El movimiento de su cuerpo elevaba la seca paja que brillaba a la luz del sol.
Le perseguí sin poder apenas ver sus blancas manos o su espalda.
Jugaba conmigo dejando descubierto apenas lo necesario para mantenerme intrigado.
Giré en sentido contrario a lo que esperaba, guiado por mi intuición y le encontré.
Usaba una túnica blanca que le cubría hasta las rodillas. Las mangas, sueltas y anchas, flotaban a la menor brizna de viento. Sus cabellos blancos caían en dos mechones alrededor de su rostro. Era un poco más pequeño que yo y se veía sumamente delicado. Los ojos dorados y grandes parecían ver hasta lo profundo de mi corazón.
- ¿Quién eres? - pregunté fascinado, sin poder despegarme del brillo de aquellos ojos magníficos.
- Agnus...- no era una voz humana... eran notas musicales de una canción perfecta.
- Agnus...- repetí.
Y echó a correr hacia las escaleras del altillo elevando todo lo que le rodeaba.
Para mí, su presencia era lo más bello encontrado en la soledad de mis días. Una vez hallado deseaba ser iluminado para siempre por él.
Apoyaba su cabeza en un antiguo pilar de madera y miraba al horizonte.
- Adoro el sol - dijo susurrando para sí mismo - siempre que lo veo... lo siento brillar dentro de mí... cálidamente - sus manos se posaron sobre su pecho.
- Soy Marcus.. - dije con una voz que no me conocía a mí mismo.
No prestó atención a mis palabras. Sólo permanecía allí... mirando a lo lejos.
El sol se puso naranja y luego tomó un tinte rojo - sangre
- Debo irme... - dijo retrocediendo.
- Por favor... quédate... - le rogué.
Sólo deseaba contemplarlo por algunos momentos más.
Agnus huyó como un pájaro, intenté seguirle pero fue inútil.
Noté que en su mano derecha llevaba un grueso brazalete de hierro negro que le aprisionaba.
- ¡Agnus!, vuelve...
- Mañana...quizás mañana...
- ¿Por qué debes irte...?
- Por que está atardeciendo y yo...soy un perro...
Me detuve impactado por esta última frase y en ese momento se hizo de noche.