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Querido amigo por Cris fanfics

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Se encontraba molido. En poco más de una semana habían visitado siete fábricas y, en dos de ellas, encontrado copias de la piedra Alius.


A diferencia de la primera vez que se colaron en una fábrica, el Servicio Secreto les había concedido un método fiable para destruir las rocas según las vieran; sin necesidad de esperar a una segunda visita y sin tener que depender de la suerte o de medios externos para hacerlo.


Dylan, sentado en su asiento del autobús, pasaba el dedo por encima de la sierra para piedras admirando lo útil que les había sido.


Rhona se encontraba a su lado, con los ojos cerrados y tumbada en el asiento que había bajado para poder descansar cómodamente.


— No juegues con eso, te puedes hacer daño.


El chico retiró la mano con rapidez… cortándose en un dedo en el proceso.


— ¡Auch!


— Te lo dije.


Dylan no le concedió mayor importancia, dejó el aparato en el suelo —con la parte que cortaba en una posición en la que nadie se hiciese daño por accidente—, se limpió la herida en la camisa y se dispuso a colocarse igual que la chica.


No era de noche así que no se sentía incómodo porque ella se encontrase a su lado, todo lo contrario, su presencia le aliviaba muchísimo.


En aquellos días se habían convertido en muy buenos compañeros: al trabajar juntos entendían al otro sin necesidad de cruzar ninguna palabra y colaborar se les hacía ameno y hasta natural.


Pero para Dylan aquel sentimiento de compañerismo era algo más.


La joven le fascinaba en todos los sentidos: sus movimientos sigilosos y elegantes, su forma tranquila de ser, las opiniones que había mostrado en las escasas pero profundas conversaciones que habían tenido… Nunca se había sentido igual con nadie, y aquello le gustaba.


Habían sido compañeros de equipo en la Alius; sin embargo, en ese entonces no tuvieron la oportunidad de actuar siendo ellos mismos y, a causa de esto, él no se había dado cuenta de lo mucho que se complementaban el uno al otro.


La observó mientras se quedaba dormida —estaban todos muy cansados y su compañera no era la excepción—, admirando lo bien que le quedaba el pelo recogido en el moño que se había convertido en su nuevo peinado habitual, y cuando finalmente cayó rendida, cogió una de las sábanas que tenía embaladas y dobladas debajo de su asiento y se la puso por encima.


— D-descansa —le susurró acurrucándose en posición fetal en su dirección.


Cuando estaba a punto de imitarla y cerrar los parpados, la melodía de un teléfono móvil sonando a todo volumen le hizo incorporarse del susto.


El agente Marshall no tardó en contestar, pero no fue tan rápido como cuando era el primer ministro quien le llamaba.


— ¿Jordan? ¿Ocurre algo?


Tan pronto escuchó el nombre de su amigo, Dylan sintió que el corazón le latía más deprisa.


— ¿Has recuperado tu capacidad de usar supertécnicas? —Esperó que al otro lado de la línea el joven le respondiera—. Entonces no puedes hacer nada, chico. —De nuevo, silencio—. No, no hay nada para lo que necesitemos ayuda; lo máximo que puedes hacer es seguir esforzándote en recuperar tu poder y cuidar del hostal en nuestra ausencia.


— Pobre Jordan —comentó la chica de pelo rosa, vaticinando cómo iba a acabar aquella conversación antes incluso de que el adulto colgara el teléfono tras darle largas al adolescente—, debe ser duro para él ser apartado de esta manera.


Dylan desvió la mirada, recordando el momento en el que había decidido romper su amistad con él.


— S-sí, t-tienes razón…


— No lo decía para que te sintieras culpable —añadió, consciente de lo que se le estaba pasando por la cabeza—. Por lo que me contaste, tú te limitaste a hacer lo que consideraste mejor para ti y él se mantuvo en sus trece de no decirte la verdad.


— A-a lo mejor de-debería haber esperado, con el t-tiempo me la hubiera con-contado.


— Pues ya sabes lo que hacer cuando volvamos —se quitó la sábana de encima y empezó a doblarla—. Mientras tanto es estúpido perder el tiempo pensando en cosas que no puedes solucionar por mucho que quieras.


— L-lo sé… Gra-gracias por e-el consejo.


Ella le quitó peso a la situación con una sonrisa que hizo que al chico se le subieran los colores.


— No creo que pueda volver a dormirme, y aún es temprano, ¿quieres salir fuera a entrenar un rato conmigo? —miró por la ventanilla la callejuela desierta en la que habían aparcado el autobús.


Él asintió, encantado de pasar todo el tiempo que pudiera con ella.


Rhona, sin importar que el resto pudiera verles, le agarró de la mano y se levantó del asiento sin soltarle; prácticamente arrastrándolo hasta el exterior.


Algo que Dylan solo pudo sobrellevar bajando la cabeza para no ver las miradas picaronas que les dirigían sus compañeros.


**********


Jordan soltó el teléfono fijo con un suspiro derrotado.


Se había esperado aquella respuesta, pero en el fondo hubiese deseado que fuese distinta; de nuevo, se había quedado sin nada que hacer.


Fue hasta la segunda planta y, una vez allí, observó a través de una de las ventanas cómo caía la lluvia tras días de intenso calor y sol, pensando en cómo actuar desde ese momento en adelante.


Pero esos pensamientos fueron bruscamente interrumpidos al aparecer una figura que se acercaba lentamente hasta la puerta del edificio, caminando cabizbaja, como si tuviera el peso del mundo sobre sus hombros y dejando que el agua le calara hasta los huesos.


Sin perder un segundo, el joven de pelo verde bajó como una exhalación, cogió una chaqueta del perchero y se abalanzó hacia la puerta abriéndola de par en par y corriendo hacia su pareja.


— ¿Qué haces así? —preguntó con cariño, poniéndole el abrigo por encima de la cabeza para evitar que se siguiera empapando.


— Jordan… —le agarró de las manos cuando aún estaban cerca de su rostro.


— Xavier, ¿qué te ha pasado? —Jordan sintió cómo se le formaba un nudo en el estómago al ver que buena parte de las gotas que caían por la cara del pelirrojo no eran del rastro de la lluvia, sino sus propias lágrimas.


— Yo… yo… —sollozaba, sin ser capaz de terminar de hablar.


El moreno arrastró a su novio hasta el interior del edificio, intentado darle cobijo en el calor del hogar. Una vez dentro subió con él hasta su habitación y desplegó el futón para que pudiese sentarse allí cómodamente.


— Espera un momento, voy a sacarte ropa para que te des una ducha caliente.


—¡No! Por favor… quiero estar contigo —le agarró del brazo y le miró con ojitos suplicantes, dejando a Jordan totalmente desarmado.


— Está bien, no me separaré de ti —se acomodó a su lado, dándole de nuevo la mano.


Al momento, Xavier se tiró sobre Jordan, buscando refugio en su hombro y abrazándose a él como si fuera un clavo ardiendo.


Jordan correspondió a su gesto acariciándole la parte de atrás de la cabeza, sin meterle prisa para hablar en ningún momento.


Pasaron los minutos y para el chico que abrazaba a su sollozante amigo cada segundo que pasaba se le hacía más difícil no mirar fijamente la piel que la camisa blanca y mojada trasparentaba, haciendo que su amigo le resultara aún más deseable de lo que solía.


Y el hijo adoptivo de Schiller se dio cuenta de ello.


— Jordan —se separó de él, con los ojos brillando por algo que poco tenía que ver con las lágrimas de tristeza, sino por algo aún más instintivo—, quiero sentirme bien.


El otro chico supo inmediatamente a lo que se estaba refiriendo, no era estúpido y tampoco era la primera vez que tenían aquel tipo de “encuentro”; pero también se dio cuenta de que lo que le estaba planteando su pareja no era lo mismo que las otras veces.


— Xavier, no podemos hacer eso… —dijo por mucho que en el fondo estuviera deseando dejarse llevar.


— ¿Por qué no? —De repente, pareció darse cuenta de algo—. ¿No quieres? Por lo que me dijiste la última vez pensé que tú también querías...


— ¡Claro que quiero! —se apresuró a sacarle de su error—. Es que… no tenemos… ya sabes… Es peligroso.


— Estoy preparado —metió la mano en uno de los bolsillos de su pantalón y sacó algo que hizo que a Jordan también se le iluminara la mirada.


— ¿Estás seguro de que quieres hacerlo?


— Por favor, Jordan… —le suplicó.


Y aquella fue la gota que colmó el vaso.


En aquella ocasión fue Jordan quien se abalanzó sobre el pelirrojo, devorándole a besos y lametones en el cuello; quitándole con delicadeza la camisa para exponer la blanca y dulce piel que había debajo de ella; haciendo que Xavier gimiera del placer que le provocaba todos aquellos constantes roces además del de los traviesos dedos que ya habían empezado a jugar con zonas sensibles de su torso.


Aquella noche no existieron planes de futuro; ni amenazas mundiales; ni ninguna batalla entre puntos de vista; ni nadie que no fueran ellos dos: lo único importante era el presente, lo que estaban sintiendo el uno al lado del otro —el uno por el otro— y que estaban juntos por fin.


Nada más importaba.


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