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Lluvia de Oro por Kikyo_Takarai

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Hace muchos años el nombre Dalton solía venir acompañado con una educada expresión de asombro. El condado de Whitebury era próspero y la gente que vivía en él podía esperar una buena calidad de vida y de trabajo. Y fue así hasta la llegada del capítulo más oscuro en su historia, cada momento que el conde William P. Dalton estuvo con vida fue un desafío a las buenas costumbres.

 

El conde era un pobre administrador y gustaba de los excesos de todo tipo. Organizaba grandes fiestas para amigos y familia, daba ostentosos regalos a otros miembros de la corte, mantenía romances con un sinfín de damas, incluso después de casarse y las malas lenguas aseguraban que tenía más de 30 hijos ocultos por todo el país a quienes mantenía con sumas de dinero pagadas hasta su muerte a los 50 años como resultado de un terrible accidente. Sus exorbitantes gastos y múltiples deudas derivadas de su necedad por ganar dinero antes de encontrar alguna novedad en que gastarlo había dejado a todos tan asombrados como su súbita muerte.

 

Elliot jamás había preguntado sobre los detalles de la muerte de su bisabuelo, pero había oído suficientes rumores para hacerse una idea. Una fiesta con mucho alcohol, opiáceos y sexo que había culminado con el conde cayendo de una ventana en el tercer piso de la mansión familiar. Según los rumores de peor gusto, especialmente entre los granjeros y el gremio de licoreros que solían tratar con el conde regularmente, su esposa Isolde Dalton había sido la autora de su caída. Cansada de los juegos, infidelidades y despilfarros de su esposo había aprovechado su ebriedad para empujarlo por una ventana y librarse, a ella misma y a todo el condado, del irresponsable cuidado de su cónyuge. Si ese era el caso Elliot podía entenderla perfectamente.

 

Si su abuelo hubiera vivido más tiempo las deudas que su familia había tardado dos generaciones en pagar habrían alcanzado niveles que su mente no podía ni empezar a concebir, la simple idea de pensar en ello le causaba nauseas.

 

Deudas que habían acumulado inmensos intereses y que habían costado a la familia cada centavo de su renta mensual de apenas 1000 libras. A pesar de que su bisabuela había conservado para ellos el título, en su lugar Elliot tampoco habría vuelto a casarse. ¿Valdría la pena perder lo único de valor que le quedaba por la oportunidad de ser traicionada por un nuevo amor? No, Isolde era ya muy mayor para creer que tendría oportunidad de amar de verdad, había cometido ese error con su marido cuando no era más que una niña de 16 años. Entre sus planes no estaba tropezar con la misma piedra y sus hijos habían aprendido de ella su prudencia y resiliencia.

 

Aquellos constantes pagos, sumados a los gastos que el mismo condado generaba para mantenerse, había sumido a todos en él en una austeridad celebrada por la iglesia pero repudiada por todos los que aún habitaban ahí.

 

El actual conde de Whitebury, James Dalton II, había heredado lo que básicamente era un montón de tierra que nadie podía permitirse trabajar, una vieja casa que necesitaba un sinfín de reparaciones que nadie podía pagar y una renta que con prudencia apenas era suficiente para comenzar a planear el modo de devolverle algo de su viejo esplendor.

 

Su padre podría ser el conde, su hermano el heredero a su título, pero Elliot y sus hermanas no tenían nada más que aportar a la casa. No hasta que cumplieron la edad suficiente para casarse. Edward, como el mayor de sus hermanos y el único bendecido con ser un Alfa, era el legítimo heredero al título de su padre y era educado por él en administración y diplomacia para que pudiera en el futuro levantar de los hombros de la familia el peso de las acciones de su abuelo.

 

Elliot no había tenido tanta suerte, la emoción de sus padres por tener un segundo hijo varón luego de dar a luz a sus hermanas, Anne y Charlotte, había desaparecido cuando se presentó como omega con su primer celo fértil a los 15. Ahora a sus casi veintiún años estaba quedándose sin tiempo de buscar su propia forma de ayudar a su familia con algún matrimonio que pudiera beneficiarles económicamente. Después de todo, nadie busca casarse con una familia con la reputación que su bisabuelo les había dado, un legado de gastos, deudas, orgías y ahora de hambruna y pobreza.

 

Debía admitir que, a pesar de que no contaba con la dote o la educación para demandar algo así, Elliot no deseaba casarse con cualquier Alfa. Cuando era más joven se daba permiso de soñar con un Alfa alto, apuesto y amable. Con una voz gentil y manos grandes entre las que pudiera sentirse seguro, a salvo. Alguien que, cómo el, disfrutara de la lectura y la cotidianeidad. Del silencio. Que tuviera perros de compañía y un jardín para pasear en el verano.

 

Elliot no tenía la ropa de moda y no comía más de dos veces al día. No era el más apuesto y tampoco el más joven de los omega. Tendría suerte si encontraba un Alfa interesado para empezar. Quizás un beta, pues el título era de su hermano y no podían ofrecer ni eso a su favor.

 

La pobreza, sin embargo, trae consigo la humildad y la modestia, la cual su familia portaba orgullosamente. Apreciaban lo que tenían y buscaban la forma de salir adelante. Para Elliot la mejor forma de olvidarse de un largo día o cuando se iba a la cama cansado de la misma sopa de papa que habían comido toda la semana, era la correspondencia que mantenía activamente con su querida prima Georgiana. A diferencia de Anne que estaba entrando en la desesperación de tener 24 años y no estar casada, Elliot no envidiaba a su prima. Su querida tía Harriet había hecho bien en huir de la pobreza cuando pudo, más afortunada había sido de contraer nupcias no sólo con el misterioso hombre del que se había enamorado en una visita social, también de que este fuera nada menos que el Honorable Marqués de Hordebare, primo del Duque de Weinsmith y del mismo Rey William.

 

Mientras Elliot y sus hermanos vivían día a día su prima gozaba de los placeres de la fortuna y de las aventuras de la corte. Y a pesar de ello se tomaba el tiempo de escribirle largas cartas para contarle todos los detalles de cada conversación que tuviera en sus visitas. Parecía saber todo sobre todos y era una narradora tan hábil que Elliot podía desaparecer de su aburrida vida y sentirse un cortesano más en una fiesta con música, baile y toda clase de manjares que soñaba con probar.

 

Esa noche, envuelto en su vieja sábana de lino y una cobija llena de pelusa pero cálida, se dispuso a leer la correspondencia que había recibido esa misma mañana. Aún tenía algo de tinta, así que podría responder si su prima había recordado enviarle hojas limpias para escribir. A pesar de su carencia de recursos Elliot tenía una buena caligrafía y una redacción admirable, pues era el único gusto o pasatiempo que podía permitirse. Anne solía tocar el piano pero hace años que nadie lo afinaba y Edward le había enseñado a Charlotte a dibujar pero ella mostraba poco interés ya que no tenía gran habilidad.

 

La carta decía lo siguiente:

 

"Mi estimado primo, de todo corazón espero que esta carta te encuentre en buena salud y que te dé un poco de ánimo en cualquier dificultad que esta semana haya puesto en tu camino. Sé que la vida es algo más monótona para ti y lamento profundamente no poder hacer nada más que escribirte sobre la mía para ofrecer algo de divertimento. Si me encuentro un día frente a la oportunidad de cambiar algo en tu beneficio no dudes que lo haré a la brevedad.

 

Debo decir que no puedo esperar para verte, cuento los días para nuestra visita anual, siempre es un honor recibirlos en casa, hay tanto espacio y tanto silencio cuando nadie nos visita.

 

He hecho una nueva amistad, la señorita Amelia Hale, sobrina del Barón Del Rayo. ¿Le recuerdas? ¿Aquél pobre hombre que murió fulminado durante una tormenta? Una historia lamentable para su familia, sin duda, pero afortunada para su sobrina quién ha heredado todos sus bienes. Te hablé alguna vez de su hogar, Hillsmoth House, pero dicen que nada se compara a verle en primavera.

 

El viejo Barón no tenía hijos. ¿Quién lo diría? La pobrecilla criatura se ha quedado sola en el mundo, el Barón era su única familia. Pero es una buena amistad que mantener. Mi padre busca que mi hermano se despose con ella y dudo que su familia encuentre razón para oponerse, de poco sirve la fortuna sin un título que le de legitimidad al poder."

 

De menos sirve un título sin la fortuna para ejercer ese poderpensó Elliot con desgana, pero rápidamente volvió sus ojos grises a la lectura.

 

"He oído, de la misma Amelia, que la casa es espectacular, con cientos de ventanas y un sirviente para limpiar cada una de ellas si fuera necesario. Me ha dicho también que en los jardines hay un sinfín de estatuas que su tío mandaba traer de todo el mundo. Hay árboles con flores y frutas de todas formas y colores, incluso un lago dónde crían patos. Sé lo mucho que te interesa el paisajismo. ¿No sería un sueño visitar un jardín así?

 

Conocí a la señorita Hale en una visita que hice recientemente a la capital. Ha tenido que informarle personalmente a su Majestad el Rey William de la pérdida de su tío. Me agrada Amelia, es prudente, amable y con una personalidad tan sencilla y honesta. En sus palabras puedes sentir que la muerte de su tío la ha afectado profundamente y que no se regocija en la fortuna que ha heredado. Creo que eso habla muy bien de ella y del viejo Barón. Ahora lamento un poco no haber dedicado más tiempo a conocerle, no tenía idea que se trataba de un buen hombre. Pero diré que nunca me causo una mala impresión.

 

Espero no sea imprudente de mi parte pensar que sería mucho mejor que la señorita Hale fuera un varón, si estuviera casada con un hombre tan cerca de ti podríamos visitarnos a menudo. Son apenas unas horas a caballo entre su hogar y tu propia casa. En caso, claro está, de que mi honorable tío quisiera disponer de un caballo para algo tan trivial como un viaje.

 

Seríamos los más cercanos amigos y confidentes sin necesidad de otorgar nuestra privacidad a un montón de papel con el que cualquiera con medio cerebro podría tropezarse un día. Quizás por eso me veo tan limitada en mi escritura y me niego a confesar mis más profundos secretos, por miedo a que alguien más los descubra por accidente, muy a pesar de lo mucho que me gustaría tu opinión respecto a algunos de ellos. Pero ya habrá tiempo para discusiones mucho más serias.

 

Siempre has hecho alarde de poseer un gran juicio y te admiro por ello. Espero se nos dé la oportunidad de reunirnos pronto, esperaré ansiosa tu próxima correspondencia y las noticias que en ella me des de mis tíos y primos por igual.

 

Tuya, George"

 

Elliot suspiró, incluso si deseaba visitar a su prima no podía hacerlo sin una invitación, el viaje costaría dinero que no tenían y le daría vergüenza presentarse tan cerca de la corte con la ropa pasada de moda que hacían lo posible por mantener utilitaria. No había encajes costosos ni listones llamativos para él y sus hermanas. Sólo ropa de segunda mano, sábanas llenas de retazos y sopa de papa. Pero podía vivir con eso.

Notas finales:

Gracias por Leer!


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