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Una Distracción por Rising Sloth

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Capítulo 2. Memoria

 

 

 

A pesar de lo que parecía en un inicio, aquella era una isla bastante monótona. A parte de los humandriles, poco peligro había por allí, poca vida. El tiempo se hacía lento, casi quieto, de una manera exasperante. El cielo, de normal nublado, a veces daba una sensación de encerramiento.

 

Zoro alzó la mirada y deseó estar listo para zarpar, deseó que esos dos años se fueran rápidos.

 

–Concéntrate –la voz de Mihawk le devolvió a la tierra.

 

El peliverde observó unos segundos a su maestro. Él era la principal razón por la que el tiempo allí se eternizaba. En los últimos meses los gritos habían desaparecido, lograron un equilibrio hacia el entendimiento y su técnica de esgrima avanzaba mejor de lo esperaban. Era, incluso, como si se hubiesen hecho cercanos.

 

No, se recordó. No se habían hecho cercanos, Mihawk se había acercado a él y Zoro le había dejado.

 

–Tus hombros no están bien.

 

El de ojos de rapaz caminó hasta él, colocó las manos en sus hombros y, como hizo aquella vez con su cadera, y las sucesivas veces que el peliverde no acertaba con la postura, los recolocó. No había brusquedad alguna en su agarre, quizás firmeza, sobre todo suavidad. Cuando apartaba las manos de él le daba la sensación de que le acariciaba.

 

–Y la barbilla más alta –dijo a la vez que le levantaba el mentón con el dedo índice y corazón–. No pierdas de vista el frente.

 

A veces daba la sensación de que eran sólo ellos dos, que el tiempo se empantanaba y solidificaba. Y que no ocurría nada, nada que cortase de cuajo lo que quiera que se estuviese formando entre ambos.

 

–¿Hum? ¿Eso no es un barco? –murmuró Perona desde las alturas–. ¡Eh, vosotros! ¡Hay un barco! ¡Creo que viene directo a esta isla!

 

–¿De la Marina? –preguntó el amo y señor de esa porción de tierra.

 

–Si la Marina ha empezado a llevar banderas piratas es posible.

 

–¿Cómo es la insignia?

 

–Desde aquí no la veo bien, pero diría que la calavera tiene una franja roja que le atraviesa en diagonal el ojo izquierdo.

 

Zoro intuyó algo en el inexpresivo gesto de Mihawk. Sin que él lo supiera, los vientos del cambio le habían escuchado.

 

 

 

En el Sunny, rumbo a Dressrosa...

 

 

 

–¡Torao, caníbal! –gritó Luffy con su mano recuperada antes de que el cirujano le hubiese clavado un tenedor–. ¡Que te quieres desayunar mi mano!

 

–Mucho ha tardado –opinó Usopp–. Eso te pasa por ir mangándole la comida.

 

–¡Entonces te mangaré la tuya!

 

–¡Ni hablar! –el francotirador salvó su plato por un pelo y no por mucho tiempo.

 

Otro día más que no entendía por qué había hecho una alianza con esa tripulación de psiquiátrico. Law resopló por la nariz y se llevó su taza de café cargado a la boca; de reojo, analizó al espadachín. Roronoa estaba tan campante y por alguna razón eso le molestaba tanto o más que el hecho de que se hubiese puesto una camiseta negra, de cuello de pico y con mangas largas, encima del torso y, por ende, no viera sus pezones al aire.

 

Zoro dio un bocado nuevo a sus huevos revueltos cuando la parte baja de su espalda le propició cierta molestia. El gemido de dolor fue discreto, inaudible en medio de ese jolgorio; no obstante, de manera instintiva, llevó su mano a la zona afectada, por debajo de la faja.

 

–Zoro, ¿te encuentras bien? –a Chopper no le pasaban desapercibidas esas cosas.

 

–Sí, no es nada.

 

–Hacía tiempo que no te veíamos así –comentó Nami suspicaz con un pequeño codazo en su brazo–. Buena noche en la torre vigía, ¿eh?

 

–¿Cómo sabes tú...? –peliverde detuvo su pregunta y miró a Brook con su ojo entrecerrado.

 

–¡Yohoho! Lo siento, no pensaba que fuese un secreto. Hubiese sellado mis labios, aunque yo no tengo labios. ¡Yohoho!

 

–No, no te preocupes. Tampoco es para tanto.

 

Law casi se atraganta con una bola de arroz. ¿Para tanto? ¿Qué no era para para tanto?

 

–Os lo paseasteis bien –sonrió Robin–, por lo que se ve.

 

–Sí, fue entretenido.

 

El cirujano se preguntó si el capitán de los Sombrero de paja querría continuar con la alianza después de que degollara y sacara sus tripas al sol a su segundo de abordo.

 

–¿Pero qué ha pasado? –se interesó el propio Luffy–. Suena a que ayer montasteis una fiesta. Sin avisar a nadie.

 

–Mejor que no te hubiesen avisado, merluzo –le dijo Usopp.

 

–Digamos que estos dos ayer se lo pasaron SUPER bien –rió Franky.

 

–Momonosuke, deja de oír –Kin´emon le tapó los oídos a su hijo.

 

–Y no han perdido tiempo –pinchó la navegante–. ¿Cuánto lleva Law aquí? Menudo récord.

 

–Como si mis récords superaran los tuyos –se la devolvió el peliverde–. Con la que más has tardado ha sido Vivi y sólo porque te pusiste mala después de la isla de los dinosaurios.

 

–Eh, tú –le amenazó el cocinero–, que ella es una dama.

 

–Tiene razón, Vivi es una dama –recapacitó la pelirroja en voz alta–. No podía ir y tirarle los trastos como si nada.

 

Sanji, aún a sabiendas del lesbianismo de la navegante y de su relación con la princesa de Alabasta, se desmayó con la nariz sangrante.

 

–¡Aaahh! –Luffy juntó por fin dos neuronas–.¡Que estos dos se la han metido pim-pam pim-pam a palo seco!!

 

Law casi escupe el café mientras Chopper soltaba un “qué” pasmado.

 

–Momonosuke, fuera de la cocina –Kin´emon ya se llevaba al niño fuera.

 

–¡Pero dejale! ¡Si son todo cosas de la madre naturaleza! –a Franky todo le parecía muy gracioso.

 

–Además es lo propio –Usopp se sujetó la barbilla con un aire intelectual y misterioso–. Todos conocen el refrán pirata que dice así: Si capitanes aliados no comparten cama la mar se escama. Y todos mueren.

 

–¿¡De verdad!? –Luffy y Chopper alucinaban.

 

–En este caso Zoro no es capitán, pero ha hecho un leal sacrificio por el suyo. ¿Que sería de esta alianza sin él?

 

–Jo, gracias, Zoro. Qué buen tío eres –al chico de goma se le saltaban las lágrimas de la emoción y conmoción y recompensó a su segundo de abordo con buenos tortazos en la espalda.

 

–Zoro, eres genial –y a Chopper de admiración.

 

–De nada, supongo.

 

Los demás rieron. Law se preguntó una vez más por qué mierda seguía en ese barco.

 

 

 

Atrás, en Kuranaiga...

 

 

 

El peliverde recordaba las historias sobre Shanks que Luffy le contó en el Mar del Este, cuando aún navegaban un mísero bote. Nada más que por el cariño con el que su capitán atesoraba su sombrero se comprendía lo importante que había sido ese hombre para él. Puede que por ello, Zoro, ya se hubiese hecho una imagen concreta del pelirrojo, una más idealizada.

 

Shanks parecía una persona normal, demasiado, si no se recordaba bien que tenía el título de Yonkou hasta se le podría confundir con un vagabundo.

 

–Esto sí que es una sorpresa –dijo cuando llegó seguido de sus hombres–, Mihawk, no me digas que se te ha quitado la manía esa de no permitir invitados.

 

–Mi manía, como tú le dices, sigue. Pero como siempre a ti eso te importa poco.

 

El pelirrojo soltó una carcajada.

 

–Tan frío y distante. ¿Estos dos niños te soportan?

 

–¿Niño? –se ofendió el peliverde.

 

–Oh, disculpa, sólo lo digo para no sentirme demasiado viejo. Sé quien eres, Roronoa, y sé que Luffy escoge bien a sus hombres.

 

El peliverde se relajó.

 

–Los dos coincidisteis en Marine Ford.

 

–Así es, pero tampoco se podría decir que nos viéramos –su gesto amable se tornó apenado–. Sí te puedo asegurar que está en buenas manos, no tienes que preocuparte por él.

 

El pelirrojo sonrió, su sonrisa era la de Luffy.

 

–¡Bueno! Dejémonos ya de presentaciones. Sabía que me tirarían al mar de una patada si no llevaba algún salvoconducto. ¡Chicos!

 

–Aquí las traemos, capitán.

 

Sus tripulantes dejaron bajo la mirada rapaz de Mihawk un par de cajas, al abrirlas el vidrio de las botellas de vino reflejó la tenue luz del sol.

 

–El mejor del Nuevo Mundo –tomó Shanks una del cuello–. Se rumorea que es con el que se emborrachan los mismos Dragones Celestiales. Hasta para un Yonkou o uno de los Siete tendría suerte si lo probara una vez en la vida.

 

–Roronoa –cortó Mihawk cuando vio a su alumno alzando su mano hacia la botella que le pelirrojo le ofrecía–. Haz que haga memoria: ¿conseguiste pasar tu haki de armadura a tus espadas?

 

El peso de la gravedad del mundo cayó por entero en los hombros del peliverde.

 

–Me falta poco.

 

–Entonces aún no puedes probar este vino –recogió él la botella de Shanks.

 

El pelirrojo sucumbió a la carcajada.

 

–Qué poco me gustaría estar en tu pellejo, pero no te preocupes –le dio un par de palmadas de ánimo en el hombro y le rodeó el cuello con el brazo–. Si te falta tan poco a lo mejor queda algo para cuando lo consigas.

 

Las risas de sus hombres le tocaron las narices más que los fantasmas de Perona. Ella también se reía.

 

 

 

De regreso al Sunny...

 

 

 

La suerte que habían tenido con la calma meteorológica se esfumó. A la mitad del desayuno sonó un trueno y todos se pusieron en marcha; cosa que no evitó que el capitán aprovechara e hiciera uso de la elasticidad de sus carrillos para llenarlos con los restos de desayuno de su compañero, se llevó una buena patada en la cara de parte del cocinero de abordo.

 

–¡Pero qué locura es esta! –el francotirador se llevaba las manos a la cabeza.

 

La mar estaba embravecida, una nevada golpeaba con fuerza y, desde un cielo cargado de oscuras nubes, caían rayos como lanzas. Por si todo esto fuera poco, esos rayos tampoco eran lo que cabía esperar.

 

–¡Rayos congelantes! –gritó el carpintero al timón–. ¡Están creando icebergs!

 

–¡Estate atento y esquivarlos como puedas! –le ordenó la navegante.

 

–¡Aaaah! –chilló Caesar después de que uno de esos rayos le cayera muy cerca, creando así una columna de carámbanos que casi lo deja como un colador–. ¡Qué alguien me saque de aquí! ¡No queréis saber lo que el Joker os puede hacer si no llego vivo a Dressrosa!

 

Se pasaron más de tres cuartos de hora luchando contra aquel temporal desquiciado que a simple vista carecía de un final que no fuese el hundimiento del barco. Miraran donde miraran la tormenta de rayos se extendía hacia el infinito. Por ello, cuando Usopp creyó vislumbrar algo y con su gafas comprobó que así era, dio la voz.

 

–¡Tierra a la vista! ¡Ahí una isla en aquella columna de luz!

 

Sí, todos lo vieron como entre la oscuridad del cielo se abría un retazo por donde se colaba el sol.

 

–¿Tienes la aguja eterna que te di, Nami-ya?

 

–¡Sí, apunta en dirección a esa isla!

 

–Entonces no hay duda, es nuestro destino antes de Dressrosa.

 

–¿¡Quééé!? –se quejó el capitán del sombrero de paja–. ¡Yo creí que íbamos directos a patear el culo de Mingo!

 

A Law le dio un tic en el ojo, ese niñato chiflado oía lo que le daba la real gana.

 

–Ya te lo dije en Punk Hazard, Sombrero-ya, no nos interesa que nos atrapen en medio del trayecto. Tenemos que tomar un desvío del que no tengan constancia.

 

–¡No estoy de acuerdo! ¡Nami, pon rumbo a Dressrosa ahora mismo!

 

Nami le puso rumbo a dormir de un capón.

 

El timón giró a babor, la lucha contra aquel mar duró unos cuarenta y cinco minutos más. Cada uno de los tripulantes resoplaron tras atravesar la linde de la tormenta. Vislumbraron la isla.

 

–¡Qué chula! –se emocionó Luffy, ya se había olvidado de Dressrosa y sus ojos brillaban por la aventura–. ¡Está totalmente agujereada!

 

–Parece un queso gruyere –comparó Sanji.

 

Efectivamente, desde lejos se veía como la isla abarcaba cierto cúmulo de montañas, enorme rocas pedregosas en forma de pináculos, y todas sin excepción lucían horadadas de arriba a abajo.

 

–Es extraño –comentó el músico–. Normalmente el tiempo se va estabilizando conforme nos acercamos a una isla, sin embargo, en este caso cambia de golpe.

 

–Sí –afirmó la navegante–. La tormenta aún sigue pero evita las cercanías de la isla.

 

–Quizás sea una isla donde no pase el tiempo –pensó la arqueóloga–. Y cuando salgamos todas las personas que conocemos estén muertas o moribundas de vejez.

 

–¿¡Quééé!? –por alguna razón, el padre y hijo de Wano se turbaron demasiado con la posibilidad.

 

–Te equivocas, Nico-ya. Se trata de la propia meteorología de las isla. Nadie sabe por qué pero las nubes no se le acercan, ni aunque sea por casualidad.

 

–Pero parece que hay vegetación, ¿no? –observó el narizotas con sus gafas.

 

–Eso sí tiene su explicación, ya lo veréis cuando lleguemos allí.

 

El nombre de aquella isla era Dryhole, Se trataba de una isla que en sus inicios sufría de graves sequías debido a la falta de lluvias, no obstante, tuvo la suerte de ser uno de los pocos sitios en el mundo donde crecía un peculiar fruto, el melocotón plancton, el cual constaba como la base alimenticia de ciertas criaturas: las pelicallenas.

 

Los Sombrero de paja las vieron volar por encima de sus cabezas. La pelicallenas eran unos enormes animales con cuerpo de pelícano y cara de ballena, con sus gigantescas bocas se atrapaban nubes fuera de Dryhole y las llevaban hasta a su hogar. Abrían sus bocas y así regaban con mimo e inteligencia aquella isla que, colmada de atenciones, había florecido hasta tener el aspecto tropical y permitir los recursos necesarios para que las personas se abastecieran.

 

El Sunny atracó a la sombra de un desfiladero, según la información de Law el sitio era turístico pero respecto al trato con piratas los datos eran ambiguos.

 

–¿Y por qué está agujereada, Torao? –le preguntó Luffy.

 

–Nadie lo sabe, se rumorea que se quedó así tras una batalla de gigantes. Ahora parece que eso agujeros son los nidos de las pelicallenas.

 

–Sabes mucho de esta isla para no haberla pisado nunca.

 

Esa observación había venido por parte del peliverde. Law le miró.

 

–¿Estás seguro de que nuestros enemigos no nos seguirán?

 

El cirujano sonrió.

 

–No tengas miedo, Roronoa-ya, sé lo que me hago.

 

Por primera vez, fue él el que sorprendió al espadachín, ¿lo había ruborizado? No estaba seguro.

 

–Bepo, mi segundo de abordo –explicó–. El me consiguió la aguja eterna y me habló de esta isla. Confío en él, así que no creo que me haya dado información errónea.

 

–Ya... –Zoro dejó el tema por zanjado.

 

Law fue hasta la proa del barco, desde allí se veía la playa en forma de herradura, y su arena blanca. Fue pura casualidad que Bepo trajese la aguja eterna de Dryhole, un vendedor le habló de ese sitio y el oso polar, en un ataque de nostalgia, se la llevó. El cirujano recordaba su cara de emoción cuando la trajo, decía que se parecía a su tierra natal, a Zou, porque esta también se abastecía a base de agua gracias a un enorme animal.

 

–¡Torao, date prisa y ven!

 

Franky y Brook se quedaron en el barco para las reparaciones y la vigilancia de Caesar respectivamente, los demás se fueron a descubrir la isla. Tras un paseo por la foresta se encontraron entre casas de madera con techos de paja. Los habitantes iban de acá para allá con pareos de flores y animales marinos.

 

–¡Qué bien huele por allí! –Luffy fue el primero en perderse, nadie se sorprendió por ello.

 

–Me gustaría visitar algún herbolario –comentó Chopper sentado en los hombros de Zoro–. Si aquí es uno de los pocos sitios que existe el melocotón plancton seguro que hay plantas medicinales raras.

 

–Seguro –le contestó el peliverde–. Pero a mi me interesa más saber que con que tipo de bebida llenan la jarra.

 

Law, al no haber seguido a ninguno de los grupos en los que se fracturó la banda, se había quedado con ellos dos. Se daba cuenta de lo raro que se le hacía, aún así, continuó con ellos.

 

Zoro bajó a Chopper de su hombros cuando éste avistó el herbolario que buscaba. El renito disfrutó de su tiempo allí, y Law, al compartir oficio, también le fue interesante, de manera que fue al rato cuando se dieron cuenta el peliverde no estaba.

 

–No hay problema –contestó el peludo–. Olía a comida y bebidas alcohólicas muy cerca, seguro que se ha ido para allá.

 

Tal cual lo dijo así fue. Los dos médicos salieron de la herboristería y con su olfato, Chopper, no tardó en encontrar al peliverde, sentado en el taburete de un pequeño local que consistía en una simple barra de metro y medio, a parte de la cocina.

 

–Ya era hora –dijo y dio un trago de lo que fuera que estuviese bebiendo en su vaso de madera. Exhaló–. Os he pedido comida.

 

El jefe cocinero les puso por delante tres cocos partidos por la mitad, rellenos de ensalada de arroz con carne de pescado marinada, junto con distintos elementos frutales. Le dio también a Zoro una tinaja para que se la llevara, después de todo, al ser tan pequeño aquel sitio la gente se agolpaba con mucha facilidad, así que era mejor pedir y retirarse a otra ubicación.

 

A pocos pasos los tres acabaron en la playa, caminaron un poco más y encontraron una zona más retirada, sin gente, y un edificio abandonado con toda la pinta de ser un chiringuito. Se resguardaron a la sombra del porche y se sentaron a comer.

 

–¡Qué rico! –opinó el renito.

 

–Sí, hay que decírselo al degenerado del cocinero. ¿Quieres? –Zoro le ofreció la tinaja de alcohol a Law.

 

El cirujano se le quedó mirando unos segundo, tomó la tinaja sin comentarios añadidos y dio un trago antes de devolversela. Observó de reojo al peliverde. Nada parecía distinto en él, en el trato, era como si la noche que habían pasado no hubiese existido. Law resopló por la nariz, la verdad es que lo que más le molestaba era que aquello le afectara. Debería sentirse más liberado de que Roronoa entendiese así las cosas, le venía mejor.

 

Oyó el canto de una pelicallena, se acordó de nuevo de lo que Bepo le dijo de Zou, de su tripulación y se preguntó que estarían haciendo en ese momento. Saboreó cierto regusto a culpa. Así eran las cosa, no había tenido otra que mentirles y decirle que se reuniría más tarde con ellos. Aún guardaba la vivre card de Bepo.

 

Se le formó una media sonrisa, una mueca más bien, en el rostro. Quizás eso era todo lo que le pasaba, que estaba penoso como un crío y tonterías como la del peliverde le afectaban de más. Tenía que concentrase.

 

–¿Y por qué estás tan seguro de que aquí ninguno de nuestros enemigos nos perseguirá?

 

La voz de Zoro le despertó. Se recompuso.

 

–No es que ninguno de ellos no pueda. Pero sé que Doflamingo no podrá. Su habilidad de fruta diabólica le permite desplazarse por el cielo usando las nubes. Y aquí no hay nada de eso.

 

Roronoa se le quedó mirando.

 

–Vaya, si es cierto que lo tienes todo pensado –y soltó una risa corta. Luego, giró la cabeza por encima de su hombro y miró hacia atrás –. Se ha quedado frito.

 

Law también se volteó. El reno médico, con el medio coco vacío, roncaba panza arriba como un bendito. No le sorprendió, Tony era el más niño de la tripulación, y quizás el más mimado, que se durmiera en una isla en la que acababan de arribar, y de la que sabían menos que nada, no le resultó extraño. Lo que no entendió es que el espadachín le siguiera la corriente y se tumbara con los brazo cruzados bajo su nuca.

 

–¿Qué haces?

 

–Echarme la siesta –bostezó–. Anda, duermeté tu también, con la cara que tienes falta te hace.

 

El cirujano fue a replicar, pero antes de que pronunciara la primera sílaba se dio cuenta de que el peliverde ya estaba sopa. Se quedó así, sin saber que hacer. Sonó otro canto de pelicallena, la lluvia que bajaba desde su boca. Se fijó en el mar.

 

Flevance estaba en el Mar del Norte, por ello, un tiempo tan cálido como Dryhole no era lo habitual. Sin embargo, cuando era niño, recordaba un verano tan caluroso que casi, casi, se parecía a la temperatura de ese momento.

 

Aquel día en la playa, a las afueras de la Ciudad Blanca, no era más que una sombra en su memoria. Se acordaba de que su padre estaba allí, pero no de su cara; en ocasiones se miraba al espejo intentando encontrarle, después de todo, cuando era un crío le decían que era igual que él cuando era niño. Quizás, al crecer el parecido se hubiese perdido, no le sonaba que el tuviese ojeras.

 

Se acordaba también de la risa de Lami, o eso creía, habían pasado tantos años que no estaba seguro de que fuese su risa, podía ser la de otra niña en otro instante. Incluso puede que el la hubiese inventado dentro de su cabeza.

 

Y se acordaba del abrazo de su madre. Eso sí había permanecido con él, lo tenía adherido a su piel. Cada vez que se oía a si mismo diciéndole “no, mamá, no hace falta que me abraces, yo ya no soy un niño” su boca le sabía a ácido. Lo malo de ser un crío es que no te das cuenta de lo estúpido que puedes llegar a ser.

 

Los recuerdos de Cora aún permanecían vivos, igualmente estaban desgastados, borrosos, había perdido color. Tenía miedo de que se convirtiera en el mismo tipo de sombra que su padre y que su hermana, que su madre. Que lo último que le dijo con su propia voz fuese sustituido por otra inventada.

 

Dio una bocanada, se llevó la mano a los ojos, de repente se sintió muy cansado. Observó y recibió de nuevo la calma de aquel lugar, se fijó en el peliverde, tan tranquilo y libre, tan seguro de que no iba a pasar nada, de que estaba todo bien. Una de sus comisuras se estiró a un lado.

 

Sin más, se tumbó de lado. El sueño cayó rápido.

 

 

 

El tiempo pasó lento mientras dormían...

 

 

 

El sol estaba justo encima de sus cabeza y, por mucho que estuvieran bajo techo, el calor era algo palpable. Law, aún sin abrir los ojos, se quitó su gorra, se giró hasta quedar boca arriba, llevó su mano los botones de su camisa y comenzó a desabrocharlos. Una brisa se coló en el chiringito y acarició su pecho. Así mejor.

 

Aún no estaba despierto del todo cuando notó una mano sobre su vientre desnudo. Permitió que ésta se pasara de un lado al otro, que le diera una corta caricia con el pulgar. Con un débil gemido entre dientes, el cirujano ladeó la cabeza, sus ojos encontraron al espadachín. Éste, con el medio rostro del lado de la cicatriz hacia Law, preguntó:

 

–¿No te duele la herida de la espalda?

 

Se mordió los labios, de su nariz se espiró una risa irónica.

 

–Que me duela es lo de menos.

 

Roronoa le miró, esperaba algo, pero Law no supo exactamente el qué. Seguidamente, el peliverde bajó su cabeza a donde había estado su mano. El otro cerró sus ojos enmarcado por la falta de sueño, se dejó llevar por los besos del espadachín bajo su ombligo, tan suaves que no se hubiese imaginado que eran suyos, mientras que esa mano fuerte se había retirado a su cadera sin ningún tipo de presión o agarre.

 

Con el mismo cuidado, Zoro sacó su lengua y se paseó así por el torso de Law, desde abajo hasta que llegó a la nuez de su garganta. La espalda del cirujano se dobló, la herida le dolió un poco más, pero no le importaba. El peliverde besaba la curva su cuello tal y como había hecho con su vientre, el cirujano tomó su cara con sus manos tatuadas, se fijó en sus ojos, tanto en el sano como en el que le faltaba.

 

Le gustó como sabía su aliento antes de que sus labios le atraparan. La calidez de su boca le volvía a cada paso más adicto a ella. El cuerpo del peliverde se fue ajustando al suyo, con calma, con una facilidad y sencillez que asustaba; separó más sus rodillas para que el espadachín anidara su cadera entre sus piernas.

 

Entonces, un ruido desagradable les sobresaltó. Se miraron y giraron su atención hacia el mismo sitio. El renito seguía ahí, roncando a pierna suelta.

 

–Te ibas a beneficiar de mi con Tony-ya de público, por lo que veo.

 

–Me lo conozco. Haría falta un gong en su oído para despertarlo –le sonrió. Al segundo su expresión se volvió seria–. ¿Quieres que pare?

 

Law le miró de arriba abajo. No estaba acostumbrado a esas consideraciones, tampoco parecía que el espadachín se lo dijera por hacer el paripé. Se diría incluso, que se lo preguntaba preocupado.

 

–¿Hum? Yo no he dicho eso.

 

Roronoa se encogió de hombros.

 

–A lo mejor querías que parara, por eso de tener público. No quiero que te sientas incómodo.

 

En un suspiro, le sonrió.

 

–No soy el tipo de persona que le molesta esa clase de cosas. Lo que sí me molesta –su voz se bajó a un tono más insinuante. Con su dedo índice tiró del cuello de la camisa de Zoro– es que me escondas tus pezones.

 

El espadachín le devolvió la sonrisa.

 

–Me parecía más discreto cubrirlos después de como me los dejastes ayer. Aún me duelen, ¿sabes?

 

–Pobrecito. Deberías dejarlos al aire y que respiren.

 

–¿Tú crees?

 

–Soy médico.

 

De nuevo se degustaban la boca el uno al otro. El deseo fue subiendo, las caricias, Law se abrazaba a su cuello, notaba su erección. Roronoa llevó una mano a la parte baja de su espalda, con cuidado, y se adentró bajo el pantalón del cirujano. Con sus ojerosos ojos cerrados, jadeó. Se aislaron tanto en ese instante que lo último que esperaron era una segunda interrupción.

 

Sonó el canto de una nueva pelicallena sobre sus cabezas, pero no fue eso lo que se introdujo en su momento íntimo, sino más bien la cascada que atravesó el techo del porche y los barrió de lleno.

 

–¡Aah! –saltó Chopper–. ¡Nos hundimos! ¡Se hunde el barco! ¡Ahogados! ¡Un médico!

 

–¡Cálmate, Chopper! –le agarró Zoro del cuello para que dejara de dar vueltas histérico–. ¡No estamos en el barco.

 

Law tosía, le había pillado la cascada con la boca inconvenientemente abierta. Vaya manera de que se les baje el calentón. Resopló, se fijó en el techo abierto y la parte de cielo despejado dentro del agujero. Luego, cansado, bajó la mirada. No estaban solos.

 

Se hizo un silencio cuando descubrieron que al otro lado del porche había una señora que les observaba. Tenía cuerpo pera y nariz de delfín; a parte del vestido pareo y el peinado en forma de palmera. Esta mujer les observaba con los ojos bien abiertos, durante bastante segundos para que los dos muchachos entendieran lo que había visto esa señora y resultase el doble de incómodo.

 

–Disculpen –apartó su gesto ruborizado–, no era mi intención molestar.

 

–No, señora, por favor, usted no molesta –se apuró Chopper.

 

–Oh, qué niño más lindo. Tus papás son un pelín exhibicionistas pero se ve que te educan bien.

 

Tanto a Zoro como a Law se les puso la espalda un poco tiesa y se enrojecieron hasta las orejas al oír como la señora los había definido. Por su parte, el reno dio por echo que se refería a sus ancianos padres de Drum, que sí resultaban bastante exhibicionistas para un sitio compuesto de hielo y nieve.

 

–Imbécil, no creas que me vas a piropear por lo que digas de mis padres –dijo bailando de felicidad por el halago, cosa que no entendió muy bien la señora pero que le hizo gracia.

 

–Disculpen –repitió la mujer–. Sólo venía de recoger algunas flores y como había oído ruidos extraños pues yo...

 

–¿Flores? –preguntó Chopper, olfateó–. ¿Qué tipo de flores? ¿Son medicinales?

 

–Oh, no. No son de ese tipo. En Dryhole tenemos muchas que sólo crecen aquí. Pero en este caso son sólo aromáticas.

 

La señora abrió la cesta de mimbre que colgaba de su hombro, sacó de ella una especie de lirio rojo, aunque un botánico ni de broma la hubiese descrito así. Un biólogo marino quizás la hubiese comparado con una anémona.

 

–Uff, huele fuerte –opinó Chopper con su pata en la nariz.

 

–Así es, en esta isla las dejamos crecer libres, sin descuidarlas del todo –explicó orgullosa–. Después las exportamos, son un ingrediente básico para...

 

–Huele como a vino –reconoció el renito.

 

Law vio como el interés de Zoro pasaba de cero a cien. El cirujano observó, con ojos entrecerrados, como se levanta e iba con la señora.

 

–Tenga, ¿quiere olerla? –le ofreció la mujer.

 

Zoro asintió al tiempo que la sostenía entre una de sus manos. Cerró su ojo derecho y se acercó la flor a la cara.

 

–¡Uhg!

 

La flor se cayó al suelo de la fuerza con la que apartó, se llevó la otra mano a la nariz y boca. Se había puesto pálido.

 

–¡Zoro! –se preocupó el renito–. ¿Qué te ocurre? Es verdad que el olor es fuerte, pero con tu olfato de humano...

 

–Tranquilo –dijo, tan brusco y tajante que el médico de abordo se sobresalto–. Estoy bien.

 

–Pero...

 

–He dicho que estoy bien. Tan sólo este olor no es para mi. Me voy, necesito que me dé el aire.

 

Antes de que nadie dijera nada, de que alguien le diera tiempo a retenerlo, se fue por la arena a paso ligero. ¿Qué había sido eso?

 

El cirujano recogió la flor del suelo, el mismo la olió. No entendió nada, aquel aroma lo más extraño que tenía era el toque afrutado que podía tener un buen vino, pero el espadachín se había ido como si estuviese a punto de vomitar.

 

–Lo siento mucho –se disculpó la señora–. A los turistas le suele encantar el olor de la flor, o parecerles divertida sino son muy dados al vino. Es la primera vez que veo que alguien rechazarla así. Quiero decir: sin ella el vino de los Dragones Celestiales...

 

–¿Dragones Celestiales?

 

–Sí, ellos tienen un vino exclusivo, nadie más que ellos lo pueden probar; uno de los ingredientes son nuestras flores, donde sólo crecen aquí y sólo gracias a nuestros cuidados. Por eso no nos importa dar a olerla a los a los turista, es parte de lo que atrae a la gente: estar cerca de algo que no es para ellos.

 

–Qué raro –Chopper seguía enfocado en su compañero–. No es propio de Zoro.

 

Law también lo pensaba, no sólo por la reacción de asco, hasta cierto punto dentro de lo normal si tan sólo le hubiese desagradado el olor, sino por como se había largado. Cómo había huido.

 

Cerca de dos años atrás...

 

Era como si la fiesta que lo piratas habían montado ocupara toda la isla. La tripulación de Shanks, y el propio Shanks, se pimplaban las botellas de dos en dos. Ni siquiera Mihawk se cortaba un pelo y eso que no lo había visto borracho en ningún momento. Cada día que seguían la juerga, Zoro se adentraba más en el bosque al encuentro de un poco de soledad y concentración.

–Yo no me arriesgaría tanto –le pinchó Perona–. ¿Quién sabe si note pierdes por ese bosque y no llegas a tiempo de catar es vino?

Ese día llegó hasta un claro amplio y despejado salvo por un par de ruinas. Tampoco parecía que hubiese rastros recientes de humandriles. Inspiró y exhaló. Sí, aquel lugar estaba bien.

Esperaba que antes de que cayera la noche traspasaría su haki a la espada, pero no era tan simple. Si era cierto que había conseguido que la Wadou se volviese negra a la mitad, eso tampoco duraba mucho, menos de un minuto. Las horas pasaban, y aunque se hubiese presentado en ese claro a la primera luz de la mañana el medio día cayó sobre él. Comió un poco y recuperó fuerzas. La tarde pasó más rápido que el día y cuando se percató el crepúsculo ya estaba asomando.

–Mierda... –resopló.

Creyó que si Mihawk estuviese ahí su entrenamiento iría más rápido, sin embargo, la aparición del pelirrojo había cambiado el escenario. De repente, Shanks y ese vino era la única preocupación de su maestro. Mentira, se dijo, el vino no tenía nada que ver, era sólo Shanks. Desde que llegó, Mihawk, sólo tenía ojos para ese pirata. Mientras que él sólo era un niñato estúpido que no conseguía hacer algo tan sencillo como volver negro el acero de una de sus tres espadas. Ha perdido el interés en mí ahora que lo tiene a él.

Reaccionó, se dio cuenta de lo que estaba pensando. No, no podía. Él tenía a su capitán, y en menos de dos años se iría con él, esa era la única realidad, lo único que importaba.

El sudor le caía por la frente, se lo limpió con el bajo de su camisa.

–Hay buenas vistas por aquí.

Se puso en guardia, sus ojos fueron hacia donde había oído esa voz. Shanks estaba allí, apoyado en un árbol, con una botella de vino en la mano que le quedaba.

–Ah, eres tú.

–Tu decepción duele –bromeó–. Siento no ser quien esperabas.

Zoro apartó su cara, notaba el rubor en la mejillas. Fingió que entrenaba.

–No esperaba a nadie –las palabras salieron de su boca con naturalidad, casi como si se las creyera. A su espalda, los pasos del pelirrojo se acercaban.

–En serio –atrapó el cuello de Zoro con su brazo, lo atrajo–.Entonces te acompaño, es muy triste que estés tú aquí solito mientras los demás nos divertimos por ti.

El ceño del joven se frunció. Shanks estaba borracho, el aliento que le echaba en la cara le apestaba, y había decidido que disfrutaría de su borrachera tocándole las narices, era lo que le faltaba. Se quitó su brazo de encima y guardó las distancias.

–No te pegues tanto. Tengo que seguir entrenando.

Dio la conversación por terminada, pero el otro no.

–Vaya, vaya, si que estás de mal humor –le susurró al oído– Relájate un poco.

Zoro marcó una distancia, molesto. A Shanks le pareció divertido.

–No sé como será Luffy ahora pero no me parecía el tipo de persona que se juntara con un amargado.

Hubiese caído muerto de la mirada que le echó Zoro. Sin embargo, las miradas no mataban, y esa reacción por parte del joven era lo que quería. Se rio.

–Era sólo una broma. Sí que te afecta –se sentó en la roca que tenía más cercana–. Aunque es verdad que no creo que la estrategia de Mihawk sea la mejor.

–Gracias a Mihawk he mejorado con la espada en meses lo que sin hubiesen sido años.

–Me imagino. Pero él, ya sabes, demasiado estricto. Seguro que si te permitiera disfrutar con nosotros un poquito estarías más relajado para manejar tu haki.

–Sus normas no tienen nada que ver con eso.

–Cuanta confianza en él. Lo dices como si supieras exactamente lo que no te dejar volver oscura tu espada.

Zoro se quedó callado unos segundos.

–No, no lo sé.

–Entonces –se alzó de hombros, le ofreció la botella–. Qué más te da probar mi estrategia.

El peliverde se quedó con los ojos puestos en la botella. No sabía que estaba pasando pero sus músculos los notaba cada vez más tensos.

–No, gracias –se giró a por sus cosas. Lo que sí le estaba quedando claro es que el pelirrojo no se iría de allí, buscaría otro sitio y aprovecharía lo que quedaba de luz. Puede que incluso esa noche hubiese luna llena y no tuviese que cortar su entrenamiento.

–Vamos, hombre, ni que fuera un chivato.

–He dicho que no.

Ya estaba lo suficiente cabreado como para las palabras se le arrastraran. Pero ese sentimiento se cortó de golpe cuando se dio la vuelta y encontró a Shanks a un palmo de él. Le miraba, directo a sus pupilas. Reconoció la sensación, ya la había tenido en el Mar del Este, durante su duelo contra Mihawk. Era Haki.

El cuerpo se le quedó paralizado, las rodillas estaba a punto de fallarle. Obligó a sus piernas que no cedieran, dio un paso hacia atrás. Tenía que liberarse de ese poder. No obstante, a cada paso que retiraba, Shanks avanzaba. Parecía que estaba huyendo, pero no podía hacer otra cosa, era eso o estar a su merced.

Se tropezó con una piedra, su espalda dio contra el suelo. A partir de ahí, su cuerpo no obedeció más. Mientras tanto, Shanks sonreía; se arrodilló, le acorraló con su propio cuerpo. Zoro le empujó con su manos, no tenía fuerzas para apartarle. El pelirrojo bebió lo poco que le quedaba de la botella, pero no tragó. El vidrio cayó sobre la hierba.

El peliverde cerró bien los labios, pero el otro le agarró la nariz, esperó paciente a que se le acabara el oxigeno. Al final jadeó, y Shanks no perdió un segundo en hacerle beber ese vino de su propia boca. Zoro notaba el sabor, su lengua, sentía arcadas.

–Ya está, ya está –dijo, cuando le permitió respirar y toser, le acarició el pelo, la cara–. Sólo nos estamos divirtiendo.

El peliverde le miró con un odio profundo. Pero Shanks ya estaba en el siguiente paso. Su mano fue a la entrepierna del joven, la atrapó y levantó. El joven casi no pudo aguantar la queja de dolor que salió de entre sus dientes.

–Eres más mojigato de lo que me imaginaba, al menos por lo que me había dicho Mihawk. No me extraña que todavía no te haya metido mano.

Ese comentario no fue uno más, se le adentró en los poros y llegó hasta su sangre. Se le vino a la cabeza cada momento que Mihawk le había tocado en el entrenamiento. Sólo había sido un juego. Sintió que el tiempo se paraba en aquel dolor punzante, sin embargo, el tiempo raras veces se para.

Siguió con el intento de apartarle. El aliento caliente y pegajoso de Shanks fue a su oreja, le lamió y mordió el lóbulo, jugó con sus pendientes. Luego bajó a su cuello, se dio la libertad de dejarle marcas, se daba su tiempo en ello, se regodeaba. Zoro se retorcía, apenas podía un amago de empujó para quitárselo de encima. El pelirrojo, tampoco le daba una tregua a las atenciones en su entrepierna, y si lo hizo sólo fue por no tener otra mano libre. El pelirrojo agarró una de las muñecas de Zoro; Shanks bajó la mano del joven hacia su propia erección.

Esa vez, no le dijo nada, su cara de lujuria fue suficiente. Siguió besando los labios de espadachín, echándole su aliento, le lamió; pretendió que la mano del joven fuese bajo sus pantalones.

–¡Shanks!

Esa voz tampoco paró el tiempo, pero si el ataque de haki continuado hacia Zoro. Fue suficiente. Si no hubiese estado tan asqueado, hubiese disfrutado del rodillazo que le dio en los huevos a ese pelirrojo; si no hubiese estado tan débil, le hubiese propinado algo más que un puñetazo en el ojo. Hubiese sentido satisfacción, pero la secuelas en su cuerpo lo había dejado para el arrastre y, a la vez que cayó Shanks, cayó el hacia un lado. El peliverde se arrastró lo más rápido que pudo hasta el siguiente árbol, tenía que ponerse en pie e irse de allí, bien lejos de la voz que la había salvado.

Casi estaba en pie cuando unas manos cálidas le sostuvieron por los hombros.

–Roronoa.

La voz de Mihawk era suave, hubiese sido fácil que se dejara llevar por ella. Por el contrario, las palabras de Shanks aún le hervían la sangre. Se lo apartó de un manotazo. Fijó sus ojos en él con toda su rabia, su impotencia y dolor. Se alzó su voz fuera de su control.

–¿¡Por esto me aceptaste como tu alumno!? ¿¡Para tenerme de puta gratis para tus invitados!?

Vio sus ojos amarillos, y cómo esos expresaban una extraña sorpresa. El cretino encima se comportaba como si esa fuese la primera noticia que tenía. Del joven emanó una risa emponzoñada, débil.

–Si tan claro tenías cual era el pago por quedarme me lo podrías haber dicho. Al menos hubiese sabido que esperar.

Le dio la espalda y, con algo más de fuerza, puso distancia con ese lugar. Nadie le siguió ni desmintió lo que había dicho. Una vez solo, bajo la luz de luna, dejó que su cuerpo se desprendiera. No abrió los ojos hasta la mañana siguiente.

 

 

De regreso en el Sunny...

 

 

 

La cena estaba, dentro de los parámetros de los Sombrero de paja, tranquila. Cada uno, sentado a la mesa, comentaba lo que les había sucedido en el día, lo que habían descubierto en aquella isla. Aunque el que más se explayó fue el cocinero, no con palabras, sino con el menú que había preparado, todo con ingredientes y recetas autóctonas.

 

El único que parecía más dispar en ese ambiente era el peliverde. Law lo observaba, todo lo discreto que se podía. Roronoa actuaba como siempre, eso no quitaba que se le viera disperso, fuera de las conversaciones. Apenas había probado bocado o bebido. Dio su plato por terminado mucho antes que los demás y se retiró con la escusa de que alguien debía hacer guardia.

 

¿Qué mierda le pasaba?

 

 

 

Al rato, después de la cena...

 

 

 

Zoro permanecía sentado y con la rodilla apoyada en la balaustrada de la proa. Tenía la mirada en la playa en forma de herradura. Por detrás, las voces de sus compañeros no eran del todo opacadas por el sonido de la olas. Los pasos que subían por la escalera fueron claros y contundentes.

 

Law vio como el peliverde se daba su tiempo, suspiraba y se giraba hacia él. El espadachín se sonrió.

 

–Hola.

 

–Hola.

 

Se hizo un nuevo silencio, el cirujano adelantó sus pasos hacia él. Sacó de su bolsillo un pequeño estuche cuadrado, de madera.

 

–Ten, te he traído esto.

 

Zoro lo cogió al vuelo.

 

–¿Qué es?

 

–Pomada, para tus pezones –se apoyó de espaldas en la balaustrada–. Sé lo que te gusta enseñarlos y no quiero ser yo el responsable de que los escondas

 

El peliverde se rió.

 

–Es un detalle, Law, seguro que me viene bien –hizo una pausa. Su postura fue cambiando, más sugerente –. Aunque yo no soy médico, sin ayuda me la pondría mal.

 

El cirujano era cada vez más consciente del poder que tenía Roronoa sobre él, con apenas unas palabras, con apenas unos movimientos. No, no le gustaba que le manejaran así, a la vez, por todo lo que le producía aquel espadachín, esta dispuesto a ignorarlo, solo un rato. Hasta que llegaran a Dressrosa.

 

–¿Quieres que te la ponga yo?

 

–¿Eres médico?

 

–Algo sé del tema.

 

La distancia que antes les separaba ya no existía, sus bocas estaban muy cerca. Zoro, dejó el estuche sobre la madera, dio el primer beso, Law le atrajo en un abrazo. Los brazos del peliverde rodearon su cuello. Le gustaba, le gustaba demasiado.

 

El beso terminó, pero no el abrazo. La cabeza de Zoro quedó sobre el hombro del médico. Aún se oían las olas, la risas de los piratas de fondo. A pesar de aquella complicidad, Law notó que algo no estaba igual que antes.

 

–¿Donde estás?

 

–¿Hum? Que quieres decir. Sigo aquí.

 

–Tu cabeza parece en otro lado. Desde lo de esta mañana.

 

El cuerpo del peliverde se tensó, de repente, ya no se ajustaba tan bien al de Law. Zoro no perdió la calma, tranquilo se apartó de él, le miro a los ojos, muy serio.

 

–Sí que has dado rodeos. ¿Así son todos tus planes? Te podrías ahorrar tiempo.

 

–Es sólo una pregunta –respondió con gravedad.

 

Roronoa alzó la barbilla con arrogancia, su mirada era gélida.

 

–Sólo una pregunta –soltó una risa hiriente–. En ese caso no te importará que yo haga las mías.

 

Law se contuvo la necesidad de tragar saliva. Se mantuvo firme, frío, pero no tanto como el que de sorpresa parecía su enemigo.

 

–¿Por qué tus compañeros no forman parte de la alianza? Se supone que eres el capitán de una banda con nombre y aquí estás, tú solo, dependiendo de otra tripulación. ¿No querías usarlos de carnaza? ¿No confiabas en ellos? ¿O eran ellos los que no confiaban en ti?

 

En cuestión de milésimas, Law activó room, teletransportó su espada a su mano, agarró la camisa del espadachín y le puso el filo en su cuello.

 

–No te pases, Roronoa-ya. No te creas que por que nos hayamos acostado me va a dar más pena diseccionarte.

 

La mirada de aquel espadachín seguía igual de fría, su sonrisa se amplió.

 

–Las amenazas de alguien que ya se da por muerto no son nada.

 

Era difícil una descripción sobre lo que aquellas palabras le hicieron sentir. Pero fue parecido a una flecha certera, a un quiebre, un vacío. El agarre en la camisa del peliverde se deshizo. Cada uno, con la mirada gacha, se quedo quieto. Las olas y las risas seguían.

 

Zoro fue el primero otra vez, dio un paso seguido de otro, abandonó la proa, Law se quedó ahí, unicamente acompañado de sus pensamientos y recuerdos. De sus remordimientos.

 

 

Notas finales:

la última escena de Shanks y Zoro ha sido inspirada por el one-shot

 

de Mara Loneliness, Ultraje (se puede leer en wattpad). Su autora es consciente de esta escena y

 

en su generosidad la ofreció para completar este fic,

 

el cual sin ella estaría así como cojo,

 

pero sin el como


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