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Los tres reinos: La concepción por Cat_Game

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Parte uno


VI


 


Arxeus es inocente, se repetía una y otra vez Astaroth como una frase de auto-convencimiento, Arxeus nunca ha hecho nada en contra de la vida; ni siquiera fue parte de las guerras y abusos que mi abuelo impuso. Arxeus es inocente. Pero debe morir. Sí, debe morir. Es más poderoso que yo, no controla sus poderes todavía y es un peligro más que una herramienta. Arxeus debe morir. Debo matarlo. No tengo otra opción.


De pronto, Astaroth se reprochó en silencio. ¿Por qué le quitaría la vida a un ser que había sido arrastrado por toda esa locura?, ¿era suficiente la razón que se daba para acabar con su hermano menor?, ¿por qué mataría a alguien que había nacido en un momento poco favorable y en una raza casi indestructible? Si Astaroth asesinaba a su hermano, entonces él se convertiría en un ser como su padre y abuelo; desobedecería a sus propios principios y se excusaría como un tirano.


El joven de ojos carmesí suspiró con fuerza y agachó la mirada. Sin importar que había prometido matar a los tres archidemonios de la realeza, no podía aniquilar a su propio hermano.


—Vete —al fin pronunció el hermano mayor.


—¿Eh? —los ojos de Arxeus se abrieron en modo de sorpresa.


—Dije que te fueras —insistió Astaroth con molestia—. Si no lo haces cambiaré de parecer y te mataré. Te estoy dando una salida por ahora.


De un momento a otro, Arxeus comprendió lo que eso significaba; así que caminó hacia el interior de la cueva con un paso lento. Astaroth contempló por última vez la figura inocente de su hermano. A pesar de que había decidido dejarlo ir, ya había planeado capturarlo y despojarlo de sus poderes de alguna forma u otra; aunque no sabía con exactitud cómo, por el momento había sido suficiente su resolución.


 


 


En la zona de guerra ya habían aprisionado a la poca resistencia y en el ambiente se respiraba una sensación de victoria. Zambrim ya había organizado a las fuerzas y trasladaría a los pocos oponentes a las cárceles cercanas. El General se acercó a Samael una vez lo vio salir del bosque de pinos nevados.


—Señor, tenemos noticias de que en otras secciones del reino ocurrieron enfrentamientos. La Zona Púrpura sufrió bajas considerables, pero fue protegida por el grupo rebelde comandado por un sujeto de nombre Baphomet. La zona Blanca también sufrió algunas pérdidas, pero los enfrentamientos parecen ser dispersos; también se ha corrido la noticia de que el rey ha muerto y sus sucesores con él. Todo el reino está expectante.


Antes de que Samael pudiera replicar, Astaroth se acercó al demonio y contempló con suma seriedad al General. A pesar de que la rebelión estaba por terminar, el punto de decisión era crítico y los siguientes movimientos definirían al resto de esa tierra.


—Reúnan a las fuerzas rebeldes en la Zona Negra; cerca del pantano, donde está la base principal —ordenó Astaroth con un tono solemne—, manden mensaje al líder Belphegor de nuestro regreso.


Samael fijó sus ojos en la imagen del archidemonio; estaba molesto, pero no sabía si era el mejor momento para encararlo. El joven demonio había preferido mantener su distancia, ya que deseaba analizar los movimientos de Astaroth. Tampoco se fiaba de Belphegor, puesto que no conocía las intenciones del otro demonio.


 


 


Las fuerzas rebeldes arribaron al pantano; a lo que había iniciado como una cabaña de refugio, ahora era la base más simbólica de ese enfrentamiento. El antiguo comedor era, en esos momentos, una sala alargada que permitía la presencia de más de cincuenta personas; allí se encontraban los tres líderes, los generales más importantes, el ingeniero de armas y, por supuesto, el defensor de la Zona Púrpura.


—Hemos derrocado al antiguo poder, hemos creado nuestra bandera de libertad —expresó el General Zambrim—, hoy nace una nueva nación, donde todos los demonios tendrán el derecho a la libertad y podrán expresarse en todo este vasto reino. Sin embargo, hermanos y hermanas, la nación necesita estabilidad y un nuevo comando.


—No habrá un rey —interpuso Astaroth; esto sorprendió a los presentes y causó pánico—. No por ahora. Justo como el General Zambrim lo ha dicho, la nación necesita repararse y con un reinado perderíamos todo el esfuerzo que nos ha costado llegar hasta aquí. Yo, Astaroth, descendiente del antiguo poder, declaro que exista un mandato parlamentario. Lores que comanden las Zonas y busquen el bienestar de toda la nación conjunta. No habrá abusos de poder y con esto cada uno de los Señores del Nuevo Infierno serán atribuidos de la misma autoridad.


De forma abrupta, la sala se llenó de gritos de euforia; los soldados del exterior esparcían la noticia con rapidez y celebraban con emoción.


—Suena excelente la idea, pero —Zambrim interrumpió el discurso de Astaroth—, ¿quiénes serán estos Lores de los que hablas?


—Samael —pronunció Astaroth con una voz calmada y seria—, Señor de la Piedra Negra, amo de la Zona más próxima a la vieja Zona Alta del reino; de ahora en adelante será un demonio Lord.


Las miradas se posaron en la imagen del joven demonio; muchos conocían el origen de ese muchacho. Muchos habían trabajado junto a su padre y lo habían respetado como nuevo líder. No hubieron reproches y la gente hizo una alabanza ante el nuevo título otorgado de forma unánime.


—El siguiente será Lord Belphegor, segundo líder de la rebelión y gran maestro en el combate. Sé que eres de la Zona Roja, por lo tanto eres ahora el Señor de la Piedra Roja —otra vez sonó la voz de Astaroth en toda la sala.


De nuevo hubieron gestos de ovación por parte de la multitud; habían aceptado al nuevo representante y amo de la Zona Roja. A pesar de esto, Belphegor no mostró un rostro tan complacido como Samael.


—Defensor de la Zona Púrpura, un lugar oscuro y casi misterioso para todo el reino, ¿cuál es tu nombre? —Astaroth fingió que no conocía sobre el joven demonio que había comandado a la rebelión en esa parte del mundo.


Las miradas de los espectadores se clavaron en un joven peculiar; su rostro era inexistente, sólo mostraba los ojos brillantes de un tono rojo y un pentagrama que resplandecía en su frente. Ese demonio tenía unos cuernos prominentes hacia los costados y sin la curvatura de un demonio de clase ‘alta’. Además, vestía un ropaje oscuro que cubría su rostro en una capucha y todo su cuerpo; no tenía nada en común con los otros dos demonios Lores.


—Baphomet —respondió con un tono serio el demonio inusual.


—Por tu liderazgo y valor, Baphomet, de ahora en adelante representarás al mandato de la Piedra Púrpura. También serás parte del Nuevo Consejo de Lores del Nuevo Infierno.


De inmediato las reverencias volvieron a aparecer entre la multitud; aunque Samael y Belphegor desconocían casi todo de ese demonio, los rebeldes que habían peleado a su lado, y que conocían al resto de los soldados, estaban conscientes del papel que Baphomet había desempeñado.


—¿Y tú? —Samael se atrevió a cuestionar con un tono seco.


Astaroth contempló al joven demonio y luego pasó su mirada por el resto de los presentes. No había considerado la posibilidad de obtener un título tan fácilmente.


—¿Yo? —inquirió Astaroth con suma cautela.


—¿No serás un Lord?


—¿Estás de broma? —Belphegor se interpuso.


—Nos ayudaste —continuó Samael—, gracias a ti la rebelión recobró a sus líderes y consiguió las armas para derrotar a los archidemonios. Mataste al rey, canciller y al segundo príncipe, así que supongo que eso debe contar como un acto heroico. Además, como el único descendiente no has reclamado nada. ¿Por qué no buscas obtener un lugar?


De forma seca, en el rostro de Astaroth se dibujó una sonrisa fingida. Había notado la mentira en las palabras del demonio Lord; empero, no era momento de enfrentar a su nuevo rival cuando el acto demandaba ceremonia.


—Eso dependerá de ustedes y los Generales Rebeldes. Ustedes saben que soy un archidemonio, descendiente de Ishtar. Si me otorgan un título de Lord, entonces obtendría la posición como Gran Duque; pero no lo tomen como algo ventajoso, pues sería más como un recordatorio de que la vieja dinastía no funcionó.


—Suponiendo que aceptáramos —delató Belphegor casi con elocuencia—, ¿cuál zona comandarías?


—La Zona Gris, por supuesto —aseguró Astaroth.


Zambrim y Azahrim se acercaron a Astaroth y se inclinaron ante él. Para ellos dos ese demonio-arcano había sido más que un héroe y un líder. El resto de los rebeldes copiaron el acto y demostraron su voto a favor del nombramiento.


—Lord de la Piedra Gris —expresó Samael—, Gran Duque del Nuevo Infierno, nos complace anunciar que el nuevo poder está completo.


Los cuatro demonios Lores enviaron la noticia al resto del reino a través de cartas, mensajeros y palabras de los sobrevivientes. La milicia se reorganizaría y con ello el territorio comenzaría su restauración. Cada uno de los Señores constituiría un mandato en las Zonas que les correspondían y con el paso del tiempo llevarían el orden al resto del reino que había quedado sin un representante.


 


 


El primero en levantar su castillo fue Samael; utilizando la base principal de la rebelión y casi todo el resto del pantano que se extendía hasta la vieja casona que alguna vez hubo pertenecido a su padre.


Pasaron unos cuantos meses, quizás un año entero; pero el Infierno ya había encontrado un rumbo y se posicionaba con rapidez como una nueva amenaza para otros grandes imperios.


 


 


La segunda reunión política se llevó a cabo en el castillo de la Piedra Negra; con la presencia de los cuatro nuevos Señores del Nuevo Infierno. La sala era grande y tenía una mesa rectangular de un tono oscuro que era acompañada por sillas elegantes; había unas antorchas de color verdoso que iluminaban tenuemente la piedra oscura de la construcción. A diferencia de Astaroth, Samael prefería los lugares lúgubres.


—¿Todavía tienen problemas con alguna resistencia? —Belphegor inició la conversación con su clásica voz profunda y su tono cínico.


—Muy poco —advirtió Samael con honestidad—, de vez en cuando hay algunos conflictos y otros pocos enemigos que usan la Zona Alta para atacar mi territorio.


Por su parte, Astaroth había aceptado reunirse con sus nuevos homólogos por dos razones. La primera era que debía guardar las apariencias y mostrarse como aliado de los Lores del Infierno; y la segunda consistía en el interés que tenía por Baphomet. Con el paso del tiempo, Astaroth había conocido bastante sobre ese demonio único, como el hecho de que alguna vez había vivido como una Sombra.


—Sí, comprendo que sea un problema la resistencia aún —expresó Baphomet con precaución—, pero debo decirles algo todavía más importante para mí; y supongo que para el reino también. Mi territorio está cerca de las penínsulas y las islas vírgenes de la Zona Azul y todo ese lugar acuático; sé que allí hay una puerta que conduce directamente con otros reinos. Debido a que no estoy enterado de lo que ocurre en esa Zona, no les puedo decir quién o qué, pero he tenido avistamientos en mi territorio de otros seres:  ángeles, Forjadores, Ravins, Muertos, y yo qué sé. Siento que todavía somos una nación débil y un objetivo fácil para otros reinos, en especial para el Cielo.


El Cielo era un reino muy poderoso y organizado en una teocracia; era gobernado por un ‘Rey absoluto o divino’ quién ejercía un poder centralista junto a un grupo muy selecto de ángeles. Astaroth conocía algunas cosas del joven rey, pero no estaba interesado en un grupo de ángeles territoriales. Empero, el silencio en la sala se prolongó de más; los tres demonios Lores contemplaban a Astaroth.


—Sí —suspiró con molestia el Lord de la Piedra Gris al hablar—, incluso sé que la Zona Verde también es un lugar vulnerable. Afortunadamente en la Zona Blanca tengo el contacto directo con Mammon, así que es más fácil controlar lo que ocurre allí. Aun así, no creo que debamos preocuparnos mucho por eso.


—¿No? —Belphegor recriminó—, tenemos muy poco tiempo en esto de la reconstrucción del reino, nuestra milicia todavía es un maldito caos y no tenemos control en tres zonas del territorio total de nuestro reino. Si el Cielo, u otro enemigo, nos atacara, seríamos destruidos con facilidad.


—¿Por qué nos atacarían? —cuestionó Astaroth.


—Porque nuestra política se tambalea como un montón de cajas mal acomodadas. Nuestras bases no son estables.


—¿Y qué propones?, ¿una guerra otra vez?


Una vez Belphegor analizó los cuestionamientos no prosiguió. Samael por su parte mantenía su postura y creía que era momento de revelar una de sus cartas maestras.


—Otorguemos tres títulos más.


Belphegor mostró duda. Baphomet sólo contempló a Samael. Y Astaroth denotó incredulidad.


—No —replicó Astaroth con prontitud—, no. No podemos dar oportunidad a cualquier demonio de obtener este mismo poder.


—¿Y por qué no? —insistió Belphegor con su clásico tono retador.


—Piénsalo un momento, Belphegor; ustedes fueron una gran influencia para la rebelión y yo estuve en el momento indicado.


—¿No me escuchaste? —discutió el Lord de la Piedra Roja—, ¡nuestra milicia es una basura! Nunca seríamos capaces de proteger al reino de un asalto contra un enemigo.


—Una cosa es repartir el poder y otra —empero, Astaroth acalló al escuchar que alguien había entrado a la sala.


El demonio gárgola era enano, regordete, con cuernos pequeños y alas poco estéticas; se acercó de inmediato a su Señor y le entregó un mensaje urgente pero no abandonó la sala. A continuación, Samael mostró terror en su rostro y contempló al resto de los Lores.


—Una… —Samael tragó saliva y prosiguió—: una invasión.


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