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Punto focal por Marbius

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Notas del fanfic:

Empecé este fic en agosto a noviembre del año pasado. De hecho, es la versión 2.0 porque en la primera detesté el primer capítulo y la trama corría en otra dirección.
Tengo la impresión de que el resumen no le hace justicia a la trama. Para mí es importante destacar en este fic la diferencia de edades entre Remus y Sirius, porque es el esqueleto de la historia. Cada uno está en una etapa diferente de su vida, pero convergen.
Focal point/Punto focal tiene que ver con eso. Es ahí donde se unen pese a sus diferencias. Con ello en mente, les invito a leer este fic, que espero sea de su agrado tanto como lo fue para mí escribirlo.

And I'll use you as a focal point

So I don't lose sight of what I want.

And I found love where it wasn't supposed to be

Right in front of me

Talk some sense to me.

 

Amber Run - I Found || https://www.youtube.com/watch?v=Yj6V_a1-EUA

 

1.- GLockhart69.

 

La cita con GLockhart69 había sido un fracaso desde antes incluso de conocerse, cuando en lugar de un saludo Gilderoy le preguntó a Moony80 su predilección por oral o anal. Grinder había sido idea de James para que Remus saliera de su caparazón, así que éste se vio forzado a mentir diciendo que las dos actividades le gustaban por igual (falso, porque apenas tenía experiencia como para comparar) y mantener el intercambio de frases hasta que acordaron verse más tarde en un bar que quedaba a medio camino entre los dos.

Remus se había llevado un chasco enorme, no al descubrir que había sido estafado con la fotografía que habían compartido de antemano para reconocerse, porque sí, aquel era Gilderoy, pero por lo menos diez años atrás de la época actual. Del Gilderoy que llevaba el cabello rubio cayéndole seductoramente sobre un ojo y una sonrisa deslumbrante capaz de competir con los faros de un automóvil ya no quedaba mucho. El Gilderoy actual tenía la piel cetrina, piel grasosa y pronunciadas entradas que ocultaba con un peinado por demás ridículo y falto de habilidad.

A pesar de lo que su instinto le gritaba, Remus accedió a entrar con él al local en el que se habían citado, sólo para descubrir que no se trataba de un bar como Gilderoy había intentado hacerle creer, sino de un bar gay en el que la atracción principal era una reducida pista de baile en la que dos docenas de hombres se refregaban entre sí con lujuria.

Remus tragó grueso ante semejante visión, y rápido desvió la vista, cohibido de su misma presencia en un sitio como aquel.

—Vamos a beber —propuso Gilderoy, y a pesar de ser él el de la idea, fue Remus quien terminó pagando su cerveza y el elaborado coctel que su acompañante pidió.

La charla no prosperó. El ruido de la música era ensordecedor, y de cualquier modo, Remus pronto se aburrió de la marcada tendencia de Gilderoy para sólo hablar de sí mismo y colocarse en una posición aventajada por encima del resto de la raza humana. A mitad de un fantástico y muy elaborado relato acerca de cómo recientemente había sido abordado en la calle por un famoso diseñador parisino que estaba de visita por Londres y lo quería como su próxima musa, Gilderoy posó su mano en la rodilla de Remus, y éste hizo un esfuerzo sobrehumano para no apartarse asqueado.

Después de todo, el remedo de cita que tenían había sido un fracaso, y lo mejor sería volver a su casa con el rabo entre las piernas y frustración sexual acumulada de seis meses sin sexo a cuestas. Y menos mal que esa noche Teddy se quedaría con los Potter, porque Remus ya estaba haciendo planes con su dildo favorito y una botella nueva de lubricante que tenía en su mesita de noche. Lo único necesario sería rechazar cortésmente a Gilderoy y después marcharse por donde había venido.

—Gilderoy... —Intentó interrumpir Remus la interminable perorata de su cita, pero éste alzó la palma de su mano para hacerlo callar y no aceptó su pausa.

—Bien, como te decía —continuó sin perder un segundo, y su voz quedó nuevamente ahogada por la música.

Aburrido, Remus dejó su vista vagar por la estancia en búsqueda de algo más interesante que Gilderoy enfrascándose en un absurdo relato de los años que supuestamente había pasado en África solventando los problemas de “una de esas naciones ridículamente pequeñas y con guerrillas y niños soldados” (sus palabras textuales) por medio de talentos suyos sin especificar, y casi al instante encontró una persona que atrajo su atención.

Apenas a unos metros de distancia, era un joven de cabello largo y suelto que bailaba rodeado de otros y sabía moverse al ritmo de la música. Remus poco entendía de música electrónica, pero se descubrió absorto en la contemplación de aquella persona que en un momento dado captó su mirada en él y le guiñó un ojo.

Remus carraspeó, y volviendo su vista a Gilderoy, torció la boca al descubrir que éste continuaba monologando como si no hubiera un mañana, tan ensimismado en el propio sonido de su voz que ni siquiera había notado que no le prestaba atención.

—Gilderoy... —Probó Remus una segunda vez, y la mano que antes había tenido en la rodilla volvió a su pierna, esta vez en el muslo.

—¿Estamos impacientes? —Preguntó Gilderoy, que le dirigió un gesto lascivo que provocó en Remus una reacción opuesta al deseo sexual.

—Uhhh...

—Podríamos ir a tu casa —sugirió Gilderoy, ajeno del todo a las verdaderas reacciones de Remus—. Así podría demostrarte que el 69 de mi nombre de usuario no es sólo por alardear. Me han dicho que soy el mejor en la cama, ¿sabes?, pero yo prefiero no encasillarme a un lugar.

Remus pegó la espalda todo lo posible a lo incómodo de su asiento, y barajó en su cabeza distintas excusas para disculparse y marcharse a solas en la mayor brevedad.

—Uhm, no creo que esto pueda funcionar, Gilderoy... —Dijo Remus, pues había cambiado en totalidad la idea que tenía de su cita. Al cuerno con buscar compañía para esa noche, porque la alternativa era peor que su mano derecha.

—Oh, ¿lo dices porque no te sientes tan atractivo para estar conmigo? —Malinterpretó Gilderoy las circunstancias, y Remus apretó la mandíbula—. No me importan tus cicatrices. Te dan... carácter.

—Gracias —dijo Remus con sequedad—, pero en verdad creo que nosotros dos... Es obvio que no somos compatibles.

La mano en el muslo de Remus ascendió varios centímetros. —¿Seguro? Porque podríamos cerciorarnos en tu casa...

«Ni en un millón de años te dejaría poner un pie en mi hogar», pensó Remus, que sin ánimos para montar una escena, se movió lejos de su alcance y puso fin al contacto.

—Bien, ha sido un placer conocerte y-...

—¿Así que te marchas así sin más? —Inquirió Gilderoy en voz chillona, lo suficientemente alta como para elevarse por encima de la música y hacer que un par de personas a su alrededor se percataran—. ¿De eso se trata? ¿Intentas seducirme y cuando tu plan no funciona decides desecharme como basura?

Remus abrió grandes los ojos, pues nada detestaba más en el mundo que formar parte de un escándalo y protagonizar una escena.

—Eso no es lo que ocurre aquí...

—¿Ah no? Pues explícate, porque vine aquí a pasar un buen rato y en este momento me siento tan atacado...

«¿Acaba de citar a Taylor Swift?», pensó Remus con incredulidad, pero se recuperó con rapidez.

—Mira, lo siento, pero no veo sentido a continuar con esta cita. Lo mejor será que tomemos caminos separados y-...

—¡Pues no! Al menos deberías compensármelo —dijo Gilderoy, que altivo se cruzó de brazos—. Un trago como inicio, y para después me lo pensaré.

Hastiado del curso que había tomado su noche, Remus puso un billete de 10 libras sobre la barra y masculló un “adiós” que esperaba fuera permanente.

Qué fiasco de cita.

Y a la menor oportunidad le reclamaría a James su terrible idea y borraría Grinder de sus aplicaciones.

Remus ya se había alejado un par de pasos de Gilderoy y la decepción de su cita cuando una mano le asió por el codo y le hizo detenerse. Al girarse para corroborar que no se tratara de Gilderoy, Remus se sorprendió al encontrar a la misma persona con la que minutos atrás hubiera tenido un chispazo de atracción, y el primer pensamiento que cruzó por su mente fue acerca del palidísimo color gris de sus ojos.

—¿Te marchas? —Preguntó la persona frente a él, apenas un crío en la veintena de su vida.

—Sí.

—¿Tan pronto?

—Mala noche.

—¿Era tu cita?

—Lo era.

—Quédate —le pidió el chico, y contra todo pronóstico...

—Ok.

El resto, fue aceptar su mano y seguirlo.

 

Sirius, porque ese era su nombre, resultó ser mucho más joven de lo que Remus había calculado en un inicio. Sí, en sus veinte, pero a inicios de la década y no al final como Remus hubiera preferido en su acompañante. En su rostro todavía podía apreciarse la juventud contenida, y Remus se vio casi tentado de preguntar si realmente tenía edad para estar en un sitio como ese.

Por su parte, Sirius ignoró las cicatrices que Remus tenía visibles en el rostro por causa de un accidente automovilístico ocurrido en su infancia, además de unos cuantos mechones de cabello gris que encanecían su melena castaño claro, y que en esos momentos recorría con sus dedos mientras bailaban pegados hasta lo imposible el uno con el otro.

La música ni siquiera era del agrado de Remus. Demasiados sonidos electrónicos para que se sintiera a sus anchas balanceándose al ritmo de lo que bien podía ser el sonido de una lavadora mezclado a una alarma de automóvil, pero sus reticencias salieron volando por la ventana cuando Sirius metió una de sus manos por debajo de su camisa y tocó la piel desnuda de su espalda. El tacto de sus dedos rugosos contra las protuberancias en las vértebras de Remus hizo a éste contener una palabrota, y que a su vez Sirius lo callara con un simple beso en los labios... Que no tardó en convertirse en más.

Sirius sugirió ir a su casa, y Remus aceptó.

Hasta que a la vuelta de la esquina y estacionada fuera de la vía pública, descubrió una motocicleta.

—Sube —indicó Sirius, y Remus miró dubitativo el casco que le ofrecía.

—¿Qué tan seguro es esto?

—He montado moto desde que tenía quince años y nunca he tenido ningún percance. Sube —insistió Sirius, ya sobre el asiento y calzándose su propio casco—. Prometo que será divertido.

Oh, y lo fue, una vez que Remus descubrió que la mejor manera de viajar era abrazando a Sirius por la cintura y considerando por un instante que su noche no podría ser tan terrible si ese momento se extendía hasta el amanecer.

La casa de Sirius resultó estar cerca. Una construcción simple de dos plantas y una cochera abierta en la que vislumbró otra motocicleta a medio armar. El jardín al frente tenía el césped crecido, y seguro las abejas harían de lo suyo con el enorme seto de flores que dominaba uno de los costados, pero Remus ignoró aquellos detalles al seguir mano con mano a Sirius al interior de la casa, y sin molestarse en encender las luces, seguir sus pasos hasta su habitación en la planta alta.

El cuarto de Sirius olía a cuero y pino, y éste no perdió oportunidad en clamar la boca de Remus como suya al besarlo y con su lengua pedir permiso para más.

Remus se lo concedió, disfrutando del calor humano como no lo había hecho en muchos meses, y embriagándose en la sensación. De hecho, su experiencia con su propio sexo era todavía limitada, así que Remus adoptó una actitud sumisa a los deseos de Sirius, que fue quien se encargó de desvestirlos a ambos y después guiarlo hasta la cama.

El colchón era de excelente calidad, y habría de ser perfecto de no ser porque Remus cayó sobre un pliego de papeles.

—Espera —pidió Sirius, que apartó todo lo que se interpusiera entre ellos y limpió el espacio.

Con una ondulación de sus caderas, Sirius refregó su erección contra la de Remus, y ambos gimieron. La oferta estaba hecha, y Remus resultó el ganador cuando Sirius abandonó sus labios en pos de besos contra su cuello, pecho, y por último ombligo, antes de descender del todo e introducirse la punta de su pene en la boca.

Remus masculló “oh Diox” entre dientes, y fue la señal que Sirius necesitó para introducirse el resto de su miembro y sellar los labios alrededor de la base.

Abierto de piernas y recibiendo de su acompañante la mejor atención de la que jamás tuviera memoria, Remus creyó estar en el séptimo cielo y listo para alcanzar el orgasmo, cuando un dedo curioso se deslizó por debajo de su perineo y de ida y vuelta recorrió su abertura. Al instante se tensó, y Sirius detuvo sus acciones.

—¿Pasa algo? —Preguntó con voz ronca, y su tono era de preocupación, no de irritación.

—Es... —Remus consideró mencionar que todo aquello era demasiado nuevo para él, pero optó por la salida fácil—. De ser posible... Preferiría no hacer eso hoy.

—No hay problema —dijo Sirius con afabilidad, que posicionado entre sus piernas, le besó la línea que unía su cadera con el muslo—. ¿Y qué tal hacérmelo a mí?

De ese modo fue que terminaron con Sirius sobre su espalda y con una almohada bajo su pelvis mientras Remus se posicionó sobre él, y a ciegas tanteó con un condón hasta conseguir ponérselo, y con reverencial paciencia cerciorarse con sus dedos que estuviera listo antes de penetrarlo.

Sirius permaneció en silencio, y una vez que Remus estuvo en su interior, lo abrazó y besó en la sien.

—¿Es tu primera vez?

—... no. Pero no tengo mucha experiencia.

—Ya veo.

—¿Es un problema o...?

—No —dijo Sirius, que lo abrazaba por la espalda y con sus manos le acariciaba en movimientos largos y sensuales—. Puedes moverte cuando quieras.

Remus empezó despacio y enterró el rostro en el cuello de Sirius. El calor de su piel subió de golpe, y sus cuerpos se llenaron de una fina capa de sudor que hizo a sus cuerpos deslizarse con mayor facilidad. Con sus piernas alrededor de la cadera de Remus fue que Sirius profundizó el ángulo de sus embestidas, y sus bocas no tardaron en unirse en un beso desesperado.

Con sus manos en las caderas de Sirius, Remus no tardó en levantar sus muslos por debajo de las rodillas, y el cambio de posición favoreció para ambos la intensidad de su unión.

Sirius soltó a Remus de su abrazo, y se ayudó a sí mismo a mantener las piernas en alto mientras recibía sus embestidas y gemía en voz alta.

—¿Estás a punto de...? —Preguntó Remus, que por su parte estaba al borde de sus fuerzas.

Usando su propia mano, Sirius se masturbó. Apenas un par de quiebres de su muñeca y se corrió con fuerza contra su vientre y el de Remus, que en contacto con su semen y olfateando su olor característico, le proporcionó una última serie de estocadas que culminaron con su propio orgasmo.

Laxo y sin fuerzas, Remus se desplomó sobre Sirius, y éste lo recibió en brazos con afecto y retirándole el cabello húmedo de la frente.

—Eso estuvo bien —exhaló Sirius con el aliento entrecortado—. Más que bien, de hecho...

—Mmm —murmuró Remus, que besó el cuello de Sirius repetidas veces y después se chupó la sal de los labios—. Me alegro.

—Antes, cuando... ¿A qué te referías con no tener experiencia? Porque es obvio que no la necesitas.

—A eso. Yo... —Remus mantuvo el rostro oculto en el cuello de Sirius—. Solía estar casado. Con una mujer.

—¿Ya no más?

—No. Nos divorciamos hace casi cinco años.

—Ok —dijo Sirius, que entonces suspiró—. Gracias por ser honesto. No sería la primera vez que traigo a alguien a casa y resulta estar casado y con hijos. Detesto cuando eso pasa.

Remus asintió, y después se separó de Sirius para salir de su cuerpo, y con cuidado retirarse el condón sin dejar que una gota saliera del interior.

Por su parte, Sirius se ofreció a traer una toalla húmeda para ambos, así que Remus lo esperó en su cama, comprobando la hora todavía temprana en un reloj fluorescente sobre la mesita de noche y preguntándose si sería demasiado optimista de su parte esperar una repetición o si era mejor marcharse.

En asuntos como ese, él era todavía demasiado ingenuo acerca de las reglas de etiqueta que imperaban en encuentros casuales de hombre y hombre. La culpa era suya en su totalidad, pues él y Dora habían estado juntos desde sus años de colegio, y salvo por ella no había conocida a ninguna otra mujer hasta ya mediados de sus treinta cuando se separaron. Su único campo de experiencia sexual recaía en su mismo sexo, e incluso entonces... Remus estaba falto.

Sirius le facilitó la estancia al volver con una toalla húmeda para ambos, y mientras lo limpiaba con cuidado y le prodigaba roces afectuosos, ofrecer una repetición.

—¿Tienes que marcharte?

—No.

—Entonces quédate un rato más.

—Ok.

 

Remus no había hecho planes para quedarse a pasar la noche, pero después de un tercer round que comenzó con besos y caricias prodigadas de manera lánguida en la oscuridad de la habitación de Sirius, no fue sino su propio deseo el que le instó a quedarse.

Así fue como la mañana lo sorprendió todavía en la misma cama, en los mismos brazos de la noche anterior alrededor de su cuerpo, y con un vago sentimiento de pertenencia que se prolongó más de lo necesario... Hasta que Sirius dio muestras de despertar, y a diferencia de los pocos (contadísimos) compañeros de cama con los que había pasado una noche completa, le plantó un beso en la nuca.

Remus cerró los ojos por un instante para disfrutar del momento, pero no se hizo mayores ilusiones que un cuarto round matutino antes de ser despachado sin mayores miramientos que un “que te vaya bien y no te arrolle el tren” como buenos deseos de partida.

—Buenos días —murmuró Sirius detrás de él, la voz ronca por el sueño y su brazo ciñéndose posesivo por su estómago y pecho.

—Buenos días —respondió Remus, y pese a su determinación por mantenerse ecuánime, gimió cuando la erección de Sirius presionó en su trasero—. Ah...

—¿Quieres que te la chupe? —Propuso Sirius, y ante la afirmativa de Remus, éste lo hizo rodar sobre su espalda, y con familiaridad se metió bajo las mantas y se puso manos en acción.

O mejor dicho, boca en acción.

Remus no requirió de mucho para correrse, y no por primera vez en las últimas doce horas agradeció que su noche tomara semejante giro, pues de una cita fallida con GLockhart69 había pasado a la mejor noche de sexo de la que tuviera memoria en esa vida.

Y su panorama sólo mejoró cuando perezoso se recostó Sirius en la curva de su brazo y simplemente le pidió que utilizara sus dedos para estimularlo entre las nalgas, mientras él con su mano se masturbaba y alcanzaba su propio orgasmo.

La incógnita de qué seguía después puso en alerta a Remus, que observó a Sirius con atención cuando éste se tomó su dulce tiempo para desperezarse como un perro echado cerca del fuego y después de un gran bostezo hacer una invitación para la cual no estaba preparado.

—¿Te quedas a desayunar?

—Uh... ¿Me invitas?

—Claro —le besó Sirius en los labios—. Sé preparar unos waffles de rechupete, aunque te advierto... Es probable que mi hermano se nos una a la mesa.

Todavía procesando el beso, Remus parpadeó un par de veces antes de conseguir articular palabra alguna.

—¿Quieres que... me quede?

—Sí.

—A desayunar.

—Eso dije. —Sirius arqueó una ceja—. A menos que los waffles no sean lo tuyo, en cuyo caso prepararía huevos y tocino, aunque...

—¿Aunque?

Fue el turno de Sirius para mostrarse ligeramente inseguro. —Vale... ¿Puedo ser totalmente honesto contigo?

Remus palideció. De pronto, ante él, cruzaron toda clase de temores reales e imaginarios para los cuales había intentado prepararse en el pasado pero que no tenía para nada asumidos. El peor de ellos era un estatus de VIH+ que de pronto le hizo temer por él, sí, pero también por su hijo Teddy, y por la clase de vida a la que estaba a punto de condenarlo si resultaba que esas eran las siguientes palabras de Sirius. Daba igual que hubieran utilizado condones a lo largo de la noche, porque el riesgo estaba siempre presente y si algo había aprendido desde la infancia cuando estuvo involucrado en el accidente automovilístico que lo dejó con multitud de cicatrices en el rostro y cuerpo, era que él y la suerte no iban de la mano.

Ajeno al pánico de Remus, Sirius se mordisqueó el labio inferior unos segundos antes de hablar.

—Ok, no hay manera agradable de decir esto, así que iré directo al grano: Sé quién eres.

En su cabeza, Remus repitió aquellas palabras sin cesar y no llegó a ninguna conclusión. —¿A qué te refieres?

—A que... Eres el profesor Lupin. Del departamento de Historia.

—Oh.

—Estudio en tu universidad. Yo, erm, tomé un curso contigo hace dos años. De hecho, no lo tomé tal cual, sólo estuve como asistente. Me faltaban créditos para tomar esa materia, así que asistí a las clases de verano y aprobé el curso el siguiente semestre con un examen. Gracias, por cierto.

—¿Estás en mi universidad? Porque no te recuerdo del alumnado.

—Ah, eso —dijo Sirius como si fuera un detalle sin importancia—. Soy estudiante de Artes. La materia era Historia del Arte Contemporáneo.

Entre las brumas de su memoria consiguió Remus recordar que justo dos años atrás había accedido suplir a un profesor amigo suyo porque tenía que pasar por una cirugía menor pero debilitante. Por aquel entonces su vida no tenía ninguna clase de alicientes personales, y enfocado como estaba al trabajo, le había parecido bien impartir una clase para el verano y ganarse así un bono.

Del curso recordaba poco. Historia era su especialidad, y el arte una pasión mal disimulada para la cual no tenía talento real pero sí apreciación, así que le había parecido fácil presentarse frente al grupo y compartirles de lo que sabía. Creía recordar que después se le ofreció como planta el continuar con la clase en los siguientes semestres, pero Remus había estado tan enfrascado atendiendo una petición de un Museo que dejó ir la oportunidad y no volvió a pensar en ella.

Hasta ahora.

—Espera... —Repasó Remus la oración de Sirius—. ¿Eres un estudiante de Artes? ¿No eras?

Sirius le dedicó una sonrisa repleta de malicia. —No. Estoy en mi último semestre...

—Mierda —gruñó Remus, que de pronto se sintió tan fuera de lugar como lo había estado la noche anterior en su cita con Gilderoy.

Incluso peor. Porque estaba desnudo y todavía en la cama con un alumno de su universidad, que incluso si no era su alumno, seguía siendo un problema. Uno mayúsculo ya que estaba en eso.

—Te has puesto tenso —dijo Sirius, que se incorporó en uno de sus codos y le miró con atención—. Hey...

—¿Qué edad tienes? —Preguntó Remus, dispuesto a afrontar uno a uno sus problemas.

Sirius puso los ojos en blanco y murmuró un número.

—¿Qué?

—He dicho veintidós.

—Oh, joder...

—Remus...

—No —amagó Remus separarse, pero Sirius se recostó contra su pecho y sirvió de contrapeso—. Sirius...

—He dicho veintidós, no dieciséis o-...

—Eso da igual —rezongó Remus—, y sigues siendo mi alumno.

—No tengo ninguna clase contigo. Ni siquiera somos del mismo departamento. Sólo... Da la casualidad que asistimos a la misma universidad.

—Ya, pero yo estoy por cumplir cuarenta y tres y eso es... ¡Diox!

—¿En serio? —Preguntó Sirius con atención, levantando la cabeza y apoyando el mentón contra el pecho de Remus—. ¿Qué día?

—Eso no es importante. Yo... —Remus hundió la cabeza en la almohada, y contempló la habitación en semipenumbra por cortesía de las cortinas—. Esto es incorrecto. En más de un sentido.

—¿Qué, por la diferencia de edad y que compartimos universidad? En primera, lo que pasó en esta habitación ha sido consensual, una actividad por demás que placentera entre dos adultos que sabían lo que hacían, y en segunda, fue una clase y hace dos años. No es como si me hubiera acostado contigo por una calificación aprobatoria porque pasé ese curso con otro profesor y con un 100 perfecto, así que no veo ningún problema aquí.

—¿Y el dilema moral? —Rebatió Remus, pero incluso a sus oídos aquella excusa sonó débil—. Ugh, lo que sea. Es hora de marcharme y-...

—¿Sin probar mis waffles? —Insistió Sirius, y Remus se vio tentado a apartarle un mechón de cabello negro que le caía sobre la mejilla, pero se resistió a tiempo.

—Tengo que irme —y sólo tras escudriñar en sus ojos se apartó Sirius y le dio espacio.

—Vale, pero al menos beberás una taza de té. Es la mínima cortesía.

Mientras Remus recogía sus ropas de la noche anterior y se vestía con repentina vergüenza de su desnudez dándole la espalda a Sirius, éste se limitó a ponerse los pantalones y salir de la habitación.

Remus le siguió, y por un instante se encontró perdido en una casa que no reconocía de nada. La noche anterior poco le había importado la distribución o la decoración, ni mucho menos que tuvieran compañía, pues según descubrió tras recorrer un pasillo con dos puertas más, él y Sirius no estaban solos en la casa.

—Buen día —le saludó una copia casi exacta de Sirius que desde la mesita del comedor alzó la vista de sus libros y no se inmutó por su presencia.

—Hola —murmuró Remus, dispuesto a buscar la puerta y salir corriendo, pero Sirius salió de la cocina y traía consigo la prometida taza de té.

—Aquí tiene, profesor —le dijo con acritud, y Remus se vio tentado de rechazar el ofrecimiento.

Con todo, moría de sed y sentía la lengua pegada al paladar, así que le aceptó y bebió un sorbo que le quemó y reconfortó al mismo tiempo. Justo igual que Sirius.

—Los waffles no tardarán en quedar listos —dijo Sirius, y justo a tiempo reverberó el estómago vacío de Remus en la habitación—. Te pondré un plato.

—Pero... —Fue la débil protesta de Remus, pero Sirius no aceptó ninguna negativa.

—Quédate y desayuna. Si después de mis waffles todavía quieres tener una crisis, adelante. Pero primero la comida.

A regañadientes se sumó Remus a la cocina, donde tomó asiento en una mesa de cuatro espacios que estaba ahí y recibió en su plato una pila de waffles relucientes de mantequilla y dorados, justo a su gusto.

—Come —le indicó Sirius tras servirse una ración similar y sentarse frente a él.

El primer bocado tranquilizó los nervios exaltados de Remus. El segundo borró de su frente la línea vertical que la surcaba. Para el tercero, sonreía al masticar. Y con el cuarto casi se atragantó cuando por debajo de la mesa Sirius le acarició el tobillo con su pie.

Luego el gemelo fraterno de Sirius se presentó en la cocina, tomó un plato, más waffles del montón, y se sentó entre ellos dos.

—Este es Regulus —explicó Sirius entre bocados—, mi hermano menor.

—Por un año —clarificó Regulus cuando Remus los examinó con atención por turnos—. No somos gemelos, si es lo que piensas.

—Cruzó por mi mente.

—Nos lo han repetido hasta el cansancio —dijo Sirius, que puso los ojos en blanco con buen humor—, pero no podríamos ser más diferentes en otros aspectos.

—¿Por ejemplo?

—Sirius estudia Artes y yo Economía —dijo Regulus.

—Y es por eso que él debería ser el hijo mayor y yo no —agregó Sirius con una nota por lo bajo, pero no explicó más y después cambió de tema—. Como sea, ¿qué tal los waffles?

Remus se apresuró a masticar y dar una respuesta. —Deliciosos.

—Y deberías probar el resto de su comida —sugirió Regulus, y por un instante se vio tentado Remus de ello, excepto que su vista se posó en el reloj del microondas y de pronto fue consciente del tiempo.

—Jo...

—¿Pasa algo?

—Debo irme —explicó Remus, finalizando lo último de su waffle. Poniéndose en pie y con el plato en mano, se dirigió al fregadero—. Teddy me espera. —Una pausa—. Ese es mi hijo. Se ha quedado a pasar la noche en casa de unos amigos, y seguro que me esperaba desde hace horas.

—¿Necesitas quién te lleve? —Ofreció Sirius, y antes de que Remus se opusiera, agregó—: A menos que no quieras subirte a mi otra motocicleta para una segunda vuelta.

Con las manos mojadas y jabonosas, Remus lo miró sorprendido por encima de su hombro. —¿Tienes otra motocicleta?

—Más de dos, de hecho —respondió Regulus con sorna—. Y el resto son proyectos a medias en el garaje.

—Es una pasión mía —se excusó Sirius—, y tengo más de dos cascos para cualquier eventualidad. Aunque si te da miedo montar ahora que estás sobrio...

Oh, vaya que lo hacía. Antes de la noche anterior, Remus jamás en su vida había montado una motocicleta, pero... De pronto le apetecía. Y no por la idea de ir expuesto al viento y zigzagueando en el tráfico, sino porque la imagen de él abrazado a Sirius por detrás le sedujo.

—¿Es seguro? —Preguntó por si acaso después se cerrar la llave del agua y secarse las manos con un trapo.

—Totalmente —le aseguró Sirius, que con una amplia sonrisa y brillo en los ojos, anunció—. Iré por mi casco extra.

 

Abrazado a Sirius y aspirando el aroma de la chaqueta de cuero con la que éste se protegía del frío, Remus consideró cumplida su loca fantasía de salir con un rebelde motociclista de cabello largo que lo llevara a largos paseos románticos por la ciudad. Que el clima no fuera lluvioso y que Sirius manejara con cautela favoreció la buena impresión que Remus tuvo de él, y cuando por fin llegaron a la casa de los Potter y descendió de la moto, al quitarse el casco se preguntó por una fracción de segundo si al menos podrían intercambiar un último beso antes de tomar caminos separados.

Pero mejor no.

Su estatus de bisexual, aunque no nuevo, todavía estaba en una etapa demasiado frágil, y Remus no quería causar ninguna escena en la calle de los Potter, y mucho menos frente a su residencia.

Sirius también se sacó el casco, pero no desmontó. —Linda casa —elogió la vivienda con cerca blanca y grandes setos verde oscuro que decoraban la entrada.

—Gracias por traerme —dijo Remus, y le entregó el casco—. Erm...

Sirius lo facilitó para ambos al levantarse de su asiento, y aunque mantuvo las piernas plantadas a cada lado de la motocicleta, no dudó en retirarse el casco, y tras sacudirse un poco el cabello, acercarse por un beso.

Un beso que Remus recibió y entregó por partes iguales.

 

Teddy no estaba. Había salido con Lily y Harry a la tienda, pero James sí, y desde la ventana de su salita había sido mudo testigo del beso que Remus y Sirius intercambiaran a plena luz de día antes de que éste último se volviera a colocar su casco y se alejara calle abajo.

Remus se había quedado unos segundos congelado en su sitio, y después con una profunda exhalación se había dirigido a la casa de los Potter listo para llamar a la puerta, sólo para descubrir que James se le había adelantado y esperaba por él.

—Así que... —Dijo James a modo de saludo y con una media sonrisa en el rostro—. ¿Quién era ese exactamente?

 

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Notas finales:

En total el fic tiene 19 capítulos y actualizaré los domingos. Si hay comentarios (en cualquiera de las 3 páginas donde lo subo) habrá otro capítulo el jueves. Si no es el caso, nos veremos el domingo sin falta.
Graxie por leer~!


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