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Entre príncipes por BocaDeSerpiente

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Notas del fanfic:

Género: Romance/Hurt/Comfort.

Claves: Drarry soft. Segundo de una serie de relatos inspirados en distintas culturas.

Extensión: Dos capítulos.

Disclaimer: Lo que reconozcan, no me pertenece. Este es un escrito sin fines de lucro.

La multitud lo aclamaba; no es que fuese una sorpresa, o un suceso inusual que necesitase ser mencionado. A decir verdad, siempre lo aclamaban. La adoración por el príncipe Harry era tal que se decía que el sol se había abierto paso entre las nubes, para iluminar los nueve mundos, en el momento preciso en que nació.

A Draco le resultaba ridículo. Cuando estaba en uno de los rincones de la sala más grande del palacio, aturdido por el bullicio de los gritos y la música, y las copas que eran arrojadas y se destruían al impactar con tanta fuerza, aún más.

Para empezar, Harry podía ser el mejor de su clase de combate y comandante de las fuerzas del reino desde hace más de un milenio, pero si iban al punto, a lo más básico, el príncipe legítimo no era lo que se podía calificar de apto. Listo. Draco no diría que su supuesto hermano es listo, y no es que sean hermanos, de cualquier modo.

No, definitivamente no.

Hay una ronda más de bebidas, Harry se incitado a ponerse de pie para narrar su última "gran hazaña" ante todos, como si no hubiese bastado con las primeras treinta ocasiones en que lo ha hecho. El príncipe se tambalea y suelta una carcajada histérica, mejillas sonrojadas, pulso titubeante; el alcohol lo ha llevado al límite. No es que sea problema de Draco lo que el idiota haga o deje de hacer en esos casos. Está grande, que se cuide solo, ¿cómo es que él no da esos espectáculos?

Bebe, despacio y de a sorbos, de su copa, sin despegar los ojos del príncipe Harry, que gesticula de forma exagerada y comienza a trabarse al hablar; siempre le ha dicho que debe mejorar sus habilidades (nulas) de elocuencia, pero por algún motivo, los hogwartianos le aplauden incluso cuando se queda sin palabras y la copa se le resbala, causando un desastre de vino rojo en el suelo y los bordes de las túnicas de las damas. Draco suelta un bien disimulado bufido. Tampoco es que necesite contenerse de algún modo; es consciente de las miradas de reojo que le dirigen, adustas, escuetas, y en su mayoría, poco agradables, ¿pero cuándo le ha importado?

Harry trastabillea lejos de la mesa principal y se libera de los guerreros y damas que intentan buscarlo, llamarlo, que estarían dispuestos a besar el suelo que pisa y la punta de su bota. Draco permanece impasible al verlo acercarse al rincón en que ha estado apoyado, la espalda contra la pared, las piernas estiradas.

Ambos están cansados; ha sido una cruzada difícil, un viaje de regreso largo, lleno de complicaciones, y las victorias saben a poco después de cierto número de problemas, que hacen que comience a preguntarse si la gloria de una sola noche bastará para compensarlos al día siguiente, cuando sólo la embriaguez absoluta o un buen calmante de la medicina mágica, pueda hacer algo por las heridas de batalla que ocultan bajo las capas. No es que a alguien más le importe. No es que lo noten, en primer lugar.

Pero cuando Harry se detiene frente a él, se percata del esfuerzo que requiere para mantenerse de pie, equilibrado y erguido, y podría ser casi admirable, si una sonrisa de lo más absurda no se abriese paso en su rostro cuando fija su mirada en Draco. Arquea una ceja, sin decir nada, mas han pasado toda una vida juntos, y esa, por lo general, suele ser la única conversación que necesitan.

—Hermano —Es un mal comienzo. Draco odia, odia tanto, que lo llame así; ni los años, ni todas las verdades que le ha echado en cara, durante sus peores crisis, han logrado cambiar el hábito. Eso, o la estupidez pura y llana de Harry. En sus mejores días, opta por ambas—, ¿qué haces aquí? ¿Por qué no estás disfrutando de la fiesta? ¡Ga-Ganamos!

Harry se interrumpe en la última palabra a causa de un eructo de alcoholizado y una risa histérica, y es tan poco digno de un príncipe, que Draco fingiría no conocerlo en lo más mínimo, si no supiese que incluso su falta de modales recibe elogios en otras caras y voces. Pero si fuese él quien lo hace, oh, no quiere ni seguir ese hilo de pensamiento. Su mente tiende a jugarle malas pasadas.

—¿Ganamos? —Repite, observando el asentimiento eufórico que el otro realiza al oírlo—. Curioso. Me parece que sólo he oído tu nombre cuando hablan de la derrota de las serpientes marinas.

Hay algo infantil, rebosante de inocencia, en la manera en que Harry lo observa. Va más allá del hecho de que se ha bebido por su cuenta más barriles de alcohol, de lo que debería ser posible en la ingesta de cualquier ser, con su fortaleza o sin ella.

En la seguridad de su cabeza, casi puede admitir que es tierno. Dulce. Lo mira con buenos ojos.

¿Alguien más, en cualquiera de los nueve mundos, lo miraría de ese modo?

—Todos saben que has ido y has vuelto conmigo, Draco —No existen los titubeos en su voz, aunque el arrastre de las palabras continua ahí. Él ha dejado de encontrarle sentido a reprenderlo hace tanto tiempo—. Si no fuese por ti, no podría haber abierto los portales de ida y vuelta.

—Y te habrían quitado la cabeza, te habrías desangrado en el camino, tu guerrera Ginevra se habría convertido en alimento de serpiente marina cuando llegó como refuerzo, y tus Tres Guerreros, se habrían convertido en los Tres Difuntos —Hizo una pausa, en la que ladeó la cabeza. Demasiados ojos estaban puestos sobre ellos ahora; no eran amables—. ¿Se me olvida algo?

Harry frunce el ceño, en una expresión de intensa concentración que es casi dolorosa, y por lo corto de luces que a veces lo percibe, ya no le sorprendería que sí lo fuese. Después niega, labios apretados en una especie de puchero.

—Deberías estar celebrando también. Con nosotros.

Conmigo. Draco sabe leer entre líneas.

Se pregunta si el tono lastimero en que lo dice es intencional. Harry no es tan buen actor para pensar lo contrario.

—Tengo una copa, aquí —La alza para demostrarle su punto.

El príncipe vuelve a arrugar el entrecejo.

—Estás solo en una esquina.

—Sí, bueno, por alguna extraña razón, no se me considera el alma de la fiesta.

—Ganamos, celebra con nosotros.

Harry levanta el brazo, y aunque quiere, es demasiado tarde para rehuir del contacto. Dedos ásperos le rozan una mejilla, está por acunarle un lado del rostro, cuando Draco maniobra para apartarse y deja su copa, en perfecto equilibrio, sobre la vacilante palma del contrario. El príncipe observa la copa, como si acabase de cometer una ofensa personal a su nombre. Podría haberse reído, pero hay más personas cerca, y no confía en ellas.

Los ojos verdes que se alzan hacia él son un poco más tristes, pero comprueba, no por primera vez, que haga lo que haga, actúe como actúe, no han dejado de ser brillantes y enormes al observarlo. Draco sabe que es el momento ideal para escabullirse lejos cuando una emoción cálida le inunda el pecho.

—Celebra tus victorias, Harry, que yo celebraré las mías —Susurra, y antes de que tenga tiempo para idear una respuesta (o soltar lo primero que se le pase por la cabeza, que es lo que suele hacer, en su experiencia), hace un gesto teatral con el brazo, que abarca todo el salón, y levanta la voz por encima del barullo, su magia haciendo de potenciador para que suene con mayor intensidad y resolución—. ¡Festejen, al príncipe de Hogwarts, vencedor de serpientes monstruosas, protector de los indefensos, Harry Jameson!

Los invitados alzan un coro de vítores, que le retumba en los tímpanos. Draco recupera su copa, la agita y ve llenarse al tope por sí misma con magia, y le da un leve guiño a un aturdido Harry, que es arrastrado por una marea de guerreros y mujeres lejos de él.

El príncipe busca su mirada, ansioso, a través de la muchedumbre. Él se da la vuelta, se bebe más de la mitad del contenido recién relleno de la copa de un trago, y se aleja. Y cuando sabe que nadie pregunta por él durante el resto de la noche, no se siente sorprendido.


Harry sueña.

En un mundo perfecto, su madre está sentada en una silla amplia, similar en apariencia al trono de su padre, y sostiene entre los brazos, una figura pequeña, que está envuelta en mantas blancas y doradas, las mismas que forman un bulto y se alargan hasta el suelo, igual que el vestido de la reina. Ella se da cuenta de que está cerca, sonríe, y le pide que se acerque.

Sabe que, en el sueño, no es más que un niño, porque sus pasos son cortos y rápidos, faltos de equilibrio. Tiene que ponerse de puntillas, formar puños en los faldones de la reina, para levantarse lo suficiente; ella se inclina, y con un movimiento delicado, le revela la carita azul que esconden las mantas, la carita que se torna de un pálido blanco tras unos segundos de observación.

—¿Qué es, madre?

—Se llama Draco.

Cuando oye su nombre, el bebé se mueve, y estira una diminuta manito, que le acerca para encerrar su índice entre los dedos suaves y regordetes. Al Harry niño le gusta. No consigue apartar la mirada cuando lo escucha reír.

Decide que es más increíble que el resto de cosas que tiene en el palacio.

Le lleva un tiempo comprender que un "Draco" no es un objeto. Y no es suyo tampoco.

Pero, en ese mundo perfecto, Harry crece sin preocuparse por el tipo de relación que tiene que mantener con el "Draco".

De pronto, la imagen cambia. Es mayor, está aburrido, se encuentran en una biblioteca y no puede parar de dar saltos sobre su silla; las únicas ocasiones en que se le ha pasado por la cabeza entrar a la biblioteca, es cuando sigue a Draco, y se sienta a su lado, o se recuesta en su pierna, para escucharlo leer en voz alta.

—¿Cuánto falta?

—Ya casi —"Draco" tiene una voz suave, incluso de pequeño, sin ese deje chillón que a él lo acosó por tantos años. También le gustaba.

Todo de él le gustaba, punto.

Se remueve en la silla y siente el manotazo contra la espalda, una reprimenda silenciosa. Un segundo más tarde, Draco lo rodea para quedar frente a él, sonríe, y sabe que ya está listo cuando le tiende un espejo de mano.

Harry busca el ángulo preciso y lo sostiene para contemplar los resultados. El reflejo que le devuelve, al colocarlo junto a uno de sus costados, es el de su cabello crespo, negro, y cada vez más largo, con un mechón de rubio platinado, demasiado próximo al blanco para no destacarse, que está trenzado para permanecer unido a los suyos. Lo ve brillar en azul por un instante, después sólo destaca por la diferencia de color.

Él sonríe, amplia, despreocupadamente.

—¿Y el tuyo?

Como toda respuesta, Draco se pone un mechón detrás de la oreja. Allí, en uno de los lados de su cabeza, cuando se pone de perfil, destaca una trenza en negro, delgada, que se une al cabello rubio.

—Esto debería ser suficiente para mantenernos unidos —Menciona, dándole un repaso final y rozando con su índice la página del libro de magia de la que han sacado la idea de cortarse un mechón cada uno. Su madre se enojaría cuando se enterase, después se echaría a reír al oír sus explicaciones, aunque ellos no pudiesen comprender por qué a esa tierna edad.

Fuesen cuales fuesen sus preocupaciones o alegrías por entonces, Harry es incapaz de apartar la mirada del mechón que oscurece la delicada cabellera de Draco.

Si lo piensa bien, desde siempre ha sido imposible que deje de observarlo, así que cuando la bruma del sueño se dispersa, abre los ojos, y sólo es recibido por una punzada en la cabeza que lo hace retorcerse y jadear, y Draco ocupa por completo su campo de visión, él se olvida de sus quejas.

El segundo príncipe masculla acerca de irresponsabilidad, falta de juicio, niveles de idiotez extrema, y sabe que no se molesta en utilizar su lengua de plata y palabras pomposas porque no son más que ellos dos, y solos, no tienen ninguna necesidad de fingir. Harry lo conoce tan bien como la palma de su mano, como la espada con que lucha, como el cielo que hace iluminarse y sollozar; diga lo que diga, él siempre conocerá lo que es en el fondo, y viceversa.

—...pero, claro, el hijo de James puede hacer y deshacer lo que le dé la gana, ¿por qué no me sorprende? —Draco sigue quejándose cuando hace un gesto con una mano, y desde alguna parte que no puede identificar, una copa se alza y viaja hasta él, levitando; Harry se sienta a duras penas y reconoce que es agua cuando le da un sorbo corto, y el mundo da vueltas, y el otro aún protesta—. Un día, tu cabeza va a estar tan hinchada por tu ego, que no te va a quedar el casco, Harry, recuerda mis palabras.

Él hace un gesto que pretende ser un asentimiento, pero se siente igual que si una flecha le atravesase el cráneo y no puede hacer más que jadear y lloriquear, dejándose empujar de regreso al colchón mullido por una fuerza invisible, cuando la copa se ha vaciado y levitado lejos de su mano. Draco permanece sentado, cruzado de piernas, a la orilla del colchón.

—Hermano —Sabe que lo ha molestado nada más decirlo, porque el segundo príncipe estrecha los ojos y una presión repentina le rodea la cabeza, justo sobre las ya de por sí adoloridas sienes. Se corrige a sí mismo, con una voz espesa, ronca, y las palabras son un hilo que pierde en cuanto dejan su boca, porque la mente también le da vueltas y duele—. Draco. Gracias por...

Se detiene cuando extiende un brazo para tocarlo y sus dedos atraviesan una imagen, que se disuelve. La figura de Draco se desvanece en la noche, y reaparece, de pie, junto a uno de sus balcones, dibujado contra la luz de la luna y erguido dentro de esa túnica gruesa y amplia, que lo oculta por completo.

Claro que no sería él. Draco, el verdadero Draco, ha dejado de colarse a su cuarto desde que superó la etapa de ser un niño que necesitaba meterse bajo sus cobijas, para calmarse debido a las pesadillas.

Algunas veces, todavía extraña a ese Draco. Al que era suyo.

Al que creía, ilusamente, que siempre lo sería.

—Si te sientes bien, me marcho.

Harry quería decirle que no, no se sentía bien, y que no, por favor no se fuera, pero era un príncipe idiota, que no acostumbraba pedir las cosas de buena manera, y Draco era aún peor, incapaz de darle algo por lo que no hubiese suplicado antes.

Su figura se desvanece de nuevo, y esa vez, no hay reaparición. Harry rueda sobre su estómago, ahoga un quejido contra la almohada, lamenta lo que sea que haya hecho para que su relación con Draco se convirtiese en esto, y se promete, por enésima vez, que dejará de beber cuanto barril y jarra de cerveza le pongan al frente, celebración o no. Una parte de él, reconoce que el último pensamiento no se cumplirá, y el anterior es verdadero y constante en su vida.

Permanece usa noche a duermevela, fantaseando con el mundo ideal, un niño que se ríe y le sostiene un dedo, un pequeño Draco que lo despierta para contarle que acababa de leer que podía encantar un mechón de su cabello para que portase hechizos de protección por él, para el día en que se convirtieran en guerreros inclementes y audaces, y fueran a conquistar los demás mundos. Aún conserva el suyo.


Draco acaba de cerrar la boca cuando lo ve doblar en una esquina. Sigue sus movimientos con los ojos, podría jurar que camina hacia ellos, y se obliga a contener un suspiro que es de la más genuina exasperación, porque no debería ser posible que Harry luzca altivo y orgulloso con el rostro magullado y la ropa desgarrada, cubierta de sangre aquí y allá, pero lo es.

La reina Lily se percata de su silencio de inmediato. Ella es observadora y amable, lo trata como si nunca hubiese crecido, y la mayor parte del tiempo, Draco no se explica cómo es que un ser tan maravilloso posee relación alguna al príncipe heredero.

Caminaban enganchados del brazo por los jardines internos, después de conversar tomando el té, pero Lily lo deja ir despacio, le toca al hombro en una señal de franco apoyo que no cree necesitar y prefiere no pensar en por qué ella piensa que sí, y se despide con un murmullo de telas, que la lleva hacia su hijo; no intercambia más de dos palabras y un beso en la mejilla con Harry, y cada uno sigue su camino.

Draco considera darse la vuelta y hacer como si nada, y la perspectiva de ser perseguido por el príncipe legítimo de Hogwarts sería divertida, si aún fuesen niños y no fuese consciente de las miradas que les dirigirán. A él. Siempre a él.

Cuando está por tomar la decisión de girarse, Harry lo alcanza, y piensa que, probablemente, prolongó su razonamiento a propósito, pero es una premisa que requiere más análisis del que está dispuesto a tener en ese preciso instante. O en cualquier otro.

Harry no luce tan imponente de cerca, cuando tiene esa melena crespa ondeando en todas direcciones. El mechón rubio platinado, que ha crecido por magia unido a su cabello, está trenzado en uno de los lados de su cabeza y se dirige hacia atrás, donde se sujeta al pelo para evitar que le caiga en la cara durante las batallas; Draco lo observa más tiempo del que debería, una sensación vibrante y cálida le llena el pecho, y no es tonto, para no saber qué significa.

Hora de apartarse.

Para su desgracia, es el momento justo que Harry elige para hablar.

—Padre dice que has hecho otra travesura, Draco.

Podría haberse reído. Podría haberse enojado. Podría haber fingido.

Tal vez, si jugaba bien sus cartas, esos ojos verdes dejarían de mirarlo como si, a pesar de lo vivido, aún necesitase de su brazo protector y constantes arrullos. Porque no, no los necesita.

Los quiere, pero no los necesita. La simple admisión es una muestra de la pérdida de su cordura.

—El Padre de Todo dice muchas cosas —Menciona, suave, melodioso. Casi puede ver a Harry entrecerrar los ojos y suspirar, como si se tratase de una pieza de arpa que ansiaba escuchar; siempre ha sido tan transparente—, como que tiene dos hijos en lugar de uno, por ejemplo. Ya deberías haber aprendido a dudar un poco.

Ha dado en el punto, lo sabe por la manera en que el guerrero frunce el entrecejo.

—Nuestro padre...

Tu padre —Corrige, enseguida, y Harry empeora su ceño.

—Padre está angustiado —Draco tiene que darle crédito, habría dado por hecho que no conocía un término tal como "angustiado". Obvia que lo debió aprender de él—, dice que habló contigo, y para pagar lo que has hecho, has tenido que hacer tratos en los diferentes mundos. Dice que han pedido que se te cosa la boca como a un vil traidor, para que no puedas engañar a nadie más con tus mentiras. Y también dice...

Aparentemente, James andaba de un humor parlanchín ese día.

Draco rueda los ojos.

Inocencia. Si tenía que jugar un papel para abandonar esta conversación sin sentido pronto, tomaría el del pequeño inocente y frágil que Harry quería que fuese, el que siempre veía en él, por haberse dedicado a la magia en lugar de las espadas.

Cuánto odiaba recordarlo.

—¿Crees que he estado mintiendo? —Su pregunta corta cualquier intento de réplica o explicación del príncipe, que se queda mirándolo con la boca abierta. Draco sabe que tiene un punto, cuando da un paso hacia él y no se mueve, así que comienza a caminar en un círculo a su alrededor; su voz aún tersa, baja—. Tú, que me conoces bien. Tú, que me has visto crecer. ¿Piensas de mí lo mismo que los demás? —Le da un suave apretón en un hombro, un toque en la espalda, desliza su mano por uno de sus antebrazos lastimados, con cuidado, despacio. Si Harry fuese más consciente, más estudiado, si leyese tanto como él, reconocería el andar sigiloso de un depredador al acecho y la táctica de perpetuo movimiento; siempre inquieta, siempre agita, siempre engaña—. Querido Harry, y yo que te he creído el único justo entre los hogwartianos. Supongo que habré juzgado mal tu carácter, y sólo yo recuerdo nuestros años de juegos por los jardines y tus promesas de cuidarme…

No hay que ser un genio para darse cuenta del efecto inmediato que tienen sus palabras. Incluso si así así, él lo nota.

Harry cuadra los hombros, los músculos rígidos bajo su tacto. Draco nunca va a reconocer que mantuvo sus manos sobre él un poco más de lo necesario.

—Te dicen el Embaucador —Murmura el príncipe, en un gesto que es demasiado similar a un puchero como para que no recuerde la infancia que compartieron en el palacio. El pecho se le comprime, pero preferiría que le cosan la boca, tal como exigen, que admitirlo. Admitírselo, en especial—, y hay un montón de cosas horribles que cuentan sobre ti.

—¿Y tú las crees?

Sus palabras son un siseo, mitad amenaza, mitad indignación. Completa falsedad. Sólo un tonto lo dudaría.

Y aparentemente, el príncipe Harry continuaba en el primer lugar de la lista de los tontos.

—Por supuesto que no —No hay titubeo, ni duda, ni temor; si sospecha, lo disimula bien, y Draco sabe mejor que nadie lo inútil que es para disimular lo que sea—, por eso le dije a Padre que vendrás en la próxima cruzada, otra vez. Sólo seremos nosotros dos ahora, nos vamos a cuidar, y cuando vean que volvemos sanos y salvos, y les diga que estoy de regreso por ti, ellos tendrán que entender que tú también eres un príncipe.

Draco en serio, en serio, quiere reírse en su cara y decirle lo absurdo que es, lo estúpido que suena, y lo iluso que se comporta, pero esos ojos son toda ingenuidad al contemplarlo, y hay una parte de él, mínima y bien oculta, que ni siquiera el tiempo y las desgracias consigue eliminar, en la que aprecia el ser visto de ese modo por Harry, y sólo por él, y no lo quiere cambiar.

Lo que, en su opinión para nada humilde, lo convierte en el más ridículo de los dos.

Draco aprieta los párpados para forzarse a no poner su completa atención en él, y con un choque de palmas, un tirón de magia se lo lleva lejos. No tiene que abrir los ojos para reconocer su propia habitación, le basta con el olor de los libros viejos y las cubiertas mohosas, madera de arce y aceites, y como maneja a la perfección las proyecciones de su cuerpo, sólo necesita echarse hacia atrás para presionar la espalda contra la puerta.

Se apoya, se desliza hacia abajo, estirando las piernas, y se deja caer hasta el suelo. Al fin puede soltar ese suspiro que estaba por liberar desde que vio a Harry aproximarse.

Sólo que, nota segundos más tarde, no sonaba tan exasperado como quería creer.

Eso no estaba bien. Nada bien.

Había un par de verdades a las que debía enfrentarse, y él era demasiado bueno con las mentiras. Incluso si era consigo mismo.

Pero a la mañana siguiente, un príncipe animado y un grupo de escoltas que lo buscaron para emprender el viaje a la siguiente cruzada, arruinan sus planes de aislarse y batallar con su cabeza. Y no puede hacer más que odiarlo por eso.


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