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Wind of Gold por Camui Alexa

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Hacía un par de días desde que Rina y Hideto regresaran de la casa del Shogun, y esa tarde el joven cepillaba su largo cabello negro con entusiasmo sentado frente al espejo sin prestar demasiada atención a su reflejo. Rina lo miró un momento, sorprendida con la sonrisa que adornaba el rostro de quien hacía las veces de su hermana menor.
– ¿Qué es lo que te hace tan feliz?
– No lo sé.
– Si fueras una mujer, podría jurar que te has embarazado de algún amante.
Hideto dejó oír una risa ligera.
– Tienes ideas muy raras. ¿De dónde sacas eso?
– Te brillan los ojos.
– ¿De verdad?
– Hai.
– Pues no tengo idea del motivo. Tal vez porque es un bonito día.
– ¿Bonito día? Pero si está amenazando tormenta desde la mañana. Creo que te has golpeado la cabeza.
– Quién sabe.
Rina puso los ojos en blanco. No entendía en absoluto la actitud del muchacho, pero era mejor que verlo consumirse como un cabo de vela azotada por los vientos de la amargura.
– Date prisa. Tenemos que salir pronto.
– Hai, hai.
Toda esa velada, Hideto hizo su trabajo mejor que nunca, riendo con facilidad ante cualquier broma y moviéndose con una gracilidad aún más refinada que de costumbre. Sus clientes no podían sacarle los ojos de encima ni un solo momento.
Rina le miraba con desconcierto y un dejo de envidia. Jamás habría adivinado que el joven tras la máscara de la maiko en realidad deseaba con toda su alma que el tiempo transcurriera más a prisa. Justamente ese día, el hijo del Shogun había prometido hacer un trato con el Ama, y usar el nombre de su padre si la mujer se negaba. A su regreso, todo estaría arreglado y Tetsu le estaría esperando para llevarlo con él.
Cuando, con los primeros tintes del alba, volvieron a la casa, su corazón latía desbocado. El camino de regreso le había parecido eterno.
La puerta se abrió para recibirles, pero Tetsu no estaba ahí. Sin embargo, el Ama mandó a Rina a su habitación y ordenó a Hideto que se sentara frente a ella. Él obedeció, sin poder ocultar del todo un temblor en sus manos.
– Tengo que hablarte.
– Escucho.
– Si tú así lo quieres, tus días en esta casa pueden terminar hoy mismo. Alguien se ha ofrecido a liberarte de tu deuda... pero a cambio tendrás que acompañarle y obedecerle.
– Es...
– Es un hombre, claro está. Y es muy obvio lo que quiere de ti, a pesar de que saber que no eres una mujer – lo observó sonrojarse profundamente –. No tendrías más remedio que obedecer, pues le pertenecerías por completo. A cambio, ha prometido que se encargará de ti como es debido.
– Entiendo – su corazón latía tan fuerte, que temía que fuera a escapársele del pecho.
– ¿Querrías ir con él y liberarte de esta casa para siempre?
– Hai – no pudo evitar que su voz temblara un poco.
– ¿Estás completamente seguro?
– Hai.
– Eso pensé. He aceptado el trato por ti. Reúne algunas de tus cosas, porque vendrá a buscarte en cuanto amanezca.
– Se lo agradezco mucho, Madre – se inclinó hasta tocar el piso con la frente. Se puso en pie lentamente, intentando ocultar su emoción.
– Lleva contigo una ropa que te abrigue bien. El sobrino del Shogun te llevará a las tierras de su familia, y en el norte el clima es muy frío.
– ¿El norte? – sintió que la sangre se congelaba en sus venas –. ¿Cuál es su nombre?
– Sakurazawa Yasunori. Supuse que ya lo sabrías.
En shock, Hideto cayó al suelo. Las lágrimas brotaban de sus ojos sin que pudiera detenerlas.
– ¡No, Madre! ¡No puedo ir con él!
– Es tarde ya. He recibido su pago y ya no puedo dar marcha atrás.
– Pero...
– Levántate ya y marcha a tu habitación. Has puesto en peligro mi nombre y el de esta casa por tiempo suficiente.
– Madre, por favor. ¡Él no! Él no...
– Ve y arregla esa cara. No vas a seguir manchando mi orgullo.
Hideto negaba frenéticamente con la cabeza, ocasionando que su cabello se soltara de su peinado.
– No puedo.
– No vas a hacerme esto. Acepta tu deber o escapa de él con honor.
El joven sintió algo golpear su mano. Abrió los ojos y miró el objeto, reconociendo la forma de una daga por entre las lágrimas que no dejaban de brotar de sus ojos.
– Eres el hijo de un samurai y una noble geisha. Por una sola vez en la vida, actúa como se espera de ti.
Los temblorosos dedos del muchacho se cerraron sobre la vaina de la daga. Con los largos cabellos de ébano cayendo sobre la mitad de su rostro, se puso en pie, dirigió a la mujer una reverencia y se encaminó a su pequeño cuarto.
Ella lo miró como a un incendio que empieza a sofocarse. La tarde anterior, tan sólo unas horas antes, el joven hijo del Shogun Ogawa se había presentado ante ella.
– Estoy interesado en la maiko más hermosa de esta casa.
– Todas las hijas son bellas a los ojos de una madre.
– Hideko. Quiero llevarla conmigo. Pagaré el precio que sea – dijo, hablando con la arrogancia que le permitía su linaje.
– Mis damas no son frutas a la venta, mi señor.
– Seguramente no desea que la casa Ogawa retire el favor que le tiene, ¿o me equivoco?
– En verdad, creo que usted no conoce bien el objeto de su deseo.
– Muy por el contrario. Conozco el motivo por el cual alguien con su talento sigue siendo una maiko. No es preparación lo que le falta a Hideko... ¿o puedo llamarle Hideto en su presencia?
Se había sentido furiosa. A pesar de sus esfuerzos, el secreto se había revelado, y en más de una ocasión.
– Me temo que aún así, me es imposible cumplir su deseo.
– Sakurazawa san se le ha adelantado.
– Puedo pagar un precio mucho más alto que él.
– No lo dudo, mi señor. Pero él ya ha pagado su precio, y no puedo volver atrás mi palabra. Si usted desea negociar con alguien por su posesión, tendrá que ser con él.
Tetsu se puso pálido de ira, pero en sus ojos ardía la determinación.
– ¿Dónde puedo encontrarlo?
– Después del amanecer, estará en la ciudad.
El Ama volvió a la realidad al escuchar una llamada en la puerta. Tuvo que reprimir una sonrisa al encontrar ahí a Sakurazawa Yasunori. Estaba decidida a no dejar pisotear su orgullo, a alzarse vencedora de las trampas que otros buscaban tenderle. Como siempre, estaba un paso más adelante que el resto de las personas.

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