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Primera vista... por Aome1565

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Notas del fanfic:

Los personajes y la historia son creación totalmente mía... cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia... xDD

Notas del capitulo:

Si... desaparecí por un tiempo, pero es que aunque haya estado escribiendo, lo hacía en un cuadernillo pues el teclado de mi pc estaba ya hecho trizas... apenas y servía... ahora tengo uno nuevito... ^^

Bueno... como tantas otras veces, este fic salió de la oscuridad una noche en que me sentía morir por el dolor de espalda... tanto que imaginé unas manos mágicas hacerme masajes... y allí tienen la idea principal del fic... jeje, es algo tonta, pero qué más da... yo soy así...

...y antes de irme... dejo un beso enorme a Blair que prometió ser la primera en dejar review... yo te quiero mucho, nenaaa!! =)... gracias por aguantar mis locuras por el msn... n,nUU

...ahora sí... no aburro más... U¬///¬

 

 

 

 

 

Primera Vista...

 

by: Aome...

 

-Ha sido un viaje largo -dijo para si mismo al bajar del avión con una media sonrisa en sus labios-. Cuanto calor -volvió a decir y empezó a caminar hacia la gran estancia del aeropuerto, pasando una mano por entre sus cabellos color chocolate. Disimuladamente desabrochó otro de los botones de su camisa, dejando ver más de la morena piel de su pecho.

 

Al ingresar a la gran sala una ráfaga de aire fresco lo recibió, pasó a través de las puertas corredizas automáticas y se quitó los lentes oscuros, dejando ver claramente sus ojos azul marino.

 

Dan acababa de llegar a Japón a pedido de un productor y director de telenovelas, amigo suyo, para trabajar como maquillista únicamente del protagonista de una telenovela pronta a estrenarse en Canadá.

 

El ojiazul localizó, en el lado opuesto del lugar al que él se encontraba, a un joven alto de cabellos azulados, buscando a alguien con la mirada. Decidió sorprenderlo con su llegada, yendo hasta él, perdiéndose entre la gente, para llegar a sus espaldas.

 

Dan abrazó al peliazul por detrás con algo de fuerza y luego lo soltó.

 

-Buenos días, Ryntaro -dijo el de cabellos color chocolate con una melosa sonrisa, al ver al otro voltearse.

 

-¡Dan! -exclamó algo sorprendido y, con aire de elegancia, se quitó los lentes.

 

Ya había anochecido cuando terminó de desempacar. Decidió pasearse por todos y cada uno de los recovecos del lugar, recordando viejos tiempos, hasta encontrarse frente a aquel librero de la sala, en el cual destacaba un grueso libro con cubiertas color café. Dan lo retiró y acarició la portada con las yemas de sus dedos, leyendo en un susurro las palabras impresas en color pergamino: "Chocolate en una tarde sin ti". Luego lo abrió, encontrando aquella rosa azul ya disecada, que hace once años, en su última visita a Japón, Ryntaro le había regalado, robándole un beso.

 

*Flash Back*

 

Ryntaro tuvo que regresar a Japón, razón por la que Dan y él debieron volver a separarse. Pero esas vacaciones el ojiazul se encontraba en esa enorme plaza, en el centro de la ciudad, esperando a su amigo de azules cabellos.

 

Un brazo le rodeó la cintura desde atrás y el inolvidable aroma de su amigo lo hizo voltearse, encontrándose de lleno sin distancia entre sus labios y los del peliazul. Se dejó llevar por ese beso, su primer beso, para luego mirar a su amigo con los ojos brillantes.

 

-Creo que no es equivalencia pero quédatela -dijo extendiendo su brazo, enseñando una rosa pequeña y de un extraño color azul.

 

Dan sonrió y volvió a besar al de los ojos verde-azulado.

 

*Fin del Flash Back*

 

El de cabellos color chocolate cerró el libro y lo abrazó, para luego abrirlo en la primer hoja en blanco, en la cual estaba escrita a mano, con una caligrafía ligera y de finas líneas, una dedicatoria a alguien que no existió, o al menos no por ahora, en la vida de Dan:

 

"Para ti, que lejos de mi te encuentras...

Solo estoy aquí, sosteniendo entre mis manos una taza de chocolate caliente, tratando de encontrar en ella el calor de tu cuerpo, que poco a poco de mí se va alejando..."

 

Dan suspiró al leer aquello que hacía años que había escrito eso pensando en ese alguien de sus sueños, a quien sin darse cuenta, como en una fantasía, había amado y que lentamente se había alejado.

 

 

 

Esa noche durmió intranquilo, pensando en que tal vez su destino sería estar solo, soñando, pensando y maquillando. Ya todos se habían alejado de él: su padre, quien lo desheredó al enterarse de su homosexualidad; el resto de su familia, que tratándolo como adefesio, le negó el alojamiento; sus amigos de la academia, que mal parado lo dejaron. Ahora debía tratar de confiar en su madre, quien amablemente le cedió ese apartamento allí, en Japón, para que no pasara peores tiempos; y más que en nadie, debía volver a creer en Ryntaro, su única manera de salir adelante.

 

 

A la mañana siguiente un fuerte golpe en la ventana despertó a Dan, quien se levantó de la cama con pesadez, y frotándose los ojos con los puños, se acercó al cristal, viendo a Ryntaro en la acera, recostado sobre su auto azul, sonriéndole. El de cabellos color chocolate abrió los altos ventanales y se apoyó en el balcón.

 

-Ya estás retrasado una hora, dormilón. Hasta debo venir a buscarte -decía el peliazul.

 

-Me había olvidado de todo. Lo siento. Dame dos segundos y bajo. Pidió el de los ojos azul marino y se alejó del balcón. Ryntaro observó su reloj.

 

-Uno... dos -contó con el moverse de la agujita, y Dan abrió la puerta del frente, vistiendo una camisa azul a medio abotonar y por fuera de los pantalones ajustados en color chocolate, haciendo juego con sus desordenados cabellos; y con las agujetas de sus zapatos negros desatadas.

 

-Dos segundos -dijo y se colocó los finos lentes con elegancia.

 

-Mejor arréglate, no querrás verte así frente a Mikael -decía Ryntaro aguantando las ganas de reír.

 

-Me tiene sin cuidado lo que el mocoso piense -aclaró Dan, girando la cabeza mientras se arreglaba la camisa.

 

-Como su maquillista personal deberás dar una buena primera impresión. Y hasta fíjate, luces estupendo así -terminó de decir, mientras que por sus ojos pasó un brillo de lujuria.

 

-Ay, ya. No me mires así y vámonos, ¿quieres?

 

Ambos subieron a auto y emprendieron camino al estudio de grabación en el que momentáneamente se preparaban para luego empezar a grabar en un recorrido por las calles de la cuidad.

 

Al llegar había bastantes personas, algo impacientes, esperando fuera del estudio.

 

-Lo siento, chicos, pero cierta personita me ha retrasado -se disculpó el peliazul, observando con algo de molestia fingida a Dan, quien bajaba del coche con completa elegancia-. Les presento a Dan, el nuevo maquillista de...

 

No terminó de hablar, pues un jovencito bastante más chico que Ryntaro se acercó con rapidez al susodicho y lo abrazó por el cuello.

 

-¿No me has traído otra chica, cierto? -preguntó sonriendo. Luego se separó del de ojos verde-azulado y colocó una mano en su cadera mientras a la otra la dejaba caer a un lado. Movió ligeramente la cabeza, corriendo de su frente los rebeldes cabellos negro azabache que caían sobre ésta, dejando ver más claramente sus dorados ojos, observando a Dan que se acercaba a paso lento.

 

Ambos se observaron a los ojos fijamente. Mikael no podía dejar de observar aquel par de ojos, lo hipnotizaban de una forma extraña. Sentía como por sus pálidas mejillas subía un intenso ardor, mientras que por dentro se estremecía y miles de escalofríos le recorrían la espalda a mil por hora. Veía al dueño de esos ojos aproximársele. Se notaba extraño, como nunca. Tenía ansias por  poder acercársele más y más, abrazarlo, sentirse entre sus brazos. De su cuerpo emanaban calores que parecían escaparse. Estaba envuelto en una extraña sensación... sabía que todo eso llegaría algún día con ese alguien que tanto soñaba... ¿acaso eso era amor a primera vista?

 

-Estate tranquilo que no soy una chica -dijo el de cabellos color chocolate, enseñando una sonrisa, observando los dorados ojos del chiquillo, los cuales parecían atraerlo como si de una fuerza mayor que la gravitación se tratase. Simplemente no podía dejar de mirarlo. Y es que no sólo sus ojos le gustaban, porque si, le gustaba, sino que todo en él era atractivo: sus cabellos negros azabache contrastando con su nívea piel, y ese par de ojos dorados y brillantes, resaltando en ese perfecto rostro de nariz pequeña y respingada y boca pequeña enmarcada con unos labios gruesos y colorados. Toda perfección encerrada en el cuerpo de un jovencito de apenas dieciseis años, esbelto y de una estatura de no más de 1,75.

 

Sacudió la cabeza levemente y, siguiendo a su amigo de cabellos azulados, pasó junto al chiquillo, dedicándole una última mirada, en la cual hubo un extraño chispazo que sacudió a ambos de la cabeza a los pies.

 

-¿Qué te parece mi estrella? -preguntó el poseedor de los ojos verde-azulado con algo de diversión.

 

-Mmm... Nada mal -admitió en un tono dubitativo-. Es hermoso... -pensó, diciéndose a sí mismo que eso que sentía era un amor a primera vista.

 

-A mí no me mientes, te gusta. Tus ojos te delatan... ese brillo dura desde la primera y creo que única vez -decía Ryntaro metiendo las manos en los bolsillos de sus pantalones-. Su camarín es el último cuarto del pasillo.

 

Dan se volteó y se perdió por el pasillo contrario al que el peliazul le había señalado,  para luego poder ir a su destino sin parecer demasiado interesado.

 

Golpeó la puerta del camarín de Mikael con los nudillos, pero sin recibir respuesta, razón por la que ingresó en la habitación lentamente, asomando sólo la cabeza por detrás de la puerta, encontrándose con el jovencito de negros cabellos en boxers, sin camisa, colocándose unos pantalones negros con algo de dificultad.

 

Dan se sonrojó y cerró la puerta.

 

-Perdón, no debí abrirla. Lo siento -se aseguraba a disculparse desde detrás de la entrada.

 

-No hay cuidado, puedes entrar -contestó el chico, abriendo la puerta. El ojiazul no pudo evitar quedar embobado con lo que veía: el pelinegro de pie frente a él, con los pantalones negros desabrochados, y junto con sus cabellos, contrarrestando con la nívea y descubierta piel de su pecho, y sus felinos pero alegres ojos dorados resaltando desde lejos.

 

-Perdón -atinó a decir el de los cabellos color chocolate, sin poder dejar de pensar en que ese chiquillo le había robado el corazón.

 

-Ya no te lamentes y entra. No me molesta, enserio -decía el ojidorado sonriendo dulcemente.

 

Dan siguió al jovencito dentrote la espaciosa habitación y apoyó el maletín negro con todo el maquillaje en la mesada de mármol blanco debajo del espejo de pared a pared, rodeado de foquitos de iluminación leve.

 

Mikael se dirigió hacia el perchero y tomó dos camisas: una en rosa oscuro y una en el mismo tono, pero en rojo, casi bordó.

 

-¿Cuál queda mejor? ¿Rojo o rosa? -preguntó, observando el perfil del moreno, sintiendo el sonrojar de sus mejillas. El mayor se giró y se quedó observando ambas camisas alternativamente, hasta que sus ojos azul marino se detuvieron sobre la del color rosa oscuro, la cual indicó con el dedo índice.

 

-Esa va perfecto con tu expresión de niño -señaló el de cabellos color chocolate-. Pero es un halago, chiquillo, no vayas a enfadarte -aclaró al ver formarse un puchero en los labios del menor, quien sonrió y se sonrojó antelo últimamente dicho.

 

Antes de ponerse la camisa, el pelinegro se llevó una mano a la nuca y giró la cabeza varias veces, clara señal de contractura. Dan lo vio y le quitó la camisa   de entre las manos.

 

-Gran contractura es la que llevas, chiquillo -dijo, enseñando algo de preocupación en su rostro.

 

-Son los nervios -aclaró el menor.

 

-Entonces conocerás a mis famosas manos mágicas. Siéntate allí y empecemos -fue diciendo el moreno mientras indicaba a Mikael cómo sentarse, pues necesitaba su espalda libre, es decir, con el pecho pegado al respaldo de la silla-. Relaja todo tu cuerpo, haz de cuenta que de ti cuelgan piezas de acero... todo el cuerpo te pesa...

 

Dan susurraba sus palabras, al principio acariciando la espalda del ojidorado con las yemas de los dedos, ascendiendo hasta su cuello, volviendo a bajar. Luego colocó una mano en cada hombro, y con sus pulgares, empezó a ejercer presión desde la nuca, bajando hasta donde estaban sus manos, descendiendo más, presionando la columna vertebral con los pulgares, luego abarcando la espalda con las yemas de los dedos. Subió nuevamente hasta la nuca y continuó ascendiendo, masajeando parte del cuero cabelludo, mientras acercaba su rostro a los cabellos negro azabache, aspirando ese embriagante aroma a cerezas.

 

-Todo el cuerpo te pesa, te pesa, te pesa -iba diciendo el ojiazul, sonando como un eco en  la cabeza ahora en blanco de Mikael, quien sentía el subir y el bajar de los dedos del mayor sobre la piel de su espalda.

 

El de cabellos color chocolate se detuvo masajeando la nuca y los hombros del menor, quien había entregado su cuerpo a las verdaderas manos mágicas de su maquillista.

 

-¿Mejor? -preguntó en un susurro, acariciándole delicadamente los cabellos.

 

-Realmente mejor. Tienes manos mágicas -le respondió el ojidorado, amagando querer levantarse.

 

-Quédate así, me encargaré de tu rostro ahora, ¿de acuerdo? -dijo el de los cabellos color chocolate y le apoyó ambas manos en la espalda, acariciándosela, para luego retirarse hasta donde estaba su maletín, del cual extrajo varios pomos de crema. Eligió uno de un tono más oscuro que el de la piel de Mikael y colocó algo del contenido en sus manos.

 

Dan empezó a masajear el rostro del ojidorado, esparciendo sobre la piel de éste la pastosa sustancia. Las yemas de sus dedos recorrían la frente del pelinegro, bajaban por la sien hasta los pómulos, las mejillas, los párpados, ascendían por la nariz, pasado directamente al mentón. Con suaves toques repitió el recorrido y se alejó un tanto del rostro del menor, observándolo así, relajado, con sus hermosos ojos dorados cerrados y sus labios pequeños y colorados entreabiertos.

 

Unas ansias enormes de besarlo envolvieron al de cabellos color chocolate, pero se contuvo y sacó de su maletín un pequeño contenedor circular y chato y un pincel de cerdas cortas y suaves.

 

Dan se sentó en una banqueta frente al ojidorado, quien lo observaba expectante.

 

El ojiazul abrió el contenedor, revelando aquella semi-rígida sustancia de color coral suave, casi del mismo color que los labios del menor.

 

Se acercó al rostro del chico, quien se moría por besar los tan cercanos labios del mayor, sintiendo las respiraciones de ambos chocar.

 

De los cuerpos de los dos emanaban embriagantes calores. Mikael  se sentía cada vez más atraído a ese hombre que estaba robándole los sentidos, mientras Dan sentía que toda razón iba escapándose de su ser, pensando sólo en probar la pequeña boca del chiquillo.

 

-Perdóname, pero no resisto -dijo el de cabellos color chocolate en un sensual susurro y eliminó toda distancia entre sus labios y los des jovencito.

 

Se apoyó en esos labios en un candente roce, probando su dulce sabor.

 

Mikael no esperaba que Dan lo besase, pero con gusto cerró los ojos, complacido, dejando que el beso fuese más que un contacto.

 

Ambos degustaban del sabor del otro, friccionando sus labios, deseando poder acercarse más.

 

El ojiazul podía respirar la vehemencia escapándose del cuerpo del menor, chocando contra el suyo, robándole los sentidos, embelesándolo. Ese chiquillo lo había hechizado, lo había enamorado desde la primera vez que sus ojos se cruzaron. Ahora podía sentirlo tan cerca, notar quedamente como ese joven cito de dorados ojos iba rindiéndose en ese beso.

 

Notaron que al aire no podían hacerlo esperar, razón por la cual se distanciaron, observándose a los ojos con cierto embeleso.

 

-Disculpa, no debí haberlo hecho. Lo siento -se disculpaba Dan, apenado por haber reaccionado así, conociendo por boca de su mejor amigo cómo ese chiquillo se había deshecho de todas sus maquillistas.

 

-No importa, puedes seguir en lo que estabas -dijo el pelinegro, sonriendo dulcemente.

 

El de cabellos color chocolate parpadeó varias veces, ya que a esa respuesta no se la esperaba. Pero antes de que el menor cambiase de opinión, se dispuso a cargar de pintura labial el pincelito que sostenía en una mano.

 

-No me refería a eso -se extrañó Mikael-. Sino a esto -dijo y extendió ambos brazos, tomando al de los ojos azules por el cuello de la camisa, acercándolo más, para besarlo tímidamente en los labios. Dan se dejó llevar, estando completamente sonrojado, notando la forma en que sus labios ardían ante tal contacto.

 

-Diez minutos -dijo la voz de Ryntaro al otro lado de la puerta, logrando que ambos se separasen. El ojiazul, a sabiendas del porqué de la interrupción de su amigo, se dispuso a terminar en el rostro del jovencito lo que había empezado, ya observándose los dos con otra clase de mirada, una empalagadamente dulce, y las mejillas sonrojadas.

 

Dan no perdía detalle de lo que Mikael hacía o no, observándolo siempre a escondidas, disimulando ante todos, menos a los ojos de Ryntaro, quien desde que aquellos dos se vieron, notó que se habían gustado.

 

 

 

El resto del día transcurrió agitado, tanto como el ojiazul jamás había visto, pero por primera vez se sintió dentro de un grupo en el cual no lo discriminaban por ser homosexual. Pero más importante aún, sentía cómo sus ojos brillaban, cómo a su cuerpo lo envolvía una ardiente sensación cada vez que Mikael lo miraba fijo y le sonreía dulcemente sin ocultar aquel sonrojo que le daba un aire tan aniñado a su rostro.

 

El pelinegro, mientras tanto, podía sentir la candente y profunda mirada del de cabellos color chocolate sobre él, la cual parecía atravesarle las ropas y hacerlo sudar demás.

 

 

 

Los días iban pasando rápidamente y las grabaciones fuera de los estudios se retrasaban debido al mal tiempo, ya que necesitaban al menos un día de sol.

 

Aquella tarde de jueves las grabaciones se habían suspendido, pero dos personas, casualmente, no se habían enterado de eso.

 

-¿Dan?, ¿por qué estás afuera? -preguntó el de los ojos dorados al ver al mayor  parado fuera de los estudios de grabación.

 

-Hoy no hay... -empezó a decir, pero se vio interrumpido por el pelinegro, quien se abalanzó sobre él y, abrazándolo por la cintura, lo hizo retroceder hasta llevarlo bajo el toldo de una de las tiendas vecinas.

 

-¿Qué te ocurrió? -preguntó el ojiazul, extrañado por el comportamiento del menor, quien sonrojado, se atrevió a verlo a los ojos.

 

-¿No te gusta que te abracen? -respondió Mikael con otra pregunta.

 

-Lo siento, es que no me siento así hace mucho y eso hace que esté raro.

 

-¿Qué es lo que sientes? -se extrañó el ojidorado, hurgando con la mirada en los profundos ojos azules del mayor, pero tan profundos y lejanos eran que en ellos nada pudo llegar a ver.

 

-Nada, olvídalo -respondió, evadiendo la pregunta y la mirada del jovencito, adivinando en ese par de dorados ojos sus ocultas intenciones-. ¿Me acompañas con un café? -preguntó luego del silencio que se había producido entre ambos. Los ojos del menor se llenaron de brillo al ver la bonita sonrisa que el otro le ofrecía.

 

-Está bien, pero... empezará a llover, ¿hay algo abierto?

 

Dan señaló una cafetería-pastelería cruzando la plazoleta en medio de la de carretera que ante ellos se extendía.

 

-Allí sirven algo exquisito que hasta tiene ingrediente secreto -decía el pelinegro con una sonrisa en sus labios, aferrándose cariñosamente al brazo del ojiazul que sintió su corazón dar un vuelco al ver tan radiante sonrisa adornar el rostro del chiquillo.

 

Ambos cruzaron tranquilamente aquella plaza, observándose de reojo de vez en cuando. Iban bien juntitos, alejando el frío que los rodeaba; silenciosos y sonrojados sentían una fuerte atracción el uno por el otro, algo jamás experimentado que, a cada uno por su lado, lo hacía sentirse extraño, con un vacío por dentro y una gran necesidad de al menos saberse en presencia del otro. Era raro, porque desde la primera vez que se habían visto, ambos sintieron algo mayor que una fuerza entre los dos, y luego aquel repentino beso que terminó por acercarlos más. Lo que sentían era más que obvio, se habían enamorado y se les notaba, pero algo también impedía que supieran y/o adivinaran los sentimientos del otro.

 

A paso lento y con las mentes revoloteando en el aire, llegaron ante la puerta de la cafetería. Dan la abrió y dejó que el ojidorado entrase, para luego seguirlo, siendo recibido por un intenso y cálido aroma a café.

 

El de los cabellos color chocolate aspiró profundo, dejando que aquella tibieza lo recorriera internamente de una manera dulcemente lenta. Sintió un suave jalón en su brazo para luego volver a la realidad y notar que Mikael lo guiaba hacia una de las mesas del fondo, junto a la vidriera algo empañada.

 

-¿Está bien aquí, Dan? -preguntó, usando esa tierna mirada que trataba de buscar la respuesta sólo en ese par de profundos ojos azul-marino.

 

-Donde tú escojas está bien -respondió el ojiazul, sonriendo con ternura, haciendo que sobre las pálidas mejillas del menor apareciera un notorio sonrojo que lo dejó aún más adorable.

 

Tomaron asiento alrededor de la pequeña mesita cuadrada de madera tosca y oscura.

 

-Dan... ¿Te gusta el chocolate? -preguntó nuevamente el pelinegro, tratando de romper aquel molesto silencio.

 

-Me encanta... ¿algún problema? -fue la respuesta del mayor, observando aquel inocente brillo en ese par de dorados ojitos que ahora lo observaban curiosos.

 

Al instante se acercó una jovencita que algo tímida preguntó qué ordenarían. Mikael, sin responder a la pregunta del de cabellos color chocolate, respondió a la mesera con una sonrisa y señalando la cantidad con los dedos:

 

-Dos de los de siempre.

 

La chica lo anotó y se alejó con una sonrisa.

 

-¿Lo de siempre? -se extrañó el ojiazul, recibiendo como respuesta sólo una pícara sonrisa y una leve guiñada de ojo, a lo que Dan atinó a sonrojarse mientras se moría de ganas por probar nuevamente aquellos labios que le sonreían, que de seguro y era más exquisitos que cualquier cosa con ingrediente secreto.

 

Decidió dejar de observarlo de esa forma y se perdió tras la ventana, sin percatarse de que ahora Mikael lo contemplaba, con el mentón sobre el dorso de sus manos con los dedos entrelazados y los codos clavados en la mesa. Su mirada era serena, pero en ella también brillaba el deseo de tener más cerca aquel cuerpo; sus labios reclamaban desgastar aquella boca que se había atrevido a robarle un beso, y todo su ser pedía a gritos un poco más de contacto con ese que le robaba el sueño.

 

La presencia de la jovencita que había tomado la orden sacó a ambos de sus cavilaciones. Se voltearon hacia ella, quien colocó frente a cada uno un vaso de alto y ancho de vidrio, lleno de leche humeante, con un sorbete y dos barritas de chocolate. La muchacha se retiró, dejando solos a los otros dos.

 

Dan observaba lo que tenía enfrente con un gran interrogante.

 

-¿Qué has ordenado, Mikael? -preguntó observando fijo aquellos ojos dorados.

 

-Lo llaman submarino -respondió con una sonrisa-. Revuélvelo con el sorbete para derretir el chocolate.

 

Dan, bajando la vista a su vaso de leche, empezó a agitarlo suavemente. El ojidorado, por su parte, movía circularmente el sorbete sumergido en su propio vaso con una mano, mientras en la otra apoyaba su cabeza para observar obnubilado al mayor, aspirando aquel aroma a chocolate, que empezaba a recordarle a él.

 

El hielo entre ambos poco a poco fue derritiéndose con esas candentes miradas que se lanzaban, esas dulces sonrisas que iban y venían, o simplemente con una que otra palabra que los llevó a una animada charla por la cual cada uno supo mucho más del otro.

 

Mikael se enteró del dramático pasado del ojiazul, quien pareció haberse desahogado al contarlo todo, y supo que la única vez que había tenido un noviazgo había sido con Ryntaro, la única persona que se mantuvo a su lado.

 

Dan, por su parte, oyó de los labios del propio pelinegro que hacía poco tiempo, sólo con haber visto los ojos más bellos y profundos del mundo, se enamoró de un hombre por primera vez. Esto desilusionó un poco al mayor, pero, al gustar aquel chiquillo de un hombre, podría tratar de ganarse su corazón, y hasta tal vez, tenerlo entre sus brazos para toda su vida.

 

Para ellos la tarde pasó volando, y cuando lo notaron ya estaba anocheciendo. Ya habían pagado la cuenta, razón por la cual por sobre la mesa sólo estaban apoyados los codos de Mikael que observaba con ojitos dulces al mayor, quien no podía dejar de sonreírle.

 

La mesa era lo suficientemente pequeña como para que sus rostros fueran quedando a pocos centímetros. Esa era una cruel tortura. Estar así de cerca de de los labios de aquella persona que secretamente amaban era realmente una tortura, pero sentir que el otro exhalaba sobre sus labios, o aspirar el embriagante y cálido aroma de quien tenían enfrente era enloquecedor, tan enloquecedor que, por un arrebato, ambos redujeron cualquier distancia, uniendo sus labios en un suave beso que terminó al instante.

 

-Es tarde -susurró Dan contra los labios del menor y se levantó de su silla, saliendo con algo de rapidez del local, dejando al pelinegro allí, en la misma posición, con la mirada perdida en al puerta por la que había salido el ojiazul, mordiéndose levemente el labio inferior.

 

-Hubiese muerto por más -se dijo para luego salir él también en dirección a su apartamento.

 

 

 

Esa noche, nuevamente, Mikael le robó el sueño al de los cabellos color chocolate, que deseaba poder abrazarlo, sentir el calor de aquel cuerpo bajo sus mismas sábanas, besarlo hasta que sus labios queden adormecidos. Él estaba más que enamorado y no le costaba admitirlo. Lo deseaba... todo el tiempo pensando en él, viendo sus ojos en cualquier parte, extrañándolo todas las noches aunque jamás lo haya tenido allí...

 

Mientras, el chiquillo derramaba lágrimas silenciosas por encontrarse así de solo. Su apartamento estaba aislado de cualquier otra persona que no fuera él, porque aunque no estaba lejos del casco céntrico de la cuidad, nadie más que él lo pisaba.

 

Ahora, otra noche más en que todo el piso se encontraba solo como una cueva en medio de dos montañas, Mikael podía sentir aquella soledad, podía respirarla y hasta palparla; la frialdad del lugar le daba escalofríos, y él, encontrándose en la cama, solo, no hacía más que tener ganas de llorar. Para eso al menos la soledad le servía... nadie le vería llorar.

 

 

 

Una semana pasó rapidísimo, Mikael y Dan salían juntos del estudio de grabación, luego de algunas horas de rodaje, y se hacían compañía durante un rato hasta que empezaba a anochecer.

 

Se habían hecho muy buenos amigos, aunque deseasen ser más que eso.

 

Todo entre ellos era una completa ironía: uno estaba enamorado del otro y viceversa, pero, a la vez, no conocían los sentimientos que embargaban a la otra persona, dándoles a pensar que tal vez no eran correspondidos.

 

Aunque aquella mañana de sábado todo comenzó realmente agitado. Actores, vestuaristas, maquillistas, asistentes y demás corrían de un lado para otro, ya que una soleada y otoñal mañana como esa no podía desperdiciarse. Todos se preparaban para el rodaje fuera de los estudios.

 

Dan podía sentir los nervios del ojidorado, y hasta lo notaba distante, cosa algo chocante para el de los cabellos color chocolate, pues se había acostumbrado a sentirlo cerca.

 

-Hoy estás raro, ¿qué ocurrió? -preguntaba Ryntaro a su amigo que se encontraba recargado en una pared, con la cabeza gacha, suspirando seguidamente.

 

-No es nada -respondió mientras se disponía a irse.

 

-¿Qué harás esta noche? -preguntó el peliazul, tomando al otro de una de sus muñecas.

 

-Bien sabes que prefiero quedarme en casa los sábados por la noche -respondió para luego soltarse del agarre y marcharse de allí.

 

Curiosos un par de ojos dorados observaban aquello disimuladamente y dos oídos se percataban de no dejar escapar una sola palabra de todo lo dicho. Mikael empezaba a planear algo que lo ayudaría a salir de su timidez con el ojiazul.

 

La filmación fuera de los estudios duró hasta el anochecer con una hermosa escena en el "Parque de los cerezos" durante el ocaso. Tanto el pelinegro como Dan hubiesen deseado que éste último estuviera en el lugar de la co-protagonista, pero por ahora no era posible... al menos por ahora.

 

-Ya habrá lugar para eso -pensó el ojidorado cuando las luces se apagaban.

 

Millie, aquella jovencita que tenía el papel secundario principal de la telenovela, se acercó a Mikael, y con un leve sonrojo pero sin cohibición, preguntó:

 

-¿Quisieras acompañarme a tomar algo?

 

El de los cabellos color chocolate oía todo desde una distancia prudencial mientras se hacía el distraído. Vio, luego, como el pelinegro levantaba la vista hacia la chica y le sonreía dulcemente antes de contestar. El ojiazul no quiso quedar desilusionado con la respuesta que creía el chiquillo iría a dar y se alejó del lugar, sin poder oír el resto de la conversación...

 

-Ya tengo planes, lo siento.

 

-No importa, alguna otra vez será -dijo ella con una sonrisa mientras se volteaba-. Suerte con Dan -susurró antes de marcharse, observando el notorio sonrojo del ojidorado, quien, ya sin poder mentir, sonrió y se encaminó hacia el trailer que funcionaba  como camerino, donde lo esperaba su maquillista, que sostenía un frasco de loción desmaquillante y trocitos de algodón.

 

-¿Cómo debo maquillarme para gustarle a alguien en una cita, Dan? -preguntó de repente cuando el mencionado se hincaba ante él, que se encontraba sentado, para empezar a quitarle todo el cosmético pasando el algodón húmedo por su rostro.

 

-Si quieres gustarle a alguien... no te maquilles... eres muy bonito ya así y de seguro la afortunada jovencita quedará más que encantada con alguien como tú, te lo aseguro -susurraba el mayor contra los labios del chiquillo mientras terminaba de limpiarle el rostro.

 

Mikael quedó sorprendido ante aquella respuesta, simplemente no se la esperaba, y mucho menos que el de los cabellos color chocolate empezara a hacerle suaves masajes, usando sus mágicas manos.

 

-Hoy te noté muy tenso... no querrás llegar así a una cita, ¿no? -decía el ojiazul, ocultando la tristeza que sentía al pensar que aquel niño del que se había enamorado estaría saliendo con alguien más.

 

El pelinegro no contestó, sólo suspiró pausadamente al notar que Dan, desde detrás suyo, le desprendía la camisa, para luego, deslizando los dedos por su pecho, ascendía y le quitaba la prenda para continuar con los masajes, esta vez ya sin barreras que lo molestasen.

 

Aquellas manos estaban volviéndolo loco. El tacto estaba lleno de magia y fuego, lo quemaba y lo reconfortaba, lo hacía desear más que un simple toque, quería que ese par de mágicas y candentes manos recorrieran todo su cuerpo, que lo incendiasen, y que, si hasta fuera necesario, lo llevasen al mismísimo infierno.

 

Sin quererlo, de entre los labios del pelinegro se escapó un gemido extasiado. Estaba delirando prácticamente, y aquello no era bueno, pero igualmente no dejaría que se detuviera, pues todo su ser estaba dispuesto a morir porque esas manos continuaran tocándolo.

 

Mikael sintió que su camisa volvía a su lugar original, y luego la respiración del mayor muy cerca de su oído. El ojiazul, en un sensual tono, susurró:

 

-Así te ves hermoso...

 

Él salió del camarín, colocándose su abrigo, dejando al chiquillo completamente sonrojado y confundido, pero es que si no se detenía sus manos seguirían su recorrido, haciendo suya toda la extensión de su piel. Simplemente moría por acariciarlo.

 

Dan se sonrojó al estar pensando en todo aquello. Soltó un suspiro y no dejó de caminar, ahora sintiéndose más que desilusionado. No creyó que un simple jovencito pueda hacerlo sentirse así.

 

Mientras, el ojidorado se encontraba aún sentado en donde aquel de los cabellos color chocolate lo había dejado. Todavía fantaseaba con un par de manos mágicas, y ahora su cuerpo parecía haber aumentado de temperatura y clamaba a gritos a ese que había atravesado la puerta, dejándolo allí, solo...

 

-Esto se termina aquí -se dijo levantando la cabeza y sonriendo con un brillo lujurioso en los ojos.

 

 

 

Pasaban ya de las 11 de la noche. Dan estaba más que solo en su apartamento, no sabía ya cómo derrotar esa maldita soledad y cualquier remedio le sugería, principalmente, estar acompañado de cierto ojidorado.

 

-¡Pero es que está comiéndome la cabeza, el chiquillo ese! -dijo el de los cabellos color chocolate elevando un poco la voz.

 

En ese instante oyó un suave golpear en su puerta. Con algo de frustración se dirigió hacia ésta, la abrió de un tirón y, mirando hacia abajo, como si le hablara a un niño, gritó:

 

-¡No son horas!, ¡no quiero tus...! -se calló al instante, al observar a alguien más alto que una niña exploradora, razón por la cual fue subiendo la vista por los jeans desgastados casi blancos, a la altura de la rodilla terminaba un corderito (N/A: yo conozco con el nombre de corderito esas chaquetas todas suavecitas, blanditas y acolchonadas, con una capucha que tiene el borde peludito) en color café, por debajo una camiseta roja de cuello alto, para luego, al terminar el recorrido por el esbelto cuerpo, quedar entre embelesado y sorprendido con aquel rostro pálido incrustado con un par de gemas doradas observándolo-. ¿Mikael? -preguntó como si se tratara de un espejismo.

 

-Quiero que me acompañes en esta noche y no acepto un no como respuesta -dijo calmado y con cierta voz de mando.

 

-Entonces espérame aquí que ya vuelvo -fue su sí poco directo, haciendo pasar al pelinegro a la sala. Luego subió las escaleras para volver con una camisa del mismo color que el de sus ojos y unos pantalones en marrón oscuro, casi negro.

 

Se acercó hasta donde el chico estaba, junto al perchero, y se colocó una chaqueta larga de tweed en distintos tonos de marrones.

 

-Vamos -dijo finalmente, abriendo la puerta y dejando pasar primero al ojidorado.

 

 

 

Caminaron por la cuidad nocturna durante una hora, más o menos, sin saber qué decirse. Estaban igual que dos adolescentes enamorados (aunque uno de ellos todavía era adolescente). De vez en cuando se lanzaban miradas de reojo, y cuando azul y dorado se encontraban, un chispazo eléctrico se producía, quemando el aire que los rodeaba, logrando que sus rostros se sonrojaran y sus corazones acelerasen su palpitar.

 

Sin saber exactamente cómo, llegaron a un parque mirador en un nivel más alto que el resto de la cuidad.

 

-Una vista hermosa, ¿no crees? -dijo Mikael, girándose a ver al mayor, quien parecía estar pensando en qué decir mientras observaba la luminosidad de la vida nocturna en la cuidad.

 

-Si, hermosa vista... pero más hermoso eres tú -dijo Dan, empezando a soltar todo aquello que guardaba. Suspiró y siguió-: Mira, Mikael, desde la primera vez que te vi, sentí algo que me hacía querer estar atado a ti, una atracción especial... me enamoré de ti sin remedio, y todo lo que ocurrió después hacía que te deseara más... si en este momento tienes ganas de volarme un golpe, hazlo... -se volteó hacia él, observándolo fijamente.

 

El ojidorado frunció el seño falsamente y, parándose sobre las puntas de sus pies, se acercó al rostro del mayor mientras alzaba una mano, pero la apoyó suavemente en la mejilla del otro y lo besó con delicadeza.

 

-Si tuviera que pegarte porque acabas de decirme lo que sientes hacia mí, pégame también tú a mí -confesó en un susurro mientras se alejaba lentamente-. Tú, tus ojos y tus manos me han cautivado... y esto que siento cuando te me acercas es algo que simplemente hace mucho no me pasa... y verás, es la primera vez que no me cohíbe el haberme enamorado de un hombre...

 

-Pero... -susurró el de los cabellos color chocolate, algo turbado... si mal no recordaba, aquel jovencito le había dicho que estar enamorado de un hombre con...

 

-Los ojos más hermosos y profundos que jamás he visto -continuó hablando Mikael-. Se parecen a los océanos... y son tuyos... me enamoré de esos ojos, tus ojos -dijo el chiquillo de cabellos negros, quedándose allí, de pie, observando fijamente esos profundos ojos que ahora dulcemente lo observaban.

 

Dan se sorprendió ante aquellas palabras, pero no pudo evitar acercarse a él y tomarlo por la cintura, aproximando sus cuerpos. Y aquella cercanía aumentó cuando el ojidorado pasó ambos brazos alrededor de su cuello, parándose en puntas de pie, siendo acorralado por el mayor contra las vallas bajas del final del mirador.

 

Sus ojos se cruzaron un instante que pareció alargarse una eternidad y que terminó cuando sintieron juntarse sus labios-.

 

En ese mismo instante empezó un fogoso beso, como ningún otro, cargado de pasión, de insaciable hambre. Aquello era más que un roce profundo, más que un simple beso. Ambos sentían que se les iba la vida en ello, pero se veían capaces hasta de morir en ese mismo instante.

 

El poseedor de los ojos dorados se aferró con más fuerza al cuello del mayor, relajando el resto del cuerpo, quedando completamente embelesado ante tales sensaciones. Toda fuerza se le escapaba, distintos calores lo invadían, perdía cualquier rastro de razón; si en ese momento el cielo les caía encima no le importaba, con tal de quedarse allí, aferrado a ese hombre, a su cuerpo, a su boca, respirando su mismo aire, haría cualquier cosa.

 

Dan, por su parte, sentía la fuerza, la candente vehemencia de aquel beso, en ese par de labios que estaba besando, aspiraba la calidez de la agitada respiración del menor chocando contra la suya, y es que eso le enloquecía. La pequeña e inocente boca del pelinegro poseía un dulce e indescriptible sabor, era algo adictivo que producía mil y una sensaciones a la vez.

 

Sintió como el chiquillo se relajó entre sus brazos sin soltar el agarre en su cuello. Notó como su camiseta roja se subía un poco, enseñando su pálido y terso vientre. El ojiazul llevó una mano, y luego la otra, hasta ese trozo de piel al aire libre, abrazándose a la estrecha cintura del pelinegro, acariciando su piel en un delicado toque, pero deteniéndose sin cortar el beso mientras trataba de calmar sus ansias por poder recorrer aquel cuerpecito en toda su extensión.

 

Mikael sintió ese par de manos recorrerle la cintura y se estremeció, se sacudió levemente entre los brazos del mayor, soltando un gemido que murió ahogado en su boca.

 

La falta de aire se hizo presente en ambos, haciendo que se separasen, observándose fijamente a los ojos con expresiones que mucho querían decir.

 

-Te quiero, Dan -dijo el chiquillo de ojos dorados albergando en sus mejillas un intenso rubor. El mayor sonrió tiernamente, para luego besarle la frente, la nariz, y al llegar a los labios, susurró meloso:

 

-Yo igual, mi niño.

 

El beso no fue tan largo como el anterior, y aunque fue sólo contacto labial, si fue dulce y fogoso en gran medida.

 

-¿Te acompaño a casa?.. Ya es tarde -dijo el ojiazul en un susurro que dejó salir sobre los labios del menor.

 

-No quiero regresar a casa -sollozó el pelinegro al borde del llanto, abrazándose al cuerpo del mayor.

 

-No vayas a llorar -susurró el de los cabellos color chocolate, estrujando aún más al cuerpo de su chiquillo entre sus brazos, acariciándole los cabellos dulcemente-. ¿Qué quieres que haga yo por ti? -preguntó soltando un suspiro, adivinando la respuesta.

 

-Quiero quedarme contigo -dijo el menor, tímidamente, mientras se sonrojaba y hundía su rostro en el pecho de quien lo abrazaba.

 

-Vamos, entonces.

 

Dan soltó un poco el abrazo y besó suavemente los labios del de los ojos dorados para luego tomarle la mano izquierda, entrelazando los fríos dedos del ojidorado con los suyos.

 

-A esta mano la tienes fría -dijo el mayor sonriendo divertido.

 

-Los abrigos modernos traen un solo bolsillo -respondió el pelinegro con gesto de mofa.

 

El de los cabellos color chocolate dejó el abrazo sin dejar de aferrar la mano de su niño, llevándosela a su propio bolsillo.

 

-Así no tendrás frío... y estarás más cerca -terminó susurrando el ojiazul en el oído del menor, quien no pudo evitar sonrojarse-. Eres adorable -dijo luego de observar su rostro completamente colorado. Se aproximó quedamente y dejó un beso sobre una de las encendidas mejillas, provocando un sonrojo mayor por parte de Mikael.

 

Él sonrió y agachó un poco la cabeza, algo cohibido por aquel halago. Ese hombre sabía decirle lo que le encantaba oír.

 

Caminaban silenciosos, recorriendo aquellas calles sumergidas en la noche. Ambos estaban completamente callados, pero ese silencio era distinto esta vez, ahora sabían que con las manos unidas de aquella manera, y sin las palabras, se decían mucho; las miradas obnubiladas que le lanzaban solían encontrarse con fuertes chispazos, provocando sonrojos y sonrisas. De vez en cuando sus labios se encontraban en un dulce y fugaz beso que no se atrevían a profundizar en plena calle, pero que sabían que era más que cualquier cosa.

 

Cuando parecieron haber perdido la pista del tiempo, se toparon con la oscura puerta de la casa de Dan, quien, con la mente vacilando entre la cordura y la locura a la que ese chiquillo la invitaba, lo hizo pasar a la sala, y como todo un caballero, le quitó el corderito y lo colgó en el perchero, junto a la puerta. Hizo luego lo mismo con su tweed.

 

-Espérame un momento aquí, yo iré a ver que todo allá arriba esté en orden para que estés cómodo, yo dormiré en el sofá -dijo el ojiazul y se volteó hacia las escaleras. Inconsciente mente se llevó una mano al primer botón prendido de su camisa y lo desabrochó, haciendo eso con casi la mitad de los botones rápidamente, cuando sintió al pelinegro tomarlo por el codo y devolverlo hacia sí. El de los cabellos color chocolate chocó contra el cuerpo del menor, y antes de poder reaccionar, sus labios fueron atrapados por los del ojidorado, empezando a arrastrarlo a quien sabe qué lugar. Aquella sensación lo embargaba nuevamente y no quería que se fuese.

 

-No quisiera dormir solito -susurró Mikael entre medio del beso, aferrándose con ambas manos a la nuca del mayor. Luego sintió cómo una de las manos de éste, en un ágil y rápido movimiento por encima de sus ropas, descendió por una de sus nalgas, su muslo, y, usando poca fuerza, Dan lo levantó en brazos como a un niño pequeño, sin dejar de besarlo.

 

El último roce que los cuerpos de ambos habían tenido fue lo que hizo que las ansias del ojiazul por sentir su piel contra la de su niño estallaran, razón por la cual se atrevió a llevárselo lentamente a su cuarto, subiendo a tientas las escaleras, teniendo sus ojos cerrados, concentrándose en aquella boca.

 

La habitación estaba oscura, aunque por la ventana entraba la luz de la luna que se atrevía a colarse a través de las cortinas.

 

Lentamente el mayor dejó sentado a un tímido ojidorado sobre la cama mientras de manera queda lo iba abordando, reclinándolo, pero Mikael se enderezó y se abrazó al torso del de los cabellos color chocolate, soltando un sollozo.

 

-Tengo miedo, Dan... Jamás he hecho esto... y menos con un hombre -admitió en un susurro cohibido. Sabía que algún día debería enfrentarse a esto, y cuando conoció lo que realmente es estar enamorado de alguien se propuso nunca dudar, pero él aún no estaba del todo listo.

 

-Está bien... está bien... no haremos nada que tú no quieras -lo tranquilizó el ojiazul, soltando un suspiro. Había esperado bastante por poder estar así con el chico y ahora éste se echaba para atrás, pero... ¿qué iba a hacerle?... era nada más que un niño frente a su primera vez y no iría a obligarlo... lo amaba demasiado y lo esperaría cuanto fuese necesario.

 

-Dan... -susurró Mikael, como temiendo que alguien lo escuchara.

 

-Si, mejor vamos a dormir -dijo el mayor y le besó en la cabeza, queriendo adivinar los pensamientos del pelinegro.

 

-Estoy listo -volvió a susurrar, abrazándose con menos fuerza al de los cabellos color chocolate, respirando con tranquilidad, dejando que el aroma de ese hombre lo llenase por completo.

 

-Mikael -dijo el ojiazul, soltando un poco el abrazo para observar ese par de gemas doradas que iluminadas por la luna aún más bonitas se veían-. Eres hermoso, mi niño -susurró sobre sus labios, para luego empezar a besarlo.

 

Una sensación embriagante más fuerte que antes se apoderó de ambos, robándoles el aliento, llevándolos a quién sabe dónde, haciendo que cualquier rastro de cordura los abandonase. El tiempo corría, pero sólo existían ellos; habían perdido idea del tiempo o el lugar, sólo eran capaces de besarse hasta que llegase el fin del mundo, acariciarse, despertando esa fogosidad oculta en cada tramo de piel, oyendo el latir del corazón del otro como si fuera un sonido amplificado.

 

Quedamente su ropa fue cayendo al suelo, dejándolos completamente desnudos, teniendo la posibilidad de acariciarse con más que las manos... ahora también con los ojos.

 

Lo que Dan tenía frente a sus ojos lo maravillaba. Su chiquillo allí, desnudo, entregado completamente a sus manos, sus labios y sus ojos. Ayudado por ese par de maestras manos se dedicó a recorrer toda la extensión de ese cuerpecito, intimando el contacto con su nívea piel, explorándola también con los labios, probando de lo que creía le sería negado tantas veces.

 

El menor se sentía extasiado de placer, embriagado, al sentirse acariciado por el ojiazul, por sus expertas manos, que estaban conduciéndolo al mismísimo cielo. Ya con la mente nublada, llena de aquel varonil aroma desprendido del cuerpo del de cabellos color chocolate, decidió aprovechar aquella primera oportunidad como no habría otra y empezó a recorrer con queda pasión la morena piel de ese hombre que estaba volviéndolo loco.

 

Las manos de ambos, como si de manos de ciegos se tratase, acariciaban toda la extensión de la piel del otro en un vehemente roce, capaz de quemar todo lo que a su paso se atravesaba.

 

Lentamente suaves gemidos iban llenando la habitación mientras sus respiraciones se agitaban estrepitosamente y se descompasaban. Sus cuerpos sudorosos brillaban bajo la tenue luz de la luna que se colaba por la ventana. No se cansaban de besarse y acariciarse, pero sus cuerpos clamaban por una unión más intima y profunda que, aunque lenta y sofocante, empezó arrancándole al chiquillo de dorados ojos lágrimas y jadeos que el mayor se encargó de hacer desaparecer lentamente, dejando sólo el placer de amarse como en esa única primera vez.

 

Mientras sus cuerpos iban y venían al mismo ritmo en ese candente compás, sus labios se besaban con frenética y ardiente dulzura y sus manos se recorrían memorizando cada tramo de esa sudada y fogosa piel; los ojos de ambos se fundían en algo más que una mirada, en algo más que cualquier roce, que cualquier gemido.

 

Dan estaba completamente extasiado al sentirse rodeado de aquella forma tan exquisita por la pequeñez de su niño, sumándole a eso los hermosos ojos dorados del chiquillo en los que la luna parecía destellar, sus labios hinchados y colorados besándolo con vehemencia y de entre los cuales escapaban tan candentes y tímidos gemidos, sus cabellos negros adheridos a su húmeda frente, y sus mejillas tiernamente sonrojadas. Esa imagen era la de un hermoso angel completamente embriagado de placer.

 

De repente ambos se sintieron en una montaña rusa, soltando en gritos encandilados el nombre del otro, ascendiendo hacia un cielo de satisfacción, acariciando nubes y besando mariposas. Mikael se vio lleno del mayor, quien se relajó, abrazándolo, respirando con dificultad, sintiendo la calidez que ese jovencito emanaba y que tanto lo ofuscaba. El ojidorado cerró el abrazo, deseando jamás separarse de ese hombre de azules ojos que tanto le había hecho sentir por primera vez.

 

-Te amo, Mikael... te amo con toda mi alma -susurró Dan en el oído del chiquillo a su lado, abrazándolo fuertemente sin necesidad de quitarle el aire.

 

Aquellas palabras se enterraron en el pelinegro de manera profunda. Ocultó su rostro al notar como tibias lágrimas iban humedeciendo sus mejillas. No sabía por qué lloraba, pero sentía que necesitaba hacerlo, y ya sin pensarlo, soltó todo ese llanto que pugnaba por salir.

 

-¿Qué te ocurre, mi niño?, ¿te lastimé?, ¿te sentiste mal? -preguntaba el mayor, incorporándose sobre la cama, aún con el chico abrazado a su cuerpo. Al no tener respuesta sólo lo abrazó con fuerza, empezando a mecerlo con delicadeza en un suave vaivén de su torso; quedamente el ojidorado fue acomodándose entre las piernas cruzadas del mayor, hundiendo el rostro en la curvatura de su cuello, respirando con lentitud.

 

-Estoy bien... no me lastimaste, es más, fuiste sutilmente dulce conmigo... y no me ocurre nada, sólo que jamás oí unas palabras con tanto sentimiento, y mucho menos hacia mí... -respondió el menor, acurrucándose entre los brazos del moreno, que ahora lo acunaba como a un bebé-. No soy un niño para que me acunes, pero me gusta estar así contigo...

 

-No, no eres ya un niño, pero para mí eres y serás siempre mi niño y no lo cambiarás... te amo -terminó de decir el de los cabellos color chocolate y se acomodó en la cama, recostando al menor en su pecho delicadamente, como si de una muñeca de porcelana se tratase, para luego cubrirlos a ambos con la frazada.

 

-Dan... ¿Crees en el amor a primera vista? -preguntó el pelinegro, trazando pequeños círculos imaginarios sobre el pecho desnudo del mayor.

 

-¿Crees que me hubiera jugado al todo o nada al declararte lo que sentía al haber visto tus ojos si no creyera que uno puede enamorarse a primera vista? -respondió el de los ojos azules, cerrándolos y aspirando el dulce aroma de los cabellos de su niño, dedicándose a escuchar su acompasada respiración como si de una sinfonía de Beethoven se tratase.

 

-Te amo -fue el último susurro de la noche, salido de entre los labios del de los ojos dorados. Luego todo quedó en silencio. Ya mañana será otro día en que podrán enamorarse de seguido durante 24 horas, sólo con verse a los ojos... podrán enamorarse a cada minuto, a cada segundo con cada mirada... podrán enamorarse a primera vista...

 

 

 

...Fin...

 

 

 

Notas finales:

Bien... cómo quedó?... empalagoso, verdad?... es tan dulce y yo sentí tan fuerte las sensaciones que describo allí que me sonrojé toda y la cara me parece arder... ^///^UU

Dejen reviews!! ^0^

Aome...


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