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Ada y Juana: Una profecía por Kaiku_kun

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No quiero entretenerme contando cosas que no me llevarían a ninguna parte, pero recuerdo muy bien los días siguientes. Fue cuando Daniel y Ferra empezaron a gustarse. Fue un período muy complicado para Ferra que, con Carla de por medio, parecía que su cabeza fuera a estallar.


Eso no impidió a Daniel darme la tabarra. La primera vez que quedaron fuera de clases fue aquella vez que Daniel le llevó a esa presentación de yaoi. No puedo mentir, yo sabía perfectamente de aquella presentación. Imaginé que Daniel iría, y tenía mi mente aún bloqueada, así que nunca me propuse ir en serio. Me limité a tener un poco el sueño de ir. Daniel sabía todo esto, es demasiado astuto, así que se aprovechó de ello cuando nos encontramos con él en la salida:


—Oye, si te quieres apuntar, no te voy a decir que no. ¡Te prometo mucha acción!


—¡Eres idiota!


—Eh, que no es mi culpa, te lo has hecho tú solita. O quizás no, porque no te he visto en mis posts de Facebook más picantillos.


Quise que me tragara la tierra y cotillear en su perfil por la puñetera curiosidad morbosa que siempre conseguía despertarme.


Ferra me salvó del apuro, pero para mí ya era tarde. Una cosa era Ada, en privado y comprensión, y otra el condenado de Daniel riéndose de mí. Ahora miro atrás y pienso que es gracioso, pero pasé muchos apuros en ese momento, porque sabía que Ada y Ferra querían reírse también.


Cuando nos separamos, Ada me preguntó de inmediato:


—¿Estás bien?


Yo rodé los ojos y moví la cabeza con cierta molestia, sin mirarla.


—Bueno, podría haber sido peor. Por lo menos sólo ha sido delante de vosotros.


Entramos de nuevo en el edificio. Os íbamos hacia la estación de tren de nuevo.


—¿Hubo ocasiones peores?


—Ahora sabe que estoy dando pasos —admití—. Se comporta mejor. Cuando éramos más inmaduros solía chincharme en medio de clase, le daba igual cuando y al lado de quién estuviera.


—Eso suena a bullying.


—No me exponía a mí, sino a sí mismo. Estaba muy desesperado por estar cerca de mí, pero no quería admitirlo. Quizás porque aún sentía algo. O porque ya estaba solo entonces.


—Así que crees que serás su amiga —afirmó, al cabo de unos segundos.


—Si Daniel y Ferra acaban saliendo juntos sería difícil no serlo. Tampoco soy de hielo con él…


—… Sólo tienes un bloqueo —acabó ella por mí. Admití aquello asintiendo—. ¿Y si te preguntara directamente si quieres que seáis amigos? ¿Le dirías que sí?


Aquello me frenó unos segundos. Fugaces recuerdos de los amigos que había hecho hasta entonces habían resultado de formas muy similares. Lo que en coña se dice de «los introvertidos no hacen amigos, un extrovertido les adopta». A mí me ocurría a menudo. Hasta Ferra, que también parecía timidete, hizo algo parecido.


—Sí. —Miré a Ada. Ella sonreía, mirando al frente—. Pero no se lo digas a nadie.


—No, claro.


—En serio. Quiero que Daniel se dé cuenta por sí mismo.


—Me parece bien.


Ada puso cara satisfecha y no volvimos a tocar el tema ese día, pero nos dimos los Whatsapp para hablar cuando se nos antojara (y aproveché para conseguirme el de Ferra). Yo no solía ser muy propensa a hablar por el móvil, porque normalmente la gente me pillaba trabajando. Pero incluso así, Ada y yo hablamos durante los siguientes días y me di cuenta de que la situación entre Daniel y yo la espinaba, que no le sentaba del todo bien en un mal día. No me atreví a decirle nada, pero ella era muy expresiva hablando por mensaje, se le notaba. Debería haberme dado cuenta entonces que era porque empezaba a gustarle, pero había cosas más importantes en mi mente.


Ferra rompió con Carla y faltó el viernes. Nunca le había visto faltar a clase. Todos nuestros problemas quedaron un poco al lado, y me di cuenta de cuánto significaba Ferra por todos nosotros, los tres, cuando nada más sentarnos clase, Daniel entró como un torbellino y se situó delante de nosotros.


—¿No ha venido? —preguntó inmediatamente.


—Aún no. Podría llegar tarde —dijo Ada.


—Bueno…


Daniel se alejó y se sentó a su sitio habitual, frotándose su muñeca, aunque parecía perfectamente.


—¿Crees que vendrá? —le pregunté a Ada.


—No lo sé, nunca le he visto en una situación así. No deberíamos contar con ello.


Intenté no mirar hacia Daniel.


—Bueno… —dejé ir de mi boca.


—Ha sido bonito —siguió Ada, por su cuenta. Sonreía con una de ésas, de las pícaras. No tardé en darme cuenta de lo que se refería, e hice el amago de girarme a mirar a Daniel.


—Se gustan —dije, susurrando al mínimo. Ada sonrió con un poco más de felicidad y asintió—. Dioses, van a ser adorables juntos.


—Es que Daniel apareciendo por aquí sin decir ni hola sólo por preguntar por Ferra… No hay otra explicación. Y el bobo de Ferra no creyéndoselo.


—¿De verdad?


—Qué va —se rio Ada—. Pero supongo que es porque se siente culpable y no quiere verlo.


—Tiene sentido. A mí también me sentaría mal que me empezara a gustar alguien así de la nada estando con otra persona. No querría reconocer que me equivoqué de persona la primera vez.


Ada asintió, menos alegre. No pude descifrar en qué pensó cuando le dije aquello, si en Carla y Ferra (que ya les conocía bien a ambos) o en otra situación suya. Visto lo visto, fue la segunda, pero eso sólo lo vería al cabo de unas semanas con lo de Emmanuel.


Daniel volvió a aparecer delante de nosotros justo cuando el profesor acabó su clase. Los tres salimos de clase hablando sobre que Ferra tenía que estar hecho caldo a la fuerza.


—Ayer me esperé en la estación de tren para preguntarle cómo estaba. Acabó llorando y huyendo —contó brevemente Daniel. Su rostro tan alegre se mostraba muy apagado en esos instantes. Reforzaba mi teoría de que le gustaba—. No quería que le tocaran.


Ada y yo nos miramos. Ada puso cara de «déjamelo a mí».


—Quizás me la cargue por decir esto, pero todo lo que ha pasado con Carla es precisamente por eso que acabas de decir. Ferra es asexual.


—¿Qué quieres decir? ¿No le atrae nadie?


—Más o menos. Es complicado.


—Es capaz de enamorarse, pero no de ver el atractivo sexual de nadie —le expliqué yo—. Hay muchos tipos de asexualidad, pero lo poco que sabemos de él es que no es capaz de tener sexo con nadie. Nunca ha querido decirnos hasta dónde alcanza.


—Y Carla no ha sabido aceptarlo —acabó Ada por mí—. Se han estado peleando desde que Ferra le contó eso.


Daniel pareció aterrado y atribulado durante un instante, pero luego me miró. Sus ojos castaños fueron como una flecha entre los ojos.


—Tú sabes de estas cosas —dijo—. Estás en mi Facebook. Pásame todo lo que se te ocurra que vaya a venirme bien. Quiero entenderle.


Asentí, muy seria, porque aquella era una situación que lo requería. Pero, si hubiera podido, hubiera saltado de alegría con corazones en los ojos y gritando lo bonito que había sido que se preocupara tanto por él.


—Esto ya es mucho más de lo que Carla ha hecho en semanas —le dijo Ada—. Gracias. Y si le dices a Ferra algo de que es asexual, dile que te lo he dicho yo. Quizás no se enfade.


Daniel suspiró, asintió y se fue por su cuenta. No volvimos a hablar con él hasta que Ferra se presentó el lunes siguiente con una cara desolada. Mi corazón se encogió. Ada casi rompió a llorar, lo que casi me hace llorar a mí también. Esos dos eran realmente buenos amigos.


Lo que necesitó Ferra durante un tiempo fue hacer vida normal. Daniel y yo volvimos a nuestra situación habitual. Ada se preocupó por distraer a Ferra cuando no estuviéramos trabajando y yo… hacía lo que podía. Lo que mejor se me daba era estudiar y dar lecciones breves sobre banderas o sobre la comunidad LGBTI+. De esa forma, Ferra mejoró muy rápido.


Aunque parezca frío por mi parte, no quiero entretenerme con eso. Es una parte tensa y triste de la vida de Ferra que, si leyera esto, preferiría no recordar mucho. Probablemente sí que le interese saber que yo me daba cuenta de la actitud de Ada: siempre había sido la observadora distante en las bromas, o la persona que da apoyo con una de esas sonrisas preciosas que tenía (y que se multiplicaron durante ese tiempo complicado) y… en fin, me fijaba en eso de ella. Y a pesar de lo que me costaba a mí centrarme cuando me subían las vergüenzas, me daba cuenta de que algunas de esas sonrisas eran para mí. Solía ocultar con efectividad mis crecientes emociones al respecto.


Supongo que pequé de ingenua. Me gustaban esas sonrisas y esa calidez, aunque sabía que no iban exclusivamente para mí. Sabía lo que me estaba pasando, y no me sorprendió mucho descubrir mi bisexualidad, aunque siempre había tenido esa intuición de que lo era sin experimentarlo. Pero pequé de ingenua pensando que iba a resultar sencillo, o simple. Ada había dado cero señales sobre si le gustaban las chicas.


Es más, ni yo ni Ferra sabíamos mucho de su vida privada, la tenía cerrada a cal y canto. Cuando intentábamos probar las aguas y saber algo más, ella siempre se mostraba recelosa. Ferra lo vio como secretismo, y yo lo vi como que no le iban bien las cosas fuera del mundo universitario. Deseaba ayudarla, quería que se aclarara un poco. En un mal día, su mirada tormentosa daba cierto miedo y me preocupaba.


Lo tuve todo mucho más claro cuando Ferra quiso gastarle la broma de reírse de su propia cursilería con el chico que sabíamos que estaba saliendo con ella. O supusimos. Yo me apunté no por eso, sino para ver cómo reaccionaba.


—Es divertido, pero nah, no es materia de relación —descartó Ada, cuando empezamos a decirle que queríamos saber más. Ferra quería hacer que se sonrojara.


—A lo mejor si le conociéramos… —propuse.


—Mm… no. No le conoceréis. No me resultaría cómodo, ¿sabes?


Reconozco que, para ser tan avispada y enseguida poner mi mente en modo pervertido, tardé unos incómodos segundos en darme cuenta de que Ada sólo buscaba sexo con aquel chico. Aquello fue como una fugaz tormenta interna: primero enrojecí como una boba inmadura, como siempre; luego reconocí mi ingenuidad y me entristeció saber que, aunque fuera sólo sexo, estaba con alguien más; y finalmente, me di cuenta de que ella tampoco era feliz.


Si de una cosa yo sabía, era de teoría sobre relaciones. Y reconocía esa infelicidad de alguien que se está descubriendo. Con un poco de esperanza, me puse a buscar sobre algo que quizás nos ayudaría a las dos.


—¿Qué buscas? —me preguntó Ferra.


Yo giré el portátil hacia el otro lado, para que no pudiera ver mucho, y le saqué la lengua, en broma.


Por desgracia, no todo fue tan bien como Daniel y Ferra saben, en este punto. Yo quise explicarle que quizás el motivo de su infelicidad no era que no encontrara el chico adecuado para ser su pareja, sino que no era capaz de tener pareja igual que Ferra era incapaz de tener sexo. Que era arromántica (tal cual, para no darme esperanzas a mí misma). Pero no lo conseguí.


Lo que Daniel y Ferra saben fue que aquella broma fracasó y que al día siguiente el rubiales apareció con Emmanuel. No fue lo único que pasó. Ada y yo nos vimos antes de separarnos por la tarde. Su tren salía antes esta vez.


—Te he visto algo mosca cuando he dicho lo del chico —dijo Ada, con cautela—. ¿Te ha molestado? —No dije nada, miré al suelo. Mi boca sólo se bloqueó porque sí, porque me había molestado, pero porque tenía que digerirlo todo y tenía que contarle también lo que tenía por decirle—. ¿Lo ha hecho?


Su voz sonó más potente. Temí que se hubiera enfadado con aquello. Me apresuré a quitarme mis tonterías de mi vista:


—En realidad, creo que sé por qué no encuentras lo que esperas en un chico. Sé que no eres feliz tal como estás.


Ada me miró, y esta ni felicidad ni sorpresa rezumaban de su mirada.


—No eres quién para decirme si soy o no soy feliz.


—Lo siento, yo no… —dije con un hilo de voz. No quería hacerla enfadar. Era lo último que deseaba.


—Me importa un bledo si te ha molestado, ponte todo lo celosa que quieras, es mi vida. Nadie tiene por qué meter las narices en ella.


—Tienes razón, estoy celosa, pero… —«del chico, no de ti», quise decir. Pero aquello supondría toda una nueva realidad para la que no estaba preparada. Ada tampoco me dio mucho tiempo para explicarme.


—Pues eso. Guárdate tus teorías —soltó con desprecio. Empezó a caminar más rápido que yo.


—¡Ada!


—¡Déjame en paz!


No lo gritó, lo dijo como si fuera su hermana pequeña cargante. Yo me detuve en el camino y la dejé ir. Me dolió tanto cómo me dijo aquello que no fui capaz de insistir más. Me senté en un banco cercano y me oculté detrás de un pañuelo para que mis silenciosas lágrimas se dejaran absorber.


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