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Wind of Gold por Camui Alexa

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Hideko despertó con la sensación de haber tenido un mal sueño. Sus ojos estudiaron con curiosidad los labrados del techo, hasta que recordó que su casa no poseía esos lujosos techos a bajorrelieve. De golpe, los sucesos al lado de Ogawa Tetsuya regresaron a su mente, ocasionando que jadeara con violencia y se incorporara en el futón en que se hallaba. Llevaba puesta la parte baja de un gi de seda negra, pero su torso estaba completamente desnudo, salvo por una venda que le cubría un hombro.
– Al fin despertaste.
Se volvió, encontrando a Tetsu de pie en el extremo opuesto más alejado del cuarto. Instintivamente, cubrió su pecho con los brazos, cerrando las manos en sus delicados hombros. Su cabello caía libremente por su espalda, y el maquillaje había desaparecido de su rostro y sus hombros.
Tetsu dejó oír una risita burlona.
– No es como si tuvieras algo digno de esconderse ahí.
No se movió. El shock era demasiado intenso y sus ojos ya empezaban a ponerse vidriosos.
– Ahora veo por qué no querías responderme.
– ¿Qué quiere de mí?
– No estoy seguro. Ya no.
– Haré lo que diga, sólo... – su voz se quebró y las lágrimas empezaron a rodar por su rostro.
Tetsu lo miró largamente. Quizá su tradicionalista padre exigiría la muerte de Hideko, o al menos haría que le azotaran hasta dejarle inconsciente por insultar a su primogénito; pero ahí, viéndole llorar en silencio con los delicados bracitos acunando su cuerpo, parecía más frágil que nunca. Y más hermoso que nunca.
– Quiero la verdad.
Hideko levantó hacia él sus ojos enrojecidos.
– Quiero escuchar la verdad. Porque esto no es algo que suceda todos los días, ¿verdad?
El pequeño muchacho negó enérgicamente con la cabeza.
– Bien. Empieza.
Hubo silencio por varios minutos.
– Habla de una vez. Yo jamás golpearía a una mujer, pero tú no lo eres, así que juro que te golpearé hasta hacerte sangrar si no me dices la vedad ahora mismo.
A pesar de las crudas palabras, su tono fue casi de súplica. Hideko respiró hondo, pensando que no le importaba si Tetsu lo golpeaba hasta sacarle sangre o hasta matarlo. Durante mucho tiempo había anhelado poder contarle la verdad acerca de su vida a Tetsu. Pues bien, cumpliría su capricho. Lo que pasara después no tenía la más mínima importancia.
– ¿Cuál es tu verdadero nombre?
– Hideto. Takarai Hideto.
Tetsu sintió un escalofrío al encontrar una clara veta de masculinidad en su voz. Asintió, presionándolo a seguir.
– Mi padre es un gran samurai, al servicio de un honorable señor de tierras muy al oeste. No estoy seguro de ello, pero me dijeron que mi padre estaba atrapado en matrimonio con una mujer bella, pero fría, a la que nunca ha amado. En cambio, amaba a mi madre; ella era una geisha, la más hermosa y refinada que haya vivido jamás en nuestra casa.
»Pagando su precio, mi padre se aseguró de que mi madre no tuviera nunca falta de nada. A cambio, ella le engendró tres hijos, todos varones. Él era feliz, porque no tenía un heredero para la casa de los Takarai. Yo nací en la casa de geishas, y todo estuvo bien durante mucho tiempo. Al menos eso me pareció entonces... para un niño, cualquier rato es mucho tiempo.
»Mi madre enfermó en el invierno, y no llegó nunca a ver la primavera. Padre nos llevó con él a su casa, con la promesa de enseñarnos a usar la espada como nadie más podía hacerlo. Su esposa nos odió desde el primer momento, porque ella sólo le dio a padre hijas mujeres, y gracias a nosotros, nadie de su sangre heredaría el poder o el título. Día y noche, protestó contra la decisión de su esposo. Él necesitaba al menos un heredero, así que nos hizo parte de su casa. O al menos así fue con mis hermanos. Ellos eran más grandes, altos y fuertes que yo. Yo parecía una niña.
»Un día, padre me llevó con él a un viaje; la cabalgata duró mucho tiempo, aunque no podría decir cuánto, pudieron ser semanas o un par de días. Me encontré de regreso en la casa de geishas. Dijo que me parecía demasiado a mi madre, que mirarme le hacía recordar y que recordar le hacía sufrir. Además, su esposa no quería bajo su techo a un niño más hermoso que sus hijas. Así que padre pagó al Ama una gran cantidad de dinero y me dejó ahí, bajo su cuidado.
»Desde entonces, dejé de ser Takarai Hideto y empecé a vivir una vida que en realidad no es mía. Que nunca debió ser mía... – por mucho tiempo, había ansiado decir todo aquello. Le había pesado cada día de su vida, torturándole en todo momento y ahora, tras finalmente decirlo en voz alta, había dejado caer los muros que le sostenían. Ahora podía pasar cualquier cosa y no le interesaría en absoluto, ya nada parecía real. Lo único que conservaba tintes de realidad era el dolor acumulado de años, reflejado en las lágrimas que bañaban su rostro y los sollozos que sacudían su pecho.
A pesar del impacto de la historia que acababa de escuchar, Tetsu sonrió para sí, divertido.
– Al menos creo que ya sé por qué me parecías tan diferente a cualquier mujer que hubiese visto en mi vida.
Tetsu esperaba que su comentario ayudara a aligerar un poco el ambiente, pero el joven sólo seguía llorando, apretando los brazos en torno a su cuerpo, como si deseara hacerse aún más pequeño, hasta desaparecer.
El hijo del Shogun se encontró sentado frente a él, su mente toda confusión. Sólo sabía con seguridad que quería detener ese llanto desgarrador.
– Hideto...
El sonido de ese nombre, que no había escuchado de labios de otra persona en muchos años, le hizo levantar la cabeza de golpe.
Sus ojos reflejaban el mismo profundo sentimiento que Tetsu había encontrado en ellos la primera vez. Sin pensar, extendió la mano para apartar el largo cabello negro de su rostro.
– Entre la literatura que mi padre me ha obligado a leer, hay un fragmento que dice que el dolor y el miedo hacen más hermosa a una mujer. Puede que sea porque soy pésimo en cuestiones artísticas a pesar de los esfuerzos de mi padre, o quizá sea porque no eres una mujer; pero tu rostro me parece mucho más hermoso cuando sonríes que cuando lloras.
Por un momento, las lágrimas cesaron, y pudieron mirarse a los ojos, hasta que Hideko volvió a hundir la vista en el piso.
– Aunque mi padre es el Shogun, a él no le agradan demasiado las espadas. Cree que la katana es el último recurso que debe utilizarse. Toda mi vida he estudiado artes, historia... mi padre no podía dejar que su hijo mayor le deshonrara, así que he tenido los mejores maestros en cada disciplina. Excepto para lo que realmente me interesa: la espada. He tenido que aprender ese arte de mi mejor amigo, en secreto y arriesgando su vida y el honor de su casa.
Hideto mantenía la vista baja, sin más movimiento que el de su respiración.
– Somos iguales, tú y yo – al verle negar suavemente con la cabeza, con una amarga sonrisa en los labios, Tetsu insistió –. Todo esperan que seamos algo que no somos.
El pequeño muchacho lanzó un débil resoplido. No podía ver mucha similitud entre ellos, sin importar lo que Tetsu dijera. Sus ojos se abrieron desmesuradamente al sentirse atrapado entre los brazos de Tetsu. Se resistió, pero sólo por un instante; después, sus propios brazos subieron a envolverse en el ancho torso de Tetsu.
– Tal vez por eso te amo. Tal vez eso es lo que miraba en tus ojos, aunque no podía reconocerlo – le separó un poco de sí, de nuevo apartando el cabello de su rostro –. Todo está bien. Sólo... sólo mírame y dame la respuesta a la pregunta que te hice ayer – suavemente, le impidió volver el rostro y le obligó a mirarlo a los ojos.
Sus labios temblaban.
– Te quiero, pero...
– Suficiente. No me importa nada de lo que digan o piensen o pueda pasar, mientras sepa que sientes lo mismo – con adoración casi, le acarició la mejilla antes de inclinarse para besarlo.
Hideto titubeó un instante. Sólo había sentido esa caricia una vez, y esa ocasión había buscado hacerle daño. Sin embargo, esta vez era diferente, porque lo último que haría Tetsu sería lastimarlo. Cerró los ojos y, antes de darse cuenta, devolvía el beso, como si lo hubiese hecho toda su vida.
Tetsu desprendió la mano de su espalda para arrastrarla por todo su torso hasta su pecho. Sonrió al sentirlo, delicado pero firme, no suave como las mujeres que había tocado.
Hideto se tensó un poco al sentir esa mano acariciarlo.
Aunque, como era de esperarse, el hijo del Shogun se había hecho acompañar por las más hermosas oiran en más de una ocasión, nunca había estado con un hombre. Tenía una ligera idea de lo que le esperaba, gracias a la charla indiscreta de los jóvenes nobles o soldados de alto rango, pero no estaba muy seguro de lo que hacía. Así que sus movimientos fueron lentos y titubeantes al reclinarlo hacia atrás hasta quedar tendido sobre él. Volviendo a besarlo suavemente, presionó su cadera contra su muslo.
Aquello traía recuerdos desagradables a la mente de Hideto, y una oleada de terror le hizo romper el beso volviendo la cabeza hacia un lado, sus manos empujando el pecho de Tetsu para apartarlo.
– ¿Qué pasa?
– No soy una mujer.
– Lo sé.
– Eso significa que no puedo ser tu esposa... ni siquiera tu concubina. No puedo engendrarte hijos y...
Tetsu le tomó una mano, le besó la palma y luego la cerró en un puño, envolviéndola en al suya.
– No importa. Sabes que un hombre puede repudiar a una esposa si ésta no puede darle descendencia. Pero yo te amo demasiado. Puedes estar a mi lado y eso me basta.
– Demo...
– Yo nunca te haría daño. Llegaremos hasta donde podamos llegar, ¿estás de acuerdo?
No hubo respuesta.
– ¿Confías en mí?
Su voz le hizo mirarlo. La coleta que recogía su cabello caía sobre su hombro, y algunos mechones sueltos sobre su frente. Enfocó la vista en sus ojos. Mirándolo de ese modo, no podía sentir miedo.
– Hai – dijo suavemente. Y mientras se abandonaba a las sensaciones del beso, arqueó la espalda para permitirle deshacer el nudo de su cinto.
Notas finales:

Quizá esta sea la parte más larga de la historia, y creo que es, en cierto punto, su clímax.

Espero que les guste y que, de ser así, me lo hagan saber en los comentarios.

Dulces lunas!!

PS: si tienen tiempo de sobra alguna vez, me gustaría que visitaran mi página personal ^^

Hasta la próxima! 


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