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Ignacio y Álvaro por TadaHamada

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Notas del capitulo:

Buenas, gente bonita, les traigo lo que viene siendo el capítulo 13 que tiene chingos de tiempo en mis documentos y pensé que ya había subido :'v

Quedé... *inserte emoji del payaso xd*

La Uni me trae loca xd

Despertó y se incorporó un poco, asustado de estar en un sitio ajeno, pero se calmó en cuanto notó a Álvaro a su lado, acostado boca abajo. Aquella sábana sólo cubría de su cintura para abajo y dejaba al descubierto aquella nívea espalda llena de marquitas rojas.

Sonrió y se acercó un poco más a él. Le besó el hombro y posó su mano sobre la cintura del menor. Éste se removió para voltear y quedar de frente a él.

—Buenos días — murmuró Álvaro con voz cansada. Aquella sonrisa le pareció a Ignacio la más radiante que había visto en su vida.

—Buenos días — respondió, igual de sonriente —. Te amo — le besó los labios suavemente —. ¿Cómo te sientes?

—Cansado — murmuró luego de recibir otro suave beso —. No quiero levantarme — cerró los ojos con pereza.

—Nos vamos a quedar aquí todo el día entonces — le besó el cuello —. Y podríamos hacerlo de nuevo…— le besó la barbilla.

—No sé si pueda, de verdad me siento muy cansado… y me duele — desvió la mirada, apenado —. Anoche que bajamos a cenar fue muy doloroso el estar sentado — sus mejillas adquirieron un color rojizo.

—Perdóname por ser tan desconsiderado, mi amor — depositó varios besos en su rostro —. Voy a pedirle a la cocinera que nos traiga el desayuno.

—N-No, ¿Cómo crees? Se le hará raro traer el desayuno de ambos a la misma habitación — le tomó del brazo antes de que se levantara.

—Tienes razón… — se quedó ahí sentado. Álvaro no pudo evitar quedarse mirando el cuerpo desnudo de Ignacio por demasiado tiempo, sobre todo aquella parte de su anatomía que en ese momento permanecía en reposo.

—Hay qué bajar, ya veré si encuentro algo para el dolor — murmuró, con las mejillas aún más rojas.

—Creo que mejor voy a la farmacia del pueblo, dudo mucho que haya algo útil aquí — Ignacio se puso en pie y fue hasta el armario para sacar su ropa. Después de la cena habían tomado una ducha juntos y se habían ido a dormir desnudos, queriendo acariciar un poco más el cuerpo ajeno.

Álvaro siguió con la mirada a Ignacio, no pudiendo creer lo perfecto que era ni el hecho de que horas antes había podido disfrutarlo. Agachó la mirada hacia su propio cuerpo y notó las marcas rojizas en su abdomen, su entrepierna, sus muslos, sus caderas… Ignacio había besado y mordido suavemente todas esas áreas, marcándolas como suyas.

Había sido increíble para Álvaro el hecho de que fuera iniciativa de Ignacio el querer hacerle sexo oral. Era torpe, pero lo había hecho relativamente bien para ser su primera vez.

Aquella cálida lengua lamiendo también su esfínter había sido algo muy atrevido de su parte, pero no lo había detenido. Ignacio le había dejado marcas rojizas en las nalgas y la espalda, en los hombros y el cuello.

Álvaro intentó bajar de la cama, pero aún le dolía mucho la espalda baja, así que Ignacio se acercó de inmediato a ayudarle a levantarse.

—Mejor quédate aquí, yo voy por el desayuno — sugirió, preocupado.

—De acuerdo — asintió Álvaro, rindiéndose. Le dolía bastante el cuerpo. De seguro Ignacio estaba acostumbrado a la actividad física por el esgrima, pero Álvaro no solía hacer demasiado ejercicio, así que sus músculos no estaban habituados.

Ignacio lo consintió todo el tiempo, pues no sólo le había llevado el desayuno hasta la cama, también le había ayudado a vestirse con paciencia y cariño. Álvaro se dejó hacer y permaneció ahí, con su cabeza apoyada en el pecho del mayor mientras éste le acariciaba los cabellos.

Al mediodía el sonido del teléfono en la planta baja atrajo la atención de ambos, así que Ignacio tuvo qué bajar a atenderlo. No había nadie más en la casa grande porque la cocinera se había ido y, por más pereza que le diera, sabía que sólo los clientes de la hacienda tenían el número así que debía ser algo importante.

—¿Diga?

Ignacio, qué bien que contestas tú, dime, ¿Álvaro está contigo? — la voz de Raúl era en tono bajo, discreto.

—Raúl… — palideció. Parecía haber olvidado ese pequeño detalle.

No llamo para recriminarte — le dijo, antes de que se le ocurriera colgar —. Llamo para advertirte que el padre de Álvaro sabe lo que hiciste y está buscándote para matarte. Tu padre también… ¿Ellos conocen la ubicación de tu hacienda?

Ignacio se quedó sin palabras. No entendía por qué Raúl no estaba ahí insultándolo o advirtiéndole que diría a todo el mundo dónde estaban.

¿Ignacio?

—Sigo aquí… No, nadie sabe… Tú... ¿No deberías denunciarme? — exhaló luego de haber aguantado la respiración por varios segundos.

No digas estupideces. Cuida de Álvaro y si tienen algún problema, llámame, ¿de acuerdo?

—… Gracias… en serio…

¿Para qué están los amigos? Saluda a Álvaro de mi parte — pidió y cortó la comunicación con cierta prisa, quizá había alguien cerca que podía escuchar, pensó Ignacio.

Tomó asiento en el sofá más cercano y suspiró, aliviado de saber que Raúl no lo había tomado tan mal y además le ofreció su ayuda si algo ocurría.

Cuando ordenó sus pensamientos, subió a la habitación para darle la noticia a Álvaro. No le preocupaba mucho que el señor Diener estuviera buscándolo con afán de matarlo, así que no le diría aquel detalle al menor.

—Entonces supongo que todo el mundo ya se enteró — murmuró Álvaro —. Mi hermana debe estar… — agachó la mirada, culpable.

—Oye… — le tomó el rostro con ambas manos y lo alzó —. No te preocupes por ella… Encontrará a un hombre adecuado que hará su sueño realidad. Tú eres mi sueño y no iba a perderte por nada del mundo, no sabiendo que yo también era el tuyo… ¿Habrías preferido ser infeliz y verla infeliz también? Yo habría sido un esposo terrible como mi padre de seguro… Esther no se merece eso… Y tú tampoco… Nadie iba a ser feliz… Ellas encontrarán su felicidad algún día…

—Tienes razón… Lorena habría sido miserable a mi lado… — exhaló sonoramente, sabiendo que por más que se hubiera esforzado, jamás habría conseguido ser feliz, que tarde o temprano ella se daría cuenta de que nunca la iba a amar.

—Iré al pueblo, ¿de acuerdo? — le besó fugazmente los labios — Mejor quédate aquí porque el camino es largo y te vas a lastimar más. Descansa — le quitó los cabellos de la frente con delicadeza y volvió a inclinarse para besarlo largamente.

—Ve con cuidado — lo miró con algo de preocupación.

*—*

El tiempo pasó rápido. El señor Diener se hallaba cada vez más frustrado por el hecho de que no había sido capaz de encontrar a Álvaro, ni usando tantos recursos. La policía había revisado cada estación de tren, habían preguntado a muchas personas, habían colocado miles de anuncios en cada población alrededor, en los puertos más importantes del país, previendo que quizá Ignacio querría llevarse a Álvaro más lejos.

La frontera con Estados Unidos también había sido contemplada, al igual que la frontera sur. El señor Diener y el señor Lascuráin viajaron hacia varios sitios, por separado, intentando abarcar más terreno, pero con el paso de las semanas parecieron rendirse.

Seguía la búsqueda, seguía la recompensa, pero ellos volvieron a sus actividades de siempre, intentando lidiar con el hecho de que pesaba sobre sus familias una deshonra tal, aunque la mayoría de la sociedad no lo supiera aún. Ellos lo sabían y eso bastaba para que sintieran que todo el mundo los veía con malos ojos aunque no fuera así.

La versión oficial seguía siendo que Ignacio había huído con su amante. De Álvaro no se hablaba y se manejaban diferentes versiones, entre ellas la de que había vuelto al extranjero a estudiar o que estaba enfermo.

Los carteles de búsqueda sólo tenían una fotografía de Ignacio con la leyenda $ SE BUSCA $ Ignacio Lascuráin Montiel. Vivo o muerto”, y una escandalosa suma en recompensa. Sabían que ello atraería a los más bastardos mercenarios que harían lo que fuera por obtener la recompensa.

Pero hasta el momento no habían obtenido gran cosa. Unos cuantos habían querido verles la cara, pero ambos padres eran lo suficientemente inteligentes como para caer.

De momento, la vida para Ignacio y Álvaro estaba llena de felicidad. Ambos parecían vivir en el paraíso.

Los primeros meses habían estado prácticamente recluidos en la hacienda por lo que había dicho Raúl. Conforme se dieron cuenta de que encontrarlos no era tan sencillo, comenzaron a hacer más actividades fuera. Dedicaban su tiempo a cuidar y recorrer la hacienda, a viajar a algunos sitios cercanos para conocer más clientes o simplemente distraerse.

La casa grande tenía poca gente, sólo una cocinera, un mayordomo, una doncella que se encargaba de la limpieza. No querían demasiada gente interrumpiéndoles a todas horas, así que al anochecer, esas personas debían irse a sus dormitorios ubicados fuera de ella.

A esos tres personajes les extrañaba bastante el hecho de que sólo vivieran ellos dos juntos ahí, pero no sabían siquiera que compartían la misma habitación o la misma cama.

Ignacio les había dejado en claro desde el inicio que no quería habladurías y que si se enteraba, les enviaría al sur.

Además, no tenía por qué darle explicaciones a nadie. A la vista de todos eran dos amigos que manejaban juntos aquel lugar.

Ignacio se había comunicado con Emiliano en cuanto había sabido que éste había sido dado de alta. Le agradeció todo lo que había hecho por ambos y le invitó a visitarlos cuando pudiera hacerlo. El médico de momento no podía moverse demasiado, pero había prometido avisarles cuando pudiera ir.

Raúl seguía comunicándose para evaluar el desempeño del lugar y poder informar a Ignacio oportunamente si había algún inconveniente. No hacía comentarios irónicos ni recriminaba nada, como Ignacio había pensado que haría. Conversaban de otros temas como si nada y Raúl le informaba lo que sabía de la búsqueda.

Álvaro dedicaba algo de tiempo a cuidar un pequeño jardín, con todo lo que Jerónimo le había enseñado. Se mantenía en contacto con Emiliano con frecuencia desde que éste había sido dado de alta.

A Ignacio parecía no ponerle celoso aquello, aunque nunca había confirmado si Álvaro y Emiliano habían tenido una relación, pero lo sospechaba.

Emiliano, por su parte, permanecía aún en cama. Su movilidad aún era poca, así que Jerónimo le asistía en todo lo que podía y lo cuidaba con mucho cariño.

Aquella mañana Jerónimo había salido a comprar algunas medicinas a la farmacia. Emiliano había escrito aquella receta y se la había entregado, como ya varias veces había hecho.

Procuraba salir sólo para lo más necesario, como comprar medicinas y la despensa de la semana. Con todo lo que había aprendido de Emiliano, sabía leer, escribir, sumar, restar y hacer algunas multiplicaciones y divisiones sencillas.

Con frecuencia se sentaba junto a Emiliano para leerle el diario o algún libro, para que no se aburriera mucho al estar encerrado. Emiliano podía hacerlo por sí mismo pero se cansaba muy pronto. Jerónimo había acondicionado el que antes fuera el consultorio para dormir ambos ahí y poder llevarlo en silla de ruedas hacia el jardín por las tardes, a despejar su mente.

—Ya tardó demasiado — se dijo Emiliano preocupado, al notar la hora en su reloj de la pared. Intentó pasar de la cama a la silla, pero una punzada en el cuello le hizo desistir.

Decidió esperar un poco más. Quizá se había detenido a hablar con alguien o había mucha gente y tenía qué esperar su turno. Quiso convencerse de ello para no desesperarse, pero conforme pasaban los minutos, sentía que algo no andaba bien.

Alargó su mano hacia el teléfono y marcó el número de Raúl. Era el único que quizá podría ayudarle.

¿Diga?

—Raúl, soy Emiliano… Disculpa que te moleste…

No te preocupes, dime…

—Es que… Jerónimo salió a la farmacia y no ha regresado. Estoy empezando a preocuparme, no suele tardar más de 15 minutos y ya ha pasado una hora… No puedo salir a buscarlo, todavía me cuesta moverme y...

Voy a tu casa, ¿de acuerdo?

—Muchas gracias…

Sabía que Raúl tardaría un poco en llegar, quizá Jerónimo llegaría en ese tiempo, pensó. Pero cuando escuchó la puerta principal abriéndose y vio al poco a Raúl llegar hasta la habitación, supo que definitivamente algo estaba muy mal.

—¿Ha llegado? — inquirió Raúl y se acercó al borde de la cama.

—No — agachó la mirada —. Estoy empezando a temer que lo detuvieron y olvidó sus papeles — suspiró.

—Iré a preguntar a la farmacia, alguien tiene qué haberlo visto — respondió Raúl.

—Lamento molestarte, de seguro tienes mejores cosas qué hacer — pronunció Emiliano.

—Nunca será molestia ayudar a un amigo — Raúl le sonrió y le palmeó la espalda suavemente —. Volveré en un momento — le dijo y salió de ahí rumbo a la farmacia, a unas cuantas cuadras de ahí..

Cuando bajó de su auto y se dirigió a aquel lugar, buscó con la mirada alrededor, sin éxito. Se aproximó al mostrador donde despachaba un hombre de cincuenta y muchos, de sonrisa bonachona.

—Buen día, disculpe, estoy buscando a un hombre. Se llama Jerónimo, es sirviente del doctor Emiliano. Lo enviaron aquí por unas medicinas, pero no ha vuelto — le comentó al mayor, que asintió suavemente.

—Sí, lo conozco, estuvo aquí y se fue — enarcó una ceja —. Déjeme preguntarle a alguien más si vio para dónde se fue — rodeó el mostrador y salió de ahí para ir a unos metros a hablar con el hombre que atendía la pulquería.

Al poco volvió y le comentó lo que aquel hombre le había dicho. Lo había visto ir camino a casa, como si nada.

Raúl siguió preguntando en todos los sitios que vio. Parecía que Jerónimo había vuelto a casa y en algún punto había desaparecido sin más.

No fue sino hasta que habló con una vecina de Emiliano que supo qué sucedía.

Emiliano dio un respingo al oír la puerta abrirse.

—Tenemos qué ir a la estación de policía — se aproximó a la cama y lo cargó entre sus brazos con relativa facilidad. Se dio prisa para sacarlo de ahí y ponerlo en el auto. No podría llevar la silla de ruedas porque no cabía.

—¿Qué pasó? — inquirió, alarmado.

—Todo el mundo dijo que lo vio venir para acá. Una vecina tuya dijo que vio un carruaje de la policía pasar por aquí. Si olvidó sus papeles, tenemos qué ir por él cuanto antes — le dijo mientras lo dejaba en el asiento del copiloto —. ¿Tienes una copia de ellos?

—Sí, está en el librero de la sala, en una carpeta — le indicó. Raúl se apresuró a entrar y sacar aquel documento para poder llevarlo.

Puso en marcha el auto y se dirigieron hacia allá.

Cuando llegaron a la estación pidieron la información y uno de los agentes les reveló que Jerónimo había estado ahí, pero que ya lo habían trasladado hacia otro sitio.

—¿De qué está hablando? ¡Él tiene papeles! — Emiliano no podía creer lo que sucedía.

—Teníamos qué ponerlo en el primer viaje al sur, junto con los otros... Y-Yo sólo seguí órdenes — se excusó el oficial a cargo.

—Óigame bien: se va a encargar de buscarlo y traerlo de vuelta aquí, sino quien va a terminar en Yucatán va a ser usted — sentenció Raúl con una mirada que al sujeto le dio escalofríos.

—S-Señor, p-pero yo no puedo detener el…

—¿Acaso no me escuchó? — inquirió Raúl con mirada seria.

Emiliano debía admitir que Raúl tenía el semblante más atemorizante que había visto, y eso que ni siquiera había alzado la voz aún.

Aquel oficial tomó el teléfono y de inmediato pidió comunicación hacia la estación. Rogaba internamente que el ferrocarril no hubiera partido ya, pero la palidez en su rostro fue suficiente para que Raúl y Emiliano supieran que era muy tarde.

Aquel hombre colocó el auricular de nuevo en su sitio y miró a ambos, nervioso, con el sudor comenzando a perlarle la frente. Prácticamente podía imaginarse a sí mismo trabajando hasta morir en alguna de las haciendas henequeneras de las que tanto se hablaba.

Realizó una llamada más, pidiendo que lo comunicaran a la siguiente estación donde el ferrocarril se detendría. Pidió al encargado que diera la orden de buscar a Jerónimo en cuanto bajaran a los detenidos, y que lo pusieran en algún sitio a salvo, mientras iban por él.

—Ahora sólo quisiera saber qué clase de órdenes seguía y de parte de quién — pidió Emiliano, molesto. El hombre tras aquel escritorio agachó la mirada.

—Mi superior no me dijo quién, pero me ordenaron específicamente que detuviera a ese hombre y lo enviara en el primer tren rumbo al sur, no importaba si era a Tabasco, Chiapas, Oaxaca o Yucatán, mientras peor fuera el destino, mejor. La carga que acaba de salir va con rumbo a Valle Nacional, en Oaxaca. Si llega hasta Córdoba al cambio de tren, ya no podremos encontrarlo — explicó el hombre, bastante preocupado.

—Pues más vale que lo encuentre, o el siguiente en irse en ese tren es usted — amenazó Raúl y dio un golpe en el escritorio. El hombre dio un respingo y asintió.

Emiliano se pasó la mano por la cara, con frustración y preocupación. Pobre Jerónimo, debía estarlo pasando mal en ese tren, montado en un vagón de carga como si fuese ganado, junto a otro montón de desdichados.

Rogaba poder encontrarlo a tiempo, poder rescatarlo de ese cruel destino. Sintió la mano de Raúl sobre su hombro y lo miró de reojo; con la poca movilidad que tenía apenas podía permanecer sentado en aquella dura silla, pero no le importaba. Esperaría lo que fuera necesario para poder ver a Jerónimo de nuevo.

¿Quién podría odiarlo como para hacer eso? Jerónimo no tenía enemigos, no que él supiera. Era una buena persona que no se metía en problemas. Si acaso el capataz de la hacienda de los Diener tendría algo en contra de él, pero ¿cómo podría ese hombre sobornar a las autoridades para que hicieran eso? No, alguien con mucho dinero lo había hecho, pero ¿quién?

—¿Necesitas descansar? — inquirió Raúl. Habían pasado ya un par de horas y aún no recibían noticias. Permanecieron ahí en espera de una respuesta pero parecía que tardaría.

—No, estoy bien, gracias — mintió. Sentía mucho dolor en el cuello pero no quería apartarse de ahí porque temía que, al irse, los oficiales no hicieran nada más por rescatar a Jerónimo.

—Te llevaré a tu casa — le dijo Raúl.

—No, estaré bien, en serio — aseveró —. Sólo… — agachó la mirada, compungido.

—Yo sé lo mucho que significa él para ti… Yo puedo estar al pendiente — replicó Raúl.

—Ya te he quitado mucho tiempo, has hecho mucho y te lo agradezco…

—Hay un hostal cerca de aquí, puedo llevarte a descansar un poco. Lo único que conseguirás será lastimar más tu cuello. No me iré hasta que nos den noticias de Jerónimo, te lo prometo — quiso convencerle.

—Gracias — por fin cedió, comprendiendo que sólo estaba logrando preocupar más a Raúl.

Cuando iban camino hacia aquel hostal, Emiliano siguió intentando recordar si alguna persona había tenido alguna vez malas intenciones con Jerónimo, pero no lograba dar con quién podría.

—Mi madre… — murmuró de repente. Raúl lo miró de reojo, extrañado —. Mi madre lo detesta… Ella pudo haberlo hecho… — murmuró, como no pudiendo creer lo que acababa de descubrir.

—¿Por qué? — inquirió Raúl extrañado.

—El día que traje a Jerónimo a la ciudad… digamos que a mi madre no le hizo mucha gracia y terminé por irme de casa… Ella no sabe mucho de mí desde entonces. Oí a Álvaro decir que mi madre habla con sus amigas del club sobre ello y no le tiene mucha devoción a Jerónimo, más bien lo culpa de mi decisión — suspiró, preocupado —. Ella se enteró de lo que me hizo Julio casi después de un mes de sucedido. Cuando fue a verme al hospital, me insistió en que la mejor para cuidar de mí sería ella, pero me dejó muy en claro que no quería a Jerónimo cerca y que no le importaba qué sucediera con él. Le pedí que no volviera a visitarme e incluso pedí que no la dejaran pasar. Además, oíste al oficial… Alguien le ordenó hacer eso, debió ser alguien con mucho dinero e influencias. Quizá no vino directamente ella, pero envió a alguien — supuso.

—Suena a un buen motivo… Ojalá lo encuentren antes de que sea tarde. Tengo un amigo que estuvo en un sitio de esos y… fue una suerte que lo encontráramos antes de que muriera — confesó Raúl. Por diversas razones no había podido llevar a Gerardo a visitar a Emiliano, así que éste no estaba enterado de que seguía con vida y no sabía cómo reaccionaría; por ello evitó decirle a quién se refería —. Lo pasó horrible y todavía no se recupera ni física ni emocionalmente. Dice que es el infierno en la tierra.

Sus palabras no hacían sentir mejor a Emiliano, pero no lo externó. Sabía que Raúl sólo estaba siendo brutalmente honesto, como siempre. Sin embargo, el saber que aquel misterioso amigo de Raúl había podido salir de eso le daba algo de esperanza. Sabía a Jerónimo fuerte e inteligente y confiaba en que lo lograría.

Emiliano esperó en aquel hostal, sumamente ansioso y preocupado, lamentándose tanto el no poder moverse siquiera para buscarlo por su cuenta. A pesar de todo, tenía tanto miedo de que llegara hasta aquel sitio donde el oficial le había dicho que se haría el cambio de tren. Al pasar las horas y no tener noticias, la preocupación fue acrecentando. Raúl permaneció ahí con él, intentando distraerle y animarle un poco.

Antes de anochecer tuvieron qué volver a la estación de policía, pues les tenían noticias al fin.

—Hablé con algunos agentes de Córdoba, el tren llegó, pero… — tragó saliva —. No lo encuentran… C-Creemos que se escapó, pues faltan 5 hombres en el vagón en el que iba él… Pero no sabemos en qué estación bajarían. Usualmente el tren se detiene por minutos en algunas y hay mucha vigilancia, así que no me explico cómo…

Emiliano sintió aquello como un balde de agua helada. ¿Cómo saber si era cierto? ¿Y si le habían hecho daño y sólo querían dar por terminado todo diciendo que se había escapado? Aunque también cabía la posibilidad de que realmente lo hubiera hecho y estuviera buscando el camino de regreso.

—Pe-Pero no se preocupe. En cada pueblo hay la posibilidad de que los detengan y si no tienen papeles, los pondrán en custodia… Haremos circular un anuncio de búsqueda por cada estación y cada pueblo del camino — les prometió.

—Usted irá personalmente a buscarlo — dijo Raúl, al ver que Emiliano no podía ni hablar de la impresión —. Irá acompañado de un par de sirvientes míos, para que no se le ocurra escapar. Tiene 10 días para traerlo de vuelta — sentenció, adusto. Estaba realmente furioso, pero no quería descontrolarse y asustar aún más a Emiliano.

—S-Sí, señor Iturbide — asintió el hombre enérgicamente, sin más opción.

Dicho esto, Raúl llamó a su mansión y pidió que enviaran a dos de sus hombres más confiables. Éstos irían armados por si acaso.

—No puedo permitir que te quedes solo — insistió Raúl —. Mi casa es tu casa, lo sabes — notó el semblante preocupado y reticente del menor —. Si se escapó, no llegará aquí tan pronto, al menos no a pie, tendría qué tomar un tren y si no tiene papeles ni dinero es imposible que lo haga, no si no quiere ser encontrado por la policía — quiso razonar con él —. Pero si te hace sentir mejor, podemos ir y dejar una nota a tu casa para que sepa dónde encontrarte si acaso llega antes de lo previsto. Él lo va a entender, sabe que no puedes estar solo… Y créeme, él va a luchar con toda su fuerza para volver lo más pronto posible porque sabe que lo necesitas.

Fue la única manera en que pudo convencer al médico.

Sólo quedaba esperar a que encontraran a Jerónimo o éste llegara por su propio pie…

*—*

Gerardo llevaba buen rato sentado frente a aquel pequeño piano vertical hecho de caoba, color negro con dorado, con teclas de marfil. Manuel lo había adquirido hacía poco con el único objetivo de que le sirviera para entretenerse y practicar, cosa que le agradecía infinitamente. Ya podía moverse un poco más y caminar pequeñas distancias, aunque aún usaba la silla cuando tenía qué andar trechos más largos, pues sus piernas aún no resistían demasiado. Hacía ejercicios para movilizar sus extremidades y fortalecerlas un poco, aunado a los masajes que le hacía la enfermera 3 veces por semana.

Los primeros días había sentido que sus dedos estaban demasiado rígidos para tocar, pero con el paso del tiempo y la práctica, fue sintiéndolos de nuevo más flexibles. Tocaba por horas mientras Carmen y Manuel estaban trabajando, así que no se aburría.

Aquella tarde llegó la pareja y parecían demasiado contentos por alguna razón.

—Buenas tardes — saludó Gerardo al verles llegar a la sala.

—Buenas tardes, querido — saludó Carmen, sonriente —. Tenemos novedades.

—¿De qué se trata? — inquirió, contento de verla así. Carmen miró a Manuel de reojo y ambos sonrieron.

—¡Vamos a ser padres! — soltó ella, emocionada —. ¡Vamos a tener un bebé al fin! — exclamó con alegría mientras Manuel la abrazaba por la espalda y le frotaba suavemente el vientre.

—Vas a ser tío — pronunció Manuel mirando a Gerardo.

Gerardo pudo ver en sus ojos una genuina ilusión. Al fin sería padre, planeado o no, pero sabía que ambos estaban listos, que tenían los medios para ofrecerle a su futuro heredero la vida que querían.

—Vamos a celebrarlo — habló Carmen —. Organizaremos una pequeña fiesta y me encantaría que tú tocaras en ella — soltó, entusiasmada.

—Querida, él no puede hacer eso — intervino Manuel y la giró cuidadosamente para verla a los ojos —. Aún está muy débil y… — la miró significativamente.

Carmen, aunque sabía la razón por la cual Gerardo estaba en la situación en la que estaba, parecía haber olvidado el asunto. De repente lo recordó y se sintió sumamente apenada con él.

—Oh, sí, perdona — le pidió —. Podemos celebrar antes aquí, los tres, ¿tienes problema con beber un poco? Aunque yo ya no podré hacerlo por un tiempo, al menos quisiera que tú acompañes a Manuel con una copa, no le gusta beber solo — preguntó, girándose hacia Gerardo, que negó con la cabeza suavemente — Perfecto, entonces prepararé algo delicioso y…

—Tú vas a descansar, yo me ocupo de todo — Manuel la abrazó y depositó un suave beso en su mejilla —. Yo te voy a consentir — aseveró.

Gerardo estaba muy contento de verles así de felices, cariñosos, emocionados por su futuro hijo…

Esa noche se sentaron los 3 a la mesa para cenar lo que había preparado Manuel. Era bueno cocinando y se había lucido con todos esos manjares. La conversación en la mesa giraba en torno a ese pequeño ser que llevaba Carmen en su vientre, en cuál sería el nombre apropiado si fuera niña o niño, en cuántas cosas tendrían qué adquirir, en acondicionar una de las habitaciones para su llegada…

Todo parecía ser un mundo color de rosa para la feliz pareja.

Gerardo comenzaba a sentir más que nunca que su presencia ahí sobraba.

—Bien, descansa — murmuró Manuel al dejarlo en la cama.

—Muchas gracias — esbozó una sonrisa —. Descansen…

—Te ves un poco triste, ¿qué pasa? — inquirió y se sentó en el borde de la cama, de frente a él.

—Nada… Debe ser el alcohol — encogió los hombros.

—Me encantaría ponerle tu nombre si es niño… — le tocó la mejilla y lo miró a los ojos.

—Creo que es más apropiado el nombre del padre de Carmen — desvió la mirada, algo incómodo.

—Si es niña, que ella elija el nombre — Manuel le besó la frente tan delicadamente que le hizo sentir escalofríos.

—P-Por fin serás padre…

—Me hace muy feliz… Tengo casi todo lo que quiero en mi vida — sonrió —: Una esposa hermosa y perfecta, una empresa próspera, una casa preciosa, un bebé que viene en camino… Lo único que me falta es tenerte a ti… — murmuró, arrastrando un poco las palabras.

—¿A-A qué te refieres? — tragó saliva.

—Tengo tus besos, pero no tu corazón… ¿en quién piensas cuando te beso? — susurró contra sus labios.

—N-No sé de qué hablas — giró el rostro ligeramente.

—¿Todavía amas a quien te traicionó? — inquirió con los ojos cerrados, ahora contra su mejilla — Ámame a mí… — depositó suaves besos en la mejilla ajena, descendiendo lentamente hacia su cuello. Sus manos se colaron bajo la camisa de Gerardo, haciéndole sentir escalofríos y miedo.

—Creo q-que bebiste demasiado — se rió nerviosamente y lo apartó con suavidad, apoyando las manos en los hombros del mayor.

—Sólo eso me falta para ser completamente feliz…— le sonrió con anhelo y posó sus manos en los hombros del menor.

—T-Tu esposa te espera — le respondió nervioso.

Manuel se apartó y suspiró. Le revolvió los cabellos antes de ponerse en pie e irse murmurando un “buenas noches”.

Gerardo exhaló sonoramente en cuanto Manuel cerró la puerta, ¿qué había sido eso? No entendía y no sabía cómo sentirse al respecto, ¿acaso Manuel podía amar a su esposa y pedirle aquello al mismo tiempo? No lo creía posible.

Quizá estaba confundido sobre lo que de verdad quería. Se sentía un poco culpable por haberse prestado a esos besos que quizá Manuel estaba interpretando mal. Pero si lo pensaba bien, él había sido quien había iniciado todo… Gerardo solamente no había tenido el valor de negarse.

La culpa que lo agobiaba era porque le agradaba sentir aquella demostración de afecto. Cada día se había prometido a sí mismo hablar seriamente con Manuel para detenerlo porque sentía que le quitaba algo a Carmen.

Ahora iba a ser peor, le estaría quitando algo al hijo de ambos.

Tenía qué irse de ahí…

*—*

Los días fueron tortuosos para el joven médico, más aún que aquellos primeros días en que estuvo en el hospital. No conseguía sentirse tranquilo y extrañaba mucho a Jerónimo. Tenía tanto miedo de que le hicieran daño que aquel nudo en su garganta no se iba.

Comía sólo para no enfermar, pero en realidad no tenía apetito. Dormía la mayor parte del tiempo gracias a los tés que Catalina amablemente le llevaba. Sentía unas inmensas ganas de llorar, pero se aguantaba lo más que podía durante el día.

Era frecuente que se la pasara suspirando. No podía concentrarse ni para leer y lo único que ansiaba era ver entrar por aquella puerta a Jerónimo.

Su madre de alguna manera se había enterado de que permanecía en la mansión de Raúl, así que había acudido a visitarlo sin avisar. Había sido bien recibida por Catalina, que no estaba enterada de la situación entre ella y Emiliano y le había permitido subir a verlo, pensando que le haría bien.

—Hijo, me alegra tanto verte — se acercó ella luego de cruzar el umbral de la puerta —. No deberías estar molestando a tus amigos, aún tienes a tu madre para que te cuide — tomó asiento en el borde de la cama donde yacía Emiliano, quedando de frente a él.

—Te noto particularmente alegre, ¿a qué se debe? — inquirió Emiliano, mirando hacia el techo, sin ánimos de levantarse a saludarla apropiadamente.

—Porque me alegro de verte — respondió ella —. Y quisiera que vinieras a casa conmigo, para cuidarte y…— vio a su hijo incorporarse con algo de dificultad y quiso ayudarlo, pero él la apartó.

—¿Por qué hiciste que arrestaran a Jerónimo? — la miró con rencor.

—¿Quién te lo…? — palideció.

—No estaba seguro, pero tú sola me acabas de decir la verdad, ¿¡cómo pudiste!? — le recriminó con lágrimas en los ojos.

—Hijo, fue por tu bien — se excusó ella — Ese indio sólo te está usando, se está aprovechando de tu buen corazón — arguyó la mujer —. De seguro todo este tiempo te ha dicho cosas malas sobre mí para ponerte en mi contra.

—Por supuesto que no… Ni siquiera lo conoces, Jerónimo es la persona más noble que he conocido en mi vida, ni siquiera se molestó porque lo trataste como un apestado el día que lo llevé a casa. Es más, me quiso convencer de volver contigo, dijo que él se las arreglaría solo… Jamás haría tal cosa como hablar mal de una dama y menos de mi propia madre... Él no es como tú... — espetó, airado.

—¡No te atrevas a compararme con ese animal! — soltó, furiosa, como jamás la había visto Emiliano en su vida.

—¡No le vuelvas a llamar así! — ella dio un respingo, tampoco lo había visto nunca así de enojado — ¡Ya no te quiero ver! ¡Vete! — se llevó ambas manos hacia la nuca, ahogando un quejido de dolor. Se había agitado demasiado y hecho mucho esfuerzo y sólo había logrado lastimarse.

—Hijo…

—¡Que te vayas! — le gritó, sorprendiéndose a sí mismo de reaccionar de esa manera. Al ver el rostro compungido de la mujer, sintió culpa, pero no hizo nada para detenerla.

Ella salió de ahí de prisa, llorando por el rechazo de su único hijo. Creía firmemente que había hecho lo correcto, así que no se explicaba por qué no habían salido las cosas como ella pensaba que lo harían. Había pensado que Emiliano de inmediato acudiría a ella, que le permitiría cuidarlo, que todo volvería a ser como antes.

Maldijo mil veces a Jerónimo, pues aún sin estar presente, había logrado apartar a su hijo de ella. Emiliano la repudiaba por un donnadie.

Tarde o temprano lo vas a entender, hijo… Yo lo sé… Tengo qué asegurarme de que ese indio no vuelva a acercarse a ti jamás — pensó mientras subía al carruaje que la llevaría de vuelta a casa.

*—*

Para buena suerte de Gerardo, Raúl llamó a Manuel algunos días después de lo sucedido, diciéndole que las obras en la mansión habían concluido y que podía llevar a Gerardo. Éste no tuvo un argumento válido para retenerlo y más aún porque Carmen ya le había notificado a Catalina de su embarazo, por ende, Raúl ya se había enterado. No tendrían tiempo para cuidar a alguien más.

Habían acordado que Raúl iría por él a mediodía, así que los únicos que estaban en el departamento eran la enfermera y Gerardo. Éste se hallaba tan concentrado tocando el piano, que no se dio cuenta de la presencia del menor de los Iturbide.

—Raúl — murmuró Gerardo al verle, sorprendido, pues no había sido notificado aún —. Me da gusto verte — le sonrió.

—A mí también… Me alegra que estés tocando de nuevo — se sentó a su lado en aquel banquillo largo frente al piano.

—Me ayuda mucho a distraerme — respondió con un ligero sonrojo en las mejillas. Lo había extrañado tanto…

—¿Cómo te has sentido? — le tocó la mejilla y la frente, buscando síntomas de fiebre — Me dijo Manuel que has estado mucho mejor.

—Sí, puedo caminar un poco más — aseveró, contento.

—Me alegra mucho, eso significa que podrás dar paseos conmigo en el jardín — le palmeó la espalda con suavidad.

—Pero aquí no hay jardín, es una terraza — respondió con cierta inocencia.

—En mi casa… ¿No te dijo Manuel que vengo por ti? — inquirió — Quizá quería que fuera una sorpresa…— supuso.

—N-No, no me dijo… Yo pensé… — agachó la mirada hacia las teclas del piano —. Pensé que me habías enviado a vivir con ellos porque Catalina y tú querían su espacio — respondió y se arrepintió de inmediato de decir aquello.

—¡Por supuesto que no! Fue porque Enrique estuvo estos meses ahí, arreglando la mansión. Ya sabes lo que Enrique piensa al respecto de… estas cosas que sucedieron… No quería que te hiciera sentir mal con sus desaires o sus comentarios — encogió los hombros —. Se hicieron muchos cambios en la casa… Ahora hay un elevador para que puedas subir y bajar cuando quieras — le acarició la nuca, haciéndole sentir escalofríos.

—No debiste molestarte — no fue capaz de voltear a verlo, avergonzado —. Pero muchas gracias…

—No te preocupes… Nos iremos ahora, ¿de acuerdo? — inquirió y le sonrió — Ya había empezado a preocuparme, siempre que llamaba estabas dormido. Pensé que estabas enfermando de nuevo y Manuel no quería preocuparme…

Gerardo enarcó una ceja, pero no dijo nada. Había creído que Raúl no se comunicaba porque no quería saber más de él.

Raúl acercó la silla de ruedas y le ayudó a sentarse en ella. Notó que Gerardo parecía haber ganado un poco de fuerza en las piernas, así que le hizo más fácil la tarea de moverlo.

—Gracias — murmuró Gerardo.

—Vayamos entonces — se colocó tras la silla y comenzó a empujarla suavemente —. Manuel pasará en la tarde a verte — le dijo.

Ambos se despidieron de la enfermera, que ya tenía la instrucción de tener lista la maleta con las pocas pertenencias de Gerardo y sólo se la tendió a Raúl.

Raúl no había podido pasar a visitarlo en aquellos meses porque sus días se iba en estar con Enrique. Sólo llamaba antes de anochecer, pues no quería ir a importunar a su hermano y la esposa de éste, siendo que llegaban cansados del largo día de trabajo.

Además, no quería seguir alimentando esos pensamientos que últimamente tenía sobre Gerardo.

Había notado, con cierta culpa, que lo extrañaba cada vez más; que aunque podía perfectamente seguir su vida sin sentirse necesario para él, quería tenerlo cerca y saber que estaba bien.

Cuando llegaron a la mansión, Catalina les recibió, sonriente.

—Bienvenido — le dijo a Gerardo.

—Muchas gracias, lamento estar incomodando de nuevo — se disculpó.

—No digas eso, no incomodas, estamos muy felices de tenerte aquí de nuevo — le respondió —. Preparé la cena yo misma para recibirte — aseveró, sonriente.

Si bien había sentido celos de Gerardo y la atención que recibía por parte de Raúl, había sido mucho peor ser ignorada por éste todo el día y que estuviera de mal humor el poco tiempo que estaba a su lado.

Prefería verlo contento y tranquilo, o al menos intentaba convencerse de eso. Además, tarde o temprano se terminaría. Cuando Gerardo se recuperara pasaría a segundo plano, se iría de la casa a seguir su vida, pensó. Ella tenía qué seguir esforzándose por demostrar a Raúl que era una excelente esposa, se dijo.

Luego de aquella cena, Catalina supo que estaba en lo correcto. Raúl se veía más animado, más contento, sonreía más. Incluso a la hora de dormir, al acostarse junto a él, éste no se apartó. Ella aprovechó y lo abrazó y besó su mejilla para desearle buenas noches.

Para su sorpresa, Raúl se giró y comenzó a besarla, aunque fue por poco tiempo. Le hizo girarse hasta quedar boca abajo y apartó las prendas necesarias para penetrarla, afianzándose de su cintura. Las embestidas no eran agresivas como para lastimarla, pero Catalina había sentido que aquello era sin el más mínimo amor, justo como aquella ocasión en su luna de miel.

¿La estaba usando para desahogarse? Sus sospechas comenzaron a ser cada vez mayores… Había algo… ¿Gerardo le provocaba a Raúl algo? Esa pregunta no la dejaba en paz. No sabía si aquello era cierto o había sido casualidad que su esposo tuviera ganas justo el mismo día en que Gerardo había vuelto, siendo que nunca la tocaba ni por error.

¿Gerardo sería consciente de eso? No lo conocía lo suficiente como para juzgarlo. No sabía en realidad nada de él. ¿Por qué estaba solo en el mundo? Según lo poco que había oído, no tenía una familia a la cual acercarse a pedir ayuda, por eso sus amigos lo habían auxiliado. Quizá habría sido execrado de su propia familia por algún escándalo.

¿Qué podía ser tan grave?

Cuando Raúl terminó dentro de ella, se apartó y se sentó en el borde de la cama, frustrado y sintiéndose culpable.

—¿Qué pasa? — inquirió ella y lo abrazó por la espalda. No había sentido placer, sólo se había mantenido quieta, como si eso fuese lo único que debía hacer.

—Nada… — no se sintió con suficiente valor como para rechazar su afecto después de eso —. Deberías dormir — le dijo y ella se acostó nuevamente, obediente —. Voy a revisar algo que olvidé — mintió y se acomodó la ropa para salir de ahí.

Fue a dar una vuelta al jardín, a despejar su mente. Aquella ansiedad sexual le había pasado factura y había terminado haciéndole eso a su propia esposa, como si fuera una de esas prostitutas de las fiestas clandestinas. Se sentía la peor basura del mundo por ello.

Llegó a la conclusión de que no había remedio. Él, aunque quisiera, nunca podría tener algo con Gerardo, independientemente de que él correspondiera o no. Jamás podría hacer lo mismo que Ignacio y Álvaro, jamás podría porque estaba casado y el matrimonio era algo sagrado. Aún si no lo considerara así, no podía abandonar así a su esposa ante la sociedad si ella no había dado motivos.

Ella era la esposa perfecta. Era obediente, dedicada, amorosa, hermosa, de buena familia.

Si Gerardo hubiera aparecido en su vida de esa manera antes de casarse con Catalina, probablemente habría sido muy diferente.

¿En qué estaba pensando? Ni siquiera sabía si Gerardo sentía algo hacia él. Que recibiera sus muestras de afecto era un asunto aparte, seguramente por puro agradecimiento. Si lo veía de esa manera, Gerardo no podía negarse a nada porque no estaba en sus manos. No, no podía aprovecharse de eso.

Volvió a la casa y subió para ir a dormir con Catalina, pero al pasar frente a la puerta de Gerardo no pudo evitar entrar. Lo hizo silenciosamente y se mantuvo mirándolo por largo rato mientras dormía. Parecía muy tranquilo… Quizá las pesadillas habían cesado en algún punto, quizá Manuel le había hecho sentirse más seguro, pues ambos eran más cercanos.

De pronto, le vio abrir los ojos con pereza.

—Raúl… — murmuró luego del respingo inicial.

—Lo siento… Quería saber si estabas bien… Oí algo — mintió —. Pensé que tendrías pesadillas — se sentó en el borde de la cama.

—No, no te preocupes. Catalina me dio un té antes de dormir y me siento muy tranquilo — se incorporó hasta quedar sentado y Raúl notó que lo hacía con mayor facilidad que antes.

—Me alegra — le tocó la mejilla, pero apartó la mano al recordar que no quería aprovecharse de que Gerardo recibía sus muestras de afecto sin chistar. Gerardo notó aquello y agachó la mirada con cierta tristeza, sin darse cuenta —. ¿Qué pasa?

—Nada, estoy bien — murmuró.

—¿Estás seguro? — quiso tocarlo de nueva cuenta, pero se contuvo.

—Sí… Ve a dormir, tu esposa debe estar esperándote — le instó, esbozando una sonrisa.

—Es cierto… Es muy tarde — se puso en pie —. Descansa… Y perdona por despertarte…

—No te preocupes — encogió los hombros.

—Gerardo… — se volvió a sentar de frente a él y jugó con sus manos nerviosamente, queriendo mantenerlas ocupadas para no tocarlo.

—¿Sí?

—No, nada — esbozó una sonrisa y, sin querer, le revolvió los cabellos —. Duerme… — notó que la sonrisa de Gerardo se volvió más genuina tras eso —. ¿No te molesta que te… que tenga esta clase de demostraciones de cariño contigo? — inquirió y le tocó la mejilla.

Gerardo negó silenciosamente.

—Tenía esa duda… — murmuró.

—¿Por qué? — inquirió — Sabes que siempre he sido una persona muy afectuosa — respondió —. Además… después de lo que me pasó… — agachó la mirada —. Siento que necesito más que nunca el cariño de las personas que me importan — murmuró, algo avergonzado.

—Entiendo… — le sonrió con algo de vergüenza también. Se animó a abrazarlo y permaneció así un rato con él. Gerardo no se sintió incómodo ni nada parecido, al contrario, agradecía que Raúl hubiera hecho eso y correspondió aquel abrazo.

Cuando Raúl se retiró de ahí, Gerardo volvió a dormir, sintiéndose bastante contento.

Raúl entró en la alcoba que compartía con Catalina y la vio acostada, con los ojos cerrados y respirando acompasadamente. Suspiró y entró bajo las mantas para dormir también.

Lo que no sabía era que Catalina había salido detrás de él y se había mantenido pendiente de lo que hacía. Sus sospechas eran cada vez más fuertes, sobre todo después de verlos ahí sentados, hablando tan cercanamente. No había escuchado nada, pero podía notar cómo Raúl era muy cariñoso con Gerardo y éste parecía aceptarlo sin problemas.

De Gerardo lo podía entender un poco, pues lo sabía afectuoso, pero Raúl siempre había sido muy adusto, incapaz de darle una sola muestra de cariño a ella…

¿En quién estabas pensando cuando te vaciabas dentro de mí? — se preguntó Catalina, mirando al durmiente Raúl.

*—*

Enrique entró a aquella enorme casa, propiedad de sus futuros suegros. Recogería a su prometida, Beatriz, para ir a un evento de gala. Solían salir al menos una vez por semana con la intención de convivir y fortalecer la relación que tendrían el resto de su vida.

A Enrique no le molestaba. Beatriz Castellanos y él se llevaban bastante bien, como si fueran amigos de toda la vida. Ella había sido educada para ser una esposa perfecta también, pero tenía un buen carácter y no permitía que ningún hombre la hiciera menos. La joven era lista, muy culta, podía hablar con ella de muchas cosas sin aburrirse, y eso para Enrique era genial.

Cuando tomó asiento en aquella sala enorme y fina, una mucama le ofreció algo de tomar mientras esperaba.

—Buenas tardes — saludó Enrique al ver al fondo de la estancia a alguien cargando un montón de rollos de tela manchados con pintura. Notó cómo esa persona dio un respingo y todo aquello se le cayó, así que se apresuró a ayudarle a recogerlos —. Lo siento mucho, no fue mi intención provocar este percance — comenzó a recoger algunos de los rollos de tela. Algunos eran pequeños y otros más grandes, pero no más allá de un metro de alto.

—Descuide, no sabía que había alguien en la sala — murmuró por respuesta.

—No sabía que Beatriz tenía hermanos — apuntó Enrique —. Un placer, soy Enrique Villaseñor Molina — le tendió la mano.

—...Soy… Su hermana mayor — respondió ella con un notable sonrojo en las blancas mejillas.

—Y-Yo… Lo lamento, no fue mi intención ofenderla, señorita… Felicitas, ¿cierto? Me han hablado de usted, pensé que seguiría en París — fue su turno de sonrojarse, pues jamás le había faltado al respeto a una mujer de esa manera.

—Descuide… Recién volví — colocó aquellos rollos en la mesa más próxima y le tendió la mano a Enrique para saludarlo.

Éste la sujetó caballerosamente y se inclinó para depositar un suave beso en ella, cosa que pareció incomodar a la joven.

—Entiendo que se haya confundido — aseveró ella y volvió a tomar sus cosas, pero Enrique se adelantó para ayudarle a llevarlas hacia donde ella se dirigía.

La joven llevaba aquel overol lleno de manchas de pintura, aquella camisa beige de manga larga con dichas mangas recogidas y botines con poco tacón. Además, tenía el cabello corto; a Enrique le había parecido un peinado más similar al de Álvaro que al de una chica.

—Aún así… Lo lamento mucho — aseveró.

—Por aquí — le señaló ella una puerta, donde parecía estar instalando su nuevo estudio —. Muchas gracias por su ayuda… ¿Cómo dijo que…?

—Enrique…

—Enrique. Un placer. Mi hermana no debe tardar en bajar — aseveró.

—¿Le molesta si curioseo por aquí mientras tanto? — inquirió al ver algunas pinturas en caballetes.

—Adelante, pero no las toque, algunas están frescas aún — le respondió ella y comenzó a poner aquellos rollos cuidadosamente en un estante. Luego se dirigió hacia un rincón donde tenía un caballete con un cuadro en blanco y lo colocó frente a la ventana. Ahí tenía un banquillo y sus pinturas en una pequeña mesa.

Enrique admiró cada uno de los cuadros con asombro. La mayoría era de paisajes que tenían hermosas iglesias de estilo gótico y barroco. Seguramente eran las que había podido ver en París. Había algunas pinturas donde sólo había montañas, otras con personas posando. La joven era muy talentosa y parecía muy apasionada por su trabajo, pues de inmediato parecía que para ella ya no existía más que el lienzo frente a ella mientras pintaba.

Tenía libros de arquitectura, de historia del arte, cuadros de artistas europeos, blocs de dibujos, un estante con pinturas de todos colores y brochas de diferentes tamaños.

La observó por un instante y no pudo evitar compararla con su hermana. Felicitas era bonita; tenía rasgos finos, no era tan delgada como Beatriz, tampoco tenía aquel hermoso cabello largo y ondulado, o esos senos generosos con los que la naturaleza había dotado a la menor de las hermanas ni esa delicadeza femenina que distinguía a la menor de las Castellanos. Si Enrique lo pensaba bien, Felicitas parecía más un muchacho, no solo por su cuerpo carente de demasiadas curvas y bastante cubierto por aquellas prendas holgadas, sino por aquel cabello revuelto y corto, su rostro inexpresivo, su falta de arreglo. Podía enumerar un montón de cosas, pero le seguía pareciendo que tenía una belleza única, un algo que Beatriz no tenía...

Se reprendió a sí mismo por estar siendo tan descortés y decidió irse de ahí.

—Lamento la intromisión, señorita. Le agradezco mucho el permitirme deleitarme con sus obras — hizo una leve reverencia a manera de despedida.

Ella sólo asintió suavemente y siguió pintando, totalmente ignorante del escrutinio al que había sido sometida.

Enrique volvió a la sala y Beatriz bajó al poco tiempo, muy contenta. Se fueron de ahí con rumbo a aquel evento de gala donde se encontraron con Manuel y Carmen.

—Vaya, parece que las ocupaciones de ambos han disminuido y podemos deleitarnos con la presencia de los Iturbide Larreta — pronunció Enrique al acercarse a ellos con su prometida del brazo —. Buenas noches, querida Carmen — le tendió la mano a Carmen para depositar un galante beso en el dorso de la mano de ésta —. Querido Manuel — le saludó con una inclinación de cabeza, mientras él saludaba apropiadamente a la bella Beatriz.

—Buenas noches — respondió Manuel, esbozando una sonrisa.

—Te noto decaído, querido amigo — observó Enrique luego de llevar a las damas hacia una mesa y ayudarles a tomar asiento —. ¿Quisieras hablar al respecto? — sacó del bolsillo interior de su frac una cigarrera y le ofreció a Manuel con un ademán, pero él negó silenciosamente.

—Descuida, es… una cuestión pasajera — respondió.

—Teníamos un huésped muy agradable pero se ha ido esta mañana — apuntó Carmen con prudencia —. Manuel le tomó mucho cariño, ya saben cómo es él — encogió los hombros —. Incluso yo me encariñé… Pero pronto tendremos un nuevo miembro en la familia a quien darle todo nuestro afecto — se sobó el vientre con la diestra.

—¿Es en serio? — inquirió Enrique, mirándolos con grata sorpresa — ¡Muchas felicidades! Estoy seguro de que serán excelentes padres — apuntó —. ¡Esto tiene qué celebrarse! — se giró un poco para buscar con la mirada a alguno de los meseros y pedirle una botella de whisky.

—Muchas felicidades — le dijo Beatriz a Carmen —. ¿Cómo le llamarán?

—Bueno, hemos tenido poco tiempo para pensar en algo, pero anoche sugerimos algunos nombres… Si es niña, quisiera que se llamara Úrsula, como mi madre… Y si es niño, me encantaría que se llame Gerardo — pronunció Carmen, contenta, dejando algo sorprendido a Manuel. No le había mencionado a ella su deseo de ponerle ese nombre al bebé si nacía varón. Éste le tomó la mano y le sonrió, feliz de que su esposa considerara aquello por su propia cuenta. Sabía que Carmen se había encariñado mucho con Gerardo, pero no pensaba que tanto.

—Estoy completamente de acuerdo, ambos son nombres muy hermosos — pronunció Manuel. Aunque había logrado distinguir en el semblante de Enrique un dejo de desagrado en cuanto había oído el nombre de Gerardo. Sabía que probablemente no le había hecho nada de gracia el escándalo del que había participado el hijo de los Navarrete.

Pero Enrique no dijo más, él sabía que Manuel y Gerardo habían sido mejores amigos y que Manuel, a pesar de todo, seguía queriéndolo mucho, así que no le extrañaba aquello. Consideraba aquello una suerte de homenaje para quien él creía que estaba muerto desde hacía mucho.

—Brindemos — pronunció Enrique y se puso en pie para oficiar aquel brindis —. Por el futuro heredero de la familia Iturbide Larreta.

—Salud — pronunciaron todos casi al unísono y bebieron de sus copas. La única que bebía agua era Carmen, por su estado.

—Estoy casi segura de que será un niño — pronunció Carmen, emocionada —. Gerardo Iturbide Larreta… suena tan hermoso — soltó con emoción y tomó la mano de Manuel.

—Totalmente, amor… totalmente… — si sucedía, sólo le faltaría recuperar a Gerardo para ser completamente feliz, se dijo.

Sólo tenía qué sacar a Raúl de la jugada...

 

Notas finales:

Gracias por leer UwU


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