hace mucho no experimentaba se hizo presente como un cruel déjà vu . Temblaba prisionero del pánico de pensar que podrían lastimar a ese pequeño, a ese hermoso joven que podría quizás ser su hijo.


La mente de Camus era un remolino sin tregua, estaba enormemente arrepentido de haber provocado el estado de Dégel con sus palabras, nunca creyó que reaccionara así pero le dolía comprender que la culpa fue suya.


—Señor Dégel por favor discúlpeme no quería que se sintiera mal, es sólo que… —suspiró resignado.


¿Qué podría inventar? Mentir nunca le había sido fácil y era porque no tenía necesidad de hacerlo tampoco pero era necesario ahora.


Hablaron un poco más de algunas cosas hasta que Dégel se calmó al punto de poderle decir a Camus que lo llevaría al centro para comprarle ropa y cosas necesarias para su uso personal. El gitano se apresuró a agradecer y a decirle al mayor que eso no era necesario, que él podría adaptarse a usar las prendas con las que lo encontraron, sólo debía hacer unos pequeños cambios pero obviamente Dégel no aceptó un no por respuesta así que le pidió que se preparara porque en media hora se irían.


Camus no estaba cómodo con la idea de que el heredero gastara su dinero en él, no lo creía correcto. Ahora estaba en su habitación sentado frente al espejo del tocador. Se veía en el reflejo pero no se encontraba se sentía tan diferente con esa ropa. Ese vestuario era tan extraño nunca se imaginó vistiendo de esa manera.


Al voltear a su lado derecho notó con atención una pequeña canasta, ahí pudo ver su propia ropa la que llevaba la noche anterior pero sobre todo, puso especial enfoque en la mascada de su madre ahí sobre el resto de sus cosas. Sin pensarlo dos veces se acercó a la canasta y cogió la delgada prenda de colores azules que a su amada madre siempre le gustaba llevar adornando su cabeza.


Agradecía el hecho de que se encontrara aún en esa habitación, se acercó la tela al rostro sintiendo casi de inmediato el aroma del gentil perfume que Shaina hacía con agua y algunas flores y aceites, los preciosos ojos del joven inconscientemente se humedecieron recordando a esa bella y magnífica mujer que era su progenitora.


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Dégel se preparaba para salir con Camus dentro de poco, estaba ahora en la habitación donde él y Kardia dormían. Sus pasos iban y venían de un lado al otro con un sentimiento de preocupación en el pecho, aún no entendía por qué Camus no le había querido decir que le pasaba cuando volvió de hablar con Kardia pero de lo que estaba seguro era de que haber dejado a Milo con Camie fue una terrible idea porque aunque el escritor no fuera su hijo biológico lo conocía como nadie.


De pronto la preocupación se volvió molestia al pensar que Camus podría pasar por malas situaciones ante Milo pero no sabía como hacer que el joven griego entendiera que el de cabellos turquesa no era una mala persona.


- ’ -


Por su parte Milo se dirigía a la habitación de Camus. Cuando se retiró de la mesa no se fue del todo ya que se hubo ocultado detrás de la pared que daba al pasillo para saber si Camus se atrevía a acusarlo. Para su sorpresa el gitano no dijo nada logrando con eso que él se marchara a su habitación. Pero ahora pensaba que hacerle una advertencia a ese chico no quedaba de más y por eso ahora estaba frente a su puerta tocando con algo de cautela puesto que no quería que Dégel escuchara y se diera cuenta de lo que estaba por hacer.


- ’ -


Camus se encontraba aún frente al espejo aferrado a la mascada, pero su momento se vio interrumpido por unos toques en su puerta. Pensó que se podría tratar de Dégel y por ello fue que dejó la tela encima del mueble y poniéndose de pie se dispuso a ir y abrir. Pero cuando lo hizo sus ojos zafiro se agrandaron y un inmenso miedo se apoderó de su cuerpo.


Ahí frente a él estaba Milo mirándolo con frialdad. Camus en automático retrocedió unos pasos hacia atrás lo que Milo aprovechó para entrar de prisa cerrando tras de sí la puerta.


Era obvio para el heleno que el galo no sabía que hacer y en su interior eso lo hacía sentir poderoso ante el menor. Lo veía ahí con los nervios a flor de piel, totalmente hermoso, demasiado deseable, ante sus ojos Camus parecía más que un gitano, un príncipe que le llamaba a acerarse y querer tocarlo.


—¿Tanto miedo me tienes? —empezó con la voz profunda.


Camus se estremeció al oírlo, intentaba crear aún más distancia.


—Y-yo… ¿n-necesita algo…? —preguntaba sin mirarlo, evadiendo la pregunta burlesca del otro.


La verdad del francés era que sí, le tenía un enorme pavor a Milo, de cierto modo le recordaba a Surt porque éste le ocasionaba sólo temor.


—¿De ti? —soltó sarcástico, hiriente— Ni para darme la hora me servirías —se acercaba cada vez más a Camus que retrocedió hasta que su espalda chocó contra una pared.


Los ojos del más joven se agrandaron y sus pupilas se contrajeron de la impresión y el miedo de ya no poder escapar.


—P-por favor dígame que hace aquí… —su voz suplicante sólo hizo sonreír a Milo. Le divertía ver el miedo en esos hermosos ojos.


—He venido para saber si has abierto esa linda boca que tienes —se acercó tanto a Camus que ahora lo tenía arrinconado entre él y la pared.


Camus trataba de no mirar a Milo, y volteaba su rostro en otra dirección que no fuera el atractivo rostro masculino contrario.


—Le juro que no le dije nada al señor Dégel de lo que me dijo… P-por favor no vayas a lastimarme…


Los luceros de Camus se cerraron con fuerza liberando de ese modo unas cuantas lágrimas, su cuerpo temblaba y estaba bien pegado a la superficie como si quisiese fundirse en ella. Todo esto fue notado por Milo que simplemente afiló la mirada, perdido en las largas pestañas de su pequeña víctima.


Notó un precioso colorcillo rosa natural que cubría esas aterciopeladas mejillas de porcelana, y sus labios entre abiertos tan apetecibles, como para poseerlos en un rudo beso.


—¿Y yo cómo puedo estar seguro de qué no lo hiciste o lo harás?


—¡Aah!


Camus dejó salir un leve grito de incomodidad al sentir como Milo le dijo esas palabras con la nariz rozándole el lado derecho de su fino cuello. Ahora el rosado de sus pómulos se fue tornando rojo y tibio. Y Milo pasó de tener las manos apoyadas sobre la pared a ambos lados del cuerpo del gitano, a colocarlas en la estrecha cintura ajena.


Como acto reflejo Camus separó su brazos de la superficie para poner sus manos sobre los antebrazos de su captor y tratar así de alejarlo, pero no era consciente en ese momento de que Milo era más grande y mucho más fuerte que él.


—¡S-se lo ruego, déjeme joven Milo! Le juro por mi madre que no le diré nada al señor Dégel pero por favor suélteme —sollozó con desespero y angustia al sentir que su esfuerzo no impedía que Milo le apretara más a su cuerpo y ahora le besara la piel del cuello—. P-por fa-vor… No me haga esto, no quiero… ¡Aah!


No sabía en que momento comenzó a oler su blanco cuello y término besando y lamiendo con una lujuria que nunca hubo experimentado con antelación. Ahora sus manos ya no sólo reposaban sobre la cintura del menor, sino que ya había comenzado a manosearlo, tocaba sus redondos glúteos y sus estilizadas piernas, sentía en la piel de las manos la calidez de la espalda gitana por debajo de la camisa blanca. Camus no podía hacer más que llorar y luchar con sus pocas fuerzas para tratar de separarse de Milo, pero el poeta estaba como bajo un hechizo que no le permitía comprender lo que estaba haciendo y a quien por sobretodo.


La suave piel del de cabellos turquesa era adictiva y le producía un enorme deseo de sentirla completa.


—Jo-joven M-Milo…


Camus sentía dolor al ser apretado con tanta fuerza y también podía sentir la lengua y labios de Milo recorriendo su cuello, seguía empujando pero era inútil, movía la cabeza desesperado pero el espanto lo reclamó al pensar que Milo quisiera besarlo en lo labios. No podía permitir ese contacto, con Surt tenía más que suficiente como para ahora también sumarle a ese hombre que decía odiarlo, y al parecer si lo hacía al querer dañarlo como lo estaba haciendo.


Pronto algo pareció hacer “click” en la mente de Milo al escuchar el ahogado llanto de quien estaba entre sus fuertes brazos. No entendía por qué estaba haciendo aquello, y al mover una de sus piernas descubrió con asombro que su pierna izquierda estaba entre las de un Camus tembloroso que lloraba y suplicaba que no le hiciese daño.


Milo parpadeó con el ceño fruncido y lentamente decidió soltar a Camus, el joven se deslizó hasta quedar sentado en el suelo donde con rapidez abrazó sus piernas sin dejar de llorar en silencio.


El griego se alejó de a poco para sentarse en la cama y analizar lo que estuvo a punto de hacer.


—Maldita sea… —resopló frustrado sintiendo un dolor en su parte baja, al ver lo que pasaba se dio cuenta de que su hombría estaba siendo presionada dentro de su ropa interior y pantalón.


Sus ojos se agrandaron incrédulos de que Camus lo haya puesto así, para Milo era increíble el nivel de excitación que hubo alcanzado solamente con tocar y besar un poco al otro joven.


—¿Qué mierda me hiciste? —se levantó con violencia, Camus se abrazó aún más fuerte. No entendía de lo que hablaba Milo, él no hizo nada para ponerlo así— ¡Habla maldita sea!


—Y-yo n-no hice na-da… —decía apenas con la voz temblorosa— U-usted me arrinconó y yo sólo quería que se detuviera… —sollozó.


Tenía miedo, mucho más del que hubo experimentado con Surt, y eso era porque en esta ocasión sus padres no estaban a su lado, no estaba Shaina para consolarlo, abrazarlo y decirle que todo estaría bien. Ahora estaba solo, él y el vacío que la lejanía de su familia le ocasionaba con dolorosa ausencia. Milo gruñó sin poder hacer más, saliendo de prisa de la habitación de ese gitano que sin saber como, le hizo caer en el hechizo del deseo.


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La frustración que sentía cambió de un segundo abrupto a otro sin más por una angustia inmensa, el pecho le dolió como si una estaca se hubiese alojado en el centro y su cuerpo comenzó a temblar inexplicablemente ante algo que desconocía. Dégel miraba a los alrededores de la habitación con una enorme necesidad de hincarse en el suelo y abrazarse a sí mismo. Pero un rayo de lucidez llegó a su mente y el rostro de Camus se formó sin más.


—C-Camus, Camus, ¿estás en peligro?


Con la voz temblorosa y afligida Dégel salió disparado de su recámara a la del gitano, la sensación de pavor que el joven vivía en ese momento se había reflejado en el galo mayor. Éste ahora llegaba al frente de la puerta del muchacho, tocando con algo de fuerza, asustando más a quien estaba en el interior.


—¿Camus? ¿Camus estás bien? —golpeaba mientras preguntaba con la voz ansiosa. Sentía en su piel escalofríos que erizaba cada vello sin una explicación aparente.


Camus mientras tanto se limpiaba del rostro los rastros de sus lágrimas con manos y dedos temblorosos, se puso de pie con dificultad intentando parecer lo más normal posible pero era inútil, lo sabía porque su miedo lo dominaba por completo. Aún así quería aparentar que todo estaba bien pero en la voz del mayor afuera de su habitación había algo que lo ponían todavía más nervioso. No deseaba que Dégel lo viera en ese estado porque inevitablemente tendría que decirle lo que ocurrió con Milo y eso sería como abrir la caja de Pandora.


Dégel en su desesperación por no obtener una respuesta del interior, abrió la puerta e ingresó sin pedir permiso. Lo que encontró adentro lo dejó pálido puesto que Camus estaba recargado en una pared cerca del tocador con la camisa desarreglada, ahí a unos metro frente a él negándose a mirarle. Pero a pesar de que el menor no le diera la cara Dégel podía notar como el chico luchaba por contener su llanto algo que hizo crecer sus propios temores de que algo malo estaba ocurriéndole a ese bello ser.


—S-señor D-Dégel —carraspeó tratando de sonar natural pero fracasó estrepitosamente—. Disculpe por no a-atender…


Se alejó de la pared y dio media vuelta dándole la espalda al de cabellos verdes, pero Dégel se acercó con el corazón latiendo descontrolado.


—Camus, por favor no quieras aparentar que todo está bien…


Dégel fue hasta Camus para colocar con suavidad sus manos en los pequeños hombros que se estremecieron ante el contacto. Fue ahí que el gitano no pudo seguir conteniéndose, liberando un ahogado sollozo que caló en lo más profundo del alma del mayor. El heredero abrazó al joven desde su espalda y entonces el caudal turbulento que Camus quería detener se vio libre corriendo por la suavidad de la piel de sus mejillas. Sentía tanta vergüenza de sí mismo, no comprendía por qué le pasaban ese tipo de cosas a él que no las buscaba. No quería que su integridad física fuera constantemente amenazada por tener esa apariencia que más que bendición para él era una maldición. ¿Qué acaso nadie vería su alma por sobre su rostro? ¿Nadie buscaría ser dueño de su corazón antes de poseer su cuerpo? Estaba cansado de vivir asustado, de sentirse sucio y humillado.


—Mi niño, ¿Milo te ha hecho algo verdad? —con lentitud lo giró para verlo de frente, el nombre de su hijo sólo aumentó el amargo llanto de Camus y eso fue la respuesta a su pregunta.


Podía notar por lo que Camus pudo haber pasado al ver su ropa desarreglada y ahora ver sobre la nívea piel de su cuello blanquecino, ciertas marcas que comenzaban a adquirir un tono rosáceo. La mirada violeta brilló con ira al imaginar lo que pudo haber pasado, Milo era su hijo a pesar de no haber nacido de él, lo amaba y ayudó a su formación desde que lo conoció a la tierna edad de 10 años, pero lo que hizo era inconcebible para Dégel. No pensaba dejar las cosas así, estaba decidido a ir a decirle a Milo unas cuantas cosas, le dolía su actitud y comportamiento para con Camus, no pensaba dejárselo pasar.


—En este mismo momento ese chiquillo me va a escuchar, quédate aquí Camus, te dije que iba a cuidar de ti y ahora veo que eso incluye protegerte de mi propio hijo ahora. ¡Pero no le pienso permitir que te haga ningún daño!


El francés mayor iba con toda la intención del mundo de poner a Milo en su lugar pero Camus lo detuvo tomándolo de uno de sus brazos con fuerza y desesperación.


—¡No! ¡No por favor, no se meta en problemas por mi culpa! —sollozó— Yo no valgo la pena como para que usted pelee con su hijo por favor, señor Dégel no le diga nada…


—¡Cómo quieres que deje esto así Camus, pudo haber abusado de ti qué no lo entiendes! —le gritó ya exasperado de que nunca quisiera que lo defendiera. Realmente Dégel estaba preocupado por la postura que el menor tomaba cada vez que estaba más que seguro de que le había pasado algo. Pero no entendía por que nunca decía nada, por qué prefería quedarse callado sufriendo en silencio.


Las lágrimas de impotencia y enojo salieron de las orbes violetas y el cuerpo más grande se movió sólo hasta el más pequeño para abrazarlo con fuerza.


—Yo no quiero que pelee con el joven Milo sólo por mí, no lo merezco…


—Camus, por Athena por qué dices esas cosas. ¿Qué acaso no sientes pena por ti mismo mi niño? Ni tú ni nadie merece pasar por estas cosas, yo quiero que estés aquí para que vivas tranquilo, no para que pases por esto ocasionado por mi propio hijo… Me duele que llores, que sufras pero como impedirlo si tú no me dejas. Entiende que debo hablar con Milo, él no tiene ningún derecho a ponerte un sólo dedo encima y menos a tocarte si tú no quieres…


Camus no decía nada, se sentía fatal en verdad. Él era la clase de persona que está dispuesta a sacrificar su paz y su felicidad por la de otras personas sin importar que esto le trajera alguna clase de sufrimiento. Por eso se alejó de su gente, por eso prefería vivir con miedo ante lo que Milo pudiera hacerle para que de ese modo Dégel no tuviese ningún altercado con su esposo o su hijo.


Camus era demasiado bueno pero por ello se llevaba la peor parte de todo, pero para Dégel eso no era justo y tenía que terminarse de una vez por todas.


—Camus debes entender que tendré que hablar con mi esposo sobre la horrible conducta que Milo ha tenido contigo, algo estamos haciendo mal quizás para que él tenga ese comportamiento tan impropio de él. Pero te prometo que no voy a permitir que vuelva a ocurrir, aunque me deba de convertir en tu sombra no pienso dejar que Milo vuelva a lastimarte hijo.


Volvió a acunar al menor en sus brazos, acariciando con cariño su espalda en un gesto conciliador, esa caricia hizo sentir a Camus como si estuviese en brazos de su amada madre, sentía un especial calor que le llenaba el alma y lo hacía sentir protegido y amado. Esa sensación que sólo con el ser que nos dio la vida podemos experimentar y sonrió, sonrió lleno de paz y por lo mismo rodeó la cintura de Dégel con mayor confianza, dándole al mayor la sensación de estar completo de algo que hace mucho le hacía falta.


—Déjame ayudarte a acomodar tu ropa y cabello mi niño, recuerda que te llevaré de compras para que elijas lo que quieras. ¡Ah! —exclamó al notar que el menor iba a volver a negarse— Y no acepto un no por respuesta, vamos porque vamos Camie —le sonrió retirando las lágrimas de sus mejillas.


Camus suspiró sin saber que más decir, no pudo evitar que Dégel tuviera que hablar con Milo y su esposo sobre lo que había pasado, se sentía muy nervioso con eso. Pero sin duda alguna la compañía de ese precioso hombre de cabellos verdes le daba fuerzas y un valor que no sabía que podía tener. Por eso Camus pensaba que quería ser fuerte emocionalmente para poder defenderse y valorarse un poco puesto que el que otros lo valoraran por sus sentimientos debía empezar por él mismo para que los demás a su alrededor también lo hicieran y no lo trataran como un simple muñeco al que podían acceder sin importarles su opinión. No eso tenía que cambiar y aunque sabía bien que iba a llevarle tiempo estaba más que dispuesto a conseguirlo.


Dégel le pidió que se sentara en el taburete cuadrado frente al espejo, para poder comenzar a cepillar su largo cabello dejándole gruesos mechones cubriendo la piel de su cuello donde habían marcas, negó con un enorme sentir de molestia en contra de Milo al notar como la tonalidad de las mismas era más visible, pero Kardia iba a enterarse. No podía dejar ese hecho como si no se tratara de nada.


Tardaron algunos minutos más en estar ambos listos y a los 20 minutos salieron de la casa con dirección a un auto que ya los esperaba afuera con las indicaciones correspondientes. Los galos entraron y partieron por fin al centro, desde la ventana del segundo piso que daba a la entrada de la casona. Milo veía marchar el auto con su padre y el gitano.


El escritor recordaba una vez más lo ocurrido con Camus, la suavidad de su piel y el sonido de su suave voz en aquella situación le hacía crecer en su interior un inexplicable deseo de sentirlo, de estar a su lado. Era algo extraño pero a pesar de todo él quería convencerse de que se trataba sólo de eso, de bajo y vulgar deseo…


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