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Sangre y Extaxis por Ariadne

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Notas del fanfic:

Para Kamus

Notas del capitulo: Draco Von Carstein es de mi propiedad.  Nathaniel es propiedad de Kamus quien me ha permitido usarlo.

Sangre y Éxtasis

 

 

 
Desde el lugar donde se encontraba, Nathaniel podía escuchar hasta el más mínimo sonido que estuviera sucediéndose al final del lugar enfrente de él.  Acababa de tomar un baño y, como ya era su costumbre, se había envuelto en la bata que hubiera usado la primera vez que llegó a la mansión Von Carstein.  Draco le había dicho hace mucho que ya era hora de que la cambiara e incluso le había llevado alguna vez a uno de los Centros Comerciales de la ciudad para que se comprara lo que deseara.  El muchacho se había limitado a comprar unos cuantos cuadernos para el conservatorio y otras cosas que consideraron nimiedades.  Draco se había también limitado a verle, levantando los hombros y siguiendo a la siguiente tienda.

Nathan, como le decía el señor de la casa, sonreía al pensar en todas esas cosas.  Hasta ese día, cada una de sus clases, había sido reproducida para Draco.  Aún no comprendía el porqué de esa petición.  Lo que sí comprendía era el extraño comportamiento del otro.  Ahora que se había detenido en ese instante para recuperarse después de un largo día de estudio, recordó las últimas semanas al lado de Draco.  Había sido en una noche de luna llena que este se había abierto al muchacho y le había hablado con sinceridad, contándole de la historia de su vida.

Draco Von Carstein, le había confesado que era un vampiro.

Ahora, después de un buen rato de estar allí, entregado a observar la naturaleza que parecía tan vívida enfrente suyo, se sintió por un segundo, abrumado, no por la confesión en sí; sino por el hecho de que no se había sentido sorprendido, molesto y menos aún, atemorizado.  Cuando Draco había hablado, Nathan se había quedado en silencio, observándolo y sin darse cuenta, también se había levantado de su asiento, había tomado su violín y se había puesto a tocar.  Justo como lo estaba haciendo en ese momento.

La música fluía de sus dedos y hacia las cuerdas del instrumento, tan delicadamente como esta podía apreciarse. La sonoridad de la música, acompasada por el suave meneo de su cuerpo que se movía al unísono, hacía casi un ritual mágico el momento que en soledad, Nathaniel disfrutaba.  O al menos así lo pensaba.  Tan solo escuchar las notas volar desde el lugar y hasta su cuarto, y Draco se había levantado de su sueño, aún algo atontado por la hora—apenas si estaba atardeciendo—y había caminado casi levitante hasta donde el muchacho se encontraba.

Era casi como entrar en trance al escucharle tocar.  Era como si Nathaniel le llamara con su música, le hipnotizara al punto de saber que haría lo que el chico le pidiera y ni siquiera preguntaría el por qué lo estaba haciendo.

“¿Llevas mucho tiempo ahí?”  Preguntó Nathaniel socarronamente al girarse para ver a Draco en la puerta, su mirada perdida en algún lugar de la habitación.  El vampiro fue condescendiente con la amplia sonrisa que le ofreció como respuesta antes de caminar hacia el interior de la habitación.  “¡Espera!” se apuró a decir el joven, preocupado por el sol que de manera arrogante, entraba por la ventana y casi llegaba hasta el centro de esta.

Draco rió de nuevo, su largo cabello cayendo hacia delante, cuando su cuerpo se inclinó un poco para reír por un par de segundos más, antes de quedarse mirándole de nuevo.  “Lo suficiente.” Respondió él, alargando su mano para que el otro la tomara y se acercara a él.  “¿Qué haces aún en esa fea bata, Nathan?”  Le preguntó burlonamente.

El chico se restregó contra su cuerpo, para abrazarse al Vampiro.  Draco, una vez más involuntariamente, se sintió conmovido por ese hecho.  De la misma manera en que él había confesado por primera vez el tipo de ser que era, de esa misma manera, Nathaniel no había salido corriendo, dejándolo encerrado en la frialdad de su inmortalidad.  También era cierto que ésta había sido la única vez que un humano se hubiera acercado tanto a él. “Te encanta verme en esta bata”, decía Nathaniel, “hace que quieras verme sin ella.”  Dijo riendo, acomodándose entre los fuertes brazos, “¿qué haces despierto a esta hora?”

Draco se limitó al silencio.  Todas sus primeras veces en muchos aspectos apenas si estaban ocurriendo con Nathaniel, pero aún no se atrevía a entregarlas todas.  Besarlo como lo hacía, acariciar su cuerpo y luchar contra sí mismo por el deseo de morderle y con ello de drenar su sangre, era un afrodisíaco al que aún no se atrevía a renunciar—esa sangre tan dulce, tan provocadora—“Nathan…” susurró el vampiro contra el oído del humano, para un instante después, sentir la piel de éste erizarse y el resto de su cuerpo responder a su llamado.

Nathaniel tembló del gusto cuando la voz de Draco le llenó.  Era una de esas experiencias que los humanos jamás sabían como explicar.  Una epifanía quizás, pero era algo tan real que él simplemente no sabía cómo más responder a ella.  Su cuerpo ya lo hacía por él.  Su entrepierna ya temblaba de igual manera, como si hubiese sido convocada por el vampiro para que respondiera a su voz.  Todo su cuerpo temblaba luego, del más honesto placer al darse cuenta que Draco ya le tomaba entre sus brazos y le llevaba a la cama.  Tembló de miedo, cuando su piel reconoció los colmillos del otro deslizarse sobre su piel, tentándolo a caer en la trampa de ellos y ceder su sangre ante quien casi le había devuelto la vida.  “Más…” dijo entre un susurro cuando no solo su cuerpo, sino también su alma temblaron de nuevo al sentir, no los colmillos, pero la lengua que sinuosa, se movía por todo su cuerpo, mientras el calor del final del día le tocaba delicadamente.

Draco obedeció y de nuevo, se negó a morderle, más si le ofreció como en cada encuentro, una probada de su propia sangre.  Quería atarlo a él, a como diera lugar.  De todas maneras, él mismo ya estaba perdido.

 

 

 

Ariadne

Septiembre 17 de 2006


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