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Hermosos y malditos por Kitana

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Notas del fanfic:

Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen a mí sino a su creador MAsami Kurumada, yo solo los he tomado prestados para crear esta loca historia.

 

Un nuevo curso comenzaba en el instituto Ateniense. Los corredores del edificio principal se encontraban abarrotados de jóvenes de todos los grados, mezclándose unos con otros. El instituto Ateniense, era uno de los mejores internados privados del país, poseedor de una larga tradición educando a los descendientes de las mejores familias. Dirigido por Shion Arístidis, un hombre de gran sabiduría y moral intachable, el  Ateniense, era al menos en apariencia, el mejor colegio del país, donde enseñaban los mejores maestros y del que generaciones tras generaciones egresaban los futuros líderes políticos, económicos e inclusive en el ámbito artístico. Grandes personajes de la política y del sector financiero habían egresado de esa institución.

El ambiente al interior del colegio era tremendamente competitivo, los alumnos se encontraban en constante pugna por ver quien alcanzaba el mejor promedio, quién era el mejor en las distintas disciplinas deportivas e inclusive en las asignaturas artísticas, eso debido en gran parte a los altos estándares impuestos por la institución y en parte porque algunos de los alumnos se encontraban ahí bajo el beneficio de una beca que a toda costa querían mantener.

A pesar de las bellas apariencias, el ambiente al interior del Ateniense era todo menos agradable. Al menos no para el grupo que se alojaba en dormitorio 79 del ala norte. Aquellos jóvenes no mostraban ni siquiera la décima parte de la alegría de sus compañeros. Uno a uno fueron llegando hasta completar seis, una cama quedaba vacante, todos sabían que sería ocupada muy probablemente por algún alumno de nuevo ingreso, muy probablemente un alumno becado, uno más para completar el número de seis, como cada año. Y como cada año, estaba a punto de dar comienzo la tortura de cada curso.

Cada uno se sentó en la cama que le correspondía y miró hacia la cama vacía, mudo recordatorio de que apenas hacia unos meses eran siete y no seis. Quizá en otras circunstancias les habría alegrado  ver esa cama vacía, pero esa no era la forma en que hubieran deseado que él abandonara el colegio. Su amigo estaba muerto, muerto por su propia mano. Solo rogaban porque su sustituto nunca llegara, que nadie tomara el lugar de Aioros. Pero sabían que eso era pedir demasiado. No tenían tanta suerte, ni ellos ni el desafortunado que llegase a tomar el lugar de Aioros.

El primero en dejar de contemplar la cama vacía fue Milo. Milo era un jovencito de 16 años, media alrededor de 1.85, delgado, completamente andrógino como todos sus compañeros de cuarto, dueño de un par de hermosos ojos azules que en ese momento lucían enrojecidos, había llorado y suplicado para no ser llevado de vuelta al colegio, pero como cada año, sus súplicas habían caído en terreno yermo. Llevaba el cabello suelto, las delicadas facciones de su rostro eran enmarcadas por una cascada de cabellos de un rubio dorado que caían en graciosas ondas por sus hombros hasta llegar a la cintura. Sus mejillas nacaradas conservaban huellas de las bofetadas que su padre le había propinado para hacerle callar cuando suplicó no ir al colegio. Estaba verdaderamente aterrado de tener que volver, lo mismo que todos los presentes; su bronceada piel había sido magullada y maltratada por los guardaespaldas de su padre al obligarlo a subir al auto. Milo era el hijo menor de uno de los armadores más importantes de toda Grecia.

En la cama de al lado se encontraba Mu, un chico menudo y bajito, pero de hermosas facciones algo aniñadas. Mu difícilmente rebasaba el metro sesenta de altura, era muy delgado y bastante hermoso. Él tenía también 16 años, iba en el mismo curso que Milo y eran grandes amigos, aunque entre los alumnos del instituto se rumoreaba que eran algo más que amigos. Mu era castaño, llevaba el cabello sujeto en una larga coleta anudada en la nuca, tenía los ojos y una piel tan blanca como la leche. En suma, Mu era un joven tan hermoso como Milo, aunque de tipo un poco más exótico, si cabía. Al igual que sus compañeros, no tenía deseos de volver al colegio, pero a diferencia de Milo, no tenía el valor de siquiera mencionarlo a su madre. Se sabía un estorbo en la vida de su madre y como tal, no tenía derecho a pedir nada. Eso es lo que él pensaba.

En la última cama de ese lado de la habitación se encontraba Shaka. Un muchacho de aspecto sereno y calmado, alguien a quien nada parecía turbar, nadie excepto Death Mask, la fuente de sus pesadillas. Shaka era una belleza rubia, en su perfecto rostro anidaban dos preciosos ojos cuyo azul únicamente rivalizaba con el índigo de los ojos de Milo. Tenía un flequillo dorado cubriendo parte de su delicada frente y su abundante melena dorada se desparramaba sobre la almohada en la que descansaba su cabeza en ese momento. Era el más alto del grupo,  superaba a Milo por tres centímetros, poseía una paciencia inagotable, pero parecía que toda esa paciencia no le había servido para convencer a sus padres de no hacerlo regresar ese año al colegio. Bajo el argumento de que no había nadie en casa que se hiciera cargo de él, sus padres, dos famosos arqueólogos, lo habían llevado de regreso a ese colegio que  tanto odiaba. Estaba por cumplir 17 años, era el más inteligente del grupo y el que tenía las mejores notas, únicamente Sorrento competía con el en inteligencia. Lo único que le consolaba era que ese sería su último año en el instituto, saldría de ahí e iria a la universidad, al igual que Afrodita.

Frente a la cama ocupada por Shaka, se encontraba la cama de Mime. Otro rubio espectacularmente bello. Era el más optimista del grupo y quien siempre tenía algo bueno que decir al resto para evitar que cayeran en la depresión. Sus hermosos ojos verdes despedían un brillo de ternura y paz, se empeñaba en mantener el buen ánimo a pesar de todas las cosas que sucedían en su vida. Él no tenía otro sitio al que irse si abandonaba el colegio. No tenía a nadie más que a su hermano mayor Hagen, y él no podía cuidarlo puesto que era militar y viajaba constantemente. A pesar de que al principio su hermano había notado la creciente tristeza en los ojos del rubio, Mime se negó a contarle lo  que le sucedía argumentando que era simplemente que no se acostumbraba a estar lejos de casa. Estaba en segundo año y era compañero de Milo, y Mu. También tenía 16 años.

Al lado de la cama vacía se encontraba Sorrento, un joven austriaco de hermosos ojos violeta, se encontraba sentado con la mirada clavada en el piso, los rizos de un castaño casi dorado le cubrían casi por completo el rostro.  Era un joven hermoso, amable y muy dulce, sin embargo todas esas buenas cualidades no eran sino un punto en contra en aquel sitio. Se sentía tan mal... pero no podía decepcionar a su familia, después de todo lo que habían trabajado para poder conseguir la beca gracias a la cual podía estudiar ahí no iba a dejarlo así nada más. Él era de primer  año, y tenía 15años.

 

Cerraba el grupo Afrodita. Afrodita era un chico de cabello rubio platinado, expresivos y enormes ojos azul muy claro, tenía un coqueto lunar muy cerca del ojo izquierdo y era dueño de un cuerpo del que solo se podía decir que sencillamente incitaba al pecado. Era el más hermoso de los seis, y el que más se resistía a tener que someterse a las cosas a las que se veían obligados a hacer. Sin duda fue él quien más resintió la muerte de Aioros, él era su mejor amigo. Sin duda era el que menos deseos tenía de estar ahí, solo que no le quedaba otra opción. Parte del testamento de su abuelo era el que se le pagarían todos los estudios siempre y cuando estos fueran realizados en el Ateniense. Odiaba tener que depender del dinero de la familia de su padre para poder seguir sus estudios, no podía darse el lujo de ser una boca más que alimentar para su madre.

- Bien, supongo que tendremos que esperar al nuevo. - dijo Mime en voz baja y sin dejar de mirar a Afrodita.

- Sí, no nos queda otra opción. - dijo Shaka.

- Solo espero que le den una iniciación mejor que la que me dieron a mí. - comentó Milo con amargura.

- Desearía que este año no se lo hicieran a nadie. - dijo Mu.

- Todos lo deseamos, pero tú sabes que mientras exista esta escuela existirán otros como nosotros. - dijo Afrodita.

- Me gustaría salir, vayamos al jardín a dar un paseo. - propuso Mime. El resto del grupo accedió y los seis salieron de la habitación aún vistiendo las ropas de calle con las que habían llegado.

En cuando aparecieron por el patio principal armaron un pequeño alboroto que no pasó desapercibido para los alumnos de nuevo ingreso.

-  Sí que son guapos.

- Vaya chicos.

- Son hermosos. - esto y más se murmuró entre los presentes. Ninguno de los seis jóvenes se inmutó siquiera.  Un joven muy alto se acercó a Milo, le tomó el brazo y quiso llevarlo con él, Afrodita intervino.

- Ya tendrá tiempo de estar contigo; ahora no armes alboroto o Death e Isaac se enterarán de esto. - dijo el rubio, la sola mención de esos nombres hizo palidecer al chico que se apartó inmediatamente.

- Gracias Afro, ese idiota me habría llevado a no se donde. - dijo Milo.

- No te preocupes, nadie hará nada contigo sin pagar antes por ello. - dijo a sus espaldas una voz algo ronca. Ambos, Milo y Afrodita, voltearon al mismo tiempo. Frente a ellos se encontraba Death Mask, el chico por causa del que no podían salir de aquello. - ¿Qué? ¿No les da gusto que nos volvamos a ver? Vamos niños, vengan a saludarme. - dijo él, Death Mask era un chico mucho más alto inclusive que Shaka, tenía el cabello y los ojos oscuros, la piel algo bronceada y una eterna sonrisa burlona en sus finos labios. Uno a uno se fueron acercando para saludarlo, Death Mask se divertía con las caras de repulsión y miedo de los hermosos chicos. Afrodita fue el último en acercarse a recibir aquel beso que se le antojaba asqueroso, tan asqueroso que habría querido vomitar. - ¿Me extrañaste Afro? - dijo para luego reírse cuando el rubio se limpió los labios después de besarlo. - Pórtense bien, Isaac y Aldebarán estarán vigilándolos, no quiero problemas,  hoy tienen el día libre, pero mañana comienza su agenda. Y no se preocupen, ya tengo a alguien en la mira para que sustituya a Aioros, ese idiota. - dijo Death Mask, Milo apretó fuerte los puños, odiaba a ese chico aún más de lo que se odiaba a sí mismo por ser tan débil. - Paseen un rato, quiero que los clientes vean lo que se pueden llevar por el precio justo. - dijo Death Mask con ese aire burlón de siempre.  Aunque el pequeño grupo hubiera querido conversar acerca de las vacaciones recién terminadas, no se animaron a hacerlo, pues la presencia de Aldebarán e Isaac no era muy agradable. Así que simplemente se dedicaron a recorrer los diferentes patios, despertando la codicia y el deseo de quienes los miraban.

- Mu, ¿qué te parecería si te dijera que mañana estaremos juntos? Le pague muy bien a Death para que me dejara ser el primero este año. - dijo Aldebarán abrazando con fuerza al pequeño Mu, los ojos aterrorizados de Mu pusieron en alerta a Milo, no quería que lo lastimara como la última vez.

- Basta, no te le acerques demasiado o le ahuyentarás a los clientes y eso no es bueno para el negocio. - le dijo Shaka.

- El rubio tiene razón Al, deja en paz al chico, mañana podrás hacer con él lo que quieras.

- Tengo un regalo para ti. Lo encontrarás en tu habitación. - dijo Aldebarán con una sonrisa perversa.  Milo se apresuró a alejar a Mu de Aldebarán, no le gustaba que ese asqueroso gigante se acercara a su amigo.

Al fin volvieron a su dormitorio, demasiado tristes, demasiado callados. Como cada año, por la noche se celebraría una cena solo para alumnos, los padres ya se habían retirado y en ese momento comenzaba al peor parte para el grupo.

- Un año más. - dijo Shaka, no se sentía nada cómodo. La ropa que debían usar esa noche estaba sobre sus camas, como siempre Death había pensado en todo.

- Cada año nos ponen cosas más ridículas. - dijo Afrodita al ver que esa noche todos serían "colegialas" góticas.

- Cada año es peor. - murmuró Milo mientras estrujaba entre sus manos el  a sus ojos ridículo atuendo. Pero no había opción, todos tendrían que usarlo. En silencio y con las caras por demás tristes comenzaron a vestirse. El primero en terminar fue Shaka, se veía hermoso, el vestido consistía en una versión femenina del uniforme del Ateniense, aunque en negro, para enfatizar la palidez de cada uno de los miembros del grupo. Una minifalda con vuelos negra, una delicada blusa con puños de encaje y repleta de volantes en el pecho,  y para completar, una ajustada chaqueta de terciopelo negro con botonadura de plata completaba el disfraz.

Cuando todos estuvieron listos se miraron entre sí, como cada año se rieron de sí mismos, aún les faltaba el peinado, Afrodita y Mime hicieron los honores. A Shaka le hicieron una linda coleta alta que dejaba ver el espléndido cuello del rubio. Milo se veía hermoso con los bucles cayendo sobre sus mejillas, le habían peinado con untar de coletas. Con Mu fue un poco más difícil, pero finalmente Mime decidió hacerle un par de trenzas. Afrodita dejó su cabello suelto, simplemente se colocó un enorme moño al estilo Candy Candy y decidió que estaba bien con eso. Sorrento estaba aterrado, se miró al espejo después que Mime hubiera cepillado su cabello rubio y se encargaba de acomodarle una vez más la condenada diadema que no quería quedarse en su sitio.

- No quiero ir. - dijo lleno de miedo el pequeño Sorrento.

- Cariño, sé que tienes miedo y que no quieres ir porque sabes lo que nos pasará ahí, pero si no vas será peor. - dijo Afrodita poniendo sus manos en los hombros del pequeño.

- Dita tiene razón, no puedes faltar, él te molería a golpes sí no te presentas. - dijo Milo.

- Y tú sabes que los golpes no son lo peor que puede pasarnos. - dijo Mu estrujando un extremo de su falda.

Al fin escucharon el tan temido llamado de Isaac y Aldebarán. Se dispusieron a salir. Milo tomó la mano de Mu y caminaron juntos a la puerta, Mime abrazó a Sorrento y prácticamente lo arrastró a la puerta, Shaka y Afrodita fueron los últimos en salir. Todos tenían miedo, todos sabían lo que iba a pasar y se sentían tan mal, rogaban que alguien impidiera que aquello se repitiera una vez más.

Mu apretó fuerte la mano de Milo, ¿qué le pasaba al mundo? ¿es que todos estaban locos o acaso dios estaba tan sordo que no podía escuchar sus súplicas?

Notas finales: Hola a todos, heme aquí estrenando esta historia, espero que sea de su agrado, dudas, comentarios y etceteras, los recibiré contodo gusto mediante sus reviews, bye¡¡¡

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