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Wind of Gold por Camui Alexa

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– ¿Lo ves? Sabía que este día llegaría alguna vez – comentó Rina alegremente mientras le arreglaba el cabello.
– ¿Cuál será mejor usar? – preguntó tomando uno de los enjoyados broches de cabello.
– Mh. Varios de ellos. Hoy es un día especial. Por fin alguien ha solicitado expresamente tu presencia sin siquiera mencionar otro nombre.
Hideko paseó la vista por los alfileres de cabello, los abanicos, obis y demás objetos que había en su habitación. Todos habían sido regalos del hijo del Shogun. Al pensar en esto, una sonrisa apareció en su rostro.
– ¿Qué voy a hacer si cometo un error? ¿O si mi cliente me pide que cante?
– Eso no va a pasar, Hide chan – y, sin ánimos de discutir el tema, se concentró en apretar con fuerza el obi torno a su cintura.

~

Aunque su caminar era el estudiado paso de una maiko, su pecho latía a toda velocidad al bajar del carruaje que le llevó a su destino. Respiró hondo al llamar a la puerta, donde una mujer le dejó entrar y le llevó hasta un diminuto cuarto de té.
– Bienvenida.
Apenas pudo hacer su reverencia, pues sentía que le faltaba el aire. Aquél era el hombre que debía entretener esa tarde, un joven de piel blanca y largos cabellos negros, sin duda hijo de una distinguida familia samurai. El mismo que lo había atacado meses atrás a la orilla del río.
– Eres puntual.
– No es nuestra costumbre hacer esperar – dijo agradeciendo que su voz no temblara –, Sakurazawa san.
– Pasa, por aquí.
Hideko caminó grácil hasta un cuarto más amplio que le indicaba el hombre. El lugar estaba casi en penumbras, iluminado sólo por una mortecina flama en una esquina. Se volvió en cuanto sus ojos captaron los contornos de un enorme futón en el centro de la habitación, pero la puerta ya se había cerrado y pronto se vio sujeto por fuertes brazos que el empujaban hasta el futón.
– ¡Basta! – suplicó, forcejeando inútilmente por salir de debajo de su cuerpo, apartar sus besos de su cuello y detener las manos que apartaban sin cuidado los pliegues de su kimono.
– Puedes parecer una geisha debajo de toda esa seda y maquillaje, pero esos ojos son inconfundibles.
Hideko lo miró a los ojos un momento, paralizado de miedo, antes de que sintiera la mano cerrarse con fuerza entre sus piernas y su lengua invadir su boca.


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