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Querido amigo por Cris fanfics

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Se sentía a salvo.


No podía ver el cielo, a veces la tristeza le superaba y lloraba lágrimas amargas, estaba oscuro y hacía frío, además de que las paredes rocosas de aquel lugar cada vez se hacían más pequeñas, adaptándose a su comodidad pero también convirtiéndose en su prisión.


Una prisión a su talla en la que se sentía a salvo y miserable a la vez.


Pero estaba cómodo. Allí nadie tendría la posibilidad de herirle ni él heriría a nadie.


Aunque a veces tenía curiosidad por saber qué ocurría fuera y anhelaba volver a ver el cielo, estaba convencido de que en el exterior le harían mucho daño y que la luz del sol le quemaría las retinas, así que por su seguridad debía quedarse en la prisión aunque no se mereciera estar en ella.


Pequeña, oscura, solitaria pero segura. Un lugar en el que podría huir para siempre de sufrir aún más tristeza, refugiarse de ella.


Sin embargo, la curiosidad y las esperanzas por un futuro diferente a veces le animaban a deslizarse hasta las paredes que le cubrían para escuchar qué pasaba en el exterior, queriendo saber si lo que había allá afuera era algo mejor a lo que se esperaba, deseando que alguien estuviera dándole ánimos para salir o, incluso, intentando sacarle.


Cada vez que lo hacía recibía la misma dolorosa respuesta, pero las esperanzas son lo último que se pierden.


Acercó la oreja a la cada vez más gruesa pared y un susurro ininteligible llegó a él.


No lo entendió, así que cerró los ojos en un intento de agudizar el oído.


En aquella ocasión, como si se tratase una broma cruel, la voz se escuchó perfectamente, como si quien fuera que estuviera al otro lado supiera con exactitud el punto en el que se encontraba y hubiera querido asustarle.


— Inútil.


Herido por aquella simple palabra, retrocedió con lágrimas en los ojos.


Era un insulto leve, pero a aquellas alturas hasta la piedra más pequeña que le tiraran tenía en él la fuerza de una bola de demolición: rompían sus huesos como si de delicado cristal se tratasen.


Se acurrucó en el suelo y empezó a llorar.


Las paredes de su prisión volvieron a disminuir sobre él, consiguiendo así que se sintiera un poco mejor… a la vez que más atrapado.


Pero no importaba, estaba a salvo.


El exterior no guardaba nada bonito, lo mejor era ocultarse en su madriguera, que esta se adaptara a él creando un lugar idóneo en el que se sintiera cómodo, en el que no hubiera necesidad de luchar para sentirse bien y simplemente pudiera dejarse llevar como si de un dulce sueño se tratase.


Allí no pasaba ni pasaría nada malo.


Mientras asumía esto, la prisión de piedra volvió a disminuir, dejándolo ya sin marguen para moverse más allá de unos centímetros.


A veces tenía la impresión de que si permitía que aquello continuara aquel lugar le aplastaría, y el miedo le atenazaba las entrañas.


Entonces deseaba salir y tenía curiosidad por el exterior y el ciclo se repetía.


La llantina se hizo más fuerte; ya no sabía qué más hacer.


— Alguien… Ayúdenme, por favor. No quiero esto, ¡no soy esto!


Sus ruegos de ayuda no sirvieron de nada, la capa de piedra era tan gruesa que aunque en el interior gritaba sus auténticos sentimientos en el exterior nadie era capaz de intuir su pena.


Cerró los ojos, dejando que las cosas pasaran como tuvieran que pasar, él ya no tenía el poder para cambiar su destino.


**********


La luz del amanecer se colaba suavemente entre las hojas de los árboles, dando con su suave brillo la paz interior y las esperanzas de una vida mejor que las dos figuras que caminaban por el sendero de hojarasca tanto necesitaban.


El paisaje que poco a poco dejaban atrás había sufrido un daño considerable después de la explosión que había destruido la base de la Academia Alius hasta los cimientos, pero por lo menos no había que lamentar pérdidas de vidas humanas o que alguien se hubiese hecho un daño significativo: antes de que la base empezara a ser destruida la policía se había llevado a Schiller detenido; Wyles y sus hombres habían desaparecido sin dejar rastro mucho antes de que empezara el partido final, como si nunca hubieran participado en aquel proyecto; y, gracias a los ánimos de Mark, el destrozado física y psicológicamente equipo del Génesis había sacado fuerzas de la flaqueza para huir de lo que sería una muerte segura.


Salvo ellos dos, el resto de los relacionados con la Alius que habían estado en aquel último acto —y no habían sido detenidos al ser considerados víctimas— decidieron no pasar más tiempo del necesario con el Raimon. Tras haber escapado de la explosión se habían adelantado al chico pelirrojo y a su hermana mayor para salir del bosque.


Xavier sentía su cuerpo muy débil, como si se fuera a derrumbar en cualquier momento, pero se encontraba más liberado y feliz que cualquier día de los tres últimos años de su vida. A diferencia de cuando se escapaba a visitar Japón o iba a ver a Mark o a Jordan, en aquellos momentos sabía con certeza que no tendría que volver a la Alius, que por fin era libre de la loza que había supuesto para él el gran plan de Schiller.


Aquilina se sentía igual que él en cuanto a felicidad se refería. Aún era incapaz de creerse que todo hubiera salido bien, pero estaba exultante de que así fuese.


Iban a paso lento y, en algún momento del camino, se habían tomado de las manos, disfrutando por fin de estar juntos como los hermanos que eran.


Aunque Xavier estaba a gusto con aquel silencio tácito que habían decidido adoptar, las ganas de preguntarle sus dudas sobre el futuro aumentaban a cada segundo.


— Lina, ¿qué será de nosotros? —la interrogó al fin.


— No te preocupes, me haré cargo de ti de ahora en adelante. Soy adulta y puedo hacerlo sin mayores problemas —le sonrió—. Ya va siendo hora de que empecemos a vivir como una auténtica familia.


Xavier se revolvió, incómodo.


— No me refiero solo a nosotros dos… ¿Qué pasa con los chicos del Don Sol? ¿Te harás cargo de ellos también?


Aquilina frenó en seco y le miró con seriedad.


— ¿Crees de verdad que sería capaz de dejarlos abandonados después de todo lo que ha pasado? —Ante el rostro de duda de Xavier se apresuró a responder su propia pregunta—: No pienso renunciar al orfanato, vamos a vivir allí todos juntos.


La tensión que Xavier había acumulado por miedo a que ella no hubiera pensado en los que también eran hermanos para él, se desvaneció como si de simple bruma se tratase.


— Muchas gracias —dejó escapar en un suspiro de alivio.


— No hay nada que agradecer —volvió a emprender la marcha—. Tendría que ser yo la que esté agradecida con todos vosotros.


— ¿Por qué?


La adulta le agarró un poco más fuerte mientras con el dedo pulgar empezaba a acariciarle el dorso de la mano con infinito cariño.


— Me siento egoísta y pusilánime a vuestro lado, tengo suerte de que gente como vosotros aún queráis que yo forme parte de vuestra familia.


— No digas esas cosas de ti misma, no son ciertas. Sin tus esfuerzos por salvarnos a saber lo que hubiera sido de mí y el resto del Génesis tras esta noche —se estremecía solo de imaginarse como un soldado sin voluntad en manos de un desconocido que solo querría usarlo como un arma que sesgaría vidas inocentes, poco más que un muñeco y poco menos que un ser humano—. Además, estoy seguro de que a Jordan y al resto les hará muy felices saber que pueden volver a casa después de todo este tiempo —su cara se iluminó con una gran sonrisa.


Su corazón latía más fuerte solo de imaginarse la felicidad de su novio al enterarse de que iba a volver con él para no volver a dejarle atrás. Él mismo estaba ilusionado y con mariposas en el estómago de pensar en el futuro en común que les aguardaba en el que siempre había sido su hogar, con la gente a la que querían y pudiendo hacer lo que quisieran; gozando de la libertad.


Tras que su hermano mencionara al capitán de la Alius que había sido expulsado, el rostro de Aquilina perdió algo de color: había recordado lo que el Servicio Secreto le había mandado a hacer… y el lugar al que sus dos compañeros más cercanos y él tendrían que ir.


Dudó sobre si contarle aquello a su hermano pero, al final, decidió no añadir nada más; Xavier no se había dado cuenta de su turbación y desde la posición en la que se encontraban ya se podía ver la salida del bosque. Debía concentrarse en el panorama que la esperaba al reencontrarse con los primeros niños que Schiller había aceptado bajo el techo del orfanato.


Pronto, la barrera de troncos que los rodeaba se amplió, dando lugar a un claro en el que predominaba una cabaña que hacía de tienda de souvenirs, el lugar que los chicos del Génesis habían elegido para esperar a los dos rezagados.


Isabelle, sentada cabizbaja en el escalón que separaba la estructura de la tierra, fue la primera en darse cuenta de la presencia de los recién llegados.


Cuando su mirada se encontró con la de Xavier, sus ojos azules se llenaron de lágrimas.


Entonces se levantó y, arrastrando los pies como si le pesaran, se acercó a él, ignorando totalmente a Aquilina.


Hubo un momento de silencio en el que todos los allí presentes esperaron la reacción de la vicecapitana imaginándose lo peor: tal vez una pataleta o, incluso, un golpe.


En contra de las expectativas, Isabelle se tiró sobre el pecho de Xavier y le abrazó contra ella, empezando a llorar ruidosamente.


— Lo siento… —aquello era lo único que, afónica como se encontraba por culpa de la llantina, fue capaz de decir.


Los ojos de Xavier se enternecieron.


Correspondió al abrazo y se dejó caer con lentitud al suelo para que ambos pudieran estar más cómodos e ignorar cada pinchazo de dolor que sus músculos lanzaban al hacer el esfuerzo físico de estar de pie; acabando de esta manera sentado con ella arrodillada entre sus piernas.


— No te preocupes, no sabías nada sobre Xavier —se separó de ella para empezar a peinarle la enmarañada melena con los dedos.


— ¡Eso solo me hace sentir peor! —gritó quitándose su mano de la cabeza—. ¡Siempre te he envidiado por ser el favorito de padre! Y ahora que sé la verdad me he dado cuenta de lo egoísta que he sido y lo mal que lo has tenido que pasar tú… Lo siento mucho.


— Y yo te repito que no tienes porque sentirte mal. Si hubiese confiado en ti y te hubiese contado lo que sabía nos habríamos ahorrado los dos todo este tiempo de tiranteces, así que todo lo que has sentido ha sido en parte culpa mía. Lo siento.


— ¡No te creas que todo lo que ha pasado ha sido por envidia, algunas de mis regañinas te fueron bien merecidas por vago! —aclaró aún con lágrimas cayendo sin parar de sus ojos—. ¡Por lo demás soy yo quien se tiene que disculpar, idiota!


— ¡Que no hace falta! —la volvió a abrazar contra sí, enterrando la cabeza de ella entre su cuello y su hombro.


Y así, empezó una batalla de disculpas que ninguno de los dos parecía querer perder.


Aqulina no pudo evitar reírse de los absurdo de la situación, captando así la atención de ambos adolescentes.


— ¿Qué pasa, Lina?


— ¡A mí no me hace ninguna gracia! —sollozó Isabelle, realmente afectada.


La adulta se arrodilló y les zarandeó el pelo.


— Ya está bien. Está claro que ambos lo sentís mucho y os arrepentís de cosas que habéis dicho o dejado de decir, pero mejor momento que este para hacer borrón y cuenta nueva que este dudo que encontréis, así que aprovechadlo.


Los dos chicos parecieron dudar.


Finalmente, Xavier le tendió la mano a una confundida Isabelle.


— ¿Hermanos de nuevo?


— Hermanos de nuevo —correspondió al gesto tras un segundo de duda, con una sonrisa segura en el rostro.


Para sorpresa de los tres protagonistas de aquella escena, el Génesis al completo se acercó a ellos.


— ¿Estáis seguros de que solo queréis ser hermanos? —preguntó con pillería la chica más bajita del equipo, que observaba atentamente la postura en la que estaban.


Isabelle puso los ojos en blanco, incapaz de creerse lo que acababa de escuchar.


— La verdad es que hacéis buena pareja —intervino otro de sus compañeros, el centrocampista rubio.


Xavier, aunque un poco avergonzado por aquellos comentarios, no pudo evitar aprovechar la oportunidad para picarla.


— Oye, a mí no me importaría intentar algo contigo.


Ella se apartó de él casi por acto reflejo, con el ceño fruncido. Pero la sonrisa que Xavier lucía hizo que se diera cuenta de que no lo decía en serio.


— ¿Perdona? Yo soy demasiado buena para ti. Además… el rollo incestuoso no es para nada lo mío; si mantienes lo de ser mi hermano no veo futuro a lo nuestro.


Xavier dejó escapar una carcajada, que fue coreada por la de ella.


Aquilina, por otra parte, se había desconectado de la conversación amistosa de los chicos rato atrás. En aquellos momentos estaba ocupada comprobando por el letrero de la tienda si había señal en aquel lugar aislado de todo.


La voz de Kim —la mejor amiga de Isabelle y defensa del equipo— a su espalda la desconcentró.


— Lina…


— ¿Qué ocurre? —preguntó con preocupación: la joven había sonado muy afectada.


— Ahora que padre no está nos vas a mandar a distintos orfanatos, ¿verdad?


Todo el claro se encontraba mirándolas atentamente, esperando la respuesta de la hija biológica de Schiller.


— No, pequeña. No voy a permitir que os separen ni os hagan más daño, yo me haré cargo de todos vosotros pese a quien le pese.


— Entonces… ¿podemos volver todos juntos a casa? —preguntó aún sin terminar de creérselo.


— Eso he dicho, sí.


Y al momento se formó el escándalo: tras exclamaciones de alegría y abrazos emocionados entre los chicos, buena parte de ellos se abalanzaron sobre la adulta para corearla.


Ella enrojeció por la atención recibida, pero pronto se sumó a la felicidad general y empezó a abrazarlos uno a uno, sinceramente contenta de haberlos recuperado.


Al poco rato, Isabelle se apartó del montón y se acercó de nuevo a Xavier, que se encontraba lejos de la escena agarrándose el estómago con una mueca de dolor.


— ¿Te duele mucho? El balonazo que te dí fue muy fuerte…


— Sí, te confirmo de primera mano que lo fue.


Ella le rozó con los dedos la barriga antes de apartarlos de inmediato al comprobar que él no pensaba dejarla levantar su camisa para ver la magnitud del golpe.


— Si es muy serio puede que haya que correr al hospital contigo, no te hagas el fuerte.


— No creo que me hayas roto o reventado algo. Si ese fuera el caso dudo que pudiera mantenerme en pie si quiera.


Isabelle se dio por vencida por el momento. En cuanto llegaran a un lugar con botiquín (o teléfono para llamar a un médico, dependiendo de lo que requiriese la situación) insistiría en que se dejase aplicar las curas necesarias aunque él le suplicara que no lo hiciera.


— Muchas gracias por haber salvado a padre, si ese golpe lo hubiera recibido él no habría salido tan campante.


Tal y como decía Isabelle, cuando estaban en la base ella se había dejado llevar por el rencor generado tras las palabras de Schiller —que había renunciado a ellos como sus hijos y afirmado que solo eran herramientas para él— y había intentado hacerle daño con un balón… daño que Xavier recibió de lleno por proteger al anciano.


— Por suerte no hay que lamentar una desgracia.


— Eso espero.


Xavier dejó que pasaran unos segundos mientras la observaba detenidamente, reflexionando sobre si quería contarle todo acerca de sus orígenes.


—Isabelle…


— Dime.


— Aún no sabes toda la verdad sobre mí y sobre padre —dijo pausadamente, dejándose llevar por el impulso de querer compartir aquella información con alguien—. Hay algo importante que falta en la historia que escuchaste antes y que me gustaría compartir contigo.


— Soy toda oídos.


Antes de seguir, observó detenidamente a su hermana y amigos.


Y, entonces, cambió de opinión sobre lo que hacer. Aquel no era un momento para complicarse, era uno de esos momentos que se deben disfrutar al máximo cuando vienen porque no se sabe si se podrá volver a experimentar algo similar de nuevo.


— ¿Te importaría que te lo contase cuando volvamos a casa? Me sentiría más cómodo allí.


A ella le pareció de muy mal gusto que la dejase con las ganas en vez de ir directamente al grano, pero se dio cuenta de que no era el mejor momento para profundizar aún más en el asunto de Schiller, además de que por aquel día ya tenía bastante que digerir con lo que sabía.


Asintió con la cabeza, dando fin de esta forma a la conversación.


Y se formó un silencio que ninguno de los dos quiso romper, se limitaron a observar cómo los demás celebraban la vuelta a la vida normal que todos habían echado tanto de menos.


Sin embargo, un sonido discordante con el lugar en el que estaban puso fin al ambiente alegre.


Todos guardaron silencio mientras Aquilina revolvía entre los bolsillos de su chaqueta buscando el móvil, cuya melodía sonaba bastante alta.


Cuando lo encontró y pudo comprobar quien la llamaba, se apresuró a descolgar.


— ¿Agente Marshall? ¿Cómo les ha ido?


El volumen estaba demasiado bajo como para alguien a parte de ella escuchara lo que decía la persona al otro lado de la línea.


Isabelle y Xavier fueron hasta sus compañeros, queriendo enterarse de lo que estaba pasando.


— Comprendo, iré ahora mismo para allá —colgó el teléfono.


— ¿Va todo bien, Lina?


La susodicha miró a su hermano con absoluto terror antes de agachar la mirada.


— No, nada va bien…


— ¿Qué ha ocurrido con el equipo de Jordan? —preguntó Xavier con un nudo en la garganta, consciente de que si la había llamado un agente del Servicio Secreto el tema podía tener algo que ver con ellos.


Isabelle miró al pelirrojo con extrañeza, sin saber qué tenía que ver el Tormenta de Géminis con lo quiera que fuese que estuviese ocurriendo.


— Os lo explicaré de camino, tenemos que ir ahora mismo a Tokio.


Los chicos asintieron con la cabeza antes de emprender la marcha sin pedir más explicaciones, tal y como habrían hecho si Schiller les hubiera dado aquella orden.


Pero Xavier no imitó al resto, se acercó a Lina y la zarandeó de los hombros demandando una respuesta.


Isabelle se detuvo para esperarles, observando detenidamente una conversación de la que no podía escuchar absolutamente nada.


Aunque tampoco le hizo falta entenderla para darse cuenta de que algo andaba mal.


Xavier se apartó de su hermana, visiblemente derrotado.


Aquilina acortó la distancia recién creada para agarrarle de los hombros y obligarle a mirarla a la cara. Tras este gesto y unas cuantas palabras, el chico pareció recuperar la entereza.


La joven de pelo azul, preocupada, fue hacia ellos para preguntar sobre lo que estaba ocurriendo.


— ¿Todo bien?


— Sí, lo mejor será que nos marchemos ya. —Xavier no esperó una respuesta de su amiga, se limitó a empezar la marcha dejándolas a ellas atrás.


Isabelle arqueó la ceja.


— ¿Aquilina?


— Os lo explicaré de camino —reiteró, dándole a la más joven un empujoncito que la obligó a avanzar.


En cuanto Isabelle pareció conforme y fue tras sus compañeros, la adulta se detuvo para dar un último vistazo al destrozado monte Fuji, queriendo dejar junto a aquellas vistas los recuerdos, el dolor y el odio hacia sí misma que la habían acompañado hasta aquel entonces.


Era el momento de seguir adelante, y no necesitaba nada de lo que la había impulsado a enfrentarse a su padre para aquella nueva etapa de su vida que estaba por comenzar; debía sobreponerse a sus propios impulsos y deseos egoístas para ser la figura maternal que los chicos del Don Sol necesitan y que ella estaba tan ansiosa de darles.


Con la melena siendo zarandeada por el viento, la luz de un nuevo día indicándole el camino a seguir y una sonrisa de superación en el rostro, dio la espalda al monte Fuji.


La Academia Alius no tardaría mucho en ser parte de una extraña pesadilla sepultada bajo toda una vida que aún les quedaba por vivir.


**********


Le costaba el simple hecho de abrir los ojos, pero consideraba que ya había estado demasiado tiempo ignorando lo que ocurría a su alrededor.


Con un agudo dolor en la zona de las costillas y en la cabeza, Jordan se forzó a levantarse. Al momento en el que apoyó los pies en el suelo las piernas fueron incapaces de aguantar el peso de su cuerpo y cayó hacia atrás, con la buena suerte de que estaba al lado de una pared y pudo mantenerse en ella. Ya siendo plenamente consciente de que no podía mantenerse en pie, se dejó caer, quedando sentado.


Se encontraba en una habitación ancha y prácticamente vacía que, gracias a lo brillante del suelo de mármol y la blancura de sus paredes y techo, lucía un color granate que demonizaba la estancia e irritaba los ojos por lo antinatural y mareante de aquella tonalidad de rojo. La fuente de aquella luz eran unos carritos iguales a los que se usan en minas para el transporte de materiales; aún desde su posición, Jordan podía ver las piedras rojas del tamaño de un yen que sobresalían de varios de ellos. Tal y como había dicho Rhona —y como era lógico—, Schiller (o Wyles) había sido práctico y había renunciado a transportar la piedra tallada hasta allí a favor de partirla y comercializarla en trocitos. Además, y muy en segundo plano, había unas pocas estatuas con figuras de hombres y mujeres muy típicas del estilo griego que delataban el uso real de aquella sala como el de una galería de arte que había caído en muy malas manos y cuyas últimas muestras estaban allí para ser vendidas junto con instrumentos de muerte.


Jordan se encontraba admirando la figura completa de uno de los hombres de bronce cuando una sombra humana se movió detrás de una de las estatuas cercanas.


El chico de melena verde achinó los ojos, inseguro de si aquel movimiento había sido real o un efecto creado por su aturullada mente o un pestañeo demasiado rápido al cual había confundido.


— ¿Quién anda ahí?


Nadie respondió, pero él ya tenía claro que no podía aguantar más aquella luz sanguinolenta.


Cerró los ojos con fuerza y, aunque aún se colaba algo de luz por sus párpados, se sintió muchísimo mejor.


El suspiro de alivio que dejó escapar entonces no fue, ni mucho menos, tan grande como el que soltó cuando una figura se puso delante de él y tapó totalmente cualquier luz que pudiera hacerle daño.


Jordan volvió a mirar a su alrededor, topándose de frente con las botas de aquel que le había ayudado.


Alzó la mirada, consciente de que aquella persona debía ser quien le había atacado y reducido.


Cuando le reconoció de nuevo, se le formó un nudo en la garganta.


No quería creerlo, de entre todas las personas del mundo a la que menos había esperado encontrar allí era a él, pero no podía negar la verdad.


Su aspecto había cambiado mucho, de una manera... innatural. No se le ocurría mejor palabra para describir sus ojos rojos, su rostro contraído en una eterna expresión rabia y las venas alteradas que le marcaban las partes de su cuerpo que no ocultaba bajo la ropa de estilo militar.


Cruzaron miradas, y Jordan tembló de puro terror.


— ¿Qué te han hecho, Dave?


El chico con problemas de control de la ira que había sido como su hermano mayor toda la niñez, sonrió de forma aviesa antes de pisarle la cabeza, obligándole a mantenerla pegada a la pared.


— No recuerdo haberte dado permiso para hablarme, menos para llamarme por mi nombre. Soy tu superior y debes tratarme con respeto, Janus.


— Yo ya no soy Janus —farfulló a pesar del dolor y el asco de estar en contacto con la suela del zapato—, y tú tampoco eres Dvalin. El Raimon derrotó a tu equipo y vosotros abandonasteis a la Alius, ¿recuerdas?


Le aplastó con un poco más de fuerza, haciéndole gritar.


— Abandoné la Alius para volverme más fuerte y derrotar al Raimon la próxima vez que nuestros caminos se encuentren, no por cobardía ni por ser expulsado por inútil como te paso a ti —dejó de aplastarle y se alejó un poco de él, sentándose a escasos centímetros de distancia.


Jordan sentía su cabeza a punto de estallar, pero aún era capaz de sobreponerse al malestar y pensar con claridad.


El carácter de Dave era el mismo de la última vez que lo habían visto —cuando el mayor expulsó al equipo de menor rango en el instituto de Hokkaido—, pero su aspecto físico y su simple presencia en aquel lugar hacían que la imaginación de Jordan se disparara imaginando lo que habría tenido que soportar el chico de melena negra durante aquel tiempo en el que no habían estado en contacto.


— ¿Qué te ha pasado? ¿Por qué estás aquí? ¿Y dónde está el resto del Épsilon?


— No tengo porque darte explicaciones, limítate a callar.


— ¿Les han hecho daño? —a pesar de recordar perfectamente el mal trato que le habían dado, Jordan no pudo evitar preocuparse por su estado; sabiendo lo que sabía de los efectos del meteorito no quería pensar en ellos como aquellos que habían abusado de él, sino como los chicos con los que se había criado y habían sido manipulados de muy mala manera—. Más vale que padre o esa rata de Wyles no les hayan tocado un solo pelo...


— Contén tu lengua si no quieres que a la próxima te aplaste la cabeza. Esos traidores no se merecen ni besar el suelo que pisan padre y el señor Wyles.


— ¿Traidores?


Dave se dio cuenta de que se había ido de la lengua.


— Dejamos atrás a la Alius para entrenar todos juntos —declaró—. Pero fueron débiles; se sentían mal debido a la intensidad de los entrenamientos y por tener que aguantar el poder del regalo que Wyles nos hizo cuando fuimos a enfrentarnos por última vez al Raimon. Se empezaron a marchar poco a poco... hasta que me vi solo.


— Aceptasteis trozos de la falsificación sin saber cómo podrían afectaros y tú la estás defendiendo para que no podamos destruirla. Hasta ese punto padre y Wyles han conseguido manipularos —su indignación era palpable, pero se sobrepuso a ella para suplicar—: Dave, quítate la piedra, no es buena para ti y nadie lo vale tanto como para que tengas que llegar estos extremos de sufrimiento.


— ¿Sufrimiento? Te equivocas, Janus, esta piedra me ha hecho sentir mejor que nunca —alzó los brazos con un dramatismo innecesario—. ¡Ni siquiera la piedra Alius original consiguió esto en mí! ¡Soy tan fuerte que nunca más volveré a defraudar a nadie! ¿No es esta la auténtica felicidad?


— No puedes hablar en serio. —Sentía como su corazón sangraba al ver al resentido Janus reflejado en Dave—. ¿Has visto cómo estás? Tiene que dolerte muchísimo…


— ¿Qué va a decir alguien tan débil como tú? ¡No podrías entenderlo ni aunque quisieras!


Intentar debatirle aquello era como discutir con una pared. Cansado, Jordan decidió intentar sonsacarle información.


— ¿Por qué me has capturado? ¿Quién te mandó aquí?


— Eres mi carta ganadora para que el primer ministro me escuche y de la oportunidad a padre de negociar con él. Mientras te tenga de rehén no me detendrán ni destruirán los fragmentos. —La sonrisa que puso tras decir esto pareció dolerle—. Y fue Wyles quien me ha mandado aquí. Dio conmigo y me pidió de nuevo mi ayuda; petición que yo acepté encantado. Además, tarde o temprano hubiera venido a dar con el resto de las piedras rojas, ya estaba empezando a notar su llamada.


Todo lo que había dicho era una locura, pero aquello último era, sin lugar a dudas, lo más disparatado de todo. Tanto, que Jordan decidió no tirar de aquel punto para intentar hacerle entrar en razón.


— No soy tan importante. Si el Servicio Secreto tiene que entrar aquí a la fuerza no les importará que yo pueda salir herido… mucho menos lo que pase contigo.


— ¿A dónde quieres ir a parar? —arqueó la ceja, plenamente consciente de lo que estaba intentando hacer Jordan.


— Déjame ir y entrégate, lo que estás haciendo es inútil.


Hubo un minuto de silencio en el que ninguno de los dos dijo absolutamente nada.


Cuando el moreno pensó que Dave no iba a contestarle, este se levantó y fue hacia él.


Como si se tratase de una simple pluma, el capitán del Épsilon le levantó por el cuello de la chaqueta con una mano y le estampó contra la pared.


— ¡Mierda, Dave! ¡Para de hacerme daño!


Al contrario de lo que exigía, Dave le apretó el cuello.


Llevado por el instinto de supervivencia, Jordan empezó a dar patadas y clavarle las uñas en el brazo, intentando librarse de su agarre.


No debería haberle dado motivos a Dave para acabar con él, tendría que haber intentado escapar cuando aún tenía oportunidad; en su intento de que ambos salieran de allí había apostado más de lo que podía ganar.


Atrapado en la mirada de aquellos ojos granates llenos de odio, empezó a llorar, ya sin aire para suplicar ni fuerzas para seguir intentando soltarse.


Mientras el color rojo le nublaba totalmente la vista, una conglomeración de pensamientos salían con urgencia a la superficie. Cosas como desear haber ayudado más a Dylan a superar su maldita timidez, haber sido más abierto con sus sentimientos, o la desesperación de no saber que había sido de Xavier y la posibilidad de que su enamorado nunca fuera capaz de ser feliz se clavaban en su corazón como si de espinas se tratasen.


«Quiero vivir» gesticuló sin lograr que le saliera la voz.


Los preciosos ojos verdes de Xavier se hicieron presentes en su mente, nunca más volvería a verlos. Y así, fue aún más consciente de lo cerca que estaba de su muerte, volviéndose loco de pena y miedo.


Y el oxígeno volvió a entrar por su boca y sus fosas nasales.


No le importó que su cuerpo diera de bruces contra el suelo, ni que Dave estuviera cogiendo aire como si fuese a él a quien habían estrangulado. Respiró profundamente varias veces, gozando el aire que le había sido devuelto a pesar de la continua tos que no podía detener.


El joven de pelo negro también tosía. Se había hecho un ovillo sobre si mismo mientras se agarraba del cuello con una mano.


Debía huir.


Demasiado asustado como para utilizar una supertécnica, el de pelo verde empezó a gatear hasta la salida.


— ¡¡No!!


Se dio la vuelta, aterrado de lo que podía venir a continuación.


Pero ver a Dave golpeándose con no poca fuerza el pecho era algo que no se podría haber imaginado ni siquiera sin ser presa del pánico.


Y entonces parte de razón volvió a él y dudó. ¿Qué debería hacer? La posibilidad de escapar y desentenderse del problema estaba al alcance de su mano, solo debía seguir adelante, abrir la puerta y empezar a correr.


Dave miró en su dirección, dejando ver así al otro chico las marcas de dedos que tenía en su cuello y que no habían estado presentes antes de que le intentara matar… ¿Se las habría hecho momentos antes o, tal vez, se había estado estrangulando desde que había amenazado la vida de su antiguo compañero?


— ¡¿Qué estás haciendo?! ¡¡Vete!!! —ladró, desesperado.


Aquello bastó para decidirse.


Se puso de pie con un esfuerzo titánico y, mientras iba hacia Dave, gritó:


— ¡Quítate la piedra! ¡Es la que te está haciendo esto!


— No puedo…


Jordan se arrodilló a su lado y le zarandeó de los hombros con urgencia.


— ¿Dónde la tienes? ¡Te la quitare yo!


— ¡No puedes!


Sin importarle ya contar con el permiso del más mayor, empezó a buscar un colgante, un anillo o cualquier otro abalorio dónde pudiera estar la maldita joya.


No encontró nada.


Extrañado, aprovechó el estado de sumisión en el que se encontraba Dave para obligarle a incorporar el tronco y empezar a quitarle la ropa.


La camisa cayó a un lado y Jordan detuvo su búsqueda.


Incapaz de entender lo que había ante sus ojos no pudo ni aguantar mantenerse sobre sus rodillas, se dejó caer de lado mientras su cuerpo temblaba.


— Dave… ¿qué te han hecho?


**********


Dylan observaba, sentado desde un lugar algo apartado, cómo la policía iba sacando objetos del interior del edificio para llevárselos en los furgones.


La calle había sido acordonada y rato antes todos los presentes en la reunión de Schiller —desde empleados hasta los propios invitados— fueron detenidos a pesar de las numerosas quejas y excusas que dieron los más pudientes al respecto.


Los dos agentes del Servicio Secreto que habían acompañado a los chicos aquella noche se decidieron a llamar a las fuerzas del orden desde que el Génesis había salido en la gran pantalla del establecimiento, pero tras que Dylan y Rhona les contaran lo que habían pasado en el rato que fueron por su cuenta todo el proceso de confiscar objetos peligrosos —incluida la araña creada únicamente para matar— había sido acelerado por la circunstancias.


Pero a los adolescentes apenas les importaba todo aquello.


Rhona estaba sentada al lado de su fiel compañero, que se había aislado en su propio mundo desde que el agente Taylor les dejó claro que ellos no podían participar en la operación improvisada que estaban preparando para hacerse con la última falsificación del meteorito y salvar a un cautivo Jordan.


Cansada de su hermetismo, la chica de tez oscura decidió arriesgarse a pasar del simple roce tranquilizador de sus manos a decirle unas palabras de ánimo.


— No es culpa tuya lo que ha pasado, Dylan. No había forma de que supiésemos que tenían preparada una trampa para nosotros por si veníamos a por la piedra.


Dylan la miró de reojo, enfadado. Pero no con ella, sino con Jordan y consigo mismo.


— No tendría que haber confiado en él, si me hubiese imaginado lo que pretendía hacer le hubiera detenido y hubiésemos seguido huyendo juntos —tartamudeó, claramente dolido.


— Jordan tomó la decisión que le pareció más sensata, si hubiese estado en su lugar yo hubiera hecho lo mismo.


— Y habrías acabado como él. Viva la utilidad de la sensatez. No deberíamos habernos separado.


Ella hizo un amago de sonrisa.


— Resultó ser una decisión equivocada, pero tampoco sirve de nada regodearse en el recuerdo de un error. Concentrémonos en el presente.


— ¿Para qué? Tampoco es que podamos hacer nada para ayudar a rescatarle…


Rhona permaneció callada, solo manteniéndole la mirada al tartamudo.


Este, por su parte, no tardó mucho en bajar la cabeza para rehuir aquel contacto.


— Confiemos en el Servicio Secreto y la policía. —Dylan no parecía muy contento con aquello—. Además, que nos hayan dicho que no necesitan nuestra ayuda ahora no quiere decir que no podamos echar una mano si nos llegan a necesitar más adelante.


— ¿Tú crees? —preguntó con ilusión.


— Es una posibilidad, así que procura no quemarte demasiado la cabeza y relajarte. Si nuestra ayuda es necesaria es mejor que estemos ágiles de mente.


Dylan asintió efusivamente, un poco más animado ante aquella expectativa.


Tras aquella pequeña conversación, ninguno de los dos hizo o dijo nada, se limitaron a observar su alrededor.


A plena luz del día el callejón en el que se encontraban no era tan amenazador como la noche anterior; los policías no les prestaban la más mínima atención porque los que no estaban llevando armatostes se encontraban intentando que la prensa no se saltara el cordón policial y respondiendo a las preguntas de los susodichos periodistas; y el continuo movimiento de armatostes ya había empezado a resultarles monótono, ya que no eran capaces de darle importancia al hecho de que estuvieran sacando herramientas fabricadas con el único propósito de herir y matar a gente después de ver tantas en menos de un día.


Por estos dos últimos motivos ver aparecer al agente Marshall los animó ipso facto.


Dylan se levantó de su sitio y fue hacia él.


— ¿Dónde están Marge y Taylor? —preguntó el recién llegado antes de que el joven tuviera oportunidad de hablar.


— Dentro, en el almacén. Están organizando el rescate de Jordan.


— ¿A dónde ha ido todo este rato, agente? —la chica se acercó a ellos, cansada de estar tanto rato sentada en el duro y frío suelo.


— He llamado a Aquilina —continuó caminando, forzando a los adolescentes a seguirle hasta el interior del local subterráneo—. Ella y los chicos del Génesis se reunirán con nosotros en unas cuantas horas.


La policía seguía saliendo del local con carretillas cargadas de cajas o cargando con pura fuerza las cosas sueltas, por lo que cada vez que pasaban tenían que hacerse a un lado.


Rhona frunció el ceño, cayendo en la cuenta de lo último que había dicho Marshall.


— Espero que cuando lleguen, Jordan ya no esté ahí dentro. Creía que se iban a dar prisa para salvarle.


— Sacar a Jordan es una prioridad menor. —Alzó la mano en cuanto los chicos iban a empezar a protestar—. Obviamente no queremos que le pase nada malo, y haremos todo lo posible para rescatarle, pero lo más importante aquí son la falsificación y quien está velando por ella.


Los chicos no tuvieron más remedio que entender la posición de el agente, si la piedra salía de aquel lugar y empezaba a rondar por negocios en las sombras podía ser una auténtica catástrofe…


— ¿Por qué no engañáis a Dave con cumplir sus demandas y, entonces, aprovecháis para detenerle? —Dylan no pudo evitar exteriorizar su duda.


— ¿Sabes lo que podría provocar la noticia de que el primer ministro suelte a Schiller y negocie con él ahora que el mundo va a averiguar todo lo que ha hecho?


— Pero no sería de verdad —protestó el chico, sin entender el punto al que quería llegar Marshall.


El adulto detuvo la marcha de sopetón y le miró como si fuese rematadamente estúpido, pero al momento comprendió que no debía tenerle en cuenta aquel comentario ya que era solo un crío y no tenía ni idea de cómo funcionaba la relación prensa-polémica.


— Eso no importa —comenzó a explicarle, volviendo a seguir su camino—, a los medios solo con eso les vale para hundir la reputación del primer ministro. Le difamaran, exageraran y trastocaran la verdad para que las masas se indignen, y si esto ocurre no habrá manera de que Vanguard vuelva a ser elegido como primer ministro la próxima vez.


— Siempre podría negar esas acusaciones e incluso denunciar a los medios —dijo Rhona, encogiéndose de hombros.


— Las secuelas de todo lo dicho siempre estarían ahí, perdería a muchísimos partidarios y sería conocido por todos como el primer ministro japonés que soltó a un terrorista a escala mundial para hacer tratos militares con él —soltó una risa sarcástica—. No es todo tan fácil como parece, niña.


Hubo un momento de silencio en el que Rhona y Dylan procesaron toda aquella información. Aunque todo lo dicho por Marshall era medianamente lógico, había algo que al chico seguía sin entrarle en la cabeza.


— Pero si con su ayuda podemos asegurar que todo esto acabe de una vez, ¿de verdad importa tanto todo eso? Tal y como lo ha explicado, agente, parece que a Vanguard le importa más su reputación y volver a salir elegido que la seguridad del país que se ha comprometido a gobernar —acusó.


Marshall quiso decir algo más, pero por alguna razón acabó callando aunque estaba claramente en desacuerdo con la deducción final de Dylan.


Los chicos dejaron de meter cizalla a aquella discusión, tampoco iban a conseguir nada incomodando al hombre con preguntas.


Y, así, llegaron por fin al teatro.


Como ya no había por qué temer a la seguridad del lugar, los agentes accedían al almacén desde la puerta que se encontraba tras el escenario, que les daba un acceso mucho más directo que desde la sala de muestras por la que se habían colado los chicos del Tormenta de Géminis horas atrás.


Avanzaron hasta la primera fila de asientos y, una vez allí, el agente se detuvo.


— Esperad hasta que volvamos, si necesitáis algo preguntad a alguno de los policías que pasen por aquí.


— ¿No podemos hacer nada para ayudar? —Dylan estaba desolado.


— Mucho me temo que, por el momento, no. Aunque podéis llegar a ser una ayuda, por eso os he dejado entrar.


Rhona asintió con la cabeza antes de dejarse caer en una de la cómodas sillas, totalmente libre de preocupaciones.


Por desgracia, Dylan no podía desentenderse tan fácilmente como ella.


Cuando el agente ya les había dado la espalda y procedía a subir al escenario, el adolescente le detuvo agarrándole la espalda de su chaqueta.


El hombre se dio la vuelta, irritado.


— ¿Qué pasa?


— No deje que les pase nada malo a mis compañeros, por favor —suplicó con la cabeza gacha—. Ninguno de los dos tiene la culpa de lo que está pasando, sería muy injusto que después de haber sido víctimas de las circunstancias tengan que soportar más dolor. Ya es suficiente. Dejen que volvamos todos juntos a casa.


Rhona observaba la escena, triste por él.


— Dylan…


El adulto le zarandeó el ya de por sí alborotado pelo con ternura.


— Haré todo lo posible. Es lo único que puedo prometerte.


No quedaba nada más por decir, Dylan le dejó marchar y se sentó junto a su compañera, dejando caer la cabeza sobre el respaldo, cansado.


En aquella situación no podría quedarse dormido, pero de todas formas cerró los ojos en un intento de olvidar sus preocupaciones y de disfrutar del contacto de la mano de Rhona sobre la suya.


Ya no había más que pudiera hacer.


**********


— Dave… ¿qué te han hecho?


Una gema del tamaño de un puño estaba incrustada en el pecho pálido —y lleno de venas más visibles de lo normal, incluso en una piel tan blanca— de su amigo de la infancia. Su color rojo fluía en el interior del mineral como si se tratase de magma; un corazón ardiente que palpitaba cerca del corazón de verdad y teñía la sangre que viajaba por todo el cuerpo de dolor, maldad y poder, muchísimo poder, tal vez demasiado para lo que un cuerpo humano podía soportar.


— Jordan... huye… —jadeó mientras se apoyaba para no caer.


— ¡No! No pienso dejarte así. —Se acercó de nuevo a Dave y empezó a tirar del cuerpo invasor, sin conseguir sacarlo pero sí que el de pelo negro gritara de dolor—. ¿Cómo hicieron para que la piedra se clavara así? ¿Te dijeron si se podía quitar?


— Nadie la puso ahí. Me la coloqué en el uniforme como el resto de mis compañeros, pero a diferencia de los demás yo nunca me despegaba de ella. —Interrumpió su explicación para volver a gritar tras un nuevo tirón de Jordan—. La mañana después del día en el que me quedé totalmente solo me dí cuenta de que estaba empezando a hacerse más grande y a enterrarse en mi pecho… —jadeó, a duras penas conteniéndose para no golpear al moreno y apartarle de su lado.


Jordan refunfuñó entre dientes, dándose por vencido en cuanto a quitarle la piedra roja a la fuerza se refería.


— ¿Cómo dejaste que llegara a tanto? —no se molestó en mencionar que el invento de Schiller y Wyles actuaba como una bacteria, un ser vivo; no tenía explicación para aquello y suponía que Dave tampoco— ¿Por qué no fuiste a un médico?


Dave cruzó una mirada con él y, por primera vez desde su reencuentro, Jordan fue capaz de entrever los iris naranjas que su amigo tenía por naturaleza a pesar de que en el resto del ojo el rojo seguía ahí, predominante.


— Porque me sentía seguro, con ella puesta nada podía hacerme daño.


El capitán del Tormenta de Géminis pareció entender algo que no se había dado a entender en aquellas palabras pero que, de alguna forma, se filtraba a través de ellas.


Se tomó la libertad de cogerle de la mano.


— ¿Seguro de qué, Dave?


El más alto boqueó como un pez, queriendo decir algo pero incapaz de expresarlo.


Jordan no le metió prisa, se quedó a su lado, sin soltarle.


— Yo… no quiero que me hagan daño, tampoco quiero hacerle daño a nadie —tragó saliva con sabor a hierro, se había mordido la lengua en uno de los intentos de Jordan de arrancarle la piedra—. Si soy fuerte podré evitarlo.


— Dave —con lágrimas en los ojos empezó a acariciarle el brazo—, no sé exactamente qué es lo que te ha ocurrido para sentirte así, pero yo también he pasado por algo similar y puedo decirte que no tienes por qué aguantar todo esto solo —rememoró su infancia, cuando tras la muerte de sus padres se había sumido en una profunda depresión—. Déjame ayudarte a que dejes de pensar de esta forma, déjame ser un soporte en el que te puedas apoyar cuando sientas que ya no puedes más.


— ¡No lo comprendes! No eres el único que se ha ofrecido, pero los he acabado espantando a todos —empezó a llorar—. ¡Padre me dejó atrás! ¡Zeke y los chicos huyeron porque fui demasiado duro con ellos! ¡Aquilina se distanció de mí cuando le dije que estaba enamorado de ella!


Todo aquello cada vez atacaba más al corazón de Jordan, ya no solo estaba recordando vívidamente su depresión de la infancia, sino también todo lo que había sentido aquellos días después de su expulsión de la Academia Alius y cuando Xavier se había distanciado de él.


Tragó saliva y, con ella, las lágrimas que amenazan con salir al exterior. No podía derrumbarse delante de una persona que necesitaba consuelo.


— Yo sigo aquí a pesar de todo —dijo a media voz.


— Y no deberías. Odio todo lo que eres y lo único que deseo es hacerte daño.


A pesar de que un escalofrío le recorrió la espalda, negó efusivamente con la cabeza.


— Eso no eres tú, es la piedra. Se aprovecha de ti y te hunde en lo más profundo de ti mismo: en la tristeza y el rencor… igual que hacía el meteorito Alius.


Dave rió sarcásticamente.


— Deberías huir… no puedo aguantar más.


— ¿Aguantar?


Aquellos orbes rojos como la sangre se clavaron en él con ansias asesinas.


— Tengo muchas ganas de terminar de estrangularte ahora mismo.


Jordan se llevó instintivamente las manos al cuello y retrocedió, aterrado de la impasibilidad de aquellas palabras tan significativas.


Sin embargo, no se levantó para intentar huir, se quedó dónde estaba, mirando expectante a Dave.


— No me pienso mover de aquí.


— ¿Eres imbécil o un suicida? ¡Huye! ¡No voy a broma!


— Hace unos años vi cómo un chico que apenas era capaz de contener su rabia se daba cuenta de que sus impulsos eran malos para él y luchaba contra ellos, no espero menos ahora, confío en ti.


Dave volvió a encorvarse sobre sí mismo, ocultando su cara bajo la cascada de melena negra.


— Estás pecando de ingenuo, ¿qué pasa si no puedo detenerme?


— «Si no conviene, no lo hagas; si no es verdad, no lo digas. Sé dueño de tus propias inclinaciones» —citó—. Yo creo que eres lo suficientemente fuerte como para llevar esto a la práctica, no es la primera vez que lo haces, demuéstrame que esa fuerza de la que tanto te enorgulleces no es solo una fanfarronada que se te ha ido de las manos—le retó con mirada segura y terriblemente serio.


En aquel momento Dave fue capaz de olvidarse del odio burbujeante que le provocaba ver reflejada en Jordan una cualidad que detestaba con toda su alma; su decisión de permanecer a su lado y sus palabras no eran del perfil de persona pusilánime y derrotista que le había atribuido.


— Idiota… —sonrió.


Poco a poco los ojos se le fueron cerrando, demandando descanso.


Era el momento de volver a su prisión y enfrentarse a las paredes que se cernían sobre él cada vez de forma más opresiva; ya no quería estar encerrado en ellas, estaba cansado de la comodidad asfixiante que le proporcionaban.


**********


Cuando fue consciente de lo que le rodeaba no pudo evitar sufrir un ataque de pánico. Los muros estaban tan cerca de él que ya no era capaz ni de cambiar de posición o, incluso, de expresión facial, y sus ojos abiertos dolían de estar tan próximos a aquella máscara de piedra que apenas le dejaba margen para pestañear.


Lo que en su momento había sido cómodo, reconfortante, se había convertido en una trampa de la que parecía imposible salir.


Intentó gritar, pero no pudo mover la mandíbula para expresar su miedo.


Respiró hondo varias veces, debía permanecer estoico para poder hacer todo lo posible para salir de allí.


Sin importar el dolor de sus comprimidos músculos, luchó para desvararse de los muros que él mismo habían permitido que llegaran hasta aquel punto y destrozarlos como si nunca hubieran existido, pero fue imposible.


¿Por qué no funcionaba? ¿No se suponía que si peleaba contra ellos desaparecerían? ¿Debía seguir peleando a pesar de que no veía resultados?


Al asumir que no podría luchar también se dio cuenta de lo que estaría ocurriendo en el exterior: Jordan estaba en peligro y él no podía hacer nada para protegerle.


A pesar de que no podía gritar, lo hizo. Aunque fuese internamente y su voz quedara ahogada dentro de su boca por lo menos pudo desahogar un poco su rabia e impotencia.


— Inútil.


La misma persona que el resto de las veces. No esperaba escucharla justo en aquel momento, pero su comentario acompañado de las circunstancias frustrantes que estaba viviendo sirvieron para empujarle de nuevo a la autocompasión.


Tenía razón, era un inútil, ni siquiera era capaz de ser una persona fiable para aquellos que le daban un voto de confianza. Aunque tampoco era del todo culpa suya, él no pudo elegir en la infancia no tener problemas de carácter; mucho menos tuvo elección cuando sus padres mellaron su moral abandonándole a él de entre todos sus hermanos; y tampoco fue del todo culpable cuando Schiller le manipuló para aceptar el meteorito Alius ni cuando Wyles le tendió la piedra que en aquellos momentos le había hecho esclavo de aquellos sentimientos negativos.


— No importa que no seas culpable, eres igual o peor que todos aquellos a los que echas la culpa de tus males. Eres patético. Débil. Masoquista. En el fondo disfrutas de todo esto, si no fuese así no hubieras permitido que todo llegara hasta este punto de no retorno. Te mereces pudrirte enterrado en tu egoísmo y complacencia.


Sus palabras le acusaron hondo.


Había tenido numerosas oportunidades de escapar de allí que había dejado pasar, a veces por miedo a lo que hubiera más allá, pero mayoritariamente por comodidad. Porque, ¿para qué luchar cuando tenía un rincón en el que podría recurrir a la estabilidad fácil?


No se podía negar que el mundo había sido cruel con él, pero tampoco que había llegado un momento en el que él tampoco se había resistido a la fuerza que le tiraba al suelo una y otra vez, todo lo contrario, se había entregado a ella casi con ansias de sufrir innecesariamente o, tal vez, adaptarse a aquel sufrimiento para que le doliera menos en las siguientes ocasiones… sin resultados.


¿Por qué habría hecho algo así? ¿Qué clase de persona horrible era?


La carcajada profunda de la persona al otro lado de la pared coreó sus preguntas antes de contestarlas con chulería y una pizca de odio.


— Es parte del ser humano, una forma de sobrevivir que nosotros hemos condenado como deshonrosa. Cuan fácil sería vivir sin los remordimientos que te hacen sentir sucio por actuar así ¿verdad?


¿Aquello quería decir que era normal lo que había hecho? La perspectiva de no ser el único, de no estar solo, le animaba un poco.


La pared se distanció un poco de él, permitiéndole destensar los músculos y poder moverse con más comodidad.


No podía ser, pero lo era. Su prisión se había expandido, pero… ¿por qué? No la había destrozado y hecho desaparecer como se suponía que debía hacer.


— ¿De verdad eres tan imbécil como para creer que podrías borrarla como si nunca hubiera existido? Ni siquiera las cicatrices físicas son capaces de hacer algo así.


Y así, creyó entender lo que debía hacer.


— No puedo hacerla desaparecer, pero si asumo los motivos por los que he llegado aquí tal vez pueda crear un túnel que me lleve al exterior y pueda volver a ver la luz del sol.


— ¿Eso es lo que has conseguido deducir? Supongo que no se puede pedir más de semejante estúpido —se burló el desconocido.


Y se hizo el silencio, un silencio tan súbito que le sentó mal la repentina sensación de soledad.


— ¿Por qué me has ayudado ahora después de todo lo que me has hecho pasar? ¿Quién eres?


No hubo respuesta.


Resignado, se concentró en su labor —olvidándose de la figura anónima que le había ayudado a profundizar su dolor pero, irónicamente, también a escapar de él— abriendo un túnel inesperadamente interminable y recorriéndolo con una paciencia infinita nacida de la idea de que, aunque fuera difícil , el esfuerzo valía la pena porque había alguien esperando a que escapara.


«Confío en ti» aquellas palabras que no solo habían pronunciadas por la última persona que se había ofrecido a estar a su lado, sino también por sus amigos más cercanos y su persona más amada le llenaban el corazón y renovaban sus ganas de vivir; prohibiendo así que las paredes volvieran a enterrarle en vida y dándole el tiempo necesario para crear la grieta que le llevaría a la luz.


Debía avanzar por ellos, tenía que disculparse y enmendar todo el daño que había hecho para así poder estar en paz consigo mismo también.


Cuando apenas quedaban unos pocos centímetros de piedra por desaparecer y el cansancio de conocerse a sí mismo más de lo que le gustaría le corroía por dentro, la voz volvió a sonar…


Susurrando al oído del prisionero a la vez que la última capa de tierra caía y la luz quemaba sus retinas.


— Yo soy tú.


**********


La piedra roja se desprendió de su pecho y cayó produciendo un sonido hueco al estamparse contra el suelo.


Dave abrió los ojos de golpe —o al menos eso le parecía a él— y cogió aire como si hubiera estado mucho tiempo bajo el agua. Inmediatamente después, se llevó la mano al pecho, dónde había estado situada la falsificación de la piedra Alius, para encontrarse con un hueco en su piel, como si le faltara un pedazo que hiciera lineal aquella parte con el resto de su cuerpo.


Y el dolor empezó de nuevo. Una capa de pus cubrió toda la zona y empezó a crear tejido a una velocidad antinatural y que casi suponía una tortura.


El antiguo capitán del Épsilon se tiró de rodillas al suelo y gritó como si la vida le fuera en ello, le ardía la zona de la herida y sentía como su cuerpo hacía ahínco para forzar la recuperación.


El proceso tardó un par de minutos que a Dave le parecieron horas enteras, casi tanto tiempo como el que se le había escurrido de entre los dedos “cavando” el túnel.


Cuando el dolor se hizo menor pudo pensar sobre lo ocurrido, y recuerdos fragmentados de lo que había pasado en su trance volvieron a él.


La última imagen que tenía era de haber atacado a Jordan.


Alarmado, miró a su alrededor buscando con la mirada a su compañero… sin encontrarle por ninguna parte.


Intentó calmarse, si se había puesto violento sería muy normal que el chico más joven hubiera huido de él, pero algo le decía que la cosa no había sido así; Jordan había sonado muy seguro cuando le había dicho que permanecería a su lado.


Con un nudo en la garganta, preguntó a la sala:


— ¿Jordan, dónde estás?


Nadie respondió.


Su corazón empezó a latir con la urgencia de un conejillo huyendo de uno de sus tantos depredadores.


No podía ser, no quería creer que le hubiera...


— ¡¿Jordan?! —se levantó de un salto y empezó a rebuscar detrás de los carros y de las estatuas más cercanas— ¡Por favor, respóndeme! ¡Soy yo! ¡Soy Dave!


Tras unos segundos de silencio en los que se esperó no recibir ninguna señal que le tranquilizara, una voz entrecortada se escuchó en la habitación gracias al eco que producía el vacío de la misma:


— Estoy aquí…


Venía de detrás de una de las estatuas más alejadas al lugar dónde se había despertado, bastante lejos de los trozos de mineral y de la salida de la sala.


Corrió hasta allí y bordeó a la hermosa mujer de mármol para encontrarse al chico de pelo verde acurrucado sobre sí mismo detrás de ella.


Al oírle llegar, el moreno alzó la mirada.


Dave sintió cómo el corazón se le partía en dos al comprobar que tenía un feo moretón en el ojo izquierdo que anteriormente no había estado ahí y que se había estado mordiendo la mano para no gritar y destapar su posición.


Aún así, cuando Jordan cruzó miradas con él, este soltó una temblorosa sonrisa.


— Me alegro de que vuelvas a ser tú.


Las lágrimas rojas nublaron su visión los momentos antes de que empezaran a bajar por sus cachetes.


— Yo también —se agachó para acercarse a él.


Jordan no respondió como se esperaba. El chico del flequillo retrocedió un poco, más por instinto que por auténtico deseo de dejarle en mal lugar.


Dave comprendió el por qué de su actitud y la respetó, aunque estaban físicamente cerca no dio el paso de abrazarle.


El de melena verde pareció dudar, pero tras unos largos segundos reflexionando se lanzó sobre Dave y le estrujó entre sus brazos.


— Te vamos a ayudar de ahora en adelante. No tendrás que pasar por algo así otra vez tú solo.


— Siento muchísimo haberte hecho estas cosas horribles, ¿podrás llegar a perdonarme por todo?


El semblante de Jordan se oscureció: no tenía clara la respuesta a aquella pregunta.


— No lo sé, Dave, pero ojalá algún día pueda darte un rotundo sí.


— Con eso me vale —sonrió, ya con la mirada limpia de la impureza que la piedra había sembrado en su cuerpo.


Sus ojos y la herida del pecho no eran lo único que había cambiado en él. Las venas ya no estaban tan alteradas como antes, las que no habían vuelto a la normalidad parecían más estrías que venas dilatadas propiamente dichas; y la recién regenerada piel del pecho no era tan perfecta como la de su alrededor, se la notaba más blanda y podían verse unas marcas de los extremos irregulares del mineral que estarían ahí para siempre, recordándole perpetuamente lo ocurrido.


Jordan se separó de él, no queriendo estar mucho más tan pegados. Aunque era cierto que no quería tener rencor eso no quería decir que no lo estuviera sintiendo en aquel momento; el miedo a morir en manos de Dave era demasiado reciente como para olvidarlo o perdonarlo.


Al mayor no le hicieron falta palabras o más gestos para entenderlo, con una sonrisa compresiva se puso de pie de nuevo y le tendió la mano para ayudarle a levantarse.


El otro chico no dudó en responder al ofrecimiento, estaba demasiado cansado como para levantarse por su propia cuenta.


Se encaminaban a la salida cuando alguien tocó a la puerta metálica que era la única entrada a la estancia.


— ¿Dvalin? ¿Qué está ocurriendo ahí dentro?


Ambos jóvenes reconocieron a uno de los hombres del Servicio Secreto, pero ninguno contestó.


Dave pareció dudar.


— ¿Tienes miedo? —le preguntó el otro.


Asintió con la cabeza.


— ¿Qué pasará conmigo? A lo mejor ni siquiera ir a prisión servirá como disculpa por todo lo que he hecho…


— Tranquilo, son más blandos de lo que parecen, y tendrás ocasiones de sobra para redimirte.


— No sé ni cómo empezar a hacerlo —negó con la cabeza.


Jordan le miró con cierta ternura, sabiendo de primera mano cómo se sentía.


— Una disculpa vale más de lo que crees, Dave.


— ¿Solo eso? No creo que sirva de nada…


El antiguo capitán del Tormenta de Géminis llevó su mano hasta el pomo y, con lentitud, abrió la puerta que los llevaría a a su futuro.


— Como dice el refrán: «todo gran camino, comienza con un paso».


**********


La espera hasta llegar a Tokio había sido tortuosa y desesperadamente lenta.


Cuando el autobús en el que viajaban se detuvo en la parada más cercana a su destino, Xavier había sido el primero en salir, obligando a Aquilina a acelerar el caso para poder guiar la marcha.


Sin embargo, cuando la muchedumbre de periodistas y curiosos delataron cual era el lugar en el que Wyles había convocado la reunión, el pelirrojo no espero por sus acompañantes. A base de empujones consiguió hacerse un hueco entre la gente para después pasar el cordón policial y correr al interior del edificio sobrepasando sin dificultades a los agentes.


La policía, alarmada, estaba dispuesta a llamar a sus compañeros que trabajaban dentro para que redujesen al adolescente hasta que Aquilina se identificó y suplico que no le hicieran nada, aclarando que era su hermano además de un aliado.


Xavier bajó las escaleras como una exhalación y, una vez en el teatro, observó jadeante a su alrededor.


En la la primera fila de sillas los dos únicos presentes parecieron curiosos por el barullo que había hecho al aparecer allí. La figura bajita y flacucha con el pelo castaño oscuro alborotado de una manera tan extraña que había conseguido crear un peinado único, se levantó de su asiento para quedarse paralizado al reconocer al recién llegado.


Aunque se alegraba de ver de nuevo al tímido amigo de Jordan —y encima sano y salvo— su preocupación por este último era demasiado grande como para darle mayor importancia a aquel reencuentro.


— Dylan —se acercó a él y le puso una mano en el hombro, intentando parecer seguro pero demostrando más su nerviosismo del que deseaba.


— M-me alegro mu-mucho de verte —sorprendió a su interlocutor con su rapidez de reacción, impropia de cuando habían hablado por última vez.


— Sí, sí, gracias. ¿Qué ha pasado con Jordan? ¿El Servicio Secreto te ha dicho algo?


Aquellas palabras afectaron al tartamudo, que también estaba muy preocupado por su amigo… pero tampoco tenía nueva información sobre él ni sobre el otro chico cuyo destino dependía de cómo decidiera actuar el Servicio Secreto para detenerle.


Abrió la boca, dispuesto a explicarle la situación en la que se encontraban, pero el sonido de muchos pasos sobre el escenario y la mirada de profundo alivio que Xavier lanzaba por encima de su hombro le hicieron perder el hilo de la conversación.


Agentes de la policía y del Servicio Secreto salían del almacén escoltando a un cabizbajo Dave y a un maltrecho Jordan entre ellos.


Dylan ignoró totalmente a Xavier y fue corriendo hasta Jordan para estrecharle entre sus brazos, casi tirando al moreno al suelo, sin saber del molimiento que el otro sentía en aquel momento.


Rhona se levantó del asiento y, lentamente, fue con sus compañeros, uniéndose a la alegría de Dylan por ver a su compañero a salvo.


Mientras todo esto pasaba, Dave miraba de reojo la escena con añoranza y anhelo.


— Vámonos, chico —le alentó uno de los agentes, que había notado como había bajado el ritmo.


Dave apartó la mirada y se forzó a continuar: él no pertenecía aquello.


El pelirrojo, por su parte, no pudo moverse del sitio mientras todo ocurría, quería reunirse con su pareja, pero consideraba justo que los tres amigos celebraran juntos primero que estuviera a salvo.


Y Rhona se dio cuenta de aquel gesto por parte del ex-capitán del Génesis.


— Dylan… —le dio un toque en el hombro, llamando su atención.


El chico comprendió con rapidez lo que pasaba y, bajo la atenta mirada de su amigo, se apartó de él con una sonrisa en el rostro.


Al principio, Jordan no entendió el por qué Dylan había roto tan repentinamente el contacto, pero tan pronto alzó la mirada pudo ver el motivo de aquel gesto.


El momento en el que el de pelo verde reparó en la presencia de Xavier en la estancia pareció que la tensión general se disipaba como si de niebla se tratase.


No era para menos, la expresión de ambos chicos reflejaba tanto anhelo y ternura que hasta el corazón más frío no podría evitar sentir un mínimo de felicidad por ellos.


Ignorando a todo y a todos, recorrieron la distancia que los separaba y se abrazaron, dándose apoyo mutuo para que justo en aquel momento tan esperado sus cansados cuerpos no les fallaran y cayeran al suelo, aferrándose a la persona a la que amaban como si tuvieran miedo de que se volatizara en el aire, no queriendo volver a separarse nunca.


Lágrimas de alegría cayeron por el rostro de Jordan mientras susurraba palabras de amor al oído del pelirrojo, que tan pronto se dio cuenta de las gotas de diamante frágiles y efímeras que se habían presentado sin ser invitadas se separó de él y empezó a besarlas para hacerlas desaparecer, empezando así un camino de sabor a sal con sus labios que acabó en los párpados cerrados del que lloraba, tratando con especial cuidado y devoción el sensible ojo amoratado.


Y así, se acabaron fundiendo de nuevo en un sentido abrazo que pareció unirles en uno.


— Ya he vuelto, pequeño, siento haberte hecho esperar tanto.


Jordan negó con la cabeza.


— Nada podría haberme hecho tan feliz como volverte a ver —hundió sus dedos en la melena lacia y con evidentes rastros de gomina del de ojos verdes—. Tenía miedo de que te hicieran daño. Creo… creo que podría morirme ahora mismo.


— Ni se te ocurra hacerlo o no te lo perdonaré en la vida —rió.


— Te quiero. Muchísimo.


Xavier distanció un poco su cara del hombro del contrario para poder admirar aquellos ojos negros como pozos que tanto amaba.


En su arrebato de cariño no se habían dado cuenta de que prácticamente todo el mundo se había marchado, teniendo la deferencia de no interrumpirles. Únicamente Dylan y Rhona quedaban en el lugar, a punto también de dejarles solos.


El mejor amigo de Jordan se había quedado en el marco de la puerta que lo llevaría al exterior, observando con la vista empañada y con sincera alegría la felicidad de su ser querido.


— Dylan, tenemos que irnos.


Se giró hacia Rhona, que había bajado los escalones que le llevaba de ventaja para que la acompañara.


Aunque sabía que era verdad lo que había dicho, por algún motivo que no conseguía entender le costaba marcharse.


La joven le cogió suavemente de la mano y empezó a guiarle hasta la salida, y él se dejó hacer.


Cuando dieron la espalda a aquel lugar que tan malos recuerdos como buenos dejaría en la memoria de los huérfanos que participaron en los eventos que allí ocurrieron, los dos cuerpos que quedaron allí juntaron sus labios en una demostración física del vínculo que los unía.


En los brazos del otro, sin nada que los separase, Xavier y Jordan ya habían vuelto a su hogar.


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