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Satoru Gojo se detuvo en un espacio en el que las farolas del alumbrado púbico parecían estar fallando y miró hacia el cielo, que estaba negro desde hacía ya un buen rato, con una sensación extraña en el pecho.
Un viento cálido, del que Gojo no era del todo consciente, se extendió por el lugar, las personas que estaban cerca de él se quejaron por el bochorno y la humedad del ambiente; un hombre en específico llamó su atención hablando sobre las horas extras que todavía tenía que cubrir, lo que le recordó a alguien que Gojo había conocido una vez. El pensamiento en si mismo le causo molestia, así que, sin más, le restó importancia, continuo su camino.
Había sido una noche muy larga, aunque quizás no fue sólo la noche, sino la semana, el mes y el año…
El ecosistema maldito, a pesar de los múltiples intentos de corregirlo, era un completo caos, luego del incidente con ciertos grados especiales en los que a Gojo no le gustaba pensar y el Sukuna. Por pura suerte consiguieron limitar los daños a Japón, siendo un daño secundario que las maldiciones que quedaban en el país los superaran en número. Se había intentado negociar con otras asociaciones de hechiceros a lo largo del mundo, pero muchos de ellos les dieron la espalada y los pocos extranjeros que se atrevían a acudir a Japón, eran despachados casi ipso facto por dónde vinieron, dado que a la cueva mágica les disgustaba cualquier método que no fuera el suyo.
Como resultado, Gojo tenía mucho trabajo que cubrir por si mismo: “Un pago demasiado pequeño por todos los que tuvieron que sacrificarse para romper el sello”, le dijo alguien un tiempo atrás, después de recordarle que no había un precio sobre su cabeza, sólo porque sin él no hubieran logrado contener la situación. Gojo le respondió que significaba que le debían favores, minimizando la muerte de sus colegas y alumnos, lo que no hizo otra cosa que enfadar a su interlocutor, lo que Gojo quería que pasara.
Para muchos, Gojo era irritante, cruel e insensible cuando se trataba de las pérdidas que ocasiono la guerrilla contra el rey de las maldiciones, pero nadie podía saber todo lo que el corazón de Gojo ocultaba en realidad, ni siquiera él mismo.
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El humor de Gojo siguió decayendo a lo largo de la noche, al final sus pies lo arrastraron al bar más cercano, en donde pidió cocteles dulces hasta que dejo de sentir.
Nunca fue fanático del alcohol, pero como había admitido una vez: su estado de ánimo era terrible y el licor era un remedio eficaz para los dolores del alma. La diferencia entre la vez que admitió aquello y este día radicaba en el hecho de que ahora no tenía con quién compartir sus cavilaciones…
Y que sería el cumpleaños de aquel con quien había compartido ese pensamiento.
Kento Nanami fue un hechicero formidable, se tomaba su trabajo muy en serio y era alguien empático, alguien con demasiadas emociones dentro que sólo algunos eran capaces de vislumbrar a través de la máscara de rigidez y seriedad con la que se mostraba al mundo.
Gojo no podía decir que era una de esas personas a las que Nanami le mostró su vulnerabilidad, no. La única persona que podría haberse jactado de ello era Yū Haibara, y también estaba muerto. En cambio, Gojo aprendió todo sobre Nanami sólo observando, debido a que sus personalidades eran opuestas y el otro prácticamente rehuía de él.
A Gojo siempre le agradó Nanami, aunque quizá había comenzado a apreciarlo más, después de la muerte de Geto, ya que Nanami parecía ser una de esas cosas constantes en la vida, una de esas personas que se dan por sentado. Tenía que admitir que se molestó un poco cuando dejo la hechicería para convertirse en oficinista, por suerte volvió; Gojo no sabía que habría sido de Yuji Itadori sin la guía de Nanami.
Gruñó por lo bajo, enfadado con el hilo de sus pensamientos, así que bebió el contenido de su vaso y le pidió al mesero una nueva bebida, esperando que otra copa logrará adormecer por fin a sus emociones.
No funcionó.
Gojo siguió pensando todo lo que había perdido, en todos los que pudo haber salvado de no haberse distraído con el cuerpo de Geto…
A menudo se decía a si mismo que no valía la pena concentrase en ese tipo de emociones, era algo en lo que creía de verdad, pero en días como esos, la nostalgia lo golpeaba con dureza y le era imposible mantenerse en pie. Aunque era el chamán más fuerte, seguía siendo un humano, y ser un humano significaba tener sentimientos por otros, incluso si estos no eran correspondidos.
Gojo se cansó y finalmente cedió paso a la tristeza.
Pensó en Geto, quien alguna vez había sido su brújula moral y cuya traición y muerte lo marcaron para siempre. Atesoro el recuerdo de Nobara Kugisaki, y se lamentó por Yuji Itadori.
Al final, brindo por Nanami Kento, por su cumpleaños y por lo que pudo ser si hubiera tenido la oportunidad de pasar más tiempo con él y de conectar como lo habían hecho una vez en Hokkaido.
Estando seguro de que todos estaban en dónde debían estar, Gojo volvió a ser el de siempre.