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Ego por Lis Malfoy

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Notas del capitulo: Notas del autor: Uf... creo que llevaba casi un mes sin que tuviérais noticias de mí, es imperdonable, lo sé, no tengo excusa, también lo sé... Sólo que no tenía inspiración y, por si eso fuera poco, tampoco tenía tiempo, sobretodo eso, no tenía (ni tengo) mucho tiempo!

Aquí está el número 14. Espero que os guste, aunque no es muy... alegre. No lo he escrito ahora, hace más de un mes que lo tenía ya a punto para subir, pero no me había dado tiempo de hacerlo. ¡Un beso y un abrazo por vuestra paciencia!

 

El ego de Lucius Malfoy era enorme. Harry había tenido que aprender a convivir con él, como si se tratara de otra persona más en su relación. Porque, aunque Lucius ya había sobrepasado la cincuentena hacía tiempo, aún era un hombre guapo y elegante, que hacía babear a jovencitos y jovencitas por donde pasaba. Sabía bien que la mayoría de las personas lo observaba de lejos y lo miraba con envidia. Eso sólo contribuía a hacer crecer aún más su ego. Y Harry estaba harto de ello.

Lo había intentado todo. Acaparar la atención por todos los medios –fingir enfermedades que no tenía, fingir falsos embarazos, anular las citas de negocios de su esposo… y un sinfín de mentiras-, pero con nefastos resultados. Lucius permanecía a su lado un par de días, y en cuanto veía que todo iba bien, levantaba otra vez el vuelo.

Harry sólo tenía un refugio. Sus hijos. Había tenido cuatro. Los últimos dos, gemelos, para lograr la atención del rubio. Pero todo había sido en vano. Lucius prestaba poca atención a sus hijos, no es que no les quisiera, pero nunca lo demostraba. Tan sólo les traía regalos para sustituir su afecto y su cariño. Por ese motivo, los dos hijos mayores se habían ido distanciando de él a medida que comprendían y se daban cuenta de las cosas. Y Lucius ni se había fijado.

Harry se levantó de la cama. Se sentía cansado, estaba ojeroso. La imagen que le devolvía el espejo era la de un hombre viejo. Tenía treinta y cuatro años, pero era como si fuera un viejo de ochenta. Rostro demacrado, piel pálida… todo para nada. Su esposo no le hacía ni el menor caso y él se había desvivido los últimos diecisiete años por él. No parecía el mismo Harry que todos habían conocido, aquel adolescente alegre y vital a pesar de sus preocupaciones. Ahora era un joven atrapado en un cuerpo decadente, pesimista y depresivo.

Y todo por culpa de su esposo. De él y de su inmenso ego.

Le dolía todo, hacía varios días que se sentía mal. Las articulaciones le crujían pero nunca se quejaba. Creía que era algo normal, sobre todo después de los embarazos que habían absorbido buena parte de su magia y la mayor parte de su vitalidad. Pero era de lo único que no se arrepentía. Se vistió y bajó a desayunar. Lucius hacía horas que había salido de la mansión, normalmente a las ocho ya estaba en la oficina y no regresaba hasta las nueve o las diez de la noche, si había suerte. Harry se pasaba el día solo, sin su marido y sin sus hijos, pues los mayores aún estudiaban en Hogwarts y los pequeños asistían a unas clases de preparación a una escuela de magia para menores de once años. Ahí les ayudaban y enseñaban a controlar su magia para que, una vez en Hogwarts, pudieran aprovechar mejor las enseñanzas. Por suerte esos días eran distintos. Se acercaban las Navidades y sus hijos estaban todos en casa, por eso se sentía tan feliz a pesar de todo.

- Buenos días, papá – dijo un adolescente rubio de ojos verdes, casi era un adulto y Harry lo miró orgulloso, había sido su primer hijo.
- Buenos días, Michel – respondió intentando sonreír.
- ¿Te encuentras bien? – el chico frunció el ceño, preocupado.
- Sí, sí, claro… - respondió Harry cogiendo un par de tostadas.
- Papá, no mientas – Harry lo miró -. Te conozco y sé que algo te preocupa.
- Hace varios días que no me encuentro demasiado bien. Por las mañanas…
- ¿No estarás de nuevo embarazado, verdad? – interrumpió un chico de unos catorce años, moreno, de ojos plateados, sentándose a su lado.
- ¿Cómo va a estarlo si nuestro padre nunca está en casa? – dijo el mayor -. Ése se pasa el día de aquí para allá y no tiene tiempo ni para papá.
- Michel, no hables así de tu padre – le regañó Harry.
- Pero es la verdad – añadió Jeremy, el moreno, su segundo hijo.
- Vuestro padre tiene mucho trabajo…
- No lo defiendas. Somos mayores ya y nos damos cuenta de todo – Harry se sorprendió de esas palabras -. Padre nunca te ha tenido en cuenta, ni a nosotros tampoco. Sólo nos compra cosas caras y a los hijos no puedes comprarlos con regalos, hay que darles otras muchas cosas. ¡No sé cómo lo aguantas!
- Michel… - Harry no entendía como sus hijos podían ver las cosas tan claras y él haber estado tan ciego.
- Mi hermano está en lo cierto – prosiguió Jeremy -. Padre nunca ha jugado con nosotros, nunca ha estado cuando nos hemos hecho daño. No estuvo en nuestra elección del sombrero, no ha venido a ningún partido de quidditch, aunque éstos se celebran en fin de semana, cuado ya no trabaja. No se ocupa tampoco de los pequeños. Ellos necesitan más atención que nosotros… Y contigo… te trata como si fueras su criado, nunca como a su esposo.
- Hijos, yo… - agachó la cabeza, ¡tenían tanta razón!
- Papá, mírate. Eres joven aún, eres guapo e inteligente. Fuiste el salvador del mundo mágico, todavía te reconocen por la calle y a nosotros nos miran con fascinación al saber de quien somos hijos. Nosotros nos sentimos orgullosos de ti, pero no podemos decir lo mismo de nuestro otro progenitor – Harry puso mala cara -. Hubiera podido remediarlo con Eric y Paula, pero sigue el mismo camino que con nosotros. Sólo le importa él. Él y después él. Ni tú ni ninguno de nosotros somos nadie en su vida. ¡Lo odio!
- ¡Michel, es tu padre!
- Tú también lo eres y siempre te has sacrificado por nosotros. Aunque no tuvieras tiempo lo sacabas de donde fuera para pasar un rato con tus hijos. Nos leías cuentos, nos ayudabas con los deberes, vienes a nuestros partidos y animas como el que más… Nos quieres, siempre nos lo has demostrado, con tus palabras, con tus gestos, con tus miradas… Sois tan distintos. No sé cómo pudiste casarte con alguien como él.
- Yo… lo amaba, y lo sigo amando. Pensé que él también sentía lo mismo por mí, por eso me casé convencido. Pero ahora… - reflexionó, sus hijos tenían toda la razón, se estaba amargando por su culpa -. Creo que me equivoqué. Quizá no era el esposo adecuado para Lucius.
- No, papá, no te equivoques. Es él quien no es adecuado para ti. Mírate… no te reconozco. Cada vez que regresamos estás más triste y más demacrado. ¿Acaso quieres morir? Porque a este paso lo vas a conseguir.
- No sé qué decir… Chicos, necesito estar solo un rato.
- Claro, papá. Te vemos luego – ambos le dieron un sonoro beso en la mejilla.

Harry restó pensativo varios minutos. Sabía que sus hijos llevaban la razón, pero él amaba a Lucius. No podía pensar en rehacer su vida con otro, no podía imaginarse estar lejos de él. Quizá algún día cambiaría y luego… luego serían felices. Aunque quizá alejarse sería lo mejor. En el fondo, no creía que Lucius le echara mucho de menos.

- Tus hijos tienen razón – levantó la cabeza. Ahí estaba Draco, otro de sus apoyos -. ¿Por qué no lo abandonas? Él te abandonó desde el primer día…
- No es tan fácil. ¿A dónde podría ir? Además, ¿quién querría a alguien como yo y encima con cuatro hijos?
- Es más fácil de lo que crees. Podrías venir a mi casa. Y yo sí quiero a tus hijos – hizo una pausa y tomó aire para continuar -… y a ti.
- Dra… Draco… - el moreno lo miró con atención. ¿Qué estaba intentando decirle?
- Sé que en el colegio empezaste a sentir algo por mí, me lo contó Hermione hace tiempo. Pero luego conociste a mi padre y todo cambió. Te deslumbró con su porte y su elegancia, con su forma de ser, y te dejaste seducir. Yo tuve que tragarme mi orgullo y sentimientos y asistir, impotente, cada día a tu continua destrucción, sin poder hacer nada más que quedarme a tu lado y observar cómo te vas consumiendo.
- Pero, yo…
- ¿Recuerdas ese sentimiento de hace veinte años? – Harry asintió.
- Empecé a fijarme en ti en quinto, me gustabas…
- ¿Crees posible que aún te guste? – preguntó esperanzado el rubio.
- Draco… eres un hombre guapo, a todos les gustas, yo no iba a ser la excepción. Pero yo… amo a tu padre, siempre ocupará un lugar en mi corazón…
- ¿Crees poder quererme? – el moreno pensó unos segundos la respuesta.
- Creo que sí… al menos puedo intentarlo.
- Entonces, si mi padre ocupa una parte de tu corazón no me molesta, mientras yo pueda ocupar el resto. No te pido que lo olvides, sólo te pido que me dejes quererte y demostrarte qué es sentirse amado.
- Draco… - una lágrima bajó por el rostro del moreno.
- Te prometo que no vas a llorar más, si no es de felicidad. Me ocuparé de mis hermanos, los quiero con locura, y ellos a mí, no será difícil la convivencia. Ya ves… te ofrezco todo lo que te mereces. ¿Qué me dices?
- Yo… esto es algo precipitado, quisiera pensarlo un poco.
- Mañana vendré a por una respuesta.
- De acuerdo, hasta mañana – el rubio posó delicadamente los labios encima de los suyos, en un tierno beso que le demostró todo el amor que sentía por él.

Aquella noche Harry estaba hecho un mar de dudas. Amaba a Lucius, pero Draco le estaba ofreciendo la oportunidad de ser completamente feliz. Estaba en la cama, esperando a su esposo, que, como siempre, llegó tarde. Sin ni siquiera cruzar palabra, se recostó a su lado, sin preocuparse de él. Cuando Harry se hartó de ser ignorado, encendió la luz de la mesita.

- ¿Qué haces? Pretendía dormir… Mañana me levanto temprano – refunfuñó Lucius dándose la vuelta.
- Sólo quería hablar contigo. Seré breve – parecía que había que pedir hora para hablar con él.
- De acuerdo. Dime – aceptó finalmente.
- Me preguntaba si… puesto que el año próximo los gemelos ya irán a Hogwarts, podrías cambiar tu horario y…
- Sabes que eso es imposible – lo cortó tajante.
- Pero quizá Adams, o Harris podrían ocuparse…
- ¿Pretendes que deje mis negocios en manos de esos?
- Esos son tus vicepresidentes – recalcó Harry - y llevan contigo más de treinta años.
- No pienso dejar nada en manos de otros.
- ¿Ni siquiera porque yo te lo pido?
- ¿Tú? – levantó una ceja y medio sonrió -. ¿A qué viene eso?
- Sin los niños me pasaré el día solo. Tú llegas tarde, ¿qué hago yo todo el día encerrado en la mansión?
- Podrías salir, divertirte… Creo que ya no conservas tu juventud, te están saliendo arrugas y tienes ojeras, podrías arreglarlo, para que luzcas bien en las cenas a mi lado.
- ¿Lucir a tu lado? ¿Es eso lo único que te importa? ¿Sólo te preocupas para que yo esté a la altura del gran Lucius Malfoy? ¿Y mis sentimientos? ¿Y lo que yo pueda pensar? – Harry estaba totalmente herido, no podía creer que todos tuvieran razón, su matrimonio era un desastre y él pretendía salvarlo de un naufragio más que asegurado.
- ¿Qué es todo este discurso sentimentalista? – se burló Lucius -. Seguro que alguno de tus amigos te ha llenado la cabeza de tonterías. Nunca les he caído bien…
- No necesito a mis amigos para darme cuenta de las cosas. Buenas noches – dijo Harry en tono muy serio.

Se volteó, apagó la luz y cerró los ojos para no llorar. Al cabo de poco, oyó como Lucius empezaba a roncar. A ese hombre no le preocupaba nada en absoluto. Bueno sí, sólo él mismo.

Por la mañana, cuando despertó, Lucius ya no estaba. Decidió hablar con sus hijos mayores antes de que Draco apareciera.

- Michel, Jeremy, ¿puedo hablar con vosotros un momento?
- Claro, papá – dijo el moreno.
- ¿Has decidido algo? – Michel intuía novedades y estaba impaciente.
- Me temo que tenías razón en todo – suspiró y les contó lo que había sucedido por la noche.
- ¡Te lo dije! No te merece – dijo el mayor.
- Chicos… cuando ayer os fuisteis estuve hablando con otra persona. Me propuso estar con él y ocuparse de vosotros. Sé que os quiere y que también me quiere a mí… Creo… creo que aceptaré su propuesta.
- ¿De… de verdad? – Jeremy sonrió -. ¿Quién es, papá?
- Draco – dijo convencido Michel.
- ¿Cómo… cómo lo has sabido?
- No soy tonto, he visto cómo te mira, cómo se ha desvivido por ti y por nosotros todos estos años, en la sombra, pero siempre a nuestro lado cuando más le hemos necesitado.
- ¿Qué… y qué os parece? Si vosotros no queréis…
- Papá, queremos que seas feliz y sé que nuestro hermano puede conseguirlo. Te quiere, se le nota. Y por suerte no es como padre – afirmó Michel.
- Entonces…
- Sé feliz con él. Te lo mereces – continuó Jeremy.
- Gracias, hijos, espero que vuestros hermanos se lo tomen bien.
- No son tan pequeños, han visto muchas cosas y empiezan a entender. Además, adoran a Draco. ¿No te fijaste en su último dibujo? – le preguntó Michel.
- ¿Qué dibujo?
- El de la familia – le contó su segundo hijo con cara de sorprendido de que su padre no se diera cuenta de nada -. Estabas tú, nosotros, ellos y… Draco.
- ¿Draco? – repasó mentalmente el dibujo -. ¡Por Merlín! Yo creí que era Lucius, ¡son tan parecidos físicamente!
- Sí, pero era Draco. Lo supe por sus ojos. Los de Draco brillan cuando está a tu lado. Los de padre… - Michel calló un segundo, cerrando los ojos y recordando. Lentamente los abrió fijándolos en Harry -, creo que nunca he visto en ellos ningún destello.
- Papá, hagas lo que hagas, estaremos contigo.
- No sé qué haría sin vosotros.
- Ehem, ehem – alguien tosió detrás de ellos y los tres se dieron la vuelta.
- ¡Draco! – exclamó Jeremy lanzándose a sus brazos.
- Vamos, pequeñajo, dejémosles solos – le dijo el rubio a su hermano menor -. ¡Suerte! - añadió Michel al pasar por el lado de su hermano mayor.

Draco estaba nervioso, pero no más que Harry. Se sentó a su lado y le miró fijamente, y en ese momento Harry entendió a lo que se referían sus hijos. Los ojos de Draco emitían destellos plateados, nunca había observado ese reflejo en Lucius. Eso terminó de convencer a Harry de su decisión.

- Harry…
- Déjame hablar, por favor – Draco se puso serio, se temía lo peor y agachó la cabeza, no se sentía con fuerzas de mirarle a los ojos -. He estado ciego todo este tiempo – el rubio alzó la cabeza, quizá había esperanza -. Amaba a una ilusión, me he dado cuenta un poco tarde pero creo que aún puedo cambiarlo.
- Me estás diciendo…
- Que acepto tu propuesta. He hablado con los chicos y les parece bien, te quieren.
- Y yo a ellos.
- Lo sé.
- Y a ti.
- Lo sé también. Ahora lo sé del cierto.
- ¿Y qué hace estar tan seguro?
- Tus ojos – Draco puso cara de no entender a qué se refería, así que Harry le contó con detalle -. Nunca me han mentido, sólo que yo no había aprendido a leer en ellos.
- Harry, te prometo…
- Shhht, sé que seré feliz contigo – unió sus labios con los del rubio, experimentando de nuevo esa ternura que se transformaba en pasión.

Cuando Lucius regresó aquella noche, se metió en la cama como siempre, sin decir nada a Harry. Pero al cabo de un rato se percató de que había algo distinto. Movió su brazo. El otro lado de la cama estaba vacío. Encendió la lámpara de su mesita. Harry no estaba. En su lugar había un sobre. Lo abrió y leyó.

Lucius,

Desde hace mucho tiempo llevo pidiéndote atención sin recibir más que negativas por tu parte. Te he amado, te he dado lo mejor de mí, mientras que no he recibido nada a cambio. No puedo seguir a tu lado porque me estoy consumiendo. Me marcho, aunque podrás seguir viendo a tus hijos cuando quieras.

Te quiere,

Harry



Una solitaria lágrima resbaló por su mejilla. La secó rápidamente, recordándose que los Malfoy no lloran. Harry se había ido, no había sabido retenerle junto a él. Entonces, como un balde de agua fría, un fragmento de una conversación con Draco de hacía un par de días vino a su mente. “Si no cambias vas a perderlo”, le había dicho su hijo. Y él le había mandado callar. Pero lo había perdido. “Harry no se merece a alguien que no se preocupe por él”, había añadido después. Y le había respondido que no se metiera dónde no le importaba. Pero tenía toda la razón. Su ego había borrado lo demás, lo más importante: Harry y sus hijos. “Harry merece ser feliz con otra persona que lo ame y que lo cuide”. Esas habían sido las últimas palabras de Draco antes de salir por la puerta de su oficina.

Dentro del sobre también había una demanda de divorcio. Se le indicaba que, una vez debidamente firmados todos los papeles, reenviara los documentos a una dirección detallada más abajo. Conocía de sobra esa dirección. La de su hijo. Draco y Harry. Su hijo le había advertido de otra persona, pero hablaba de sí mismo.

Furioso, rompió la carta en varios pedazos y los tiró al suelo. Draco se lo había arrebatado todo. Las cosas no quedarían así. Iría a hablar con Harry, para hacerle recapacitar, y ya se encargaría de su hijo. Nadie podía traicionarlo de esa manera.

Un dolor agudo en el pecho le hizo retorcerse de dolor. No podía pedir auxilio, porque estaba solo en casa. No llegaba al teléfono y notaba que empezaba a faltarle el aire.


No estaba su esposo.

No estaban sus hijos.

Estaba solo. Completamente solo.

Solo, porque así lo había decidido con su actitud y con sus actos.


Ése fue su castigo. La muerte fue justa y obró de acuerdo con la vida que había llevado.




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