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Wind of Gold por Camui Alexa

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Las fiestas en la casa del Shogun se extenderían por varios días, y Rina pasaba la mayor parte del tiempo en compañía de Kitamura Ken. Ese día, el segundo de su estancia, Hideko vestía el kimono que le había sido regalado por Tetsu. El día anterior había pasado el tiempo conversando con algunos de los caballeros que se prendaban de su belleza en cuanto le acariciaban con la mirada. Ese día, esperaba poder pasar al menos un rato con su anfitrión.
Antes de acercarse, miró largamente su figura envuelta en los sutiles matices del atardecer, de pie en la parte más alta del puente, protegiendo su rostro del sol con un abanico.
– Konnichiwa.
– Konnichiwa, Ogawa sama – respondió ocultando a la perfección su sobresalto.
– ¿Qué ocupa tu mente?
– Admiraba el paisaje.
– Deberías verlo en primavera – dijo, por primera vez orgulloso de los jardines de su casa.
– Debe ser hermoso. Pero encuentro muy bellos los colores del otoño. Todas las estaciones son hermosas; sólo que su belleza es diferente.
– Cierto. Ven, quiero mostrarte un lugar – le guió por el campo hasta una colina, donde cada vez era más difícil avanzar –. Este era mi lugar especial cuando era niño. No pensé que fuera tan duro para una chica.
Hideko sólo rió, cuidando su kimono de la tierra y la humedad, pero sin dejar de avanzar.
Llegaron hasta un mirador natural, desde donde podía apreciarse todo el lugar, incluyendo el brillo del sol sobre el río. Tetsu prácticamente tenía que soportar el peso de ambos, pues el lugar era estrecho y cualquier paso en falso significaría una caída de casi dos metros.
– ¡Qué vista tan hermosa! – tuvo que contenerse para no exclamar demasiado alto
– Lo es. Sólo siento que sea tan estrecho – dijo temiendo que Hideko se sintiera incómoda con la forma en que el poco espacio los empujaba el uno contra el otro –. Lo recordaba más grande – rió –. Venía aquí cuando era niño, cada vez que mi madre o mi padre me reñían por algo. La vista de algo tan hermoso siempre ayudaba a calmar mi espíritu.
– Es... indescriptible – su voz era suave, cuidadosamente modulada. No reflejaba en absoluto la emoción que brillaba en sus ojos, en su sonrisa y en los delicados dedos de marfil que se sujetaban a sus hombros. Nunca había experimentado nada que se pareciera a esa sensación, a admirar los colores del cielo al atardecer desde la altura, con el viento llenando sus pulmones de los aromas del bosque y, sobre todo, de la cercanía de Tetsu.
– Hideko...
– ¿Hai?
– Eres hermosa. Muy hermosa.
Su única respuesta fue una risita evasiva.
– Hay algo importante que debo decir.
– Escucho.
– Quiero que estés conmigo. Por siempre.
De nuevo, no hubo contestación.
– Te amo. Amo no sólo tu belleza, sino...
Hideko no decía nada, pero su rostro estaba serio y sus ojos vagaban por los árboles, su interés por los colores del cielo ya completamente desvanecido.
– Quédate a mi lado. Sé lo que vas a decir de las reglas que te atan, pero... es posible. No sería la primera vez que sucede. Puedo pagar a tu casa el precio que sea, liberarte de esa jaula de seda y flores... El Ama no podría negarse, e incluso si lo hace, mi padre puede... – su voz era desesperada, y Hideko sólo movía negativamente la cabeza.
– Te amo, Hideko. Si dices que no me amas, no volveré a decir esto nunca más. Pero si sientes lo mismo que yo... aunque parezca una locura... haré lo que sea para que estemos juntos. Incluso si tengo que huir de mi casa sin honor y robarte para llevarte conmigo, lo haré.
Dificultosamente, Hideko tragó saliva.
– Eres un cliente para mí. Tan gentil, tan amable... pero...
Bruscamente, Tetsu le obligó a mirarle a la cara.
– Mírame a los ojos cuando lo digas.
No podía hacerlo. Había sido entrenado para fingir en cada momento de su vida, pero ahora no podía hacerlo. El sentimiento era demasiado fuerte. Una solitaria lágrima resbaló por su mejilla.
– ¿Por qué? Cada día veo en tus ojos el mismo sentimiento que hay aquí – se tocó el pecho –. Ahora mismo, tus ojos me gritan “sálvame, libérame”, pero tu voz no quiere corresponderme. Dímelo – suplicó –. Con sólo una palabra, serás libre. Incluso serás libre para decidir si quieres ser mi esposa o no. Si te quedas conmigo, tendrás todo lo que puedas desear, nadie volverá a decirte qué hacer, nadie volverá a mirarte con desprecio o como si fueras un objeto... Sólo dime la verdad. Por favor...
Los brazos que sujetaban sus hombros temblaban suavemente, pero sus profundos ojos castaños no dejaban de mirarle con intensidad a través de las lágrimas.
– ¿Por qué? ¡¿Por qué no dices nada?! – le sacudió, desesperado y furioso. Nunca había deseado algo con tal intensidad; ni siquiera la aprobación de su padre. Nunca había deseado a una mujer de ese modo, sin importar si era noble, geisha o cortesana. Nunca antes había amado.
En un arrebato de furiosa pasión, apretó su frágil figura contra su cuerpo, forzando sus labios en un beso que había deseado por muchos días con sus noches.
Hideko sintió su corazón detenerse, los recuerdos y los temores llenando su mente en un violento caudal. Con toda su fuerza, se apartó y la intensidad de sus emociones le impidió exhalar un grito.

~

 Tetsu entró en el cuarto, olvidando dejar las geta en la entrada y vociferando a todos los sirvientes que se retiraran. Su cuerpo temblaba, apenas sintiendo el peso de la inmóvil figura en sus brazos.
Una vieja mujer extendió un futón sobre el tatami, y tan pronto como Tetsu colocó ahí a Hideko, se acercó con la intención de examinarle.
El joven le apartó las manos, empezando a desatar el obi él mismo. Ella le miró con desconcierto.
– He dicho que todos afuera.
La mujer sólo continuó mirándolo, como si le invitara a reconsiderar sus palabras.
– Tengo derecho a ella – mintió, terminantemente. Ella le hizo una reverencia y salió del cuarto. Verdad o mentira, las palabras del hijo del Shogun eran una ley en esa casa, opacadas sólo por la voluntad de su padre.


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