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Amor de Cuarentena por LadyCalabria

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Notas del capitulo:

Hola, Os traigo un nuevo capítulo. Intento actualizar diariamente, al menos. Espero que os guste. 

Mario despertó a las ocho y media como de costumbre. Su reloj biológico le sacó de la cama a rastras y tuvo que ir descalzo al baño como un niño pequeño que no sabe aguantarse el pis.

Pensó que ya que estaba con los pantalones a medio bajar iba a darse una ducha para terminar de despertarse, y después desayunaría porque se moría de hambre.

Salió de la ducha pensando en que iba a servirse un zumo de naranja y un café con leche. y en cuanto recordó que podía hacerse un café con leche porque su vecino le había salvado de la multa y traído luego dos cartones del supermercado enrojeció como un tomate maduro, un tomate con tres pelos de barba.

Solo de recordar la metedura de pata que había dado confundiéndole con el hombre de la mochila se sentía culpable, estúpido y muy avergonzado.
Por alguna razón que no comprendió de golpe se le quitó el hambre que sentía, se aparró al lavabo y miró su reflejo desnudo. Se apuntó con un dedo acusador.

-Mario, ¿tú eres tonto?- se dijo a sí mismo elevando su voz cargada de regaño- Un bueno chico te ayuda a librarte de una multa y tú le dices que vaya, qué pena, no eres otro tío que pensaba que eras, bueno, adiós, me voy y que te den por culo ¡MAL MARIO! ¡MAL!

Se empezó a secar a conciencia haciendo aspavientos con los brazos. Empezaba a amanecer por competo, y podía escuchar como los pajaritos hacían ruido revoloteando en el patio interior de su edificio.

-Encima- añadió secándose la espalda- El pobre hombre en vez de pensar que soy imbécil me trae dos cartones de leche con todo su buen corazón aunque yo no sepa quién es aunque vivamos en el mismo sitio.

Dejando a un lado el detalle de que supiera cual era su puerta, cosa que no era tan extraña sabiendo que era el único chico que seguía viviendo en el bloque A. La mayoría de ciudadanos se habían muchacho corriendo a zonas menos habitadas en cuanto la situación pandémica se puso seria. Los primeros en marcharse fueron una familia de cuatro que vivía en el apartamento sobre el suyo, cosa que agradó mucho a Mario. Eran unos niños muy ruidosos. La señora mayor que vivía en el segundo, la que siempre le llamaba "cariño" cuando se cruzaban en el ascensor había muerto. Y la mayoría de sus otros vecinos se habían marchado para pasar la cuarentena con su familia.

Frunció el ceño y con la toalla amarrada a su cadera y el pelo mojado salió del baño para asomarse a su pequeño balcón interior, cruzando la cocina.

Le echó un vistazo a sus cactus para asegurarse de que todo iba bien y colocó una pequeña sombrillita tapando las suculentas más predispuestas a marchitarse con el sol directo. Su pequeño jardín, a parte de por sus encargos de trabajo, también estaba compuesto por otras plantas que le daban alegría y ocio. A Mario le daba igual cuidar una sansevieria, que un cactus que una pequeña planta de marihuana. Aunque su planta favorita, sin lugar a dudas, era el poto que adornaba orgulloso su salón.


Mario le llamaba Federico.

Miró el patio interior de su edificio, era grande para ser una edificación tan vieja. El Bloque A y el Bloque B tenían forma de L, y unidos formaban una U que dejaba aquel enorme espacio en el centro que debió ser concebido para ser un pequeño jardín pero que habían acabado cimentando muchos años atrás. Cuando él se había mudado los niños de ambos bloques jugaban allí a la pelota y con las bicis.

Sus vecinos siempre tenían las ventanas interiores cerradas así que había perdido el interés en aquel paisaje de balconcitos hacía mucho tiempo. Él siempre tenía las ventanas abiertas de par en par, de hecho eso era lo que más le había gustado de ese piso cuando lo eligió, que tenían enormes ventanales acristalados a ambos lados del apartamento y como daba a la calle principal por un lado y a aquella explanada por el otro siempre entraba muchísima luz.

Entró y se hizo por fin ese café con leche.

*******************************************

El rubio de rizos grandes y ojos de miel se estaba entreteniendo haciendo galletas caseras. Eran las siete de la tarde y estaban pasando en la televisión una reposición de un capítulo de Friends.

Rio entre dientes ojeando la serie mientras colocaba la masa en pequeñas bolitas que aplanaría más tarde con un rodillo de madera.

El olor a masa de galletas cruda le ponía de buen humor. Y aquella tranquila tarde estaba pasando minuto a minuto mecida por aquel olor, por el color cálido de la luz del atardecer y el apacible ronroneo de la televisión mientras él, en aquella barra americana que separaba su minúsculo salón de la cocina, salpicaba la masa de sus galletas con chips de chocolate.

Le había costado encontrar chips de chocolate, en algunos supermercados los productos escaseaban y por superfluo que pareciera a la gente le había dado por comprar chocolate. Al final, al tercer intento, había llegado a tiempo para comprar el último paquete que quedaba.

Después de colocar la bandeja en el horno y marcar el tiempo llamó a su hermana, que vivía en otra ciudad. Se preguntaron como estaban y se hicieron las preguntas de rigor para quedarse tranquilos, hablaron de su madre, del tiempo y de las noticias. Cuando la conversación no daba más de sí empezaron a despedirse, lo cual consistía en otro ritual de "Dale recuerdos" "Cuídate mucho" y "ten cuidado" Mario empezaba a notar el olor dulce de las galletas pero todavía le quedaba veinte minutos de horneo.

-Bueno, Luisa...- le decía a su hermana mayor para que captase que debían colgar ya. Deambulando mientras hablaban por teléfono había acabado apoyado en su pequeño balcón interior. Y cuando levantó la cabeza se encontró con que no era el único. Un chico en el bloque B, justo en mismo piso que él le miraba mientras fumaba un cigarro apoyado tranquilamente en su propio balcón. Mario reconoció enseguida aquellos ojos y aquel cabello castaño. El hombre, porque lo era a pesar de no llevarle muchos años, le saludó con un gesto de la mano y Mario le respondió imitando el saludo aunque con expresión mucho más avergonzada- Sí... de verdad, tengo cuidado. Bueno, tengo que colgar ya... sí, sí. adiós, adiós. yo también le quiero, adiós.

Por la distancia entre los edificios Mario sabía que el muchacho no podía oírle si hablaba en voz baja, pero de todas formas encontrárselo de aquella manera tiñó sus mejillas. Sintió que debía hablar con él para agradecerle el gesto, así que colgó el móvil y miró a su vecino.

-GRACIAS DE NUEVO POR LO DEL OTRO DÍA- Le dijo, quizá levantando demasiado la voz para llamar la atención del chico. Aunque en realidad el moreno no había dejado de mirarle en ningún momento con aquella expresión agradable en su rostro.

Él le quitó importancia dibujando una mueca y negando con la mano. Se rascó la barba, que era mucho más poblada que la suya, si es que la suya podía llamarse barba.

-No fue nada- le respondió en un volumen normal, por la distancia debían hablar un poco fuerte pero sin el alarido que acababa de dar Mario- Fui al supermercado y me acordé de ti. Me venía de camino.

-Fue un detalle, gracias- le dijo sinceramente. El chico le sonrió- he utilizado un poco de la leche que me trajiste para la masa de las galletas que... E-E...Estoy haciendo galletas.

-¿En serio? No se me ocurre un uso mejor de esa leche. Huele increíble.
Mario se encogió de hombros.

-Bueno, yo le pongo un poco... es un truco para que quede suave- le dijo y a medida que terminaba la frase se sentía estúpido por estar diciendo aquello. Miró al chico con entusiasmo cuando se le ocurrió como devolverle el favor.- ¿Quieres algunas?

-¿Cómo?

-Me gusta cocinar porque me relaja pero en realidad no voy a comerme la tonelada de galletas que he hecho- le dijo encogiéndose de hombros. El chico de barba asintió lentamente.

-Pues sí me apetece, Sí- le respondió su vecino. Mario oyó el sonido del horno tras él.

- ¿Cómo te las voy a dar? ¿Vamos a romper la ley? No me apetece morir.

-No hará falta- le dijo, Mario esperó a que le explicase- Si ambos vivimos en el tercero, nuestros pisos deben estar divididos por una pared ahí en medio. La del baño, creo. A veces oigo como te duchas...

-Okey...

-Quiero decir, no en plan creepy. Oigo el agua pero no sabía que...
Mario vio como el chico se sonrojaba de una forma que él creía que solo le pasaba a sí mismo.

-Vale, vamos a ver.

Mario fue a su baño y dio unos golpes contra el azulejo que revestía la pared de la ducha. Oyó como alguien le devolvía los golpes.

-!Hola!- oyó que le decía la voz amortiguada y medio apagada de su vecino. Sonrió.

-!EH!

No se paró a pensar en que había estado gritándose a sí mismo como un loco por el desplante que le había hecho al chico en la calle y que, viendo como podían comunicarse, su vecino lo había escuchado todo. Luego, más tarde en la cama sí lo pensaría y decidiría dejar de hablar solo de una puñetera vez.

Pero en aquel subió al retrete para asomar la cabeza por la pequeña ventana que daba la patio. El piso de su vecino también tenía esa ventanita.

Corrió a la cocina y metió en un tupper tanta cantidad de galletas como le permitió la tapa del envase. Quemaban un poco porque estaban recién hechas. Luego lavó el tupper por fuera con una toallita para asegurarse de que lo entregaba limpio. Lo metió en una bolsa y se colocó los guantes de plástico.

Corrió de nuevo a su baño y se encaramó a la ventanita de puntillas sobre el retrete.

-¿Tienes puestos los guantes?- le preguntó el vecino. Mario le dijo que sí. Le gustó que se fijase en ese detalle.

Ambos sacaron los brazos fuera de la ventanita y con un esfuerzo consiguió pasarle la bolsa. El chico de barba agarró el plástico con fuerza. rozándole la mano y tiró de él hacia dentro.

-DIOS MIO ESTO HUELE GENIAL- le escuchó gritar Mario. Se quitó los guantes sin tocarlos apenas y los tiró. Ambos volvieron al balcón para poder verse. Su vecino ya iba con media galleta en la mano, la boca llena y la camisa manchada de migas- Dios, joder. Esto está más rico que un orgasmo. Muchas gracias.

Mario rio pensando que eso no era cierto, enrojeció y apartó la mirada.

-No es nada... de alguna forma tengo que pagarte por la leche- le dijo Mario. Empezaba a hacer frio, debía ser tarde porque había desaparecido ya el sol completamente y decidió meterse dentro. Dedicó a su vecino una gran sonrisa- Disfrútalas. Me voy a...

-Vale, sí- le dijo el chico limpiándose las migas de galletas del pecho- Yo también, claro. Bueno, ya nos veremos por aquí...¿no? Ha sido agradable volver a hablar con alguien, llevaba mucho tiempo sin... ya sabes, hablar. Me sentía como Tom Hanks en náufrago.

Mario rio.


-Te entiendo, yo le he puesto nombre a mis plantas y hablo solo, así que... -le dijo algo azorado pasándose los dedos por los rizos rubios.

La sonrisa del castaño se ensanchó.

-¿Qué me dices?

-Te lo juro- le respondió Mario riendo- Mi poto se llama Federico.

El chico rio a carcajadas. Alguien en el quinto piso cerró la ventana con fuerza, al fin y al cabo ellos dos estaban gritando, y ambos chicos decidieron dar su charla por acabada para no molestar a los pocos vecinos que quedaban.

Mario entró y se quedó un momento quieto en medio del salón para asimilar lo que acababa de pasar. Con una sonrisa tonta en la cara fue a su habitación y se tumbó en la cama. Estaba muy oscuro ¿Qué hora seria?

Cuando pasó un buen rato tumbado en su cama repasando el agradable rato que habían pasado. Mario se dio cuenta de que aquel día se le había olvidado completamente de mirar a su vecino de la mochila azul ir y venir de su trabajo.

Notas finales:

¿Os ha gustado? Dejen comentarios para saber sus opiniones. Ánimo y un beso!


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