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Les Enfants du Paradis por katzel

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Viéndolo así, echado hacia trás, con los cabellos azules desordenados y los brazos abiertos, Pierrot parecía una bailarina dedicada en cuerpo y alma a la danza.

Ingresó a la escena un muchacho. Podría formar con él un dueto armonioso y bien equilibrado.

El recién llegado era un poco más alto y espigado. Sus cabellos rojos no eran ni ondulados ni lacios sino que iban en partes de un extremo a otro. El único ojo visible era de color verde, el otro iba cubierto con la máscara negra que tapaba la mitad vertical de la cara, a pesar de ello brillaba como la única estrella de una noche oscura.

Vestía un enterizo negro que cubría cada centímetro de su piel. En sus manos se confundía con los guantes del mismo color y a la altura de las piernas con unas botas largas que llegaban hasta las rodillas.

Ágil como un felino se acercó a Pierrot y lo tomó por la cintura.

- ¿Me esperabas? - dijo de manera juguetona

Pierrot se zafó de su abrazo con un movimiento y se puso en guardia.

- ¿Cómo sabías que estaría aquí?

- ¿Y dónde más podría estar el tierno Pierrot? Sabía que estarías encaramado en algún mirador, observando a ese patético grupo de bichos.

- ...

Colocó una mano sobre su cadera

- Eres demasiado romántico...

- No he pedido tu opinión - respondió el joven enrojeciendo y mirando hacia un lado.

El otro colocó su mano bajo la barbilla de Pierrot y la alzó hacia él.

- Deja ya de prestarles tanta atención...

Retrocedió.

Era la eterna persecución. Arlequín, el rojo artífice de las matanzas más crueles, quien hacía correr ríos de sangre por sus manos le rondaba siempre. Pierrot sentía un rechazo instintivo hacia él. Sabía que no compartían el mismo espíritu. Arlequín era incapaz de contemplar la belleza del mundo vivo. Se burlaba cínicamente de todo lo que le conmovía como la lluvia, el amanecer o la inocencia.

A pesar de ello no podía evitar sentirse nervioso cuando se acercaba. Sobresaltábase si lo notaba espiándole y al contacto se erizaba su piel como si sus manos llevaran fuego.

Arlequín no parecía realmente afectado por su rechazo. Se limitaba a sonreír sin dejar de mirarlo.

Le gustaba particularmente la vida que le había sido destinada. No podía esperar a comenzar su trabajo. Segar vidas, decía era el creativo trabajo de un artista. El asesinato debía ser bastante estético en la acción, el medio y el fin. Como una obra teatral. Ese momento infinito en que el alma vuela al más allá le era atesorado y deseable.

- Debemos salir esta noche - dijo una tercera voz grave y serena.

- ¿Debe ser esta noche? - preguntó entristecido Pierrot.

Arlequín no dijo nada pero mordió su labio inferior con los ojos brillantes.

- Así es. - asintió el hermoso Polichinela saliendo a la luz.


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