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Gema gitana. por darkness la reyna siniestra

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Notas del capitulo:

Muchas gracias por leer

Capítulo XVI. “Piedad”


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Los dedos tamborileaban sobre la mesa donde su brazo izquierdo detenía su rostro taciturno. Durante la mañana se mantuvo preocupado ya que sabía que inevitablemente su hijo, su esposo y el muchacho gitano que llevara a su hogar la noche anterior, tendrían que convivir en algún momento y ese sin duda sería a la hora de la comida. Por eso fue que llamó a casa deseando saber como estaba todo, Dégel no se escuchó abatido pero si apurado. Le explicó que dejó a los dos menores solos en un mismo espacio y eso le preocupaba, por ello no pudieron hablar más y un te amo fue la despedida a su llamada telefónica.


Otro médico, un hombre de 28 años compañero suyo llegó a la cafetería mirándolo perdido en sus pensamientos sentado a una mesa al fondo del amplio espacio, con los azules ojos fijos en el exterior de la ventana, el otro se acercó para entablar una conversación con su colega y saber así si podía ayudarlo de algún modo pues el mayor lucía abatido.


—Kardia, parece que el exterior es muy interesante —le sonrió, llevaba dos vasos de café en cada mano, le tendió uno al nombrado que salió de su trance para mirarlo y agradecer el gesto con una sonrisa apagada.


—Saga…, me has tomado por sorpresa, te agradezco por el café.


—Te vi salir a tomar tu descanso y mira a donde vine a encontrarte —tomó asiento frente al otro.


—¿Pensaste que iría a la sala de descanso? —Saga asintió— Lo pensé pero el bullicio de las enfermeras no me dejaba pensar y vine aquí, está bastante tranquilo.


—Eso veo —dio una leve mirada al entorno—, te noto preocupado. ¿Pasa algo?


Kardia suspiró profundamente antes de responder un tanto acongojado.


—Verás, tengo un nuevo inquilino en casa y… Mi hijo no lo acepta.


Las cejas de Saga se fruncieron con extrañeza.


—¿Milo? ¿Le has contado sobre eso por teléfono? —preguntó, él sabía que el hijo de su amigo era un reconocido escritor que se encontraba actualmente en España.


—No, él volvió ayer. Parece que le fue muy bien con sus obras y regresó antes.


—Comprendo pero, ¿por qué dices que no está de acuerdo con tu inquilino?


Kardia con pesar le contó a Saga lo que ocurrió el día anterior sin omitir detalle alguno.


El mayor tenía bastante confianza en el más joven. Saga de nacionalidad griega llevaba cerca de diez meses en ese hospital, estudió en Atenas Grecia, para luego desempeñarse por un año e Pirineos, España de donde fue transferido ahora a París, Francia prestando sus servicios en ese hospital privado.


Kardia fue el encargado de explicarle y mostrarle lo necesario y desde ese tiempo se volvieron cercanos al compartir nacionalidad y varios turnos a la semana.


Por ello era que Kardia se abría a contarle al joven sus angustias y Saga escuchaba con atención.


—¿Pero hay un motivo claro por el qué tu hijo no quiera en casa a ese muchacho, o es sólo capricho suyo?


—En verdad yo creo que es sólo su capricho pero me preocupa que esto afecte a mi esposo —expresó llevándose la mano que antes sostuviera su cabeza, ahora a sus cabellos con desesperación.


—¿Por lo de su cuadro depresivo? —Kardia asintió afirmativamente— Tu hijo debe dejar de pensar en sí mismo y pensar en los demás, si sabe por lo que Dégel ha pasado tendría que ser más considerado con él, además no me parece correcto que desprecie a alguien sin darse la oportunidad de tratarlo porque quizás se pierda de conocer a quien pueda tener mucho en común con él.


—Ya se lo hemos dicho pero eso parece enojarlo más. Saga, yo no quiero que Dégel esté triste, ha sido muy fuerte en sobrellevar la pena de que su padre le arrebatara a su hijo recién nacido. No digo que sea del todo sano que quiera reflejar a ese bebé en Camus pero si eso le da tranquilidad yo no soy nadie para negársela. Lo amo y lo que yo más quiero es que él esté bien, por eso hago lo que él quiera, cumplo sus deseos hasta el más mínimo, porque amo verlo sonreír...


—Eres un buen hombre, Kardia —le sonrió con melancolía—, ojalá yo también hubiera podido hacer feliz a quien me entregó su amor sin reservas —se lamentó con un brillo de pena en sus verdes ojos.


Kardia notó la tristeza de Saga y quiso animarlo.


—No digas eso, no fue que tú no quisieras hacerlo feliz. Era necesario o él no hubiese podido seguir con su vida. Hasta donde me contaste ahora es muy reconocido, ¿no?


—Lo sé... Si me hubiera quedado a su lado él no hubiera podido cumplir su sueño, ahora lo ha conseguido aunque bajo un seudónimo para ser nombrado, me alegra mucho que haya logrado tanto… —suspiró pesado.


—Su padre fue un egoísta al hacer que tuviera que elegir entre él y tú. Ustedes no tenían por qué pagar que ese hombre y tu padre están enemistados.


—Pero si tan sólo hubiera tenido algo que ofrecer... En el tiempo que estuve en Pirineos comenzaba mi carrera, ni yo sabía a donde tendría que ir y no podía arriesgar a mi amado a pesar por penurias. En cambio él teniendo el apoyo de su padre, podría cumplir sus sueños. Antes de dormir me pregunto sí lo hubiera logrado de haberme seguido a mí. Abandonar sus anhelos para seguir los míos es algo que no iba a permitir, no deseaba ser egoísta con él porque no lo merecía, lo amaba y aún lo hago pero estoy seguro de que a estas alturas me odia por abandonarlo sin despedirme siquiera…


—No seas tan duro contigo mismo Saga, estoy seguro que cuando menos lo esperes, volverán a encontrarse y se dirán todo lo que el egoísmo de su padre no les permitió en su momento.


—Qué Zeus te escuche amigo...


Los dos de algún modo se sintieron más ligeros al aminorar sus pesares con el contrario, terminaron su café entre palabras de aliento y consejos que agradecían en verdad.


- ’ -


Dégel y Camus por fin llegaban al centro de la ciudad, donde habían tiendas de ropa, zapatos y demás hasta donde alcanzaba la vista. Era la primera vez que Camus visitaba esos sitios, se sentía de cierto modo incómodo, pensaba que las personas lo miraban mal pero en parte no todo lo que sentía era falso, muchas miradas de hombres y mujeres lo enfocaban pero no por juzgarlo, sino por su impresionante belleza masculina. Las personas admiradas volteaban para ver su hermosa faz pero Camus confundía esto con miradas de rareza o similares pero era la costumbre de que a su gente se le mirara mal de buenas a primeras. Por eso se pegó a Dégel con timidez.


—¿Pasa algo, mi niño? —le preguntó el mayor con ternura, abrazándole con un brazo.


—E-es que las personas me miran —respondió quedito con la mirada en el suelo—. Quizás saben que soy gitano —especuló con miedo.


El de cabellera verde apretó más a Camus contra él, y miró a los alrededores. Sonrió al darse cuenta de lo que ocurría en verdad.


—No, mi pequeño, la gente no sabe de tu origen ni te juzga por ello, lo que pasa es que te miran por lo hermoso que eres —rió deteniendo su andar con el joven aún abrazado.


Camus alzó la mirada para ver a Dégel que le sonreía con ternura. Dejó de verle para ver alrededor dándose cuenta que también quienes los veían sonreían y parecían emocionados con ellos. Incluso un precioso pequeñito de quizás 6 o 7 años de cabellos y ojos verdes se le acercó tímidamente con una bonita flor azul en las manitas.


Camus al ver a la criaturita a su lado le sonrió y se agachó para estar a su altura.


—Ten —dijo la inocente voz tendiéndole la flor.


Camus tomó el obsequio con una sonrisa cariñosa.


—¿Y esto? —le acarició el cabello al niño.


—Es que es bonita, como tú… —las pequeñas manos aplaudieron con alegría, Camus se sonrojó al ser considerado bonito por ese hermoso niño y agradeció muy contento.


—Muchas gracias, tú eres precioso —le dijo y el menor sonrió feliz, él por otro lado se irguió al escuchar una angustiada voz.


—¡Shun! ¡Shun! —gritaba un joven de cabellos y ojos azules bastante apuesto para los posibles 16 años que aparentaba.


—¡Hermano! —saltaba el niño que le regalara la flor, el muchacho al verlo se acercó de prisa a donde Dégel y Camus estaban con él.


—¡Shun, por Kami no vuelvas a alejarte así!


El joven tomó al niño en sus brazos y lo abrazó con alivio.


—¡Ikki, él es bonito! —señaló contento a un apenado Camus.


Fue entonces que Ikki se dio cuenta que su hermanito no estaba solo. Al ver a los galos se quedó impresionado pues ambos eran realmente bellos.


—Y-yo, lamento las molestias que pudo causarles mi hermano Shun —se disculpó un tanto apenado—, se nos ha escapado mientras le comprábamos zapatos.


—No se apene joven, en verdad es un niño muy inteligente, no se alejó demasiado menos mal —le sonrió Dégel, Camus asintió.


—Gracias por entretenerlo, despídete Shun, papá y mamá nos están esperando.


La manita derecha del menor se sacudió con energía, Ikki volvió a agradecer y se marchó con el risueño niño en brazos con dirección a un almacén donde los que quizás eran los padres les esperaban con una sonrisa.


—Lo vez Camie, las personas te miran con admiración, no con desprecio mi niño, ven vamos a comprar todo lo que necesitas. Nos divertiremos mucho.


Tomó a Camus de la mano y se lo llevó sin esperar contestación, a una de las tiendas más grandes de ropa del lugar, dispuesto a comprar media tienda si Camus así lo quería. Aunque claro está que el joven no iba a aceptar eso pero Dégel parecía tan feliz y emocionado que lo último que quería era hacerlo sentir mal de alguna manera.


- ’ -


En la residencia de los Escorpio-Acuario, Milo intentaba dormir un poco para recuperar las horas perdidas en la madrugada pero era inútil, a pesar de sentirse cansado no lograba conciliar el sueño. Los recuerdos de los hechos de hace poco le daban vuelta en la cabeza. En verdad que se sentía atormentado por el hecho de no saber que le ocurrió al estar con el gitano. Él sólo quería asustarlo un poco, divertirse con su terror pero su blanca piel lo hipnotizó llamando a sus labios a probarla y lo hizo.


Ahora no podía sacarse a Camus de la cabeza, deseaba volver a tocarlo, a sentirlo pero de una manera totalmente diferente. Deseaba sentir a Camus entre sus brazos pero con suavidad y sin sentir al hermoso joven temblar de miedo. Comenzaba a sentir algo por el menor y eso, eso lo estaba enojando más todavía.


—No, yo dije que no iba a caer como el resto de la gente ante ese chico. ¡Me niego! —exclamó exasperado levantándose de prisa de la cama con notable enfado.


Caminaba por la habitación como león enjaulado hasta que el llamado de su puerta lo hizo parar.


—¿Quién? —preguntó intentando calmarse.


—Soy yo, Dariella joven Milo —escuchó desde afuera, hizo una mueca de molestia no tenía ánimos de ver ni escuchar a nadie—, disculpe que lo moleste pero hay un joven al teléfono que ha pedido hablar con usted.


Los ojos de Milo se agrandaron y de prisa fue a la puerta asustando a Ella en el proceso pues no se esperaba que el muchacho abriera de golpe.


—¿Te ha dicho su nombre? —cuestionó afuera de la habitación.


—No quiso, simplemente dijo que usted ya sabía de quien se trataba —comentó la mujer, Milo asintió.


—Contestaré desde el teléfono del estudio, gracias Ella —dijo para retirarse al lugar mencionado.


Dariella alzó los hombros con calma, cerró la puerta de la pieza y decidió volver a sus ocupaciones


- ’ -


Abrió la puerta de prisa cerrando después asegurándose de que nadie llegará a importunarlo. Se acercó al escritorio para tomar el teléfono en su mano derecha llevando el auricular a su oreja.


—¿Aló? —dijo para empezar.


—Vaya, hasta que te dignas a contestarme —respondió la voz española del otro lado con tintes de aburrimiento.


—Sabes que no paso pegado al teléfono, cariño —pronunció remarcando la última palabra con estrés—. ¿Ya tienes todo listo para venir?


—Sí amor —siguió la corriente del otro—, ya he arreglado lo necesario para poder tomarme unas merecidas vacaciones.


—Me alegra saberlo, ¿sabes? Ya quiero que estés aquí, necesito hacerte mío estoy demasiado frustrado. Un sólo día de haber vuelto y ya quiero largarme de nuevo.


—¿Y eso? —cuestionó extrañado— ¿No eras tú el que se moría por volver a casa?


—Pues sí, pero nunca pensé que estaría viviendo lo que ahora.


Milo le contó a Shura los hechos desde el día anterior, claro que omitiendo el hecho de que casi abusa del protegido de Dégel. Explicó a su novio lo ocurrido de principio a fin y Shura no supo que decirle al respecto.


—¿No crees qué estás exagerando? Quizás no es lo que tú crees y estás juzgando a ese pobre chico antes del tiempo Milo. A ti no te gustaría que te despreciaran sin conocerte, ¿verdad? Mejor deberías agradecer no estar en la situación de ese chaval tratando de ser amable con él.


Milo entornó los ojos con fastidio, se arrepintió de haberle contado al español su situación, ya era malo tener que recibir reclamos y sermones de sus padres para también escucharlos de su novio.


—Bueno, bueno basta ya. Mejor hablemos de otra cosa.


—Vale…


Ambos hablaron por largo rato por teléfono, quien los escuchara pensaría al instante que se trataba de una relación de amigos con derecho ya que entre los dos no había ni una pizca de romance. Y era verdad, ellos no eran algo como una pareja de enamorados, sino más bien dos amigos que se bajaban la calentura con el contrario, se tenían bastante confianza sí, pero no es que se amaran ni mucho menos en especial de parte de Shura.


El joven de 22 años y nacionalidad española era un reconocido novelista de escritos homoeróticos, su padre que es un hombre muy influyente lo había ayudado a cumplir su sueño de hacer lo que más le apasionaba y además vivir de ello. Claro que a un precio que el apuesto chico consideró demasiado alto. Fue meses atrás que sentía que el mundo se le acababa, pues el único hombre que había amado en su vida se fue sin despedirse siquiera de él, dejándolo solo.


Meses después en la editorial para la que escribe, conoció a Milo de Escorpio. Ambos se agradaron de primera vista y en dos meses empezó su acercamiento. Conforme el tiempo pasaba, Shura se fue abriendo un poco más a su nuevo amigo que al ver la siempre seria expresión de su rostro, indagó en su pasado logrando así que le contara sus pesares. Para ese entonces Milo sentía una fuerte atracción por el sensual español y se lo hizo saber, Shura fue claro y le explicó que no podía ni deseaba una relación, a lo que Milo le dijo que no lo sería y que lo viera más como un desahogo en el que los dos saldrían ganando.


Pasaron en ese tira y afloja de sí o no por dos meses más hasta que en una noche donde celebraban que Shura publicaría una nueva novela, ambos bastante ebrios para no desear mover un músculo, pero lo suficientemente sobrios para recordar su nombre, se entregaron al calor del deseo por llenar el vacío del pecho —en el caso del de cabellos negros—, y de poseer una piel de alabastro atractiva y deliciosa —en el caso del griego—. Dedicándose a la ardiente danza que muchas veces Shura describiera en sus libros, pero ahora escribía con su propio cuerpo en las sábanas de la habitación de Milo en ese apartamento pagado por la editorial en la que trabajaban.


Desde esa noche acordaron estar juntos aunque no se amaran, sólo como una salida y una excusa triste para darse y recibir placer sin ataduras emocionales que no tenían ni iban a tener.


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—¿Para qué me buscabas? —se escuchaba impaciencia y hastío en la voz del muchacho recién llegado.


El que estaba sentado a orillas del cristalino lago respondió sin molestarse en verlo siquiera.


—¿Qué no es obvio? —respondió en tono seco— Tenemos que trazar un plan para encontrar al estúpido de Camus. ¿Lo quieres para ti, no?


—Vaya, pensé que lo habías olvidado —sonrió de lado—, ¿a dónde crees qué haya ido?


—Eso es lo que debemos averiguar, Surt querido —se puso de pie con lentitud y elegancia para encarar al pelirrojo.


—Si me has llamado aquí algo debes tener pensado ya, ¿o me equivoco, Afrodita? —se cruzó de brazos.


—No, no te equivocas, Misty nos ayudará —sonrió.


—¿Tu hermano menor? —alzó la ceja inseguro— ¿No es peligroso?


—Para nada, él es de confianza no dirá nada. Irá a buscar a ese niñato y cuando lo encuentre nos llevará a él, ahí entras tú. Deberás llevártelo lejos donde nadie lo vuelva a ver.


—En verdad que le odias —sonrió malignamente.


—Por supuesto, ese chiquillo me debe demasiado, más de lo que crees… —susurró con rencor.


Afrodita odiaba a Camus por un motivo callado, uno que disfrazó de envidia de la mala y deseos de superarle en todo, pero que no logró frustrándolo cada vez más.


—¿Cuando comenzará Misty con su búsqueda?


—Ahora mismo está en eso, ya verás que mi hermano logrará dar con él, no puede haber ido muy lejos a estas alturas —rió—, ya verás que lo vamos a encontrar, ten listo lo que puedas necesitar y no olvides que no puedes retroceder, tus padres, esta gente y todo lo que conoces quedará atrás una vez que tengas a Camus en tu poder.


—No me importa esta gente, mientras tenga a ese príncipe a mi lado no me importa nada más que saberlo mío.


—Claro…


Los negros corazones de ambos latían al recordar a la gema gitana, cada uno por motivos distintos, pero en el silencio de sus propios vacíos.


- ’ -


Eran cerca de las tres de la tarde cuando el auto en el que Dégel y Camus salieron volvía al fin, algunos empleados de la residencia salieron a ayudar al heredero y a su protegido con las compras que cabe decir eran muchas. Camus se encontraba bastante preocupado ya que Dégel no escatimó en gastos para llevarlo de tienda en tienda feliz de la vida, de donde muchas bolsas y cajas eran llevadas al auto por el pobre chófer.


El de cabellos verdes lo hizo probarse mil y un cosas y cuando le preguntaba si algo le gustaba y él respondía que era bonito, Dégel anunciaba que era suyo. Camus no sabía donde meterse, la incomodidad de todo eso lo estaba matando de culpa, él no deseaba acabar con la economía del galo mayor.


Muchas veces le dijo que era demasiado, que con un par de camisas, pantalones y un par de zapatos tenía más que suficiente pero Dégel se negó a complacerlo y por eso ahora Ella también ayudaba guardando su nueva ropa en los diferentes muebles que yacían en la habitación que le fue asignada.


—Ahora tienes mucho de donde elegir mi niño, ¿no te sientes feliz? —Dégel le abrazó con una cariñosa sonrisa.


—Y-yo… —en verdad pensaba que era demasiado— todo es muy lindo y eso pero yo no deseo que haga gastos innecesarios por mi causa. Aunque le estoy infinitamente agradecido… mmh… —retorcía sus dedos y manos completamente nervioso sin saber que más decir.


Para su fortuna Dégel entendía lo que el joven quería expresar, le parecía que Camus era muy noble al querer hacerle entender que no necesitaba nada más que lo más esencial y de hecho lo creía al conocer el estilo de vida que tenía y en el que creció. Aún así él deseaba consentirlo, llenarlo de regalos y de afecto porque en su corazón era lo que sentía que debía hacer y gustosamente lo haría.


—Camie, yo sé bien que eres un joven noble y honrado —le dijo mirándolo de frente—, sé bien que tu forma de vida te permite vivir con lo necesario y en verdad te admiro mucho por eso, pero yo quiero darte todo esto y más porque te lo mereces mi niño, eres un alma pura que merece ser amaba y protegida y si tú me lo permites, deseo ser yo quien lo haga —depositó un beso en la frente del más bajo, Camus respondió abrazando a Dégel, acto que sin duda le sorprendió pero que lo llenó de dicha envolviendo a Camus en sus brazos, sintiendo el bello rostro reposando en su pecho.


Era una sensación hermosa que lo remontó a cuando por primera y única vez, recostó a su angelito recién nacido sobre su pecho, sintiendo esta vez que podía protegerlo.


- ’ -


Las horas pasaron, Dégel dejó a Camus en su habitación mientras que él bajaba al primer piso. Pensaba en visitar la empresa de su padre pero al notar que era tarde dejó la idea de lado y prefirió llevar a Camus a comer algo. Ahora eran ya las cinco de la tarde, y Kardia le dijo por teléfono en la mañana que llegaría a esa hora por el cambio de turno. Por eso Dégel bastante nervioso iba con la intención de esperar a su esposo en la sala de estar para hablar con él sobre el comportamiento de Milo con Camus.


Sentía que era muy egoísta de su parte atosigar al griego acabando de llegar del trabajo pero era un tema muy importante que no podía esperar demasiado. Milo por su lado estaba en su habitación dando vueltas en la cama sin imaginar lo que le esperaba.


Aproximadamente a las cinco con diez minutos el médico llegaba en su auto, Dégel quiso esperar a que entrara para que fueran a hablar al estudio.


Kardia ingresó a su hogar siendo recibido por su hermoso esposo, éste lo abrazó y lo besó con amor en los labios, el griego rodeó la delgada cintura y le sonrió al separase pero la cara de angustia de su amado lo puso en alerta.


—Mi príncipe, ¿pasa algo? Te noto intranquilo…


—Kardia, necesitamos hablar…


la expresión triste del de cabellos verdes no daba paz al de mirada azul.


—Claro, claro —concedió asustado también.


—Ven, vamos al estudio —le tomó la mano para llevarlo al lugar señalado, Kardia no opuso resistencia y siguió a su pareja.


Al llegar entraron, Dégel cerró la puerta con seguro y comenzó:


—Mi amor, discúlpame por causarte molestias apenas has llegado del hospital pero es necesario que lo sepas para que me ayudes —los ojos violeta comenzaban a llenarse de lágrimas, Dégel en verdad estaba muy afectado.


Kardia se preocupó aún más al ver el creciente temblor en el cuerpo de su pareja, a quien fue a abrazar para tratar de calmarlo.


—Mi vida, ¿qué fue? Dime que te ha puesto así —lo apretó más contra su cuerpo, y Dégel sollozó.


—Milo, Kardia, Milo está muy raro, él ya no es el mismo que se fue de aquí hace un año y medio… —expresó con la voz abatida.


—¿Por qué dices eso, qué ha pasado? —se separó para ver los húmedos ojos del heredero.


—Milo… M-Milo irrumpió en la habitación de Camus cuando se preparaba para que saliéramos. En un momento dado sentí una opresión en el pecho y un miedo espantoso Kardia… sólo pude pensar en Camus y cuando llegué a su pieza él… —Dégel no pudo contenerse y rompió en llanto.


Todo eso le estaba afectando mucho más de lo que Kardia se esperó, pero no pensó que su propio hijo fuera a colaborar en el terrible daño que Dégel estaba sufriendo.


—¡Mi vida, dime qué pasó! ¿Camus está bien?


Ambos se sentaron en un diván para que el más bajo se tranquilizara y pudiera terminar.


—S-sí… pero lo hubieses visto, sus ojos, tenía tanto miedo Kardia, sus ropas estaban desordenadas, lloraba abrazándose a sí mismo y en la piel de su cuello se notaban marcas de chupones y mordidas. Le pregunté si Milo había sido el causante pero él sólo lloró más fuerte sin querer decirme la verdad para no ocasionar problemas con Milo o contigo… —se limpió un poco el llanto del rostro para ver al mayor— Ese niño no se merece eso Kardia, yo no he podido encarar a Milo porque él me pidió no hacerlo, pero esto no puede quedarse así, pudo haber abusado de Camus.


—No… —dijo por fin el médico separándose de Dégel con suavidad pero con mucha furia en la voz— Mi amor, por favor perdóname por no haber podido hacer nada pero en este momento voy a arreglar esto. Milo ha cambiado para mal, yo mismo lo noté ayer que hablé con él, pero en este momento me va a conocer, el que no quiera que ese muchacho esté aquí no le da ningún maldito derecho de hacerle eso.


En ese momento Kardia salió del estudio dejando a Dégel solo aún temblando, se paró de prisa para ir tras su esposo pues si bien deseaba que Kardia lo ayudara a reprender a Milo, tampoco deseaba que lo golpeara o algo por el estilo porque eso podría ser peor. Por eso pensó que lo mejor era ir y evitar un mal enfrentamiento de padre e hijo.


- ’ -


Camus estaba sentado en el marco de la ventana de su pieza, miraba morir la tarde con las piernas abrazadas a su pecho, recordando a su adorada familia, los extrañaba bastante. Su tranquilidad era apacible al menos hasta ese momento pues comenzó a escuchar un par de voces que venían por las escaleras al parecer alteradas. Involuntariamente comenzó a temblar al pensar que el esposo del señor Dégel ya había llegado y estarían discutiendo por su causa. Nada más lejos de la realidad, Kardia en efecto estaba molesto pero no con el heredero ni con él, sino con Milo y su descaro.


Tenía miedo de lo que su debilidad estaba ocasionando, se bajó del borde de la ventana para encaminarse con sigilo a la puerta abriendo sólo un poco, lo suficiente para asomar un ojo y ver lo que pasaba. Vio a un hombre de cabellera azul bastante larga y alborotada, alto y fornido, muy parecido al joven Milo. Éste se detenía frente a una puerta al fondo de un pasillo, tras ese hombre a unos metro Dégel que se veía asustado y nervioso.


—¡Milo! ¡Abre esta puerta ahora mismo! —rugió el de cabello azul al mismo tiempo que golpeaba la superficie con energía y exigencia. Logrando que los ojos del gitano se humedecieran de miedo, cerrando su propia puerta y arrodillándose junto a ella.


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Milo escuchaba la voz de su padre, conocía lo suficiente a ese hombre como para comprender que estaba fúrico, se levantó de la cama con rapidez y el miedo le heló la sangre al pensar que quizás Camus le terminó diciendo a Dégel lo ocurrido en su habitación, y éste le dijo a su progenitor.


—Maldito gitano, seguramente abrió la boca… —susurró para sí lleno de furia.


—¡Milo! —volvió a escuchar con nuevos golpes en la madera. Lo mejor sería abrir antes de que el mayor tirara su puerta.


El escritor abrió por fin y Kardia entró como un toro a la pieza.


—¡Milo, no sé qué diablos está pasando contigo pero no pienso permitir que te conviertas en un maldito abusador! —le gritó tomándolo de los brazos con furia. Dégel se quedó afuera de la habitación con las manos juntas sobre su pecho.


Sentía mucha pena por lo que estaba sucediendo pero era necesario para que Milo no volviera a faltarle el respeto ni a Camus ni a nadie más.


—¿¡De qué rayos estás hablando!? —expresó intentando salir de la situación y del agarré de Kardia.


—¡No se te ocurra mentirme Milo, soy tu padre! Quizás ese muchacho no quiso delatarte por miedo pero ni a Dégel ni a mí nos engañas. ¡Quién más podría haberlo atacado si sólo tú, Dégel y las empleadas estaban en esta casa!


—¡Yo no le he hecho nada a ese estúpido! —vociferaba con enfado.


—¡Ahora verás que no debes mentir y mucho menos abusar de la debilidad de otro! —Kardia arrojó a Milo bocabajo a la cama con fuerza, se zafó el cinturón del pantalón con la intención de castigar la osadía de su hijo, lo que hizo fue algo demasiado bajo a su criterio y no iba a dejarlo impune.


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Camus seguía escuchando el alboroto ya con las lágrimas corriendo por sus mejillas, escuchó todo lo que Kardia le gritó a Milo así como las repuestas de éste, los sollozos tampoco se hicieron esperar y con un pavor inmenso salió de su habitación, yendo de prisa hasta donde se escuchaban los gritos de los dos griegos.


El bullicio era tal que Ella y algunas otras empleadas miraban al segundo piso preguntándose que podría estar pasando entre padre e hijo sin imaginar lo que hubo desatado tal discusión.


Milo miraba a Kardia por sobre el hombro con los ojos bien abiertos, recordaba que una tan sola vez en su vida Kardia lo castigó de esa manera, no podía creer que iba a volver a recibir un golpe de su padre, en su interior el odio a Camus empezaba a crecer más que antes, culpándolo en su mente por lo que iba a ocurrir ahora.


Dégel se mantenía abrazado a sí mismo con los ojos cerrados lamentando a lo que llegó todo aquello, sin notar que Camus pasara veloz a un lado suyo para detenerse afligido en el marco de la puerta abierta de la pieza de Milo. Vio lo que estaba por ocurrir y sus ojos se agrandaron tremendamente aterrados. No deseaba que eso ocurriera, no era quien disfrutara con el dolor ajeno y por ello iba a evitar esa violencia.


Cuando el galo mayor volteó a la pieza de su hijo, alcanzó a ver a su niño entrando al sitio tan rápido que no pudo evitarlo.


—Camus… —susurró sin comprender en que momento hubo llegado y el por qué hizo aquello.


Kardia con precisión dobló el cinturón en dos y estaba dispuesto a dar el primer azote con fuerza sobre la espalda de Milo pero sin saber como o en que momento, una cabellera turquesa pasó rauda a su lado. Milo por su parte sintió como en cuestión de segundos un lado de su cama se hundía un poco para luego sentir un ligero peso sobre su cuerpo seguido del sonido de un fuerte impacto contra algo y al final, un quejido ahogado cerca de su oreja derecha.


—N-no… p-por favor… no golpee al joven M-Milo…


Esa voz con tintes de dolor, Milo la reconoció al instante. ¿Pero cómo y por qué lo había defendido? Milo se quedó con los ojos muy abiertos en su sitio escuchando una exclamación ahogada de su padre seguido del sonido de la hebilla del cinturón chocando con la alfombra y el grito incrédulo de Dégel detrás.


—¡Camus! ¡Mi niño, por los dioses!


Camus se levantó con lentitud, el golpe en su espalda le ardía. Ese era sin duda el primer golpe que recibía en su joven vida y lo sintió demasiado fuerte.


—¡Joven Camus, por favor perdóneme! —Kardia lo ayudó a separase un poco de Milo para dejarlo sentado a la orilla de la cama.


La culpa por haber golpeado al gitano tenía al médico muy nervioso. Milo por su parte se dio la vuelta para sentarse apoyado al respaldar de su cama mirando con los ojos bien abiertos y el pulso acelerado a Camus quien parecía bastante dolido. Y no era para menos, Kardia era un hombre bastante fuerte y con toda la furia que cargaba en ese momento era más que seguro que ese golpe iba con toda su fuerza en su contra. Pero fue Camus quien lo recibió de lleno en su lugar.


Dégel llegó a abrazar al de cabellos turquesa pero con cuidado de no lastimar la zona golpeada.


—¿Por qué lo hiciste, mi niño? —le preguntó el francés en un lastimero susurró.


—Por favor… no lastime así al joven Milo por mi culpa… —pidió a Kardia con la mirada suplicante, el griego mayor tragó grueso al ver la pureza en esos ojos de azul noche.


Pero la cólera volvió a él al notar las marcas en el blanco cuello del menor, todo el movimiento hizo que los mechones de su cabello que cubrían aquello, se apartaran mostrando leves moretones rojizos que parecían resaltar más por la blancura de la zona donde estaban.


—Pequeño, pero mira nada más lo que te ha hecho este inconsciente —le dijo hincándose a su altura, acariciando la mejilla izquierda como excusa para ver de cerca las marcas.


Camus al notar lo que Kardia veía con mirada apesadumbrada, tomó un largo y grueso mechón de pelo y lo puso como una especie de bufanda ocultando su cuello.


—Le pido que no lo castigue, por favor —sollozó sintiéndose culpable por lo que estaba por ocurrirle al joven escritor quien aún no decía ni una palabra, con su flequillo cubriendo sus ojos.


—Milo tiene que ser castigado muchacho, lo que te hizo no se le hace a nadie y menos a quien es por mucho más humano que él. Imagino que te amenazó para que no dijeras nada pero ni Dégel ni yo somos estúpidos —concluyó lo último con enojo mirando a su hijo de soslayo.


Milo sintió una sensación extraña, era culpa porque a juzgar por lo que dijo Kardia, Camus no les dijo nada en ningún momento. Pensando un poco llegó a la conclusión de que Dégel tuvo que haberlo encontrado en un ataque de nervios o algo, recordaba que después de lo que pasó en la pieza del joven, éste quedó bastante afectado cuando lo dejó.


—Yo…yo lo disculpo por todo, por favor señor no lo golpee…


Algo dentro de los tres mayores se dejaba sentir, en Dégel era sorpresa, en Kardia admiración y en Milo arrepentimiento.


—Está bien joven muchacho, no voy a golpearlo, estoy seguro que ahora este malcriado no tendrá un peor castigo que ser disculpado por su víctima. Tal vez debería de aprender de usted a que el dinero o una posición no dan fuerza ni poder. Y que quien crece en valores tiene la mayor riqueza en sus manos —las palabras de Kardia aliviaron a Camus pues consiguió que el médico no lastimara a Milo—. Vamos pequeño, hay que curar ese golpe.


Kardia le regaló una sonrisa apenada y Dégel le ayudó a levantarse para que fueran a su habitación y pudiesen colocarle un antiinflamatorio para el golpe que sin duda se marcaría muy bien en su blanca piel. Los tres dejaron solo a Milo ahí sentado en su cama con la mirada en el piso, pensando o más bien debatiéndose entre sentir gratitud por Camus u odiarlo más de lo que fuera capaz.


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