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Exodus por katzel

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Torres silenciosas, arcos y calles solitarias, asì lucìa la hermosa joya del desierto: Bandurria.

Aves negras escapando de sus muros y volviendo a ellos en continuo movimiento.

Por las leyendas que Eriol habìa escuchado era un lugar bendecido con la hermosura de los primeros dioses.

Èl se encontraba tan asombrado como yo cuando iniciamos nuestro ascenso por la escalinata de màrmol.

Era muy diferente de la forma en que se la habìa imaginado de labios de Exodus.

Sentimos un aire càlido alrededor nuestro, un abrazo del viento.

Al traspasar los muros nuestra cadena desapareciò.

Me sentìa de alguna manera desvalido sin ella.

- ¿Què ha sucedido?... - dije mirando mi muñeca desnuda

- Es extraño... el ùnico que puede cortar esta cadena es Exodus, - parecia meditar - ...aunque antes de la muerte de Fiance tù tambièn pudiste hacerlo...

Caminamos juntos hacia la plaza central.

Vacìo.

Plazas, fuentes, palacios... sòlo el eco habitaba en ellos.

- Debemos separarnos - me ordenò Eriol ante dos caminos que se bifurcaban.

- De acuerdo.

- Buscaremos algùn vestigio de vida.

Me dio la espalda y empezò a alejarse de mì.

Muy adentro me agijoneaba la necesidad de seguirle.

"No serà por mucho tiempo"

Recorrì la parte sur de la ciudad. La calma me embargaba a cada paso, era un lugar construido para ser necesariamente feliz.

Casi podìa oìr la risa de quienes antes habitaran allì.

Àngeles hermosos y perfectos.

Enamorados, amantes, amados.

Cantaban en el viento càlido de la tarde.

Una voz entonces llenò mis oìdos con su melodìa encantadora.

Era como la caìda de un lìmpido arroyuelo.

Avancè con cuidado siguiendo la ruta marcada por aquel canto delicioso.

Una rosa.

Enorme, roja, colgaba de las magnìficas esculturas que colgaban un balcòn.

Otra rosa.

Y otra.

Corrì hasta la avenida ancha que desembocaba en un enorme templo en forma de rosa angelical.

Allì el perfume embriagador me hacìa sentir realmente vivo.

Cada paso me acercaba màs al dueño de aquella voz privilegiada.

Asì encontrè al Angel de Bandurria.

Sus alas del blanco màs puro eclipsaban cualquier belleza antes conocida para mì.

Los cabellos ondulados y claros descansaban sobre su mejilla inclinada en contemplaciòn de su bello jardìn.

Dulzura y paz emanaban de su presencia.

No dije nada, no era capaz de hacerlo.

Volteò hacia mì y su sonrisa me pareciò un bello amanecer.

- Bienvenido - dijo amablemente.

Cada nota musical era perfecta.

- Soy Erzebeth - prosiguiò - Guardian Sagrado de la Ciudad de los Àngeles y este es mi Altar, el Altar de las Rosas.

Extendiò la mano y mi cuerpo actuò solo tomàndola con fuerza.

- Te llamas Marcus... - me dijo.

- Còmo has podido saberlo...

- Por la mùsica que vive en tu cuerpo... parece que tu esencia comprende la hermosura de la mùsica.

A nuestro paso vi muchìsimas rosas de varios colores. Todas estaban abiertas y eran felices de ser cuidadas por sus manos.

- Es por la belleza de las almas que residen aquì - dijo Erzebeth mostràndomelas con humildad - gracias a ellos las rosas no moriràn nunca.

- Yo... no he visto a nadie... en Bandurria.

- ¿Deseas cantar conmigo Marcus? - no tomò atenciòn a mi comentario.

Y empezò con una nota seguida de una cascada de mùsica.

Ni siquiera sè còmo pude seguirle si era la primera vez que escuchaba aquella melodìa. Pero de mi garganta salieron los sonidos. Torpes al principio pero conmovedores al final.

Entonces me abrazò.

Y me sentì elevado al infinito.

- Quèdate en el altar, viajero, tu compañìa serà una delicia para mì.

- He venido con un amo, me gustarìa decirle dònde me hallo.

- ¡Un amo!... veo que regresan de su antigua guerra... traemelo puesto que tenemos muchos asuntos importantes de que hablar.

Regresè a encontrarme con Eriol al anochecer.

- Nada - decìa serio - ... no he encontrado nada.ç

- Eriol... yo...

- Nadie vive aquì y sin embargo... serà que no sè bien què es lo que estoy buscando...

- Encontrè al regente de la ciudad...

- A quièn...

- Al Guardian ... se llama Erzebeth y es un àngel... realmente es muy bello... le dije que venìa contigo...

- ¡Erzebeth!... ahora ya sè que estoy buscando... Exodus estaba muy lejos de llegar a Babylon.

Me apretò el brazo y me hizo guiarle hasta el templo del Angel.

Cuando oyò la mùsica se tapò los oìdos.

Parecìa tener un efecto negativo en èl.

- Amo, Guerrero de Primer Orden - dijo Erzebeth al verlo - ... no... no exiliado... has perdido tu rango...

- Deja... de ver dentro de mì...

- Lamento sus modales - intentè disculparme por la rudeza del Guerrero.

Eriol desenfundò su espada.

- Que... estàs haciendo... - me asustè intentando impedir que tal acciòn.

- Por fin he descifrado el secreto de Babylon...

Erzebeth continuaba mirando sus rosas.

- Y què haràs...

- He venido a llevarme una de las cinco llaves.

- Detente... Eriol... detente... no entiendo...

- Apàrtate...

El amo me empujò hacia el campo de rosas y se dirigiò a Erzebeth.

El sonido de la voz del àngel le obligò a arrodillarse.

Ahora era una melodìa aplastante.

Y Erzebeth con una lanza reluciente se acercaba a èl.


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