Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Intuición por lpluni777

[Reviews - 7]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Que Camus estuviese confundido, se sobreentendía. Todo el mundo sabía que la adolescencia era así, inclusive él mismo; una molestia en el trasero, las hormonas, el estado de ánimo y los cambios corporales.

Él no era el tipo más genial del Santuario y lo sabía, podía escuchar claramente lo que los demás opinaban sobre su persona; con el tiempo ellos habían aprendido que podían decir lo que fuera y no obtendrían ninguna reacción de su parte. Para empezar, nadie cuestionaba su devoción y amor hacia Athena, así que todo lo demás no le resultaba importante al pelirrojo.

Conocía sus valores y los mantenía en alto cada día, durante cada batalla. Pensaba que con eso era suficiente.

Milo se tiró sobre sus hombros. El peso le dijo que era Milo incluso antes que su cosmos, aunque para empezar nadie más se atrevería a estar tan cerca suyo.

La uña escarlata se encontraba frente al rostro de Acuario. Camus no se inmutó ni siquiera cuando Milo colocó su otro brazo alrededor de su cuello. El griego tenía maneras extrañas de mostrar su preocupación.

—¿Me dirás qué es lo que te ocurría? —la uña se acercó hasta rozar su mejilla derecha.

—¿Dejarás de ser mi amigo si no lo hago? —preguntó sin preocuparse por su situación. Milo se tensó en su espalda y en un momento la postura del escorpión cambió.

Aquello ya no era una amenaza en falsetto, ahora era un simple abrazo por sobre los hombros.

—Jamás.

Camus no sonrió ni mostró algún signo de felicidad, pues aquello era tan recurrente como el calor de Grecia. Cosa que el griego sabía que él detestaba y el contacto físico no apaciguaba. El rubio se despegó de él luego de un rato por cuenta propia.

—Ya en serio, no me importa que no me digas qué es lo que te pasó, si ya pasó. Pero, me gustaría saber qué ronda por esta cabecita tan fría —para enfatizar, le revolvió un poco el cabello de la nuca a su mejor amigo.

—No creo que lo quieras.

—Estoy seguro de mis propios deseos.

Camus arqueó una ceja y volteó a ver a su amigo. Necesitaba ver su rostro cuando oyera aquello.

—¿Incluso si te digo que no puedo dejar de pensar en Aioria? —bien es cierto que tenía otras cosas en mente, pero esas otras cosas no tardaron en desembocar en otros pensamientos sobre el león dorado. Si él mismo ya la tenía difícil, el quinto arconte debía estar pasando por algo igual o peor.

La cara de disgusto de Milo era una que no había visto en un buen rato.

—¿Por qué te molestas en pensar sobre ese idiota?

—Tal vez porque incluso dejó de entrenar o comer junto a nosotros ya que siempre estaban diciendo cosas sobre él, y tus comentarios no son positivos tampoco.

—¿Qué tiene de positivo el hermano de un traidor?

Camus agradecía que Milo se controlara lo suficiente como para no alzar la voz. No quería que los guardias en la entrada de la arena comenzaran nuevos rumores.

—Que él no es el traidor, ¿te sirve? —ejemplificó.

Milo hizo un pequeño berrinche pero acabó por marcharse cuando Aldebarán lo llamó para entrenar. Camus se presentó allí de la nada por la mañana, practicó un poco a solas y se detuvo cuando otros comenzaron a llegar; tres caballeros de plata lo enfrentaron a un duelo tras encontrarlo descansando, uno detrás de otro, y ninguno consiguió hacerle un rasguño.

Estando a solas nuevamente, el joven francés se dirigió a las galerías de reposo. Faltaba poco para el mediodía y el sol no le tenía misericordia. Se sorprendió un poco al encontrar a alguien más allí, aunque intentó disimular.

El caballero de Piscis estaba ajustando sus sandalias y no reaccionó ante su llegada. Camus se quedó viendo su cabello —atado en lo alto de una coleta— durante un momento, hasta que Afrodita alzó la vista y lo observó interrogante.

—¿No sería mejor que te cortaras el cabello? Hace mucho calor —él mismo había pensando en dejarlo crecer durante el invierno, pero al llegar la primavera ya había decidido cortar el esfuerzo.

—La comodidad no es más importante que la apariencia. Deberías dejarlo crecer también, con tu color es imposible que sea una decisión desfavorable —Afrodita se acercó a él y lo miró fijamente, como estudiándolo—. De hecho, estoy seguro de que te verías espléndido.

—¿Es así? —si Camus confiaba en Afrodita plenamente en cierto tema, eso era su sentido del gusto. Si bien el bálsamo labial rosa no encajaba de forma espectacular con su tono de piel, eso era lo único que desentonaba.

—No tengo porqué mentirte —señaló el rubio, alzando los hombros—. Dime, Camus, ¿ya no te preocupa eso de lo que hablamos el otro día?

—No —el pelirrojo al menos había entendido un par de cosas con ayuda de Afrodita, pero estaba seguro de que la siguiente vez en que tuviera dudas debería recurrir a alguien más. Alguien más viejo y por tanto más sabio, en vez de un chico que seguramente pasaba por cosas parecidas o las había experimentado recientemente—. Me gustaría agradacerte el que te tomaras la molestia de escucharme.

Afrodita parpadeó varias veces, luego lo miró fijamente desde arriba (era unos centímetros más alto y estaba justo en frente) para entonces tomar sus hombros y lo forzarlo a dar media vuelta.

—Vamos a entrenar juntos —le aclaró al oído mientras lo empujaba de regreso hacia afuera.

Camus verdaderamente prefería entrenar durante la mañana o ya entrada la tarde, pero sabía que negarse sería faltar a su palabra y por lo tanto un insulto, así que salió con paso firme al campo de batalla.

—No me contendré —aclaró antes de que cada uno fuese a posicionarse en un extremo de la arena.

—Esa es mi línea, niño.

Camus sentía la mirada de Milo como una aguja sobre su costado, juzgándolo porque a él siempre le rechazaba los duelos si los buscaba al mediodía. Aunque no tuvo tiempo para distraerse con eso, pues una rosa viajó hacia él, y habría rozado su oreja si no se hubiera movido a tiempo. Sabía que el veneno de Afrodita podía ser mortal, así que centró su atención en su oponente.

Otras rosas siguieron a la primera pero Camus ya no las esquivó pues no podía pasar todo el encuentro huyendo, en lugar de eso formó una fina red de cristal alrededor suyo, ante la cual las rosas rojas se detenían antes de conseguir alcanzarlo. Luego de dos rondas de ataques, Afrodita se detuvo al ver sus esfuerzos frustrados.

Camus oyó a Milo alentarlo a lo lejos, seguido de la barítona risa de Aldebarán. Había otras voces que no reconocía.

Decidió aprovechar el momento y se preparó para atacar. Moviéndose unos pasos al frente extendió la mano izquierda. Afrodita cambió su posición de ataque a una defensiva, aunque Camus pudo ver que no se sentía realmente amenazado. Piscis echó a correr.

Disparó seis veces seguidas en una línea horizontal siguiendo la silueta de su compañero, mas no lo alcanzó. Antes de soltar un séptimo ataque, notó cómo Afrodita dio una vuelta al esquivar su último golpe y cuando volvió a tenerlo de frente, el rubio sostenía una nueva rosa en cada mano.

Pero esas no eran rojas como las anteriores. Esas, si Camus no se equivocaba, eran las rosas piraña que rara vez se mostraban al mundo.

Rápidamente volvió a levantar su pared defensiva. Pero fue la sonrisa de Afrodita la que le recordó que eso era inútil. Las pirañas traspasaron su barrera y consiguieron herirlo. Las voces de la gente que los observaba luchar se encendieron. Camus se recobró rápido y antes de que las pirañas siguieran hiriéndolo, las esquivó y corrió lejos; una vez las tuvo bien localizadas, las congeló. No necesitaba llegar al cero absoluto, simplemente hacer un hielo lo suficientemente frío para que las plantas muriesen.

Tenía una herida en el brazo derecho y un par más en las piernas. Tocó su brazo por reflejo, uno que ya le habían dicho que debía controlar, y su mano izquierda acabó empapada con sangre. Afrodita parecía esperar su movimiento en esa ocasión.

No quería hacerlo, pero acabó por fruncir el ceño. La situación no le gustaba. Si Piscis utilizaba más rosas piraña, detenerlas sería solo cuestión de hacer una red de hielo mucho más fría y gruesa que la anteriror... En principio.

Pero a Camus en verdad le desagradaba el calor y su humor tenía mucho que ver con su manejo de la temperatura. Debía calmarse.

—¿Qué ocurre Acuario?, ¿apenas un roce y ya te das por vencido?

Camus entrecerró los ojos al escuchar lo alto que el rubio habló. Demasiado alto como para que esas palabras fueran solo dirigidas a él. Desvió la vista un momento y contempló a las personas en los límites de la arena que estaban observando su inusual encuentro.

Entendió que Afrodita estaba actuando. No ayudó a mejorar sus ánimos.

—¡No bromees conmigo! —no le importaba particularmente que el rubio lo tratase como un niño pues legal y prácticamente él era menor, pero que se pavonease a su costa formando un espectáculo como si estuviesen entreteniendo antiguos líderes atenienses le resultaba desagradable.

Camus en realidad admiraba la confianza que Afrodita tenía sobre sí mismo, pero en ese momento comprendió porqué a algunos les resultaba irritante: no pensaba que existiera posibilidad de perder y lo expresaba sin pena.

Respiró hondo. Afrodita seguía aguardando, aparentemente lo suficientemente divertido por su reacción como para pensar en continuar.

La temperatura a su alrededor descendió drásticamente y su campo de acción se extendió, seguramente llegando incluso a pasar el límite del campo de batalla ya que las voces lejanas se acallaron. La nieve, su escarcha, no tardó en hacer acto de presencia y eso sí logró distraer a Afrodita. Una nevada en pleno verano distrae a cualquiera.

Aprovechando el instante llamó a sus anillos de hielo y éstos rodearon a su contrincante. Cuando Piscis se dio cuenta, ya se encontraba acorralado. Se le acercó caminando con calma, la misma que Afrodita tenía en el rostro incluso considerando su situación.

Al tenerlo enfrente debió alzar su vista para mantenerla conectada con la del rubio. Éste lo miró sin impresionarse y Camus se preguntó si su propio rostro se encontraba así de relajado. Levantó su mano izquierda y pasó dos dedos sobre la boca de Afrodita, aquello consiguió que el rubio abriese los ojos como platos. Su sangre dejó un rastro por sobre el bálsamo labial.

Una mezcla extraña pero que a Acuario le hizo darse cuenta de una cosa.

—El rojo no te sienta tan bien como pensaba que lo haría —quizás era culpa del cambio de temperatura, pero comenzó a sentirse mareado. Ni siquiera le importó lo que sus espectadores pensarían sobre lo que acababa de hacer o la clase de rumores que surgirían a partir de ello.

—Camus —Afrodita elevó su cosmos y consiguió quebrar los anillos que lo tenían prisionero. Acuario se sorprendió pero no tuvo la fuerza para detenerlo o reforzar los anillos. El rubio cerró el par de pasos que los separaban cuando él perdió el balance, cosa que al parecer ya sabía que ocurriría pues lo sostuvo sin mayor problema—. Deberías prestar más atención a tus heridas, ¿sabes? —un dolor punzante lo atravesó cuando Afrodita le arrancó una rosa roja del brazo. Si ésta siempre fue roja o en algún momento fue blanca y consiguió camuflarse entre la nieve para alcanzarlo, Camus no podía decirlo—. La sangre las atrae, recuerda que ellas no tienen ojos.

—Tengo sueño —copos helados seguían cayendo a su alrededor, aunque obviamente en menor medida y potencia que antes. Resultaba relajante estar lejos del calor.

—Está bien, te llevaré a casa. Has peleado bien.

Camus pudo distinguir claramente la mirada de Afrodita entre lo borroso de su visión. El mayor no lucía complacido.

—Mentiroso... La próxima vez...

Sus sentidos lo traicionaron y el onceavo caballero acabó por rendirse.

 

Notas finales:

Estuve leyendo el Ep G estos días. Es guay al menos ver como interactúan siendo más jóvenes.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).