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~Bajo el embrujo de un bandoneón~ por EvE

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Notas del fanfic:

El tango de una de las manifestaciones de danza mas hermosas del mundo. Encierra una pasión arrolladora y evoca las sensaciones humanas más íntimas. Por eso, éste fic está hecho con un tango. Deseaba que tuviera esa fuerza pasional de la música, ya que la pareja es una de mis grandes favoritas, ademas de querer rendirle un poco de tributo a uno de mis bailes favoritos: el tango.

Este fic lo hice como regalo de cumpleaños a par auna de mis amigas, Irene.

La canción que lo acompaña se llama "Mi tango triste", interpretada por el gran Roberto Goyeneche. Como nota final, la canción que está escuchando Radamanthys al principio de la historia se llama "Nostalgias", otro de mis tangos favoritos.

 Disfrutenlo ^_^

Bajo el embrujo de un bandoneón


-Nostalgias, de escuchar tu risa loca y sentir junto a mi boca como un fuego tu respiración...  -

Era una tarde cualquiera, con una lluvia como cualquiera otra, en la misma habitación donde desde hace algunos años venía pasando sus veranos dentro de aquella inmensa, solitaria y fría mansión en un suburbio londinense. La descripción de la casona estilo Victoriano podría aplícarsele también al dueño, claro; Radamanthys de Wyvern era un Lord inglés en toda la extención de la palabra, y su buen gusto, sobrio, discreto, predominaba en cada rincón de ese sitio... su segundo hogar, por decirlo de una manera.

Los dias en el averno resultaban tan aburridos, que Hades siempre consideraba darles un descanso a sus queridos hijos con tal de que siguieran llevando a cabo la eterna misión de la condena de almas... una misión que si bien no desagradaba al Wyvern, tampoco la llevaba a cabo con mucho agrado. Lo suyo eran las batallas, el derramamiento de sangre, los castigos reales. En todo caso, era un espectro y ante eso no podía deslindarse de sus obligaciones.

Odiaba la paz que se respiraba allá abajo, odiaba la época de trégua que había en la superficie. Empezaba a odiarlo todo y eso tampoco le agradaba... no cuando ese odio tenía que permanecer en su corazón sin la oportunidad de expresarlo tal como a el le gustaba hacerlo: asesinando.

-Angustia, de sentirme abandonado y pensar que otro a su lado pronto pronto le hablará de amor...  -

El olor de un delicioso té de hierbas llegó hasta su fino olfato. Los ojos amarillos de Radamanthys ordenaron con una fría mirada al mayordomo que dejara la charola con le té junto a la mesa donde el reposaba cómodamante. Afuera, la lluvia insesante y siempre presente en Londres hacía acto de presencia, bañando las bastas extensiones de su jardín y mojando los grandes cristales del ventanal vertical por donde, de vez en cuando, asomaba la mirada como si buscara alguien en la lejanía, como si esperara que alguien cruzara el gran portón de la entrara y avanzara bajo la lluvia con pasos elegantes, seductores, a la vez dotados de un cinismo que aprendió a querer y odiar por igual.

¿Por qué demonios estaba pensando en el?

¿Cómo se atrevía ese miserable a permanecer aún en su mente?

-Hermano, sho no puedo rebajarme, ni pedirle, ni shorarle, ni decirle que no puedo más vivir...  -

¿Cómo se había atrevido a dejarlo?

-Hmm...-

No, el lo había dejado ir. Por que Radamanthys había descubierto bajo la aparente ironía en sus ojos esmeraldas el rencor y dolor que la indiferencia del juez le causaban...

Si, aquella tarde de verano, una parecida a esta pero mucho más obscura y lluviosa, Kanon había esperado que el rubio Wyvern le pidiera que se quedara. Pero de sus labios no emergió su voz grave, llena de ese delicioso acento inglés que el tanto adoraba, las palabras que su corazón esperaba. Lo dejó marcharse bajo la lluvia, le demostró que en realidad aquello nunca había sido algo que pudiera interesarle y se llevó los pedazos de un recuerdo maldito que Radamanthys sabía, aborrecería hasta el fin de sus días.

Pero... ¿Había hecho feliz aquella desición al Wyvern?

Hasta el momento no lo sabía, de lo único que estaba seguro era que esas tardes de verano en su casa, escuchando su tango favorito y bebiendo té, se habían hecho tan terriblemente asfixiantes y dolorosas como ningunas. Que el anhelo de verlo atravezar el umbral de la entrada se había convertido en obsesión, que la necesidad de sentir su calor y ver sus ojos derrapando una sensualidad que le pertenecía era cada vez más grande.

Por que Kanon le pertenecía... tenía que ser así.

-No soy tuyo... no soy de nadie...-

-Desde mi triste soledad veré caer las rosas muertas de mi juventud...  -

-Nadie puede controlarme... me voy por que así lo quiero yo, no por que tu me lo pidas...-

-Je... Kanon, tan tontamente orgulloso...- Musitó para si el Wyvern, justo cuando la voz de Goyeneche, ese cantante de tango que tanto le gustaba cesaba para dar paso al silencio monótono en su recámara, un silencio solo roto por la cruel lluvia de afuera.

Irguió su figura imponente, levantandose del mullido sillón de terciopelo donde estuviese sentado para caminar tranquilamente hacia el ventanal. Posó sus largos dedos en el vidrio empañado, pasandolos por este para dejar surcos limpios, que le permitían ver con claridad hacia afuera. Y vió el portón negro de la entrada, vió el amplio sendero de asfalto mojado, rodeado de las jardineras y los grandes abetos adornándolo, vió también la enorme fuente con los ángeles barrocos en el centro, que servía de preludio antes de cruzar la bella puerta de su casa. Vió todo eso con ojos de nostalgia, por que bajo aquel cuadro inmutablemente hueco no aparecía ya la esbelta y espigada figura del General el jefe de Poseidón.

Ya no veía sus cabellos azules mojados, pegados a su rostro y a sus hombros, ya no veía su piel apiñoda levemente pálida, temblando por el frío del exterior, ya no veía sus ojos verdes desde su altura, transmitiéndole un mensaje mudo de amor que solo Radamanthys entendía. Kanon no estaba ahí, ni estaría jamás por que para el marina, era mucho más importante su libertad.

-Tu no me das todo lo que yo necesito, Wyvern...-

-Y tu me has aburrido ya, Kanon...-

-¿De verdad? Mírame a los ojos y dímelo...-

Nunca pudo hacerlo, nunca quiso hacerlo.

Era mas imperante la necesidad de tomarlo entre sus brazos y arrancarle la ropa, arrastrarlo hasta la cama y tomarlo hasta silenciar sus risas con sus besos furiosos, hasta transformar sus carcajadas en gritos de placer, en jadeos convulsivos mientras lo tomaba con violencia y pasión.

Kanon...

Su Kanon...

-Dime que quieres... dime que nunca ¡Ngh! Dejarás que me vaya de tu lado...-

Imploraba febril el general bajo el peso del cuerpo del inglés, mientras este descargaba su pasión en su piel con caricias bruscas y mordidas fieras. Escuchaba sus palabras y se regocijaba de su necesidad, del temblor involuntario de su cuerpo mientras lo sacudía con su posesión. Le enloquecía, tenía que aceptarlo, pero jamás dejó que su garganta expresara lo que Kanon deseaba escuchar... a pesar de que lo sentía, de que le quería, de que irremediablemente se había vuelto su necesidad.

Se acababa la pasión y las cosas volvían a la normalidad.

El Wyvern lo hería con su cruel indiferencia, le daba la espalda y lo sacaba de su cama como a cualquier otro, ignorando la necesidad de su cuerpo que imploraba por el calor del de Kanon. Cerraba los ojos, escuchaba sus pasos tranquilos alejarse.

-Algún día me voy a hartar de todo esto, y sé que vas a sufrir...-

Decía el peliazul casi con burla, como presagiando un estado de ánimo en Radamanthys, ese estado de ánimo en el que ahora se encontraba sumergido al aceptar que le amaba y que le había perdido.

-Nunca te di lo que necesitaste... lo que buscabas de mi...-

-Lo que nadie puede darme, lo que el se niega a brindarme, tal como tu lo haces...-

Pensar en que otro pudiera tomar lo que el reclamaba como suyo le enfermaba. La taza de té crujió entre sus manos y derramó su contenido al piso, acompañado de unas cuantas gotas de sangre producto de las cortadas que la porcelana del recipiente le había causado. Se apartó de la ventana con la mirada tan fría y fulminante que hizo temblar al sirviente que se cruzó en su camino, dispuesto a limpiar el desorden causado. El Wyvern tomó su gabardina negra del perchero y salió a caminar con rumbo desconocido. Tal vez a buscar lo que sus brazos reclamaban aunque fuera un breve instante, quizás a olvidar por algunas horas el recuerdo que le atormentaba cada vez que habitaba aquella vieja casona.

 

*~*~*~*~*~*~*~*

 

¡Cuan delicioso le resultaba el cuerpo de Aiacos!

Su piel morena era exquisita, su voz melódica le acariciaba y le excitaba a un límite en que difícilmente podía contenerse. Regresar al averno para toparse con él, disfrutar de un buen vino, de una charla amena y luego, bajo común entendimiento (y atendiendo sus necesidades) darle vuelo a su pasión era algo sencillamente sublime. Aiacos siempre había sido su amigo, alguien en quien podía confiar, en quien podía refugiarse en sus ratos de debilidad.

No le acusaba, no le exigía... se pertenecían mutuamente sin ningún otro compromiso que no fuera el de su sólida amistad y la siempre total sinceridad en ambos.

Radamanthys le amaba y Aiacos también; habían aprendido a cultivar una relación sin ataduras que los hacía permanecer "juntos" sin acabarse matando o maldiciendo. El Garuda conocía los secretos del corazón del inglés, el recuerdo inmutable de Kanon, su enferma necesidad por él y la entedía...

¡Cómo no hacerlo! Si el sentía algo similar por el ingrato juez platinado de Ptolomea.

Hasta eso compartían. Y por eso mismo, siempre volvía a él.

-¿Por qué no lo buscas?- cuestionó con una sonrisa juguetona el moreno, revolviendose bajo las sábanas de su cama mientras estiraba el brazo para alcanzar una cajetilla de cigarros y encender uno. -Eso no te quitará la dignidad, te hará sentir mejor.-

-¿Y por qué habría de buscarlo? Para revolcarme con una ramera solo tengo que elegir aquí, en el averno...-

-Oh Radamanthys, Kanon era para ti algo más que eso y, hasta que no seas sincero contigo mismo, no podrás liberarte de esa obsesión...- Aiacos extendió el cigarrillo a Radamanthys, mismo que este tomó con un movimiento elegante y desganado a la vez.

El gesto del Wyvern pareció endurecerse, llenarse también de una necia tristeza que se negaba a exteriorizar. Negó con la cabeza y exhaló con un movimiento elegante el humo del cigarrillo. Su mirada volvió a posarse en las pupilas rojo fuego del juez de Antenora, expectantes, dotadas de un carisma discreto y una jovialidad que pocos conservaban dentro de aquel sitio. La boca fina, endemoniadamente sensual del Wyvern, esbozó una sonrisa burlona, solo para Aiacos.

-Aiacos, no me hables de eso cuando estoy contigo... no quiero empañar tan grata compañía...-

El de Antenora sonreía mientras negaba con la cabeza, como un adulto observa a un niño cometer una travesura y es incapáz de castigar por ello. Ambos se pusieron de pie para buscar otro trago... y el rubio Juez intentaba buscar en esos ratos de paz, un alivio duradero para la necesidad que carcomía una vez enfrentaba su realidad.

 

*~*~*~*~*~*~*~*~*


Aparte de un sabor a hiel en la boca y el recuerdo odioso en su piel al tacto de sus manos, Radamanthys había dejado en el una extraña obsesión. Deleítaba sus sentidos con el tango en las noches como aquella, cuando el agetreo del templo marino junto con todos sus ruidos se agotaban, dejando solo escuchar algún canto de las ballenas en la bóveda marina sobre su cabeza, o el murmullo de las mareas que movían etéreas e irreales las aguas océanicas.. SiKanon estiraba su mano hacia el cielo, podía sentir la consistencia del agua repasar entre sus dedos como una caricia íntima; palpar la frescura deliciosa de esta y entretenerse con la sensación por mucho tiempo. Pero era solo una ilusión.

En realidad no tocaba el agua, ni probaba de su sabor salado... era la simple sensación de un momento inexistente, como todo lo que su relación con el juez del averno había sido en su vida: una ilusión que no le permitió ver la realidad al encontrarse sumido en su enajenamiento. Y, si se ponía a pensarlo, sus relaciones no variaban en ese aspecto. Todas eran cuestiones de efímera pasión, compuestas de momentos arrebatados, que a fin de cuentas acababan cayendo en una pesada rutina que le hacía abandonarlo todo... O lo abandonaban a él.

Así había sucedido con Radamanthys.

Fué una hoguera que se alzó hacia el cielo como una torre, y ardió vehemente por algún tiempo, hasta que la lluvia la apagó y solo dejó cenizas envenenadas, recuerdos que aunque no quisiera, le lastimaban. No mucho, pero lo hacían, le resultaban incómodos... neciamente incómodos e indelebles. Sino fuera por que la armadura de su cinismo era casi irrompible, Kanon desde hace mucho se hubiese convertido en un fiambre sumiso lleno de la nostalgia estúpida y la melancolía en que sus relaciones le dejaban.

Pero no, se amaba demasiado como para permitir que algo como eso lo derrumbara. Ahora mas que nunca no creía en el amor, era solo un estorbo en un hombre como él, condenado a estar irremediablemente solo a fin de cuentas.

Casi pudo carcajearse por sus conclusiones... Reír o llorar era el debate, pero siempre acababa riendose de si mismo al recordar su tremenda idiotéz.

Elevó sus ojos verdes hacia el cielo, teñido de negro y plata por la luz de la luna llena que se colaba entre las corrientes de agua, bañando con su luz mortecina los pilares del templo marino, bañando también su rostro alzado hacia el cielo. Cerró los ojos, dejandose acariciar por la música que salía de su recámara, un tango triste que se lo recordaba, que le hacía necesitarlo a pesar de su negación.

Radamanthys... el dragón negro, el insensible.

Al único que mostró su lado blando solo para que lo pisoteara.

-¡Ah! Jajaja... maldito imbécil...- Sonrió irónico, pero se tensó al sentir la presencia de Saga en su pilar. -Uff...- Resopló fastidiado, negandose a abandonar la visión que con tanto placer contemplaba para atender a su gemelo.

Pelear, insultarse, que más daba... era el único que rompía la monotonía de su vida.

-Mi reflejo...-

Su voz gruesa fué opacada por la música del equipo de sonido. Pero luego resaltaron por sobre las notas del tango sus jadeos, los de ambos, entregados a su pasión perversa como sino fueran hermanos.

Otra obsesión de la que Kanon no podía liberarse y de la que no deseaba verse libre, aunque le lastimara.

 

*~*~*~*~*~*~*~*~*

 

Pasaban los dias y con ellos los meses. El tiempo avanzaba ajeno a su pesar insesante, al hastío que abatía su vida de manera irremediable. Buscó una salida a esa rutina asfixiante y al encontró en un lejano barrio de tango del otro lado del mundo, en la siempre atrayente américa. Argentina era la patria del tango, y Buenos Aires la hermosa capital dotada de un aire romántico, pasional, que había prometido recorrer de la mano de Kanon algún día. Lo dejó marcharse esa noche negra y de esa promesa solo quedaron las palabras. No tuvo la dicha de ir ahí con él, pero tenía el consuelo de hacerlo bajo su infatigable soledad.

Recorrió el centro de la capital con pasos tranquilos, sus manos metidas en los bolsillos y sus ojos vivos, grabandose cada rincón de ese sitio en su cerebro; quizás sería la primera y la última vez que visitara aquella ciudad, no lo sabía... pero por si las dudas, disfrutaría al máximo de su paseo.

Un taxi lo llevó hasta unas calles llenas de faroles cuyas luces amarillentas reflejaban los bares de apariencia añeja, como si al pisar el asfalto se pudiera regresar en el tiempo... a esos años donde todo olía a vino tinto y donde el único sonido que se escuchaba era el de los bandoneones tocando el tango. Radamanthys avanzó por las viejas calles como si buscara un lugar en especial, uno que le atrayera lo suficiente como para meterse y disfrutar por el resto de la noche (y acompañado de un buen whisky, claro) de la música que tanto le fascinaba.

Anduvo y anduvo como un solitario vagabundo, esquivando a la gente que de vez en cuando se topaba en su camino. De repente, como si de un embrujo se tratase, sus ojos amarillos se posaron frente a la entrada de lo que parecía ser un salón elegante. El lugar irradiaba calidéz, dotada de un misterioso atractivo que le hizo caminar hacia éste con pasos aún vacilantes. Solo al entrar supo el por qué de aquel repentino interés: sus paredes eran casi como espejos, que reflejaban a los danzantes en la pista y la luz sepia de las arañas en el techo. Sus pisos pulidos reflejaban difusamente su figura ataviada en elegante negro, el olor a café, tabaco y el mas refinado vino llenó sus fosas nasales, rematando con el tango delicioso que se escuchaba, mismo que tocaban unos músicos en una pequeña elevación a un costado alejado de la pista.

El Wyvern supo que lugar mas perfecto no se pudo encontrar.

-¿Mesa para uno, señor?- Cuestionó un mesero vestido en un elegante frag, con el típico acento de la región. El chico miró confundido al rubio, callendo en cuenta que era extrajero, iba a usar el indioma inglés cuando Radamanthys respondió en castellano, arrastrando el acento británico en su lengua acompañado de una sonrisa discreta y fría.

-Si, para uno...-

Lo condujo hasta un extremo algo obscuro del lugar, dejandolo ocupar la silla finamente tapizada. En la mesa yacían una pequeña lámpara con base dorada que a Radamanthys fascinó. Perdió sus ojos en su luz un instante,

hasta que se dignó a ordenar un whisky en las roca, negándose a dejar el profundo vicio (por así decirlo) que tenía en aquella deliciosa bebida. Puso los codos en la mesa, entrenlazando sus manos para posar su mentón sobre los dedos, contemplando a las parejas en la pista que bailaban apasionadas al ritmo del bandoneón.

-Should we dance, Kanon?-

-Of course my Lord...-

Esas eran las palabras antes de tomarlo entre sus brazos, clavar sus dedos en la carne de su cintura y aspirar el aroma de sus cabellos y su sudor mientras lo hacía bailar, guiado por el tango, por sus sentidos enardecidos al ver la correspondencia de sus ojos a su pasión, a su delirio.

-Kanon...-

Me torturé sin tí
y entonces te busqué
por los caminos del recuerdo
Y en el pasado mas lejano
te agitabas por volver
y por librarte de este infierno...

Ese tango... ese maldito tango.

Perdió la cuenta de las veces que lo bailaron juntos, de las veces que cayeron seducidos a su embrujo y acabaron rindiendose a su pasión entre las sábanas de su cama o los mullidos muebles de la antesala, cuando el calor se volvía tan intenso que les impedía terminar de llegar hasta el lecho.

El rubio juez alzó una ceja, disfrutando de su whisky mientras observaba con ojos de hielo el ir y venir de las parejas en la pista. No lo notaba, no distinguía los ojos verdes que lo observaban através de los cuerpos danzantes con interés y cierto anhelo en ellos. Kanon sonrió casi incrédulo, dejando elcigarrillo que se fumaba en el cenicero para llevar a su boca la copa de vino tinto que bebía.

¿Un juego del destino, de su mente?

No lo sabía, pero podía distinguir la figura de Radamanthys tras la tenue obscuridad, y entre todos los perfumes que rondaban el ambiente, la colonia masculina y penetrante del inglés.

-Vaya ironía...-

Musitó para si, dándole otra calada al tabaco, dejandose invadir por la música una vez más.

 

Y se arrastró hasta mi tu vida sin amor
con su dolor y su silencio
y disfrazamos un pasado
que luchaba por querer volver...

 

Increíble era que buscando escapar de sus recuerdos, fuera a dar con ellos en aquella lejana ciudad. Pero el Sea Dragon sabía en su interior que ir allá era solo dar de cara con éstos, con todas y cada una de las memorias que buscaba sepultar. Pero todo había sido más fuerte, la necesidad de vislumbrar con sus propios ojos el pasado que buscaba esconder fué superior. Maldijo su lado masoquista y lo bendijo por igual. Ver a Radamanthys en ese sitio le hacía albergar la esperanza de que quizás no hubiera sido un simple pasatiempo para él... aunque también existía la posibilidad de que estuviera ahí por simple entretenimiento y de el no recordara ya nada.

Prefería pensar lo último a hacerse ilusiones tontas. Las desechó todas y pidió su tercera copa de vino, manteniendo la mirada fija en él, atento a sus movimientos, a sus reacciones, a esos ojos helados que presenciaban todo con inquebrantable mutismo.

 

Y fuiste tu...
la que alegró mi soledad
quien transformó en locura mi pasión y mi ternura
y en horror mis horas manzas...

 

Meció con parsimonía el contenido de su vaso, recargandos en el respaldo suave de la silla. El whisky era delicioso, la música y el lugar también; sin embargo, cada minuto que pasaba ahí hacía más pesado el ambiente, como si de nuevo ese sentimiento de asfixiante soledad le abatiera. Lo quería a su lado, lo necesitaba a su lado... verlo era algo tan obsesivo que casi sentía sus ojos verdes clavados en él.

Si... era la misma sensación, el mismo estremecimiento. Sus sentidos le indicaban que Kanon le miraba pero su mente le decía que aquello era imposible.

<<¿O no?>>

¿Qué podía estar haciendo Kanon en un sitio como ese?

¿Cómo podría haber una coincidencia tan grande?

Era una vaga posibilidad pero lo sentía, lo sentía real. Discretamente buscó entre la gente su figura, moviendo sus ojos de un lado a otro, tanteando el lugar y a sus ocupantes con suspicacia. Bebió de nuevo el último trago en su vaso y ordenó otro sin abandonar su postura, comenzando a pensar que en verdad aquello se estaba saliendo de su control.

¿Sería que Kanon le había contagiado de su locura?

Por que ese instante se sentía paranoico.

Y como si de una aparición se tratara, pareció verlo andar rodeando la pista, con sus cabellos sueltos callendo por sus hombros, vistiendo un elegante traje similar al suyo pero en un color más claro.

¿Podía ser posible que estuviera ahí?

La figura de Kanon aparecía y desaparecía entre la gente, obligando al Wyvern a ponserse de pie para rodearlo también en sentido contrario, tratando de no perder de vista ese delirio de su mente... por que no podía ser otra cosa.

 

Tu, mi tango triste fuíste tu
y nadie existe mas que tu en mi destino
y hoy te has hecho a un lado en mi camino
y es muy tarde ya, para volver llorando atrás
y contener la angustia que por mustia
duele mucho mas...


Kanon comprobó con regocijo bien dislimulado que lo que el pensó era una mas de sus alucinaciones se trataba de algo tan real como la gente que rozaba sus hombros al pasar entre ellos. Sus labios fueron esbozando una sonrisa cada vez más segura y seductora, las mismas sonrisas que solía dedicarle a él la intimidad. Por que estaba frente a uno de sus más grandes amores, reviviendo una época muerta y recuerdos marchitos con el tango y el olor de su colonia, con su mirada y la sonrisa cretina emergiendo de sus finos labios.

Radamanthys ya se había convencido de que era realidad. El peliazul se abrió paso entre la gente y no se detuvo hasta estar a escasos metros de él. Los ojos verdes de Kanon le resultaban mas hermosos en medio de la luz romántica e incitante del lugar, su brillo era conocido: estaba emocionado, como él mismo, y por primera vez el General el Atlántico norte pudo distinguir esa emoción irradiendo de ellos, por que Radamanthys no pudo evitarlo... sus ojos delataron el gusto que le daba verlo aunque el resto de él permaneciera inmutable.

Permaneció de pie casi en el centro de la pista, esperando a que el dragón marino se acercara con ese cinismo sensual que le caracterizaba. Y lo hizo para su regocijo, comenzó a seducirlo desde ese mismo instante.

Radamanthys quiso desaparecerlo todo a su alrededor para ir a su encuentro, tomarlo entre sus brazos y derrapar en el todo el deseo contenido por dias incontables. Pero no podía, salvo disfrutar del momento antes de estar tan cerca uno del otro que al fin pudo captar el olor de la colonia del peliazul.

-Should we dance, my Lord?- Expresó Kanon con un acento propio de él, pero que enardecía los ya alterados sentidos del rubio.

Dió un paso hacia adelante y capturó la mano extendida, de deliciosa piel apiñodada que el ofrecía. Entrecerró los ojos con placer al tocarla, atrayendolo bruscamente a su cuerpo, que se estremeció al sentir su pecho contra el suyo golpeando con el latido acelerado de su corazón... como el suyo.

-I've been waiting for your invitation, Kanon...- susurró en su oído de una forma tan seductora, que Kanon solo pudo estremecerse más. Sonreír tenuemente contra su cuello y dejar que sus manos recias recorrieran su espalda hasta afianzarse de su cintura con fuerza.

Iniciando la danza, prediendo el fuego extinto una vez más.

 

Se desgarró la luz y enmudeció mi voz
aquella noche sin palabras
al ver que tu alma estaba ausente
y a tu lado siempre shó, como una cosa abandonada...

 

De repente solo escuchaba el tango.

De repente solo sentía su aliento golpear contra sus mejillas.

El embrujo del bandoneón pobló su cuerpo qeu se dejó arrastrar gustozo por él, sin poner peros u objeciones. Las manos de Radamanthys lo conducían con habilidad resultante de la experiencia, con pasión aprendida en el pasado y conocimiento íntimo de las reacciones de Kanon. Las miradas cómplices, casi necesitadas que este le dedicaba le hacían hervir por él, por sus labios entreabiertos practicamente rozándose contra su boca hambrienta mientras lo hacía girar en la pista, ambos entregados a la danza, ambos ajenos a las miradas extrañadas de la concurrencia que prácticamente les había dejado la pista a ellos solos.

-¿Dónde estuviste todo este tiempo, Dragón marino?- Preguntó el Wyvern sosteniendolo de la cintura, mientras Kanon flexionaba una rodilla y arrastraba una pierna hacia trás, dándo un giro que le hizo quedar de espaldas contra el pecho del Wyvern.

Acarició sus manos firmemente asídas a su vientre, mirandolo de reojo y moviendo levemente su rostro a él.

-¿Te importa mucho saberlo?- Contestó con sorna, al mismo tiempo que su cuerpo tenso era virado en un perfecto movimiento hacia el frente de nuevo, observando con una sonrisa el rostro levemente contraído de Radamanthys.

Sus pasos fueron haciendolo retroceder. El cuerpo de Kanon controlaba ahora el momento, avanzando con las piernas tensas, ejecutando esos elegantes pasos de tango que tiempo atrás había aprendido. Hasta que el Wyvern se detuvo, rodeandolo con fuerza por la cintura para doblar un poco las rodillas, recogiendo el aroma del pecho de Kanon mientras acariciaba uno de sus muslos y lo subía a su cintura, esbozando una sonrisa complacida.

-Mera curiosidad...-

La respuesta hizo que Kanon entreabiera sus labios y los humedeciera con su saliva, dejando que el rubio inclinara un poco su cuerpo hacia el, quedando únicamente con una pierna puesta en el suelo.

-Oh... ya veo. Pues estuve recuperando el tiempo que perdí contigo, jeje ¡ugh!- El apretón en su muslo y luego, el brusco movimiento que le hizo girar de nuevo hasta darle la espalda le hicieron contraer el ceño con una mueca de placer y sarcasmo combinados.

Deslizó la punta de uno de sus pies en forma elíptica, encarandoa Radamanthys lentamente sin perder el ritmo intenso que la canción exigía. Sin perder contacto con sus ojos amarillos que parecían reclamar la distancia que ahora los separaba al estar tomados ambos de las manos y mantenerlas extendidas hacia lados contrarios, abriendo un espacio entre sus cuerpos.

 

Y se arrastró hasta tí la sombra de otro amor
y otra voz que te shamaba
y me sumiste en un pasado que luchaba por querer volver...

 

La mano ansiosa y ruda de Radamanthys, ascendió hasta la nuca del peliazul, acariciando sus cabellos hasta casi tirar de ellos, moviendo su cabeza a un lado para olerlo y aumentar el deseo que le tenía invadido hasta casi tornarlo insoportable. Mordió suavemente su piel en medio del baile, haciendolo girar en torno a la pisa mientras le sujetaba de una mano y mantenía los brazos alzados al techo.

Sus cuerpos habían buscado esa cercanía enviciante, el calor endemoniado que ahora emanaban como un consuelo a su enferma necesidad. El Wyvern acarició lentamente la extensión del brazo de Kanon, inclinando su cuerpo hacia el, adelantando una pierna entre sus muslos sin dejar de acariciarlo hasta pasar por sus costados y prenderse de sus caderas, casi cerca de sus glúteos.

-¿Y lo recuperaste? ¿O solo te diste cuenta de que perdías mas el tiempo lejos de mi que conmigo?- Musitó lascivo contra su boca, sonriendo lleno de soberbia.

Había detenido sus pasos para darse el lujo de acariciarlo un poco, de contemplar sus ojos que relucían con una chispa de odio en ellos, antes de transformar su mirada en la arrasadora y cínica seducción que la caracterizaban. El peliazul volvió a poner su brazo en su hombro, apretando el músculo cubierto de ropa.

Emergió de su garganta una carcajada suave, discreta, irónica... cuyo aliento golpeó el mentón del Wyvern al tiempo que se alejaba de él con pasos de tango.

 

Y fuiste tu
la que llenó mi soledad
quien transformó en locura mi pasión y mi ternura
y en horror mis horas manzas...

 

-Me di cuenta de que...- La mano del rubio le detuvo por el antebrazo, obligandolo a voltear hacia él de manera tan rápida y violenta, que sus cabellos se quedaron suspendidos frente a sus ojos, ocultando parte de su rostro y de esa sonrisa que esbozaba. -El mundo era bello lejos de tí...-

-¿En serio? ¿Por qué no puedo creerte?-

-Por que crees que siento lo que tu sientes, Radamanthys... que te necesitaba como tu me necesitabas jaja ¡Agh!-

Protestó cuando el fuerte tirón de sus cabellos le hizo dejar expuesto completamente su cuello, mientras lo hacía deslizarse sobre la pista como si fuera hecha de hielo, arrastrando las plantas de los pies hasta que volvió a tomar su muslo y lo alzó cerca de sus costados.

-Jaja Kanon, sigues diciendo estupideces, la boca solo te sirve para eso y para...- Acarició su pierna hasta su rodilla, haciendolo estirarla y flexionar la otra, doblandolo hacia el suelo justo antes de sostenerlo de una mano con fuerza para arrastrarlo por este en una vuelta completa que le hizo pegar por breves segundos el cuerpo con la pista, antes de levantarlo para aferrarlo a su cuerpo más fuerte que nunca. -Otras cosas...-Le dijo con una sonrisa maliciosa, respirando agitado por el esfuerzo y excitación que le recorrían.

Las notas del tango se hicieron más rápidas y sus pasos igual, moviendo las piernas en elipses, interminables zig-zags que parecían querer pulir aún más la pista. Kanon le sonreía con reto total, con fuego en sus ojos que encendía las pupilas doradas del Wyvern, transformaban su aliento en un jadeo bajo y su piel en una brasa ardiente bajo el traje que portaba.

-¿Qué cosas?-

El roce erótico de su lengua en sus labios despertó por completo su impulso, tratando de capturar su boca para besarlo hasta que el aliento le faltara, más no pudo hacerlo, Kanon alejó el rostro y luego lo ladeó tal como lo hacía con su cuerpo, acariciando el de Radamanthys en el proceso mientras mantenía una pierna estirada y tensa.

 

Tu, mi tango triste fuiste tu
y nadie existe mas que tu en mi destino
y hoy te has hecho lado en mi camino...

 

Lo levantó en un vilo, presionando su torso contra su pecho, ansioso de tomarlo con una pasión que le estaba asfixiando, con un deseo desatado que había transformado su respiración en una serie de jadeos constantes.

-¿Quieres que te las recuerde?- Lo dejó caer de espaldas, aferrando sus manos con desesperación palpable en su cintura, haciendolo que se arqueara hacia él mientras repasaba con su boca las solapas de su saco y mordía sobre su pecho, delirando por el momento en que pudiera tocarlo sin el estorbo de la ropa.

La espalda de Kanon se dobló hasta que sus cabellos tocaron el piso, antes de ser levantado bruscamente por el Wyvern. El Sea Dragon tomó entre sus manos su rostro, observandolo con deseo total en sus ojos cubiertos de los cabellos levemente humedecidos de su sudor y se lanzó sobre sus labios, mordiendolos, lacerandolos con su aliento embravecido pero limitando el contacto únicamente a sus dientes, como un par de bestias que no reconocían otra forma de caricias.

-No es necesario...-

 

Y es muy tarde ya
para volver llorando atrás...

 

-Lo recuerdo perfectamente...-

Se apartó de él de manera brusca y rápida, dándole la espalda mientras lo dejaba solo, rodeado de la gente que le veía confuso y bajo el embrujo del bandoneón, las luces y el murmullo inoportuno de los que le observaban. Radamanthys enfureció, tensó sus puños y pasó de largo entre las personas, empujando a todos solo para ver su vaporosa melena desaparecer en el umbral de la puerta.

-Tendrás que demostrarmelo... no escaparás...-

Miró hacia su mesa con el mismo aire frío con el que llegara ahí. Dejó una buena cantidad de dinero que fuera suficiente para cubrir el consumo que ambos pudieran haber hecho y luego, lo siguió con pasos seguros pero tranquilos, dándole tiempo de que se escondiera, o lo intentara, de que huyera todo cuanto pudiera, de que su pasión y deseo aumentaran más.

Por que cuando lo encontrara lo haría suyo, claro que si. Lo tomaría de la manera más apasionada que pudiera haber sentido, lo escucharía gritar, implorar por más, estremecerse hasta el delirio bajo su cuerpo, entre sus brazos. Oh si, claro que lo haría.

-No vas a escapar...-

Encendió un cigarrillo en un ademán pausado, como si el tiempo le perteneciera, como si fuera el amo de él y de Kanon, a quien vislumbró caminar con la misma tranquilidad que el lo hacía, cuya melena se mecía al viento bajo la noche obscura y la luz de los faroles.

La noche argentina que sería testigo de todo.

Sonrió cual depredador que distingue a su presa en la distancia, siguiendolo con la misma calma y cautela. No había prisa, estaba ahí, sería de él, lo reclamaría aún en contra de su voluntad. Pero no podría negarse, Kanon era suyo... siempre lo sería.

-Dragón marino...-

El aludido lo miró por encima de sus hombros un breve instante, antes de continuar caminando. Pero esa era la señal, la misma mirada que le indicaba a Radamanthys que estaba listo para que le reclamara.

Por que la espera había sido larga... y de repente ya no pudo esperar más.

-Serás mío...-

 

Y contener la angustia que por mustia
duele mucho más...

Fin.

Notas finales:

Un agradecimiento especial a Sady por las porras y por ayudarme en las correcciones del fic antes de su publicación XDD siempre te ando moliendo T^T.

Besos a todos ^X^


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