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Les Enfants du Paradis por katzel

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Era frío...

Esa sensación persistía en todo aquel que había tenido la suerte de apreciarlo pocos minutos antes de su muerte.

Era bello...

Aún con la máscara del macabro cuervo blanco se adivinaban sus rasgos de estilizada hermosura.

Una media cola derramaba por igual en sus hombros los celestes cabellos. Entre ellos podía seguirse la línea delgada de su cuello y más arriba la barbilla y los labios delicados.

Dio dos pasos en dirección a los jóvenes. Parecía mayor que ellos por su naturaleza suave y apacible. A su paso apenas parecía desplazarse y todo él derramaba una gracia inugualable.

A diferencia de sus compañeros, no gustaba de exhibir su traje original cuando no era estrictamente necesario.
En esa ocasión cubría sus excelsas formas un sobretodo largo y ceñido a la cintura. Dejaba una pequeña ranura para ver los pliegues de una camisa bordada de encaje con mangas algo anchas y unas botas también blancas en la parte inferior.

Inalterable y grácil, su sola presencia imponía admiración, autoridad y respeto. A Pierrot le maravillaba su capacidad para apreciar la belleza y su impecable juicio estético. Arlequín admiraba su frialdad y pulcritud en el asesinato.
Él no se sentía ni próximo ni lejano. Reconocía que compartían una esencia y un hermoso pecado, pero no pensaba en sus anhelos como iguales, para él la vida no era una carga, menos un festín sangriento de odio.

Lo único que lograba despertar su corazón era la belleza.

Desconocía a que se debía que algunos humanos naciesen con tan extraordinarias formas. Intentaba no juzgarles, sin embargo, debido a su larga experiencia, la hermosura nacida de la bondad le era preferida pues tenía una aureola dulce como el néctar de una flor. Muy por el contrario, la belleza y la maldad aunque eran tentadoras no ejercían sobre él soberbio atractivo ni deseo de posesión alguno. Más bien le repelían y le parecían vanas esperanzas de imitar la perfección. En lo hondo de su alma era un insulto falsear un objeto sencillo y bueno.

Silencioso se volvió para regresar al teathré des varietés seguido de sus compañeros quienes también iban entregados a sus profundas reflexiones.


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