*-*-*-* Locura de Amor*-*-*-*
Capítulo XV
Apenas terminó su examen, el joven omega caminó rápidamente hasta el escritorio de su profesor y dejó la hoja en su escritorio.
El docente de investigación lo miró con una ceja alzada, pero simplemente asintió dejando ir al estudiante. Sabía que el joven Stark era un genio que ya se sabía al revés y al derecho sus clases, más que nada venía por mero protocolo, aunque tendía a aparentar que se demoraba un poco más en las prácticas sorpresa que daba, y luego se quedaba unos cuantos minutos más en su carpeta para no levantar miradas de envidia o desagrado, pero en esta ocasión no fue así. Apenas le dieron el papel empezó a escribir como si no hubiera un mañana. Tal vez, el joven tenía algo que hacer con urgencia.
—Puede irse, joven Stark.— Dijo el viejo beta.
El castaño soltó un gracias recogiendo su mochila, luego casi trotó hasta la puerta de salida, ignorando las miradas asombradas que varios alumnos le dirigían. Las prácticas sorpresa de este profesor le tomaba a un alumno regular entre una hora y hora y media, el docente tendía a dar más de la mitad de su horario para desarrollarlo por ellos, se sobre entendía que después de dar el examen el alumno podía irse del salón y aprovechar el tiempo para avanzar otras materias o más, pero Anthony no había tardado más de veinte minutos en tenerlo todo listo, igual de rápido al como alistó sus pertenencias para salir del salón de clases.
Caminando por los pasillos desolados, el joven estaba muy cerca de casi correr hasta el laboratorio de su Science-Bro, y aunque Bruce en ese momento se encontrara en clases, el necesitaba un espacio libre de miradas indiscretas para seguir leyendo el documento guardado en su mochila, aquel que le rebeló más de un detalle que le dejó la piel de punta.
Cuando la puerta se cerró tras suyo, y a su olfato llegó el olor a desinfectante y el limpio ambiente de trabajo de su amigo, el omega exhaló profundamente una enorme bocanada de aire.
— Por fin. — dijo para sí mismo, yendo hasta el sofá que Bruce tenía en su pequeño laboratorio privado.
Una vez sentado y sabiéndose en un lugar seguro, el joven omega finalmente sacó el folder con la información que quería seguir leyendo.
En muchas ocasiones, entre la primera clase y la segunda, cuando estaba leyendo la parte inicial del expediente policial, Anthony no podía creer todo por lo que había pasado su alfa. ¿Cómo un ser humano era capaz de mirarlo con tanta ternura y dulzura habiendo vivido un infierno gran parte de su vida? El recordar esos ojos llenos de suavidad y cariño, solo hacía que sus ganas por ayudarlo crecieran más y más.
Abriendo el folio en su regazo, lo primero que se encontró fue el grueso sobre de fotos que habían dejado un poco shockeado a Tony. Sus ojos miraron fijamente el pequeño paquete, sabiendo el contenido que tenía en su interior. Sintió algo removerse dentro de su ser, con un suspiro dejó el sobre y se dispuso a sacar los siguientes documentos.
El resto del documento se lo leyó rápidamente en menos de una hora. Desde como la policía misma pensó que el asesinato de su padre había sido en acto de defensa por un joven asustando tratando de proteger a su madre agonizante sobre un marido abusivo. Como al sentirla sin pulso, el jovencito modelo enloqueció y arremetió contra el despiadado hombre.
Nadie en el barrio lo quería o apreciaba, solo habían ciertos matones que se decían llamar sus "amigos" y que en ese momento se escondieron para evitar problemas, pero nadie acusó a Steve o pidió justicia de la muerte del señor Rogers, es más muchos vecinos creyeron que el señor se lo merecía.
El señor Roger, fue incinerado y sus cenizas fueron puestas en una urna que nadie recogió, pasó rápidamente a ser olvidado por la gente que lo vio por años vivir a su costado, realmente agradecidos de ya no escuchar los gritos y golpes en ese destartalado edificio, pero igual de rápido también olvidaron a la abnegada madre que hacía de todo para proteger a su hijo.
Steve enterró la bonita urna con las cenizas de la dulce Sarah e iba a visitarla cada par de meses a contarle como le iba en el entrenamiento o en sus estudios. Sin olvidar por un solo momento, todo el amor que esa mujer le profesó.
Pero aún así, las secuelas de ese día quedaron marcadas en el joven de apenas 18 años recién cumplidos.
El estado demandó que fuera a una revisión psicológica después de casos de agresión repentina en su instituto. El calmado o serio muchachito había pasado a tener arranques de ira que preocupaba a algunos y asustaba a otros, los profesores sabían sobre los acontecimientos transcurridos, por lo que no se demoraron en informar esto y en menos de una semana, Steve tenía una cita con una psiquiatra, por un presunto trastorno de estrés pos-traumático.
La especialista ese día conoció a Steve, un jovencito larguirucho, de ojos azules tranquilos con un tinte de tristeza y notorias ojeras adornándolos. Conoció de su agotadora rutina deportiva, de sus sueños y metas, de lo que siempre quiso lograr para enorgullecer a su difunta madre. Conoció un pasado lleno de golpes y daños, de una falta de amor paterno total en su infancia.
Ese día, la psiquiatra solo le recetó unas pastillas para dormir por las fuertes pesadillas que estaba teniendo y el insomnio que eso le causaba y las ISRS, unas pastillas que le ayudarían para el ánimo deprimido y la ansiedad.
La mujer despidió al muchachito pensando que era un caso tranquilo, que esos arranques de ira podrían ser causados más que nada por la falta de sueño y las pesadillas constantes, pero que en un corto periodo de tiempo y con el tratamiento adecuado, podría volver a su vida cotidiana y seguir aspirando a una beca deportiva para un futuro prometedor.
O así fue hasta que llegó la siguiente sesión.
Ese día conoció a capitán.
Serio, frio, sus azules ojos parecían más oscuros y ya no estaba presente esa cansada sonrisa que el rubio se obligaba a poner en sus labios por mera cortesía.
Frente a ella, estaba una persona totalmente diferente, que apenas y la reconocía, que tenía la misma rutina de ejercicio que Steve, pero la desarrollaba de diferente manera, que odiaba seguir viviendo en ese pútrido departamento en donde el señor Rogers había muerto y su adorada madre dio su último suspiro.
Enojado, frio, pero también cansado.
Solo bastó esa sesión para que el simple informe que había estado preparando para enviar al estado mismo, cambiara a ser uno de mayor complejidad y con detalles de un caso especial, el tratamiento de una persona con TID era algo que no muchos psicólogos o psiquiatras, tenían la fortuna o desgracia de conocer y a ella le había tocado en ese momento.
La tercera sesión encontró a un dulce niños sentado frente suyo que no quería hablar con nadie y que solo sonrió cuando vio un par de enormes galletas siendo ofrecidas para que el comiera. Ese niño le contó de una cuarta persona, de alguien que lo suprimía mucho, de un ser que le daba mucho miedo y paraba gritando.
"Él" últimamente estaba tomando de forma esporádica el control del cuerpo, era "él" el que protagonizaba los "arranques de ira" de Steve y quería el control del cuerpo. Era él el causante de muchas desgracias.
Cuando la doctora preguntó a que se refería con exactitud. El pequeño niño en el cuerpo de un joven, solo sonrió y siguió comiendo su enorme y deliciosa galleta. No se le permitía decirlo, eso lo entendió la doctora, pero era fácil deducir a que "desgracia" se refería.
Los pocos meses que quedaban del último año de preparatoria del jovencito Roger, se la pasó yendo al menos tres veces a las semana a ese cuarto a sentarse, mientras la especialista agilizaba los trámites y papeles de la beca que Steve finalmente escogió para sus estudios universitarios.
Lo primero que hizo fue sacarlo de ese departamento que solo encerraban al rubio a un ambiente lleno de recuerdos dolorosos, y luego de ello, las mejorías fueron notorias y constantes, hasta que finalmente se pudo contener a esa cuarta personalidad.
Steve recibió ayuda del gobierno de forma económica hasta que se pudo asentar en su pequeño departamento donde actualmente reside gracias a la beca económica y solamente llevaban un seguimiento de sus sesiones con la psiquiatra.
Las sesiones llegaron a reducirse de tres veces a la semana, hasta solo una vez. Por años las mejoras fueron lentas pero palpables y la calma había llegado nuevamente a Steve, al menos así lo fue hasta este último par de meses.
Anthony leyó la información actual de su chico, como demostraba progresos en los meses anteriores, pero últimamente la doctora había llegado a anotar anomalías en su sueño en y tristemente coincidía con la llegada de cierto omega a la vida del rubio.
El pequeño castaño se mordió el labio pensando en que él era en gran parte la causa de este enorme cambio negativo en el tratamiento del rubio, sintiendo algo en su interior que se encogía de la tristeza por ese panorama.
Steve o solo había dejado de ir, sino que le estaba mintiendo a la encargada. El primer par de semanas fueron los exámenes la excusa perfecta para un estudiante universitario y en las siguiente sesiones, variaba entre sentirse enfermo, un exceso de tareas y sus entrenamientos o partidos en otras regiones, lo que le impedía concretar la cita recomendada. Pero todas eran mentiras.
El rubio sabía que este método no duraría mucho y aunque a Steve le hubiera gustado ser descubierto, "él" estaba más satisfecho de como iban las cosas, sintiendo el control cada vez más cerca, cada vez más al alcance de sus manos. Solo necesitaba tiempo.
—Mierda, tengo que llamar. — Fue lo primero que dijo, cuando los reportes de las últimas semanas de las sesiones de Steve aparecieron casi en blanco con la excusa que Steve daba para omitir la fecha de la cita.
Anthony no quería meterse, no quería inmiscuirse en la vida de Steve, pero en una situación tan grave como esta, no le quedaba más que hacerlo. Interferir, llamar, buscar una maldita solución.
Cerrando el enorme y grueso folio, con toda la información actual de Steve, buscó en su bolsillo derecho su celular, pero nada.
Con un suspiro, se acercó nuevamente a su mochila, para guardar el folio y buscar en la parte delantera su bendito aparatito, lo más probables es que lo hubiera dejado olvidado al momento de entrar a clases.
— ¿Pero a quién rayos llamo? — Se preguntó cuando finalmente había dado con el celular aquel que ahora en sus manos, era ignorado mientras el pensaba y analizaba la situación.
¿Era bueno alertar a la psicóloga? ¿Eso no le traería consecuencias al joven futbolista en cuanto a su beca? Debía analizar más ese rumbo, porque sí o sí necesitaba contactar con un especialista ¿y qué mejor persona que la encargada del caso de su pareja?
La siguiente opción era la familia Stark, pero decirle a su sobreprotector padre que su ex, al cual seguía queriendo mucho, tenía TID y posiblemente su caso estaba empeorando, no auguraba buenos resultados. Anthony movió su rostro de un lado a otro negando ante la imagen de su enfurruñado padre cruzado de brazos.
Cuando estaba por agarrar nuevamente el folio de su mochila, buscando datos que tal vez le pudieran servir, por la puerta entró un jovencito ojeroso de cabellos ondeados y desordenados.
— ¿Tones? — Dijo Bruce mientras se sacaba la mochila de su hombro. — ¿Qué haces acá?
Y una amplia sonrisa apareció en el rostro del menor.
Continuará...