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Condena por Ansit

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Sentía una opresión en el pecho, que lentamente me cerraba la garganta amenazando con destruir la escasa conciencia que aún tenía. De pronto todo lo que había planeado, toda mi vida, comenzaba a resquebrajarse frente a mis ojos. La invitación al palacio, una sentencia muda y elegante, temblaba entre mis dedos. Las lágrimas comenzaron a caer con una rapidez impensada arrastrando mi delicado y sutil maquillaje. Ese pequeño papel había detenido el tiempo y desarmado todo y a todos a mi alrededor. Inesperadamente, aquella tarde que se parecía a cualquier otra había tomado un gusto amargo. El mensaje del Rey había arruinado la hora del té y tal vez mi futuro y el de mi familia ¿Qué sería de los Ruppel? ¿Cómo sobrevivirían a este escándalo social? 

Las reacciones de los miembros de mi familia habían sido variadas, pero esperadas en ellos. Una familia tradicional y de buenas costumbres, como la mía, no podía accionar de otra manera ¿Qué se podía esperar de nosotros más que lo esperado? Solo llorar y esperar misericordia.

Mi madre, la señora Ruppel, aquella omega vanidosa y elegante que vivía para y de la opinión social, con un gimoteo desganado se lamentaba por el destino funesto que se sembraba en nuestro apellido. Ya presintiendo todo lo que estaba a punto de desatarse en aquel castillo que durante siglos había pertenecido a la familia de su esposo pedía desconsolada por el desafortunado futuro de su familia. En su boca solo se repetía el mismo discurso: "¿Por qué no me habré fugado con aquel joven tan buen mozo? Los pobres jamás tienen estos problemas"  Pero, ella no se había fugado con el amor de su vida, ni era pobre, todo lo contrario. Se había casado con el  duque dueño de incontables tierras y posesiones, por la promesa de un futuro próspero. Sin embargo, ahora su familia corría la peor de las maldiciones para alguien de su alcurnia, perder el respeto y la posición social. Que incierto y cruel puede ser el destino.

Mis hermanos mayores, Timothy y Frederick, ambos alfas de carácter fuerte y voluntades volubles, caminaban furicos por el salón de la casa susurrando una que otra maldición. Planeaban guerras que nunca realizarían y juran muerte para personas de las cuales desconocían sus nombres. Esos jóvenes que en su vida habían trabajado y luchado por algo ahora fingían años de experiencia y sacrificios ¿Cómo hacerle entender a un niñito de mamá ególatra que esto no es sobre ellos y su masculinidad débil? Que ya no importa su apellido o sus tierras, que las amistades por conveniencia no harían nada por nosotros, que esta marca sobre el apellido era prácticamente ineludible y definitiva, que ya nunca volveríamos a ser aquella familia de alta alcurnia.

Y, finalmente, mi padre, el famoso señor Ruppel, sentado en el sillón junto a la ventana se mantenía en silencio como una pobre alma desolada. Sentado en aquel rincón parecía secarse como una flor que duerme dentro de un libro. No parecía estar presente en la conversación, como tampoco parecía estarlo en su propio cuerpo. Era simplemente un alma despojada, un fantasma que vaga por el mundo buscando consolar su pena. Tal vez él era el único que comprendía la magnitud de esta situación. Tal vez, al igual que yo, solo esperaba pacientemente la cadena sobre nuestro cuello. Tal vez ya se había rendido antes que comenzara la guerra.

 

El primero que se atrevió a mantener una conversación familiar en aquel denso embrollo de unitarios y pensamientos fúnebres fue Timothy. Su intención claramente era intentar consolar a su pequeño hermanito; pero las palabras parecían atorarse en su boca y lo único que consiguió decir fue. 

 

-Tú no sabes leer esas cartas. Déjame a mí- Y así, simplemente se acercó a mi lado y tomó aquel pedazo de papel ya mojado por algunas lágrimas. 

 

Sin embargo, a pesar de que todos los presentes deseábamos que todo esto fuera un error de lectura no lo fue. Él releyó la carta docena de veces y no pudo hallar otro sentido. De pronto el dolor y los nervios se hacían cada vez más presentes. Eran dos invitados más para la hora del té. Sentados entre los miembros de mi familia, se encargaban de patear nuestros cuerpos desde adentro, desde donde uno no se puede defender.

 

-¿Por qué?- Preguntó mi madre, cuando finalmente terminó de culparse, con el rostro desfigurado de tanta pena y dolor.

 

-Esto es imposible ¿Cómo se atreven a hacer algo así? ¿Cómo se meten con nuestra familia? ¿Acaso no saben quién somos? ¿No piensan respetar nuestro apellido?- Dijo Timothy, quien lentamente se indignaba cada vez más tanto que ya no conseguía juntar fuerzas para expresar en palabras todo aquel revoltijo de emociones que no podía identificar.

 

-Debe ser un error. No se preocupen, su padre irá al castillo y solucionará este malentendido ¿Cómo podría ser esa carta para Ian? Su compromiso ya fue anunciado hace mucho y la boda es en semanas. Tranquilos, esto solo es un error- Aseveró mi madre. Sin embargo, su rostro tenso y el gesto desolado de papá parecían quitarle la veracidad a sus palabras.

 

Todos volvimos a  mirar a mi padre esperando hallar en él la tranquilidad extraviada. Sin embargo, de aquel duque alegre y desfachatado que solía impresionar en las fiestas y en los debates públicos no quedaban restos.

 

-Pero, esto es imposible. Bernard es primo del Rey. Él sabe que ustedes son pareja, que se van a casar ¡Esto es imposible!- Dijo Frederick exasperado, irritado. Su mirada exudaba miedo. Esperaba apoyo o palabra de consuelo. Miraba fijamente a mi padre y esperaba un gesto, un movimiento o algo, pero no había respuestas.

 

-¿Acaso eres idiota? Esto debe ser por el trono. El Rey tiene miedo a ser derrocado si su primo tiene herederos antes que él. Esto es una venganza y nosotros no somos más que peones- La voz de mi joven hermano cada vez sonaba más ronca y fuerte. Pero, por primera vez sus palabras sonaban cargadas de lógica ¿Podía ser? ¿Acaso Timothy, la oveja menos lista del rebaño, había desculado el problema?

 

Todos lo observamos, incluso mi padre, con ojos de asombro. Ciertamente existía la posibilidad, pero esa era una acusación muy grave para decirla tan fácilmente y, sin duda, no podíamos asumir tal evento sin pruebas. Por fuera de todo seguía siendo el Rey de quién hablábamos.

 

-Puede ser- Dijo Frederick -Bernard siempre dijo que no se llevaba bien con el Rey, tal vez esto es una venganza- Nuestros rostros demostraban el desconcierto y la duda. El temor de tener razón y la esperanza de saber la verdad.

 

-Estaré en mi despacho- Dijo finalmente mi padre, quebrando el reciente silencio. Y lentamente se marchó del salón. Nadie comprendía su accionar, o tal vez, no queríamos asumir que estaba tan o más asustado que nosotros ¿Qué se debe hacer cuando tu protector también tiene miedo de la amenaza?

 

Todos lo observamos en silencio, pero nadie se atrevió a contestarle, a detenerlo, a preguntar porque no reaccionaba. Mi padre era un buen hombre y un alfa importante en el pueblo, sin duda nadie se atrevía a cuestionarlo, menos aún su propia familia. Cuando ya no se escucharon sus pasos en el pasillo todos respiramos nuevamente. E inmediatamente me levanté de mi asiento y me acerqué a la ventana. Mi madre y mis hermanos me observaron en silencio y ciertamente pudieron divisar como la condena pesaba sobre mis hombros ¿Dónde estaba aquel omega joven y alegre que reía con todo?

 

-Esto no puede estar pasando. Esto no es verdad. Si me hubiera casado con ese joven del puerto nada de esto estaría pasando- Sollozó mi madre nuevamente. 

 

-Tranquila mamá, ya verás que papá solucionará esto- Intentó consolarla Frederick, aunque ni siquiera él sabía si era era posible.

 

-No voy a permitir que se lleven a mi hermano- Gruño Timothy.

 

Sin embargo, aunque intentarán ignorar la verdad todos sabían que yo ya no podría evitar mi destino. 

 

 


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