- Por qué no respondes, Marcus...
- ... no tengo nada que decir... creo que he sido claro al decirte que te odio...
Giró directo hacia mí tomando mi rostro entre sus manos.
- ¿Será que me odias realmente?
Mis ojos eran incapaces de ocultar aquellos verdaderos sentimientos.
A pesar de ello me negaba a aceptarlos frente a él.
- ... te odio... hubiese preferido que Erzebeth continuara viviendo...no tenías por qué matarle...
- Yo no le he matado... ha sido ese amor tuyo que ahora intentas negar...
- ¡Mentira!
- Todos esos dulces anhelos que habitan aquí - puso la mano sobre mi corazón - ... despertaron sus recuerdos... por eso me dio la llave... fue por ti... por que deseaba que nuestro viaje continuara, para que permanezcamos juntos...eres tú el que ha terminado con Bandurria...
Sus palabras sonaban crueles a mis oídos.
- ... si lo hubiera sabido... me negaría a recibir su corazón... me hubiese quedado junto a él en esa tranquila ciudad...
- Quizás... pero el punto es... que sigo esperando tu respuesta...
- Erzebeth ha cometido un error en lo que ha visto, esa flor no existe en mi pecho...
- Imposible. Un ángel jamás se equivoca.
- ¿Habría una diferencia entre nosotros si te amase?
Mi pregunta era desesperada. En el fondo esperaba alguna reacción de su parte.
No dijo nada.
Los cabellos le cubrían el rostro.
Su silencio era suficiente para comprender que mi pobre amor no le haría vacilar en sus propósitos.
Apretó mi pecho con la palma de su mano y dijo en el oído.
- No soy tan fuerte como crees... tampoco tan debil... ni tan maldito para odiarme... pero quizás demasiado lejano para amarme...
Esta vez fui yo quien se quedó callado.
- Pero tú sufrirás mucho... - prosiguió - ... demasiado una vez que los otros tengan que morir al igual que el ángel...
- Por qué debemos asesinar a los solitarios espíritus de las ciudades...por qué este viaje hacia la verdad debe significar estas pérdidas... no hay una manera... no hay alguna forma de detener todo esto...
- Sólo hay una manera de impedírmelo.
- Qué debo hacer...
- Mátame ahora... dulcemente...
Deslizó sus manos tras mi nuca y me arrastró hasta besarme.
Absolutamente sensual.
Inesperado, febril, cáustico...
¿Quién era aquel apasionado guerrero que podía ser tan frío y cálido a la vez?
Los susurros de su cuerpo llegaron hasta mis oídos.
Caí sobre la arena siendo acariciado por él.
Me avasallaba el sabor de sus labios... era una ola que me arrastraba... la corriente del destino...no había modo de liberarse.
Acaricié aquellos cabellos negros y largamente deseados.
- Eriol, Eriol, Eriol
Repetía su nombre como un hechizo.
- Dime que me amas - susurraba - ...dímelo... dímelo...
El viento soplaba sobre nuestras espaldas.
- Yo... no se cómo ha llegado a pasar... pero es cierto...te amo... te amo... me siento tan culpable...
Y rompí a llorar entre sus brazos.
Eriol, contrario a lo que yo esperaba me apretó también con gran fuerza.
- ... tienes tanto miedo...
- Por que sé que no tienes corazón... que es imposible que tu me ames... y me duele tanto verte tan lejano como una estrella...y por que soy una cosa tan ínfima que nunca podrá llegar al cielo... cerca de ti...
- Estás demasiado seguro de que es imposible...
Y la luz que encendía sus ojos mortecinos brilló otra vez sólo para mí.